Moldeando a Silvia (22)

Joven empresaria es convertida mediante el chantaje en una esclava sexual.

ADVERTENCIA

Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)

fedegoes2004@yahoo.es

Fue el primero en pasar al reservado y se llevó la sorpresa de que era mucho más espacioso de lo que había imaginado. Una hilera de sofás rodeaba las paredes, y sólo se detenía en el espacio de la puerta. En el centro había una mesa de cristal, acariciada por luces tenues y cambiantes. Eso fue lo que motivó el que tardara en darse cuenta de que dentro había una camarera, extendiendo el traje de Silvia en uno de los butacones. Hizo lo que pudo: se apartó, esperó a ver dónde se sentaba Alberto e intentó que pareciera casualidad el que se colocara a su lado. Para mayor felicidad, había conseguido ubicarse en el sillón contiguo al del vestido.

Hablar con él sería imposible, había demasiados cuchicheos, risas, conversaciones cruzadas por todas partes. Pero merecía la pena estar cerca, era la única ayuda que podía remotamente aspirar a conseguir. Una extraña pregunta se le precipitó en la mente: ¿Estaban venciendo a Silvia o lo estaban venciendo a él? ¿Estarían Alberto y Jorge aliados en su contra? ¿Le estarían gastando el más cruel de los bromazos? Una cosa estaba clara: Aunque no de la manera que habría querido, a Silvia iba a tener que follársela esa misma noche, allí, delante de todos.

Le daba miedo, se lo daba, pero era imprescindible. Si no le echaba un polvo, todos iban a desconfiar de él, y Jorge más que ninguno. No hubiera querido que fuese de esa forma, no; habría preferido que fuera en casa, de una manera más normal, más amistosa, pero así era como iba a tener que ser y no las tenía todas consigo. Lo adecuado era retrasar, no cabía duda, pero ignoraba qué podía esperar de él. ¿Se correría nada más entrara Silvia o la sinfonía alcanzara los primeros compases? O por el contrario la proximidad de la humillación sería tanta que ni siquiera iba a levantársele. No lo sabía, pero esperar al final era lo que más oportunidades podía darle a Silvia y debía estar armado, y además controlarse.

Quique entró en el reservado casi flotando. ¿Habría aprovechado para masturbarse en los servicios? Una camarera había entrado con él, y en cuanto tomó asiento, les sirvió a todos una ronda. A pesar de ser muy guapa y de su escasísimo uniforme, tan sólo las braguitas y las medias rojas hasta medio muslo, ni Pablo ni Quique le prestaron demasiada atención. Era evidente que había llegado el momento de hablar y aunque las cosas parecieran bien encaminadas se jugaban mucho, se jugaban la cantidad de poder que iban a tener sobre Silvia en los próximos meses. En un principio, varias conversaciones cruzadas discurrieron por la habitación, pero pronto Alberto se precipitó a poner orden. No necesitó ni levantarse, con sólo alzar la mano atrajo todas las miradas y se hizo el silencio.

¾

Queridos amigos: Nuestra alumna debe estar a punto de llegar, a ver si podemos guardar la compostura y hacer las cosas con orden.

¿Alumna? Quique y Pablo se miraron asombrados el uno al otro.

¾

Sí, alumna, pero disculpad que no os lo explique, ya lo entenderéis sobre la marcha. Precisamente hay que hablar con vosotros y no quiero dar rodeos: ¿Estaríais conformes con los domingos?

Tomados por sorpresa, ninguno de los dos supo qué responderle y Alberto aclaró su oferta.

¾

Sí, todos los domingos, es vuestra para hacerle lo que queráis, de la mañana a la noche.

Pablo, que sólo parecía haber oído "lo que queráis", se lanzó a responder afirmativamente, y lo hubiera hecho, a no ser porque Quique lo detuvo con un codazo. Admiraba a Alberto, y hasta tenía la sensación de haberle caído en gracia, pero desde luego no estaba dispuesto a dejarse escamotear la cartera, a salir de allí con un acuerdo que no fuera el mejor que pudiera conseguir.

¾

No

¾

Contestó con una cordialidad no exenta de firmeza

¾

. Hemos trabajado, corrido riesgos, por poder chantajear a Silvia, nos merecemos algo más que un simple rato los domingos.

¾

Lo comprendo, aunque no es un simple rato

¾

asintió Alberto, sin perder la sonrisa

¾

, pero comprended vosotros también que aquí somos varios y que hay que enc...

¾

¡Un momento!

¾

Interrumpió Jorge, que se había levantado de su asiento y miraba hacia el salón a través de un ventanuco que había en la puerta

¾

Nuestra nena acaba de llegar ¿No sería más divertido que la dejáramos entrar y presenciara este pequeño intercambio de impresiones?

Quique se levantó como impulsado por un resorte y se acercó a la mirilla. Enseguida hubo tanta gente junto a él que se felicitó de haber conquistado un sitio ventajoso. Lo que vio le hizo arrepentirse de no haber aprovechado para hacerse una paja en los servicios. Silvia, sin antifaz y tan roja como el minúsculo uniforme de camarera que llevaba puesto, paseaba arriba y abajo nerviosamente. Tenía la respiración agitada, los pezones reventando, húmedos y de un rosado intenso, como si le hubieran estrujado sobre ellos dos cerezas maduras; miraba con el rostro desencajado a los dos hombres que la habían acosado durante la actuación y que en ese momento se acercaban hacia ella.

¾

La dejamos que pase ¿no?

¾

dijo Alberto, moviendo la mano hacia el interruptor que apagaba el piloto de fuera.

Jorge lo agarró por la manga.

¾

No ¿Qué prisa tenemos? Mejor esperamos un poco, a ver como se desenvuelve con esos caballeros.

Silvia temblaba como una gacela acorralada, con los ojos bajos, sin atreverse siquiera a mirar hacia el salón. El tipo alto fue el primero en llegar a su altura.

¾

No, por favor, aquí no

¾

dijo ella en voz baja, pero audible.

¾

¿No qué?

¾

Preguntó burlonamente el más bajo, que acababa de sumarse a ellos

¾

Si ni siquiera te hemos tocado.

Lo que sucedió a continuación, hizo que Quique volviera a tener severos problemas con la bragueta. Los dos hombres se quedaron quietos, estáticos y mirándola desde muy cerca. Para sorpresa de todos, ella titubeó, pareció tambalearse, con tan mala fortuna que fue a caer sobre Luís Bermúdez. Él, la recibió con una sonrisa y ni se molestó en sujetarla; con los brazos pegados a los costados, permitió que se agarrara a él y se enzarzara en un largo beso con lengua.

¾

Desde luego, chica, que no hay quien te entienda

¾

musitó con tono jocoso

¾

. Dices que te dejemos mientras te me echas encima y casi me cortas la respiración. ¿En qué quedamos?

Silvia, pese al colocón, era casi consciente de lo contradictorio de sus actitudes, pero desde luego no estaba para razonamientos. No quería, lo que estaba pasando le daba una vergüenza de muerte, pero ello no le había impedido empapar las bragas ni abalanzarse sobre Bermúdez. El otro, el alto, la agarró desde atrás y le metió las manos bajo las braguitas tocándole directamente el coño. Ella gimió y levantó la cabeza, con lo que dejó al asesor el camino expedito hacia su cuello que este besó y succionó con regodeo. Mientras, el otro había tomado posesión de sus labios y la besaba desde detrás, a la vez que con la mano libre le apretaba las tetas.

¾

¡Ufff, bueno, bueno!

¾

Exclamó Alberto en el reservado

¾

Mejor la dejamos pasar, si no van a acabar follándosela contra la pared, a la vista de todo el mundo.

La gente remoloneó en apartarse de la mirilla, pero a regañadientes fueron volviendo a los sofás; cuando por fin se hubieron sentado, Alberto hizo señas a Jorge para que apagara la luz de fuera.

¨

¨

¨

Silvia, a punto de correrse, con el rabillo del ojo vio apagarse el piloto y se dio cuenta de que tenía que hacer un esfuerzo supremo por apartarse de los dos hombres. Cuando se retiró, sorprendentemente no hicieron nada por retenerla, y ni siquiera la mujer puso ninguna objeción a que girara el pomo de la puerta y entrara dando tumbos en el reservado. Lo que vio allí, el coro de carcajadas que saludó su llegada, le resultó tan abrumador como lo que acababa de abandonar, no era más que otra galería del infierno.

Entró como si descendiera a un nivel más bajo que el del salón, pero no había peldaño alguno. Era lo que esperaba, allí estaban todos los instructores, todos más Pablo y Quique, con Jorge y Alberto al frente. Miró con codicia el vestido, desplegado sobre un sillón, junto al que estaba Pedro, casi anhelante de ofrecerle el premio.

–Hola, querida, qué sorpresa de verte –Le salió al paso Jorge, con tono irónico– Has venido a prostituirte por el traje ¿no?

Ella se quedó mirándolo confusa, sin acertar a responder. Aún las manos de los dos hombres le hormigueaban por la piel, aún notaba su calor, su contacto por el cuerpo. A pesar de su estado, captó el insulto.

–Sí, pequeña, no hay nada que desees más que el traje ¿verdad? que poder esconder ese hermoso cuerpo tuyo a las miradas de guarros como nosotros ¿no es cierto? –Insistió Jorge con paciente condescendencia–

No había otra respuesta posible, estaba allí para conseguir el traje, esa promesa de ansiada seguridad que veía extendida sobre un sofá. Y además era verdad que había ido a dispuesta a pagarlo con sexo. No faltaban motivos para hacerlo de buena gana, era sexo repetitivo lo que requerían de ella, y por si fuera poco estaba terriblemente caliente, además, para eso tomaba la píldora. Pedro era la única diferencia, el único "nuevo".

–Sí, dispuesta ¿Cómo iba a pagarlo si no? –Respondió, con balbuceos que se le antojaron ridículos.

–Comprendo –dijo Jorge–, no puedes pagar nada sin no es follando. Discúlpanos si no te cobramos la factura ahora mismo. Lo que teníamos pensado para hoy era leerte las normas del Centro, el reglamento que tendrás que cumplir; pero han surgido algunos imprevistos que van a hacer que no tengamos tiempo para eso, así que ya te explicaremos las reglas sobre la marcha. Ahora permite que estos amigos y yo continuemos charlando poco sobre lo que debatíamos cuando llegaste, sobre los imprevistos, sobre tu futuro. Si te portas bien, acabaré por ofrecerte lo que ya antes tuviste: ese traje que tanto quieres.

–Joder, iba en serio, me van a putear –susurró, casi pensando en voz alta.

Sí, iban a llevarla un poco más allá. En realidad, no estaba sorprendida, hacía días que sabía hasta qué punto eran destructivas las intenciones de sus torturadores; era sólo que seguía sintiendo como una señorita, que en ningún momento lo había asumido, ni había aceptado que alguna vez habría de llegar el momento de empezar, había pasado demasiado poco tiempo como para que se hiciera a la idea. No era tanto problema el sexo inmediato como las abrumadoras intenciones que parecían tener. Era duro, y peor aún lo era el ver como se le borraba en la mente el influjo consolador de las consignas, como eso de que la obediencia era rebeldía, o fingir rendirse, hasta lo de que se sumergiera en el sexo había perdido importancia. Si el problema era ese, que no acabara de llegar nunca el sexo.

Jorge, pareció molestarse por su involuntaria interrupción.

¾

No, perdona, pero no; tú ya te prostituías mucho antes de que empezáramos con este pequeño juego

¾

dijo con indiferencia

¾

. Te prostituiste para conseguir el reportaje de Cuba, para continuar como directora de la empresa, y estoy seguro de que no fueron las primeras veces, en absoluto eres novata en el oficio. Nosotros, sólo vamos a obligarte a que lo practiques con un mínimo de eficacia, y a que te vendas por tu verdadero valor, no por los precios abusivos que antes cobrabas.

Dios, él se había quedado callado, como esperando algún argumento contrario, alguna respuesta, y no tenía ninguna; lo que había dicho era atrozmente cierto y tenía que pasar por la ignominia de tragárselo, de aceptar en presencia de Pedro, sintiendo su preocupación, el gesto de impotencia con que apenas se atrevía a mirarla.

¾

¡Mi vestido!

¾

Gimió confusa

¾

Dádmelo. Dejad que me vaya.

Jorge hizo como si barriera sus súplicas con un gesto de la mano e ignoró su petición.

¾

Bueno, pues como veo que estás de acuerdo, entraremos sin más en materia

¾

Prosiguió desenfadadamente

¾

. Seguimos teniendo pendiente el asunto de nuestros amigos, y antes de entrar en el meollo, quizás sería bueno que dejáramos zanjada esa cuestión. Decíais que no estabais de acuerdo con quedárosla los Domingos ¿verdad?

¾

dijo mirando a Pablo y Quique.

¾

No, es demasiado poco tiempo

¾

respondió Pablo, precipitadamente.

¾

Tendrían que ser dos días a la semana

¾

aclaró Quique

¾

, nos conformaríamos con uno, pero ese sería un acuerdo de mínimos y se supone que todos tenemos que sentirnos a gusto; además, admitimos que tenéis sobre ella más autoridad que nosotros, pero al fin y al cabo podemos demostrar lo puta que es, inundar Madrid con vídeos y fotos, y es seguro que eso os averiaría algunos juegos. No llegaremos a eso, somos personas inteligentes y la compartiremos con generosidad, nos divertiremos todos.

Mientras hablaba, Quique notó que Alberto lo miraba con una simpatía casi paternal, pero eso no fue lo que más le impresionó, lo que lo impresionó fue ver la cara de Silvia cambiando de color, desde el enrojecimiento hasta la palidez, para otra vez volver a enrojecerse. Era evidente de que se daba cuenta de lo que pasaba, de que se la estaban repartiendo y eso la indignaba, pero la hacía temblar, respirar hinchando sus hermosos pechos desnudos, derramar los ríos que le empapaban la entrepierna. No dudó, supo que, aunque atrevida, la idea era buena y sin más la puso en práctica:

¾

Disculpen los señores, espero que no les importe demasiado, se trata de una emergencia

¾

dijo mientras miraba con sorna a la muchacha y, ostentosamente, se sacaba la polla.

¾

Por supuesto, hijo, te comprendemos –concedió Jorge–. Y tú, chochete ¿a qué esperas? ¿No ves que la comida está puesta?

S ilvia estaba confusa hasta el extremo de no ser capaz ni siquiera de dudar. Era una orden directa y ella sabía por experiencia lo inútil que era intentar rehuirlas. Hacía tiempo que las obedecía sin planteárselo, casi por costumbre. Pero no era únicamente cuestión de obediencia, era que llevaba desde por la tarde deseando un polvo, y ese deseo se había visto acrecentado por la visita a su casa de los dos muchachos, el estriptease, y la breve masturbación de don José no había sido sino una gota de agua ofrecida a su insaciable sed de sexo. Moralmente aquello la repugnaba, pero hasta para ella era evidente lo que a gritos pedía su cuerpo. Y ahora... ahora daba igual lo que pasara, la sola visión del pene de Quique la escandalizaba y a la vez la ponía cachonda. Era una polla, era casi seguro que esta vez sí que por fin la follaban.

El golpe de Jorge fue genial, reconoció Quique, vio el impacto que hizo en la cara de ella, y cómo la puso en marcha, la hizo avanzar hacia él nerviosa, estremeciéndose casi. Fue maravilloso notar la humillación con que se agachaba, con que le comía el nabo, en presencia de todos y, frenéticamente, empezaba a succionarlo. Sintió deseos de vaciarse, de explotar en sus labios, pero no, no iba a hacerlo, iba a devolverle la faenita del club, cuando eyaculó antes de tiempo, iba a alargar el juego y hasta endurecerlo, con la mano derecha la agarró de los cabellos y le marcó el ritmo, mientras con la otra sostenía su vaso y de cuando en cuando, iba dándole sorbos al güisqui.

Jorge, desde muy cerca, observó con atención, sin perderse ni uno sólo de los gestos de la muchacha. Tal y como era su costumbre, aprovechó la ocasión para remachar el clavo.

¾

¿Ves, querida? El problema es tu orgullo. Verdad es que vas aprendiendo a tragártelo junto con las pollas, pero aún lo conservas y es lo que te hace sufrir. No te preocupes, vamos a ayudarte, dentro de unas semanas habrá desaparecido sin dejar rastro.

Quique se convulsionó al oírlo y estuvo a punto de irse, pero con un esfuerzo supremo logró dar marcha atrás, abstraerse; después de todo él tenía algo muy importante que manifestar, la negociación no podía pararse por una felación, por muy agradable que fuera.

¾

Bueno, aclarando

¾

dijo en voz muy alta

¾

, lo de los domingos nos sirve, pero la queremos treinta y dos horas semanales, dieciséis los domingos, y otras dieciséis distribuibles como nos apetezca, y la queremos para tratarla bien, para hacerle esto y muchas otras cosas parecidas.

¾

No sé, es demasiado tiempo

¾

opinó Alberto

¾

, una cosa así tendríamos que someterla a votación.

Un coro de comentarios recorrió la habitación; en general, la proposición de Quique había tenido buena acogida "Sí, son jóvenes, permitámoslo", o "es natural, tienen que divertirse, nosotros la tenemos todos los días", decenas de frases de apoyo se dejaron oír durante algo más de un minuto.

¾

Bien,

¾

Aceptó Alberto, mirando a Jorge para que le permitiera asumir el control

¾

, aprobado por aclamación. Pero dado que vamos a hacer esto de una manera amistosa, y que vais a salir tan bien parados, permitid que os imponga unas pequeñas restricciones, nada que deba preocuparos, simples normas de urbanidad: La mayor parte de las semanas, tendréis el tiempo que pedís, pero si alguien tiene planes, si alguno de los aquí presentes la necesita de vez en cuando, vosotros prometéis ser también generosos, conformaros con las dieciséis horas del domingo y no protestar.

¾

De acuerdo

¾

dijo Pablo con una sonrisa de oreja a oreja, a la vez que acercaba su polla a la boca Silvia

¾

, aceptamos encantados.

¾

Aún hay otra cosa

¾

Continuó Alberto

¾

. Supongo que, con la novedad, aún no tenéis demasiado claro qué deseáis hacerle y qué no. También os comprometéis a no exponerla ante gente que la conozca, a no compartirla de manera estable, y en el caso de que a pesar de todo lo hagáis, tened presente que compartís lo que es vuestro: las treinta y dos horas semanales; ni se os ocurra soñar con que podéis incrementar ese horario.

Quique, incluso a pesar de estar muriéndose de gusto, tuvo la cordura suficiente para reflexionar sobre lo que oía, y hasta para distinguir en qué no estaba de acuerdo. Sólo pasaba que era incapaz de hablar con aquella putilla tragándosele el miembro viril. La mayor parte de la tensión había pasado, era evidente que se hallaban al borde de conseguir un pacto extraordinariamente bueno. No había ninguna prisa por disfrutar, le sobrarían oportunidades. Era mucho más urgente hacer algunas puntualizaciones y formalizar el convenio. Después de ello, podría entregarse a su propio placer en cuerpo y alma.

Por unos segundos, disfrutó del espectáculo, le apartó la melena y gozó de contemplar la cara de Silvia, sus labios cerrándose sobre su polla. Era maravilloso, tenía los ojos cerrados y estaba roja como un cangrejo, casi diría que se estremecía sobre su verga. Las luces violetas, rosas, malva, de la habitación, danzaban sobre su piel. No sin cierto esfuerzo de voluntad, la agarró por los cabellos y la arrastró hacia el pene de Pablo. Respiró hondo, aceptó la dilación a que se había sometido, y en un instante estuvo capacitado para argumentar lúcidamente.

¾

Un momento, un momento, podemos hacerle lo que queramos o no podemos

¾

dijo

¾

. Vosotros mismos acabáis de exhibirla ante gente que la conoce y sabéis que es divertido; creí que no era vuestra intención el privarnos de nada que nos gustara, y, lo puedo asegurar, magrearla en el club nos va a gustar y mucho.

Alberto se quedó callado, pensativo, y con aspecto ligeramente contrariado. Por un instante, Quique temió haberse equivocado, haber ido demasiado lejos, pero Jorge intervino en su favor y recuperó la confianza.

¾

Bueno, bueno, podemos llegar a una solución intermedia

¾

Terció

¾

: Tenéis permiso para arriesgarla, que es lo que hemos hecho nosotros, para hacer cosas cuyo resultado pueda ser el que sea descubierta, pero no para exhibirla abiertamente donde la conozcan, con eso debería bastaros.

¾

Sí, eso puede hacerse

¾

aceptó Alberto, casi de mala gana

¾

. No os guardo rencor, casi os respeto por ello, pero nos habéis apurado hasta el máximo en la negociación. Si al menos sirve para que cumpláis lo pactado, lo doy por bueno.

Silvia, volcada sobre Pablo, oía retazos de la conversación. Se le escapaban detalles, pero en general se daba cuenta de lo que pasaba, de que se estaban repartiendo sus horas, sin pedir para nada su opinión. Con la mano derecha se apoyaba en el sofá, tocaba su vestido de Gilda y soñaba con la posibilidad de que se lo devolvieran, lo deseaba con toda el alma. En ningún momento titubeó; Pablo le gustaba, había perdido toda posibilidad de resistencia y estaba decidida a ganarse el derecho a vestirse; no había otro camino a menos que quisiera volver a casa como su madre la trajo al mundo.

¾

Pues entonces hay trato

¾

acordó Quique aliviado

¾

. No os arrepentiréis de haber cedido, cumpliremos nuestra parte. En cuanto pasen los primeros días, será para nosotros un placer prestarla a cualquiera que apetezca relajarse un rato, habéis sido generosos con nosotros y lo recordaremos. Esto hay que sellarlo con un apretón de manos.

¾

Un placer

¾

Contestó Alberto, al tiempo que se la estrechaba con recelosa cordialidad

¾

. He de reconocer que habéis jugado admirablemente vuestras cartas, ni yo mismo lo habría hecho mejor. Ahora supongo que querréis unos minutos para disfrutar del premio ¿no es así?

Naturalmente, lo quisieron. Pedro, sentado al lado de Alberto, era testigo de excepción. Sí, le funcionaba la polla ¿Cómo no habría de funcionarle si Silvia estaba junto a él, turnándose en succionar los penes de Quique y Pablo? Le dio un poco de asco pensar que quizás no fuera tan distinto de ellos, reconocía que estaba deseando que siguiera con el suyo. Pero no, él era distinto, él estaba deseando salvarla y tenía la voluntad de resistirse, de hecho se estaba resistiendo de sumarse a la fiesta, aunque le costara un trabajo atroz. Esa dualidad placer vergüenza era tan confusa... Era evidente que Silvia estaba totalmente entregada. Y eso a lo mejor no era tan malo, mucho peor sería que razonara, que pensara que aquello estaba acabando.

Las penetraciones orales estaban adquiriendo verdadero salvajismo cuando Benito entró de en la habitación, con expresión satisfecha.

¾

Ah, eso está bien, no ha cenado y le estáis dando un piscolabis ¿verdad?

¾

dijo el Negro al ver el estado de Silvia.

Toda la concurrencia se desató en un coro de risas y felicitaciones. La actuación había quedado genial, muy profesional, y era enteramente mérito suyo el haberla hecho ensayar con tanto ahínco, en tan poco tiempo.

¾

Gracias, Gracias

¾

Respondió quitándole importancia

¾

. Lo de los ensayos ha sido un placer y un privilegio. Pero ahora vamos a darle a nuestra putita la racioncilla extra que merece. Estoy que me salgo y ella debe estar hambrienta

¾

añadió mientras se sentaba al lado de Pablo.

Jorge, sin que Silvia lo notara, intervino. Hizo un gesto negativo con la cabeza, se puso en pie, e imitó que se sacara la polla y rociara algo situado en el suelo. No necesitó explicar lo que quería y las risas que estallaron estuvieron a punto de lograr que ella levantara la cabeza, pero estaba demasiado engolfada con el caramelo.

Debía ser verdad que el Negro venía en las últimas, pues medio minuto de la atención de Silvia bastó para que le lanzara sobre la cara dos espesos chorreones de esperma. Ella se sorprendió, pero ese tipo de cosas empezaba ya a convertirse en parte de lo asumido; por debajo de la sensación de asco, lo que sentía era extrañeza. Aquello era desagradable de aceptar, pero ya había pasado por ello antes. ¿Era posible que fuera a escapar de allí sólo con "atender" a aquellos tres, que nadie más fuera a usarla? No se atrevía a imaginar qué iba a venir después. No tuvo ocasión de hacer previsiones, enseguida la acosaron problemas más inmediatos, y el problema fue Quique, que le metió la polla en la boca hasta los mismísimos huevos.

¾

Lo siento, cariño, en la garganta no se te puede poner vaselina ¿verdad que lo comprendes?

Casi todo el mundo rió la ocurrencia, pero no era más que una bravata, estaba literalmente corriéndose. Hizo un último esfuerzo por contenerse y durante algo más de un minuto estuvo follándole la boca, aplastándole los labios contra su bajovientre, hasta que por fin hubo de sacarla con la misma brusquedad con que la había metido. Eyaculó exhalando un gruñido, el grueso del chorreón le dio en la mejilla, y descendió goteando abundantemente por su mandíbula y su cuello.

Silvia boqueó en busca de aire, intentó recuperar el aliento, pero enseguida tuvo ante ella el pene de Pablo. Titubeó, quiso limpiarse la cara, pero recibió una sonora bofetada en el lado limpio y una nube de gotitas de esperma se diseminó por todo su cuerpo. Segundos después, era el propio Pablo el que la agarraba por la nuca y la penetraba oralmente del mismo modo salvaje en que Quique lo había hecho. ¡Y pensar que Pablo era el chico que le gustaba! A pesar de la humillación, a pesar del dolor físico y hasta de la asfixia, estaba excitadísima. Deseaba que la follaran, lo deseaba desde todos los puntos de vista, porque se moría de ganas de correrse, y porque sería la señal inequívoca de que aquello estaba acabando, de que por fin le darían el traje y podría irse a casa. Pablo resistió mucho menos que su amigo, pronto se tensó, se apartó de ella, y le lanzó, a modo de despedida, una copiosa oleada de semen que le acertó en la nariz y que resbaló como una cascada por los labios y la barbilla, hasta gotearle en las tetas.

Jadeó. Se echó hacia atrás exhausta, y estuvo casi a punto de caerse de espaldas. No era cansancio físico, era más bien cansancio moral, estar harta, harta de ser llevada de una bajeza a otra, de ser tratada como un trapo. A pesar de que en algunos momentos se había tocado el clítoris, no había llegado a correrse. Se quedó como pasmada, mirando a su alrededor las caras bromistas, maliciosas de los que todavía, en ese momento, eran sus empleados. Bajó los ojos e intentó cerrar los oídos para no enterarse de lo que decían, de que estaban comentando unos con otros pormenores de las mamadas que acababa de hacer. Los zapatos de Jorge, aparecieron de pronto en su campo de visión.

¾

Bueno, pues el capítulo de tus clases particulares podemos darlo por zanjado; era necesario precisar horarios y condiciones para que no se produzcan interferencias con tus horas lectivas. Como sin duda habrás notado, en el claustro de profesores impera el diálogo.

Ella alzó la vista, pero la cara de Jorge no traslucía ninguna emoción. Estaba tranquilo, se sentía seguro, estaba informándola. Sintió sobre su piel la viscosa humedad del semen, y enrojeció de pensar que la estaban viendo así.

–Como te decía antes, hemos tenido que cambiar los planes que tenámos para ti. Se han presentado estos amigos tuyos, nos han mostrado sus credenciales, y ha habido que buscar un acuerdo. Pero además de eso, temo que nos ha surgido otro pequeño contratiempo ¿Qué hiciste don los dos señores de fuera, Silvia? ¿Qué les dijiste?

Sabía que hacerse la distraída no era una opción, pero no logró comprender a qué se refería. ¿Qué señores? ¿Cuál de sus acciones pretendía cuestionar? En ningún momento había tenido el control, había hecho lo que le exigían que hiciera, nada más. Se quedó de rodillas, con la vista fija en el negro brillante de los zapatos de Jorge, y sin saber qué responder.

¾

Sí, querida, creo que no has entendido absolutamente nada –Insistió él–. Hace días que conoces cierta norma y ello no te ha impedido incumplirla hace un rato. Realmente, no sé si merece la pena explicarte las otras si fracasas en obedecer la primera y más sencilla. ¿Qué tengo que hacer para que nos tomes en serio?

–Jorge, por favor, no cargues las tintas –Interrumpió Alberto, pero él lo hizo callar con un gesto de la mano.

–¿Soy el responsable del área de disciplina o no lo soy? Esta señorita, sólo tiene una regla que cumplir y la ha ignorado. Se le dijo que ella no elige a sus clientes, es elegida, y que no tiene potestad para rechazar a ninguno. Hace muy pocos días que dejamos muy claro ese particular, y... ¿Con qué nos encontramos? Lo siento, pero ha caído de lleno en mi esfera de competencias.

–Jorge, por Dios, sabes perfectamente que hay circunstancias atenuantes –Terció Alberto, pero el otro simuló no haberlo oído.

Pedro contemplaba la escena con el corazón en un puño y la polla a punto de estallarle. Sí, parecía que Alberto podía llegar a convertirse en un valiosísimo aliado, la estaba defendiendo, pero habría que posponer para mejor ocasión cualquier cosa que pudiera ganarse; lo que era esa noche, Silvia no tenía salvación. Sus palabras, en otro tiempo autoritarias, habían sonado como débiles objeciones, arrojadas contra el sádico frenesí de Jorge. Era el momento. Faltaban escasos segundos para que Jorge la obligara a salir, era ahora cuando debía retrasar, a la vez que le daba a Silvia el único respiro que iba a tener esa noche. Al menos, follar con él, no iba a ser como hacerlo con cualquiera de los otros Aunque... ¿Era eso? ¿O era que sencillamente deseando tirársela? Lo deseaba con rabia, claro que lo deseaba, pero por una vez en la vida le era posible servir a dos amos.

–Queridos amigos, y la puta esta... ¿No podría hacer algo útil mientras cambiáis impresiones? –dijo sacándose la polla. Jorge cayó en la trampa, y asintió con una inclinación de cabeza.

Silvia lo miró espantada ¿También él? ¿También Pedro? Pero no, ya se lo había avisado, le había dicho que iba a tener que follarla, y claro que iba a tener que hacerlo ¿Qué pensarían los otros si no lo hacía? Caminó hacia él de rodillas y le rozó el glande con la lengua, la parte inferior del pene a modo de saludo. Por una vez no había agresividad, por una vez no estaba al borde de una bofetada.

–Bueno, pues para tu información te diré que lo primero que habrás de hacer, cuando te hayas negado a prestar un servicio, es buscar a quienes te lo solicitaron y prestárselo, eso es lo que harás siempre.

Pedro no le tiraba del pelo, el contacto de sus dedos era casi dulce, lo más parecido a una caricia que recibía en mucho tiempo. Su polla no era nada del otro jueves, pero por una vez no se sentía demasiado sucia mamándosela a alguien, al menos era un hombre. Hubiera querido descansar en él de la dureza con que la habían tratado, pero las palabras de Jorge acapararon su atención y la mantuvieron en el pánico.

¾

Yo seguía órdenes, las seguía

¾

protestó, en una breve interrupción de sus actividades orales

¾

. No pude hacer otra cosa.

¾

Querida, querida, déjate de estupideces. En nuestro último encuentro, te insistimos varias veces en que en caso de duda debías preguntar, llamar por el móvil.

¾

Es que no lo llevaba encima

¾

respondió ella.

¾

Sí, ya sé, no tenías bolsillos en las bragas. Eso no es más que una excusa infantil. Si hubieras tenido presente esa regla, lo primero que hubieras hecho al entrar habría sido preguntarme, en lugar de deshacerte en gimoteos sobre que te estamos prostituyendo ¿Ahora te das cuenta? ¿Tan imbécil eres?

Pedro, sin brusquedad, le tiró del pelo y la hizo subirse a horcajadas sobre él, ese era el único medio, el único momento en que iba a poder protegerla. Silvia captó el mensaje, se apretó contra él, mientras se echaba las bragas a un lado para que pudiera penetrarla. Después de todo, había tenido que follar con tanto hijo de puta, con tanto imbécil, que hacerlo don Pedro era casi un descanso.

Él. apenas podía asumir lo que estaba pasando. Hacía tiempo que sabía que iba a suceder, pero se le hacía increíble que una tía tan guapa como Silvia Setién, que la propia Silvia Setién en persona, estuviera abierta de patas sobre él, dirigiéndole la polla dentro de su coño. Se moría de gusto, pero hizo un esfuerzo desesperado por aguantar, se lo debía. Sin que ninguno de los dos hubiera podido preverlo, algo extraño sucedió: allí, rodeados de gente, practicando sexo casi por obligación, se creó un espacio de intimidad entre ellos. Fue como si se quedaran solos, algo más allá del sexo, algo que no tenía demasiado que ver con el deseo, y sí con la confianza; ambos lo experimentaron y se miraron sorprendidos, fueron conscientes por un segundo de que el otro también lo sentía.

Ella empezó a cabalgarlo, primero con movimientos suaves y luego incrementando el ritmo, dejándose caer sinuosa sobre él, para después volver a alzarse. Increíblemente, Pedro sintió la imperiosa necesidad de ofrecer algo de ternura a aquella chica; Dios, qué falta debía hacerle. Acercó los labios a su oído y, sigilosamente, le dijo: "Estoy de tu lado, recuerda que estoy de tu lado. Aguanta, cariño, aguanta. Déjate llevar ahora, pasa por todo lo que te hagan, voy a sacarte de esto, no sé cómo voy a hacerlo pero te juro que te sacaré".

Silvia se estremeció, hizo intención de apartarse, pero después se fundió aún más con él. Lo besó, lo unió sus labios a los suyos y envió su lengua al encuentro de la de su amigo. Por una vez era un beso limpio, por una vez no se degradaba al darlo. Volvió a tener miedo. Creía estar preparada para todo, poder resistir las peores vejaciones, los más horrendos desprecios, pero aquella ternura la tomaba por sorpresa, la desarmaba hasta hacerla sentirse aún más vulnerable. Pedro también se llevó una tremenda sorpresa consigo mismo, sin pensárselo, pero también sin mentir, la miró a los ojos y le dijo "Te voy a ayudar, te quiero". Lamentablemente, enseguida la voz de Jorge, vino a interrumpir el idilio.

-En fin, querida, mamando pollas has hecho maravillosos progresos, lástima que con lo de esos señores hayas tenido que fallar; tu actitud respecto a ellos ha sido para un cero en conducta y, por desgracia, te hace acreedora a un castigo.

Silvia lo escuchó junto al rumor de su corazón, ese momento había perdido conocimiento de todo, se desplomaba frenéticamente sobre Pedro, se empalaba en su polla, con la cabeza echada hacia atrás, y las manos de él acariciándole los pechos. Comprendía lo que le estaba diciendo, claro que lo comprendía, sabía lo que significaba, la trascendencia que iba a tener sobre su futuro inmediato, pero estaba muriéndose de gusto y era incapaz de atenderlo. Se corría, se corría viva mientras gemía sonoramente. Él también estaba al borde, era demasiado pedir que resistiera un poco más la cabalgada, le dolía el vientre de contraerlo para no correrse. Se impulsó hacia arriba y penetró aún más a la muchacha. Se mantuvo así hasta que sintió como le estallaba la polla dentro de ella. Los dos cayeron exhaustos, agotados por la intensidad del orgasmo. Y ahí acabó todo, el afecto, el sexo, la complicidad; la intimidad que los había unido quedó hecho añicos y esa pequeña isla de comprensión que habían encontrado se desvaneció en la nada.

Cuando Silvia se bajó, volvían a ser dos amigos, casi un hombre más de los que tenía que follarse, y ella estaba pendiente de afrontar un terrible castigo.

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Un momento, un momento, no comprendo...

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Dijo Silvia irreflexivamente, sintiendo como todos los vellos del cuerpo se le ponían de punta. ¿Qué castigo? Hice lo que Benito me mandó. Tenía que llegar hasta aquí y estaba nerviosa; no se me ocurrió que debía decíroslo, no me di cuenta, de veras que no me di cuenta

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Insistió vacilante y casi haciendo pucheros.

–No preguntaste al entrar, querida, recuerda que no pediste instrucciones. Y ahora las instrucciones te las doy yo, sin que me las pidas y con retraso: Vas a salir ahí fuera y vas a encontrar a los señores a los que esquivaste, vas a regresar con ellos, y no vas a fracasar ni a poner ninguna excusa, por que si lo haces, sabes de cierto que encontraré algo mucho peor que obligarte a hacer. Así que ¡Fuera!

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