Moldeando a Silvia (30)

Joven empresaria es convertida mediante el chantaje en una esclava sexual

ADVERTENCIA

Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)

fedegoes2004@yahoo.es

Alberto respiró aliviado. Sonsacar las intenciones de Pedro y hasta deshacerse de él, había sido más fácil de lo previsto. Carecía de planes definidos, de apoyos en el grupo, y eso contribuyó mucho a simplificar las cosas. Había salido del encuentro sin comprometerse a nada y a pesar de ello seguía sin sentirse satisfecho. Pedro era sólo el primero de los muchos problemas que iban a presentarse; pronto tendría toda una hilera de degenerados esperando, con planes propios para Silvia, todos convencidos de que sus intenciones eran "posibles", adecuadas a la situación, exigiéndole que les diera luz verde.

No podía ser; la gente suele construirse una moral y hasta una visión de la realidad a la medida de sus vicios y completamente acorde con sus expectativas de placer. Quizás durante un tiempo todavía el experimento fuera manejable, convenciendo a unos y a otros, razonando con todos los que se pudiera, pero dejaría de serlo de repente y les estallaría entre las manos. Jorge había ido demasiado lejos permitiendo que tanta gente explotara a la chica. Él era el más próximo ejemplo de lo insostenibles que iban a llegar a ser las situaciones.

Miró el reloj, Jorge se retrasaba. Eran las cinco y quince y aún no daba señales de vida. ¿Habría sucedido algún imprevisto? Colocó el teléfono móvil sobre la mesa, junto a la taza de café, para tenerlo a mano si lo llamaba. Un par de grupos de gente había llegado al Iniesta, y ocuparon mesas alejadas de la suya, pero ni rastro de su "amigo" ni de la chica.

Respiró hondo, intentando conservar la calma. El encuentro con Jorge iba a ser mil veces más difícil del que acababa de sostener con Pedro, él sí que tenía unas ideas claras y peligrosas respecto a la muchacha, no debía afrontarlo nervioso.

Estaba empezando a marcar su número cuando vio pasar a Silvia, prácticamente desnuda, ante la cristalera del bar. Se quedó petrificado, y casi se le cayó el teléfono de las manos. La escena que sucedía fuera cobró vida ante él; miró asombrado a la gente, empezando a aglomerarse, y casi sintió un latido en la polla cuando distinguió fugazmente los aritos de acero horadando los pezones de la chica. Sintió la urgencia de reaccionar. Dios sabría que sucedería a largo plazo, pero había que detener aquello, y había que detenerlo ahora.

Se levantó deprisa, ante la mirada sorprendida del camarero, salió al exterior y colocó a Silvia su chaqueta. Era bastante más alto que ella, así que la prenda la cubrió casi hasta las rodillas. Ella, medio desvanecida, se dejó caer en sus brazos, y dando tumbos consiguió guiarla hasta su mesa. Jorge se sentó junto a ellos, esbozando una sonrisa irónica, y sólo entonces Alberto le prestó alguna atención.

-

Estás loco

-

le dijo

-

, eres el cabrón más loco que he conocido.

-

¿Yo? ¿Por qué? Tu punto de vista no es real, amigo. Pregunta, en la calle y aquí, a la gente a la que has estropeado la fiesta, quién es el cabrón. Pregunta si te atreves.

Alberto no pudo evitar enfadarse por el sofisma con el que le respondía. Naturalmente que muchos de los concurrentes lo habrían mirado como un cabrón aguafiestas; pero eso era lo que menos importaba, lo importante era el enorme riesgo que el cabrón ineficaz de Jorge los estaba obligando a correr. Intentó serenarse antes de responderle, pero tuvo que desistir de hacerlo pues el camarero estaba acercándose y sólo alcanzó a pedir café para los dos recién llegados. Naturalmente, el mozo, no tuvo prisa por retirarse, y no desperdició la ocasión de pasear una mirada de codicia por las tetas de Silvia, pugnando por salir de la chaqueta apresuradamente abotonada. Cuando quiso contestar a Jorge, la oportunidad había pasado y fue él quién tomó la palabra.

-

Creo que en esta ocasión, tú, el hombre frío y calculador, te estás precipitando. Te falta información, no has hecho los deberes, y sufres un ataque de pánico. Cálmate y escúchame un poco, por favor con mente abierta.

-

No hay nada que escuchar, idiota. Sólo hay una verdad evidente: Con tanta gente metida, cualquier día alguien le va a dar una paliza a Silvia que la lleve al hospital, o alguien va a empezar a hacer indagaciones sobre el cómo y por qué del cambio que ha experimentado, y todos vamos a dar con nuestros huesos en la cárcel. No sé hasta dónde crees que puedes estirar todo esto, y más con estas prisas.

-

Cálmate y escucha, Alberto

-

le respondió con afecto tenso

-

. Recuerda que tenemos firmada en papel, y filmada en vídeo, la declaración jurada que ella nos hizo, sobre que otorgaba su consentimiento para todas las prácticas a que iba a ser sometida. He consultado con un abogado y me ha dicho que ambos documentos son eficaces y que, incluso aunque llegáramos al hipotético caso de un juicio, tendríamos muy buena defensa.

-

Sí, y aunque tengamos buena defensa, que lo dudo ¿Por qué dar lugar a que el juicio se produzca? ¿Por qué arriesgar la libertad que tenemos en la empresa, o incluso con ella? ¿Merece la pena poner en peligro todo eso sólo para que puedan inflarla a hostias unos cuantos degenerados desconocidos?

Jorge guardó silencio; en absoluto porque le sorprendieran los argumentos de Alberto, que eran los previsibles, sino para que se serenaran los ánimos. Lo que le sorprendió fue el tono de sus palabras. Él, el hombre frío y calculador, estaba alzando la voz en un lugar público, estaba fuera de sí, y eso no beneficiaba a nadie, su objetivo no era pelear, sino persuadir.

-

Cálmate, hombre, cálmate

-

Le pidió en voz baja, tras unos segundos

-

. Silvia está aquí, a nuestro lado, sin daños físicos que requieran hospital, y sin ninguna intención de ir a ninguna parte a denunciar a nadie; esa es la realidad, al menos de momento. Por otra parte, estoy empezando a cansarme de que me insultes y hasta de que me menosprecies; te sugiero que te tomes la molestia de escucharme, y al final decir qué te parece.

Alberto asintió con un gesto de disgusto. Y Jorge Creyó tener licencia para aventurar unas cuantas frases seguidas.

-

Lo primero que tenemos que cambiar, amigo mío, es el concepto de lo que estamos haciendo

-

dijo, intentando adoptar un tono relajado y afable

-

. No estamos prostituyendo a Silvia, ni arrastrándola a unas degradaciones en las que ella jamás incurriría, lo que estamos haciendo es descubrirle su auténtico ser. Recuerda que ella nos ha dado en bandeja todo el poder que tenemos sobre ella. Después de todo, sólo existen dos posibilidades: o Silvia es absolutamente idiota (lo cual me parece descartable), o esto verdaderamente le encanta.

-

Suponía que me saldrías por ahí

-

Interrumpió Alberto

-

¿Qué te parece si le preguntamos a ella?

-

Estoy de acuerdo en que le preguntemos, pero esperemos un poco a que regrese, si no te importa. Anda en las nubes todavía y no creo que sea capaz de entender ni menos de contestar a nada. Venga, amorcito, bebe un sorbito de café

-

Dijo acercándole la taza hasta los labios con una sonrisa. Ella bebió, con la mirada vacía, demasiado aturdida para prestar atención a lo que estaba sucediendo.

-

Bueno, pues por fin parece que vamos logrando un clima en el que se puede razonar, esperemos que dure

-

Continuó Jorge

-

. Mira, ella no va a denunciar nada nunca porque no tiene otra vida que la que le proponemos, y esta le encanta. Cuando alguien se pase de rosca y la mande al hospital de una paliza (cosa que acabará por suceder), ella lo encubrirá, dirá que la violaron en un rincón oscuro, o cualquier estupidez que no haga peligrar la cascada de placeres en la que se ve inmersa. Es una drogadicta del sexo, es en eso en lo que hemos logrado convertirla, ya lo es, y por ello no corremos ningún peligro ¿Tanto te cuesta entenderlo? ella está más interesada que nadie en protegernos.

Jorge buscó algún signo de complicidad en la cara de su amigo, pero no encontró más que una calma tensa. Había conquistado su atención, logrado que lo escuchara, pero esos eran todos sus progresos. Por fortuna, aún le quedaban decenas de argumentos para persuadirlo.

-

Alberto, te ruego que no te molestes, pues lo digo sin mala intención ¿Estás seguro de que lo que te sucede no es que sientes que estás perdiendo protagonismo, que te lo estoy quitando yo para ser más exacto? En la noche del Siroco, noté que llegado determinado punto, no estabas de acuerdo con lo que sucedía. Pero tuve la misma intuición de la primera vez que me la follé en tu casa de Sevilla, la intuición de que podía llevarla mucho más allá de dónde los dos habíamos previsto, y al igual que entonces salió bien; Dios, no imaginas hasta qué extremo

-

dijo con una mirada soñadora. En aquella ocasión, compartí contigo de buena gana las mieles del éxito, seguí contando con tu apoyo y con tu inteligencia, y también quiero hacerlo ahora. ¿Puedo hacerlo, amigo?

Un silencio hosco siguió a la pregunta. Las mesas del Iniesta se habían llenado de gente durante la conversación. Alberto miró a su alrededor un tanto confuso, y observó como muchas miradas se dirigían a la chica. No quería eternizarse en la cafetería, y tampoco se sentía seguro como para dar una respuesta definitiva.

-

No lo sé, Jorge, no lo sé. Todo esto es demasiado extraño y necesito pensarlo. Desde el principio estuve dispuesto a compartir el control contigo, y lo hice encantado, pero lo que me propones ahora es que lo comparta con cualquiera, y eso es una cosa terriblemente distinta.

-

No lo es, amigo mío, no lo es, sobre todo teniendo de nuestro lado a su vicio

-

Dijo mirando a Silvia de Soslayo, que en ese momento había reunido valor para llevarse la taza a los labios y terminarse el café

-

. ¿Sabes lo que te pasa? No estás informado de los últimos acontecimientos. Mira, este estuche de Dvds, contiene los últimos dos días de la vida de esta zorra. No sabes de lo que es capaz ni hasta qué punto le gusta lo que está viviendo. Han sido dos días maravillosos. Hay una parte que no conoces del acuerdo al que llegué con Don Carlos. Yo también fui al puticlub de carretera, y ella se tuvo que encargar de toda la clientela, mientras yo tenía a mi entera disposición a todas las chicas. He follado con negras, con asiáticas, con bellezas de los cinco continentes, mientras toda una tropa de fornidos camioneros le daban duro a nuestra Silvia. Hubo de todo, látigos, fustas, privación sensorial; han corrido los polvos, los porros, hasta burundanga...

-

Jorge, por Dios ¿Te das cuenta de dónde estamos y de lo que estás diciendo? Interrumpió Alberto asustado.

-

Todo está aquí grabado

-

prosiguió Jorge, colocando sobre la mesa el estuche de Dvds

-

; acompáñame a casa y veámoslo juntos, la única razón por la que no me estoy hinchando a pajas delante del televisor es la certeza de que se nos ofrecen posibilidades infinitamente mejores. Veámoslos juntos y seguro que lo entenderás. Lo único que Silvia necesita es seguir unos días más follando a este ritmo, que la dejemos que se enganche completamente al sexo... y a otras cosas

-

insistió con mirada malévola

-

. Está suplicando a gritos que quebremos completamente su espíritu, que la hagamos completamente nuestra, ya no concibe otra vida posible que seguir nuestras órdenes. No seamos tan estúpidos de no reconocer las dimensiones de nuestro éxito, de no agarrar la hermosa posibilidad que se nos ofrece. Y no me vengas con moralinas absurdas, reconoce la realidad de que ya no podemos parar esto ¿qué le diríamos a la gente de la empresa? ¿Qué le diríamos a Quique o a Pablo? Despierta, hombre; Silvia ya tiene dentro el virus de la obediencia, lo que nosotros no le hagamos, otros se lo harán. Y recuerda, ella siempre obedecerá al más fuerte, pertenecerá al más fuerte. El más fuerte será el que más goce, y el que más seguro esté cerca de ella.

-

¿Estás seguro de todo cuanto me dices, Jorge?

-

Preguntó Alberto con tono escéptico

-

¿Sabes? No quiero ver los Dvds, no quiero ni saber que existe semejante prueba del delito que estamos cometiendo, una prueba de la que también tiene copia ese Don Carlos. Lo que menos me gusta de todo es precisamente eso, que le hayas dado un papel en todo esto. En efecto no estoy informado de lo que ha sucedido en estos dos días, no sé hasta qué extremo pueda ella haberse convertido en una adicta al sexo. Pero de lo que sí estoy seguro es de que tú te has convertido en un adicto a Silvia, y de que, como cualquier adicto, ves lo que quieres ver, sin reparar en los riesgos, y estás dispuesto a justificar lo que sea con tal de seguir adelante con tu adicción. Estoy seguro de que ya no puedo confiar en ti como para compartir el control sobre ella y, en consecuencia, sólo tengo una pregunta ¿Sigo siendo el copropietario de la chica? ¿Estás de acuerdo en que soy el propietario de la mitad de su tiempo y en que puedo darle la mitad de las órdenes?

-

Alberto, por Dios. No me gusta el tono de esa pregunta. Empezamos juntos todo esto y hemos estado juntos siempre... Sabes que es tan tuya como mía....

-

Sí, juntos tú y yo, pero no tú, yo, y cuanto indeseable encuentres en las noches locas de Silvia; y mucho menos si nos referimos a un tiburón de los bajos fondos, dueño de prostíbulos, como tu Don Carlos....

-

No quería sacar esto a relucir todavía

-

dijo Jorge, apresuradamente, bajando la voz, al tiempo que acercaba los labios al oído de Alberto

-

; ten un poco de visión de futuro. Ese tiburón, como tú lo llamas, es nuestra garantía de una salida airosa. Me ha hecho una oferta de compra. Cuando nos aburramos de ella, o esté muy usada y la cosa empiece a ponerse peligrosa, simplemente la vendemos. Él posee la estructura necesaria y, en la práctica, todas sus chicas trabajan en régimen de esclavitud...

-

Estás todavía más loco de lo que pensaba

-

Interrumpió Alberto mientras lo apartaba de su lado con un gesto de enfado. Pero no le dio tiempo a continuar la frase, pues en esta ocasión fue la voz de Silvia la que se hizo oír.

-

Por favor, por favor, necesito ir al baño, tengo que ir a AHORA.

-

El baño, el baño, el baño ¿es que no sabes decir otra cosa, zorra de mierda? Atajo Jorge, con visible enojo

-

. Siempre tienes que andar interrumpiendo; no se te puede llevar a ninguna parte, pareces una niña chica.

-

En este momento oye perfectamente

-

Intervino Alberto

-

y me parece muy buena ocasión para formular cierta pregunta que quedó pendiente. ¿Estás segura, Silvia, de que quieres seguir adelante? Al parecer, hay mucho placer para ti en el futuro que Jorge te ofrece, pero ese placer se lo tragará todo, tus amistades, tus ambiciones, tu salud, tu vida social, y cualquiera sabe cuántas cosas más ¿Estás segura de que te compensa?

Silvia, aunque la desesperada necesidad de hacer pis la hubiera llevado a intervenir en la conversación, no estaba para responder a nada, y mucho menos con certeza. Se quedó mirando a Alberto con los ojos vacíos. Estaba agotada y su mente era un caos. No confiaba en él, le tenía el mismo pánico que sentía hacia Jorge. Su crueldad había sido más fría e inteligente que la del primero y no tenía ningún motivo para pensar que aquella pregunta encerrara otra cosa que una trampa. Además de orinar, lo único que necesitaba era descanso, y después tendría muuuucho que reflexionar sobre sí misma, y eso si era capaz de afrontar lo que le estaba pasando.

-

Querida, lo que Alberto te pregunta es muy simple, ¿eres una idiota, o una ninfómana? no hay una tercera posibilidad ¿Tendrías la bondad de responderle? Siéntete libre de hacerlo con sinceridad.

Al verse apremiada en ese tono, dio la única repuesta que podía dar, la única que no la comprometía a nada. Lo único que tenía en su mente era la imagen de un vater, y la de su cama, tan cerca pero tan lejos, unos pocos pisos más arriba.

-

No lo sé, juro que no lo sé. Necesito pensar.

Alberto dio por concluida la conversación con un gesto de la mano.

-

Bien, si ella no sabe, yo si sé lo que se ha de hacer

-

dijo con rotundidad

-

. En lo sucesivo, ella nos pertenecerá a ti o a mí en semanas alternas. Haz lo que te dé la gana durante las tuyas, pero durante las mías, Silvia irá al pueblo, y descansará allí, muy lejos de todos vosotros y de vuestras barbaridades ¿Entendiste? Es mi última palabra.

Jorge, en principio, recibió la noticia como un mazazo.

-

Por favor, hombre, acepto que ahora necesita un descanso, han de curársele las heridas de los aritos. Nada que objetar a que empiece enseguida una semana tuya, pero reconsidera tu postura. No es oportuno, no es psicológicamente adecuado que le demos tanto tiempo para pensar y mucho menos tanta libertad.

-

He tomado una decisión irrevocable, y espero, en bien de todos, que tengas la sensatez de no darle órdenes contrarias a las mías, estarías abriendo todo un mundo de terribles posibilidades. Y ahora me largo. No quiero saber de todo esto, salvo de que se cumpla lo que exijo.

Sin más despedidas, se levantó de su silla, y abandonó el Iniesta.

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¨

¨

La sensación de humillación fue profunda, paralizadora. Se hallaba en algún lugar infernal, al que no recordaba cómo había llegado, semioscuro y húmedo. Le dolía todo el cuerpo y estaba envuelta en un olor nauseabundo. No tuvo tiempo ni siquiera de preguntarse de dónde venía aquella hediondez pues sintió un fuerte tirón en el cuello, a la vez que oía una voz estentórea y tiránica, quizás dentro de su cabeza.

-

¡Muévete, perra!

La niebla empezó a disiparse o quizás sus ojos se adaptaron un poco más a la penumbra. Alcanzó a ver a un hombre alto, de barba negra. Su cara le resultó conocida, aunque no acertó a ubicar dónde lo había visto. Hubo otra cosa que acaparó su atención: De la mano del hombre pendía una cadena de eslabones gruesos y no más de un metro, que caía directamente hacia su cuello. No tuvo tiempo ni de plantearse el significado de tales visiones, tampoco de sucumbir al pánico; otro tirón la hizo estremecerse y casi la dejó sin aire. Entre las brumas del desmayo oyó risotadas, y una voz que dijo:

-

Vamos, Carlos. ¿Hay que sacar a la perrita para que haga sus necesidades?

Silvia comprendió que no era momento de intentar situarse, que no tenía otra opción que obedecer, rendirse a las prioridades del miedo. Caminó a patas sobre un suelo alfombrado en lo que parecía ser terciopelo húmedo, obediente como una perrita buena. Pronto acabó la superficie de moqueta, sus manos y rodillas encontraron en su lugar un frío suelo de baldosas. Quizás ese frescor la reanimó, o el minúsculo espacio de paz que había conquistado con su obediencia permitió que las preguntas acudieran en tropel a su mente. Ella era Silvia Setién, tenía veintitrés años, y era millonaria. Eso lo tenía claro ¿Pero cómo había llegado hasta allí? ¿Quiénes eran aquellos hombres y qué le habían hecho? ¿Por qué iba andando en pelotas, a cuatro patas entre ellos? Su campo de visión sólo le permitía ver un vertiginoso mundo de pantalones y zapatos masculinos. Tuvo que detenerse un momento, le vinieron unas ganas enormes de vomitar; no supo si por el pánico que sentía, o por la hedionda humedad que empapaba su cuerpo. ¿Qué era aquel olor? Por un instante sospechó que era capaz de reconocerlo, pero su cerebro no estaba preparado, se negaba a dar respuesta a esa pregunta. Se quedó quieta un segundo, escuchando de fondo, cómo en la lejanía, las voces del grupo de hombres que la acompañaba. Enseguida la cadena se tensó; el tirón fue tan fuerte que pareció que fuera a romperle el cuello y ella, aterrada, caminó deprisa hasta casi adelantar a sus amos. Hubo de detenerse ante una puerta y sin pensarlo se atrevió a mirar hacia arriba. El hombre de la barba la abrió, y sin prestarle atención salió al exterior, tironeando de ella.

Estaba amaneciendo, o atardeciendo quizás ¿cómo podía haber perdido el control de las situaciones hasta el extremo de no saberlo? En esta ocasión, el suelo era de tierra y cientos de granitos se clavaron en la palma de sus manos y rodillas. Aventuró una mirada en su derredor y se dio cuenta de que estaba en el campo, tras una breve explanada arenosa acertó a vislumbrar las copas de los árboles, recortándose sobre un cielo a medio iluminar, y por todas partes se oía el trinar de millares de pájaros. No pudo más, todo aquello era tan irreal.... Se le dio vuelta el estómago y se desplomó sobre el polvo, vomitó hasta quedarse vacía.

-

¡Qué extraño!

-

Oyó decir a alguno de los hombres

-

¿Qué le habrá sentado mal? Nos consta que la leche era de buena calidad, y la bebida también era de primera.

-

Es normal

-

respondió el de la barba entre risotadas

-

, es una raza de perrita muy delicada, no hará falta llevarla al veterinario.

Apenas la esperaron un par de minutos. Tan pronto dejó de vomitar otro tirón la obligó a reanudar la marcha. Para su asombro, la hicieron pasar sobre el inmundo charco de sus vómitos. Ni siquiera tuvo tiempo de procesar lo sucedido, doblaron una esquina de la casa y la más espantosa realidad se apareció ante sus ojos: Pugnando por zafarse de su cadena y nervioso por el ruido, vio a un enorme Doberman y no se atrevió a imaginar para qué la habían llevado hasta allí... Enseguida, la voz del de la barba confirmó sus temores:

-

Esto quiero enseñároslo, no creo que lo halláis visto muchas veces. Cuando una tía es tan perra como esta, cuando más disfruta es follando con perros. Es lo más degradante y hermoso que puede hacérsele y la mejor manera de demostrarle quién manda. Ahora, perra, vas a empezar a comerle la polla a mi mejor amigo

-

Dijo dirigiéndose a Silvia.

Ella, apenas pudo creer lo que oía, y casi tampoco la situación, pues notó que una mano de hierro, agarrándola del collar, arrastraba su boca hacia la entrepierna del animal. Al instante, un insoportable olor a bicho invadió sus fosas nasales. Definitivamente no podía ser, aquello no podía estar sucediendo, era imposible que ella, ELLA, fuera a tener que hacerle "eso" a un animal. Su mente se rebeló, y sintió como algo abría los ojos allá a lo lejos. Tas unos pocos manotazos a tientas, acertó a encender la luz. Respiró hondo, había sido una pesadilla, la más atroz y vívida que había tenido nunca. Aún estaba empapada en sudor y casi creía sentir los escalofríos, el pánico y el olor a bestia entrándole por la nariz. Pero no, mejor no prestar atención a esas sensaciones, había sido un sueño. Estaba en su bungalow, junto al caserón familiar en el pueblo. Recordó la manera en que había llegado la noche anterior; por una vez vestida con corrección y acompañada por Benito, en calidad de chofer, por toda la semana. Recordó la fría acogida que le dio su hermana Alicia, aparentemente incomodada por lo imprevisto de la visita y no le pasó desapercibido el despectivo vistazo que le echó a su chofer negro, al que de mala gana accedió a alojar. Al menos estaba en casa, tenía tiempo para pensar y reponerse, estaba agotada.

En la mesita de noche, fuera de su caja, estaba el tarro de Tranxilium diez, la pastilla que tomó explicaba el sopor que sentía, y hasta el mal sueño. Mejor descansar, aprovechar lo que quedaba del efecto de la píldora. Apagó la lámpara y se dio la vuelta para seguir durmiendo; nada más resbalar a la inconsciencia, la pesadilla volvió a continuarse un poco desfasada, como si se hubiera perdido unos cuantos minutos de una película. Otra vez se vio desnuda y rodeada de hombres, caminando a gatas. En esta ocasión las sensaciones fueron menos reales; fue como si de alguna manera su cuerpo supiera que se hallaba en otra parte, que todo aquello no era más que un sueño que aceptaba tener por el descanso que suponía, pero del que podía despertar cuando quisiera. Las risotadas de los hombres, sus insultos, no le afectaban como la vez anterior, ni siquiera el oírles decir que ya sí que era una perra del todo le hizo demasiada mella.

Carlos, todavía llevándola de la cadena, la condujo de regreso al edificio, pero esta vez la hizo entrar por una puerta distinta, una puerta grande, de hierro, que chirrió al abrirse en el silencio del amanecer. Lo que vio cuando encendió la luz la hizo estremecerse. El suelo del interior era terrizo y negruzco, y la habitación parecía ser una especie de taller de forja, con herramientas esparcidas en absoluto desorden, y suciedad por todas partes. Titubeó un poco antes de entrar, pero el rudo tirón que sintió en el cuello la puso en marcha. Penetró al interior renuente, casi dando tumbos, sintiendo como la grasienta suciedad del suelo se adhería a sus manos y piernas. Llegó casi a rastras hasta un enorme yunque que había depositado en el suelo, a la altura de su cabeza, y junto a él cayó de costado, se acurrucó y no supo si quiso dormirse, o quizás despertar de aquel horror.

Repentinamente, una duda terrible le surgió ¿era aquello una pesadilla o un recuerdo? ¿Estaban viniendo a su memoria episodios olvidados de los sucedido tras la noche del Siroco? Si despertaba... ¿estaría perdiendo la posibilidad de recuperarlos? Pero con tanta naturalidad como surgiera, con la fluidez de los sueños, el pensamiento desapareció y su atención fue absorbida por la palpable realidad inmediata, aquella realidad ininteligible, en el que el pasado sólo era un amasijo de sensaciones difusas. El presente era todo, era Carlos y su voz despótica, los férreos eslabones que rodeaban su cuello y el grupo de no menos de veinte desconocidos que los acompañaban, con sus insultos y sus cámaras de vídeo, registrando cada uno de sus gestos, cada matiz de su destrucción. Ellos sabían la razón de aquel sabor pastoso, repugnante, que inundaba su boca, conocían el motivo de cada una de las punzadas, los moretones, de la maloliente humedad que cubría su cuerpo; conocían todo lo que ella no recordaba, o acaso se negaba a aceptar. Ninguna ayuda iba a llegar de ninguna parte; vio las sonrisas dibujándose en sus rostros cuando Carlos la agarró del pelo y la obligó a incorporarse, cubierta de polvo negruzco, cuando colocó con rudeza sus pechos sobre el yunque. Sólo entonces reparó en aquellos odiosos aros que taladraban sus pezones. Alguien se acercó a ella con una barra de hierro y empuñando un martillo. Carlos, aún agarrándola del pelo, le giró la cabeza y la obligó a mirarlo.

-

Escucha, zorra, no recordarás una mierda de cuanto voy a decirte, pero quiero que lo sepas ahora, y que se te quede rondando entre la mugre que tienes en la cabeza. Soy tu futuro, vas a ser una de mis perras. Contentarme a mí es mucho más importante que contentar a Jorge, o a Alberto, o a todos esos aficionaduchos a los que perteneciste hasta ahora. Ellos te tendrán unos meses, hasta que se cansen, o hasta que te vuelvas demasiado peligrosa, yo te veo como un divertimento y como una inversión y te tendré por años, extraeré de ti hasta el último orgasmo y el último céntimo que puedas generar. Los aros de tus pezones simbolizan eso, son tu recordatorio, y les voy a machacar los cierres para que no puedas sacártelos, para sellar ese futuro. El tiempo que te resta, no es más que tu periodo de adiestramiento, antes de entrar en mi perrera ¿Queda claro?

-

Muy claro, amo

-

oyó decir a una voz ronca, que le costó reconocer que era la suya.

Nada más decirlo, oyó un estruendoso golpe metálico, sintió vibrar el yunque y sus martirizados pechos sobre él, y sintió que su destino estaba tan cerrado como Carlos decía, como los aros de sus pezones, como el dolor íntimo, lacerante, que iba a convertirse en su única pertenencia.

fedegoes2004@yahoo.es

Lamento de veras no conseguir escribir más deprisa, comprendo que se pierde el hilo pero, por el momento, no tengo más tiempo libre. Muchas gracias a todos los que seguís esperando capítulos, y muy en especial a los que me escribís contándome vuestros deseos y opiniones. No siempre encuentro, por desgracia, momento de responderos, pero siempre leo los mensajes con atención y cariño. Son vuestros mensajes los que me animan a continuar. Espero que en los próximos meses el trabajo me deje más libre.

Un saludo afectuoso a todos.