Moldeando a Silvia (29)

Joven empresaria es convertida mediante el chantaje en una esclava sexual.

ADVERTENCIA

Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)

fedegoes2004@yahoo.es

Los dos días largos que Pedro pasó sin noticias de Silvia, fueron una pesadilla. Hacía semanas que sabía que las intenciones de Jorge para con ella eran las peores imaginables, pero fue el que se atreviera a "alquilarla" a unos desconocidos lo que rebasó sus peores pronósticos y acabó por asustarlo.

Había pasado los dos días preocupadísimo por ella, asombrado de que no existiera la alternativa de llamarla al móvil, y de que Jorge aceptara unos márgenes de riesgo tan enormes. Por supuesto, tampoco se había atrevido a hablar con él, y mucho menos a preguntarle directamente. Sabía lo cerrado que estaba en sus posturas y que sólo conseguiría que desconfiara de él, ponerlo sobre aviso de que estaba del lado de la muchacha.

A lo más que llegó fue a hacerse el encontradizo, a intentar derivar hacia el tema, y ver si lograba que soltara algo. En realidad, todas sus precauciones fueron inútiles, pues el silencio que mantuvo vino a demostrarle que, por los motivos que fuera, su confianza era cosa del pasado; se dio cuenta de que en lo sucesivo, ello iba a restarle eficacia como espía al servicio de Silvia. Al final, en la mañana del lunes, cuando ya casi había perdido toda esperanza, Jorge le dejó caer que iba a ir a recogerla, y hasta la hora de la cita con Alberto. Le costó un enorme esfuerzo esconder sus emociones, fingió no darle importancia a la noticia, y en el acto su cabeza empezó a trabajar febrilmente.

No había olvidado que fue él mismo quien recomendó a Silvia tener paciencia, obedecer e intentar ganar tiempo; pero eso fue antes de que tuviera idea de la escalada de perversiones que Jorge le tenía reservada; nadie podía resistir algo así, nadie. Se le hizo evidente que tenía que actuar ya, que tenía que salvarla, o sería destruida.

Alberto, al menos en su fuero interno, estaba de su parte; durante la interminable noche del Siroco, varias veces había visto su gesto de desagrado ante las barbaridades de Jorge. Otro asunto era si estaría dispuesto a oponerse a él, o hasta qué punto lo haría, pero no cabía duda de que era un hombre pragmático y de que era muy conciente de los tremendos peligros que conllevaban las decisiones de su "amigo".

La idea le cruzó la mente y logró aferrarla: El punto débil de Alberto era el miedo a la cárcel y no ninguna restricción de tipo moral; si quería atraerlo hacia su causa, lo que tenía que hacer era incrementar ese miedo, fundamentarlo con fechas, amenazas y nombres. Naturalmente, eso lo obligaba a mentir, a jugar de farol, pero la situación se le antojaba tan desesperada que el riesgo le pareció aceptable. A pesar de sus nervios, consiguió marcar su número en el teléfono y un minuto después el encuentro había sido concertado.

Apenas fue capaz de almorzar. Muchas cosas dependían de la reunión con Alberto, la más crucial de todas la situación en la que fuera a quedar Silvia; pero había otros aspectos que lo inquietaban incluso más que ese, y eran el no saber qué le estaría sucediendo a la muchacha en ese mismo momento, ni si contaría con su aprobación para el paso tan peligroso que estaba a punto de dar. ¿Realmente podía contar con su respaldo? ¿deseaba de verdad ser salvada? Le gustaba tanto follar que era inevitable que se le plantearan dudas de si merecía la pena lo que estaba haciendo.... Sucediera lo que sucediera, se estaba metiendo en un tremendo lío, y él tendría que permanecer con Jorge y Alberto como compañeros de trabajo, o mejor dicho, como jefes. No obstante, la decisión estaba tomada y tendría que llevarla hasta las últimas consecuencias, que aparecer seguro ante Alberto y jugar sus cartas con dureza. A pesar de sus temores, lo que estaba sucediendo era inmoral, ilegal, y le tenía cariño a la chica; no tenía más remedio que hacer "algo", y aquello era lo único que se le ocurría.

Las cuatro de la tarde era una mala hora para cualquier cosa, menos quizás para encontrar aparcamiento en La Castellana. Sucedió el milagro y apenas tuvo que caminar unos minutos. Sintió un ligero cosquilleo en el estómago cuando su vista tropezó con Alberto, sentado a una mesa del Café Iniesta, tomándose su café y con rostro impasible. Por un momento titubeó, casi lamentó su idea de citarse con él y hasta la de ayudar a la chica. Hasta ese instante, había conservado intactas sus opciones, él era uno más de los que se follaban a Silvia si quería y cuando quería, pudiendo desaparecer cuando lo deseara. A partir de ahora eso había cambiado, estaba a punto de intervenir activamente, de involucrarse y eso haría que todo fuera radicalmente distinto.

Se sobrepuso. Alberto era un hombre práctico y que valoraba su tiempo, decidió que lo mejor era coger el toro por los cuernos y abordar el tema sin rodeos.

-

¡Hay que detener a Jorge!

-

Le dijo con tono seguro

-

Ha perdido el juicio, está obsesionado con putear a Silvia y va a conseguir que acabemos todos en la cárcel.

El efecto de sus palabras fue mucho menor del esperado. Alberto, lejos de alterarse, bebió calmadamente un sorbo de café y le preguntó:

-

¿Ah, sí? ¿y tú como sabes eso?

Pedro se sintió desarmado. Responderle con evasivas no tenía sentido, deseaba lograr de Alberto cosas muy, muy concretas; pero tampoco tenía previsto sacar a relucir tan pronto la artillería pesada. Miró hacia fuera buscando algo que decir, como si quisiera asegurarse de que Jorge no andaba por los alrededores, y finalmente no halló otro remedio que exponer su mentira más cuidada, la que había pulido, acariciado durante el almuerzo, como si fuera el lomo de un tigre.

-

Silvia logró robar un móvil y me ha llamado esta mañana. Sólo alcanzó a explicarme que ha sido horrible lo que le han hecho, que es infinitamente mejor ir a prisión por la muerte de su padre, que seguir sometiéndose a palizas sexuales de esa envergadura. Me aseguró que está dispuesta a presentarse en una comisaría y confesarlo todo, si no la liberamos inmediatamente. Por supuesto, cuidará de que no tengan demasiados problemas quienes nos pongamos de su parte y la ayudemos ahora.

De nuevo, Pedro esperó una reacción más enérgica por parte de Alberto, algún gesto de desagrado, o de preocupación, pero nada de esto llegó. Lejos de ello, simplemente lo miró a los ojos y exclamó:

-

¡Curioso!

-

¿Qué te resulta tan curioso?

-

Preguntó algo achispado, y hasta desconcertado por el caso omiso que parecía hacer a sus más aventurados argumentos.

-

Curioso que Silvia, harta de sus miserias sexuales, logre robar un móvil y te llame a ti, precisamente a ti, que ni pinchas ni cortas, cuando lo que busca es protección contra Jorge. Parecería más natural que me hubiera llamado a mí ¿no crees?

-

Pues yo no sé qué creer. En todo caso, habría que preguntárselo a ella. Supongo que tú has estado desde el principio del lado de Jorge y te tiene tanto miedo como a él, o quizás no recordara en ese momento tu teléfono, yo qué sé

-

Respondió con tono nervioso, sintiéndose como un niño al que hubieran sorprendido hurgando en el tarro de los caramelos.

-

Eso me resulta más curioso todavía

-

dijo Alberto con una sonrisa

-

, que Silvia no recuerde mi número de teléfono, y sin embargo recuerde el tuyo.... ¿Te conoce más de lo que estáis confesando?

Pedro deseó que se lo tragara la tierra, se sintió atrapado, inerme, y se arrepintió en lo más hondo de su corazón de haber subestimado a Alberto. Ahora sí que la había hecho buena

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pensó

-

, se había ganado la enemistad de Alberto, con toda probabilidad había arruinado su amistad con Jorge, destruido cualquier esperanza de ayudar a Silvia, y para colmo, sus días en la empresa estaban contados.

-

Esto no puede seguir así

-

chilló, en el vacío salón del Iniesta, abandonando ya toda estrategia

-

, un día cualquiera Silvia va a ir a la comisaría de veras, o uno de sus clientes la va a mandar a un hospital de una paliza, y la policía entrará en juego por cualquier camino. Es suicida seguir así, hay que detener a Jorge; esto sólo puede acabar mal, y más con tanta gente metida.

-

Bueno, de acuerdo en eso

-

concedió Alberto, con aspecto calmado

-

. Dejemos, de momento, los pequeños detalles de cómo sabes lo que dices saber, y el de cuáles son tus intereses en esta historia. Coincido contigo en que es preciso frenar a Jorge y haré lo que esté en mi mano por conseguirlo, pero intenta recordar que no te prometo nada, no sé por qué voy a tener más éxito que tú en razonar con un loco.

-

Pero tú eres su amigo del alma y el cerebro gris que ha hecho posible que Silvia sea esclavizada. Jorge no es lo suficientemente inteligente ni tiene la paciencia necesaria para someterla. Forzosamente tú puedes influir sobre él, siempre te hace caso; sería increíble que no conservaras un as en la manga.

La cara de Alberto se tensó antes de contestarle. Hasta ese momento había conseguido mantener bajo control el tremendo fastidio que todo aquello le producía, pero tanto la insistencia de Pedro como el tono que empleaba empezaban a cansarlo, y no estuvo nada seguro de quererlo ocultar por más tiempo.

-

Voy a ser muy claro en lo que voy a decir. En principio me caes bien, pero no intentes sonsacarme ni pasarte de listo conmigo; te aconsejo que recuerdes que ahora estás jugando al poker en la mesa de los mayores. Me importa un huevo si te parece increíble que yo no conserve un as en la manga; como bien dices, Jorge es amigo mío, piensa si quieres que ese as existe y no lo quiero usar, o que estoy de su lado, o que, en todo caso, yo jamás te confesaría su existencia. Has obtenido mi palabra de que voy a hacer por Silvia cuanto me sea posible, acostumbro a cumplirla, y eso es todo lo que vas a sacar de mí. Yo no te he preguntado si has ejercido de espía al servicio de Jorge, ni si te has encoñado con la chica, ni como ha sido que cambiaras de bando, y eso es porque suelo meterme exclusivamente en mis asuntos, te recomiendo que hagas lo mismo, a menos que quieras que te echen a patadas de la partida.

Pedro, definitivamente deseó que se lo tragara la tierra. La palabra de Alberto podría ser valiosa, incluso podría ser que aliviara en algo la presión sobre la muchacha, pero había hecho un duro descubrimiento: No podía manipularlo, era demasiado inteligente, demasiado decidido y claro en sus principios para que pudiera permitirse jugar con él. Quizás, ocasionalmente, podría conseguir su apoyo, pero siempre tendría criterios propios que impedirían que se convirtiera en un aliado.

-

Bueno, bueno, no pongas esa cara de perro apaleado

-

Dijo Alberto con una mueca de condescendencia

-

. No sucede nada, no pienso de ti que seas un idiota, ni te juzgo por tu aparente deslealtad; la verdad es que lo que sí pienso es que te vas a levantar y te vas a ir enseguida, antes de que aparezca Jorge y se dé cuenta de lo que estás haciendo; no creo que le gustara, y nunca más tendrías información reservada que pasarle a Silvia ¿verdad? Por lo demás, casi estoy por asegurar que ni tú mismo sabes por qué te has metido en este jardín.

Pedro asintió. Era verdad que tenía tan poco claros sus motivos como Alberto sugería, y también lo era que tenía que irse. Aceptó la derrota, o acaso su media victoria, pues realmente creía que haría "algo". Murmuró una rápida despedida y abandonó el local. Tenía muchas, muchas cosas en las que pensar antes de volver a atreverse a afrontar a ese hombre.

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¨

¨

Aunque todo estaba saliendo impecablemente bien, Jorge era muy consciente de que aún no podía relajarse. Era la hora prevista, Alberto debía estar esperándolo en el Iniesta, y Silvia, semidesnuda, iba a su lado en el coche, desbordada por sus emociones, tan maleable y sumisa como había soñado llegar a tenerla... Y a pesar de ello, aún no podía dedicarse de lleno a lo que siempre había deseado: simplemente divertirse.

No había llegado a hablarlo con él, pero sabía que Alberto no era su compañero en este viaje, que si por él fuera, las cosas serían llevadas infinitamente más despacio con la chica. Y sí, aceptaba que podían haber razones que aconsejaran hacerlo así, pero también había otras para lo contrario, para reventarla como se proponía. Su amigo de toda la vida, el artífice de la maravillosa situación que había logrado, se había opuesto a él en varios momentos de la noche del Siroco, y, o mucho se equivocaba, o amenazaba con convertirse en un verdadero estorbo.

Se desvió por una calle transversal a Castellana para buscar aparcamiento, y apoyó su mano en el desnudo muslo de la muchacha. La notó estremecerse de miedo, o de gozo, o de todo mezclado y eso vino a reafirmarlo en sus posturas: merecía la pena lo que estaba haciendo, las horas devanándose los sesos, el esfuerzo por mantenerse informado, por penetrar en su no muy complicada sicología; el placer compensaba con creces molestias y riesgos, un placer que ahora podía ser incrementado sin límites.

Al fin hubo suerte y encontró un hueco en el que dejar el coche. Se le antojó que la distancia era la ideal, tendrían que caminar unos diez minutos hasta el Iniesta, justo lo necesario para exhibirla un poco sin que ello supusiera demasiado retraso. Silvia, que había pasado el trayecto en silencio, como hipnotizada, se quedó clavada en el asiento incluso después de que detuviera el motor. Tuvo que bajarse del coche, rodearlo y abrir la puerta, para obtener de ella alguna reacción.

-

Bueno, pues la gran dama ya está en casita ¿Te animas a salir?

Animarse no era la palabra que ella hubiera elegido, y mucho menos a salir del coche, en las proximidades de su casa y así de desvestida. De poder hacerlo, se teletransportaría al interior de su hogar, pero además de la imposibilidad física, dependía de Jorge para entrar, pues evidentemente no tenía las llaves. Aunque le resultara increíble, había salido sin ellas.

Se giró y deslizó una pierna fuera del automóvil. Por suerte, no había mucha gente en la calle, y el fuerte calor de las cinco de la tarde casi justificaba su escasísima indumentaria. El contacto de la acera en sus pies desnudos la hizo exhalar un respingo, pero Jorge la había agarrado de la mano y ya no tuvo opción, tiró de ella hasta acabar de sacarla del coche.

-

Estupendo, muñeca, vamos a dar ahora un agradable paseo. Es una lata esto de no encontrar aparcamiento ¿verdad? Y deja ya esa cara de compungida; en cuanto te decidas a abandonar de una vez esa farsa que representas ante ti misma, te lo pasarás mucho mejor. Estás dónde quieres estar, te cargaste a tu padre porque deseabas que YO tuviera sobre ti el poder que tengo, porque te saqué de esos ridículos espasmos que sentías para descubrirte tus orgasmos, y quieres mucho más de esa medicina; después de todo ¿qué hay de malo en ello? ¿Qué puede haber más natural que desear divertirse?

Silvia apenas escuchaba. Jorge la había echado el brazo por la cintura y caminaba a su lado, sonriendo con naturalidad, como si no pasara nada. A ella, todo aquello se le antojaba irreal, no le cabía en la cabeza que realmente estuviera sucediendo, que estuviera caminando medio desnuda, de día, por los alrededores de su casa. Las palabras de Jorge parecían caer en el pozo sin fondo que era su mente. No sabía si se sentía más excitada que enferma, y quizás enfermedad y excitación fueran a esas alturas la misma cosa. ¡Caminar en pelotas, descalza, cogida de la cintura por ese cabrón! De sólo pensarlo se le revolvía el estómago. Sentía en sus pies desnudos los cuadraditos de la acera, sentía como la mugre del suelo se pegaba a sus plantas y a veces se tambaleaba, tenía que apoyarse en él para no caerse.

Jorge, en cambio, caminaba como por un sueño de lujuria; no había sexo explícito en lo que estaba haciendo, no la estaban follando veinte negros y físicamente apenas la tocaba, pero pasearla, poseerla así, exhibir la rotunda verdad de sus pechos, horadados por los aritos de acero, de su cuerpo, ofrecido y desnudo a todas las miradas, iba más allá de lo que nunca se hubiera atrevido a imaginar. Esas miradas de la gente, asombradas, codiciosas, yendo de ella a él, para regresar a ella de nuevo, a ese cuerpo glorioso al que sólo creían poder vislumbrar por unos segundos, porque tenía propietario y él era el receptor de todas las envidias. Lo excitante no era el contacto físico, ni siquiera el espectáculo que estaban dando en plena calle, lo excitante era algo mucho más sutil, era el significado de todo aquello, el grado de pertenencia que tenía sobre aquella mujer, a la que durante tanto tiempo había odiado y considerado inalcanzable.

Tuvo que hacer un esfuerzo para volver a la realidad, para prestar atención a la manera en la que los coches desaceleraban su marcha al pasar junto a ellos, a las miradas despectivas de las varias señoras de edad que se les cruzaron. Por un momento casi lamentó haber aparcado tan cerca, que el paseo no fuera eterno, pero era así como tenían que ser las cosas, era consciente de que tenía un tiempo limitado antes de que algún aguafiestas moralista llamara a la policía y los acusaran de escándalo público.

De repente, notó estremecerse a Silvia, y prestó atención a lo que sucedía. Un muchacho, de alrededor de diciséis años, con aspecto despistado, acababa de curzar la calle. Tenía la cara llena de granos, y Silvia lo miró espantada, para después enrojecer y bajar los ojos hacia el suelo.

-

Es un vecino

-

dijo con un hilo de voz.

-

Ohhhh, pobrecita, no quieres que tu vecinito te vea en pelotas ¿verdad? Hoy no puede ser, nos esperan; aunque todo se andará, pero... A su debido tiempo ¿qué te hace pensar que yo no querré que ese vecinito tuyo te folle hasta que se le caiga la polla? Entre mis deseos y la realidad acostumbra haber escasas diferencias ¿no es cierto?

Silvia enmudeció. Sintió un mareo tal que la hizo tambalearse y tuvo que dejarse caer sobre Jorge. Extrañamente, mucho más que su desnudez, la hirió ir decalza, sentirse, saberse, la perfecta esclava sexual de ese cerdo.

-

Eh, eh, zorra, nada de bajar la vista. Tienes que mirarlo de frente; las putas no tienen vergüenza, ni derecho a tenerla. Tienes que mirarlo a los ojos y sostenerle la mirada. Eres una puta y ofreces lo que tienes a quien quiera comprarlo. No elijes a tus clientes ¿recuerdas?

Ni siquiera se le pasó por la mente la posibilidad de desobedecer la orden. Algo hubo en la voz de Jorge, en su seguridad, en su autoritarismo, que la desarmó, la obligó a mirar a la cara llena de acné de aquel muchacho imberbe. Contempló como la sorpresa se dibujaba en su rostro cuando reparó en su existencia y las miradas se cruzaron. La había reconocido. Se detuvo, dejó de caminar, sintió como un intenso escalofrío le recorría el cuerpo, al tiempo que enrojecía por entera. Se orinaba, juntó las piernas intentando reprimir la imperiosa necesidad de hacer pis, y a la vez pretendiendo disimular lo que era la mayor de sus verguenzas: aquellos malditos anillos que ahora adornaban la entrada a su vagina.

Soñó con llegar a su cuarto de baño; miró hacia el portal de su casa, hasta la que no quedaban más de treinta metros, y otra vez hacia el chico. Se quedó paralizada por el terror, una enorme y sucia sonrisa se había dibujado en su cara, mientras rebuscaba apresuradamente por sus bolsillos. Casi creyó desmayarse cuando vio surgir de ellos un teléfono móvil, cuando contempló cómo la enfocaba y sacaba de ella una foto tras otra. La risa de Jorge interrumpió el dramatismo de la escena.

-

Ja, Ja,, Ja. ¡Avispado el chaval! Como te dije, de aquí a unos días le comerás la polla, lo sentirás vaciarse dentro de ti y saborearás su esperma. No será tan tierno como para enamorarse, creeme; los hombres, por muy inexpertos que seamos, nunca nos enamoramos de mujeres a las que hemos conocido de la manera en que él va a conocerte; sólo sois de usar y tirar. Se divertirá contigo, se hartará de carne, y cuando esté cansado, te pasará a sus amigos, presumirá de hombre ante ellos, ofreciéndoles el mismo polvazo celestial que él ha experimentado. ¿Para qué, si no, crees que te está sacando fotos como un loco? Eso sucederá, pero no enseguida, a su debido tiempo, cuando hayamos cumplido nuestros compromisos y hayas tenido ocasión de temerlo, de fantasear con ello; cuando estés segura de lo incontrolablemente que lo deseas. Y ahora, basta ya de indecisiones. En marcha, furcia

-

dijo dándole una sonora palmada en el trasero.

Ella echó a andar con torpeza, moviendo sensualmente las caderas, roja de cuerpo entero por esa mezcla de excitación y vergüenza que en esas ocasiones solía embargarla. Miraba hacia su casa, hacia el muchacho; se le habían quedado fijas en la mente las imágenes que Jorge había descrito, se imaginaba a sí misma siendo "usada" por ese jovenzuelo, "presentada" a todo un grupo de adolescentes, con las fantasías intactas, las ganas, y el hambre de hembra propios de la edad. Dios, no estuvo nada segura de no desearlo; aunque eso golpeara frontalmente su imagen de niña bien, supo que quería vivirlo fuera cual fuera el precio. La humedad que había empapado su entrepierna así lo indicaba, y no sólo a ella, también a su dueño e incluso a ese imbécil de vecino suyo, que seguía frenéticamente apretando el disparador del móvil. ¡Ella seguía siendo Silvia Setién! ¿Qué le había hecho Jorge, en qué la había convertido? ¿qué partes le había revelado de sí misma?

Al fin, en unos segundos que se le antojaron una eternidad, estuvo en el portal del bloque y se escurrió al interior para hurtarse a las miradas, apoyó la mano en el gélido aluminio, como urgiendo a su tirano para que introdujera la llave. Pero él no lo hizo, lejos de ello la agarró del finísimo camisón, única prenda que más que cubrir, aderezaba su desnudez, y la detuvo en seco.

-

No, no, muñeca

-

dijo con una sonrisa sardónica

-

, aún es pronto para ir a casa, antes tenemos que reunirnos con una persona para hablar sobre tu futuro.

A Silvia se le cayó el mundo encima. Había graduado sus fuerzas para llegar hasta su casa, hasta el paraíso de su cuarto de baño y ahora resultaba que pretendía alargarle el trayecto, el suplicio ¿A dónde pensaba llevarla desnuda? Tenía que ser una broma, iban a causar un escándalo, a atraer todas las miradas donde quiera que fueran. No podía ser que le exigiera algo así.

-

Jorge, por favor

-

dijo con tono suplicante

-

, déjame entrar al menos para orinar y ponerme algo de ropa. No puedo hablar ahora, y mucho menos así, y menos aún sobre "mi futuro". Dame unos minutos de descanso, no te pido más.

-

Tanquila, tranquila, zorrita, he pensado en todo. No tendrás que hablar, ni que preocuparte por tus intereses, yo cuido de ellos; bastará con que escuches. Incluso voy a ser bueno y a adelantarte que tengo motivos fundados para creer que no todos tus instructores están de acuerdo con el giro que he dado a las cosas. Estoy casi seguro de que hay quienes creen que te vas a "romper" si follas demasiado; es que no te comprenden. Pero no te asustes, pues no van a conseguir nada. Estoy convencido de tener un poderosísimo aliado, tú. Tu cuerpo está absolutamente de mi lado, y eso es algo con lo que no cuentan. Todo va a salir bien, tus orgasmos están asegurados, puedes creerme.

Silvia se sintió morir. Apenas logró comprender lo que le decía ¿Otra vez iba a tener que presenciar una conversación de sus amos y sin poder meter baza? ¿y en ese estado? Jorge echó a andar con aparente soltura y la dejó plantada allí, allí, en pelotas ante la puerta cerrada. El muchacho de los granos seguía fotografiándola sin parar, y otros transeúntes que se detuvieron a observarla, empezaron también a hurgar por sus bolsillos. La vista se le nubló, el tiempo jugaba radicalmente en su contra, cuanto más permaneciera allí, más gente iría acumulándose. Echó a andar tras Jorge dando tumbos; era su único camino, su llave era la única esperanza que tenía de regresar a su hogar. Alcanzó a duras penas la cristalera del Hiniesta, y al mirar a través de ella, su mirada se cruzó con la de Alberto, que en ese momento parecía excrutar el exterior. Fue demasiado, la esperaba el hombre al que más temía, quizás después de Jorge. Las piernas le flaquearon y sintió que se desvanecía, que la tragaba la negrura.

Estimados lectores:

A mí también me gustaría tener más tiempo libre y escribir y publicar con la frecuencia de otras épocas, lamentablemente eso no es posible ahora. Publicar más rápido significaría, sin duda, escribir más descuidadamente, y ello disminuiría la calidad de la historia, cosa que se me antoja muy poco deseable. De momento sólo me puedo comprometer a no abandonar y a seguir enviando capítulos a medida que pueda. Acepten pues mis disculpas y este pequeño "regalo de navidad". Gracias por vuestra fidelidad. Sigo interesado en vuestras opiniones igual que siempre.

¡¡¡FELICES FIESTAS!!

fedegoes2004@yahoo.es