Moldeando a Silvia (31)

Joven empresaria es convertida mediante el chantaje en una esclava sexual

ADVERTENCIA

Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)

fedegoes2004@yahoo.es

A pesar del río de luz que se desparramaba desde el ventanal, despertó despacio, como si le pidiera permiso al cuerpo para moverse. Eran las once de la mañana, no estaba acostumbrada a levantarse tan tarde y un sinfín de pequeños dolores la acosaron nada más abrir los ojos, la hicieron tomar conciencia de que aquella no era una mañana normal.

Al menos estaba limpia. Lo primero que había hecho al llegar, la noche anterior, había sido tomarse el somnífero, y tras ello, antes de que le hiciera efecto, se había dado una larga ducha y lavado los dientes. Deliberadamente había bloqueado cualquier recuerdo que concerniera a los últimos sucesos; estaba hastiada, enferma, y era momento de descansar, no de intentar afrontarlos.

Se sentó en el borde de la cama y el espejo del armario le devolvió la imagen de su cuerpo cubierto de pequeños moretones, los aritos de acero en sus pechos estuvieron a punto de arrancarle lágrimas, los tres de su coño eran menos visibles, pero más dolorosos, más íntimos. No —Se dijo con firmeza—. La realidad era tan inaceptable, tan desconcertante, que debía abordarla ordenadamente, en pequeñas dosis, si no quería que la desbordara. Sólo cedió a la tentación de mirarse de frente, a los ojos, y nada que hubiera hecho podría haber sido peor. Seguía siendo hermosa, sus explosivos veintitrés años seguían luciendo en todo su esplendor, pero se le antojó que la suya era una mirada muerta, dura, era la mirada de una puta dispuesta a todo. La pregunta le estalló en la mente como una carga de profundidad: ¿Cómo era posible que ella aceptara las cosas que estaba aceptando? Y más asombroso todavía ¿Cómo era posible que sobreviviera?

Se levantó de un salto y huyó a la cocina a prepararse un café. Todas esas cosas debía pensarlas despacio, completamente despierta, y sin tener el espejo ante ella, mostrándole las consecuencias de sus derrotas. Había traído de su casa de Madrid algunas vituallas y entre ellas una bolsa de magdalenas, así que pudo desayunar en paz. Tras el segundo café y un rato de contener las lágrimas, decidió que ya no tenía excusas para prorrogar el momento, era hora de encarar la verdad.

Intentó hacerse la fuerte. Lo más urgente era intentar conocer su situación actual. En apariencia, Alberto había cambiado de bando; de confirmarse eso, era una magnífica noticia, pues significaba que los torturadores se habían quedado sin cerebro. A pesar de lo enferma que se sentía, recordaba con claridad el encuentro en el Iniesta y el modo en que se había opuesto a Jorge. Era cierto que ahora estaba en su bungalow del campo ¿lo sería también lo de su semana de vacaciones o nada más que otra trampa? ¿iría a aparecer Benito, en cualquier momento, exigiéndole que empezara a follar con los palurdos del pueblo? Y por último: ¿Habría conseguido Pedro atraerse la complicidad de Alberto para su causa? Sería maravillosos que así fuera, porque ello podría proporcionarle un inmenso caudal de esperanzas. Se le antojó que ese era el camino; debía explorar, profundizar en esas posibilidades, no sólo porque eran las que podían conducirla a la solución real de su problema, también porque eran positivas, saludables, la mejor ayuda para combatir la depresión.

Lo primero que debía hacer era contactar con Pedro e informarse de qué estaba sucediendo en Madrid. Eso le despejaría muchas dudas. Benito le había hecho el equipaje y corrió hacia su maleta en busca del teléfono móvil. Exhaló un suspiro de satisfacción al abrirla y encontrar en ella ropa normal, vestidos, camisas, faldas y zapatos poco llamativos, lo que parecía indicar que no tenían intención de exhibirla o maltratarla en el pueblo; pero el móvil no estaba, e incluso notó otra falta enormemente preocupante: por ninguna parte aparecía la caja de píldoras anticonceptivas que acostumbraba a llevar. Se consoló pensando que la maleta la había hecho un hombre y que era normal que no reparara en ese detalle. Lo que sí encontró fue un tarro de antibióticos con una pequeña nota que decía "Una cada ocho horas". Decidió tomarlas, debían ser para prevenir el riesgo de infección por las heridas de los aritos o sus actividades recientes. Vació todo el contenido de la maleta y volvió a buscar bolsillo por bolsillo, prenda por prenda; por los motivos que fuera, el móvil no estaba y los anticonceptivos tampoco. Lo único nuevo que halló, en un bolsillo interior, fue una bolsa de papel con lo que no debían ser menos de veinticinco gramos de cocaína, el "regalo" que le hicieron a la salida del puticlub. La apartó a un lado y la escondió bajo un montón de ropa; se negó a reparar en su existencia, a incluirla entre sus temores; al menos hasta que no se sintiera preparada para hacerlo.

Se quedó un momento pensativa ¿sería una simple casualidad o significaría algo aquello? Después de unos minutos de darle vueltas decidió abandonar el tema, carecía de datos como para aventurar una hipótesis mínimamente fiable. Su memoria era un agujero, y desde la salida del Siroco, hasta que despertara en el puticlub, seguía siendo incapaz de recordar nada. Eso era lo más aterrador de todo.

Se le ocurrió la posibilidad de ir a la casa familiar y llamar desde allí a Pedro; un miércoles y a esa hora, forzosamente tendría que estar en la empresa. También, y por no encontrarse con Alicia (a la que no deseaba dar explicaciones), podría acercarse al bar, y usar la cabina telefónica; pero descartó ambas opciones, en los dos casos Pedro estaría en el trabajo, tendría que contactar con la centralita, él estaría hablando cualquiera sabría con quién y de qué... No, era demasiado arriesgado, y se le ocurría una solución mejor. Internet es el medio ideal para quien quiere privacidad en sus comunicaciones y ella tenía siempre un portátil con conexión inalámbrica en todos los sitios en los que vivía. Abrió el armario y efectivamente el ordenador estaba allí. Sólo necesitó un momento para tenerlo abierto y conectarse al Msn. Pedro no estaba, pero tenía veinte mensajes de correo electrónico, eran casi todos estupideces, publicidad, spam y cosas así, pero allí estaba, había uno de Pedro. Eran unas pocas líneas:

"Espero que tengas un computador en el pueblo, es necesario que hablemos. Me conectaré al Msn cada dos horas, a ver si estás. Hay buenas posibilidades de que logre sacarte de esto, creo que he conseguido cierta complicidad con Alberto, pero también hay malas noticias. Mira este enlace cuando tengas un rato tranquilo, pero asegúrate de estar bien sentada.

Besos"

Se quedó un momento pensativa, sin decidirse a pinchar el enlace, a pesar de hallarse sentada en la cama, y con el portátil ante ella. La aterraba imaginar qué podrían haber colgado en la red aquellos hijos de puta, tenían tanto material para elegir... Inadvertidamente, sus piernas se habían entreabierto y al apartar los ojos de la pantalla su vista tropezó con el espejo del armario, con la imagen de su coño minuciosamente rasurado con sus tres insultantes aritos y una sospechosa humedad que empezaba a perlar los incipientes cañones del vello púbico. Su coño, al margen de humedades y adornos, se le antojó cambiado, mucho más grande y abierto de lo que era normal. Movida por lo que creyó que era la necesidad de comprobar este extremo, se acarició el anillo del clítoris con precaución, y sintió como un escalofrío de placer le recorría toda la columna vertebral. Al parecer, el maldito anillo la había dejado hipersensible. Por otra parte, era una sensación muy conocida, como un cosquilleo que brotando desde su cintura, la recorría desde la nuca hasta los dedos de los pies, y precedía siempre al placer.

Dios, más allá de anillos, adornos y chantajes ¿Era posible que ella y su sexualidad hubieran cambiado tanto? Retiró la mano asustada, pero enseguida un pensamiento le acudió a la mente ¿Estaba asustada de sí misma? La primera obligación de cualquier ser humano ¿no era la de afrontar su auténtica naturaleza? O quizás ese razonamiento era la misma trampa que las drogas plantean a los adictos, un pretexto para reincidir. El portátil, el fatídico enlace estaba allí, esperándola, pero su mano izquierda viajó temblorosa hacia su entrepierna y se introdujo tres dedos, con absoluta facilidad en su dilatada vagina. El espasmo de placer fue instantáneo. Dios ¿Cómo estaba pasando eso, como permitía ser cedida, prestada, vendida, usada y abusada como un objeto? ¿Cómo era posible que le gustara tanto? Nunca antes nadie había torcido su voluntad, nunca antes había experimentado orgasmos tan arrasadores ni emociones tan contradictorias. Aquello era tan espeluznantemente nuevo... Jorge y los otros hacían lo que querían de ella y a ella le encantaba... Esa era la realidad.

¿Qué iba a suceder cuando pinchara el enlace? ¿Encontraría allí algún fragmento de los dos días "perdidos", los que no recordaba tras la salida del Siroco? La tensión la desgarraba. No podía comprender cómo ella, que tan escaso interés había experimentado siempre por el sexo, tras haber sido violada durante varios días seguidos, estaba empleando su primer rato tranquila en masturbarse. No lo podía entender, pero su mano izquierda se crispó sobre el ratón y cambió la ventana del navegador, mientras su mano derecha se introducía frenéticamente en su empapada vagina.

Repentinamente, se abrió el Media Player y la pantalla quedó negra, el vídeo tardó lo que se le antojó una eternidad en bajar. Sus ojos, hastiados por la tensión, volvieron a fijarse en el espejo del armario, en los aros de sus pezones, y se asombró de ver que ambos cierres estaban machacados. El escalofrío fue instantáneo, volvió a ella el recuerdo fugaz de su pesadilla de la noche anterior, el ruido metálico de un martillo golpeando una barra de hierro y la dolorosa vibración que se extendió por su maltratado cuerpo. Dios, los aros estaban allí, las voces, los conceptos y la hilación de sucesos se perdían en una nebulosa, pero el estado de los cierres confería un grado de veracidad a su pesadilla que era terrible afrontar. Era una realidad que pertenecía a aquellos cabrones.

La pantalla del portátil cobró vida de pronto, y contempló como tomaba forma la escena del Siroco. No había sonido, pero la calidad era óptima, se veían las caras de todo el mundo, incluida la suya. Era el momento en el que Jorge y Rodrigo, en el escenario, la sometían a una doble penetración. Contempló su cuerpo sudoroso, jadeante, mientras Rodrigo la ensartaba con su enorme polla.

Ella, sobre la cama, se introdujo un cuarto dedo en la vagina y empezó a moverlos ya sin control, masturbándose abierta de patas, como una perra en celo. Dios, no era un sitio de pago, ni siquiera protegido por contraseña y a esas alturas, ya ni siquiera llevaba la máscara. Cualquiera que supiera de la existencia de ese vídeo, o dónde buscarlo, podría descargarlo o verlo cuantas veces quisiera, imprimir fotografías, o mostrárselo a sus amigos. En cualquier lugar del planeta, incluso en el pueblo, podían estar viéndola haciendo esas cosas y a cara descubierta. Colgando ese material en Internet, la habían arrojado al mundo en toda su desnudez, en toda su indefensión y en toda su lascivia. Esa era la indiscutible verdad. ¿Cómo iba a atreverse ahora a salir a la calle, a ver a su hermana, incluso a moverse por el pueblo? Iba a vivir permanentemente al borde del pánico, sin saber quién o quiénes habrían sido informados de la existencia de esa prueba de su vergüenza, temiendo a cada paso que cualquiera, CUALQUIERA, se le acercara y la humillara en público, o hasta le exigiera un "servicio". Esas cosas iban a suceder, estaba en el ambiente todo lo necesario para que sucedieran.

Se corrió. Sin poder o querer hacer el esfuerzo de evitarlo, tuvo un monstruoso orgasmo y cayó gimiendo sobre la cama, retorciéndose de placer, entre la maleta y las ropas revueltas. Quizás aquello fuera la más monstruosa aceptación posible de su realidad, pero su soledad la despojaba de motivos para luchar contra sí misma, para negarse ese desahogo. Tan pronto su respiración se normalizó y recuperó cierta calma, se dio cuenta de que apenas había echado un vistazo a la pantalla del portátil, había sido su mente, su sola mente, su memoria y su miedo, quienes habían producido aquella incomprensible, bochornosa explosión de lujuria.

Repentinamente, una campana sonó en el computador, el sonido que avisaba de que alguno de sus contactos acababa de conectarse y se incorporó de un salto, todavía bañada en sudor e intentando sacudirse el sopor postorgásmico. En efecto, era Pedro. A pesar de todo lo que había deseado comunicar con él, precisamente ahora no estaba en condiciones de hablarle. Hizo un esfuerzo desesperado por situarse, por acertar con las preguntas importantes, pero no hubo caso. Tal y como había supuesto, él se encontraba en la empresa, y no se sentía tranquilo como para extenderse. Lejos de hacerle preguntas, hubo de conformarse con la información que él, a toda velocidad, quiso proporcionarle.

Al parecer, las cosas estaban raras por "Publicidad Setién". Con Alberto, a pesar de que en apariencia les estaba ayudando, no se atrevía a volver a contactar; el último encuentro había sido tenso y difícil, si no peligroso. A Alberto, en el futuro, iba a haber que tomarlo con pinzas. Sí tenía la intención, en cambio, de buscar manera de entrevistarse con Carmen, había sido la primera en desertar del club de torturadores, y se le antojaba conveniente hablar con ella. En otro orden de cosas, era evidente que se estaban produciendo cambios; varios de los del grupo de "instructores" iban a retirarse, o al menos así se lo habían comunicado hacía poco. La escenita del Siroco había sido demasiado para muchos de ellos, y la marcha de Alberto debía haber hecho el resto. Y ahora venía lo más extraño de todo, Jorge parecía estar "desaparecido en combate". Hacía días que no asomaba la nariz por la empresa, y ni siquiera había ningún trabajo externo que justificara su ausencia. Todo lo que sabía de él era que lo había llamado por teléfono el domingo, y lo había citado para una reunión dentro de una semana, más concretamente el día antes de que ella tuviera que regresar a Madrid.

Silvia tuvo la intención de freírlo a preguntas, pero no hubo caso. Pedro le contestó que eso era todo lo que sabía y que intentaría conectarse de vez en cuando para tenerla al corriente, que le pondría un mail si había novedades. Le aconsejó que intentara descansar, y que ni se le ocurriera andar pendiente del Msn, tenía mucho que hacer, podía ser arriesgado, y además no lo consideraba sano para ella.

Silvia apagó el ordenador, sacó su ropa de la cama, y se tumbó desanimada. No había horizonte, lo único constructivo que podía hacer era lo que más le apetecía, escapar, dormir. No parecía haber modo de recuperar ningún grado de control sobre los acontecimientos.


Nada más desconectarse del Messenger, Pedro se apresuró a coger el móvil. Su intención era dedicar a Silvia unos minutos más, pero vio en la pantallita el número de Jorge y prefirió no decirle nada, no añadirle motivos de ansiedad. La conversación con su "amigo" fue brevísima, tan sólo pretendía que se acercara a visitarlo a casa sobre las tres de la tarde y, aunque no le apetecía nada, no encontró motivos para negarse, a menos ninguno que no pudiera resultarle sospechoso. Pasó el resto de la mañana intentando, sin demasiado éxito, sumergirse en el trabajo y preocupado por el curso que estaban tomando los acontecimientos. Aún quedaban varios días, hasta el próximo miércoles no estaba previsto el regreso de Silvia ¿Qué diablos podría querer Jorge de él? ¿Y por qué estaría faltando tanto a la empresa? Siempre había sido muy serio para el trabajo.

Comió algo rápido en el bar de enfrente; Jorge nunca tuvo un carácter atento, y sabía que sus facultades culinarias eran bastante limitadas. Aunque ello supusiese retrasarse, prefirió aparecer almorzado. En realidad, tenía planeado invitar a comer a Carmen, pero prefirió dejarlo para otra ocasión, quería hablar con ella tranquilo y despacio.

Después del "varapalo" que había recibido en el encuentro con Alberto, había decidido andarse con pies de plomo. Ayudar a Silvia sí, pero sin aventurarse, y manteniendo bien ocultas sus verdaderas cartas. Las implicaciones de todo el asunto eran tan complejas que cualquier cosa que se hiciera podría tener consecuencias impredecibles.

Llamó pues al timbre con el firme propósito de simplemente escuchar, informarse y ayudar, si podía, a la chica de las maneras más sutiles posibles. En cuanto Jorge le abrió, supo por su aspecto tenso que "algo" no estaba yendo bien. Una vez en el salón se lo explicó, y es que Alberto estaba sentado en el sofá, con una cara tan tensa como la del que hasta hace muy pocos días había sido con él uña y carne.

Evidentemente, se temió lo peor. ¿Habrían hablado del contenido de la conversación que mantuvieron en el Iniesta? ¿Estaría todo su juego al descubierto? Haciendo acopio de valor, saludó a Alberto con fingida indiferencia. Talvez hubiera hablado y talvez no, pero si exteriorizaba sus temores estos le condenarían tanto o más que la delación de éste. Por suerte, fue él quien habló, probablemente continuando la discusión que había interrumpido su llegada, y le ayudó a situarse.

—Pues sí que se puede detener esto, yo mismo lo detendré si tú no te opones. Basta con decir la verdad a todos cuantos han obtenido poder sobre la chica, con decirles que van a acabar en la CÁRCEL. En todo caso se les propone un último polvo de despedida, con carta blanca para hacerle lo que les dé la gana, y se acabó. El material que tenemos contra ella nos garantiza que no inicie ninguna acción contra nosotros y ahí quedaría todo.

—No puedo creerme lo que estoy oyendo. ¿Te has vuelto idiota o estás teniendo un ataque de pánico? ¿Realmente crees que hace falta amenazar a esa zorra para abrirla de patas? Está donde le gusta estar y la única acción que va a iniciar es la de follarse TODO cuanto le pongamos delante. Si nos apartamos ahora perderemos placer, dinero, poder, control, y ella seguirá follando como una perra de todos modos; y cuando pase algo, que pasará, igual se nos señalará como culpables. Quizás ahora no te guste o te hayas emborrachado de éxito, pero seguimos teniendo al toro cogido por el rabo y lo más peligroso que podemos hacer sigue siendo soltarlo.

— De acuerdo, me has convencido de que no hay nada que hacer contigo. Pues seguiremos con una semana cada uno, de momento, porque me reservo el derecho a tomar cualquier iniciativa sin apenas avisarte. Lamento el camino que has tomado, si no hubieras divulgado tanto lo que tenemos, habríamos podido disfrutarlo por tiempo indefinido. ¿Y tú qué, también vas a quedarte en esta locura? —Preguntó dirigiéndose a Pedro, al tiempo que se levantaba del sofá.

Él, cogido de improviso, no pudo sino balbucear:

— Sí, me quedaré, creo que Jorge tiene su parte de razón y que deberíais intentar encontrar algún punto intermedio... — Secretamente, hubiera querido apoyar a Alberto, pero hacerlo no ayudaría a que Jorge cambiara de idea, y estaría quemando su posibilidad de ayudar a Silvia en la sombra.

— Tú sabrás lo que haces —respondió Alberto— , pero no existe punto intermedio entre la libertad y la cárcel —Dijo mientras cruzaba la habitación y se iba cerrando de un portazo.

El silencio se instaló entre Jorge y él. Echó un vistazo general al mugriento salón y se quedó asombrado. Jorge nunca había sido un amo de casa ejemplar, justo era decirlo, pero aquello era excesivo incluso para él. La alfombra, llena de manchas aceitosas, oscurecía la habitación; había fotos de Silvia tiradas por todas partes, el sofá de piel ostentaba numerosas quemaduras de cigarro y los ceniceros aparecían repletos, como si llevara semanas sin vaciarlos. Él siempre había sido un hombre solitario y no demasiado pulcro, pero aquello, unido a la dejadez con que llevaba todo lo relativo a la empresa, delataba una conducta que rayaba en lo enfermizo.

—Discúlpame, no estaba previsto que Alberto estuviera aquí, apareció sin avisar con el pretexto de que no aparezco por el trabajo. Siento que hayas sido testigo de la pelotera.

—No hay nada que sentir —respondió Pedro, con un gesto de indiferencia—, no lo esperabas. Sólo sucede que me sorprende un poco, vosotros habéis estado siempre tan unidos....

—Como has podido ver, esa unidad ya es historia. Se habrá asustado, andará celoso por las decisiones que he tomado sin consultarle, no sé. El caso es que ya no podemos contar con él para nada, y eso no es lo peor, lo peor es que ya ha habido varios de la empresa que me han comunicado su intención de seguir su camino y apartarse de Silvia. Aunque él no lo vea, eso es lo único que me da miedo, ese creciente grupo de "moralistas" de pacotilla, el que alguno sienta la tentación de autoexculparse convirtiéndose en un delator.

—Aparte de ese grupo, reconóceme que la situación tiene sus riesgos —objetó con timidez—. Silvia puede acabar en el hospital, o detenida por escándalo público, o por prostitución, en el momento menos pensado...

—Coincido contigo, pero esos son riesgos menores, y que en todo caso pueden ser minimizados con vigilancia y trabajo. Me tomo con mucha dedicación el control de ese riesgo. Esa estantería —dijo señalando al mueble junto al televisor—, está repleta de material sobre ella, cronológicamente ordenado. Lo grabo TODO, y podré prevenir cualquier cosa que vaya a hacer o que pueda sucederle. Sea como sea, si abandonamos el timón y el barco queda al garete, se me antoja que los peligros serán mucho mayores.

Pedro se quedó cabizbajo, sin saber qué responderle. Era cierto que el asunto era peligroso por donde se cogiera, pero sucedía así porque se habían metido en algo tan extraño, tan adictivo y enervante, que no había puntos de referencia. Se sentía confuso, asustado; Jorge estaba enfermo, y no era menos cierto que Silvia también lo estaba, tanto como él mismo, que si algo deseaba era que Jorge lo dejara solo, para ponerse a ver cómo un loco la estantería entera de Dvds, mientras se hacía pajas sobre el hediondo sofá, igual que tantas, tantas veces debería habérselas hecho el mismo Jorge. Por desgracia, no era nada inmune al caudal de morbo que los Dvds le despertaban. ¡Qué vergüenza de sí mismo! Lo único que lo salvaba era su deseo de encontrar cuanto antes el camino de salida menos doloroso. También, desafortunadamente, era demasiado cierto que Jorge veía todo el tema a través de los cristales de su adicción a humillar a Silvia y arrastrarla por el fango, y que lo que él llamaba "controlar el riesgo" no era otra cosa que la justificación de sus hábitos.

— Si te llamé antes y te pedí que vinieras a verme —Continuó, ante el silencio de Perdro—, fue porque tengo que hacerte una pregunta muy simple, pero que exige una respuesta definitiva. ¿De qué lado estás? Eso sí, no te oculto que habrán cambios enormes. Silvia es absolutamente mía dos semanas de cada mes, sin cortapisas ni restricciones. Le pasarán cosas que harán parecer un chiste todo lo anterior, y el grupo de hombres que la domina también cambiará, será quizás menos numeroso, pero más leal, más comprometido y desde luego infinitamente más duro en el plano que nos interesa, en el sexual. ¿Quieres seguir divirtiéndote y hasta ganar algo de dinero a costa de esa zorra o prefieres unirte a esa camarilla de hipócritas mojigatos y asustadizos? ¿Estás conmigo? —Preguntó con un brillo malicioso en los ojos.

—Estoy de tu lado, por supuesto, pase lo que pase —Contestó Pedro, intentando impregnar de determinación sus palabras—. Sólo hay una cosa que querría saber ¿Qué planes tienes para ella, hasta dónde tienes pensado llevarla? —Añadió con una sonrisa fingida, que quiso que pareciera de ilusionada complicidad.

— ¡Jah! —Rió Jorge—. No te arrepentirás ni quedarás defraudado. Lástima que apareciera tan inoportunamente el cabrón de Alberto; tengo concertada una cita después de verte y ando justo de tiempo como para anticiparte un par de cosillas que tengo medio cocinadas. Sólo te diré que si lo que apeteces es follar y ver follar a Silvia, tus esperanzas quedarán colmadas con creces, más allá de todas tus expectativas y de todas tus fantasías, pues son las fantasías de muchos hombres las que van a hacerse realidad en su precioso y poseído cuerpecito— Dijo casi relamiéndose de gusto— y ahora, discúlpame, es verdad que tengo que irme.

Pedro se quedó nada más el tiempo preciso para que su salida no pareciera descortés ni precipitada, y una vez en la calle, al volante de su coche, lo primero que hizo fue telefonear a Alberto, decirle que había fingido quedarse del lado de Jorge, que le había parecido lo más útil que podía hacer, y que intentaría mantenerlo lo más informado posible de sus intenciones. Aunque aún parecía enfadado, fue correcto con él y le dijo que lo comprendía, que era lo que esperaba que hiciera.

Puso en marcha el coche, se sentía agotado y se moría de ganas de olvidarse de todo aquello. No podía dejar de pensar que Jorge no sólo había logrado despertar a la viciosa que había dentro de Silvia, sino también a la bestia degenerada que latía dentro de sí mismo.


Eran las cuatro de la tarde y el Ambigú estaba desierto. Quique y Pablo tomaban café en una mesa apartada de la barra. Dada la hora, sólo Hector, el fornido encargado con su brillante cabeza rapada, atendía el local.

—Te digo que algo muy raro tiene que estar pasando —susurró Quique, con rabia contenida—. Primero, consigo chantajear a Silvia y nos divertimos con ella hasta unos límites que no nos hubiéramos ni atrevido a soñar, después me doy cuenta de que ya estaba siendo chantajeada por otras dos personas que tienen sobre ella más poder que nosotros, negociamos con Jorge y Alberto, y logramos sacarles unas condiciones ventajosísimas....

—Quique, por Dios, cálmate —Interrumpió Pablo—. Claro que están sucediendo cosas muy raras, ya lo es el hacerle a alguien lo que le hacemos a Silvia. Ha desaparecido unos días porque Jorge la alquiló a los tipos del Siroco, eso es todo, si hubiera algo más, nos lo habrían avisado.

—Bien, la alquiló, pero ¿Por qué Jorge me ha estado respondiendo con evasivas todo este tiempo? ¿Por qué Alberto no me coge el teléfono? ¿Por qué Silvia no ha estado en la empresa ninguna de las dos veces que he ido a buscarla? ¿Qué fue de los días y las horas que pactamos en el Siroco? No me creo que, con la agenda tan ocupada que tiene, lo del alquiler dure tanto.

— Insisto en que nada malo sucede, si sucediera, ya lo sabríamos. Y todas esas preguntas deben tener respuesta, para responderlas ha quedado Jorge con nosotros ¿no? Aparte de eso, reconozco que el asunto de Silvia apesta. Sin contar con los aspectos policiales que puede llegar a adquirir, empieza a convertirse en material demasiado usado, llega a dar asco y hasta miedo el riesgo de contagio de enfermedades ¿Quién sabe en dónde habrá andado metido ese hermoso culo? No es mal momento para plantearse el divertirnos unos cuantos días más, y retirarnos a un segundo, o incluso tercer plano, al menos es lo que yo pienso hacer.

Quique comprendía perfectamente tanto la tranquilidad como los intereses de su amigo, sólo sucedía que no coincidían con los suyos. Al parecer, Pablo no tenía intención de seguir, y sólo se estaba jugando unos cuántos polvos. No era ese su caso, Silvia sería perfectamente follable durante unas cuantas semanas más, y además él tenía proyectos, fantasías, a las que no estaba dispuesto a renunciar. Sus planes eran a largo plazo, cuando ya le diera asco follársela él mismo y hasta se hartara de ofrecerla a los amigos, aún sería una muy divertida fuente de ingresos. A esas alturas, Silvia era lo más importante de su vida, cuando dejara de serlo como juguete, aún lo sería como producto.

Sus cavilaciones se vieron bruscamente interrumpidas por la aparición de Jorge, que pidió un café, y directamente se sentó con ellos. En un principio, las novedades le resultaron muy preocupantes, era mala noticia que se hubiera producido ese cisma en la cumbre, la separación entre Jorge y Alberto. Pero esa mala noticia se vio compensada por el hecho de que no iba a suponerles una pérdida de horas de uso de su juguete, en incluso tenía matices tan esperanzadores como la absoluta carencia de restricciones que Jorge les ofreció; cuando regresara de su descanso, les sería entregada a ellos en primer lugar, por un día completo, y tendrían absoluta carta blanca para disponer de ella como les viniera en gana.

Jorge, no se anduvo por las ramas, les dijo desde el principio que estaba ocupadísimo preparando la llegada de la chica, y les dio las explicaciones necesarias pero sin extenderse en demasía, había cosas que todavía estaban en el aire y no quería prometerles nada que no fuera seguro. Quique sintió hacia él una química especial, una comunidad de intereses que favorecía el entendimiento y hasta la mutua confianza. Tanto fue así que cuando fue a sacar la cartera para pagar y marcharse, lo interrumpió con un súbito —Pago yo—. Y Pablo y él se quedaron en el Ambigú más que tranquilos y con todas las dudas satisfechas.

—¿Ves lo que te decía, que todo tenía que tener una explicación razonable? —Remachó Pablo.

—Síiii. Sí que la tiene, y verdad es que las noticias no pueden ser mejores, el miércoles próximo, a las doce del día, nos la entregaran para nosotros, es maravilloso. Me muero de ganas de prepararle una fiesta en la que le salga la leche hasta por las orejas a esa zorra.

—Me alegra que estés tan contento, Quique —dijo Héctor desde la barra—, debes estarlo para permitirte invitar, con la cantidad de copas que ya me debes. Espero que tengas intención de pagar en un futuro previsible porque estoy a punto de cortarte el crédito.

Y Quique sonrió, sólo le faltaba que le dijeran eso para que se le encendiera la bombillita. Miró a Pablo de Soslayo y le preguntó:

—¿Qué te parecería si.... bueno, si pagara con Silvia mi deuda en este honrado establecimiento? ¿No sería genial que ella pagara mis copas y hasta el café de Jorge? Son gastos de "representación" al fin y al cabo los que genera el captar clientes para una puta.

¾ ¡Ja! Me parece perfecto, llevas mucho tiempo con el capricho de prostituirla. Sólo una cosita, ten un poco de paciencia y espera a que yo haya terminado con ella, me gusta que esté limpita; usémosla y dejemos aquí las sobras ¿Ok?

Quique ni se molestó en contestarle, se acercó al mostrador y depositó varias fotos de Silvia que llevaba en la cartera, algunas simplemente desnuda, y otras en plena faena. Tan pronto Héctor se acercó, le disparó la pregunta: ¾ ¿Aceptarías esto como pago?


Lo único agradable de sus tres primeros días de vacaciones fue el poder dormir todo cuanto quiso. En algún momento del segundo día, apareció Alicia por el bungalow, le dijo que estaba preocupada por su soledad y por que no fuera por la casa. Pero ella sabía que sólo se trataba de una visita de cortesía, y que cualquier excusa bastaría para contentarla. Simplemente le dijo que había tenido una semana agotadora (lo cual era del todo cierto) y que sólo había venido a descansar, que sólo necesitaba que la servidumbre le trajera comida de vez en cuando. La creyera o no, lo aceptó, pues debía tener tan pocas ganas como ella de un acercamiento entre hermanas. Las provisiones empezaron a llegar, y no volvió a aparecer a meter las narices.

Por lo demás, secretamente, había vivido un infierno muy extraño; todo el lugar la inundaba de recuerdos. Si se asomaba a la ventana, recordaba a su padre joven, los paseos por el campo, los juegos de su niñez, cuando se paseaba por el pueblo como una princesita, mucho antes de que aquello se le quedara tan pequeño. Ahora, y no sólo por lo que había pasado, por la catástrofe vital en la que se veía inmersa, todo ese universo olía a moho, a cerrado, era un mundo clausurado y muerto. ¡Su realidad era tan aparatosamente distinta! A veces le asaltaba la pregunta ¿En qué momento empezó a extraviarse?

No se atrevía a salir a la calle, no había salido del bungalow desde el mismo día en que llegó. En un principio la asustó la posibilidad de que alguien hubiera visto en Internet sus vídeos, pero llegó a desestimarla. Si así hubiera sido, Alicia habría tardado minutos en saberlo, y en pocos segundos más la habría tenido en la puerta, hecha una fiera. No, nadie en el pueblo sabía nada.

Después, la acució un temor más sutil, el temor a Benito, a lo que pudiera hacer o decir a otros, y el miedo a los recuerdos, a las infinitas lágrimas que podían acecharla en cada recodo del pueblo. Era verdad que en el pasado ella había sido dura, muy dura, pero eso fue cuando tenía vida, antes de que estuviera rota, y no se sentía preparada. A pesar de ello, en un momento u otro tenía que reunir valor para acercarse a ver la tumba de su padre, íntimamente deseaba afrontarlo, y además sería tremendamente llamativo que no lo hiciera. A ratos la acuciaba la necesidad de sentirse fuerte para algo.

Aquellos tres días habían discurrido en una inestabilidad tal que se había visto obligada a aceptar que se había convertido en lo que más detestaba: una neurótica. Había un límite en los milagros que podían hacer las pastillas para dormir y estaba harta de píldoras. Tan harta como de ese desesperante ciclo de despertar, contemplar su cuerpo horadado por cuantos aritos habían querido ponerle, llorar mientras miraba a través de los visillos de la ventana, aterrorizarse de su presente, acabar mirando su página en Internet, a ver si habían colgado algún vídeo suyo nuevo, alguno a ser posible de los días en blanco, los que no recordaba tras el Siroco, harta desear y temer saber qué demonios la habrían obligado a hacer en esos días....

Demasiadas veces, no sabía cuántas, llevada por la ansiedad o por la lujuria, se había masturbado viendo esos vídeos, y un diablo pequeño, dentro de su cabeza, le había susurrado que era demasiado descanso para una puta tan joven, que volvía a estar otra vez caliente. Y la masturbación era un placer tan oscuro, tan frustrante, que venía a traerle casi más culpabilidad que el sexo. Tras la cadena de orgasmos, inevitablemente, volvían otra vez las lágrimas.

Aquella mañana, se había despertado de otro talante, quizás no más animosa, pero sí más colmada de su rutinario ciclo y deseosa de romperlo. Todos los momentos iban a ser igual de malos para visitar la tumba de su padre, sólo se trataba de elegir alguno en que fuera capaz de hacerlo; decidió que sería ahora. Benito la había dejado en paz hasta entonces, eso tenía que significar algo. Se vistió con tanta seriedad como pudo, eligió de su maleta una larga falda negra, una blusa blanca, y una chaqueta también negra que podía abotonarse casi hasta el cuello y sin pensárselo más, salió desesperada del bungalow.

Intentó caminar deprisa, sin prestar demasiada atención a nada, pero enseguida flaqueó su determinación. Vio al negro sentado a una mesa del bar y como se apuraba la cerveza, y salía andando precipitadamente tras ella. Se le encogió el corazón. Siguió avanzando como unos cien metros, casi hasta el final del pueblucho, y cuando estuvo segura de que no había nadie cerca que pudiera oírlos, se atrevió a detenerse.

¾ ¿Qué carajo quieres? ¾ Preguntó directamente a Benito en cuanto logró alcanzarla.

¾ ¿Oye? Parece que ya estás adoptando el vocabulario de las de tu calaña. No quiero nada en absoluto ¾ respondió el negro, con su marcado acento afrocubano y gesto sarcástico¾ , me limito a cumplir mis órdenes. Tengo instrucciones de acompañarte allí donde vayas, o incluso de llevarte donde me digas, has dicho a todos que soy tu chofer, pero sin permitir que te alejes de mí, eso es todo.

¾ ¡Pues qué bien! ¾ murmuró Silvia enarcando las cejas¾ . Ahora parece que tengo niñera. A eso le llamo yo tener intimidad.

Siguió andando hasta el cementerio, agradeciendo que Benito no se colocara a su lado y tuviera el detalle de seguirla varios metros atrás. Le incomodó enormemente tanto su presencia como el significado que tenía. La hacía ver, palpablemente, lo mucho que habían cambiado las cosas. Al llegar a la zona próxima a la tumba, situada a ras de suelo, volvió a detenerse a esperarlo.

¾ Oye, como ves, el panteón familiar está rodeado por un seto altísimo, no voy a ninguna parte. ¿Puedo disponer de unos minutos en los que llorar a mis difuntos?

Benito asintió con la cabeza y se sentó en un banco a echar un cigarro, mientras ella penetraba por el hueco de verdor que daba paso al panteón. Lamentó tener que hacerlo, pero las órdenes de Jorge habían sido claras. No podía exigirle nada y debía limitarse a vigilarla, carecía de atribuciones para ir más allá; era su descanso y ya se iba a forzar la voluntad de Alberto en suficientes cosas como para no respetarla tampoco en eso. Además, los aritos que le habían colocado tenían que cicatrizar, y no se le podía dar demasiada guerra. Por otra parte, era mucha verdad que él era un hombre joven que tenía sus necesidades y las mujeronas del pueblo, tapadas hasta los ojos, no daban ninguna alegría. Habría sido estupendo que también él pudiera tomarse algún respiro. Además, aunque no fuera tan sádico como otros, empezaba a encontrarle el encanto a todo aquello; el cabrón del viejo, ahora difunto, siempre le había caído fatal y le resultaba encantadora la posibilidad de desquitarse en su hija de lo mucho que había sudado por enriquecerlo. ¡Que sudara ahora ella con el coño! En fin, al menos le quedaba el consuelo de que quedaba muy poco para que se levantara la veda y acabara el descanso; en el camino a Madrid, volvería a poner las cosas en su sitio. No, mejor no se fumaba el cigarro, se arrepintió antes de encenderlo, prefería un porro, el cementerio estaba desierto.

Silvia, a sólo unos metros pero rodeada por el seto, acarició con la punta de los dedos la lápida de su padre, como si necesitara hacerlo para aceptar su existencia. Le resultó increíble, inaceptable, que todo lo que quedara de quien tanto había querido, de quien había considerado un pilar fundamental y definitivo de su vida, fuera aquella tersa superficie de mármol blanco, aquellas letras grabadas marcando el nombre y la fecha. De algún modo, siempre había imaginado que eso podía pasar, que era cuestión de tiempo que pasara, pero ahora estaba acariciando con la yema de los dedos todas sus imaginaciones, todas sus pesadillas. Papá ya no era el límite de su libertad, ni el culpable de todas sus desgracias, muy al contrario era quién había vivido esforzándose por encaminarla hacia el bienestar, un bienestar que ella y su libertad habían dinamitado en un tiempo record..

Alzó los ojos, cuajados de lágrimas. El cielo estaba nublado, a pesar de lo cual seguía haciendo calor. Sobre la lápida, había un ramo de rosas ajadas, colocadas por Alicia, supuso. Y no quiso imaginar qué habría más abajo, qué habrían hecho aquellas escasas semanas sobre el cuerpo de su padre, que ella siempre recordaría joven y vigoroso. Se llevó las manos a los ojos y lloró hasta quedarse sin lágrimas ¿Qué pensaría su padre del infierno que estaba viviendo, del uso que había hecho de todo cuanto había luchado por darle? No pudo más, necesitó huir de allí, y un olor extraño alcanzó su nariz. No era un olor a madreselva, ni a rosas, tampoco desagradable, pero nada común en un cementerio. Enseguida logró distinguirlo: Haschis, alguien en las proximidades se estaba fumando un porro. Se secó los ojos como pudo, y salió del panteón, con temblor de piernas, para encontrarse a Benito, despatarrado en el banco, exhalando el humo con cara de satisfacción.

¾ Joder, tío ¿es que no respetas nada?

¾ ¿Y qué hay que respetar? Nadie me ve, y no creo que los huéspedes de este hotel se molesten; es todo caso, huele mucho mejor que ellos.

Silvia sintió la ira enroscándosele en el estómago, pero no dijo nada, recordó que dentro de muy pocos días Benito sería una de las varias personas a las que iba a deber absoluta obediencia, no tenía nada que ganar cabreándolo. Se sentó en el banco junto a él y alargó la mano pidiéndole el porro. De pronto, le apeteció adormecerse; más que dormir, adquirir uno de esos estado de sopor que el haschis proporciona, en los que todo puede verse como si no afectara, como si no existiera la prisa.

Benito se lo pasó enseguida, con gesto de sorpresa, y una idea se le cruzó por la mente. Estaba claro que en el pueblo no podía ordenar nada a Silvia, pero... ¿Qué pasaba si era ella la que se le ofrecía, la que venía a pedirle guerra? Síiiii, sería estupendo, e incluso sería un aliciente muy prometedor para todas las vacaciones futuras. La dejó que fumara con tranquilidad, que se relajara; le pasó el cargadísimo porro cuantas veces quiso, pensando que colocada sería más vulnerable.

Silvia fumó, calada tras calada, como si se fuera a acabar el mundo. Permitió que el humo se introdujera por cada rincón de su mente, calmando el dolor de su espíritu. Después de todo, la mañana no era desagradable, nada le impedía disfrutar del ahora, aislarse allí sentada, rodeada de verdor. Los problemas aparecían cuando intentaba prevenir las tormentas del futuro, pero el ahora era siempre blanco, un lugar de reposo. Sin darse cuenta, la vieja Silvia, la jovencita engreída y despótica que siempre había sido, brotó de ese instante de paz interior.

  • Quiero mi teléfono móvil
  • dijo con tono seco, como si su voz surgiera del interior de un pozo- , y mi caja de píldoras anticonceptivas, y también chocolate - añadió con tono exigente.

  • ¡Ja!

  • Rió Benito- ¿No has olvidado algo? ¿No has olvidado decir "Por favor"? Mira, cada vez que apetezcas un porro, me buscas y nos lo fumamos juntos ¿Donde está el problema?

  • Joder, sois la hostia; os encanta fastidiar a ti y a los otros. Me habéis dejado la bolsa de cocaína ¿Qué sentido tiene que no pueda tener mi propia bola de haschis, que no se me permita relajarme un rato?

Benito, que la había tratado un poco a la ligera, empezó a tomarse más en serio la situación, e incluso a explorar las posibilidades que más podían beneficiarlo. Había una cosa cierta, si algo enseñaba la experiencia era que de Silvia solía sacarse más cuanto peor se la tratara. Nadie que hubiera aplicado esa política había fracasado.

  • La cocaína la conservas porque es tuya y te la ganaste, no hay más razones. Tu teléfono móvil se ha extraviado, al llegar a Madrid te darán otro, y sobre los anticonceptivos... No sé por qué no los tienes, supongo que Jorge hablará contigo de eso cuando volvamos. Sí puedo decirte en cambio que no hay ningún obstáculo para que consumas cualquier clase de droga, y menos una tan blanda como el haschis, lo único que sucede es que no lo tienes, aunque las cosas podrían tan tremendamente diferentes si tú quisieras... - dejó colgando la insinuación mientras, con una sonrisa audaz, deslizaba su dedo índice por la camisa de Silvia, justo sobre uno de sus pezones. Sintió, a través del delgado tejido la dureza del arito de acero, ese arito de cuya existencia había sido informado, pero que se moría de ganas de disfrutar a sus anchas. Y sintió algo aún más prometedor, sintió a Silvia estremecerse, como si le hubieran aplicado una corriente eléctrica. Su cara se tensó y se alejó de él en el banco dando un brinco.

Benito volvió a reírse, sintiéndose ya seguro de sí mismo y sus posibilidades.

  • Las cosas son sencillas
  • continuó- , tú quieres esta bola de haschis, para hacerte pajas sola en casita
  • dijo depositando una gruesa bellota sobre el asiento- , y para tener este chocolate, tendrás primero que comerte este otro - Concluyó mientras extraía de la bragueta su enorme polla negra.

Ella le volvió la cara, sentada al otro extremo del banco, pero él supo leer el significado oculto de esa actitud; se alejaba de él, pero no había emprendido la huida, como perfectamente podría haber hecho. Estaba ardiendo, quería lo que quería, y sólo había que presionarla un poco más para que se entregara y abriera las patas.

  • No sé por qué te montas tanto drama - dijo con tono despreocupado, mientras le ofrecía un segundo porro que había hecho mientras hablaban- , cualquier capricho que me niegues ahora, tendrás que dármelo dentro de tres días, tanto si te gusta como si no. Para mí no es problema esperar, sólo un poco aburrido.

Silvia agarró el porro con toda la brusquedad de la que fue capaz, pero sin mirarlo directamente, y evitando cuidadosamente que sus ojos se posaran en la desnuda y ofrecida verga del negro. Dio una larga calada, haciendo un esfuerzo sobrehumano por relajarse. No tenía obligación de obedecer a Benito, y allí no tenía por qué pasar nada que ella no quisiera que pasara, pero era tan cierto lo que él decía, era tan cierto que dentro de tres días tendría que darle lo que quisiera... El pensamiento apareció en su mente ¿Qué ganaba con resistirse? Le devolvió el porro con la misma brusquedad con que lo recibiera, pero en esta ocasión no pudo evitarlo y su vista se quedó prendida, llena de codicia, en el erecto y jugoso aparato del negro. A pesar del colocón que tenía, supo que había enrojecido hasta las pestañas. Mierda, mierda, mierda, se dijo a si misma, mientras volvía de nuevo la cara con un desesperado esfuerzo. ¿Qué le había sucedido en aquellas escasas semanas? ¿En qué se había convertido? No dejaba de preguntárselo.

Benito, comprendió la lucha interior en la que ella se debatía. Fumó con placer y con lentitud, saboreando el momento. Silvia seguía sin atreverse a irse; en realidad, era evidente que seguía sin desearlo. Se levantó relajadamente del banco, colocándose frente a ella para ofrecerle el porro, de manera que su polla le quedó enfrente de la cara.

  • ¿Sabes? Antes de venir Jorge me aseguró que podía hacerse cualquier cosa contigo y que no es necesario amenazarte, que eres una puta de pies a cabeza ¿Cómo si no podrías haber llegado al lugar en que estás? ¿Cómo podría obligarse a nadie a hacer lo que tú haces? Lo que sí que es una verdadera pregunta es si vas a prostituirte ahora por una bola de haschis, o si la bola de haschis es el pretexto que usas para asegurarte unos cuantos orgasmos. Curioso ¿verdad?

Silvia fumó, mirando obstinadamente hacia los lados, sin atreverse a afrontar la desnuda verdad que el negro le ofrecía. Conocía su cuerpo, ese cuerpo nuevo que Jorge parecía haberle descubierto, si sucumbía a mirar la entrepierna de Benito, todo estaría perdido, se desmoronaría hasta la última línea de resistencia que intentara oponer. Pero algo sucedió que acabó de romperle los esquemas, contempló por el rabillo del ojo como él extraía del bolsillo una cámara digital, y le sacaba varias instantáneas, allí sentada, sobre el banco del cementerio, con cara de colocada y fumando un porro. Fue demasiado para ella.

  • ¡Cerdo, Cerdo!
  • Gritó, mientras se levantaba del banco hecha una furia- Hace falta ser muy cerdo para aprovecharse de una mujer en mis circunstancias.

  • ¡Ja!

  • Rió Benito, sin dejar de fotografiarla- . Sigue así, con cara de cabreada estás todavía más buena.

Silvia se tambaleó. El porro y medio que se había metido entre pecho y espalda entorpecía sus movimientos. No podía pensar, otra vez se veía desbordada por las circunstancias y le costaba un enorme esfuerzo mantenerse en pie. Se sentía mareada y su excitación era innegable, los ojos se le habían quedado prendidos en la verga de Benito, que destacaba como un insulto entre las cruces blancas de las tumbas. Notaba los pezones erectos y la ya tan conocida humedad deslizándose por su entrepierna. Cayó de rodillas, sin poder evitarlo, y el canuto a medio fumar resbaló de sus dedos sobre la hierba.

  • ¿Ves lo que te decía?
  • Dijo el negro con sarcasmo- ¡Ya me extrañaba que quisieras esperar tres días para comerte una polla!

  • ¡Por favor, no te corras en mi coño! - Suplicó- . Me aterra quedar embarazada.

Benito sonrió al oírla y no respondió. Captó la aceptación que había implícita en su ruego y simplemente la dejó hacer. Era el momento de saborear el triunfo.

Silvia, verdaderamente no pudo esperar más. Lo que estaba sucediendo no era otra cosa que lo que llevaba días deseando, la materialización de sus fantasías masturbatorias desde que llegara al pueblo. Sintió crujir algo dentro de ella, como si se desplomara una barrera, a la vez que la inundaba un sentimiento de liberación, era el placer de rendirse; literalmente se abalanzó sobre el aparato del negro y se lo tragó entero sin preámbulos, empezó a chuparlo arriba y abajo, mientras se acariciaba el coño a través de la falda. Resistirse no tenía sentido, mejor vivir el ahora, disfrutar cuanto pudiera las satisfacciones que cada momento le deparara.

Benito Gruño de placer, y sacó aún unas pocas fotografías. Era delicioso tener a esa zorra de rodillas, comiéndole el nabo, hirviendo de excitación. Con la mano libre, forcejeó con su chaqueta hasta lograr quitársela del todo, la camisa fue mucho más fácil, bastó con un brusco tirón para hacerle saltar los botones y dejársela cruzada en la espalda, oprimiéndole los brazos. Por fin alcanzó a contemplar los dos aritos de acero horadando sus pezones, destacando sobre la rosada aureola, y alzados hacia arriba por la excitación. Le apretujó las tetas con rabia, mientras ella, precipitadamente, se liberaba de la camisa y le quitaba el cinturón, bajándole el slip, y se engolfaba en lamerle las pelotas.

Sólo entonces tomó conciencia de las dimensiones de su éxito. No había sido necesario amenazarla, ni siquiera prodigarle demasiados insultos, había bastado con decirle la verdad para tenerla como la tenía, completamente entregada y comiéndole los huevos. Se dio cuenta de que simplemente podía hacer de ella lo que quisiera, y de que aquello iba a ser mucho mejor que si sucediera dentro de unos días; así, por su propia voluntad y sin apoyarse en el poder de nadie, era infinitamente más satisfactorio, más natural y absoluta su degradación. Silvia, no sólo iba a ser un producto muy valioso de vender, además, iba a disfrutar mucho haciéndolo. Supo que podía obtener de ella cualquier cosa que quisiera, e instantáneamente supo lo que quería.

La empujó con fuerza, haciéndola caer de espaldas sobre el césped, y miró en su derredor. No había nadie. El cementerio parecía ser más grande que el pueblo, como si el lugar estuviera más habitado por difuntos que por seres vivos. Se sentó a horcajadas sobre ella, haciendo que la polla le quedara entre sus enormes tetas, coronadas por los dos erectos anillos. Sabía que acabaría por acostumbrarse a ellos, pero mientras eso sucedía le producían una erección descomunal. Él era cubano, y precisamente una paja cubana era lo que obtendría de ella.

Silvia pareció leerle el pensamiento y se apretujó los pechos, haciéndolos abrazar la polla del negro. Él gimió de placer, haciendo que su verga se deslizara entre el canal de las tetas, llegando casi hasta los ávidos labios de la muchacha. Durante un instante, casi sintió que perdía el control, casi deseó cubrir con su leche la cara de aquella zorra, sintió el impuso de remangarle la falda y follársela allí mismo, sobre el césped. Pero no, cosas así las había vivido ya varias veces y deseaba hacer algo más original, ir muchísimo más lejos. Era lo inesperado, lo brutal, lo que mejor resultado daba con ella. Y era muy conveniente que le quedara claro quién mandaba; iba a haber muchas situaciones en la calle en las que sería imprescindible que no tuviera dudas sobre su sometimiento.

Se puso en pié, haciendo un esfuerzo y se quedó mirándola sonriente, mientras ella se incorporaba entre excitada y confusa. Se le notaba que no quería interrumpir, casi le daba miedo pensar en lo que en realidad quería, que la pusiera patas arriba y la follara hasta que le saliera la leche por las orejas, a pesar del sitio, de los riesgos, y de lo que ello significaba. Sólo había una cosa de la que no tenía miedo, de que Benito la dejara a medias. Sabía de cierto que la llevaría mucho más allá del final, de cualquier final imaginable, era lo que hacían todos.

  • Fuera esa falda, zorra
  • Le disparó la orden a bocajarro- . Y las bragas también fuera. Las putas como tú tienen que ofrecer lo que tienen, que parecer lo que son, incluso en un cementerio.

Silvia, ni se planteó la posibilidad de desobedecer. Era consciente de donde estaba, de lo que estaba haciendo, pero el negro había sabido dirigirla, había sabido tomar el control de ella, y a esas alturas sólo veía los enormes orgasmos que podía obtener, la única compensación por tanta desgracia que la vida le deparaba. Ahora también pertenecía a Benito, y lo sabía, tenía su propia parcela de poder sobre ella, y disponía de lo que era suyo. Se levantó tambaleándose, hecha un mar de dudas, y dejó toda la ropa sobre la hierba.

  • Así está mejor, basta de hipocresías. Estás para matarte de buena - Dijo mientras le daba un largo vistazo admirativo- Y los aritos del coño son el toque maestro que pone las cosas en su sitio. Vamos a buscar un lugar más íntimo en el que pueda follarte como Dios manda - Y agarrándola de la mano, la llevó casi a rastras hasta el panteón en el que estaba enterrado su padre.

A Silvia le dio un vuelco el corazón. A pesar de que sentía la cabeza como si la tuviera metida en un cubo, intuyó lo que el negro quería y la palabra "NO" afloró en su mente, aunque no llegara a brotar por sus labios. Se tambaleó al ver el sepulcro y Benito tuvo que tirar de ella para hacerla entrar al recinto, casi completamente cubierto por un tupido y altísimo seto.

Sintió una soledad terrible ¿Es que no era suficiente para ellos el follarla? ¿No podían conformarse con el acceso absoluto que tenían a su cuerpo? ¿Nunca iban a demostrarle un poco de cariño, ni siquiera el que se tiene hacia un juguete divertido? Siempre, siempre, todos encontraban la manera de herirla, de hundirla cada vez más en la mierda. Supo lo que iba a pasar y una lágrima escapó de sus ojos, que vino a caer sobre las baldosas que rodeaban la tumba. De acuerdo, ella era incapaz de trazar una línea, de definir las cosas que no haría o a las que no llegaría, pero ¿es que no deseaban trazarla ellos, no había límites en su deseo de destruirla? Se dio cuenta de que por mucho que le repugnara, no podía parar lo que estaba sucediendo.

Benito, tomándola en peso por el trasero, la levantó como si no pesara, la sentó sobre la lápida de su padre y se quedó mirándola. con una sonrisa irónica.

  • En realidad, la idea de todo esto me la dio don Jorge, me dijo de pasada que lo ideal sería que consiguiéramos que enterraras por completo a Silvia Setién, a la niña bien que fuiste, para que de sus cenizas brotara la zorra que llevas dentro. La frase se me quedó dando vueltas y le añadí unos toques de mi cosecha.

Silvia apenas lo escuchó, sentía mareos y estaba caliente como una novia; le gustara o no, sólo tenía ojos para la polla del negro. Era increíble que estuviera mojada como una perra en celo, que sus jugos le corrieran sin freno por los muslos, hallándose sentada sobre la tumba de su padre, tan desnuda como cuando la trajeron al mundo. El negro, presionándola con el dedo índice, y con la misma sonrisa en la cara, la hizo tenderse sobre la lápida. Se estremeció al sentir la frialdad del mármol contra su espalda, contrastando con el cálido vaivén de la verga entre sus muslos. Inconscientemente intentó atraparla, introducirla en su ávido sexo. Benito, pletórico, le golpeó varias veces el exterior de la vagina con su enorme y erecto pene, disparándole espasmos de placer por todo el cuerpo.

  • Bueno, chica, parece que ha llegado la hora de la verdad - dijo con voz calmada- , pero no quiero que vayas diciendo por ahí que te violé o que abusé de ti, y mucho menos quiero que puedas decirte semejantes estupideces a ti misma ¿Estás absolutamente segura de desear que te folle? Eso sí, habrá de ser aquí, de esta forma, o nada - Apostilló encogiéndose de hombros con indiferencia- ¿Estás segura de querer que te haga todavía más puta?

Silvia sintió como los ojos se le inundaban de lágrimas. ¡No podía quedarse así! No podía simplemente levantarse, vestirse, y llevarse el calentón a casa.

  • Sí, sí, fóllame de una vez, maldito negro de mierda, cabrón degenerado, fóllame de una vez y déjame en paz.

Benito dejó que pasara un eterno minuto antes de hablar.

  • Lo siento, chica, lo lamento de veras, pero no puedo hacer así las cosas
  • Replicó tranquilamente, sin dejar de azotarle con el pene los alrededores de la vagina- . Realmente deseo follarte, me la has puesto dura como puedes sentir, pero no voy a tolerar que olvides el respeto que me debes. Si deseas algo de mí, habrás de pedirlo "por favor" y de eximirme de cualquier responsabilidad. Recuerda que hoy por hoy, no puedo ordenarte nada y al fin y al cabo eres tú la que lo desea.

Silvia, ya no se detuvo a reflexionar sobre aquella última humillación a la que la estaba sometiendo. Estaba a punto de tener un orgasmo y no tenía ánimo para reflexiones. Algo tomó el control dentro de ella y se oyó a sí misma decir con voz humilde y ronca.

  • Sí, Don Benito. Le ruego le ruego encarecidamente que me disculpe, no puedo aguantar más, haga de mí lo que quiera; por favor, fólleme, se lo suplico.

  • Bueno, pequeña, siendo así, todo cuanto aquí suceda ha de quedar registrado para la posteridad, no quiero que después vayas contando o recordando las cosas como te dé la gana. Se apartó de ella y colocó la cámara sobre el respaldo de un banco que había en el lateral, enfocando a la chica y configurada en automático, para que sacara treinta fotos por minuto. Y no se hizo más de rogar. Él también llevaba varios días fantaseando con la posibilidad de algo así, y aquello iba mucho más allá de sus sueños más optimistas. Se había divertido mucho en anteriores ocasiones con aquella zorra, sí, pero había sido cumpliendo con los planes de otros, aquella era la primera vez que tomaba verdaderamente la iniciativa, que la hacía entrar por sus propias apetencias, y la sensación le encantaba. Aquello le gustaba más de lo que hubiera podido prever.

Colocó su polla en la entrada del coño de la chica y presionó lentamente. La introdujo con suavidad en la bien lubricada vagina y Silvia se arqueó para recibirla, apoyando la cabeza sobre el mármol, impulsó su cuerpo contra el suyo, luchando por introducírsela hasta el fondo. Tenía la cara cubierta de lágrimas, lloraba y gemía como una perra.

Perdió el control, era demasiado placer el que había estado conteniendo; notó que había llegado a ese punto sin retorno en el que no iba a poder evitar correrse. Levantó las piernas de la chica hasta colocárselas sobre los hombros, sin importarle que todo el peso de ella recayera sobre su nuca. La propia Silvia se contorsionaba, llenaba el cementerio con sus gimoteos, sollozaba y gemía, sin preocuparse de si alguien podía oírlos, atravesada por continuos orgasmos.

Sintió el contacto de sus muslos sobre el cuerpo, le palmeó el culo hasta hacerle daño, y le amasó las tetas con glotonería; mientras, enloquecido, la penetraba salvajemente. La polla se le puso inmensamente dura dentro de ella y presionó hasta el fondo, se dejó ir, corriéndose él mismo, derramándose en su interior con un alarido. Dios ¡qué increíblemente buena estaba! Uno de los mejores polvos de su vida. Los dos casi se desmayaron al unísono, exhaustos sobre la lápida.

Por un instante, Benito experimentó una leve incomodidad ¡qué poco había durado su triunfo, aquella explosión de deseo! Intensa, sí, pero de una fugacidad tal que producía remordimiento, por tantas, tantas posibilidades perdidas. Pero no, enseguida se rehizo. Era joven y aún seguía dentro de ella. Aquello había sido sólo sacarse las ganas, aún tenía cuerda para un segundo asalto que dejara las cosas en su sitio. La vida de un trabajador, negro y extranjero encima, deparaba muy pocos momentos de placer, y aquel iba a vivirlo hasta el límite, también él había perdido el control. La cámara seguía en el banco, registrándolo todo, y con la luz roja encendiéndose intermitentemente. Silvia hizo un breve amago de apartarlo, como si entendiera que habían terminado, pero él, enardecido, le dio dos sonoras bofetadas que le enrojecieron la cara y le gritó mirándola a los ojos:

  • ¿Qué te crees, que puedes despedirme como si fuera un chiquillo? Apenas he empezado a follarme tu alma.

Ella lo miró, con los ojos cuajados de lágrimas y sintió como sus manos le presionaban el trasero, por debajo de los jeans, atrayéndolo hacia ella. Aceptaba, quería más, al igual qué él, e iba a dárselo, o a quitárselo todo.

Silvia sintió los veintimuchos centímetros del negro volver a cobrar vida en su interior. Ahora empujaba con una suavidad enloquecedora. Sentía vergüenza, asco de sí misma, pero a la vez supo que no podía negar nada a Benito, que no cabía ni soñarlo siquiera, pertenecía a aquel negro descomunal que había sabido poseerla, explotar para su disfrute el punto G de su mente. Se dio cuenta de que no era el colocón, ni el haschis, ni la pena, nada de eso servía de excusa que pudiera ofrecerse a sí misma; era su cuerpo traicionándola por siempre, ofreciéndola como una flor que abriera las patas del alma, anhelando ser estrujada. Entre sueños y orgasmos, volvió a oír la voz pastosa de su dueño.

  • Por un rato, no voy a hablar contigo, puerca, es hora de enterrar a la Señorita Setién, como sugirió don Jorge; es hora de que hable un poco con tu papá, de hombre a hombre. En cierto modo, esta es mi presentación en la familia ¿no?

Un escalofrío le recorrió el cuerpo, al oír como el muy degenerado se atrevía a dirigirse a su difunto padre, a incluir en su degradación algo tan doloroso. Pero su cuerpo reaccionó entregándose aún más a él, abriendo las piernas hasta el límite, y elevando el culo para que la penetrara hasta el fondo.

  • Pues sí, don Enrique, durante dos años sudé como caballo por enriquecerlo, trabajé a destajo y a deshoras, temiendo cada mes la extinción del contrato. Quiero que ahora vea como hago sudar a la potranca de su hija. No soy su novio, ni su amigo, ni por supuesto me voy a casar con ella, sólo soy uno de los que la putean y me cobro el sudor que me debe, me lo cobro hasta la última gota - repitió con lentitud, mientras enviaba su polla, otra vez dura, muy dentro de ella, hasta sentir la cabeza en el orificio de su útero¾ . Me vacio en ella - continuó- y me encanta la posibilidad de añadir a su familia algún nietecito negro. No querré saber nada de él, pero no le quepa duda de que mejorará sus genes tanto como emputecen a su hija.

Silvia, debatiéndose entre constantes orgasmos, había oído cada palabra, cada sílaba del negro había penetrado tan hondo en su mente como la polla lo hacía en el coño. Se dio cuenta: eran los insultos, la degradación, el ser humillada lo que la ponía a cien, caliente mas allá de lo controlable. No había nada que pudiera hacer salvo gozar, permitir gozar a su cuerpo, confesar su incapacidad para resistirse.

  • ¿He mentido en algo, zorra? - Preguntó Benito, trayéndola de vuelta a la desquiciada realidad que vivía- . Dile a "papá" si he faltado en algo a la verdad. ¡Se honesta por una vez en tu vida!

Entre la niebla del placer, comprendió lo que el negro quería. Por suerte, la cámara no grababa los sonidos, aunque las imágenes ya eran de por sí lo bastante elocuentes. Tembló y casi sintió ganas de vomitar al pensar en el poder que estaba concediendo al negro, en el impacto que causarían en el pueblo las fotos que estaba sacando, si es que se decidía a mostrarlas. Pero la verdad era la verdad y no podía sustraerse a reconocerla, era eso lo que ahora le estaba exigiendo.

  • Es cierto, padre,
  • musitó entre sollozos- es cierto todo cuanto ha dicho. Soy una puta, soy su puta y la de varios otros. Tu hija, la Silvia que fui, está sepultada contigo.

Más allá de las lágrimas, vio sonreír a Benito, mientras la volvía a penetrar con salvajismo. Era increíble como había cambiado el afrocubano; había sido un largo viaje desde su sumisión inicial. Incluso en los primeros polvos, no era tan destructivo, ni parecía disfrutar tanto con herirla. ¿Sería posible que su absoluta disponibilidad, su entrega, volviera locos a los hombres, que despertara lo peor de ellos mismos? No estaban en preparados para una libertad tan completa, se comportaban como niños malos, de los que sólo disfrutan de su juguete mientras lo rompen ¿Estaría en cierto modo corrompiendo a todos cuantos se le acercaban?

No tuvo tiempo para aventurar una respuesta, explotó en un último y arrasador orgasmo, al tiempo que también lo hacía el propio Benito. Sintió como una vez más la alzaba sobre la lápida, la follaba con empujones rudos, impulsándole la cabeza hacia dentro, hacia los huesos de su padre, junto a los que ahora también descansaba la vieja Silvia, la chica malcriada que había sido. Nunca, nunca, podría volver a ser la misma, a reconquistar su firmeza, aquella antigua y a ratos añorada estabilidad en el mundo. Se desmayó, oyendo de fondo los gruñidos del negro y como le decía: - Estás muerta, zorra, muerta, muerta, muerta...

Benito se apartó de ella, la abandonó como a una muñeca usada, exhausta, inconsciente sobre el mármol. Se quedó mirándola, y casi necesitó pellizcarse para convencerse de que todo aquello era real. Tenía el nabo dormido de tanto correrse, el cuerpo pletórico de satisfacción, y ante él yacía Silvia, despatarrada como un títere, con los pelos del coño embadurnados en espesos chorreones de esperma; varias gotas gruesas, blancuzcas, habían resbalado sobre la lápida. Se sentó en el banco a fumar un cigarro, y casi estuvo a punto de apagar la cámara, pero no, no ¿Quién decía que aquello había terminado? Tenía la polla fláccida, , era innegable, pero... ¿Por qué dudar de la capacidad de Silvia para cambiar ese estado? Era momento de ser ambicioso, con ella todos lo eran, y los porros lo habían despojado de inhibiciones, habían liberado su imaginación y la habían abierto a otras posibilidades. Quizás volviera a tener otra erección y quizás no ¿pero qué importaba? aún seguiría siendo instructivo para ella seguir humillándola, además de divertido.

La contempló extasiado durante un par de minutos. Estaba preciosa, la muy puerca, tumbada sobre la tumba, boca arriba y abierta de piernas exhibiendo en todo su esplendor los tres aritos del coño, además de los otros dos de sus pezones. Tenía la cara empapada en sudor y lágrimas, y los ojos cerrados. Sus pechos permanecían erectos, grandes, inmunes al aplastamiento de la gravedad, mostrando las huellas sonrosadas de sus caricias; y sus piernas, estilizadas y regordetas, abiertas en el abandono de la inconciencia, parecían invitarlo a seguir follándola.

Dios, Dios, Dios ¡Se había corrido dentro de aquel pedazo de hembra, completamente desprotegida y susceptible de ser preñada! (Ojalá que Jorge no saliera con historias de abortos ni de otros métodos anticonceptivos) Casi se le puso dura de imaginar la emoción que iba a sentir cuando empezara a hinchársele el vientre, porque eso sucedería, aunque el retoño fuera de otro acabaría por suceder; vivir varios meses con esa intriga, conversarla y compartirla con sus amigos, iba a ser maravilloso, y aún quedaba mucho, mucho descanso por delante... Incluso daría tiempo de empujarla a tener alguna aventurilla con la gente del pueblo, mostrar fotos e irla emputeciendo un poco también allí... Pero no, mejor no, eso podría hacer enojar a Alberto o incluso al propio Jorge, y prefería disfrutarla él solo los días que quedaban. Habría tiempo para todo, sólo eran sus primeras vacaciones.

Silvia empezó a moverse sobre la lápida. Se incorporó deprisa, a pesar del aturdimiento del haschis y los orgasmos, pues lo incomodísimo de la postura y la gelidez del mármol la hicieron reaccionar. Se sintió mareada, desorientada, como si acabara de despertar de una operación quirúrgica, en la que le hubieran extirpado alguna parte de sí misma.

No racionalizó los hechos recientes, sabía que podía recordarlos, pero no los quiso afrontar. Intentó filtrar la realidad, dejarla entrar como a pequeños sorbos amargos; el cielo seguía nublado, la brisa agitaba los cipreses como si nada sucediera, y ante ella estaba Benito, despatarrado en el banco y fumando un cigarro con cara de satisfacción; ahí fue donde la realidad empezó a revolverle el estómago. Bajó los ojos sólo para contemplar como los flujos y humores que habían quedado en su vagina resbalaban por sus muslos en espesos riachuelos blancuzcos y goteaban sobre la lápida en la que se hallaba sentada. A pesar del sopor, no pudo evitar sonrojarse; había suplicado a Benito que no se le corriera en el coño, y lo hizo dos veces..., y en esas cantidades. Si no lloró, fue únicamente por la certeza de que no la ayudaría en nada. El negro, completamente satisfecho, parecía haber terminado con ella y lo único que cabía hacer era intentar vestirse.

Aún no había dado el primer paso hacia la salida del panteón familiar, cuando sonó la voz del afrocubano:

  • ¿Te vas? ¿No me digas que vas a dejar así esa cochinada? Se supone que es la tumba de tu padre
  • Dijo señalando al amplio charco blancuzco que se veía sobre el mármol.

Ella se volvió lentamente, con las lágrimas empezando a aflorar otra vez a sus ojos, e hizo ademán de ir a enjugar la mancha con la mano, pero la voz de Benito interrumpió su gesto.

  • No, no, chica ¿Qué te enseñaron en casa? Desde luego no a limpiar. Con la mano sólo vas a conseguir extender todavía más esa porquería. Creo que la mejor opción sería que lo chuparas ¿No te parece?

Hacía una eternidad que ya no cuestionaba las órdenes, y mucho menos iba a hacerlo ahora, tras la paliza recibida. Era consciente de la monstruosa humillación a la que había sido sometida, y de las infinitas fotos que se habían sacado, pero el sopor del sexo y el colocón del haschis la tenían como anestesiada. Simplemente había adquirido el hábito de obedecer. Se arrodilló a los pies de la tumba, y sin reflexionar lo que hacía, empezó a dar sonoros sorbetones al espeso charco que había quedado, mezcla de esperma y flujo vaginal. Estaba preparada para su sabor, que no le era en absoluto desconocido, pero no para lo que sucedió ¿Cómo habría podido estar preparada para algo así, algo tan soez, tan asqueroso tan inimaginable?

Benito, al ver la facilidad con que Silvia había obedecido, la sumisa naturalidad con que se había arrodillado a lamer su esperma, terminó de convencerse de que todo, absolutamente todo lo que le bullía por la cabeza era posible. Definitivamente, no parecía probable que fuera a tener con ella problemas de disciplina. Se levantó sonriente del banco, y se decidió a hacer lo que apetece a cualquier hombre después de una intensa sesión de sexo: sencillamente orinar. Se situó frente a ella, y sujetándose el pene con la mano izquierda, meó sobre su cara, permitiendo que la orina resbalara sobre la lápida y borrara todo rastro del líquido que ella había estado sorbiendo tan golosamente.

Silvia reaccionó como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Se giró hacia él, mientras intentaba levantarse, pero recibió una fuerte bofetada que casi la hizo caer sobre la tumba.

  • Vas a abrir la boca, zorra, y vas a beberte todo lo que puedas. Quizás al principio te de un poco de asco, pero en cuanto te habitúes, estoy seguro de que te va a encantar.

No podía evitar nada, pues nada estaba bajo su control. Todavía arrodillada, cerró los ojos y muy pronto sintió el cálido chorro de orina sobre su cara, penetrar por su boca abierta. Sí, al principio le resultó asqueroso, el hedor le inundaba la nariz, y el sabor amargo provocó varias contracciones en su estómago, como si se negara a recibir aquel líquido, pero fue capaz, pudo hacerlo, y cuando la orina rebosó de su boca, Benito comprendió que era para ella fisiológicamente imposible tragarla, y jugó a esparcir su lluvia un poco por todas partes, por los cabellos, por su cara y su cuerpo. Sonrió al contemplar como el amarillento chorro bañaba aquellas dos tetas perfectas, se deslizaba por los aritos de los pezones y bajaba hacia su vientre. Nunca había hecho algo así a una mujer, ninguna de sus parejas lo había aceptado, y nunca tuvo dinero para pagar esa clase de servicio a una profesional. Se le puso dura entre los dedos de pensar hasta qué asombroso extremo poseía a aquella mujer. Finalmente, el chorro se extinguió y Silvia se aventuró a abrir los ojos.

  • ¿Por qué todo esto? ¿Por qué tanto odio? - Preguntó sin reflexionar, entre arcadas- Creía estar de vuelta de todo, pero es la primera vez que me hacen algo tan asqueroso
  • dijo mirando hacia arriba, hacia el gigantesco negro, sin dejar de parpadear por el picor de la orina y las lágrimas.

  • ¿Por qué? Porque es posible, y sobre todo por gusto - le respondió el negro, con tono desenvuelto- . Y sí, es mi primera vez, de lo que no estoy tan seguro es de que también sea la tuya; sé que hay cosas que no recuerdas, y aunque no me consta, con lo bien dispuesta que eres, mucho me extrañaría que a nadie se le haya ocurrido antes hacerte una lluvia de oro, sería de veras raro.

Sacó un clinex del bolsillo y empezó a secarse las manos, mientras Silvia hacia lo propio con sus ojos, se restregaba los dedos con insistencia intentando recuperar la visión. Cuando Benito acabó de secarse las gotas de pis, en su generosidad, ofreció a la chica el pañuelo usado. Ella lo agarró al instante y se restregó toda la cara hasta que se le deshizo entre los dedos. Alargó la mano pidiendo otro, pero tropezó con la férrea e inquisitiva sonrisa del afrocubano.

  • No, no, pequeña, yo nunca te voy a dar nada gratis, ni siquiera un pañuelo desechable, aunque todo tendrás posibilidad de ganártelo, naturalmente
  • dijo sacudiéndose la polla, que otra vez volvía a estar erecta.

Silvia, empapada en pis de pies a cabeza, tuvo que confesarse a sí misma que también seguía caliente y le fue mucho menos difícil de lo que hubiera podido imaginar volver a comerse el aparato del negro. Después de todo, ya era toda una experta en chupar pollas, y hasta en sicología masculina. Sabía que lo él quería era tan simple como una mamada de despedida, y eso podía ofrecérselo hasta con entusiasmo. Después de todo tenía que reconocer que había sabido mandarla, dirigirla, disponer de ella, y que la había hecho reventar de placer. Se sorprendió la naturaleza de sus emociones hacia el negro, aunque el sexo hubiera ido envuelto en cosas degradantes y hasta lúgubres, lejos de odiarlo, sus sentimientos no eran muy distintos de la gratitud. Se sentía liberada, como si ya no tuviera nada que perder, nada que guardar, nada de lo que protegerse. Tenía que pensar más adelante sobre todo eso ¿Estaría volviéndose loca?

De momento, se contentó con devorar la negra realidad que tenía ante ella. Mejor concentrarse en disfrutar. Dios varios lentos lametones en el glande, que poco a poco fue extendiendo hacia toda la verga y finalmente se la introdujo en la boca. Mientras, ya sin ninguna vergüenza, sus dedos viajaron a su entrepierna y empezó a masajearse ferozmente el clítoris.

  • Eso, cómeme el rabo, puta - oyó decir a Benito- que la agarró por los cabellos con firmeza y se aplicó en dirigir la mamada. Le movió la cabeza arriba y abajo con firmeza, a su entero antojo, introduciéndole su enorme polla negra hasta la garganta, hasta casi hacerla vomitar. Finalmente, eyaculó dentro de ella con un alarido, y se apartó con brusquedad. Silvia también se corrió, y se sorprendió a sí misma mirando a los ojos al negro y relamiéndose el esperma de los labios, como una gatita golosa. Sin saber cómo ni por qué, le besó el pene y con voz ronca le dio las gracias.

  • Gracias a ti, muñeca

  • replicó Benito- más que por el rato estupendo que he pasado, por eso
  • dijo señalando a la cámara- . Ha sido un detalle magnífico por tu parte. Jamás hubiera creído que me fueras a permitir llegar tan lejos.

Silvia asintió. Se sentía asombrada de sí misma. Había vivido encuentros sexuales de todos los grados de dureza, pero rarísima vez un sólo hombre había conseguido sacar tanto de ella, humillarla tanto, quizás sólo Jorge.

El negro, con gesto displicente, arrojó sobre el césped un paquete entero de clinex.

  • Toma, te lo has ganado
  • le dijo- . Lo que es justo, es justo.

Se guardó la cámara en el bolsillo y salió del panteón, ahora sí había acabado.

Silvia dedicó unos minutos a secarse, gastó el paquete entero de pañuelos, y tras aceptar que no podía hacer más contra el olor, ni por su desastrada imagen, escondió los desechos y se dispuso a salir del panteón. Su ropa había quedado afuera.

Inexplicablemente, no se encontraba del todo mal, sentía pánico al futuro y asco hacia el presente, pero un extraño bienestar inundaba su cuerpo, una sensación de como si hubiera recibido algo que hacía tiempo que le faltaba. Quizás, esa satisfacción fuera lo que más debería asustarla. Y lo más raro de todo, ni siquiera odiaba a Benito. En realidad, él había hecho lo mismo que hacían cuantos hombres se le acercaban: divertirse, y al menos se había tomado interés como para hacerla correrse como una burra.

Salió al exterior para encontrarse al negro semiacostado sobre el banco. Ya se había cerrado la bragueta, y fumaba tranquilamente, aunque tenía un aspecto casi más cansado que el de ella. Definitivamente, cualquier rastro de excitación había desaparecido de los dos, la sesión había concluido y ella recogió sus ropas del césped y se vistió sin demasiadas prisas. Había pasado desnuda un rato tan grande, que la había abandonado el temor a ser vista.

Decidió no despedirse de Benito, tenía mucho que reflexionar sobre todo lo que había sucedido y su preocupación más inmediata era llegar al bungalow sin que nadie se le acercara ni le hiciera preguntas, que no notaran el olor que desprendía ni su desastrado aspecto.

Ya había recorrido varios metros hacia la cancela de salida, cuando la voz del negro sonó a sus espalda.

  • ¿Oye, no olvidas algo?
  • Preguntó con tono irónico.

  • ¿Qué habría de olvidar?

  • Contestó ella, cansinamente, girándose para encararlo.

  • Una verdadera puta nunca olvidaría sus honorarios. Se supone que te prostituiste por esta bola de haschís ¿no es cierto? - dijo mientras alargaba la mano ofreciéndosela.

Ella deshizo el camino con gesto amargado y se guardó lo que le ofrecían en el bolsillo de la chaqueta. No quería hablar, estaba demasiado confusa por lo sucedido y por el caos de sus emociones. Se dio la vuelta de nuevo y se dirigió a la salida, pero la voz del negro volvió a detenerla. Benito no se había quedado satisfecho, quería asegurar el acceso a Silvia mientras durara su estancia allí.

  • Pero, chica ¿qué prisa tienes? Ahora eres tú la propietaria del chocolate, consideraría un gesto amistoso el que me invitaras a café todas las tardes y nos fumáramos un porrito. ¡Sin obligaciones, eh! ¿Qué te parece?

Silvia comprendió la clave en la que le hacía la pregunta; quería verla a diario para seguirla follando. Le daba la oportunidad de negarse, pero... ¿de qué le servía? Mañana, o quizás dentro de unas horas, estaría haciéndose pajas como loca, y anhelando compañía masculina, esa era la triste realidad. ¿Qué ganaba acumulando calentones como el que acababa de explotar sobre la tumba de su padre? Y, además de asegurarse el sexo ¡Cuánto bien le haría lograr cierta complicidad con Benito! Cuanto bien le haría conquistar, si no su amistad, al menos cierta gratitud por los placeres que recibía. Definitivamente, algo había cambiado mucho dentro de ella ¿Desde cuándo Silvia Setién se preocupaba de lograr la simpatía de un don nadie negro?

  • Sí, tendré café caliente todas las tardes - Aceptó con gesto de rendición, pero tenía algo dándole vueltas por la cabeza y aprovechó para hacer la pregunta ¿Qué va a pasar cuando regresemos a Madrid?

  • ¡Ja!

  • Rió Benito- No lo sé con exactitud y no creo que nadie lo sepa, ni siquiera Jorge. Lo que sí sé es que va a ser peor de lo que cualquiera de los dos podamos imaginar. Vas a estar a entera disposición de casi cualquier hombre, y tú no sólo no tienes límites, sino que además te falta hasta la voluntad de defenderte. El cocktail es explosivo. Pero ¿sabes una cosa? No lo siento. No tengo nada en contra de las putas, he conocido muchas que son personas abnegadas, generosas, fuertes y en multitud de casos admirables; pero tú no eres una puta, ninguna de ellas estaría dispuesta a hacer las cosas que tú haces; eres una viciosa, eres una mierda y mereces todo lo que te hacemos y todo lo que llegue a pasarte. No lo lamento, simplemente me voy a divertir mientras dure, y punto.

Las cosas estaban claras, terriblemente claras. En realidad, no le aportaban nada nuevo las duras palabras de Benito; eran las pesadillas previsibles que podía aventurar por sí misma. Ahora sí se dio por fin la vuelta, ya no quedaba nada que hacer allí. Intentó ordenarse el pelo y caminó hacia el Bungalow, tan esquiva como fue capaz. A sus penas venía a sumarse la certeza de que prepararía café para la tarde.

Estimados lectores:

Lamento haber tardado tanto. Esta es una entrega bastante larga, podría haberla dividido en fragmentos pero he preferido no hacerlo. Comprendo que algunos se desesperen. Creo que ahora las cosas irán con más fluidez y que enviaré más cantidad de capítulos más cortos. Para vuestra tranquilidad, NO ABANDONO LA SERIE.

Un saludo afectuoso a todos y muchas gracias por vuestra paciencia.