Moldeando a Silvia (28)

Joven empresaria es convertida mediante el chantaje en una esclava sexual.

ADVERTENCIA

Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)

fedegoes2004@yahoo.es

CUARTA PARTE

EL CÍRCULO VICIOSO

A las cuatro de la tarde, el café Iniesta estaba casi desierto. Sólo había una mesa ocupada, bastante lejos de la que Alberto eligió, y un solo camarero atendía el local.

Tenía la costumbre de llegar temprano cuando la cita era delicada y una vez más había vuelto a serle fiel. Estuvo a punto de negarse cuando Pedro le propuso que se encontraran una hora antes de la llegada de Jorge; más aún, se sorprendió de que tuviera conocimiento del encuentro y de que se autoinvitara a él. Su actitud en la noche del Siroco había sido muy extraña... En el acto se dio cuenta de que allí había más de lo que parecía y se formuló la pregunta adecuada. Le pareció evidente que Pedro se había convertido en una especie de espía junto a Silvia, en un apoyo ficticio que Jorge le había proporcionado para ayudarla a reconstruirse tras cada paliza, para retrasar su ruptura y hundirla aún más. Muy inteligente por su parte, tanto que venía a denotar las horas de reflexión, la importancia que Jorge daba a todo aquello. Aún no había tenido tiempo de pensar sobre el alcance de la noticia.

Pidió un café, observó como el camarero se lo servía con aspecto cansino y volvió a sumergirse en sus pensamientos. Él entendía el proyecto "Silvia" como un experimento que había resultado increíblemente bien; parecían estar en situación de empezar a sacarle partido al juguete, de hacerlo rentable, además de divertido; y sin embargo ahora surgía que en el propio éxito, parecía venir implícita la semilla del fracaso. No podía comprender cómo Jorge podía ponerlo todo en riesgo por el simple capricho de herir a Silvia. La proliferación de personas con poder y deseos que la involucraban iba a dificultar cada vez más el conservar el control de las operaciones. Él tenía claro su objetivo: conservar ese control, conseguir dominar al potro salvaje en que la situación amenazaba con convertirse.

En realidad estaba molesto. Desde el principio había ostentado el liderazgo, había sido el cerebro, pero ahora había dejado de ser así; y lo peor era que ni siquiera lo había sustituido Jorge, cosa que casi habría podido aceptar. Muy al contrario, parecía haberlo sustituido la anarquía, la casualidad, y eso se le antojaba terriblemente arriesgado. Era de veras peligroso el giro que su "amigo" había dado a las cosas, que entregara a Silvia tan indiscriminadamente, sin reparar en lo comprometedor que podía llegar a ser el juguete, en que todos podían acabar en la cárcel.

La llamada de Pedro, en sí misma, no era lo que lo había sorprendido; ya en la noche del Siroco había notado que no parecía estar demasiado de acuerdo con la evolución de los acontecimientos, y hasta sospechó que estuviera enamorándose de la chica; casi le pareció natural que buscara su apoyo. Sí le sorprendió, en cambio, que Jorge hubiera incurrido en la deslealtad de reservarse absolutamente toda la información. Eso había sido un golpe bajo.

Tenía que hablar con él largo y tendido, lo antes posible; eso estaba tan claro como el hecho de que discutirían; tenían que hablar de su amistad, de la confianza que tenían el uno en el otro, pero eso habría que dejarlo para otro día, para cuando Pedro no estuviera presente, y el futuro de Silvia hubiera ya sido debidamente consensuado. ¿Habría aún alguna posibilidad de consenso?

De pronto, vio a Pedro pasar a través del escaparate y acalló sus reflexiones. Sí, definitivamente se sentía molesto; se dio cuenta de que apenas lo conocía y de que tenía que hablar con él de asuntos tremendamente espinosos. En realidad, apenas conocía a ninguno de los que en ese momento compartían a Silvia ¿Cómo podía haber obrado tan a la ligera? ¿Cómo podía haber sido capaz de creer que podría manipular una situación tan explosiva? ¡Si ni siquiera había sido capaz de mantener bajo control a Jorge! Se había dejado absorber por la pasión del juego, ese había sido el disparate, y ahora ni siquiera las cartas que conservaba en la manga podían ser suficiente para restaurar el orden. Tenía que aceptarlo, que rechazar los antiguos hábitos de razonamiento, y asumir que todo había cambiado, que ya no existía un grupo de amigos divirtiéndose y que la comunidad de intereses era cosa del pasado; ahora, eran una manada de perros salvajes disputándose una presa, y toda la inteligencia del mundo podía no bastar para devolverles su condición humana. Por más fastidioso que le resultara, esa era la verdad.

¨ ¨ ¨

Las voces se le filtraron al cerebro mucho antes de que abriera los ojos. Eran dos hombres y uno de ellos era Jorge. El otro.... El otro era Carlos, sí, el tipo con barba que la había "alquilado". Un alud de percepciones inundaron su mente de manera simultanea y no se sintió capaz de ordenarlas. Apenas recordaba nada a partir de que la metieran en el maletero del coche, sólo imágenes sueltas le acudían a la memoria, ella apenas cubierta por el traje de Gilda, empapado en hediondas humedades, y un montón de hombres mirándola con esa mezcla de asco, deseo y desprecio que ya le resultaba tan familiar. Estaban en una especie de bar de carretera, o algo así, después... Después frío, sí, era casi seguro que no lo había soñado, que la empujaron contra una pared y que la limpiaron con una manguera de agua fría; recordaba el chorro gélido chocando contra su cuerpo, las risas de la gente ese temblor incontrolable que le surgió de dentro y la arrastró a la negrura. Eso había sucedido, aunque no fuera capaz de situarlo en el tiempo; ignoraba si había sido nada más llegar, o en algún momento de aquella demencial madrugada. Una cosa era segura: Había follado a mansalva, ni siquiera sabía con quiénes o con cuántos, el dolor de su cuerpo así lo indicaba.

Entreabrió los ojos con precaución, para encontrarse con la espaldas de Carlos y Jorge, sentados a los pies de la cama. Estaban viendo televisión y... ¡Horror! Era ella, ella quién aparecía en el aparato, ella rodeada de hombres sudorosos, sucios, ella perfectamente consciente, moviéndose, ofreciendo su cuerpo a las sucesivas penetraciones, ella tragando esperma, bocarriba, abierta de piernas y atada a una mesa, y lo que era aún peor: tenía unos horribles aros de acero horadando sus pezones, y otros dos en los labios del coño. No podía ser ¿en qué momento le habían hecho una barbaridad semejante? Pero era real, abrumadoramente real, aventuró un vistazo hacia sus pechos y encontró los dos temidos anillos, no le cupo duda de que el dolor que sentía en su sexo obedecía a que los dos que había visto en la pantalla también seguían en su sitio. ¿De verdad ahora estaba despierta, no era aquello una pesadilla?

–Os divertisteis, vaya si os divertisteis –Sonó burlona la voz de Jorge–, no me arrepiento de habérosla cedido. La habéis llevado un poco más allá y a la vez me habéis dado algunas buenas ideas.

–Se lo dije –contestó el otro–, le prometí que se alegraría de haber cerrado el acuerdo, que se la devolveríamos un poco más domesticada, y no hablemos de los adornos ¿eh? eso ha sido un pequeño regalo extra. Una hembra así no se encuentra todos los días, como es natural queremos quedar bien con usted y dejar la puerta abierta a futuros intercambios.

Silvia gimió y Jorge, en el acto, se giró a mirarla. Se quedó un momento extasiado contemplando su cuerpo desnudo, desmadejado sobre la cama, ese cuerpo rotundo y hermoso, cubierto por infinidad de moretones de distintos tamaños, marcas de dientes, de pellizcos, sobre todo sobre sus pechos, que habían sido el lugar más castigado. Casi perdió la conciencia al llegar a los anillos en los labios del coño. Era genial. Él había reflexionado sobre la conveniencia de colocarle a la nena algún tipo de decoración permanente, alguna especie de marca de fábrica, de pertenencia de la que no pudiera despojarse, pero las cuestiones de estrategia habían absorbido su atención y no había alcanzado a acertar con lo que deseaba. ¡Era precisamente aquello! Sintió cómo la polla empezaba a crecerle dentro de la bragueta y observó el rostro de la chica, ido, amodorrado por las drogas y el agotamiento, su ojos desencajados.... ¿Por qué había en él ese gesto de sorpresa? ¿se le estaría escapando algo? Las palabras de Carlos lo extrajeron de su estado contemplativo.

–Y, naturalmente, aquí está la cantidad que se le adeuda. Pagada con generosidad, pues el precio acordado incluso a nosotros se nos antoja un abuso; y la chica, como puede comprobar en el televisor, se lo ha ganado con creces. Ah, y para demostrar nuestra buena voluntad, este bolso contiene un pequeño regalo para ella... le gustará, estoy seguro, y vosotros también tendréis ocasión de agradecer su utilidad...

Jorge, echó apenas un vistazo al dinero y se guardó el sobre en el bolsillo. Examinó con interés el bolso y halló en su interior alrededor de unos cincuenta gramos de un polvo blanco que enseguida identificó como cocaína.

–Gracias en su nombre. Ya se me había ocurrido la idea e incluso darle cierto grado de libertad para drogarse a su ritmo, aunque seguramente no habría sido tan generoso.

–No se trata de generosidad –respondió Carlos–, se trata de que me gustaría encontrar alguna forma de colaborar con usted, poder pensar en volver a alquilarla o... ¿quién sabe? incluso en una compra definitiva.

El rostro de Jorge se tensó ¿venderla? quizás ese fuera el más razonable de los finales, incluso el único posible, pero desde luego no ahora, aún le quedaban muchas posibilidades al juguete, mucha diversión que ofrecer, era endiabladamente pronto para eso.

–No me diga que no –insistió Carlos–, todo puede pensarse a su debido tiempo. Sólo le informo de que soy propietario de una cadena de burdeles y ella me parece material de primera calidad. Es preciosa, sin barreras en el sexo, y es joven, le quedan muchos años de trabajar a pleno rendimiento antes de que se resientan su salud o su belleza. Comprendo que su precio no será barato y sólo le pido que no venda sin haber oído mi oferta.

Silvia miraba hacia todas partes, sin saber dónde atender. En el televisor, ahora aparecía ella, llevada en volandas por varios hombres semidesnudos, hacia un cuarto de baño en el que empezaron a ducharla entre bromas y risotadas, enjabonándola por todo el cuerpo. En un principio, las escenas grabadas y su imposibilidad de recordarlas habían capturado su atención, pero poco a poco la conversación había ido imponiéndose ¿Qué estaba pasando? ¿Qué significaba el "regalo" de la cocaína, o las constantes peticiones de Carlos de realquilarla? Extrañamente, se sentía tranquila. El daño estaba hecho, no tenía nada en que pensar, ni nada que decidir; o quizás no fuera tranquilidad, quizás se sintiera demasiado adormilada, agotada para alterarse, o quizás, por último, se sentía tan alterada por la resaca y por los vuelcos que le daba el estómago, que no le quedaba espacio para preocuparse de otra cosa. Sentía unas ganas terribles de vomitar, e ignoraba cuales podían ser las consecuencias de hacerlo.

No, de momento eso es impensable –Respondió Jorge, tras unos segundos de reflexión–. Existe la posibilidad de que acabe por venderla, y en ese caso oiré su oferta, pero sólo soy propietario de la mitad de esta maravilla. Por cierto, supongo que tendrá copias para mí de los DVDs ¿verdad?

Naturalmente, Carlos las tenía. Estaba demasiado interesado en congraciarse con Jorge como para que no fuera así. El que quisiera los DVDs era la más obvia de las contingencias que había previsto y se los dio con placer. Tenía preparada incluso una pequeña sorpresa de despedida que estaba seguro de que iba a encantarle.

¾ Otro asunto es que, después de lo de estos días, el traje de Gilda que traía ha quedado bastante poco presentable. Una de mis chicas ha tenido la gentileza de ofrecerme esto –dijo, arrojando sobre la cama un corto vestido de tirantes, de tela blanca– y me temo que es la única prenda adecuada que puedo darle.

Jorge sonrió. Y Carlos, viendo la buena acogida que tenía su idea, se animó a seguir hablando.

¾ Sí, paséela. Cuando se tiene una hembra como la suya hay que lucirla, no se gasta de que la miren ¿verdad?

Silvia ya no pudo aguantar más. Se incorporó y se enfundó en el minúsculo trajecito de seda blanca. ¿Trajecito? Más que eso era un simple camisón de dormir, que dejaba traslucir sus pezones, los aritos que los horadaban, y no su vello púbico, porque, para su espanto, había sido cuidadosamente rasurado.

¾ Tengo que orinar –Acertó a decir– Pero ninguno de los dos hombres le prestó atención.

¾ Estoy totalmente de acuerdo –continuó Jorge como si no la hubiera oído– será divertido exhibirla un poco. Gracias por todo.

¾ Por favor, me muero de ganas de orinar, el estómago me da vueltas ¡Tengo que ir al baño!

Una vez más volvieron a ignorarla. Jorge la agarró de la muñeca y simplemente la llevó tras él, la obligó a seguirlo por varios pasillos, a bajar unas escaleras, y finalmente se detuvo ante una puerta. Por un lado, le resultó un tanto brusca la manera en la que la sacaba de aquel lugar de pesadilla, pero por otro, la esperanzaba abandonarlo.

¾ Esto es un pequeño regalo –Le dijo, poniéndole unas enormes gafas de sol. Las llevarás siempre en el bolso, a partir de ahora, por si se te ordena que las uses.

Ella apenas pudo reaccionar. Antes de haberse dado cuenta se había quedado ciega. Los cristales de las gafas eran opacos. Oyó abrirse la puerta, y la mano de Jorge volvió a tirar de su muñeca. Avanzó varios metros dando tumbos, tironeada por su opresor, que finalmente le empujó la cabeza para introducirla dentro de un coche, él mismo se puso al volante.

¾ Bah, no te asustes por lo de las gafas –dijo con tono desenfadado–. Sólo se trata de que no quiero que puedas localizar este sitio, dentro de un momento vuelvo a quitártelas.

Silvia no se tranquilizó, juntó las piernas para no orinarse e intentó controlar su imaginación. Estaba aterrorizada, era cierto, pero ahora al menos era ella misma, conservaba su autoconciencia, aunque no fuera capaz de reconocerse. Un hecho era claro, aunque apenas pudiera aceptarlo, había trabajado varios días en un burdel, la habían mantenido drogada, y sólo Dios sabría a qué prácticas sexuales la habían sometido. Estaba deseando saber cuál era el contenido de los Dvds que Jorge había recibido, qué la habrían obligado a hacer; pero en cierto modo casi era mejor así, no se sentía preparada para afrontarlos. En todo caso, contuvieran esos Dvds lo que contuvieran, era sólo pasado, era irremediable y no incrementaban ni las amenazas, ni el poder que ya tenían sobre ella, pues este era absoluto; eso era lo único que debía importarle. Además, tras una paliza sexual, siempre había venido una época de descanso, y eso era lo que ahora tenía que estar aproximándose; ya no estaba con unos desconocidos que la habían alquilado por horas, sino con su propietario, y este forzosamente vería la conveniencia de cuidarla.

Todos esos razonamientos eran ciertos, pero aún así la realidad era demasiado acuciante y se le colaba por cada poro de la piel. Había intentado relajarse, había cerrado los ojos para que la vista no le tropezara con los cristales de las gafas y le resultara más natural su ceguera, pero no era natural, ni aceptable, que Silvia Setién fuera la propiedad de nadie, y mucho menos del cabrón de Jorge Cifuentes. ¿Qué cosas no podría hacerle? ¿qué límites habría para las humillaciones a que pensaba someterla, si es que había alguno? No pudo contener un escalofrío de temor, todo parecía indicar que no había más límites que su imaginación y su capricho. Varias lágrimas se le escaparon y las sintió rodar por sus mejillas. Se apresuró a enjugárselas para no darle a Jorge el gusto de verla llorar, aunque con buen cuidado de no rozar las gafas; ni por un momento se le pasó por la mente la idea de rebelarse, de quitárselas y hacerse acreedora a un castigo.

¾ Deja de hacer pucheros, zorra ¾ sonó la voz de Jorge a su lado¾ . Ese llanto no es más que una comedia que representas ante ti misma. Tú me has dado el poder que tengo sobre ti, y a cambio te he descubierto tu cuerpo y tus orgasmos. Estás tan encantada como yo. En pocas semanas habrás superado esos resabios de niña bien, tu mente se habrá abierto tanto como tus patas y ya, sin más distracciones, te entregarás al placer y te dedicarás a follar para mí. Sabes que así será, así que no pierdas el tiempo haciéndote la estrecha.

La crudeza de las palabras de Jorge, no del todo desacertadas por desgracia, acabó de abrirle el grifo de las lágrimas y rompió a llorar. En el acto sintió algo como un zarpazo en la frente y supo que le había quitado las gafas.

¾ Mira, y mírate ¾ Lo oyó decir¾ . Eres mi propiedad, mi puta, tu mente y tu culo me pertenecen; es una realidad y esto no es el final de nada, estoy seguro de que comprendes que no lo es, muy al contrario es el principio. Ahora es cuando vas a empezar a revolcarte a lo bestia y a correrte hasta reventar; no hay nada que no vaya a hacerte, y los dos vamos a disfrutar cada segundo de esta hermosa relación. ¿Alguna duda?

No, ninguna, pensó para sus adentros, mientras se secaba las lágrimas y a través de ellas veía que callejeaban por Madrid, aparentemente en dirección a su casa. ¿Cómo iba a tener dudas? Las intenciones del muy cerdo hacía semanas que estaban claras. Conducía relajadamente, no tenía prisa, y le echaba largos vistazos, sin ningún disimulo. Dios, seguro, seguro, iba a bajarla así del coche en pleno Paseo de la Castellana, con aquel camisón de gasa, luciendo los aritos de los pezones y el coño, y lo que era casi tan malo como todo lo anterior, descalza; nadie se había molestado en proveerla de calzado. Se le encogió el corazón ¿quiénes la verían? ¿qué hora era? Mil sensaciones contradictorias se dispararon por su cuerpo; se sintió excitada, nerviosa, casi al borde del desmayo, sus pezones se veían hinchados y erectos como dos cerezas, hipersensibilizados por los anillos. Bajó la vista, intentando controlarse a sí misma, y encontró que la tela del camisón humedecida allá por la entrepierna, y ya absolutamente transparente ¿Se le habría escapado alguna gota de pis? ¿Serían los jugos de su irreprimible ardor? Se sintió a sí misma ruborizarse desde la raíz del cabello, hasta los dedos de los pies. Jorge la miró con una sonrisa de desprecio.

¾ Así me gusta, perra; roja de vergüenza estás aún más deseable. Avergüénzate de ti misma, es un rasgo de inocencia que me será maravilloso pisotear.

(Estimados lectores: Sigo con vida, con la historia, e igual de interesado en vuestras opiniones. No prometo rapidez, pero sí que a medio plazo habrá nuevos capítulos y que completaré la cuarta parte. Gracias a todos por vuestra fidelidad y paciencia).

fedegoes2004@yahoo.es