Moldeando a Silvia (17)

Joven empresaria es convertida mediante chantaje en una esclava sexual.

ADVERTENCIA

Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)

fedegoes2004@yahoo.es

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Disculpa, Silvia

¾

Interrumpió Alberto con frío interés

¾

Hay una cosa que desde hace rato me inspira una tremenda curiosidad. Te quejas de la dureza con que te trataron, pero ¿qué fue peor, ese escena que nos cuentas o la paliza que nosotros te dimos antesdeayer? ¿Qué te hizo más daño?

Silvia abrió los ojos y casi estuvo a punto de volver a cerrarlos para no ver a los hombres que la rodeaban y que momentáneamente cesaron en sus toqueteos. Tras pensárselo un momento respondió con voz entrecortada:

¾

No sé, lo que me hicisteis vosotros fue más duro, pero erais demasiados y de algún modo creo que ninguno tenía tiempo para ensañarse conmigo. Ellos, en cambio, tenían todo el tiempo y libertad del mundo. No sé, ambas cosas fueron terribles. Cuando caí semidesmayada, los dos siguieron penetrándome salvajemente, mientras me llamaban puta, me cubrían de insultos, y me daban pellizcos. Finalmente todo mi cuerpo empezó a temblar, aplastado entre los suyos, y los dos se permitieron el lujo de eyacular dentro de mí simultáneamente. Podéis imaginaros el asco que me doy a mí misma.

¾

Supongo que ahí acabó todo ¿no? Tras usarte se largaron y te dejaron descansar ¿verdad?

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Preguntó Jorge con una mirada malévola.

¾

Pues no... Al menos no exactamente

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Respondió Silvia tras pensarlo un momento

¾

. Se vistieron y se dirigieron a la puerta, pero no llegaron a irse.

¾

¿Y cambiaron de idea así por que sí?

¾

Remachó Juan, mientras dedicaba a Alberto una sonrisa de inteligencia.

¾

Bueno... en realidad no cambiaron de idea

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contestó ella como si le costara trabajo encontrar las palabras

¾

. Yo no quería quedarme sola y mirarme al espejo después de lo que había pasado. Me levanté tambaleándome y los invité a quedarse un rato.

¾

¡Jah, jaj, ja!

¾

Sonaron estridentes las carcajadas de Jorge

¾

. No me digas que fuiste capaz de pedirles que se quedaran.

Silvia no pudo resistir más y rompió a llorar. Habría querido poder olvidar esa parte o al menos conservarla sólo para sí misma, pero su derecho a la intimidad hacía semanas que había desaparecido. Gimoteó tapándose la cara con las manos mientras los hombres reincidían en sus bromas y caricias obscenas. Podía ignorarlos, podía contar lo que había pasado, pero era la memoria de lo sucedido lo que le hacía derramar un río de lágrimas. Quique le dijo que habían terminado lo que habían ido a hacer y que tenían asuntos de los que hablar en privado. Evitar que se marcharan fue para ella la cosa más importante del mundo. Se ofreció a irse al dormitorio, ellos podían quedarse charlando en el salón, prometía no molestarlos. Aún veía la sonrisa irónica de Pablo respondiéndole: "Sí, y cuando acabemos de hablar podemos acostarnos los dos en el sofá ¿verdad? " Dios, Pablo le gustaba; lo que hubiera dado por metérselo en la cama de una manera normal, antes de que todo aquello empezara. Al final fue Quique quien determinó el discurrir de los acontecimientos. Él le dijo que si quería que se quedaran tenía que pedirlo en los términos correctos que la situación requería, como pedían las cosas fulanas como ella. Se sentía mareada, tenía hormiguillas en la entrepierna, y en un principio no fue capaz de reaccionar. Los dos salieron hasta el descansillo y tuvo que perseguirlos. Ya fuera de su casa y semidesnuda les pidió con voz trémula que volvieran a follarla. Pablo se volvió y encogiéndose de hombros dijo: "Hombre, al menos eso es un principio" A pesar de ello, Quique llamó el ascensor. No quería quedarse sola, no se atrevía a enfrentarse consigo misma y el sexo era el único camino para huir de su propia conciencia. Para su sorpresa, oyó las palabras que salieron de sus labios como si las pronunciara otra persona: "Por favor, folladme, hacedme lo que queráis, dadme por el culo, dadme una zurra, lo que os de la gana. Quiero vuestras pollas, quiero saborear vuestro esperma, no os vayáis, soy vuestra puta, vuestra, vuestra, vuestra..." Los dos se quedaron boquiabiertos y volvieron a entrar. Lo más doloroso de todo era recordar esa necesidad incontenible de ser de ser penetrada, una necesidad que para su horror aún subsistía.

Cuando ella acabó de hablar, en la habitación hubiera podido oírse la caída de un alfiler. Silvia estaba sonrojada a todo lo largo de su muy visible anatomía y los hombres le apretujaban las tetas, dejaban volar sus manos por todo su hermosísimo cuerpo. Esperaban ansiosos a que la historia acabara para disponer libremente de su boca.

¾

Entonces, debemos entender que pasaron la noche contigo ¿No es así? Preguntó Alberto con aparente relajación y mirada inquisitiva.

¾

Sí, así fue

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respondió ella con amargura

¾

. Yo estaba lacia, como de plastilina. Me llevaron al dormitorio y Pablo me lanzó de un empujón sobre la cama. Se me quedó mirando con expresión satisfecha, allí abierta de piernas, con el camisón abierto, y los pelos del coño todavía húmedos de esperma. Estaba tan alienada que, lejos de intentar cubrirme, le sonreí. Me estuvieron follando los dos a la vez y por turnos durante no sé cuantas horas, no puedo decir más porque me condujeron a un estado de orgasmo constante y todo se me vuelve nebuloso al recordarlo. Finalmente me quedé dormida, a oscuras, y abrazada a no sé cuál de ellos.

Silvia estaba agotada. El relato le había hecho revivir lo sucedido y aún no había podido racionalizarlo, de hecho no creía que nunca fuera a ser capaz de asumir semejantes barbaridades, de disculparse a sí misma la facilidad con que se había dejado arrastrar a aquello. De los presentes, Alberto había sido el único que había logrado conservar la frialdad. Los otros habían estado revoloteando alrededor de ella en todo momento, él en cambio se había mantenido aparte, haciendo preguntas incisivas, y con una expresión que lentamente había ido resbalando hacia la indiferencia, hacia el tedio.

¾

Supongo que con tanto ajetreo os despertasteis tarde, esa debe ser la razón por la que has aparecido por aquí a media mañana ¿no es as así?

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No... En realidad aún queda un pequeño episodio. Cuando desperté estaba abrazada a Pablo y me sentía amodorrada. Creo que me habría echado a dormir de nuevo de no haber visto que él tenía los ojos abiertos. Me sonrió con picardía y me susurró al oído: " Cariño, ¿quieres que te joda ?" Yo, como una imbécil, dije que sí, y él me respondió riéndose: " Pues vale, levántate y haz el desayuno " Me puse en pie y todo el sueño que tenía se me quitó de repente. Quique también estaba despierto. Muy poco después le oí decir a mi espalda: " Por favor, cariño, café, tostadas y zumo de naranja ". Los muy cerdos me hicieron ponerme el camisón transparente y no me quitaron ojo mientras traía las cosas de la cocina. Desayunaron en la cama con toda la tranquilidad del mundo y después se vistieron charlando entre ellos y comentando anécdotas de lo que más les había gustado hacerme. A Pablo fue darme por el culo, Quique en cambio prefería follarme mirándome a los ojos, mientras me cubría de obscenidades. Ya en la puerta, Quique me cogió el trasero y me dijo que ya volverían cuando les apeteciera, con quien les apeteciera, que los esperara bien abierta de piernas. Durante años me había portado como una calientapollas, ahora iban a enseñarme a satisfacer hombres.

La voz de Silvia se apagó como la llama de una vela. La historia estaba acabada y lo que tenía ante ella era la realidad: su incondicional rendición y los penes erectos de Juan, Jorge y Benito. No iba a resistirse, sabía que era imposible, y además, ni siquiera lo deseaba.

¾

¿Ves? Todo el mundo nota que necesitas ser instruida e intenta enseñarte cosas

¾

Dijo Jorge mientras acercaba su verga a los labios temblorosos de Silvia.

Juan agarró a la muchacha por la espalda y empezó a levantarla de la silla, muy probablemente con la intención de disfrutar los encantos de su entrepierna.

¾

Señores, señores, por favor, les recuerdo que estamos en un lugar de trabajo

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dijo Alberto con tono condescendiente

¾

. Comprendo que haya que dar un desahogo rápido y oral a los problemas que nuestra pupila ha creado pero haríamos mal en pasar a mayores. Hay que darle tiempo para que asuma lo que ha aprendido.

Los tres hombres lo miraron un poco contrariados y Silvia aprovechó el silencio para repetir la pregunta que en un principio habían eludido contestarle:

¾

¿Por qué lo habéis hecho? ¿Por qué me habéis entregado a ese par de canallas? ¿No comprendéis que compartir vuestro poder os perjudica? ¿Por qué los habéis dejado ir tan lejos, que se ensañen conmigo?

Salvo Alberto, nadie aparentó haber oído su lastimera cascada de preguntas. Los hombres apretujaron sus penes contra sus labios y ella empezó a succionar unos y otros, sin reparar apenas en a quienes pertenecían. Alberto contempló el espectáculo con una sonrisa satisfecha.

¾

Querida, somos inocentes

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Respondió con un gesto de impotencia

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. Nosotros no te hemos entregado absolutamente a nadie, y tampoco te hemos compartido. No teníamos noticia de lo que te ha pasado hasta que has venido a contárnoslo.

¾

¡Pero eso no puede ser!

¾

Exclamó Silvia espantada

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Quique traía el reportaje fotográfico que hicimos en tu casa, me amenazó constantemente con llamarte...

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Pronto la hicieron enmudecer la solidez de los argumentos que se le vinieron a la boca.

¾

Quique debió robar el reportaje

¾

explicó Alberto

¾

, se marcó el farol de amenazarte con llamarme, y tu hambre de sexo hizo el resto. Es de reconocer que jugó sus cartas con mucha inteligencia. En cuanto a ti ¿Qué puedo decirte? Ves un tío y se te caen las bragas. Estás resultando ser una alumna muy entusiasta.

Silvia luchó por responder, por apartarse, pero Benito la tenía agarrada de los cabellos y con movimientos suaves, casi con ternura, iba enviando más y más centímetros de polla hacia su garganta. Dios, estaba tan sonrojada y caliente que sin poder evitarlo empezó a succionar, acogió la verga dentro de su boca e intentó abrazarla, abrirle camino dentro de ella, Pronto sintió el encrespado vello púbico del antillano acariciarle los labios, introducírsele en la nariz. Su olor era rancio, mezcla de sudor y orina, pero el atisbo de asco que sintió no hizo sino excitarla aún más. Finalmente el negro se tensó, empezó a empujarla frenéticamente, y ella sintió como el pene se dilataba, crecía hasta casi no caber en su garganta y dejarla sin respiración. La tenía tan férreamente sujeta que no pudo ni pensar en echarse atrás y sintió como una oleada de esperma descendía directamente hacia su estómago. Cuando las manos de Benito dejaron de agarrarla, cayó semidesmayada sobre la silla, boqueando en busca de aire.

¾

Pero eso no puede ser, no puede ser que yo haya cedido a esas cosas sin necesidad. Es seguro que vosotros los habríais apoyado

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Lloriqueó Silvia en cuanto logró recuperar el aliento.

¾

Bueno, bueno, es cierto que probablemente habríamos permitido que los chicos se divirtieran un rato

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admitió Alberto

¾

, pero de ahí a cederles derechos de imagen, a dejar que te chantajeen media todo un abismo. No nos apetece en absoluto tener que compartirte, a buen seguro ahora harás cualquier cosa que te exijan. Hace un rato te dije que tenía una teoría sobre el motivo por el que habían ido tan atrozmente rápido, es esta: Querían sacarte el máximo posible, no tenían ni tienen demasiadas esperanzas de que vayamos a respaldarlos.

Silvia estaba desorientada, confusa como nunca lo había estado antes. No sabía qué era lo que la hacía llorar ¿lo que le había pasado esa noche? ¿el hecho de haberlo contado? ¿los penes de Juan y Jorge rozándole la cara? ¿el distante interés de Alberto? Dios, Alberto, era como si contemplara debatirse a un espécimen en una prueba de laboratorio. Sólo había una cosa que ella supiera, sabía que había obedecido, que no era responsable de haber cedido ante Pablo y Quique, porque no había hecho sino cumplir las órdenes de Sagasta.

¾

¡Eso no es justo!

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Protestó con famélica indignación

¾

Tú me dijiste que no podía rechazar a ningún hombre, a ninguno ¿Qué querías que hiciera?

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Hay mucha verdad en lo que dices

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reconoció Alberto con fría ecuanimidad

¾

, se te dijo que no podías rechazar a nadie, pero también se te dijo que debías citarte con quien fuera en tu horario de M. Tenemos un reglamento muy generoso y preciso de los términos en que debes aceptar las proposiciones, pero sencillamente no dio tiempo de explicártelo la noche del examen de ingreso; además, te dábamos tres días de vacaciones, no creímos que corriera tanta prisa.

Silvia quiso decir algo pero no fue capaz. Tenía los testículos de Jorge apretujándose sobre sus labios y casi sin pretenderlo empezó a chuparlos, se los introdujo en la boca, los besó, y permitió que su lengua se extraviara por el bosque de su ingle. Jorge estaba pletórico. Eso era lo que él quería, tener sometida a esa puta, con la voluntad perdida y lamiéndole las pelotas a su entera satisfacción. No obstante, había una cosa que le molestaba: tener que conformarse con una mera felación. ¿No podían hacer de ella lo que les diera la gana? ¿Pues por qué no tirarla sobre la mesa de escritorio y dar rienda suelta a sus caprichos? ¿Por qué debía privarse? La voz de Alberto interrumpió el curso de sus fantasías y eso le molestó casi más que no poder ejecutarlas.

¾

En fin, pequeña, que bastaba con que te hubieras citado con Quique para dentro de unos días, cuando conocieras todas las reglas. Ahora ellos tienen bastante poder sobre ti y querrán usarlo de maneras muy destructivas, sobre todo porque no saben cuánto tiempo va a durarles. Entiéndelo, esto lo cambia todo; nos parece muy bien que te instruyan, pero no que te destruyan, casi deberíamos castigarte, nos has obligado a negociar con ellos.

Silvia no intentó responder. Juan la había agarrado salvajemente del pelo y la había arrastrado hasta su polla, se la había introducido en la boca sin miramientos. Ella se dejaba llevar por el curso de los sucesos, sin un ademán de protesta aceptó la nueva mamada y no se sorprendió cuando la verga de Jorge hizo compañía a la de su amigo. Acogió a las dos pollas, simultáneamente, y se turnó en lamerlas. Aunque le diera asco, deseó ambos penes dentro de ella, en su coño, en el culo; después de tantas humillaciones no era demasiado pedir tener al menos la patética compensación de un orgasmo.

¾

Por favor ¿Por qué no queréis follarme?

¾

Preguntó con tono suplicante.

¾

Eso es, ¿Por qué no nos la follamos?

¾

Insistió Jorge dirigiéndose a Alberto

¾

Mira como nos tiene, como me lame las pelotas. No me digas que no es para matarla a polvos.

¾

Comprendo que os moleste pero ella ha venido a sincerarse con nosotros y no deberíamos ponernos bestias. Además, estamos en mi despacho, cualquiera podría entrar y no queremos que esto se divulgue por toda la plantilla. Hay razones de todo tipo, muchas de las cuáles no deseo comentar delante de ella. Ya discutiremos esto luego. Ocasiones de follarla no van a faltar, así que tranquilos.

¾

Está bien

¾

respondió Jorge de mala gana

¾

Entonces acabemos de una vez.

Silvia no se sorprendió cuando le enterró la polla en la boca hasta los huevos. En un primer momento hizo intención de colaborar, de hacerle una mamada en toda regla, pero no fue necesario. Él empezó a follarla por la boca y a ella ni siquiera le pareció mal. Naturalmente no perdía de vista que Jorge era con diferencia quién con mayor crueldad la había tratado, pero no era ni mucho menos la primera vez que le daba ese gustazo. Además, casi sin apenas avergonzarse, confesaba que aquello no era del todo desagradable, después de haber tenido dentro la el pene de Benito, aquello era casi un caramelo. Después de un par de minutos de empujones llegó la hora del aperitivo. Jorge, a diferencia del negro, se echó hacia atrás y se las ingenió para eyacular exactamente en su lengua. Ella, giró la cabeza durante unos segundos para que todos pudieran ver el esperma y después procedió a tragarlo. No bien lo había hecho, tuvo a su lado la polla de Juan y empezó a trabajarse la tercera ración de la mañana.

¾

En fin, cariño, ¿qué vamos a hacerle? Las cosas están como están

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Oyó decir a Alberto entre los chasquidos de la succión

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. De momento no te preocupes, lo tuyo con Quique ha sido un error humano y no apreciamos en él ninguna mala voluntad. No serás castigada. Aunque naturalmente tenemos que pensar qué hacemos y cómo nos organizamos en la nueva situación. En cuanto sea posible nos reuniremos con ellos, lo discutiremos, y trataremos de llegar a un acuerdo que sea equitativo para todas las partes. Es una pena que haya sucedido esto porque vas a tener menos descanso del que habíamos previsto.

Silvia estaba ya acostumbrada a ser tratada con ese cinismo y apenas se inmutó. Juan en cambio no pudo resistir y con un gruñido expulsó un generoso chorreón de semen que fue a caerle a ella un poco por todas partes, por los labios, la barbilla, y hasta en los ojos, en donde se mezcló con sus lágrimas. Se quedó tirada sobre el sillón, respirando profundamente y sin ánimo ni para limpiarse.

¾

Venga, niña, tranquilízate

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Se dejó oír de nuevo la voz de Alberto, al tiempo que le ofrecía un paquete de clinex

¾

. Arréglate un poco y vete a casa. Lo de esos muchachos ha sido un poco duro, y después esto... Por cierto son dos, digamos que fueran tres, el cupo diario. Si vuelven a molestarte no les hagas caso y no accedas a ninguna proposición sexual. Diles que me llamen, que quiero que hablar con ellos. Y a partir de ahora, cuando no sepas qué hacer, no dudes en contactar conmigo, yo te lo diré. Por mucho que me temas, será menos duro que hacer todo lo que te pidan. Además, no somos tan malos, te damos el día libre, no tendrás ni siquiera que ensayar el número de la Sala de Fiestas. Necesitas descansar.

Ella se tomó un momento para reponerse y se levantó con la mirada perdida. Ni por un momento creyó en la magnanimidad de Alberto, si le evitaba lo malo era sin duda porque tramaba lo peor. Le resultó evidente que todo había acabado, que era hora de irse. Se secó y se arregló la ropa como pudo. Se dio cuenta de que iba a tener que pasar por delante de muchos de sus empleados en ese estado lastimoso, pero estaba tan exhausta que ni siquiera le importó. A esas alturas lo que pudieran pensar de ella era el menor de sus problemas. Abrió la puerta y no miró atrás, se marchó sin siquiera despedirse. Hacía siglos que no merecía la pena intentar pensar, cualquier cosa que tuviera que suceder era tan real e inevitable que de algún modo ya había sucedido.

FIN DE LA SEGUNDA PARTE

He estado sin escribir una temporada, pero si os gusta lo leído y me indicáis vuestras preferencias, podría animarme a añadir un tercer volumen. Me gusta recibir emails y acostumbro a contestar, salvo que se me pida lo contrario.

fedegoes2004@yahoo.es