Moldeando a Silvia (24)

Joven empresaria es convertida mediante el chantaje en una esclava sexual.

ADVERTENCIA

Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)

fedegoes2004@yahoo.es

A mi amigo Jose, por su colaboración en la corrección de estas páginas.

El estado de la sala había vuelto a cambiar, muchas luces habían sido apagadas y estaba casi entera en penumbra. Unos pocos grupos de personas, quizás camareros o clientes rezagados, ocupaban las mesas próximas al escenario, única zona del local que permanecía iluminada.

No pudo resistirlo, se volvió e intentó regresar al reservado, pero tropezó con una muralla humana. En esta ocasión, todos se habían levantado, la miraban con sonrisas nerviosas, y parecía dispuestos a salir tras ella. Avanzó varios pasos. Rodrigo emergió de entre sus antiguos empleados, ahora profesores; la tomó de la mano y echó a andar sin prisa hacia el escenario. En un principio se quedó retrasada, se estremeció de miedo, pero un suave tirón fue suficiente para que se pusiera en marcha. ¡Follarla en público, era eso lo que tenían planeado! ¡Y con qué facilidad iban a conseguirlo!

No podía negarse, las amenazas eran demasiado tremendas, y aún había algo peor: sentirse así de caliente, que hubieran sojuzgado hasta su voluntad, estar muy poco segura de desear negarse.

No se atrevió a mirar a su alrededor, ni mucho menos a intentar distinguir quiénes se sentaban a las mesas. Con la vista en el suelo, se dejó conducir escalinatas arriba, oyendo cómo la mayoría de los que habían estado en la habitación subían tras ella. Todo estaba preparado de antemano, en el centro del entarimado había una especie de camilla, y no le resultó difícil imaginar para qué iban a usarla. Hubiera dado cualquier cosa por tener un verdadero desmayo, porque la invadiera la negrura y resbalara hacia una pesadilla menos real; pero no, allí estaban y sus pezones se habían endurecido como menudas piedrecillas de carne, hasta el roce de sus pechos, de sus muslos al andar enviaba por su cuerpo calambres de lujuria. Aquella era la quinta esencia del fracaso, ir más allá de donde nunca hubiera temido tener que ir, ser usada por una turba de gente entre la gente, y no tenerse ni a sí misma de su lado. ¡Y pensar que hacía sólo unas horas la aterraba el estriptease! Repentinamente, el implacable torbellino de los hechos volvió a tragarla. Rodrigo se colocó frente a ella y su voz retumbó en el silencio de la sala.

¾

Bueno, pequeña, esta es tu fiesta de bienvenida

¾

dijo

¾

. Antes te hemos desnudado entre todos, ahora eres tú quien ha de desnudarme.

Para Silvia fue como si le hubieran abierto la puerta de la cárcel; después de todo, no sucedía más que lo inevitable. Precipitadamente le quitó la chaqueta, empezó a desabrocharle la camisa, besando sin parar las zonas de su torso que dejaba descubiertas. Se refugió en el deseo, en el sexo puro, lejos de toda razón, en el único sitio en que estaba a salvo de la indignidad. Así llegó al cinturón y lo abrió con un chasquido, la cremallera fue un obstáculo fácil de burlar y tras ella apareció la visión de una polla enorme como una imagen celestial. Rodrigo era una mole de músculos, alrededor de noventa kilos de experta energía seguros de sí mismos. Ni se inmutó cuando ella empezó a mamársela, la miró con una sonrisa y aceptó encantado los primeros toques de lengua. Unos pocos lametones en el glande bastaron para que alcanzara una erección completa. Aceptó la felación con experta tranquilidad, limitándose a disfrutarla, sin el nerviosismo de quienes temen no dar la talla.

Ella, alienada, se volcó sobre la polla, se la introdujo en la boca e intentó tragarla entera, pero enseguida aparecieron las dificultades. Aparte del tamaño, el verdadero problema era el grosor; en cuanto intentaba ir más allá de unos centímetros se notaba la cabeza llenándole la garganta, le daban arcadas y casi se quedaba sin respiración. Sin que lo notara, un coro de caras curiosas los había rodeado, pugnaban por no perderse detalle del experimento.

Durante un par de minutos, Rodrigo la dejó intentarlo, la dejó fracasar, para después hundir ambas manos en sus cabellos y presionar fuertemente. Silvia creyó que se estaba comiendo un poste de teléfonos. Varios centímetros más de carne horadaron el rojo de sus labios y el dolor sofocó las arcadas; se quedó allí, sin aire, empalada y casi a punto de amoratarse.

¾

Bueno, bueno

¾

se dejó oír la voz de Jorge sobre el escenario, hablándole al encargado

¾

, deja algo para el amigo Luís, que tampoco es plan de que se nos ahogue antes de tiempo. Y en cuanto a ti, zorra, es evidente que hasta como puta eres una inepta.

Ella no lo oyó. Incluso mientras intentaba recuperar el resuello permanecía vivo el deseo de que la follaran. Las palabras eran engañosas, las palabras conducían siempre a la humillación o al miedo; el sexo en cambio era neutro, puro; el sexo era sólo placer y la única compensación que podía obtener por la pérdida de sí misma. Se abalanzó de rodillas sobre Luís ¿Qué mas daba que la conociera, que fuera el asesor laboral de su empresa? Tenía lo que ella necesitaba: un instrumento que pudiera manejar. Le bajó la cremallera con destreza y le sacó la verga. No hubo preliminares, se la tragó de una vez, rogando por sentir algo atrás, porque apareciera alguien a su espalda que culminara el trabajo. Pero no, Rodrigo se apartó y se tumbó boca arriba en la camilla.

¾

Si tantas ganas tienes de follar, demuéstralo, furcia

¾

le dijo como por casualidad, casi sin darle importancia.

No necesitó que se lo repitieran. Se puso en pie y caminó hacia él como hipnotizada, se abrió de piernas sobre su erección y se dejó caer. La inmensa verga le llenó la vagina hasta parecer que fuera a reventársela, y ya no pudo más, de sólo sentirla en su interior sucumbió al orgasmo con vergonzosa rapidez; oyó el eco de sus propios gritos reverberar contra las paredes del local.

Él no se inmutó, permaneció tendido sobre la camilla y le dijo con indiferencia:

¾

Bueno ¿Vas a follarme o no? Yo casi no he empezado. Una cosa si te advierto: Hemos de plantearnos la posibilidad de que no sirvas para puta; te gusta demasiado joder y eso es malo para el negocio.

El sentido de sus palabras no pudo ser más insultante y Silvia lo captó en toda su extensión; a pesar de lo cual no le hizo demasiada mella. Ellos creían que el sexo era su mayor debilidad, un medio fácil para hacerle daño, y era precisamente eso lo que estaba empezando a superar; mejor no sacarlos de su error. El problema no era ese; era la pérdida de su libertad, la inadmisible proliferación de amos, y la existencia de público; eso era lo que la hería más allá de lo soportable. Por muy corpulento y experimentado que fuera, ahora se iba a enterar ese mastodonte de lo que era follar. Flexionó las rodillas y se empaló a sí misma sobre la verga de Rodrigo; quiso metérsela entera, pero pronto se sintió tan llena que hubo de levantarse. Bien, quizás poco a poco, embestida a embestida, podría ir introduciéndose cada vez más centímetros de ese monumento fálico. En cada nuevo descenso volvió a intentarlo, llegó hasta el límite del dolor, pero inevitablemente tenía que alzarse exhalando un gemido. No era sólo la longitud, no era sólo que notara presionarla muy adentro; lo peor era el grosor, su tremendo diámetro, que hacía que el coño se le estirara hasta alcanzar la que creía que era su máxima dilatación. Por suerte su cuerpo colaboraba, la lubrificación era óptima, pero a pesar de ello cada milímetro de la penetración la reventaba por dentro, y el dolor físico la ponía aún más cachonda. Daba igual, nada de aquello podía evitarse, ni el sufrimiento, ni la frustración de no saber quiénes la estaban mirando, nada. Se daba cuenta de lo contradictorio de sus propias actitudes, de que a la vez quería y no quería, pero sus sensaciones, sus temores, eran indiferentes, no podían alterar el curso de los hechos.

No la sorprendió ver aparecer otra polla ante su cara, hacía varios minutos que sabía que alguien acabaría por unirse al encargado. Era Luís Bermúdez; al parecer, habían concedido prioridad a los nuevos. Sin parar de balancearse, acogió en su boca el pene que le ofrecían. En cuanto lo hizo, él le sujetó la cabeza con ambas manos y le marcó el ritmo, a la vez que aportaba su grano de arena adicional a su vergüenza:

¾

Señorita Setién, qué curioso que una empresaria como usted acepte un contrato de trabajo en éste local ¿no le parece? Sin duda no lo hace por dinero, tiene bastante como para comprar varias veces el negocio; será entonces por placer, debe tratarse de una especie de vocación.

Enrojeció. Esa era la manera de herirla, decirle esas cosas delante de gente ponía en riesgo toda su existencia; jamás encontraría una defensa contra eso. Ya no era momento de filigranas ni tenía sentido intentar resistirse, hacía siglos que había perdido toda oportunidad; era mejor acabar cuanto antes, empezó a hacerle una felación en toda regla. El tener que atender a dos hombres le dificultó aún más los movimientos; no podía descansar, dejarse caer sobre Rodrigo; la presión en su coño se hacía tan terrible que tenía que volver a erguirse espasmódicamente. No pasó mucho tiempo antes de que las rodillas, obligadas a cargar con todo el peso de los vaivenes, comenzaran a dolerle. Sus molestias eran muy evidentes mientras rebotaba entre los dos hombres, pero no hicieron nada por aliviarla. Antes al contrario, Luís buscó exclusivamente su propio placer; hacía un momento lo habían interrumpido en plena mamada y ya no parecía dispuesto a correr riesgos. Quizás él no tuviera una monolítica polla como la del encargado, pero al menos sí que podía usarla como un salvaje. Sujetó la cabeza de la muchacha como con unas tenazas de hierro y le folló la boca indiferente a sus jadeos, a si se atragantaba o no, hasta que se dio por satisfecho.

Cuando se echó atrás, ni siquiera el poder coger aire libremente alivió a Silvia, era demasiado consciente de que aquello sólo estaba empezando. Antes de que le hubiera dado tiempo a recuperarse, colgaba ante ella el pene de Jorge, y alguien, cuya identidad desconocía, le hurgaba con la polla en el orificio del culo; alguien intentaba penetrarla, indiferente al brutal asalto que estaba sufriendo su coño.

No quería, la asustaba ser sodomizada mientras tenía a reventar su otro agujero. Se impulsó desesperadamente hacia delante y hacia arriba, pero no estaba en situación de negar nada y quien fuera que tuviera detrás aprovechó la ocasión de demostrarlo; le dio un fuerte azote en el trasero que la hizo estremecerse y la obligó a bajarlo. Se quedó quieta, hacía semanas que había aprendido a plegarse ante los designios del destino; en pocos segundos la doble penetración era un hecho consumado. Dolió, dolió hasta lo insufrible, pero mucho más por el descuido, por la urgencia del empujón, que porque anatómicamente no cupiera. En contra de lo que hubiera esperado, lo peor eran las rodillas; tenerlas así, a media flexión, era agotador; y sólo ellas la protegían de clavarse entera en el poste de Rodrigo. Sus movimientos se volvieron aún más torpes y no pudo evitar sollozar de dolor, especialmente cuando el pene del encargado se hundía en su interior más de lo que podía resistir. A esas alturas empezó a sospechar que a lo mejor no estaba tan preparada como se creía, ni siquiera en el aspecto sexual, para lo que se le venía encima; se dio cuenta de que iban a lograrlo, a empujarla hacia un nuevo horizonte de todavía mayor perversión.

Jorge era otro problema, quizás menos hiriente en lo físico, pero mucho más ofensivo en el aspecto moral. La había sujetado por los cabellos y la penetraba oralmente; lo hacía sin esforzarse, con indiferencia, mientras comentaba pormenores de la felación con unos y con otros. A pesar de que tenía decidido no avergonzarse por las reacciones de su cuerpo, estar al borde del orgasmo mientras recibía ese trato era una realidad muy difícil de aceptar. Rodrigo, desde abajo, le amasaba las tetas, se las apretujaba, y cuando algún empujón las ponía a su alcance, le mordisqueaba los pezones. Hubiera dado cualquier cosa por tener ocasión de girar la cabeza y saber quién era el cabrón que le estaba partiendo el culo y la zarandeaba de un lado a otro con tan poco cuidado. Repentinamente, oyó la voz de Luís en su oído y se despejó la incógnita:

¾

Señorita Setién, debo decirle que me encanta el nuevo cariz que está tomando nuestra relación profesional. Es un placer trabajar con usted, se lo aseguro.

Por desgracia, en absoluto la ayudó ese conocimiento. Las cosas sucedían de manera simultánea y con frecuencia ni siquiera lograba atenderlas; las parrafadas de Jorge eran aún más demoledoras y tenían la virtud de hacerla temblar; no sabía si de miedo, de rabia, o de deseo.

¾

Pues sí, amigos, vive en la ilusión de que tiene cierto atisbo de control y voy a demostrarle lo mucho que se equivoca. Cree controlar en lo sexual porque se va habituando a follar con muchos tíos ¿Captáis el razonamiento? ¡Ve una victoria en haberse acostumbrado a la derrota! ¿No es genial?

Fue demasiado, una nube de carcajadas llenó el local y a Silvia se le saltaron las lágrimas; aunque no quería llorar, las sintió rodar por sus mejillas y después notó su sabor en la polla del más implacable de sus verdugos. Pero a él todavía le quedaban cosas por decir.

¾

Sí, aunque os parezca gracioso es así

¾

continuó Jorge en cuanto las risotadas se lo permitieron

¾

, la puta esta se autoengaña con espantosa facilidad, y ahora vamos a administrarle el antídoto contra todas las mentiras: dosis ingentes de realidad. Ahora vamos a demostrarle, sin lugar a dudas, lo que teme: que ella no es una persona, es un juguete sexual, un divertimento, es lo que quién la use quiera que sea; eso es lo que le va a quedar claro.

Dicho esto, se alejó sin avisar un par de pasos, dejando que Silvia, con la boca abierta, succionara en el vacío. Le hizo señas a Bermúdez de que se apartara, y ocupó su lugar. Aquello era maravilloso, la muy zorra estaba respondiendo perfectamente, se lo tragaba todo, y él no iba a dejar ningún clavo por remachar. Permitió que su pene reposara entre las cachas de la chica y disfrutó del momento; sentirla moverse bajo él, medio ensartada en la tranca del encargado, era algo mágico. Sobre todo, los gemidos que emitía cuando tocaba fondo, su manera de brincar para disminuir el daño, lo ponían a cien. Ahora se iba a enterar, él calzaba varios centímetros más que el bueno del asesor e iba a hacérselos sentir. Tenía el culo abierto, dilatado y fue fácil insertar en él su aparato. Lo demás fue cuestión de presionar firme y suavemente, de ir introduciendo gozosos milímetros de carne en el interior de la nena.

Al principio intentó evitarlo, echarse hacia delante, pero un par de mordiscos que Rodrigo le dio en las tetas, unidos a Juan y Raúl que se acercaron a su cara, volvieron a poner las cosas en su sitio. Forzosamente le tenía que estar doliendo, pero hasta para ella eso era parte del encanto. Bien, aún le quedaban fuera cuatro o cinco centímetros y ya prefirió no economizarlos, los envió dentro con un brusco empujón de la pelvis. Ella se arqueó, emitió un corto grito y después se quedó quieta, temblaba y él se dio cuenta de lo que sucedía, se estaba corriendo como una loca. Por delante, tampoco le iba mucho mejor; había estado turnándose en chupar a Juan o a Raúl, pero en ese momento los dos se la habían ingeniado para metérsela a la vez en la boca.

Jorge, a pesar de que era probable que sucediera, apenas podía creérselo; aquello era el colmo del éxito, la presa había vuelto a caer entera en la trampa. Esperó, dejó que ella tomara la iniciativa, que empezara a moverse, a rebotar entre el cuerpo del encargado y el suyo. Sólo cuando llevaba un par de minutos haciéndolo, sin parar de correrse, se decidió a colaborar. Se echó sobre ella, hasta que la espalda de la chica rozó su pecho, y también él se sumó a lo vaivenes. Aprovechó la ocasión para guiñarle un ojo a Rodrigo y hacerle una seña; él lo comprendió enseguida, asintió con gesto de gladiador romano. A partir de ese momento, empezó a incluir pequeños golpes de cintura con cada una de sus embestidas, a empujarla hacia abajo, con lo que la obligaba a clavarse sobre la descomunal verga de su compañero. De nuevo la sintió temblar bajo él, casi creyó notar sus dudas, ese no saber si echar a correr o correrse más todavía, si predominaba el dolor o el placer. Delante, también había subido el voltaje; Juan y Raúl se sustituían en profundas penetraciones orales, se la pasaban del uno al otro agarrada del pelo sin darle descanso. Justo en uno de esos intercambios, sonó tranquila la voz de Rodrigo:

¾

Bueno, pequeña, pues parece que el ambiente se va calentando; una cosa he de decirte: Por cada gota de cualquier fluido que le caiga a alguien, haré una señal y subirá una persona del público. Aplícate con energía porque a mí me da igual que te follen todos.

Ella no pareció oír, permanecía con los ojos cerrados, quizás concentrada en sus sensaciones, sepultada dentro de sí misma. Jorge vio bueno el intento, pero no le extrañó que la chica no reaccionara; lo del público lo tenía asumido, sabía positivamente que esa noche acabaría por tirársela hasta gente a la que no conocía de nada. Si se pretendía hacerle daño, había que ser más sutil, que implicar cosas de su vida pasada; aunque antes, por descontado, era imprescindible conquistar su atención, traerla de vuelta al mundo real. Le cogió las tetas y se las apretó hasta dejarle marcados los dedos, le había llegado el momento de que empezara a enterarse de lo que le tenía reservado.

¾

Sí, querida, sí; quisiste despedir a Juan y Raúl y mira donde los tienes, la parte de ellos que te estás comiendo. Quisiste reformar la empresa y mira el modo en que te estamos reformando a ti. Así son las cosas ¿De veras crees que puedes controlar esto, que puedes controlar tu vida? Ahora veremos lo que controlas, ahora lo veremos.

Aprovechó la posición para agarrarse a ella, pegarse a su cuerpo y, muy lentamente, obligarla a descender. Fue maravilloso, sentir junto a su polla la del encargado, abriéndose camino dentro de ella; sentirla a ella, el modo en que llegaba a la frontera del dolor y rebotaba, daba un respingo, para caer luego, casi a cámara lenta hacia lo inexorable. Sintió cada vibración, cada jadeo, cada roce, mientras la forzaba a clavarse milímetro a milímetro.

¾

No, por favor, no

¾

rogó ella, con un susurro espasmódico.

Y para él fue estupendo que lo hiciera, porque le permitió darse el gustazo de ignorarla, de desoír sus súplicas, mientras se dejaba caer un poco más y la obligaba a empalarse hasta el fondo en el inmenso pollón del encargado.

¾

¿Cómo te Sientes, querida? ¿Qué tal la experiencia de ser follada de esta manera?

Fue incapaz de responder, era mucho más un insulto que una pregunta y tenía el pene de alguien en la boca, probablemente el de Juan, metido hasta la garganta. Se estremeció, creía que la habían abierto hasta el límite de su capacidad, también por delante. En mitad de la niebla oyó decir a alguien: "Joder, si tiene un metro de pollas dentro del cuerpo" y un coro de risotadas, pero no tuvo no tiempo de hacer caso.

El dolor era enorme, la mortificaba, la degradaba hasta convertirla en un animal, mucho más que la ofensas verbales; pero, para su horror predominaba el placer, ese asqueroso e incomprensible placer que hallaba en su propia humillación. Hacía una eternidad que había empezado a correrse y aún los orgasmos se le seguían encadenando implacables, uno tras otro sacudían su cuerpo, la hacían gemir como una posesa. También aquellos a los que se la mamaba le decían cosas, no sabía si le daban órdenes o se trataba de simples guarradas, eran demasiados estímulos a la vez y no conseguía concentrarse.

Daba igual, nada podía salvarla de ese odioso placer que la consumía, de esas dos vergas que, a pesar de sentirlas como encajadas en su interior, empezaron a moverse. Cada mínimo roce, cada impulso la sumió en un cataclismo de sensaciones, mezclando dolor y gozo hasta la demencia. Se sentía ensanchada, llena, con el aparato de Jorge golpeándole el culo como un martillo, empujándola al yunque que era Rodrigo. Al principio, los dos hombres fueron despacio, como si temieran que la fiesta pudiera acabar en tragedia, pero en cuanto vieron su reacción incrementaron el ritmo. Para sorpresa de todos, ella, ¡ella! reaccionó a sus movimientos; casi sin darse cuenta, su cuerpo aceptó el envite y se puso a saltar, a empalarse frenéticamente sobre las dos pollas. Seguía consciente, su maldita conciencia no la abandonaba; sabía que estaba gritando, corriéndose como una burra y rodeada de extraños, extraños que la iban a conocer mucho más íntimamente de lo que nunca se hubiera atrevido a imaginar.

¾

Está todavía muy tierna y era necesario desflorarla

¾

Dijo Jorge en voz muy alta, jactanciosa, para que todos se enteraran.

Alguien le eyaculó en la cara y ella sintió la hedionda humedad del esperma chorrear por su mejilla, no había olvidado lo que eso significaba; después vino otra eyaculación, y otra, y otra, no había forma humana de tragar tan deprisa, de estar en todas partes a la vez. También detrás se incrementó la presión, sintió tensarse las pollas de Jorge y Rodrigo en su interior, y cómo le eyaculaban dentro, bombeando en sus orificios oleada tras oleada de semen. No pudo más, se corrió por última vez emitiendo un alarido y se desplomó exhausta, quedó tendida, casi sin respiración entre los dos hombres. Dios, ni siquiera sabía quiénes la estaban viendo ¿Cómo había sucedido todo, cómo podía haber caído tan bajo? Sin darse cuenta, sus pensamientos brotaron en voz alta, formuló con voz entrecortada la que para ella era la más aterradora de las preguntas.

¾

Dios santo ¿Dónde está el fondo?

Fue un placer para Jorge darle una respuesta:

¾

Hay un fondo para cada noche, guarra, y el de esta todavía te queda un rato para conocerlo. No tengas prisa, nos va a encantar arrastrarte hasta él.

Silvia creyó llegar, quizás no al fondo pero sí al límite de su resistencia. Se dejó ir, resbaló a la inconsciencia.

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