Moldeando a Silvia (18)

Joven empresaria es convertida mediante el chantaje en una esclava sexual.

Silvia llegó extenuada a casa y se dejó caer en el sofá como si se dispusiera a morirse. Pasada la excitación la había invadido una extraña tranquilidad probablemente motivada por la certeza de que no había nada que pudiera hacer. Llevaba casi un día deseando encontrar el momento de llamar a Pedro, de desahogarse con él y ver si poseía alguna información. Pero ya no tenía ganas de hacerlo, sentía como si fuera tarde para cualquier cosa. Se obligó a sí misma a ducharse, ya lo había hecho antes de salir para la empresa, pero últimamente se ensuciaba con tremenda rapidez. Tenía los pelos pegados a la cara por ella sabía que humedades, era posible que la ducha le ayudara a volver a sentirse una persona.

Cerró los ojos, dejó que el agua caliente recorriera su cuerpo y su memoria se pobló con todas las caras, con todas las risas, miradas lascivas e insultos que le habían dirigido. Podía abandonarse, rendirse, pero no olvidar. A cada movimiento veía una rozadura, sentía una punzada, y en el acto se le venía a la mente el autor de ese dolor; aunque también había dolores sin nombre, había sido tanta gente la que la había usado en los últimos días... Dentro de poco perdería la cuenta. Era ya un hecho que sólo era un juguete para el placer. Aunque no pudiera resistir la idea, era hora de aceptar esa realidad.

Al salir del baño, envuelta en el albornoz, volvió a acordarse de su intención de llamar a Pedro, pero desistió. Mejor tomar una pastilla y echarse a dormir, dormir era la única fuga que siempre estaba a su alcance. Eran casi las tres de la tarde, pero las mujeres como ella acostumbraban a tener horarios extraños. En ese instante, el teléfono empezó a sonar como si se fuera a caer de la mesa. Pensó en no cogerlo, pero podían ser Jorge o Alberto y no se atrevía a negarse a hablar con ellos.

¾

¿Sí?

¾

Soy Pedro, acabo de salir del trabajo y quiero verte cuanto antes.

Respiró hondo y esperó un momento antes de contestar.

¾

No tengo ganas de ver a nadie, estoy agotada, dolorida, triste y lo único que apetezco es dormir.

¾

Pero tengo que verte, hay cosas que quiero comentarte y otras que necesito que me expliques. Estoy preocupado por ti.

Silvia finalmente accedió. Sólo impuso la condición de que el encuentro, a pesar de todos los peligros, se produjera en su casa. No tenía ánimos para vestirse ni para salir a la calle, además, no quería ponerse la misma ropa y Benito no había venido para elegirle otra.

Al otro lado de la línea, Pedro colgó el auricular con nerviosismo, y frunció el ceño al oír a su espalda la voz de Jorge, situado en la puerta de la cabina.

¾

Eso es. Has sonado muy convincente. Ve y ayuda a esa pobre chica, échale un remiendo y consigue que aguante el próximo descosido; se va a aferrar a ti como a una tabla de salvación. ¿No te parece divertido?

Hacía semanas que Jorge había hablado con él, desde el principio lo había aleccionado y le dejó clara la línea que esperaba que siguiera: Silvia, pronto o tarde, iba a encontrar un amigo, era mejor fabricárselo, proporcionarle uno adecuado y liberarla de la necesidad de buscar. Además de eso, lo sabían todo sobre ella, a dónde iba, qué hacía, todo salvo sus pensamientos, sus proyectos. Era muy conveniente tener a alguien que trabajara desde dentro, que le echara un zurcido cuando fuera oportuno y que proporcionara información de primera mano sobre sus estados anímicos; ello era imprescindible para saber hasta dónde se podía llegar. Por descontado, era completamente innecesario que Alberto y los otros supieran de ese pequeño acuerdo; la operación entera podía quedar como un secreto entre viejos amigos. La información era poder ¿Por qué compartirla?

¾

Eres un cerdo

¾

Replicó con una pizca de enfado y gesto preocupado.

¾

¿En serio?

¾

Preguntó Jorge

¾

. Más bien diría que soy un lobo que ha cazado una gacela y la comparte con el resto de la manada ¿Son ilusiones mías o estás tan hambriento como los otros?

Era cierto, lo estaba. Pero aún había otra cosa, y era lo que le interesaba a él, más allá de cualquier experiencia física: Jorge andaba buscando un verdadero final para Silvia, un final inteligente, artístico, y había acudido al guionista de la empresa para que lo inventara. Lo dijo de pasada, como algo a largo plazo, pero no se dio cuenta del reto tan apasionante que le estaba planteando, le estaba pidiendo que escribiera algo que habría de representarse en el escenario de la realidad, con personajes absolutamente reales. Nunca antes le había surgido la oportunidad de soñar algo tal y como quisiera, y obligarlo a suceder en la carne de otras personas. Sin duda, era el más maravilloso desafío que podía presentársele a un escritor.

Se deshizo de Jorge sin necesitar más pretextos que la prisa que realmente tenía, y se metió en el coche. Ver a Silvia siempre lo inquietaba. Evidentemente tenía que disimular, que lograr que no sospechara nada, mientras la proveía de clavos ardiendo a los que creyera poder agarrarse. De un lado le tenía lástima, de otro le caía mal, y de otro empezaba a molestarle el estar contribuyendo a su destrucción, quizás con mayor ruindad que nadie. Para colmo, no era en absoluto inmune a sus encantos, la deseaba con furia, y no veía que llegara el momento de follársela. Si consiguió aguantarse cuando tuvo oportunidad, fue sólo porque sabía lo bien agarrada que la tenía Jorge, y que no habrían de faltarle ocasiones. Vencer esa tentación, era la base de todos los planes; pero aún así le costó un enorme esfuerzo.

En cada encuentro, se veía obligado a improvisar y su propia confusión iba en aumento. Sabía que todo lo que necesitaba era metérsela en caliente, que en cuanto le echara un par de polvos por derecho empezaría a ver las cosas con más claridad, se quitaría de los ojos el velo del deseo. Pero en fin, así tenía que ser, debía seguir esperando la oportunidad de hacerlo sin ponerla a la defensiva. Mientras tanto debía estar alerta, ser flexible, imaginar en cada paso la frase siguiente e ir tejiendo la trama. Tenía que aprovechar todas las oportunidades que surgieran y las prisas eran siempre su enemigo más incómodo.

La abrazó nada más entrar el apartamento, pero ella, todavía en albornoz, apenas le correspondió.

¾

Estoy cansada

¾

dijo con un rictus amargo

¾

voy a dejar de luchar, cuanto más intento salir de esto más me hundo.

¾

Bueno, tranquilízate, cuéntame qué ha pasado y ya verás como seguro que se puede hacer algo

¾

Respondió él con tono apaciguador y sin otro deseo que el de ganar tiempo; tenía que informarse de su estado antes de decidir una línea de actuación.

Silvia, lejos de tranquilizarse, pareció ponerse todavía más nerviosa. Haciendo un esfuerzo de autocontrol, invitó a Pedro a sentarse en el sofá y, por segunda vez en el día, empezó a relatar todo lo sucedido con Pablo y Quique. Esta vez no se enfadó, ni siquiera sintió el más leve asomo de excitación sexual que la distrajera del asco. Era Silvia Setién quien contaba esas cosas, aunque una Silvia muy cambiada, indefensa, asustada e ignorante hasta de las fuerzas que bullían en su interior.

Pedro, simuló comportarse como un verdadero amigo, escuchó con atención y no la interrumpió con preguntas tontas. A pesar de esa solícita actitud, ella no pudo evitar ir alterándose cada vez más. Era inconcebible que todo aquello le hubiera pasado, lo que los dos muchachos le habían hecho, que estuviera hablando de sí misma.

Sintió la tentación de callarse, de ocultar su visita a la empresa, la escena del despacho de Alberto; pero... ¿Para qué hacerlo? ¿Por qué escamotear situaciones a la única persona que deseaba ayudarla? Con voz entrecortada, contó también esa parte, los insultos del grupo de niños, la reconstrucción de los hechos que Jorge abordara, la tremenda sensación de ridículo... Todo, todo brotó de sus labios mientras los ojos se le llenaban de lágrimas y los mareos arreciaban hasta colocarla al borde de la irrealidad. Al llegar a las mamadas, le pareció volver a ver la cara de Jorge, sentir de nuevo el sabor de su esperma inundándole la boca, y sin poder evitarlo el estómago le dio un vuelco. Increíblemente, se le hizo mucho peor recordar aquello que vivirlo. Ya no le quedaba nada que contar, había apurado el cáliz de la ignominia. Se levantó deprisa y fue insegura hacia el baño.

Pedro, dudó durante varios segundos, pero enseguida vio en aquello una magnífica ocasión para intimar un poco más, para ir progresando en su confianza. La acompañó, la sujetó firmemente por los hombros mientras daba arcadas delante del inodoro, se estremecía como si fuera a vomitarse a sí misma. Estuvo varios minutos expulsando bilis a borbotones antes de que los espasmos empezaran a mitigarse. En varias ocasiones el albornoz se le descorrió, pero él fingió no prestar atención a ese hecho. Poco después, le limpió la boca con papel higiénico, y los dos volvieron a sentarse en el sofá. Todavía estaban desperdigados por todas partes los despojos de la batalla: La cámara de vídeo colocada sobre el trípode, los restos de la cena en la mesa, no era extraño que no pudiera quitarse de la cabeza lo sucedido con Pablo y Quique en semejante ambiente.

¾

¿Ves? No hay remedio

¾

dijo ella con la mirada perdida, todavía mareada

¾

. Esas cosas me gustan. No lo comprendo, no lo puedo aceptar, pero me gustan. Cada vez que me han forzado sexualmente me he corrido como una burra. Ya no sé a dónde voy, ni quién soy, y estoy segura de no poder parar esto. Ni siquiera sé si en realidad deseo pararlo. No te imaginas la vergüenza que me da reconocerlo. ¡Soy todo lo que me llaman, todo lo que dicen de mí!

¾

Exclamó con amargura.

Pedro, trató de pensar a velocidad vertiginosa, sus propias sensaciones no podían ser más encontradas ni más confusas. Al menos en ese momento, no se sentía sexualmente atraído por ella, estaba demasiado rota para excitar a nadie y, a pesar de tener los planes que tenía, le daba lástima, deseaba ayudarla. Como ya otras veces había sucedido, su situación se había vuelto tremendamente ambigua; tanto en la línea de amigo, como en el papel de Judas que Jorge le asignara, sus deberes confluían, tenía que encontrar la forma de socorrerla. Silvia estaba más allá de la histeria y él no podía contagiarse, tenía que mantener la cabeza fría y acertar con las ideas correctas si deseaba serle útil y no renunciar a ninguna alternativa.

¾

Lo que te ha sucedido es normal, son reacciones físicas normales ante situaciones de las que no eres responsable

¾

Le dijo con suavidad

¾

. No olvides que has pasado por ellas en contra de tu voluntad. El sexo tiene para todos sus lados oscuros, cualquiera que se viera arrastrado a cosas que no desea se llevaría toda clase de sorpresas, agradables y desagradables; lo único que cuenta es la voluntad de vivirlas o no, y la tuya no puede estar más clara. Eres una mujer normal, créeme.

Las palabras de Pedro quedaron flotando en la habitación sin producir ningún efecto en los gimoteos de Silvia ni en los temblores que la recorrían y él no supo qué hacer, aunque enseguida se dio cuenta de lo que sucedía: Aunque se comportara como una pobre chica destrozada, no era el problema moral el que la corroía, ese podía manejarlo sola y no era más que el escenario en que se representaba el drama práctico. El verdadero problema era que se sabía en manos de Jorge y Alberto y no veía esperanza de zafarse. Aunque moralizara, Silvia no estaba para moralinas, era por el lado práctico por el que debía atacar.

¾

Veamos, todavía posees recursos con que defenderte, seguro que tienes en tu cuenta una buena cantidad de dinero con la que pagar cuanta ayuda necesites, detectives, abogados, o incluso vulgares matones.

¾

Tampoco tengo tanto, alrededor de medio millón de Euros

¾

Respondió casi con indiferencia.

¾

Joder, chica, y no te parece mucho

¾

dijo tras exhalar un silbido de sorpresa

¾

Casi comprendo que te odien. Pero bueno, te aseguro que esa barbaridad de dinero, empujando en una dirección, puede obrar milagros.

Naturalmente, ella ya había pensado en eso, y por varias razones no se había atrevido a recorrer ese camino. No tenía las relaciones adecuadas para encontrar esa clase de personal, y además, no se atrevería a confiar en quienes contratara; entre lo uno y lo otro era una posibilidad en la que no creía.

Pedro, de pronto lo vio todo claro: ¿Por qué tenía él que elegir entre ser leal al pacto con Jorge o ayudar a aquella chica? ¿Por qué no podía jugar la tercera opción de ayudarse a sí mismo? Para empezar, estaba podrida de dinero, jugar a salvador podía ser muy lucrativo. Pero no, la gratitud de Silvia era un valor muy fluctuante, un bien que podía abaratarse muy deprisa llegado el caso. Además, no era ese su único interés en el asunto ni el más agradable de los escenarios posibles; había otra posibilidad aún más encantadora: el premio gordo sería que llegara a enamorarse de él, o al menos a necesitarlo tanto que ni ella misma notara la diferencia. Eso, aparte de muy halagador, se le antojaba lo más deseable y podía abrir infinitas líneas de juego. Sí, iba a ayudarla, aunque para ello tuviera que forzar hasta el límite otros acuerdos. Por un instante se preguntó como la iba a encontrar tras la próxima paliza, de qué instrumentos se iba a valer para reconstruirla. Para esta vez, creía tener medios.

¾

Créeme, sé que esto no es una buena noticia, pero no eres la única que no tiene el control de los acontecimientos; el que aparecieran imprevistamente Pablo y Quique así lo prueba. Además, las cosas se les están yendo de las manos. En la hora del almuerzo, nos citaron a todos los "instructores" para pedirnos que vayamos a ver tu debut mañana por la noche, en una sala de fiesta.

¾

Dios, casi me había olvidado

¾

Dijo con abatimiento.

¾

Sí, sé que eso es malo, pero piensa que están cometiendo una estupidez, que cuanta más gente meten en el ajo más riesgos corren. Es evidente que se van a equivocar en un momento u otro, que cada vez aparecerán más personas como yo y que acabarás por liberarte.

A Silvia se le cambió la cara de color. Lo de los ensayos casi podía asumirlo, lo de ser desnudada en público se le hacía durísimo, pero protegida por la máscara era capaz de hacerlo; era no saber quiénes la tocarían, qué manos, qué hombres la despojarían de la ropa ni qué efectos le producirían los toqueteos lo que la ponía enferma. Para colmo, todo eso iba a suceder terriblemente pronto.

Pedro actuó con rapidez, no quiso darle tiempo para que se ahogara en el miedo, era mejor ocultarle algunos matices de lo que planeaban hacerle; extrañamente, eso le daría oportunidades adicionales de resistir. Había que animarla a pensar, que colocarle los guantes y subirla al ring e intentar que encajara el próximo asalto.

¾

¿Te has preguntado alguna vez de dónde te han venido todos los problemas, Silvia?

¾

Le disparó a bocajarro la pregunta.

Ella se quedó un poco confundida, como si le costara un trabajo enorme abandonar la línea anterior de sus pensamientos. Tardó unos segundos en ser capaz de articular algo coherente.

¾

Los subestimé. No me di cuenta de lo que intentaban hacer, no lo creí posible hasta que fue demasiado tarde. Poco a poco me fueron enredando.

¾

Sí, claro que los subestimaste, pero eso no es lo mas grave. Debemos remontarnos al origen del desastre, comprenderlo, si aspiramos a erradicar sus efectos

¾

respondió él, sin poder evitar un leve tono de jactancia

¾

. Su verdadera ventaja fue la información, que desde el principio supieron cosas de ti de las que no tenías conocimiento. El resto fueron actos de oportunismo, cogerte por sorpresa, actuar de una manera despiadada y tener valor para correr algunos riesgos. Simples artificios tácticos, el poder real radicaba en la información.

¾

Sí, en eso estoy de acuerdo

¾

Respondió ella comenzando a interesarse

¾

. Lo que no entiendo es a dónde quieres ir a parar.

¾

Lo que te propongo es esto ¿por qué no les devuelves el golpe, por qué no los combates con sus mismas armas?

¾

Preguntó, casi haciéndose el interesante

¾

Ellos, al principio, se sometieron a ti, acataron tus órdenes, mientras secretamente preparaban la trampa ¿Por qué no haces lo mismo?

¾

Ya quisiera yo poder combatirlos, aunque fuera a pedradas. ¿Qué quieres? ¿que haga acopio de información sobre ellos? ¿Cómo voy a enterarme de nada si no es a través de ti? Y como espía, perdona, pero das poco resultado; no sueles traerme demasiadas noticias, sobre todo ninguna agradable. Se ve que Jorge y Alberto tejen solos sus planes y no confían demasiado en los instructores. Además, sería imprescindible que ellos cometieran algún error y que yo pudiera probarlo; me parece poco menos que imposible.

Pedro respiró hondo. Por fin Silvia empezaba a razonar, eso era muy buena señal, pero había que darle algo más que palabras si quería que se mantuviera en pie; era el momento de proveerla de una arma real a la que pudiera aferrarse, con la que creyera poder iniciar una rebelión. Con ello, acabaría de borrar de ella cualquier recelo que pudiera sentir hacia él, se ganaría del todo su confianza. Había que hacerlo, aunque ello significara empezar a jugar definitivamente con dos barajas. A punto estaba de explicar su idea cuando, repentinamente, sonó el teléfono y ella se precipitó a cogerlo.

¾

Hola, soy Benito

¾

Oyó en el auricular

¾

Sólo te llamaba para decirte que hoy puedes vestirte como te venga en gana. Son órdenes de don Alberto, vacaciones son vacaciones. Ya mañana hablaremos.

Silvia lo escuchó con emociones encontradas; por un lado, le venía muy bien poder salir si le apetecía, sin tener que ir provocativa ni temer encontrarse a nadie; por otro, recordar el extremo hasta el que gobernaban su vida se le hizo muy difícil de tragar. De todos modos, era buena cosa poder despreocuparse de la aparición del negro, y ponerse la ropa que quisiera. Explicó brevemente a Pedro lo que había pasado y optó por dejarlo hablar; no se le escapaba que algo importante bullía en su cabeza y estaba deseosa de saber qué era.

Él, titubeó un poco antes de transmitir la idea; se daba cuenta de que una vez las palabras salieran de su boca, no habría retorno y lo que era más, de la posición de tremendo poder en que Jorge, involuntariamente, lo había colocado. Él iba a ser el único que dispusiera de información fresca de los dos bandos, y al otro podía contarle lo que quisiera, sin que tuvieran modo de verificar nada. Era un juego peligroso, pero la diversidad de posibilidades que ofrecía le hizo estremecerse.

¾

Mira, aparte de ser el guionista de tu empresa, tengo algunas aficiones bastante útiles y una de ellas es la informática. Si quieres, instalo una Webcam y un micrófono en el despacho de Alberto; ya he estado echando un vistazo y estoy seguro de ser capaz de ocultar ambas cosas. Podrás ver, oír e incluso grabar en tu ordenador todo cuanto allí suceda. ¿Te atreverías a soñar mejor fuente de información?

Silvia, en principio, no pudo creer lo que oía; pero pronto apareció en su cara una enorme sonrisa y se puso nerviosa de sólo acariciar la idea. Le daba miedo ¿Qué pasaría si era descubierta, si encontraban la cámara? Probablemente lo mismo que iba a pasarle de todas formas, y la posibilidad era tan absolutamente tentadora...

¾

Sí, síiii. De ese modo me enteraré de lo que intenten hacerme antes de que me lo hagan, podré prever sus movimientos... Síii...

¾

Por supuesto que podrás

¾

respondió Pedro

¾

, pero eso no es lo importante, ni siquiera lo más esperanzador. Piensa que, en un momento u otro, es más que probable que el asesino de tu padre se delate, que confiese haber dado el cambiazo al tarro de pastillas. Van a discutir mucho, todos querrán follarte a la vez; sin duda, el autor del crimen querrá hacer valer ese riesgo para gozar de más prerrogativas sobre ti. Cuando eso suceda, si grabas la conversación, serás totalmente libre, podrás probar tu inocencia de manera inequívoca, y poner a esos cerdos donde deben estar, en la cárcel.

¾

¡Diablos, Pedro, sí, claro que sí!

¾

Exclamó Silvia, sin apenas poder creer el universo de posibilidades que se abría ante ella

¾

. Podría ser la solución ¿De veras harás esto por mí? Apenas puedo creer que todavía esto pueda resolverse.

¾

Lo haré esta misma tarde. Los seguratas me conocen de sobra y están hartos de verme llegar en horas raras, no despertaré ninguna sospecha. Mañana a primera hora tendrás funcionando el invento. Incluso estoy tentado de hacer lo mismo con Jorge, mi despacho está al lado del suyo, pero no me atrevo a apurar los riesgos, creo que esperaré al menos unos días.

¾

Eres un genio, eso realmente puede hacerse

¾

Respondió Silvia entre ilusionada y reflexiva.

¾

Sí, puede hacerse, pero hay un problema: El tiempo. Al margen de lo que puedas prever de sus movimientos, esto tardará en ofrecer resultados definitivos. Mientras tanto tendrás que resistir, y por pocos días o semanas que sean, estoy seguro de que será durísimo.

¾

Resistiré

¾

dijo ella con convicción

¾

. Ahora veo la salida del túnel.

¾

Bien, es bueno que tengas esa confianza, pero despreocúpate de si te corres o no, o de lo que sientes en el plano sexual. Incluso córrete cuantas veces quieras, mientras te mantengas mentalmente sana, lúcida. Acepta todo lo que te echen encima, nunca intentes evitar nada, o te castigarán y será aún peor; simplemente finge rendirte. Lo que suceda en los ataques sexuales no cuenta, cuenta el cómo los afrontes después, es en el después donde surgirá la posibilidad de escapar. Las autorecriminaciones son inútiles y no te hacen ningún bien. Finge rendirte a lo que sea, y tarda lo menos posible en recuperarte, esa es la consigna.

¾

¿Fingir que me rindo? ¿Y no es eso lo que he venido haciendo desde el principio?

¾

Preguntó ella con escepticismo.

¾

Fingir que te entregas, que capitulas, es una trampa para uno mismo cuando no se oculta un arma, cuando no se tiene una esperanza real de derribar al adversario. Pero si, como sucede en tu caso, se tienen unos planes tangibles que tu enemigo ignora, unas expectativas ciertas de ganar, simular rendirte es una estrategia, es media victoria. No ganas nada buscándote castigos.

En realidad, Silvia había fracasado demasiadas veces como para poder confiar en la posibilidad del éxito. Pero a pesar de ello reconocía que Pedro estaba cargado de razón, que tenía una oportunidad de salvarse, y que quizás su peor enemigo fuera la extrema dificultad con que se recuperaba de unos ataques que iban siendo cada vez más brutales, más enloquecedores. A cada instante, alternaba entre la ilusión y el miedo, pero al menos ahora tenía una posibilidad a la que aferrarse, y eso era todo cuanto necesitaba para luchar.

¾

¿Cómo podré pagarte esto, Pedro? Nunca le he debido a nadie un favor semejante.

¾

No tengo la menor idea

¾

Respondió él con indiferencia

¾

. Pero espera un poco, a lo mejor todavía me quedan muchas cosas que hacer por ti, espera a conocer toda la factura. Eres economista ¿no?

Por primera vez en varias semanas se echó a reír. Sí, esperaría a conocer toda la factura, daba igual lo que le debiera, jamás había sentido hacia nadie la amistad, la verdadera admiración que empezaba a sentir hacia Pedro. Si todo salía bien ya se lo compensaría, y si no... Si no, caería junto a ella, y sería indiferente lo que los dos pudieran sentir.

Pasaron todavía un buen rato haciendo planes y hasta riéndose de vez en cuando. Después, Pedro la ayudó a adecentar la casa, guardaron la cámara de vídeo, recogieron los restos de la cena de la noche anterior y hasta arreglaron el dormitorio. Se sintió mucho más tranquila tan pronto no quedaron vestigios que le recordaran lo sucedido.

Finalmente, Pedro habló de marcharse, tenía prisa por proceder a la instalación del equipo. Ella lo despidió en la puerta con un abrazo despojado de sexo, quizás el único sincero que había dado en su vida adulta.

¨

¨

¨

En cuanto se quedó sola, aunque su ánimo hubiera mejorado, se sintió demasiado agotada para pensar y optó por ceñirse a su plan original, comió algo y se tomó una pastilla para dormir.

A la mañana siguiente, se levantó como si fuera un día cualquiera. Había descansado más diez horas y apenas llevaba unos minutos en pie cuando Pedro la llamó por teléfono y le confirmó el éxito del proyecto: cámara y micrófono estaban ya ocultos tras una rejilla de ventilación y perfectamente operativos. Eso, en todos los sentidos, había sido una buena noticia, pero tuvo el inconveniente de traerla de vuelta a sus problemas y dificultarle el posponerlos. A pesar de ello decidió esperar a estar del todo despierta, se dio una ducha rápida y bajó al café Hiniesta.

Aunque había elegido ropa de diario, un simple suéter amarillo y una falda verde hasta la mitad de la pierna, le molestó observar que desde que entró en el bar, uno de los camareros no le quitaba ojo de encima. Prefirió no darle importancia, los ataques sexuales estaban logrando volverla hipersensible. Al cabo de unos segundos el camarero, un tipo flaco, mal encarado, y con dientes amarillentos, se acercó a le mesa exhibiendo una sonrisa sucia.

¾

¿Qué va a ser?

¾

Preguntó, con los ojos desesperanzadamente fijos en el pequeño escote en triángulo del suéter.

Silvia, sin siquiera mirarlo, le pidió un café y una ensaimada y decidió olvidarse de él; era sólo un pesado, además de un salido. Llevaba semanas buscando el momento de pensar un poco en Pedro, pero los acontecimientos se habían precipitado y no había conseguido hallarlo. Era evidente que la ayudaba y mucho, de no ser por él se habría vuelto loca o incluso habría llegado a matarse; pero la experiencias recientes la habían hecho desconfiada. Jamás había creído en eso de la bondad, y con lo que estaba viviendo lo hacía aún menos. Había observado que, por los motivos que fuera, Pedro siempre estaba nervioso en su presencia y eso le parecía extraño. Al fin y al cabo era un instructor, podía ordenarle lo que quisiera ¿por qué no era consciente de ese poder, por qué no apelaba a él al menos para relajarse? Esa era una de las muchas preguntas que permanecían sin explicación. De pronto, el camarero se acercó trayendo su desayuno, esta vez más interesado en fisgar bajo la mesa que en su mezquino escote. Ella lo miró como si fuera transparente y siguió a los suyo.

¿Estaría Pedro enamorándose de ella? Reflexionó un momento sobre esa posibilidad y enseguida la desestimó. No, no era ningún chiquillo, y además era lo bastante inteligente y poseía el suficiente autocontrol para no caer en algo así. Otra cosa sería si ella pusiera algo de su parte y considerara oportuno atraerlo a esa trampa, pero de momento no era el caso. Mucho más probable le parecía que todo aquello fuera para él una especie de inversión a largo plazo, que pretendiera sacar del atolladero a la directora y propietaria de la empresa en la que trabajaba, y después apelar a su gratitud. Si no pasaba de ahí, eso podía hacerse; desde luego sería generosa en el aspecto salarial, lo ascendería, y hasta haría la vista gorda si no resultaba demasiado eficaz en el trabajo. Si pretendía otras cosas... Ya habría que estudiarlo.

Pero incluso esa hipótesis le resultaba un poco traída por los pelos. ¿Por qué ayudar a alguien que se encontraba en su situación? ¿Por qué asumir unos riesgos tan grandes ante Alberto y Jorge, la dirección real de la empresa? Era imposible que no supiera que si los descubrían y llegaban a despedirlo, ella no lo podría evitar. Y lo que desde luego no aceptaba era que la ayudara por simple sentido de la justicia; si quedara mucha gente que lo tuviera, el mundo sería muy distinto.

Enseguida se rindió. Sencillamente no tenía suficientes datos para ir más allá de meras especulaciones y en realidad, no era urgente responder a esas preguntas, no estaba en condiciones de cuestionarse a Pedro. Tenía que confiar en él aunque sólo fuera como hipótesis de trabajo, por la sencilla razón de que era su única opción de escapar, de que si no lo hacía, haría mejor en subir a casa y tirarse desde la terraza. Mordisqueó el último resto de la ensaimada y decidió dejar de pensar en él. Había ganado muchos puntos en su estima desde que le había propuesto lo de la cámara y la posibilidad de espiar a Alberto; pero tendría que esperar a ver qué pasaba; nunca se sentía tranquila hasta que conocía las pretensiones de aquellos que tenía cerca y esta vez tampoco sería una excepción.

De pronto, vio al camarero que la había atendido charlar con un compañero en la barra y cómo después los dos, sonrientes, se volvían a mirarla. Se sintió incómoda y todos los matices escabrosos de su situación se le vinieron encima. ¿Qué hacer si alguno de ellos intentaba algo? ¿Correr el riesgo de darle calabazas o llamar a Alberto para pedirle instrucciones? De sólo contemplar esas alternativas la cólera se le enroscó en el estómago. Por nada del mundo querría verse obligada a tomar semejante decisión.

¾

¡Cabrones!

¾

Maldijo por lo bajo.

Talvez el que la miraran no significara nada, quizás no se atrevieran a atacar a una cliente asidua, o talvez alguien había tenido la ocurrencia de ponerla a prueba y enviárselos, a ver cómo reaccionaba. Afinó el oído y no supo si oyó o leyó en los labios cómo uno le decía al otro: "Te digo que es ella, la que vi salir de un coche medio en pelotas hace unos días. Fíjate cuando se ponga en pie en el culo que tiene, para estar dándole bocados durante un año".

Se levantó molesta y se dio cuenta de que ya nunca volvería a disfrutar de que la mirara un tío, y de que lo que había sido su mayor motivo de orgullo, su cuerpo, iba a ser ahora la piedra que colgara de su cuello, la causa de su perdición. A fuerza de golpes, había aprendido a temer la frustración que despertaba en los hombres. Se sintió mal; a pesar de haber planeado quedarse, acabó el café deprisa y regresó a casa. Por suerte, había pagado y pudo marcharse directamente, sin tener que cruzar con los dos hombres ni una mirada.

Aprovechó el resto de la mañana para ir de compras, se acercó a un supermercado próximo y se cargó hasta los topes de comida precocinada, era mejor ser previsora. Nadie la miró en la calle ni le dirigió impertinencias; aparentemente, habían pasado desapercibidas sus indiscreciones de vestuario de los último días, salvo quizás para los camareros.

Aún no había terminado de ordenar la compra, cuando vio en el reloj de la cocina que eran las dos de la tarde. Se le hizo un nudo en el estómago. Benito podía aparecer en cualquier momento para el ensayo, sus vacaciones habían sido demasiado breves y estaban a punto de acabar. Intentó comer algo, pero apenas pudo. Abrió alguna lata y picó un poco, pero el plato volvió casi entero al frigorífico. Las palabras de Pedro, sus planes, le rondaban por la cabeza y se superponían al implacable paso de los minutos, al abismo nocturno que se abría ante ella. De un lado la libertad y de otro el striptease; el cielo y el infierno empezaron a alternarse en su mente a velocidad de vértigo.

Dos cosas la desconcertaban: Una, estar combatiendo por recuperar su libertad, algo que jamás contempló la posibilidad de perder, y otra, esa incontrolable adicción al sexo que empezaba a experimentar. El hecho de que a ella, la mujer dominante en el mundo real, acostumbrada a las decisiones fuertes, le gustara tanto ser dominada en la cama, la enfadaba mucho consigo misma.

Aunque quisiera evitarlo, Pedro, de un modo u otro, aparecía en todas sus reflexiones. En principio era cierto lo que había dicho, que no contaba lo que sucediera en los ataques sexuales, que eran indiferentes para sus proyectos de liberación. Eso era verdad, pero sólo mientras no se enterara más gente, mientras la bola de nieve no siguiera creciendo. Cada persona de su mundo a la que pusieran al tanto, sería un trozo de vida que le faltaría luego y una razón para la vergüenza.

De pronto, escuchó una llave girar en la cerradura, le pesadilla era inminente. Intentó relajarse y aclarar sus ideas. La consigna era obedecer ciegamente, no hacerse acreedora a castigos, y tener siempre presente que estaba fingiendo, que aunque los orgasmos fueran reales, la voluntad de escapar también lo era, y que estaba esperando una ocasión que forzosamente iba a llegar. La mano de Benito en su hombro marcó el final de su periodo de reflexión.

¾

Hora de ensayar, mi amor

¾

dijo el negro con su marcado acento antillano

¾

¿Qué pasa, interrumpo algo?

¾

Sí, mis ejercicios espirituales

¾

respondió ella con voz enronquecida, tragándose el cabreo.

Benito ladeó la cabeza con aspecto de no entender nada y colocó una bolsa de plástico sobre la mesa. Silvia hizo un esfuerzo desesperado por reponerse, e intentó que su rostro recuperara un aire de normalidad.

¾

¿Qué traes ahí?

¾

Preguntó señalando a la bolsa, más por cambiar la línea de sus pensamientos que porque sintiera un verdadero interés.

¾

Ah, no es nada malo

¾

respondió Benito

¾

. Es sólo un antifaz. Te doy a elegir: si quieres, puedes usar la máscara que venía con el traje; es bastante grande, pero se sujeta con un elástico y cualquiera podría quitártela de un tirón; o puedes usar este antifaz, es mucho más pequeño, pero se sujeta con una cadena de acero, y el cierre es complicado. Tú eliges, me gusta que tengas márgenes de elección.

No contestó inmediatamente. Fue al dormitorio y se vistió de Gilda. Se miró al espejo con la máscara y supo que el antifaz no iba a ser suficiente, que el riesgo de ser reconocida sería enorme. Por desgracia, la máscara tampoco era solución, el elástico la hacía demasiado vulnerable, y rara vez la iban a dejarla abandonar el escenario con ella puesta. Finalmente, volvió al salón con el antifaz, era mejor una protección escasa que ninguna. A duras penas le cubría los ojos y las cejas podían verse por encima del plástico.

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Obedecer y fingir, obedecer y fingir, obedecer y fingir

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Se repitió a sí misma como una letanía.

No había tiempo para cábalas, un cigarrillo y de cabeza al ensayo. Cambiar nerviosamente la cinta en el vídeo, poner la escena de Gilda y empezar el baile. Dios, era esa noche. ¡Qué pronto, qué de repente había acabado el sueño, las vacaciones! Pero no, la voz de Benito indicándole cosas, no había espacio para sí misma, ni para la memoria ni para prevenir los hechos, debía contonearse cada vez más procaz, recordar los pasos, las miradas, ella era Gilda, era M, otra vez caliente, mojada, y todavía no la estaba viendo nadie. Menos mal, el antifaz, su vida entera se ocultaba tras él. M, Silvia, Gilda ¿Podría una sola máscara esconder a tres mujeres?

La habían dejado descansar y Benito fue exigente. Otra vez esa mirada, mueve los labios con el playback, sonríe, gira los hombros y ella llamando a Gilda dentro de sí, convirtiéndose en ella y después lo imposible, lo que no podía ser ensayado: ser desnudada por no sabía cuántos hombres. Sudó hasta la extenuación, hasta que las piernas empezaron a fallarle, y sus movimientos perdieron toda la gracia que habían logrado captar de la Hayworth. Tres horas pasaron, tres horas de alienación y demencia, antes de que Benito dijera:

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Basta, falta poco para la actuación y no quiero agotarte. Bien por lo que haces bien, y lo que te falta no te daría tiempo a aprenderlo. El número quedará aceptable, y con eso es suficiente. Ya mejorarás.

Cayó rendida en el sofá y por unos minutos echó de menos la voz de la Gilda en el televisor, las órdenes de Benito induciéndole a encarnarla. Aunque le doliera, cualquier personaje le iba a resultar más fácil de representar que su propia vida.

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Bueno, trabajo terminado. Luego vengo a recogerte.

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¿A qué hora?

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¿Tienes algo que hacer o que ir a alguna parte?

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No

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respondió ella, dubitativa.

¾

Pues entonces desea que vuelva pronto, cuanto antes llegue, antes sabrás con lo que te enfrentas.

¾

Espera un momento ¿Dónde actúo?

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Preguntó Silvia, reparando en que aún ignoraba el lugar de su debut.

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Es un lugar estupendo, una pequeña sorpresa

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Respondió el negro riéndose

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Ya lo sabrás a su debido tiempo

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Dijo mientras cerraba la puerta, dejándola a la deriva en un mar de temores. Se quedó sola, sola. El ensayo la había dejado tan cansada que no tenía fuerzas ni para intentar imaginar lo que le esperaba.

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