Moldeando a Silvia (26)
Joven empresaria es convertida mediante el chantaje en una esclava sexual.
ADVERTENCIA
Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)
Semejante visión debió ser demasiado para Benito que, tras varias bruscas embestidas, se la sacó del culo y se corrió largamente sobre su espalda. En escasos segundos, el cliente que fuera interrumpido intentó ocupar su lugar, pero los movimientos del gitano volvieron a obligarlo a esperar.
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Disculpen los señores, es sólo un pequeño cambio de postura
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Se dejó oír la chulesca voz del segurata, mientras se levantaba con Silvia a cuestas, sin dejar de follarla, y la depositaba cruzada sobre la mesa que tenían delante.
En un principio, dio la impresión de que iba a proseguir con la penetración vaginal, pero tan pronto la tuvo estable, le colocó un cojín bajo la cintura, se puso sus muslos sobre los hombros y se la metió por el culo emitiendo un gruñido de placer.
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Ahora te vas a enterar, te voy a inundar en leche hasta que te salga por las orejas.
Quique, arrollado por los acontecimientos, se encontró con la espalda del gitano ocupando el visor, y una vez más hubo de dar un rodeo en busca de mejores planos. En esta ocasión le fue más difícil, la gente había empezado a levantarse de sus asientos y poco a poco se iban apelotonando alrededor de la muchacha. Cuando por fin logró abrirse un hueco, se quedó tan extasiado que casi se olvidó de sacar fotos. El hombre de la camisa de smoking, había logrado tener a Silvia a su alcance y se dedicaba a follarle la boca con inusitada violencia. El gitano, para no ser menos, la empujaba con tal ferocidad que hacía temblar la mesa, y el cuerpo de ella yacía casi oculto bajo innumerables manos que la exploraban, palpado y pellizcando por todas partes a la vez. Ella, se retorcía como una anguila, metida del todo en la faena, sobrepasada por sus sensaciones y por los constantes orgasmos.
Mientras apretaba el botón de la cámara, no pudo evitar pensarlo: Lo que le gustaba de aquello no era el extremo hasta el que estaba viviendo su papel de puta, ni siquiera su pervertida manera de disfrutar, lo que le gustaba era que hubiera llegado a olvidarse del impacto que esa noche iba a tener, que ni siquiera reparara en que estaba abocada a que todo su pasado y su presente, su vida social, saltaran por los aires. El placer había ahogado en ella esa percepción, la había pospuesto; cuando abriera los ojos a la realidad el pánico iba a ser total, iba a llorar lágrimas de sangre y él querría estar presente para verlo, para registrarlo si era posible.
En algún momento, el cliente se echó hacia delante, le agarró las tetas con ambas manos, mitad para magrearla y mitad simplemente por apoyarse, y se corrió dentro de su garganta. El golpe de tos fue tan tremendo que el hombre hubo de retirarse y Quique, completamente atento, aprovechó para sacar varias instantáneas de la boca de ella manando esperma, y hasta de los sucesivos chorreones que, brotando desde su nariz, confluyeron hacia los labios en dos espesos riachuelos.
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Dios, no puedo más ¡Qué buena está la muy puta!
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Gritó el guardia de seguridad, sacándola en mitad de su propia eyaculación. Varios chorros de leche recorrieron un amplio arco, cayéndole a Silvia sobre el vientre y los pechos.
En realidad, fueron varios los hombres que no aguantaron más y se corrieron dónde pudieron, dejándola como un campo nevado. Pronto estuvo tan embadurnada que hubo a quien le dio asco, alguien trajo un trapo negro y desenfadadamente se puso a secarla de arriba a abajo. Enseguida surgieron varios voluntarios para esa tarea, pero al final se impuso la racionalidad:
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Un segundo que la adecente un poco
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Dijo uno de los camareros mientras le pasaba el paño por la cara y después le restregaba enérgicamente el vientre y las tetas
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. Entre grupo y grupo, es obligación mía limpiar las mesas, es mi trabajo
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Insistió, casi en tono de disculpa.
El habitual coro de risotadas saludó la ocurrencia. A todo los efectos la señorita Setién había muerto, o al menos se había dormido por un rato. Esa había sido la trampa mental que se había hecho a sí misma para ser capaz de encajar el despiadado cariz que habían tomado los asuntos. Era a M a quien le gustaba esa clase de sexo, era M quien se ponía cachonda cada vez que la humillaban, no ella. Ya que tenía dos personalidades, mejor permitir que la más apta se encargara de cada faceta; Silvia había hecho lo posible por defenderse, no había que cargarla con la responsabilidad del desastre.
Llevaba toda la noche pensando que daba igual, que el daño estaba hecho y a pesar de ello las cosas habían seguido empeorando minuto a minuto, hasta más allá de lo imaginable. No obstante, esta vez era cierto; nada peor podía pasarle que ser follada en mitad de la sala por todos los que apetecieran hacerlo, eso era lo peor sin que cupiera duda. Una vez allí, bien podía dejar que M se despeñara por el abismo, que rodara de mano en mano como la furcia que era y que obtuviera al menos la efímera compensación del placer físico.
Cuando el gitano se le corrió encima, creyó que rápidamente aparecería otro hombre que lo sustituyera, pero no fue así. Sin esperarlo, se sintió levantada de la mesa y como la llevaban entre varios, en volandas hacia el entarimado. Escuchó risas, conversaciones cruzadas, pero entre todas la voces ella había aprendido a distinguir la de Jorge, a separarla del murmullo.
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Por supuesto, en el escenario hay espacio para que los que quieran sigan divirtiéndose, y los que estén cansados o no les apetezca, siempre pueden quedarse, tomar una copa y sentarse a mirar, el show va a merecer la pena.
Una vez arriba, se puso casi nerviosa, pero enseguida la excitación sexual volvió a arrastrarla y el universo se difuminó. La tumbaron sobre el suelo y un tipo al que no conocía de nada, quizás un camarero o un cliente se echó sobre ella, la abrió de piernas y le metió la polla sin contemplaciones, con toda la tranquilidad del mundo.
Al poco de sentir dentro su verga le dio igual quién fuera, el hijo de un millonario o un vulgar aparcacoches, le dio igual lo que sintiera hacia ella, la tenía dura y con eso bastaba; se entregó a él como si se tratara del amor de su vida. En pocos segundos, alguien la había penetrado también analmente y gimió de placer, se corrió con escándalo, de sólo volver a sentirse llena. Estaba tan muerta de gusto que intentó besar al de delante, pero él la rehuyó y le apartó la cara. A esas alturas, iba a serle difícil hallar para su boca otra cosa que no fuera una polla. Por suerte, enseguida las encontró por decenas; muchos tíos se habían acercado y empezó a mamar en el más absoluto desorden, fue de unos a otros según quien le pillara cerca, siguiendo su propio instinto, o los esporádicos tirones de sus dueños.
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Es hora de que te vayamos calentando, puta
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dijo alguien, al tiempo que le daba un fuerte bofetón. Un instante después, le estaba haciendo una felación a su agresor hasta los mismos testículos.
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¿Qué quieres que hagamos contigo puerca?
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Le preguntó casi gritando, al tiempo que la agarraba por la nuca y la forzaba a tragar.
No pudo contestar, tenía la boca a reventar y hubo de esperar a que él se apartara.
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Quiero que me la hagáis todo, que hagáis de mí lo que os venga en gana
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respondió entre jadeos
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. Don Jorge lo dijo: Emputecedme.
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Pues entonces cómeme las pelotas, puerca
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contestó el hombre volviendo a penetrarla oralmente y forzándola hasta que sus huevos desaparecieron tras el rojo de sus labios.
A partir de ahí se acabó de abrir la veda. No hubo palabras, la señal indicativa del cambio de turno fue siempre una hostia. En todo momento, mientras dos la follaban, ella vagó de pene en pene, prodigando mamadas, y con su cara acumulando sucesivas capas de leche. Pero ni su completa aceptación la libró de los golpes, constantemente estuvo recibiendo manotazos, pellizcos, bofetadas en los pechos y un sinfín de dolorosas atenciones.
Todo iba y venía como una marea, las manos por su cuerpo, las risas, los gruñidos de gozo, el airado restallar de los golpes; sólo el placer permanecía, sólo el placer era estable, aunque constante y aterradoramente creciendo. Con cada nueva penetración, con cada voltereta que le hacían dar de unos en otros, los orgasmos se le disparaban desde el coño hasta las sienes como descargas eléctricas y se retorcía sobre sí misma murmurando incoherencias, sometida a su sexo. A cada segundo creía no poder más, que el corazón iba a parársele, pero enseguida llegaba otra polla, otro coito, y el infierno de la entrega empezaba de nuevo, en soledad, en silencio, sin oír las obscenidades de la gente ni sus propios jadeos, a la deriva en un rumor cardiaco, en la absurda intimidad de sus propios latidos.
Quique, inmerso en su problema de encuadres, cazador de luces y planos, se escondía tras de la cámara. Click, y la cara de Silvia lamiendo una hilera de pollas había sido inmortalizada, click y el esperma de cuatro eyaculaciones bajaba desde su frente, fluía hacia y sobre sus labios abiertos, click y click y click, y el trapo negro le secaba la cara, el cuerpo, las tetas, cada vez más impregnado en blancura. Y otro Click último, porque estaba cansado, porque quizás iba a echarle otro polvo, y tenía sobre ella material de sobra.
Dios, Silvia tragaba semen por descargas enteras. Intentó imaginarse lo que la gente pensaría cuando mostrara aquellas fotos, pero decidió que no lo haría, nadie lo iba a creer ni siquiera teniendo delante el documento gráfico; pensarían que era un montaje realizado por ordenador, creerían cualquier cosa, menos la verdad. En su día, cuando llegara el momento y empezara a cansarse de usarla, cuando ya no se le ocurriera nada por lo que hacer pasar a su puta, invitaría al personal a una fiesta en vivo, en directo, con Silvia en ella abierta como una gallina, ofrecida a todos; ese sería el único modo de que no dudaran de su veracidad, aquello era demasiado increíble. En cualquier caso, aún quedaba mucho para eso, de momento prefería follarla a joderla.
Pero... ¿Para qué imaginar cuando tenía por delante tan magníficas realidades? Concentrado en el reportaje no se había dado cuenta; estaba más caliente y duro de lo que pensaba, tanto era así que ya no había tiempo para distracciones. Agarró a Silvia del pelo y le colocó el glande sobre la lengua, le largó una oleada de leche y la observó saborearla, la mueca de perversión y asco con que la tragaba.
Ufff, aquello era demasiado, se había corrido tres veces, tenía hormiguillas en el pene y ganas de sentarse. Bajó al salón y pasó a contemplar la escena desde una mesa, entre sorbo y sorbo de su vaso de güisqui.
Todavía quedaban tres tíos follándola. La habían puesto a cuatro patas y uno se la metía por detrás, como los perros, mientras se la chupaba a los otros. El cabello le caía pesado y pringoso por el cuerpo y ya hasta habían desistido de secarla, el paño estaba demasiado empapado y no hacía sino diseminar la humedad. La colocaron de rodillas y uno de los tipos se lo alcanzó con dos dedos, mejor que fuera ella quien se pringara, a ver si era capaz de limpiarse un poco por sí misma.
¿Un trapo negro? La idea se le cruzó por la cabeza con una mezcla de esperanza y lástima ¿sería posible que...? Miró hacia Jorge, charlaba con un grupo de clientes rezagados sin aparentar que prestara atención, pero estuvo seguro de que se le había ocurrido, de que lo que estaba sucediendo había sido dispuesto por él. Joder, toda esa inteligencia aplicada al mal... verdaderamente era una barbaridad.
Silvia tenía más ganas que nadie de sentirse seca. Una vez le fue entregado el trapo, la asaltó la tentación de usarlo en su entrepierna, tenía el coño y el culo particularmente embarrados y bastante escocidos, de hecho llevaban doliéndole desde hacía rato. Pero no, quedando todavía gente en pie era una imprudencia dedicarlo a eso. Como para confirmar su tesis, uno de los tíos se le corrió en la cara, pringándole la mejilla, y sin apenas acertar en su boca. En realidad daba igual, había tragado una cantidad suficiente de semen como para que no le importara en dónde pudiera caerle, beberlo o bañarse en él. Los otros dos siguieron su mismo camino y eyacularon dónde les vino en gana, había quien se la había follado tres y cuatro veces, ya nadie estaba para perfeccionismos.
Se quedó sola en el entarimado. Hizo lo que pudo por limpiarse la cara, pero la tela era demasiado fina y el trapo estaba absolutamente mojado, sólo logró extenderse la hediondas salpicaduras. Probó a doblarlo de otra forma, pero ya otros habían tenido esa idea y por todas partes estaba igual; sabía que era inútil pedir un paño limpio, se secó la entrepierna con un gesto de asco. Lo que había pasado era horrendo, pero por fin iban a dejarla irse, por fin todo había acabado. En el salón los hombres se vestían, hacían comentarios soeces sobre lo puta que era, lo bien que había estado, o la manera en que había podido con todos. Daba igual, dentro de poco estaría en casa, se daría una ducha, y toda esa pesadilla se convertiría en pasado. Se sentía mareada. Ya encontraría la manera de encajar los golpes, o no los encajaría; lo importante era que muy pronto iba a salir de allí, a obtener al menos una tregua.
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El traje
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pidió por enésima vez, segura de que era el final, de que esta vez se lo darían.
Nadie le prestó atención. La gente iba a lo suyo, se vestía, charlaba, y ella había quedado olvidada como un mueble sobre el escenario.
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¡El traje!
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Repitió en voz más alta.
Esta vez Jorge se dio por aludido y reparó en su existencia.
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Joder, tía ¡Qué pesada! Si lo tienes en la mano.
La cara se le puso de color blanco esperma al comprender lo que le estaba diciendo. Desdobló del todo lo que había creído un simple trapo y de él, empapado en semen, fue saliendo el traje de Gilda con que llegara al Siroco. Se quedó mirándolo, espantada, sin poder creer que hubieran sido capaces de hacerle una cosa así, que sus muchas humillaciones fueran a acabar con semejante colofón.
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Bueno ¿a qué esperas? Vete vistiendo, es hora de irnos
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Dijo Jorge con sorna, fingiendo no prestarle atención.
Ella permaneció de rodillas, frenéticamente manoseando el tejido, observando los blancos riachuelos que fluían por cada uno de sus pliegues. Intentó imaginarse a sí misma con aquello puesto y no lo logró, era demasiado horrendo, era una porquería; derramó varias lágrimas al darse cuenta de que no iba a ser capaz de cumplir semejante orden.
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Es que yo... No sé si me lo puedo poner... ¿No preferiríais que volviera desnuda?
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Acertó a preguntar completamente desconcertada, a sabiendas de que no se lo iban a consentir, de que con ello no hacía sino suplicar una clase de humillación que en otros momentos de la noche había intentado evitar con todas sus fuerzas..
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En absoluto, querida
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Respondió Jorge
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. Todos hemos puesto lo mejor de nosotros mismos para que tengas un vestido digno de ti, lo menos que puedes hacer es usarlo.
Ella se quedó mirando el traje. No es que estuviera manchado, no, es que ostentaba cremosos grumos blancuzcos a lo largo de toda su superficie. Le entraban ganas de vomitar de sólo verlo, aquello no era humano, no podía ser que fueran a exigirle algo así. ¿Cómo era que siempre conseguían hacerla entrar por lo que les daba la gana? Mientras se lo pensaba, Jorge, había subido la escalinata, había llevado en la mano su cinturón y permitido que arrastrara cansinamente por el suelo durante todo el camino. La miraba displicente desde arriba, la manera en que manoseaba nerviosamente el vestido, absorta en su dilema.
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Desde luego que no hay quien te entienda, querida, te llevas toda la noche pidiéndolo y ahora que te lo damos resulta que no lo quieres. ¡Qué chica más contradictoria!
Como por encanto, se hizo el silencio. Las conversaciones se detuvieron y hasta los ruidos de la gente parecieron extinguirse. Treinta pares de ojos se volvieron al unísono hacia el escenario, ya habían visto a Jorge en acción y nadie quería perderse lo que pasara.
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Vamos, hombre, déjalo ya. Es hora de ir a casa
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Intervino Alberto con tono serio, aunque amistoso.
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Sé lo que hago
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Respondió Jorge
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y esta monada se va a vestir. Ha dado demasiado el coñazo con la ropita como para que vaya a permitir ahora que se salga con la suya.
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Estás yendo demasiado lejos, nadie puede resistir tanto castigo ¿No te das cuenta? Como mínimo, estás anticipando cosas que no deberían plantearse hasta dentro de varios meses.
Jorge ni lo miró, estaba demasiado pendiente de Silvia, de que no le pasara desapercibido un gesto suyo como para prestarle atención.
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¿Oyes, M?
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Preguntó mirando hacia abajo
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Alberto cree que estás al límite, que no puedes humillarte un poco más; yo estoy seguro de que se equivoca, te conozco mucho mejor que él y sé que te mojas de solo oírme hablar, estoy convencido de que no has ni siquiera empezado a arrastrarte. ¿Qué tienes que decirle a nuestro director, querida? ¿tiene razón?
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¡No puedo más! Te juro que no puedo
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Exclamó Silvia exhausta y pálida como un sudario, estremeciéndose de asco, mientras hacía ademán de ir a exprimir lo que intentaban convertir en su indumentaria.
La respuesta de Jorge fue clara y resonó en toda la sala. Asestó un correazo en su espalda que la hizo estremecerse. Se pudo ver como el cinturón rodeaba su cuerpo, desde atrás hasta salir por delante, dejando una línea roja que llegó hasta uno de sus pechos. El dolor la recorrió como un calambrazo, estuvo a punto de caer de boca, pero enseguida reaccionó. El latigazo hizo que se le disipara todo el cansancio, la sensación de irrealidad. Tan segura estuvo de lo pronto que iba a ser flagelada de nuevo que se metió el vestido por la cabeza, y luchó por hacerlo llegar hasta su cuello.
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¿Veis como podía hacerlo?
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Se jactó Jorge
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Sólo hacia falta motivarla un poco, razonárselo con unos argumentos que estuvieran a su alcance, es tan bruta... Sin embargo, cuando por fin logra entender es muy servicial, eso hay que reconocerlo.
Quique observó a la concurrencia y estuvo seguro de que había muchos tíos a los que les dio asco aquello, pero incluso esos parecían excitados; la miraban perplejos y se miraban unos a otros, disimulando las ganas de subir y echarle un último polvo.
Silvia se debatió durante un momento en su asquerosa prisión, la tela se le adhirió a la cara, y costó un mundo hacerla bajar, fría y pegándose allí por dónde pasaba. En los escasísimos trozos secos, había quedado rígida, acartonada, y en todo momento olía mal, olía a depravación, olía a lujuria. Una vez más habían conseguido llevarla a dónde querían; allí estaba ella, vistiéndose con el semen de todos los hombres que la habían poseído. Cuando por fin estuvo fuera, cuando abrió los ojos y vio el traje cubriendo su maltratado cuerpo, saboreó el extremo de degradación hasta el que la habían conducido; aunque pareciera imposible, siempre conseguían hacerla caer un poco más bajo. Grandes grumos de leche, espesos y goteantes destacaban sobre el negro de la tela, nadie que ella conociera se había visto forzado a vivir algo así. Pero aún no había acabado, tanto Gilda como ella compartían una debilidad: a las dos se les daban mal las cremalleras. Medio ciega de vergüenza, se puso en pie y empezó a forcejear, sin conseguir que se moviera un ápice. Estuvo así varios eternos segundos, tambaleándose, luchando por cerrar el lateral de aquella ignominia.
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Dios, esto es maravilloso
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susurró Pablo al oído de Quique
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. Follarla es genial, sentir el calor de su cuerpo, mirarla correrse, tan buenísima como está; pero lo mejor no es eso, lo mejor es follarnos su voluntad, doblegarla e irla obligando cada vez a cosas más duras, eso es lo que te pone la polla como una tranca. Es casi heroico, para traerla hasta aquí hacía falta decisión, deseo, y hasta otra cosa más importante aún, hacía falta imaginación. Esto es la obra de un artista.
Esbozó un gesto de asentimiento. Estaba de acuerdo, hacía tiempo que él se había dado cuenta de eso, pero ahora no quería perder detalle de lo que estaba pasando.
La chica rubia, aquella de cuyos brazos arrancara Silvia a Rodrigo, subió al escenario. En un principio, pareció que iba a sumarse a la fiesta, pero no, sólo tiró de la cremallera y ayudó a Silvia a cerrarse el vestido.
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Vamos, mujer, ánimo
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le dijo
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. No siempre es así, esto es una especie de novatada, todas al llegar pasamos por algo parecido; el día a día es mucho más llevadero. Seremos buenas compañeras.
Aún consciente de lo que aquello significaba, de que estaba aceptando la amistad de una puta, recibió la brizna de comprensión que le ofrecían, sencillamente no estaba en situación de rechazarla. Sentía nauseas, el hediondo traje se le ceñía como una segunda piel pringosa y húmeda. En las caderas, en el vientre y en las tetas, allí donde más le apretaba, los picores eran constantes, la recorrían como diminutas hormigas diseminando punzadas, crueles mordeduras por su carne. Dio un traspiés y el público entero rompió en carcajadas. Las piernas parecían pesarle una tonelada, pero no era el cansancio, era el infecto lastre de su atuendo. Para colmo de males, el vestido se había roto y la raja lateral se prolongaba hasta bien entrada la cadera. Ella misma pudo ver como al andar, inevitablemente enseñaba el coño, empapado en esperma. Todo había acabado, la noche, su vida, al fin iban a dejarla irse, pero habían sido unas horas en exceso destructivas, ni siquiera el llegar al final le servía de alivio.
El ambiente de la sala cambió, desaparecieron de las miradas los brillos soñadores, maliciosos y en muchas caras se dibujó la fatiga, incluso un poco de vergüenza. Rodrigo indicó que salieran por la puerta de servicio y la gente se puso en marcha. Benito se acercó a ella esbozando una media sonrisa.
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Bueno, nena, pues a casita
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dijo con su acento afrocubano
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. No hay nada como la satisfacción del deber cumplido ¿verdad? como volver a casa tras una dura jornada de trabajo.
Silvia no estaba para sutilezas, no contestó. El negro abrió la comitiva y ella lo siguió con paso vacilante, embocó el pasillo dejándose el infierno a la espalda, oyendo las pisadas, el murmullo de todos cuantos esa noche habían encontrado un lugar en su carne. Los comentarios de la gente la habrían destrozado de no estar caminando por un mundo irreal, si el pasillo no se hubiera convertido en una especie de túnel onírico.
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Pues no te creas, folla más o menos igual que mi mujer, y no está mucho más buena
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dijo alguien a su espalda.
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Sí, por supuesto, tu esposa suple con talento lo que ella ha logrado a base de práctica.
Varias risitas cansadas celebraron la ocurrencia.
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No, en serio, es curioso lo de esta mujer, es una bomba sexual. Las tías tan guarras nunca están así de buenas y desde luego no acostumbran a ser tan jóvenes, suelen mayores y estar de vuelta de todo.
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Ya, pero es que esta ha aprovechado el tiempo, en todos los sentidos es una verdadera em(pollona).
Alguna que otra carcajada volvió a dejarse oír, pero el eco se desperdigó en el silencio nocturno. Se sintió tranquila, consiguió ignorar el intercambio de impresiones, no permitió que la afectara, o quizás simplemente estaba más allá de la desesperación.
A al fin el exterior, al fin la noche estrellada; el frescor del aire la hizo estremecerse y multiplicó los picores según empezó a secar su escasa ropa. Benito caminó relajadamente hacia el coche y ella intentó olvidarse de todo, lo siguió haciendo acopio de dignidad, sin preocuparse del espectáculo que ofrecía su nevada entrepierna. ¡Estaba fuera! Ahora sí había acabado; el dolor casi desapareció, quedó tan sólo vacío, se sintió como una fruta recién exprimida, como si le hubieran arrancado hasta el postrer gemido, hasta la última gota de sus jugos. En cosa de media hora estaría en la ducha, y en una yacería en su cama, bajo los efectos de un somnífero. Eso era lo que apetecía por encima de todo: dormir. Se imaginó su cama como si fuera un paraíso. Aún no habían recorrido la mitad del camino hacia el coche, cuando unas voces que oyó hicieron que un escalofrío le recorriera la columna vertebral.
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Oiga, decía usted que era el propietario ¿no?
El tono era inquisitivo, inteligente; la clase de voz de alguien que quiere algo y que sabe lo que quiere.
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Sí
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Oyó responder a Jorge con tono sorprendido.
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Entonces con usted es con quien quiero hablar. Es que me preguntaba... No sé ¿por cuánto saldría que...?
Sin poder evitarlo, disminuyó el paso y se quedó un poco rezagada respecto a Benito. Se le dibujó en la mente la certeza de que "algo" estaba pasando, algo casi tan malo como darse cuenta de que no estaba más allá del miedo, como sentir sus amoratados pezones hincharse cual globitos de carne. ¡Incluso así de destrozada, aún era capaz de ponerse cachonda! El pánico le aguzó el oído. No podía ser que en el estado en que estaba fueran a querer empujarla a algo más.
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