Moldeando a Silvia (19)
Joven empresaria es convertida mediante el chantaje en una esclava sexual.
ADVERTENCIA
Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)
Alberto estaba preocupado. Jorge estaba molesto con él desde la mañana anterior, desde que casi llegara a prohibirle a la Junta escolar follarse a Silvia. Supo de antemano que así habría de ser y la cara que puso lo confirmó, pero a pesar de ello limitar la fiesta le había parecido la única opción válida. Habían tenido el día ocupado y ya no volvieron a cruzar palabra, pero casi veinticuatro horas después, durante la mañana, se dio cuenta de que el asunto iba más allá de una mera contrariedad o de un enfado pasajero, se estaba produciendo un cisma en la cúpula. Dudó. ¿Qué sería mejor? ¿Hablarlo o dejarlo estar? Las dos caminos entrañaban riesgos.
Aparte de eso, estaba tramando algo; Jorge se había pasado casi toda la jornada evitándolo a él, y cuchicheando con Benito, o dando paseos hacia el despacho de Pedro. Pretendiera lo que pretendiera, de lo que no le cabía duda era de que había que ser suave con la chica o la iban a achicharrar en tres días, era del todo improcedente endosarle otra paliza. Si hablaba con él habría más posibilidades de detener lo que fuera que si no lo hacía. El dedo se le crispó sobre el botón del intercomunicador. Pero... ¿Y si estaba tan ciego por el deseo de putearla que se enfadaba con él y la cosa degeneraba en bronca?
Sí, pulsó el botón; si no hablaban del tema, el caso Silvia acabaría de veras mal, y lo que era peor: Jorge dejaría de ser su amigo; había que intentar evitarlo por cualquier medio, ahora más que nunca pues compartían una propiedad.
En un par de minutos lo tuvo delante y no necesitó dar rodeos, sabía para qué lo llamaba. Se quedaron mirándose, sin lograr decidir por dónde empezar a hablar del problema.
¾
¿Tomamos un café?
¾
Sugirió Jorge con expresión recelosa
¾
.
¾
Vamos
¾
Respondió él.
A pesar de que había cafetera en el despacho los dos se levantaron al unísono y se fueron camino del bar. Sabían que iban a discutir y era mejor que no los interrumpieran con cosas de trabajo.
Jorge estaba a punto de reventar, tanto era así que nada más salir al exterior dio rienda suelta a su irritación.
¾
Estoy harto, harto. ¿De qué me sirve poseer a una puta si apenas puedo ponerle la mano encima? He deseado esto más que ninguno de nosotros, he arriesgado y trabajado por esto más que nadie ¿y qué he conseguido? Un único y simple polvo a mis anchas, el primero que le eché. El resto han sido jodiendas planeadas con más gente en las que apenas he desempeñado papeles secundarios.
Alberto quiso responderle pero el bar estaba demasiado cerca y decidió esperar a que se ubicaran. Mejor tomarlo con calma. Pidieron dos cafés en la barra y ellos mismos se los llevaron a una mesa apartada.
¾
Pero, hombre, piensa que...
¾
Intentó decir
¾
De pensar es de lo más harto estoy
¾
Interrumpió Jorge con tono agrio
¾
. Cuando no es por una cosa es por otra, cuando no es por que se nos escapa es porque la tenemos demasiado bien sujeta, y cuando no porque se rompe; el caso es que yo nunca me la follo como me apetece. ¿De qué me sirve tener poder sobre ella si no puedo usarlo? ¿Para qué he organizado todo lío si no es para follármela?
¾
Bueno, bueno, antes que nada reconozco de buena gana cuántos derechos quieras tener sobre ella
¾
contestó Alberto algo achispado
¾
, pero con el debido respeto esto lo he organizado yo y han sido mis planes los que nos han traído a la magnífica situación que tenemos, no lo olvides. Quede eso claro.
Jorge asintió con una inclinación de cabeza y echó un vistazo en su derredor. El bar estaba casi vacío pero faltaba poco para la hora de merendar y pronto empezaría a llenarse de gente. Se le ocurrió que nada tenía que ganar enfadándose con Alberto y que, en cambio, si que podía perder muchas cosas. No debía permitir que aquello fuera demasiado lejos.
¾
Por supuesto, sin tus planes no habríamos conseguido absolutamente nada. Pero ¿para qué sirve un juguete sino para usarlo? ¿Cuál es su destino sino romperse? Usémoslo con liberalidad y lo que dure será lo que nos hayamos divertido.
¾
De acuerdo en que es natural que un juguete se rompa
¾
contestó Alberto ya más distendido
¾
¿pero por qué ha de romperse el día de reyes cuando todavía no han jugado todos los hermanos? Mira, lo que hicimos con Silvia la noche del examen fue una barbaridad, después ha venido el imprevisto de Quique y Pablo, y a esa muchacha se le ha partido algo por dentro, una especie de himen mental, fuimos nosotros quienes la desvirgamos. Estos días son cruciales, hay que dejar que se acostumbre a la nueva situación, que descubra que puede seguir siendo Silvia Setién. Cuando esté un poco más endurecida, tiempo habrá de que juguemos hasta cansarnos.
Una sombra de duda recorrió de pronto la cara de Jorge.
¾
¿Temes que se suicide?
¾
No, creo que lo peor de ese peligro ha pasado
¾
Respondió con aire pensativo
¾
. Esa chica ha descubierto un nuevo universo de sensaciones y aunque en lo moral pueda desear autodestruirse, su cuerpo desea desesperadamente vivir. Más que lo del suicidio me asusta que tenga algún momento de lucidez, que se de cuenta de que treinta años de cárcel son una bagatela en comparación con lo que le preparamos; si lo hace, ella misma se entregará a la policía y tendremos que andarnos listos para que no nos lleve por delante. Ese es otro motivo para ir despacio, para irla poco a poco enviciando y que al menos una parte de ella no desee escapar. Silvia lleva varios meses sin extraer de la vida ningún otro placer que el del orgasmo, lo malo es que parece haberse aferrado a él con uñas y dientes, que la naciente personalidad de M pueda llegar a anular para siempre a la de la señorita Setién.
¾
¿Y qué tiene eso de malo? ¿No estamos fabricando una puta? Nos follamos a quien sea y punto.
¾
Hombre, esto no es más que mi opinión y si tú quieres actuar de otra manera, estás en tu derecho de hacerlo
¾
respondió Alberto
¾
. Creo que el juguete durará más si conservamos a Silvia para que proteja a M. Si permitimos que ese mecanismo se rompa, si la privamos de todo freno, se quemará follando en muy pocas semanas. Además, joder con M llegaría a ser tan aburrido como hacerlo con cualquier puta de carretera ¿no es la existencia de Silvia, su deseo de resistir, de escapar, lo que le da sentido al juego? ¿No es a Silvia, en realidad, a quien apetecemos follarnos?
¾
En eso llevas mucha razón
¾
reconoció Jorge
¾
, a M dejaríamos de tirárnosla en muy pocos días. Además, no deja de resultarme increíble el cambio que se ha operado en esa muchacha. De la noche a la mañana se ha convertido en toda una guarra; en un primer momento me puso caliente verla así, es la consecuencia de nuestro triunfo, pero es verdad que no tardaría en hartarme.
¾
Ese es el himen mental del que te hablaba. Necesario era romperlo, queremos lo que queremos, pero también es necesario crear en otra parte algunos mecanismos de control. Tú puedes hacer lo que quieras, acercarte ahora a su casa y metérsela por la oreja si te da la gana; de momento yo voy a intentar protegerla. Creo que apretar poco a poco será mucho más divertido que una caída inmediata, que incrementará su humillación el mantenerla lúcida, el conservar a Silvia con vida.
¾
Estoy totalmente de acuerdo contigo y lamento haberme enfadado. Naturalmente no me urge ir a verla. De todos modos, compréndelo: aunque me caigan bien, me fastidió que ese par de muchachos se colara y le hicieran cosas que yo me estaba aguantando de hacerle. Eso ha sido una faena.
¾
Y tanto que lo ha sido
¾
asintió Alberto
¾
semejante vapuleo a destiempo es lo que ha acabado de destrozarla y me ha obligado a mí a adoptar un papel protector. Lo importante ahora es que se pueda pactar con esos chicos, conseguir que no la lleven más allá de lo que puede resistir. Si queremos seguir con el juego deben quedarle cosas que defender, hay que permitir que crea que puede seguir con su vida anterior. Respecto a ti, hagamos una cosa: comprendo tu deseo de divertirte con ella, para eso está; las órdenes que le demos van a ser siempre ambiguas y se va a equivocar cuántas veces queramos interpretar que se ha equivocado ¿Qué te parece si te nombramos responsable del área de disciplina, de todos los castigos que se le administren? ¿Te gustaría? Ahora viene lo más bonito. No te estoy pidiendo más que una moratoria de unas pocas semanas, en cuanto esté más hecha ya no hará falta planear las cosas, ni medir la fuerza de los golpes, la haremos correrse, rodar de cama en cama todo lo que nos apetezca, hasta que tenga el coño en carne viva.
Jorge, a pesar de estar sentado, casi saltó de alegría. Eso era lo que él deseaba: tener carta blanca y mano dura para hacerle lo que le viniera en gana. Ser el responsable de todos los castigos, de su diseño y ejecución, colmaba con creces sus expectativas. De estar enfadado, pasó a tener unas ganas locas de abrazar a Alberto. No lo hizo, tenía mucho, mucho en que pensar, y ni siquiera sabía en qué lugar del cuerpo tenía el cerebro.
¿Responsable de los castigos? Preguntó ¿Quieres decir que si esta misma noche la pillo en una falta puedo administrarle el correctivo que yo elija?
Sí Respondió Alberto, tomado por sorpresa.
¿El que yo elija? ¿sin límites ni restricciones?
Sí Repitió, dándose cuenta de que acababa de hacer una concesión muy, muy cara. Sin límites, pero recuerda que la falta ha de ser real, y el castigo ha de merecerlo.
Silvia lo merecía todo. La colocaría en una situación en la que no pudiera evitar equivocarse, planearía el delito y la sanción; haría un par de llamadas y se acercaría a casa de Pedro antes de la cita que tenía con él, por si había alguna novedad y para que diera tiempo de hablar. Le asaltó la duda de si Alberto le había asignado el puesto por amistad, o por no haber medido la potencia del arma que le entregaba. Pero no, era muy inteligente, había obrado por amistad, forzosamente sabía lo que le estaba entregando.
¨
¨
¨
La visita de Jorge le había resultado un poco inoportuna. Habían quedado en que pasaría a recogerlo, pero se presentó casi una hora antes de lo que acordaran, se acomodó en el sofá y le había contado, con aspecto feliz y todo lujo de detalles, los planes que tenía para Silvia. Hacía tiempo que sabía que la noche iba a ser dura, pero nunca hubiera supuesto que fueran a intentar llegar tan lejos con ella. Una cosa era cierta: No estaba preparada para encajar algo así. Después de esa noche no habría retorno ni reconstrucción posible, no habría nada que pudiera decirle una próxima vez, ni ningún medio por el que pudiera levantarla.
¾
Jorge, créeme, si le haces eso la rompes; será el final del juego
¾
dijo con seriedad.
¾
Bah, no seas derrotista. Ya ha encajado palizas capaces de derrumbar a un rinoceronte y ahí la tienes, hecha una calentorra y pidiendo a gritos el próximo polvo. Desde que te situé en el papel de poli bueno todo va como la seda. Es pura rutina; en todo momento ha creído estar en el infierno, y apenas había visitado la antesala. Da igual lo que le hagamos, su estado anímico permanecerá estable, siempre al borde de un abismo. Es hora de forzar otra pequeña caída, de empezar a meterla en la trituradora.
¾
Te digo que se va a volver loca. Esta vez me ha costado un horror ponerla en pie, no creo que pueda volver a hacerlo y su confianza en mí quedará hecha añicos.
¾
Que no, hombre, yo la conozco mejor que tú
¾
insistió Jorge
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; es más dura de lo que parece. Se levanta sola de los golpes, tú sólo eres el catalizador que acelera esa reacción química. La próxima vez, a lo sumo, habrá que darle algo más de tiempo y afilar un poco más las mentiras, eso es todo. Y entre unas y otras vamos ganando la partida, la vamos enviciando en el folleteo, que es lo que importa.
Pedro se dio cuenta de que no iba a conseguir hacer que cambiara de opinión. Estaba demasiado eufórico, demasiado deseoso de arrastrar a Silvia y no iba a retroceder fueran cuales fueran las razones que lo aconsejaran. Carecía de sentido intentar disuadirlo.
Todavía había esperanza, en varios momentos Silvia tendría capacidad de elección, quizás se desmayara o eludiera algunas trampas. Pero no, lo probable era que aceptara, que, por muy surrealista que a él pudiera parecerle, lo normal era que lograran hacerla pasar por todo lo que le tenían previsto. Para colmo, él tampoco estaba seguro de hasta qué punto, ni para qué deseaba ayudarla.
Una cosa estaba clara: Tenía que actuar por sí mismo; con Alberto no podía hablar, estaba obrando a sus espaldas, y no le cabía esperar de Jorge ni siquiera una pizca de racionalidad. Cualquier cosa que fuera a hacer, tenía que hacerla solo. Se dio cuenta de que quizás pudiera escribir una vida o un final para Silvia, pero también de que Jorge no era un personaje suyo y que ni siquiera con mentiras lograría manipularlo; era un fanático y sobre los fanáticos no se tiene control. Anotó mentalmente que tenía que intentar convencerlo de que contara a los otros el papel que él estaba desempeñando, eso aumentaría su área de influencia y le facilitaría el encontrar apoyos.
Se excusó brevemente y fue al baño. Con la puerta bien cerrada tras él sacó el móvil del bolsillo y marcó el número de Silvia. Ella tardó un momento en cogerlo, respiró hondo al oír su voz.
¾
Escúchame atentamente, tengo muy poco tiempo
¾
susurró
¾
. Va a ser peor de lo que creía. Intenta evitar entrar en un reservado, pero si entras, resístete a salir, retrásalo lo más posible.
¾
¿Qué? ¿Pedro?
¾
Preguntó ella con tono confuso.
¾
No hay tiempo para explicaciones, sólo recuerda lo que te digo. Hay otra cosa: No voy a tener más remedio que follarte, intentaré hacerlo en el momento en que más te beneficie. Hubiera querido que fuera de otra manera, pero es así como tendrá que ser. Ten presente que veas lo que veas y haga lo que haga sigo de tu lado. Lo siento, tengo que colgar. Ni se te ocurra llamarme.
¾
Espera... ¿Por qué no debo entrar? ¿Por qué....?
Le costó un cierto esfuerzo dejarla con la palabra en la boca, pero no había otra cosa que pudiera hacer. Apagó el móvil y lo devolvió al bolsillo. A pesar de los nervios, de que Jorge era un viejo amigo y de lo ambiguo de su posición, se sintió bien por lo que acababa de hacer. Había que darle a la chica alguna oportunidad; podía ser una hija de puta, pero ella no se había cargado al viejo. De haberlo hecho, no la habría alegrado tanto su idea de la cámara, la posibilidad de atrapar al culpable.
Salió del baño casi contento de sí mismo. No iba a jugar la partida de Silvia, ni tampoco la de Jorge, pero le gustaba que sus propias cartas hicieran más justo el juego. ¿Qué iba a pasar ahora? ¿Cómo reaccionaría ella? Si aquello era una aventura, para él lo era más que para nadie. En cierto modo estaba cansado de prisas, de improvisaciones; tenía que convertirse en el intermediario de todo el grupo, en el espía oficial junto a Silvia, si quería alcanzar una cierta estabilidad. Sólo entonces, cuando todos estuvieran pendientes de lo que él decidiera decir, con ese control, podría plantearse la más crucial de las preguntas ¿Adónde diablos quería llevar a Silvia?
Adoptó un aspecto sereno, confiado, y al observar la sonrisa ilusionada de Jorge, supo que era el momento.
¾
Hay que decírselo a Alberto, sería una deslealtad seguir ocultándolo. O lo haces tú, o lo hago yo.
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¨
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Silvia colgó también, más desconcertada que nunca. ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde estaba Pedro y qué le habían contado? Había sido él quien ayer mismo la había aconsejado no resistirse a nada, no hacerse acreedora a castigos ¿cómo podía pedirle ahora que intentara evitar entrar a un reservado? ¿No era la consigna simular rendirse? Además ¿Qué reservado? ¿Qué iban a hacerle? Eran demasiadas preguntas, y los consejos de Pedro, por buenos que pudieran ser, demasiado difíciles de seguir.
Intentó dejar de pensar, tenía que tranquilizarse. El miedo era siempre mucho peor que los hechos; esta vez como las otras, aguantaría lo que le echaran encima, y el reto vendría luego, cuando llegara el momento de intentar recuperarse y contraatacar.
Colocó el traje sobre una silla, estaba sudado, pero ya no había tiempo de lavarlo. Ni se molestó en vestirse, se echó una bata de estar por casa y se dispuso a esperar. La espera había venido siendo siempre casi tan desagradable como los ataques sexuales en sí mismos; en las esperas le daba vueltas a la imaginación, intentaba prever lo que le harían, y podían hacerle tantas cosas... En ese juego enfermizo radicaba su máximo peligro y era en lo que debía evitar caer, sólo servía para desgastarla y hacerle perder un tiempo que era necesario para la lucha.
Se tendió en el sofá y se esforzó en respirar con lentitud, en dejar la mente en blanco. Poco a poco fue relajándose ¿Qué más daba lo que sucediera esa noche? Lo único útil era imponerse la disciplina de que mañana pensaría con frialdad, sin permitir que su sensibilidad la alterara, y concentraría sus esfuerzos en escapar. Eso era lo único importante.
Después de unos minutos consiguió controlarse. Casi había conseguido perder la noción del tiempo, que sus miedos quedaran confinados tras una puerta cerrada cuando sonó el timbre. En el acto se incorporó, y la pregunta afloró como un mazazo ¿Quién sería? Benito tenía su propia llave... Eso era otra cosa, qué horror que la tuviera... Quiso aferrarse a la posibilidad de que fuera alguien equivocado, pero sonó de nuevo con estridencia, tan intempestivo como una orden directa. No quería ver a nadie, era el único rato de tranquilidad que iba a tener. Negó con la cabeza intentando convencerse a sí misma de que no abriría y siendo consciente de que no tenía más remedio que hacerlo.
Era un día extraño, el de la actuación, podía ser Jorge, Alberto, alguien con poder para cualquier cosa... ¿Dónde encontrar el valor para no abrir? Pulsó la tecla del telefonillo y no se permitió a sí misma más dudas, mejor hacerlo todo de una vez, giró el pomo y dejó la puerta entornada. Paseó nerviosa por el salón, sólo llevaba puesto un kimono de seda negra, sin nada debajo, los pezones abultaban sobre la finísima tela, pero... ¿Qué más daba? Si era un cobrador daba igual cómo lo recibiera, y si se trataba de alguno de sus torturadores sería indiferente cuánta ropa llevara encima. Por mucho que la indignara esa era la situación que tenía y decidió aceptarla; hasta que los planes de Pedro empezaran a dar fruto no podía permitirse reticencias ni rebeliones baldías. Oyó el sonido del ascensor y sin poder evitarlo caminó de nuevo hacia la puerta, deseó cerrarla, disponer de unos segundos más, saber quienes eran antes de franquearles el paso. No fue capaz, estaba demasiado nerviosa y muy pronto aparecieron ante ella, riéndose, Pablo y Quique. Dios, un escalofrío le recorrió la columna vertebral sólo de verlos.
¾
Hola, puta, ayer nos dejamos sin tocar varias botellas y nos dijimos ¿Qué tal unas copas y un polvo?
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Escupió Quique desenfadadamente.
¡Qué barbaridad! ¡Eran sus amigos del Club! Hacía unas semanas le habría resultado impensable que alguna vez fueran a tratarla así, y eso sin detenerse a imaginar lo que podían andar contando por ahí.
¾
Tenéis que hablar con Alberto Sagasta,
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arguyó con fingida serenidad.
¾
Bueno, ya lo haremos luego
¾
dijo Pablo mientras la agarraba por los hombros y le arrancaba la bata de un tirón.
Enrojeció de vergüenza. Por firme que fuera su intención de tomar las cosas según venían, no encontraba manera de encajar semejantes confianzas. Al principio de cualquier ataque era siempre muy, muy consciente de todo; luego perdía el control, pero al principio la sensación de ser usada, manejada, era devastadora y penetraba hasta el fondo de su mente. Casi se veía a sí misma desde fuera, como desde detrás de un espejo. ¡Con qué facilidad se había quedado desnuda ante ellos! A conciencia no habían cerrado tras sí, cualquier vecino podía verla desde el rellano. Lamentablemente su cuerpo reaccionó en el mismo sentido que otras veces lo había hecho. Sintió una familiar hormiguilla recorriéndole los pezones, ese peculiar escozor del deseo, en su forma más incipiente; aunque en esta ocasión decidió no luchar contra él, no tenía sentido; lo que tenía que controlar eran sus actos, no su sexo. Tener allí a los dos muchachos era demasiado para su agotado autocontrol. Pablo la atrajo ferozmente hacia sí y la besó en la boca. Y ella, sin poder evitarlo, permitió que su lengua la explorara por dentro, que sus manos le apretujaran las tetas y deseó con toda el alma poder dejar que todo sucediera.
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Déjala, Pablo
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Sonó la voz de Quique tras ellos.
Pero él no hizo caso, la empujó sobre el sofá y se lanzó sobre ella. Sintió su polla dura a través del vaquero, y deseó sacársela, darle enseguida lo que había venido a coger ¿Por qué luchó? ¿Por qué se debatió como una anguila entre sus brazos? ¿Era Silvia resistiéndose? ¿Era su incapacidad para desobedecer a Alberto? ¿O era que ser violada era mucho más excitante que entregarse?
¾
No puedo contrariar a Alberto, no puedo
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gimió
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sin estar segura de que fuera cierto, de no estar haciéndolo en ese mismo instante
¾
Joder, forzarme no os va a beneficiar para negociar con él.
¾
¡Que te estés quieto, hombre!
¾
Gritó Quique tirando de los hombros a su amigo hasta casi levantarlo
¾
Hay que hablar con el tío ese ¿Entiendes?
Pablo se puso en pie de mala gana dirigiendo a Silvia una mirada burlona.
¾
Mierda, tío, qué plasta eres. La zorra esta me da igual, no podías esperar ni tres minutos a que descargara. Sólo la hubiera dejado un poquito más cachonda.
Quique lo ignoró. Con expresión preocupada, marcaba números en el móvil. Segundos después dijo: " Soy Quique " y a partir de ahí ya no volvió a pronunciar palabra. Durante cerca de dos minutos sólo asintió con la cabeza, mientras ella se moría por saber qué le estaría diciendo Alberto. Al final pareció respirar hondo, relajarse, y acabó la conversación con un " De acuerdo, allí estaremos ".
Silvia, deseó a toda costa conocer el contenido de esa breve charla, lo deseó casi tanto como que se quedaran, pero lo uno era inútil preguntarlo, y lo otro... era imposible.
Pablo consiguió calmarse, lo cual era prueba evidente de que Quique le había contado cuanto sabía con pelos y señales. No se resistió cuando Quique con un gesto lo animó a que se marcharan. Silvia estaba muda de deseo, de vergüenza, y no hizo nada mientras ellos cerraban la puerta, la abandonaban, dejándola sola con un lacónico " Hasta pronto ".
Lloró, lloró hasta quedarse seca, quizás durante horas. Esta vez la ira prevaleció sobre la depresión, sobre la libido, sobre la vergüenza. Sentía rabia hacia todo y hacia todos, quizás se hubiera convertido en una ninfómana, quizás se pasara el resto de sus días rodando de cama en cama, pero si los planes de Pedro funcionaban... ¡Ah si funcionaban! Iba a cobrarse, a divertirse a costa de Jorge y Alberto antes de denunciarlos, a enseñarles lo que era la esclavitud, lo que era el chantaje. Se cobraría lo que le habían hecho, vaya si se cobraría.
¨
¨
¨
Quique hizo un gesto de desesperación. Llevaba un rato intentando hacer comprender a Pablo que no eran los máximos propietarios del juguete, que era probabilísimo que tuvieran que llegar a alguna clase de acuerdo con Alberto Sagasta, pero él se negaba a entenderlo. Nada más sostener la conversación telefónica y salir de casa de Silvia, se fueron al Ambigú, un Pub en el que tenían bastante amistad con el encargado, a hacer tiempo hasta que fuera hora de salir para el Siroco.
¾
Merece la pena intentarlo
¾
Insistió Quique
¾
. Si Sagasta no tuviera intención de pactar, no nos habría citado en la sala de fiesta. Nuestra capacidad de amenazar a Silvia permanecerá intacta después de hablar con él, no perdemos nada escuchando lo que tenga que decirnos.
¾
¿Hablar? ¿De qué tenemos que hablar?
¾
Respondió Pablo con aspecto ofuscado
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La bandeja de dulces está sobre la mesa, cada cuál come los que le apetezca y punto. No veo el problema.
Quique esperó un momento antes de contestarle. Estaban en la barra y Oscar, el encargado se hallaba peligrosamente cerca de ellos. Aunque fuera amigo, no era plan de que se enterara de lo que traían entre manos.
¾
Pues yo sí que veo problemas, y además veo muchos
¾
dijo al fin
¾
. Compartir a una mujer no es precisamente fácil. Nosotros mismos, que nos apreciamos desde hace años, tendríamos que pactar un horario de uso ¿no? ¿Cuánto más difícil sería si ni siquiera nos conociéramos?
¾
Sí, sí, acepto eso, habrá que hablar de horarios, pero que quede claro que a nada más estoy dispuesto, la diversiones son sagradas y no vamos a renunciar a nada; en ese aspecto no aceptaré que hagamos ninguna concesión.
Comprobar que era cierto todo cuanto Quique contara sobre Silvia, había producido un auténtico cataclismo en Pablo. De desconfiar de su amigo, había pasado a volverse adicto a al juguete que compartía con él, adicto hasta el extremo de no guardarle en ocasiones la gratitud que le debía. Se tranquilizó. Aunque se le llenara la bragueta cada vez que pensaba en Silvia, era capaz de aceptar un razonamiento cuando lo oía, y estaba empezando a oír muchos.
¾
Mira, nos guste o no, la mayor parte de nuestro poder sobre la señorita Setién emana de Alberto Sagasta
¾
dijo Quique, mirando en su derredor. Oscar atendía a varios clientes en el otro extremo de la barra
¾
. De no ser porque la obligó a hacerme una mamada en el club no tendríamos nada contra ella, nada. Incluso después, si ella se doblegó a mis exigencias fue porque dije venir de parte de ese hombre. Estoy completamente seguro de que tiene sobre ella un poder mucho mayor que el nuestro, de que es capaz de apretarla con una fuerza que no podemos ni siquiera soñar. Pactar con él, o con ellos, caso de que sean varios, es lo más sensato que podemos hacer.
Pablo abandonó por fin toda reticencia. Sabía que era cierta la versión que acababa de oír y después de todo las cosas parecían ir por buen camino, el que los hubieran citado en el Siroco era muy buena señal. Con toda probabilidad, Silvia estaría allí e iban a ser testigos de una especie de demostración de fuerza; eso no le preocupaba, no era asunto suyo lo que otros pudieran hacerle, mientras ellos conservaran intactas sus posibilidades.
¾
Bien, reconozco que hasta tenemos una cierta deuda son Sagasta
¾
dijo con tono reflexivo
¾
. Pero también tenemos nuestra propia cuota de poder; acepto que haya que hacer concesiones horarias, pero en lo demás quiero que negociemos con dureza y que no renunciemos a nada. Nuestra pequeña amiga es un pozo inagotable de diversiones y hemos de sentirnos libres de sacar toda el agua que apetezcamos. Es lo único que exijo.
Quique estuvo de acuerdo. De hecho, era ese el plan que él llevaba previsto: Horas a cambio de territorios. Sin embargo estaba nervioso, no sabía qué les esperaba en la sala de fiestas y ni siquiera se atrevía a imaginar qué tendría que hacer allí la buena de Silvia. Miró furtivamente a su alrededor y se dio cuenta de que el local empezaba a llenarse. Las seis mesas estaban ocupadas y apenas había sitio libre en los sofás que las rodeaban, un grupo bastante ruidoso jugaba al billar y aún seguía entrando gente. Eran las diez y media de la noche, tenían que irse si no querían andar con prisas. Hizo señas a Oscar para que se acercara y unos segundos después lo tuvo delante, con su metro noventa de estatura, la cabeza afeitada, y su sonrisa maliciosa.
¾
Mañana te pago esto
¾
dijo señalando a las copas y con un incómodo cosquilleo en el estómago.
¾
Como quieras
¾
Respondió el encargado, encogiéndose de hombros
¾
. Sólo recuerda que tu cuenta asciende ya a doscientos Euros. No es que me preocupe, pero sé que no eres millonario.
Quique, a su pesar, era también muy consciente de no serlo. Se levantó y salió al exterior acompañado de Pablo, en busca de su vetusto Renault cinco. Condujo imbuido en un tenso mutismo que sólo rompió para preguntar a su amigo si llevaba dinero para las entradas. Él respondió afirmativamente con divertida indiferencia; cuando salía con Quique, estaba habituado a prevenir la cartera para las muchas contingencias que solían surgir.
El resto del camino lo hizo como si hubiera activado un piloto automático, lo había recorrido tantas veces que apenas tenía que prestarle atención, y además estaba preocupado. En realidad, siempre le molestaba el tener que ir a sitios en los que se sentía disminuido, que quedaban fuera del alcance de su mermada economía; pero claro, evitar aparecer por ellos sería recluirse en casa o limitarse a visitar algunas plazas públicas, lo cual tampoco era una opción. Esta vez, además, iba a ir nada menos que al Siroco, a un lugar en el que todo placer era posible y en el que todo vicio quedaba oculto bajo una alfombra de billetes del adecuado grosor. En una sola ocasión lo había invitado Pablo a tomar allí unas copas y aún recordaba los cuerpos de las camareras, las luces, las chicas de alterne; haberse sentido como un niño hambriento al que llevaran de excursión a una pastelería. Para colmo de males, su escaso éxito con las mujeres hizo aún más apetecible cada dulce que no podía pagar. Era en ese ambiente, en ese territorio desconocido y casi hostil en el que iba a tener que librar la batalla decisiva por mantener intactas sus opciones sobre Silvia; evidentemente, tenía que conservar la presencia de ánimo, que aparentar desenvoltura, y para ello nada mejor que apoyarse en Pablo, que confiar en él, al menos allí dentro, donde él era uno entre muchos y se movía en su elemento.
A pesar de las protestas de su amigo aparcó lejos, prefería que nadie los viera salir de su señorial vehículo. A Pablo, como el joven adinerado y campechano que era, semejante precaución le pareció una estupidez.
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