Moldeando a Silvia (27)

Joven empresaria es convertida mediante el chantaje en una esclava sexual.

ADVERTENCIA

Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)

fedegoes2004@yahoo.es

¾

Si me dijera lo que desea...

¾

Oyó decir a un Jorge algo confuso.

¾

Bueno, ella... Hace un rato la oí decir que era barata y la verdad, acaba de demostrarlo; querría, en fin, querríamos alquilarla unas horas, quizás, si la cosa es asequible, unos días.

Sabía que no debía hacerlo, y hasta durante varios segundos resistió, pero la tentación acabó por ser demasiado fuerte. Se detuvo, se dio la vuelta y miró. Eran los clientes, el grupo que se hallaba en una mesa, cuando ella saliera a buscar a Luís y a Rodrigo. Ellos también la miraron risueños, le hicieron varias muecas obscenas, y ella, avergonzada, bajó los ojos. Eran cinco y rondaban los cincuenta años.

¾

Eh, tú

¾

Le Chilló Jorge

¾

¿Quién te ha dado permiso para pararte? ¿Quién te ha dicho que son asunto tuyo las negociaciones?

El pánico se le hizo sólido y caliente como una mano que se le pusiera en el coño y suavemente la obligara a darse la vuelta. Bien, andar. Benito la esperaba, dejado de caer sobre el coche y fumando un cigarrillo. Avanzó hacia él oyendo disminuir las voces hasta no entenderlas, antes de saber si había acuerdo, si dialogaban, en qué términos decidían sus próximas horas.

¾

¡Joder! Pero si está hecha una porquería

¾

Exclamó Jorge viéndola alejarse, casi lamentando que estuviera ya demasiado apartada para oírlo.

¾

¡Bah! No tiene nada que no arregle un baño. Claro que la queremos ¿no se lo esperaba? Usted dijo que podíamos emputecerla cuanto nos viniera en gana, que la respuesta a cualquier pregunta era "Sí". ¿No iba en serio?

¾

¡Ja!

¾

Se rió Jorge, admirado

¾

¿No iréis a presentarlo cómo que me tomáis la palabra, verdad?

¾

Pues claro que se la tomamos

¾

Respondió el tipo alto, con barba negra, que parecías ser el líder

¾

Ella también rogó que se lo hiciéramos todo y no queremos defraudarla... Digamos que querríamos llegar a un acuerdo económico que nos de algo más de libertad. Querríamos que fuera algo cómodo, con disponibilidad y tiempo como para jugar un poco, para presentarla a unos amigos.

¾

¿Y por qué no?

¾

Se preguntó Jorge con gesto pícaro

¾

¡Puede hacerse! Merece la pena negociarlo.

Silvia, temblando, llegó hasta el coche. Puso las manos en el techo y se resistió a volverse, a colocarse en una postura en la que pudiera verlos siquiera de pasada. La mayor parte de la gente se desperdigaba hacia sus vehículos, pero ellos, ellos seguían detrás, detenidos, emitiendo risitas que la quietud de la noche traía quedamente a sus oídos. Se estremeció. Hacía frío, al principio no lo había notado, pero hacía humedad, una humedad que venía a añadirse a la que cubría su cuerpo. Acabó por desaparecer todo el mundo, un coche tras otro se perdieron tras la curva, y ellos siguieron allí, sin apenas moverse, pues en ningún momento el susurro de sus voces llegó a variar, trajo frases inteligibles ¿Qué iba a pasar? ¿De qué hablaban? De pronto, sonó un chasquido, Benito le abrió le puerta del BMW y la invitó a entrar. A punto estaba de hacerlo cuando un grito la detuvo.

¾

¡M!

¾

La llamó Jorge, autoritariamente

¾

Míranos de frente ahora mismo.

Se quedó helada. Tardó un segundo en reaccionar, pero se volvió con movimientos automáticos y la vista en el suelo. Sabía que estaba medio desnuda, en lo que estaba empapada, pero ni siquiera se le ocurrió colocar la falda de modo que le cubriera el sexo.

¾

No, querida, no subas, hemos decidido que te vas en otro coche.

Jorge siguió andando, y ella, sin apenas darse cuenta fue tras él, junto a ellos.

¾

¿Dónde? ¿Dónde me vais a llevar?

Jorge dejó pasar unos veinte segundos y bastantes metros antes de contestarle. Ella siguió inmersa en el grupo, sintiéndose observada, aunque un poco sorprendida de que no le metieran mano.

¾

¿Pues a dónde vas a ir? A trabajar, naturalmente. ¡Qué pregunta más tonta! Respondió Jorge con una mueca irónica.

¾

Pero, Jorge, Jorge...

¾

Balbuceó asustada, dando trompicones tras él.

Se le ocurrió que se estaba alejando de Benito, de su BMW con el motor en marcha que ronroneaba solícito. Ni siquiera se le pasó por la imaginación que pudiera hacer otra cosa que seguir andando, alejándose del regreso a casa, del paraíso. Finalmente, creyó encontrar un clavo ardiendo al que agarrarse.

¾

Pero es que estoy llena de mierda, es que estoy muerta de cansancio, me dormiré mientras me follan.

En ese momento llegaron al coche de ellos, varias puertas se abrieron y se vieron unos a otros a la luz de los pilotos.

¾

Mira, pequeña

¾

le dijo el hombre alto de la barba con cómica desenvoltura

¾

, te aseguro que eso no es excusa, tengo alcalinas blancas como para hacerte follar durante diez años seguidos.

Silvia se lo tragó. Sabía que esas cosas sucedían por propia experiencia, aún pervivía la excitación de la cocaína y hasta ignoraba qué pastilla llevaba en ese momento dándole vueltas por el cuerpo. Se dio cuenta de que realmente podía hacerlo y tuvo que apoyarse de nuevo en el coche. Tenía las lágrimas saltadas, los ojos eternamente bajos; una vez más se asombró de no poder creer lo que estaba pasando, de que le pareciera increíble estar allí, de que ella nunca creyera la vida que vivía. Era una realidad que se había mojado hasta derretirse, sus abultadísimos pezones se apretujaban contra la sutil y empapada tela. Se confesó a sí misma desearlo, desear que la tumbaran sobre el capó y empezaran a follarla allí mismo. No podía ser que ella se hubiera convertido en eso, en la puta más arrastrada de la que nunca había oído hablar.

¾

No puedo, es que no puedo resistirlo psicológicamente

¾

Protestó ella, al borde de la histeria.

¾

Te vas con ellos

¾

Ordenó Jorge con suave autoridad, con la desganada suficiencia de quien no concibe la posibilidad de ser desobedecido.

¾

Perdona, pequeña

¾

dijo el hombre de la barba, tocándole la mejilla y haciendo que girara la cabeza hacia él

¾

, la próxima vez que me digas que no puedes follar conmigo, que no puedes obedecerme, por favor, no lleves mi leche en la cara, que yo no te haya penetrado por todos tus orificios; de otro modo no podré creerte, deberías comprenderlo. La única interpretación que encuentro a tu negativa es que quieres que sea todavía un poco más duro contigo, y eso es exactamente lo que vas camino de conseguir.

Ella, por enésima vez al borde del abismo, se vio obligada a reconocer que sí, que muy probablemente iba a ir con ellos. Esta vez como otras, como todas, no iba a poder evitar obedecer. Entonces una nueva pregunta se abrió paso en su mente y la formuló sin detenerse a pensar en la aceptación que llevaba implícita.

¾

¿Cuánto tiempo?

Jorge Creyó estallar de placer. No sólo Silvia había aceptado ser follada masivamente, a sólo unos metros del club, no. ¡También aceptaba ser entregada a varios desconocidos! ¡Había caído entera! Y no estaba allí Alberto para estorbar sus planes... Iba a humillarla mucho más todavía, incluso más allá de lo que él nunca se había atrevido a soñar.

¾

¿Cuánto tiempo?

¾

Repitió con tono desesperado.

Varios segundos de carcajadas fueron la respuesta. Cuando languidecieron, Jorge se las ingenió para que su contestación la mantuviera absolutamente desinformada.

¾

No sé, ya se verá

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dijo con tranquilidad.

¾

¿Cómo que no lo sabes?

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preguntó histérica, dando vueltas, saltando y dando palmadas al techo

¾

Claro que lo sabes, cabrón, lo has pactado con ellos, lo sabes, lo sabes, lo sabes....

¾

Bueno, basta de charla

¾

dijo el de la barba

¾

y vamos para dentro. Varios del grupo subieron, sólo él y Jorge quedaron de pie junto a ella.

¾

¿Cuánto tiempo?

¾

Volvió a preguntar suplicante

¾

mientras empezaba a intentar sentarse en el asiento trasero.

¾

¿A dónde te crees que vas? El coche es de cinco plazas y están ocupadas, además, no voy a permitir que me pringues la tapicería.

Ella se quedó mirando sin entender ¿Pero no quería que fuera con ellos? ¿No querían ocultarle hasta lo que duraría el servicio? ¿Qué diablos pasaba ahora? Era imposible que aquello le estuviera sucediendo a ella, era demasiado sórdido; ella era una chica bien, tenía dinero, no podía ser que Silvia Setién estuviera bañada en leche, a punto de irse con unos desconocidos; tenía que haberse convertido en alguna otra persona.

¾

No, querida

¾

dijo el barba, con tono explicativo

¾

Cuando encuentro cosas utilizables, pero tan guarras como tú lo que hago es esto: La condujo a tirones hasta la parte trasera del automóvil.

Ella, al principio, volvió a no entender, pero cuando vio al hombre sacar las llaves, la cosa tuvo muy pocas explicaciones.

¾

Cuando encuentro cosas tan guarras como tú, normalmente las llevo en el maletero.

¾

Por favor, Jorge, no permitas esto

¾

Suplicó en voz baja, tragándose cualquier reserva de orgullo que pudiera conservar y hasta la misma histeria

¾

Por favor, por favor, por favor, no lo permitas.

¾

Métete dentro ahora mismo

¾

respondió él con implacable serenidad.

¾

¿No comprendes lo horrible que es? ¿Por qué voy a hacerlo?

¾

Preguntó titubeante

¾

Es tan horrendo que, si me niego, ya no podrás hacerme nada peor.

¾

Bueno, si lo que quieres es una respuesta pragmática te la doy. Te vas a subir ahí por lo que ya sabes, para que ninguna cinta llegue al juzgado, pero incluso hay otro motivo mucho más próximo, más inmediato: vas a meterte ahí para que sólo te follen ellos. Imagina que se enterara tu hermana, incluso que en el pueblo se supiera lo que eres ¿A cuántos de esos pueblerinos les gustaría echarte un polvo? ¿Más de cien? ¿de doscientos? ¡Y cuando descubrieran las cosas a las que te gusta jugar...! Eso sí que sería tremendo. Estoy seguro de que estás en el coche porque lo comprendes, te das cuenta igual que yo de que así es como menos tendrás que follar.

Ella, en efecto, en la mitad del discurso, había intentado meterse en el maletero, pero hecha un mar de dudas vaciló y cayó de rodillas ante Jorge. Se abrazó a sus pantalones y rompió a llorar.

¾

¡Por favor, noooo, eso noooo!

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Gimoteó una y otra vez con insistencia.

Jorge sonrió. Miró satisfecho, la manera en que se abrazaba a sus piernas, cómo suplicaba y lloraba sobre ellas. Los arrendatarios la miraban relamiéndose por anticipado, al ver la maravilla de juguete que se llevaban a casa. Iba a ir un poco más lejos, a ofrecerles una pequeña exhibición, una muestra de lo que podía hacérsele.

¾

No sé, pequeña. aprovechando lo agachadita que estás, podría lamerme los zapatos mientras me suplicas

¾

dijo con tono casi afectuoso.

Ella estaba demasiado perdida como para reflexionarlo. Si eso le daba esperanza, no podía negarse. Estaba dispuesta a cualquier cosa por evitar irse con aquellos cinco energúmenos. Se dejó caer del todo al suelo y lamió frenéticamente el negro cuero de ambos zapatos, sintió su sabor, y después la boca se le llenó de tierra, cuando Jorge levantó el pie, y se vio chupando directamente la suela. Algún signo debieron intercambiar a su espalda, pues repentinamente se sintió agarrada por varias manos, se sintió depositada en las abiertas fauces del maletero. Se dio cuenta inequívocamente de que no había funcionado, no se habían apiadado de ella; todo ese espectáculo había sido en vano, un mero juego sádico. Rendida, se abandonó a la última humillación, a lo inevitable.

¾

Por favor ¿Cuánto?

¾

Suplicó, viendo nada más la silueta de Jorge recortándose contra el cielo estrellado, y el brazo del otro sujetando la puerta, amenazando con taparle el universo.

Una seña suya hizo que esperara.

¾

Por si no se te ha dicho, los precios no son asunto tuyo

¾

Respondió él.

¾

No, joder ¿Cuánto tiempo?

¾

Querida, te dije la verdad, no lo sé. Te he alquilado por horas, tantas como apetezcan pagar, y a seis Euros cada una ¿Qué quieres? ¡Tú misma en el salón presumiste de ser barata!

Ya no hubo ocasión para nada más, la puerta se cerró. Lo último que vio fue a Jorge, feliz, dándose la vuelta; después se acurrucó en la negrura. Creyó oír a los dos hombres despidiéndose y en unos segundos se impuso el sonido del motor, sintió cómo el automóvil empezaba a moverse y ganaba velocidad. El miedo se enroscó en su estómago hasta hacérselo trizas; nunca se le había ocurrido pensar que Alberto, o Jorge, incluso Benito o Juan, o el mismo Quique, eran figuras protectoras; ninguno de ellos iba a hacerle un daño irreversible, todos deseaban conservarla para divertirse mañana. Sin embargo estos... Con estos no había mañana, a largo plazo no lo había, podían permitirse ser tan destructivos como quisieran. Dios, la poseían hasta un extremo que era como si las órdenes surgieran dentro de su cabeza; podían venderla, alquilarla, molerla a golpes, hacer de ella absolutamente lo que quisieran. Pronto, por lo intenso del traqueteo, notó que habían salido a carretera; al menor bache, al más mínimo toque de freno, se veía aplastada contra la trasera, o saltaba hasta chocar con la tapa ¿A dónde iban? ¿Camino a qué la iban a cubrir aún más de cardenales? No iba a tener paz ni siquiera en lo que durara el camino, ni siquiera en el íntimo fondo de aquel coche, rodando hacia lo desconocido. Daba igual, sólo era un sucio objeto de carne, una diversión que llevaban en el maletero.

FIN???

Bien, este es el final de la tercera parte. Como habréis notado los que hayáis seguido la historia, hay espacio para un cuarto volumen. Aún no he tomado la decisión de si escribirlo o no; el que llegue a hacerlo dependerá mucho de vuestras opiniones, de si veo que hay lectores que desean una continuación.

En todo caso, me tomaré un descanso, nos lo tomaremos todos; aunque llegaran muchas peticiones, no comenzaré a redactar esa hipotética cuarta parte antes de unos meses. Un saludo afectuoso a todos los lectores asiduos y muchas gracias por la paciencia y fidelidad que habéis demostrado.

Afectuosamente

Federico