Moldeando a Silvia (25)

Joven empresaria es convertida mediante el chantaje en una esclava sexual.

ADVERTENCIA

Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)

fedegoes2004@yahoo.es

Alberto fue el único de los que no habían tenido sexo son Silvia que se situó entre el público. Pedro, convertido en su sombra, anotó mentalmente el dato mientras lo seguía hacia una mesa próxima al escenario. Benito, Quique y Pablo, cansados probablemente por las operaciones del reservado, tomaron ejemplo y fueron con ellos.

Los cinco habían contemplado la escena asombrados, pero Pedro había estado completamente tenso, más perturbado que nunca por su excitación, por lo contradictorio de sus sensaciones; ni siquiera en las películas porno había visto follar de una manera tan salvaje. A pesar de ello había tenido la presencia de ánimo de observar con detenimiento las caras de sus compañeros de mesa, y la de Quique era un poema. Se notaba a las claras que de un lado, Silvia le había dado casi lástima, de otro... bueno, de otro cierta sonrisilla maliciosa delataba que se moría de ganas de probar los límites de su poder, de montarle su propia fiesta en la que él fuera quien tomara las decisiones. No hacía falta ser un gran psicólogo para darse cuenta de que sus bajos instintos acabarían por prevalecer en esa pequeña discusión interna.

Los últimos vaivenes de Silvia entre los dos penes fueron demoledores, se derrumbó exhausta, reventada por dentro y con las rodillas incapaces de sostenerla. Quique contempló la escena como hipnotizado, casi lamentando que no durara un poco más, el forzoso final del juego. Jorge se retiró, y Rodrigo se quitó la chica de encima con la facilidad de quien a la hora de levantarse apartara una manta. Cayó sobre el suelo descoyuntada, lacia como una muñeca de trapo.

Por segunda o tercera vez en la noche Quique se levantó de su asiento, creyó que todo había acabado y que ya no quedaba sino saludar al personal y marcharse a casa. Alguien se encargaría de empaquetar el juguete y dejarlo dispuesto para futuras sesiones. Cuál no sería su sorpresa cuando vio que Jorge se agachaba hacia la muchacha, la izaba por los cabellos, y le asestaba una fortísima bofetada. Ella abrió los ojos, abruptamente extraída de su atontamiento. Él, loco de alegría, volvió a sentarse. Dios ¿Sería posible que aún quedara espectáculo por delante. que fueran a...? Sería tan estupendo, tan rupturista, que no se atrevía ni a imaginárselo.

¾

¡Joder! Va a hacerlo, el muy cabrón

¾

dijo Alberto

¾

. Jorge se empeña en estas cosas y la chica no está preparada; es peligroso, además de excesivo.

¾

¿De veras? Parece evidente que le va la caña ¿Qué tiene de malo zurrarla un poco?

¾

Respondió Quique.

Pedro pegó la oreja para no perderse detalle. Alberto, en efecto, podía llegar a convertirse en un gran aliado, ahí estaba su oportunidad de intervenir, si es que encontraba manera de meter baza sin ponerse en evidencia.

¾

De acuerdo en lo de la caña, pero si le das toda la que admite la fundes en dos días. Además, esa ha sido una bofetada antipedagógica, le deja la cara señalada y no aporta otra cosa que el breve placer de dársela. Las hostias deberían reservarse para cuando las merece, deterioran la mercancía y la chica lo estaba haciendo bien. Y eso no es ni siquiera lo peor, lo peor es que se la van a follar todos.

Quique sintió como una hola de placentera tranquilidad lo invadía, estaba deseando que sucediera y por una vez quiso ser sincero:

¾

¿Y cuál es el problema? Sigo sin verlo

¾

dijo con tono entre pícaro y nervioso.

¾

Pues yo veo alrededor de treinta, tantos problemas como tíos hay en la Sala. Las bofetadas nunca vienen solas, la van a hacer papilla y puede que pasen días antes de que vuelva a estar presentable. Además, seguro que Jorge ni se ha molestado en asegurarse de que no haya gente que la conozca, esto podría arruinar el juego.

Quique tenía muchas ganas de que aquello siguiera adelante y estuvo a punto de decir lo que pensaba, que unos pocos moretones no afean a una puta, son casi parte de su vestuario; pero supo que no era oportuno y tuvo el buen sentido de callarse. Además, Alberto estaba cargado de razón. Él mismo estaba demasiado impaciente por usarla como para soportar esperas, y lo otro era aún peor: lo último que deseaba era que alguien fuera a llegar al club con la primicia. A su debido tiempo, quería ser él quien divulgara la historia de Silvia, reclamaba para sí ese placer.

¾

Ufff, tenemos que detener esto

¾

dijo mientras recorría con la mirada a la concurrencia, escrutando si distinguía a alguien del club.

¾

Esto ya no hay quien lo pare

¾

Contestó Alberto con impotencia

¾

Fíjate en la gente, matarían a quien lo intentara. Además, hay que reconocer que la chica está preciosa, hay en todo cierta belleza, casi no culpo al público por desearla de esa manera.

Ciertamente estaba preciosa. Se había puesto a cuatro patas, obligada por el tirón de pelo. Los focos de colores acariciaban su cuerpo y realzaban su hermosura. La piel le brillaba de sudor y algunas marcas púrpura adornaban sus pechos. ¡Y qué pechos! Se bambolearon pesados, rotundos, mientras Jorge la arrastraba de los cabellos hasta el borde del escenario. El remate eran las medias, las anchas bandas elásticas que ceñían sus muslos, hundiéndose en ellos ligeramente, contrastando con su palidez.

Silvia, medio desmayada, sin reparar en la cantidad de gente que la estaba mirando, se dejó llevar y apenas pudo creer lo que apareció en el suelo, ante su ojos cuajados de lágrimas. Había en el borde un posavasos negro, con el rótulo "Sala de fiestas Siroco" en letras doradas y sobre él, dos gruesas rayas de polvo blanco. ¡Cocaína! La palabra le explotó en la mente y se despabiló de sólo esbozar su significado. La había probado con anterioridad y se había jurado a sí misma no reincidir. Con otras sustancias se atrevía a jugar, pero no con esa, le gustaba demasiado, se integraría tan bien en su agitadísima vida que siempre estuvo segura de no poder controlarla. Pero había tantas cosas que ya no podía controlar que quizás no debiera preocuparse. Si no se las metía en el acto sabía que iba a estar recibiendo golpes hasta que lo hiciera, y no sólo eso ¿Realmente prefería que la follaran medio inconsciente? ¿No podría encajar las cosas mejor con la mente despejada? No había tiempo para decidir, tomó una cañita de refresco que había junto al posavasos y esnifó temblorosa el polvo blanco, sintió el salado picor nariz adentro, y le pareció como si la sustancia le alcanzara hasta el último rincón de su cuerpo, como si se volviera consciente de sí misma hasta un extremo en que nunca antes lo había sido. En pocos segundos estuvo completamente despierta, y no albergó ninguna duda de lo que le esperaba.

Por un momento, no sólo en la mesa, en la sala entera se hizo el silencio, y Pedro, a pesar de hallarse tan asombrado como todos los presentes, decidió aprovecharlo, se dio cuenta de que era el momento de intervenir:

¾

Alberto tiene razón

¾

dijo con aire reflexivo

¾

. Lo peor de esto es el riesgo de perder control sobre ella. Cada vez que ponemos a prueba el poder que tenemos sobre ella, en el propio acto de probarlo, cedemos un poco, más que eso lo arriesgamos todo.

¾

Exacto

¾

Respondió Alberto, echándole una mirada de complicidad

¾

. Hasta ahora hemos tenido una suerte enorme, la gente ha atendido a razones, pero no siempre va a acompañarnos la fortuna

¾

dijo mirando a Quique de soslayo

¾

. Desde niños sabemos que ciertos juguetes no se pueden compartir con cualquiera, hay quien los destroza. Jorge cree que esto es una demostración de su fuerza, pero lo que está demostrando es lo contrario, su debilidad ¿Cómo puede pretender controlarla a ella si ni siquiera se controla a sí mismo? Espero que cuando se dé cuenta, no sea demasiado tarde.

La conversación murió, lo que sucedía en el escenario atrajo la atención de todos. Silvia se había puesto en pie y le temblaban las piernas hasta el extremo de costarle un esfuerzo enorme no tambalearse. Roja como un cangrejo, y probablemente medio cegada por los focos, se apoyaba en el brazo de Jorge. A pesar de no llevar micrófono, el silencio reinante hizo que las palabras de este se oyeran en toda la sala.

¾

Bueno, querida, ahora vas a enseñarle a estos amigos de lo que eres capaz, lo guarra y lo puta que eres.

Ella bajó la cabeza justo en el momento en que las luces del escenario empezaron a reducir su potencia, al tiempo que cobraban fuerza las de ambiente. El panorama que encontró la hizo titubear, incluso intentó echarse atrás, pero el brazo de Jorge era mucho más que un apoyo, la sujetó con firmeza y la obligó a encarar al público.

¾

No, no, no te quieras escabullir. ¡Mira!

De mala gana, una vez más volvió a obedecer. Sus ojos vagaron nerviosamente por el nutrido y variopinto grupo. Había gente de todas las clases, camareras, empleados del Siroco, clientes, instructores; hasta el enorme segurata que tenían en la puerta estaba allí, despatarrado en un sofá con la polla fuera. Dios, no tuvo otro respiro que el de confirmar que ni don José ni nadie de su reunión se hallaba ya en el local, pero lo del segurata le resultó inasumible. ¡Podía haberla visto pasar hacia el club cientos de veces, podía haberse fijado en ella! Para colmo de males era un gitano de facciones hoscas y talante barriobajero, una de las últimas personas con las que querría algo que ver. Reparó de pronto en su situación, en lo desnuda que estaba, impulsivamente se cruzó un brazo sobre los pechos y se cubrió el sexo con la otra mano.

¾

¡Joder, a estas alturas te preocupa el que te vean en pelotas, desde luego que eres la hostia!

¾

Exclamó Jorge con ironía.

Tras ella, alguien hizo llegar a Rodrigo un micrófono inalámbrico y enseguida su voz retumbó en el expectante silencio:

¾

Señoras, señores, distinguido público y queridos compañeros, amigos todos; con vosotros M, nuestra artista debutante de hoy, un regalo para la vista y una delicia para el tacto, disfrútenla.

No se oyó ni un murmullo, la gente apenas parecía creer lo que estaba pasando. Y Silvia... se estremeció de la cabeza a los pies, fue obvio que quería que se la tragara la tierra.

Alberto, con la mano en la frente, no pudo menos que susurrar a Quique:

¾

Joder, observa a Jorge; conozco esa mirada, está inspirado y esto va a ser aún peor de lo que me temía.

Jorge, ya se dirigía a la escalinata, con la muchacha cogida de la mano. Ella no se resistía, se dejaba conducir, sonámbula y visiblemente excitada, hasta la consumación de todos sus temores. Una vez en el suelo, al mismo nivel de la gente, él, pletórico, echó un vistazo general y empezó a hablar en voz muy alta:

¾

Bueno, permitidme que os informe un poco de la situación: el Siroco, tiene a esta señorita, por llamarla de alguna manera, en alquiler. Naturalmente, Rodrigo tiene potestad para haceros el ofrecimiento que acabáis de oír, pero yo soy el propietario y voy a permitirme unas pequeñas matizaciones. Ella está aquí en prácticas, quiero que aprenda el oficio de una vez por todas; podéis hacerle absolutamente lo que queráis, podéis emputecerla cuánto os venga en gana, le encanta y ha venido para eso. No es necesario que preguntéis, practica todos los servicios y hay una única respuesta para cualquier pregunta: Sí.

Silvia se le quedó mirando espantada y él, con una sonrisa de oreja a oreja, volvió a dirigirse a ella.

¾

Sí, querida, las cosas están así. Salvo el polvete de hace un momento, hasta ahora prácticamente todo ha sido pura teoría, charla y muy poco más. Ya va siendo razón de que te apretemos un poco los tornillos en el plano físico. Y vosotros, señores, mirad que os la entrego mojadita y entera, intenten devolverla en buen uso, con eso me doy por contento.

Quique, contempló la escena estupefacto. Al igual que la mayoría de la gente, se había despojado de toda su ropa, y vio con asombro como Jorge le propinaba un fuerte empujón a la muchacha, un empujón merced al cual, ella, como llovida del cielo, se vino a derrumbar justo entre sus rodillas. Naturalmente, no dejó de agradecer lo que sin duda era un gesto extremadamente amistoso por parte del hombre. Silvia, entre resignada y ansiosa, fue a empezar una nueva mamada, pero él tenía otras prioridades y la tentación fue demasiado fuerte; mirando a Alberto, con un ademán de disculpa, abofeteó a la chica sin demasiada fuerza, con más intención de humillar que de herir.

¾

No, mejor cómeme las pelotas, puta.

La miró a los ojos, observó la forma en que encajaba el golpe casi sin inmutarse, sin otro cambio en su expresión que un leve parpadeo. Cumplió la orden sin vacilar, sepultó la cabeza en su ingle y enseguida sintió su lengua deambular por sus testículos, demorarse en ellos y lamerlos milímetro a milímetro. Se estremeció de gusto, las tetas de la muchacha se bamboleaban sobre la cara interna de sus muslos, sintió cómo ella le chupaba los huevos, para después mordisquear suavemente la raíz de su polla y recorrerla de un lento lametón hasta la misma punta. Creyó estallar de placer, cerró los ojos e intentó pensar en otra cosa, se dio cuenta de que le iba a costar horrores evitar correrse. Movió impulsivamente las manos para cogerla de los cabellos y forzarla a lo que hacía sólo un momento ella misma había intentado hacer, pero llegó tarde, sólo a tiempo para acariciarle las mejillas, la garganta, mientras ávida y experimentadamente se tragaba entera su virilidad.

Aceptó la mamada durante alrededor de un minuto, pero enseguida le entraron las prisas. Esta vez quería follársela, tenía ese capricho; le daba un morbo especial el hacerlo allí, delante de todo el mundo, y no quería que una eyaculación a destiempo lo privara de ese gusto. A punto estaba de hacer algo al respecto cuando notó en el cuerpo de Silvia unos movimientos extraños. Abrió los ojos para encontrarse cara a cara con Benito, que la había cogido por detrás y medio en cuclillas había empezado a sodomizarla.

¾

Así, bien aprovechadita, zorra, que somos muchos

¾

dijo el negro con tono bromista, apoyando sus palabras con una sonora palmada en su precioso trasero.

Algo debió dolerle, porque se detuvo un instante en sus acometidas, pero enseguida reanudó la mamada y dejó que detrás sucediera lo que tuviera que suceder. A Quique, en un principio, no le resultó demasiado grata la compañía del afrocubano, pero tan pronto empezó a ser más rudo en sus empujones, la chica dejó de coordinar la felación y esta adquirió unos matices casuales que le resultaron arrebatadores. Poco a poco, Benito fue empujando la chica hacia él; en un principio, ella se dobló sobre sí misma, pero finalmente tuvo que abandonar la mamada y resignarse a trepar por su escuálido cuerpo.

Le fue muy sencillo adivinar la intención del negro y estuvo más que encantado de secundarlo. Sintió como Silvia, impulsada por Benito, y hasta espoleada por sus palmadas en el culo, avanzaba sobre él abierta de piernas. Casi creyó enloquecer al sentir su calor, el roce de su piel, al ver junto a su boca esas dos tetas soberbias, gloriosas, cuyos pezones succionó con glotonería.

Naturalmente, la idea de someterla a una penetración doble se le antojaba muy deseable, pero no le dio tiempo a hacer nada, muy pronto sintió la mano de ella agarrándole la polla y diestramente introduciéndola en su empapada vagina. Gimiendo dulcemente empezó a cabalgarlo y él se dedicó a palpar su cuerpo, la agarró las cachas con fuerza y le marcó el ritmo, siempre alterado por los embates del negro. Después, le acarició los muslos, y dejó que sus manos treparan por su vientre, hasta sus tetas, siempre demorándose a pellizcar allí donde quiso. Por supuesto era consciente de que iba a eyacular en cualquier momento, pero no le importó, los objetivos estaban cumplidos y era demasiada caña como para que pudiera exigirse a sí mismo resistirla. De pronto, sintió a alguien por detrás del sofá, y al levantar la vista, tropezó con la cara de la chica contraída por la succión, chupándosela a alguien que se les había acercado por su espalda. Los músculos de la garganta se le habían dilatado, vibrando por la penetración, y su cuello entero parecía más grueso; casi creyó ver el intermitente bulto que levantaba al entrar el pene del hombre. Ese fue el detonante, no pudo ni quiso aguantar, se corrió largamente en el interior de ella.

¾

Bueno, pues ya has acabado con uno, que pase el siguiente, zorra

¾

dijo Benito, con aire entre cruel y divertido, mientras se ponía en pie con ella pegada a su cuerpo, sin dejar de penetrarla, ni permitir que tocara el suelo.

Quique se la quedó mirando extasiado, tenía la cara completamente roja, mitad por la vergüenza y mitad por las frecuentes "caricias" faciales que iba recibiendo. Benito la sostenía como si no pesara y pudo distinguir que su negra polla permanecía insertada en el culo de la chica. Casi tembló al ver varias hilachas de su propio esperma destacando sobre su enmarañado vello púbico.

Aquello era demasiado, no podía permitir que unos hechos históricos de esa magnitud quedaran sin registrar, que se perdieran para la humanidad; quería conservar un documento gráfico de todo aquello. Rebuscó entre su ropa y extrajo la cámara digital del bolsillo de su chaqueta. Tenía espacio para muchas, muchas fotos e iba a emplearlo.

Silvia se había abandonado en brazos lo inevitable. La peor de las posibilidades, la que ni siquiera se habría atrevido a temer, era un hecho; había desistido de toda resistencia, de toda intención de raciocinio y entrado en barrena; estaba practicando sexo y, cuando la hacía, parecía que no hubiera nada más en el mundo. La inmediatez de su excitación, borraba todo pasado o futuro posibles. En cuanto al presente... El presente era un gitano enorme al que en volandas se iba acercando, un gitano que la miraba como a un trozo de carne apetecible, como un plato exquisito que estaba a punto de devorar.

No quiso recordar quien era ella ni lo que aquello significaba. Aceptó ser penetrada, soltada a plomo sobre el pene erecto de aquel hombre, era sólo un hombre, uno más, en la noche, uno más en ese instante en su cuerpo. Hubo algo aún más desesperanzador que la manera en que Benito la depositó sobre él, con la precisión de una grúa, algo más duro que su sonrisa despectiva, incluso que su mismísima verga palpitando en el interior de su coño; lo más doloroso era desearlo, desear que todos aquellos tíos hicieran de ella lo que apetecieran, que la putearan de todas las formas posibles, no saber si aquel enorme segurata que la follaba conocía su identidad, si al consentir aquello estaba aceptando un nuevo amo... Pero daba igual, ya daba igual hasta la indiferencia. Ensartada como estaba entre los dos penes, viendo tras el gitano deambular muchos de los que iban a poseerla, volvió a no darse cuenta de que pensaba en voz alta:

¾

Dios mío ¡Me encanta!

¾

Claro que te encanta, eso ya lo sabíamos todos, lo sabías hasta tú misma. Para ti el problema no es follar, el problema es que se sepa, el qué dirán. Pues bien, estos caballeros dirán lo que les venga en gana, dirán la verdad

¾

Remachó Jorge con una sonrisa displicente, muy cerca de ella.

Quique daba vueltas alrededor de la escena, cámara en ristre, queriendo fotografiarla desde todos los ángulos a la vez. La parte trasera era desde luego para verla, el aparato del negro metiéndosele en el culo, ese interacial completo, con el gitano abajo, y el magnifico cuerpo de Benito aplastándola sobre él. También por delante sucedían cosas que merecían atención, uno de los clientes, que sólo conservaba puesta la camisa del smoking, le había metido varios dedos en la boca y ella se había puesto a chupárselos con creciente entusiasmo.

Naturalmente, no podía consentir que tan humillante evento quedara excluido de su reportaje y rodeó al grupo. Fotografiar la encendida cara de Silvia, contemplar como, con los ojos cerrados, se tragaba hasta los nudillos los dedos del cliente, hizo que se volviera a empalmar. Por supuesto, esa especie de felación digital no duró mucho; enseguida el hombre debió apetecer que le comieran otras partes más sensibles de su anatomía y le colocó los testículos delante de la nariz. Ella captó rápidamente la invitación y se aplicó a comerle los huevos con una dedicación totalmente impropia de una señorita de su posición social. A punto estaba de empezar a chuparle la polla cuando Pablo empujó de lado al cliente, murmurando unas rápidas disculpas y ocupó su sitio.

Silvia continuó con lo que iba a hacer, sin dar signos de haber siquiera notado el cambio de turno. Pablo, que aún conservaba puestos los pantalones, le echó el cinturón por detrás de la nuca y le arrastró la cabeza hasta su entrepierna. La mamada fue breve pero soberbia, la chica se le tragó entera la polla sin titubeos y se dejó llevar por el furioso ritmo que los empujones de Benito y el segurata imponían. El momento en que Pablo eyaculó sólo fue perceptible por una pequeña arcada de la muchacha, y por cierta espesa humedad que le brotó de los labios, dejando círculos blancuzcos sobre la verga de la que se alimentaba. Pablo se retiró a tiempo para sacudírsela y que varios goterones de esperma chorrearan por sus enrojecidas mejillas.

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