Moldeando a Silvia (23)

Joven empresaria es convertida mediante el chantaje en una esclava sexual.

ADVERTENCIA

Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)

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Quiso hacer algo, interrumpir aquello de algún modo, pero el desconcierto había anulado su capacidad de reacción y no había nada que pudiera hacerse. Miró impotente como se tambaleaba Silvia, la manera en que tuvo que apoyarse en la pared tras las palabras de Jorge. ¿Cómo era posible que hubiera llegado a sentir hacia esa pobre mujer lo que había sentido? ¿Cómo era posible que hacía sólo un momento le hubiera dicho que la quería? Y lo que era aún peor ¿Cómo podía ser que hubiera tocado, acariciado ese cuerpo salpicado de esperma? Habían quedado algunas manchas muy delatoras en su propia ropa. Era hermosa, sí, pero no hasta ese extremo, no pudo evitar sentirse casi violado. Era admisible, incluso sano que sintiera compasión de aquella chica, que deseara ayudarla, pero no que se implicara hasta ese punto.

Intentó pasar revista a sus emociones. Jorge era amigo suyo desde hacía años, lo apreciaba, de no ser por él sus oportunidades con Silvia habrían sido nulas, pero al Jorge que estaba viendo ahora no lo conocía. Seguía siendo inteligente, conservaba el autocontrol, pero todos sus recursos parecían canalizados hacia el mal, hacia dañar a la chica. No, Jorge ya no era su amigo, había dejado de serlo casi sin que se diera cuenta; lo estaba traicionando porque él se había traicionado a sí mismo, había sucumbido a la satisfacción de sus deseos inmediatos, sin reparar en las consecuencias. ¡Jorge no era su amigo! Esa situación era tan nueva que lo golpeó como un mazazo ¿En qué iba a acabar todo? ¡La existencia de Silvia, de un juguete sexual compartido, estaba cambiando las relaciones entre todos ellos! Pero una vez más la escena cobró vida: Silvia se apartó de la pared, los miró a todos con cara de animalillo asustado, y la realidad arrolló sus reflexiones.

¾

¿Salir Ahora?

¾

Preguntó con incredulidad, entendiendo lo que significaba la orden.

¾

Pues sí, ahora ¿Cuándo si no?

¾

Respondió Jorge

¾

.Mañana ya no los encontrarías y eso querría decir que tendría que ponerme a imaginar algún castigo peor del previsto ¿Estás segura de que eso lo que quieres? Sabes que tengo mucha inventiva.

Creía estar hecha a todo, pero el corazón pareció parársele. Conservaba fresco en la memoria el paseo a través de la sala, lo mal que lo había pasado. Tener que deshacer ahora el recorrido, sin máscara, que volver a salir cubierta de esperma, era mucho más de lo que podía aceptar, ir mucho más lejos de lo que había temido que le ordenaran. Aunque en realidad daba lo mismo, el propio presidente del club la había masturbado, era más que probable que la hubiera reconocido, que a esas alturas el daño estuviera hecho.

¾

¡Dios mío! ¿Así?

¾

Dijo, a la vez que hacía un gesto con la mano, señalándose a sí misma de arriba abajo.

Jorge la observó un momento con expresión entre jocosa y dubitativa, con la mano puesta en la barbilla.

¾

Sí. En realidad creo que hay algo que falla, que no estás del todo elegante

¾

dijo conduciéndola hacia un espejo enorme que colgaba de la pared.

Ella, apenas pudo resistir contemplarse más allá de unos segundos. El semen había empezado a secarse dejando grumos, islotes blancuzcos y cremosos desperdigados por su piel, que en su mayor parte quedaba cubierta por una especie de película pringosa.

¾

No está del todo presentable ¿Verdad?

¾

Dijo mientras la giraba, ofreciéndola a los ojos de todo el grupo

¾

¿Qué opináis vosotros?

El profesorado se deshizo en chistes y murmullos, pero nadie hizo ninguna sugerencia.

¾

Bueno, pues veamos qué tal queda

¾

Prosiguió Jorge, con gesto pícaro, mientras alargaba la mano y le tiraba de las bragas hasta dejárselas en las rodillas.

¾

¡No, no, eso sí que no!

¾

Exclamó, impremeditadamente, a la vez que se contraía juntando las piernas.

¾

¿No, Silvia? ¿Le dices que no al responsable del área de disciplina? Voy a interpretar que se trata de una negativa retórica, un intento de ocultarte a ti misma lo que eres, aquí ya no engañas a nadie.

Se quedó callado un momento, mirándola con jactancia, observando el efecto de sus palabras. Disfrutó viendo cómo, aunque intentaba contenerlas, las lágrimas se le iban escapando y al final volvía a caer, recurría a suplicarle.

¾

Por favor, Jorge, por favor, no puedo salir desnuda, y mucho menos así de pringada. ¡Me van a ver! Haré cualquier cosa, pero no esto

¾

Dijo temblando, acorralada por el miedo

¾

; por favor, déjame el traje.

Él se quedó mirándola con fingida sorpresa. Por un momento pareció que iba a abofetearla, pero encontró un medio mucho más eficaz que la violencia física para espolearla a cumplir sus exigencias.

¾

Querida, querida, me pides favores, remoloneas en cumplir una orden ¿Por quién me has tomado? ¿por un amigo? ¿Es que quieres que te castigue de veras? ¿Quieres algo permanente en lugar de este breve paseo? Voy a ser muy magnánimo, voy a tratar de ignorar esos gimoteos y tú te vas a largar ahora mismo a buscar a tus clientes; ya es hora de que te vayas acostumbrando a ejercer de lo que eres. Vas a salir por tu propio pie ¿Y sabes por qué vas a hacerlo? Porque no tienes nada que perder, porque si no lo haces, vas a encontrarte el estriptease de hoy y todo el material que tenemos publicado en internet, vas a encontrarlo hasta en televisión. Entonces sí que se enteraría todo el mundo. Así que hala, a trabajar

¾

dijo dándole una sonora palmada en el trasero

¾

. Claro que harás cualquier cosa, harás lo que queramos cuando te lo ordenemos, después de hacer esto.

Agarró a Silvia del antebrazo y con gesto burlón la condujo hacia la puerta. Ella caminó a trompicones, trabándose por las bragas, hasta que en algún momento se le salieron por los tobillos. Jorge no dejó espacio a titubeos la echó fuera de un suave empujón y se despidió diciéndole:

¾

Si vuelves sin acompañantes, me va a encantar diseñarte nuevas obligaciones.

La puerta se cerró tras ella con un chasquido irrevocable.

¨

¨

¨

Sin apenas saber cómo, se vio sola en el pasillo, desorientada como si acabara de nacer en un mundo nuevo, un mundo que no iba a poder evitar descubrir. Después de las cosas que le habían sucedido en el reservado, le resultó increíble que estuviera deseando ser admitida de nuevo en el interior. Aquello era una pesadilla; lo de estriptease se le había hecho muy cuesta arriba, pero después las cosas habían discurrido por unos derroteros que habían rebasado sus peores pronósticos; jamás habría imaginado el nivel hasta el que la estaban degradando.

El ambiente había cambiado. Desde donde ella estaba, sólo veía mesas desocupadas y alguna que otra chica recogiendo vasos. Se oían ruidos de gente mezclados con una música suave, pero el bullicio parecía haberse disuelto. Con un poco de suerte no habría nadie que la conociera. Apenas podía creerse que ella estuviera allí, sin más indumentaria que aquellas medias rojas, a punto de volver al salón. Ahora ya no se la podía confundir con una camarera, la ausencia de bragas atraería la atención con más eficacia que un reflector, y cuando la observaran... El hediondo pijama de esperma que llevaba puesto la dejaría a la altura de la más degenerada de las mujerzuelas. Era mejor no pensarlo, de hecho apenas si podía pensar, dio varios pasos al frente y la sala se abrió ante ella. Quedaba muy poco público y las luces eran tenues. De un rápido vistazo no consiguió encontrar ninguna cara conocida. En apariencia, nadie le prestó atención, y eso la alivió, pero por ninguna parte vio rastro de los dos hombres que buscaba.

Se quedó quieta, dudó de qué hacer al llegar al pasillo central, pero por su mente pasaron muy pocas opciones. La amenaza de ser expuesta en público como una cualquiera era tremenda, pero quizás, con mucho dolor podría manejarla; la otra, la de ser implicada en la muerte de su padre, era algo mucho más serio, algo que atañía a la justicia, a su hermana, al pueblo; algo que no podía ni soñar con resistir.

Se le pasó por la mente la idea de desobedecer, de llamar a la policía y contarle toda la verdad, pero se dio cuenta de que no era capaz de hacerlo. De sólo pensarlo, la sangre se le heló por las venas. El que la cinta llegara al juzgado significaría que la meterían en la cárcel inmediatamente. Además, su caso era de la clase que gusta a los medios de comunicación, se divulgaría por todas partes y el daño estaría hecho aunque saliera absuelta, cosa que se le antojaba muy poco probable. Por unos instantes intentó imaginarse a sí misma en esas circunstancias y no lo logró, pero a pesar de ello, si era imprescindible, estaba dispuesta a afrontarlas. Había algo peor que todo eso y era Alicia; si llegaba a sus oídos el contenido de la cinta, si llegaba a enterarse de que ella había tenido algo que ver en la muerte de su padre, sería mucho más implacable que cualquier juzgado. Alicia, en muchos sentidos, había sido durante años el hombre de la casa; si llegaba a enterarse, sencillamente metería dos cartuchos en la escopeta, se presentaría en Madrid, y le dispararía los dos cañones a bocajarro; era así de simple y quizás, extrañamente, fuera lo menos malo que podía pasarle.

En cada momento intentaba elegir la opción menos dañina, pero la habían metido en una especie de túnel que, ineluctablemente, conducía a su destrucción. Por dónde quiera que lo mirara, no tenía otra esperanza de salvarse que el que Jorge o Alberto se delataran ante la cámara que Pedro había instalado. Sólo se atrevía a vivir los días precisos para ver si eso sucedía. Pedro... si es que todavía seguía de su lado, si no lo había decepcionado hasta el punto de que la abandonara. ¡Qué extraño lo que había pasado con él! y cómo lo echaba de menos. Mientras tuvo una cara amiga a la que mirar había algo a lo que asirse, pero ahora...

Los acontecimientos habían vuelto a precipitarse y no había tenido ocasión de poner orden en sus pensamientos. Salir a buscar a aquellos dos tipos se le hacía insoportable; era evidente que la estaban empujando hacia un nuevo nivel, la estaban enviando por primera vez a ofrecerse, a comportarse en público como una auténtica puta. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral; estaba mareada y tenía empapada la entrepierna. Qué horror, cómo le gustaba aquello. ¿Qué pasaría si Bermúdez y el grandullón se habían largado? Ante ella se abría un único camino y a cada segundo se hacía más tortuoso.

Sintió la tentación de volverse, nada más lejano a sus deseos que el atraer alguna mirada; pero no podía hacerlo, no se atrevía a imaginar lo que pasaría si se veía obligada a regresar sola. Avanzó por el pasillo principal. Una chica con la que se cruzó se la quedó mirando, con una mezcla de asombro y lástima; por fortuna, tuvo la prudencia de no decir nada. Entonces los distinguió; en una de las últimas filas, muy cerca de la barra, estaban el asesor y el gigantón, metiéndole mano a dos jovencitas. Se quedó parada en seco y una vez más estuvo a punto de darse la vuelta. Quizás fuera mejor regresar. ¡Estaban acompañados! Por muy duro que fuera lo que Jorge le preparara ¿iba a ser peor que aquello? Aunque le resultara increíble, tuvo la certeza de que así sería. Mejor no despilfarrar la poca suerte que le quedaba, quemar hasta el último cartucho por conseguir su compañía. Se encaminó hacia ellos, vacilante, sin tener ni idea de cómo entrarles ni de qué iba a decirles. Justo entonces notó la existencia de varios señores, agrupados en torno a una mesa apartada. Sin atreverse a fijar la vista, quiso distinguir quiénes eran, pero estaban en penumbra y las siluetas no le resultaron conocidas. Repentinamente, uno se volvió. Iba de Smoking y su camisa se volvió malva con la caricia de un reflector; no obstante, lo que salió por sus labios fue impropio de un caballero.

¾

¡Joder, qué tía! Si no lleva bragas y le chorrea la leche hasta el ombligo.

¾

Y menudas melenas inferiores que gasta la muy zorra. Me prometisteis que este era un sitio con clase

¾

dijo otra voz, con tono recriminatorio.

¾

Y lo es, hombre, lo es

¾

Le respondió alguien

¾

. Lo que sucede es que esta es la hora golfa.

Silvia no podía comprender cómo se mantenía en pie. Fingió que no oía y se acercó a los sofás en que estaban acomodadas las dos parejas. Una ventaja tuvo la soez intervención de los supuestos caballeros, y es que no necesitó que hacer nada por atraer la atención de aquellos a los que buscaba. Luís Bermúdez, sacó la cabeza de entre los pechos de una asiática preciosa y se la quedó mirando con expresión entre soñadora y divertida. El hombre alto, en cambio, fue bastante más directo. Sin sacarle las manos de la entrepierna a la muchacha que tenía al lado, le dijo en voz bastante alta:

¾

Ya hemos encontrado compañía ¿Ahora qué coño quieres?

Silvia intentó pensar a toda prisa. Tenía que decir algo, tenía que conseguir al menos que aquello fuera el principio de una conversación, abrir el camino para intentar enrollarlos. Dios, era terrible que ahora tuviera que rebajarse para recuperar lo que sólo hacía un rato había despreciado.

¾

Bueno yo... Creo que antes estuve un poco esquiva con vosotros y quería pediros disculpas.

¾

Vale, de acuerdo, estás perdonada

¾

Respondió Bermúdez

¾

. Ahora, si no te molesta, ve a distraerte a otra parte

¾

Añadió mientras volvía a sepultar la cara entre las tetas de la asiática.

Ella se quedó de una pieza. La conversación parecía haber terminado incluso antes de empezar y eso era algo que no podía permitir. No le iba a quedar más remedio que ir un poco más lejos y no tenía tiempo para pensar; se le encogió el corazón de verse obligada a pronunciar la siguiente frase.

¾

Es que yo... Bueno, había pensado que quizás pudiéramos divertirnos un rato los tres juntos.

Aquello fue demasiado. La preciosa rubia que estaba con el grandullón le echó una mirada asesina y casi estuvo a punto de levantarse del sofá para encararse con ella.

¾

Escucha, zorrón, si la noche ha estado floja lo siento, pero nosotras también tenemos derecho a currar. Vete a hacer la carrera a otra parte. Largo de aquí o te arranco los pelos del coño.

Para colmo de males, Silvia empezó a oír cuchicheos, palabras sueltas en la mesa de los señores. Casi se desmayó de pensar que no había tenido ocasión de mirarlos con cuidado, que no sabía quienes eran.

¾

Tranquilas, tranquilas, que hay para todas

¾

Terció el grandullón

¾

Veamos, putita ¿Acaso te crees más guapa que ellas? ¿Qué ofreces tú que a ellas les falte? Si te soy sincero, no me gustan las tías tan guarras ¿Por qué deberíamos irnos contigo?

Tuvo que apoyarse en el respaldo de un sofá para no caerse. Aquello era demasiado, las piernas le temblaban y los altísimos tacones no la ayudaban a mantenerse en pie. Era consciente de no ser más guapa que ellas, quizás sí más rotunda, más metida en tía buena, pero no más elegante ni más hermosa; y menos todavía pringada como estaba de arriba abajo. Se puso a buscar respuestas a toda prisa, pero la única que se le ocurrió le pareció demasiado cierta, en exceso real como para atreverse a recurrir a ella. Su situación y el lugar le dificultaban concentrarse. Captó una frase proveniente de la otra mesa: " Escucha, es una bronca de putas " Y comprendió que ya no le quedaba ningún resto de dignidad que defender.

¾

Es que yo... Yo soy más barata

¾

dijo en un susurro.

Luís Bermúdez, dejó por un momento de mordisquear golosinas y la miró con expresión pícara.

¾

Disculpe, señorita Setién, temo que no la he oído ¿Podría decirlo un poco más alto?

Silvia dio una patada al suelo y, perdido ya todo asomo de compostura, respondió con los ojos llenos de lágrimas.

¾

Sí, soy barata, soy la más barata de todas y estoy tan buena como la que más. Debéis follarme

¾

dijo casi gritando en el ya silencioso ambiente de la sala.

–¿Pero es que no te has enterado, puerca? ¡El caballero ya te ha dicho que no le gustan las tías tan guarras! –Le gritó la asiática, mientras saltaba hacia ella, dispuesta a arañarla.

Bermúdez la tuvo que agarrar para mantenerla sentada y que no lo hiciera.

–Tranquilas, chicas, tranquilas –dijo–. Ya hemos oído lo que al caballero no le gusta, pero somos amantes del diálogo ¿por qué no oímos lo que le gusta a ella?

Silvia no comprendió. Se quedó callada, desorientada. ¡Había fracasado! No iba a conseguir llevarlos con ella. Estaba allí, en pelotas y cubierta de leche, se había rebajado cuánto era posible hacerlo, hasta con la imaginación. Ya no tenía nada que dar, sencillamente los había perdido.

–Sí, Silvia.... Digo... Gilda –Prosiguió el asesor– ¿Qué te gusta a ti, qué te pone como una moto?

Esta vez lo entendió ¡Le estaba preguntando lo que le gustaba en el sexo! Y no tenía tiempo para inventar, ni siquiera para pensar lo que decía....

–Me gusta follar –dijo casi en un medio susurro.

–¿Ah, sí? Te gusta follar ¡Qué original! –Respondió Bermúdez riéndose–. Creo que vamos por mal camino si no consigues ser mucho, pero mucho más explícita....

La verdad.. No tenía ni tiempo de pensárselo, de dilucidar cuál era la verdad. Empezó a hablar como si estuviera en trance, pausada y francamente, con la convicción que da la veracidad.

–Me gusta que me tiren del pelo y que me insulten. Me encanta que me follen cuanto más tíos mejor, pero hay algo que me pone todavía más caliente. Me encanta, sobre todas las cosas que me humillen, que me hagan comprobar que no soy la que manda. Quién me humilla, me tiene, me posee, me usa, y quien me usa... Me humilla.

Durante un par de segundos en la sala se hubiera podido oír la caída de un alfiler. Al cabo de ellos estalló el gigantón.

–Pues peor todavía me lo pones ¡Si eres la tía más guarra que jamás he conocido!

–Espera, hombre, espera –Intervino Bermúdez– Cada uno llega hasta dónde quiera ¿Y no te parece una experiencia probar algo así?

–Otro día será, chicas –Exclamó el gigantón, dirigiéndose a sus acompañantes–. Temo que no acaba de surgir un compromiso urgentísimo.

Los dos hombres cruzaron una mirada de complicidad, se levantaron y se dispusieron a acompañarla.

¨

¨

¨

Jorge espiaba a Silvia a través de la mirilla; esbozando una sonrisa observó sus titubeos, la manera de tambalearse y no se apartó hasta que desapareció encendida y temerosa entre las mesas.

¾

¡Bien!

¾

Exclamó, dando una palmada en la pared

¾

Se lo ha tragado y no se ha roto. Vamos a llegar hasta el final, ya seguro que llegamos.

Todos los monitores se deshicieron en risas y felicitaciones. Se estaba confirmando que el juguete sexual estaba maduro y a punto, perfectamente dispuesto para empezar a divertirse a fondo. Como solía suceder, Alberto fue casi el único que no se dejó contagiar por el júbilo general.

¾

Tranquilo, hombre,

¾

dijo con tono apaciguador

¾

. No vendas la piel del oso antes de haberlo matado. Te recuerdo que la estás llevando hasta sus límites físicos, no hay momento en que no pueda derrumbarse.

Jorge estuvo de acuerdo, en cualquier instante podía sobrevenir un desmayo, un shock nervioso, e irse todo al traste. Pero a pesar de todo estaba convencido de que el mayor de los riesgos, el del ataque de histeria, había sido soslayado y eso era tremendamente esperanzador. A partir de ahora, ya apenas iba a ser precisa la colaboración de Silvia, ni su capacidad de decisión; era inminente que la metieran en la batidora y a partir de ahí todo discurriría como la seda hasta el último orgasmo.

¾

No seas pájaro de mal agüero

¾

respondió

¾

; como bien dices, el único peligro es el del derrumbamiento físico y ya no creo que se produzca. El efecto de la pastilla, unido a su natural ansia de sexo la mantienen salida como una perra y compensan la depresión; además, posee una extraña clase de fortaleza; es psicología básica. La vamos a estrujar como a un tubo de pasta de dientes y le vamos a montar un fin de fiesta en toda regla, ya lo verás. Se admiten apuestas.

Quique había sido otro de los pocos que se habían mantenido al margen del jolgorio. Alberto, que estaba a su lado, no pudo menos que preguntarle el motivo y lo obligó a salir de su mutismo.

¾

Ah, sí. Disfruto de nuestro éxito igual que todos, incluso estoy contentísimo: gozar de vuestro respaldo, no tener que competir con vosotros por el control, me parece maravilloso, pero hay algo que no deja de intrigarme.

¾

¿Y es...?

¾

Preguntó Alberto con mirada curiosa.

¾

Habéis hecho una demostración de poder que excede con creces mis previsiones. ¿Con qué la amenazáis para poder obligarla a cosas así? ¿Qué monstruosidad tenéis contra ella que está dispuesta a arrastrarse tanto por evitar que la divulguéis? Estoy convencido de que su sumisión tiene una profundas raíces psicológicas, pero eso no basta para explicar este grado de sometimiento. Hace semanas que me formulo esas preguntas y en el último rato se me han hecho más presentes.

¾

Pues siento no poder darte una respuesta; de hecho, es poco probable incluso que pueda dártela en el futuro.

¾

Ya, ya, por supuesto

¾

Aceptó Quique con tono cordial, casi afectuoso

¾

. Nos respaldáis, jamás me preguntaría por el origen de una fortuna que comparto sin haber ganado, pero a pesar de ello es inevitable que despierte mi curiosidad. De veras no es necesaria una respuesta.

Durante varios minutos las conversaciones se cruzaron con fluidez, y Jorge fue poco a poco quedándose al margen; la impaciencia lo devoraba. Se levantó en varias ocasiones para acercarse a vigilar a través de la mirilla, cada vez más nervioso. Tan evidente fue su ansiedad que dio pie a que Alberto se cobrara una pequeña venganza:

¾

Venga, hombre, siéntate y ten paciencia

¾

Le dijo

¾

¿No estabas seguro de que todo iría bien?

¾

Y sigo estándolo, no puede ir mejor

¾

Contestó él con gesto de triunfo

¾

. Ahí viene, sostenida por sus dos clientes. Ahora sí que ya no se escapa.

En efecto, pocos segundos más tarde, una Silvia exhausta y con expresión ausente entró en el reservado; parecía atontada, como si viniera de otro mundo. Jorge no desperdició un instante en traerla a la realidad.

¾

Escucha, zorra, baja de las nubes y presta atención. Lo que voy a decirte es asunto tuyo y te concierne muy directamente.

Silvia, aunque sólo fuera momentáneamente, prestó atención y las frases de nuevo se organizaron en sus oídos formando estructuras inteligibles.

¾

Rodrigo, es el encargado de este local, y desde este momento un profesor más. En principio, vas a firmar contrato para desnudarte aquí cada noche, sólo eso; pero si no cumples como esperamos hay algo que ya sabes: no habrá nada de ti que no esté en venta. ¿Lo has entendido?

Ella respondió afirmativamente con la cabeza. Había comprendido lo que eso significaba, aunque aún no pudiera calcular las implicaciones. El propio contrato, rubricado por ella, sería en sí mismo una formidable amenaza contra su ya fragilísima imagen de niña bien.

Luís Bermúdez, que también debía asesorar al Siroco, dejó sobre la mesita un mazo de papeles y un bolígrafo y ella ni siquiera intentó resistirse ¿para qué entablar batallas perdidas? Mejor acabar cuanto antes. Firmó sin rechistar una vez y otra, hoja tras hoja.

¾

Pues ya está

¾

dijo Jorge con una mueca despectiva

¾

; vas escalando posiciones, mira con qué facilidad te has convertido en una puta en nómina. ¿Sabes ahora lo que tienes que hacer? Pues voy a decírtelo: exactamente lo que le salga de las pelotas a Rodrigo. El esquivar clientes se castiga con la prestación de un "Completo", con tres horas de esclavitud en favor de quien quisiste evitar. No te preocupes, no vas a tener que preguntarle, lo hemos hablado antes; él quiere que te pongas de pie y camines hacia la puerta.

Titubeó. ¿Salir? ¿Para qué salir? ¿No había llegado ya el momento de que la follaran? ¿Qué más pretendían hacerle? Quiso ponerse en marcha pero el cuerpo no le respondió. Estaba desnuda, rodeada de amos por todas partes, sin poder buscar otra cara amiga que la de Pedro, testigo impotente de su destrucción. ¿Para qué salir ahora? ¿Iban a mandarla a casa así como estaba, caliente como una perra en celo y sin echarle un mal polvo? No, más bien lo contrario... De pronto perdieron sentido todas las preguntas pues los hechos volvieron a rebasarla. Benito la tomó por las axilas y la levantó como si fuera una pluma. Sin apenas saber cómo, la puerta se abrió y se vio otra vez en el pasillo.

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