Moldeando a Silvia (16)

Joven empresaria es convertida mediante chantaje en una esclava sexual.

ADVERTENCIA

Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)

fedegoes2004@yahoo.es

¾

Pues sí, como ya imagináis, me abrí de piernas

¾

Continuó Silvia, ronca de amargura

¾

. La plaza había quedado en sombras y me hice la ilusión de que Pablo no notaría nada, y de que las fotos que hiciera no saldrían. Seguía notando frío en la entrepierna y, extrañamente, mi mayor preocupación eran los faros de los coches que entraban en el recinto y que nos iluminaban de vez en cuando. Miré inerme como Pablo nos enfocaba y hasta escuché el click de la cámara. El fogonazo del flash me golpeó cono una bofetada y estuve a punto de cerrar las piernas; por suerte o por desgracia Quique me acariciaba el muslo con descaro y me las mantuvo abiertas. Perdí el control, creí que iba a desmayarme, pero Pablo se nos acercó e hizo varias fotos desde distintos ángulos, las últimas directamente desde abajo, centradas por completo en mi. En aquel momento yo ignoraba si se estaba dando cuenta de lo que hacía, pero una cosa tenía clara: quería estar muerta para cuando revelara el carrete. Aguanté el diluvio con una taquicardia descomunal y cuando se guardó la cámara en el bolsillo recuperé el aliento. Concebí la ilusión de que por unos días, hasta que sacara las copias, aquello había acabado; pero en absoluto era así. En seguida llegó otra nueva orden de Quique: " Y ahora, te vas a disculpar con Pablo porque no hemos tenido tiempo de comprarle un regalo y lo vas a invitar a cenar con nosotros esta noche "

¾

me dijo con tono autoritario

¾

. Yo, estaba tan aturdida, tan confusa por lo que me había visto obligada a hacer que obedecí sin reflexionar. Rita puso mala cara cuando Pablo aceptó, y segundos después, los tres nos subimos en mi coche. Quique me dijo que me quitara la chaqueta, con el pretexto de que se me iba a arrugar con el respaldo del asiento. Estaba ya tan sometida a sus caprichos que ni se me ocurrió resistirme. También se empeñó en sentarse detrás, dejando a Pablo a mi lado, en el asiento del copiloto. Ni que decir tiene que salí del club a escape; no sabía lo que se me venía encima, pero al menos los desastres no me sucederían en público.

¾

Déjame adivinar: Digamos que Quique quería compartirte con su amigo Pablo

¾

Dijo Alberto con curiosidad.

¾

Sí, era eso, pero no quedaba ahí, además pretendía hacerme daño, quería arrastrarme, que lo pasara mal por sentirme una cualquiera entre gente que me conocía. Tenía todo el tiempo del mundo. No sé por qué lo hizo todo de una manera tan precipitada, por qué esas prisas por entregarme a otro.

¾

No sé, no estoy dentro de su cabeza

¾

respondió Alberto

¾

, pero sostengo una buena teoría. Después, cuando acabes la comentamos.

Silvia estuvo a punto de caer en la tentación de preguntar, pero se resistió. No habría tenido sentido. De algún modo pareció como si hubiera llegado a una especie de colmo de la histeria, tras la cual sólo podía irse apaciguando. Se acomodó en la silla y continuó con la historia.

¾

El trayecto en mi coche fue increíble. Apenas salimos, Pablo nos dijo: "Chicos, qué sorpresa lo vuestro. Si creía que no os podíais ver ¿quién iba a suponer que acabaríais por salir juntos?" La contestación que le dio Quique me heló la sangre por las venas: "Bueno... Es verdad que Silvia anda un poco salida, pero lo que es salir, ella y yo no salimos". Pablo se quedó de piedra. Me miró a mí como sorprendido de que no respondiera a esa barbaridad ¿pero qué iba a decir si hacía horas que aquello me rebasaba? Me sentía tan mal que hasta me sorprendía ser capaz de conducir, sólo pude quedarme callada. Segundos después, Quique terminaba de dar la explicación : "Sí, mira, ella no es mi chica, ni mi novia, ni nada de eso; simplemente es mi puta". Pablo se me quedó mirando otra vez, con la boca abierta y cara de espantado. " Sí, mi puta

¾

continuó Quique

¾

y tiene unas tetas preciosas ¿no te apetece ir tomando el aperitivo?" Mientras decía esto, desde el asiento trasero, me bajó el top hasta el ombligo y empezó a sobarme las tetas con descaro. Yo quería que se me tragara la tierra ¿cómo se podía reaccionar a una cosa así, a una manera tan brutal de hacer las cosas? Me contorsioné e intenté devolver la prenda a su lugar, pero fracasé por completo. " Quieta, pequeña, que nos vamos a matar "

¾

oí su voz detrás de mí

¾

" Tú mira hacia delante, que nosotros nos ocupamos del resto ". Por puro instinto de conservación intenté hacer lo que decía: mirar a través de las lágrimas. Estábamos inmersos por completo en el tráfico. Conducir a cien por hora mientras te insultan y te soban era verdaderamente enervante. Por mucho que intentara situarme aquello me resultaba subrealista. ¿Qué iba a pasar cuando nos paráramos en un semáforo? ¡Iba desnuda de cintura para arriba! Además, Pablo me miraba a veces asustado y a veces lleno de lujuria. No era insensible a los ofrecimientos de Quique y, me gustara o no, iba a acabar por follarme, aunque de una manera terriblemente distinta a la que yo hubiera elegido. " Pero bueno

¾

dijo Quique mientras me pellizcaba los pezones

¾

, ¿es que no te apetece meterle mano por abajo? Es imposible que no te hayas dado cuenta de que no lleva bragas" . Miré a Pablo fugazmente y le supliqué que no lo hiciera, que no me sentía capaz de conducir así, que esperara al menos a que llegáramos a mi casa. Había en sus ojos una mezcla extraña de duda y deseo. De pronto pareció decidirse y me metió la mano bajo la falda; sólo entonces me di cuenta de que estaba totalmente mojada...

¾

Un momento, un momento

¾

Interrumpió Jorge

¾

, es que no estoy seguro de estar entendiéndote. Dices que Quique te magreaba las tetas desde atrás ¿Fue más o menos así?

Silvia estaba tan absorbida por la historia que en el primer momento no comprendió lo que pasaba. Jorge colocó una silla tras ella, le bajó el top y empezó a acariciarle los pechos.

¾

Veamos. Tú mismo, Juan,

¾

volvió a oírse la voz de Jorge

¾

ponte al lado y haz lo propio. Con tanta interrupción se nos va a ir la historia si no reconstruimos los hechos.

A Juan no hubo que repetírselo dos veces, con gesto divertido se sentó a la derecha y empezó a meterle mano bajo la minifalda.

¾

Bueno

¾

dijo encogiéndose de hombros

¾

, todo sea por la veracidad.

Silvia se dio cuenta de que había perdido por completo el control de su sexo. Le apetecían cosas que jamás hubiera pensado que pudieran apetecerle y se ponía al borde del orgasmo en las situaciones más impensables, en situaciones como aquella. Respiraba hondo, estaba completamente mojada, roja de rabia, pero su cuerpo mientras tanto pedía a gritos que la follaran.

¾

Vale, querida

¾

dijo Jorge con tono burlón

¾

, sacrifiquémonos por la ciencia, supongamos que la mesa es el volante, pon las manos sobre ella y sigue conduciendo.

Ella, naturalmente, obedeció. Se agarró a le mesa y dejó que las manos de los dos hombres recorrieran libremente su cuerpo al la vez que exhalaba un gemido.

¾

Pues sí, me había puesto cachonda, como una perra en celo. Me magreaban a fondo mientras yo conducía por Madrid a cien por hora. No podía concentrarme en la carretera, ni en la humillación, ni en el alcance que aquello iba a tener, ni siquiera en el placer. Era un hecho consumado que la mancha se había extendido hasta el club y que ahora aquellos dos hombres también me poseían. Iba junto a la acera porque tenía que girar a la derecha cuando vi un semáforo en la lejanía. Aceleré y me pegué al de delante asustada de que me cogiera. Ellos notaron que dejé de retorcerme en el asiento, de gemir, y enfoqué mi atención hacia el tráfico. Se rieron de mí. Finalmente sucedió lo que me temía: Intenté saltarme el semáforo, pero ya estaban pasando coches en el cruce y hube de detenerme. Miré espantada como la gente pasaba a mi alrededor mientras yo estaba desnuda dentro del coche y los dos me tocaban con desvergüenza. Pablo me tenía dos dedos metidos en el coño, y Quique me apretaba las tetas como si quisiera reventármelas...

¾

Oye, ¿más o menos como lo estamos haciendo ahora?

¾

preguntó Juan con aire inquisitivo.

¾

Sí, exactamente igual

¾

respondió ella con cansancio.

¾

Y debo entender que estabas igual de caliente

¾

Intervino Jorge, quedándose a la espera de que ella lo corroborara.

¾

No, aún más. Estábamos en mitad de la calle, y ahora estoy agotada por toda una noche de sexo. Tan caliente estaba que hubo dos niños que se asomaron asombrados a la ventanilla y, sin poder evitarlo, me corrí ante sus ojos. Así de caliente

¾

insistió con abatimiento

¾

. Casi maldije cuando el semáforo se puso en verde porque hubiera querido tener unos segundos más para reponerme del orgasmo. Justo entonces me derrumbé, me sentía tan perdida y deseaba con tanta intensidad que me penetraran que les supliqué que buscáramos un descampado; para mi asombro, estaba dispuesta a follar con ellos en cualquier sitio. Pero Quique se negó, me dijo con tranquilidad que ya después habría tiempo ¿Qué iba a hacer? Seguí conduciendo hasta mi casa algo más tranquila a pesar del constante toqueteo, el orgasmo parecía haberme aplacado temporalmente la urgencia. Logré aparcar a unos cincuenta metros del portal y acababa de parar el motor cuando la voz de Quique volvió a sonar a mi espalda: " Espera un momento que te arregle la ropa ". Apenas puedo creer lo que hizo: me anudó el top por detrás para que quedara tirante y me lo colocó por debajo de las tetas cuidando de que los pezones quedaran al aire; los pechos, erguidos como dos globos, literalmente rebosaban por encima de la prenda. También "arregló" la minifalda, convirtiéndola en una estrecha banda de tela, del ancho justo para cubrirme el sexo. Le supliqué que no lo hiciera, que no me obligara a salir así del coche en la puerta de mi casa. Él contestó de la manera más cruda posible: " Eres mi puta y quiero que parezcas mi puta. Sal ahora mismo ". Obedecí con desgana, dudando a cada paso de ser capaz de hacerlo. Ellos se quedaron cuchicheando en el interior. Afortunadamente, había oscurecido y la zona quedaba en penumbra. El frescor del aire acarició mi cuerpo y me sentí tan desnuda como realmente estaba. Yo, desesperada, daba saltitos sobre la acera, asustada de que me viera alguien. Al final los dos se bajaron; Pablo me hizo girar como una peonza mientras me miraba entre sorprendido y ansioso. " Tía, pero qué buenísima estás " Me dijo con voz entrecortada por la lujuria. Quique me ofreció la chaqueta, que hube de colocarme doblada bajo el brazo, y los tres echamos a andar lentamente hacia el portal. Yo hubiera querido correr, pero saltaba a la vista que ellos deseaban disfrutar de mi exhibición lo más posible. A la mitad del camino había una farola, temía llegar pues bajo ella podía vérseme sin dificultad desde el café Iniesta y hasta desde mi bloque. Cuando su luz me envolvió, Quique se paró en seco y me disparó la pregunta: " Chica, ¿No has olvidado algo? ¡Tenemos la compra en el maletero !".

¾

Diablo de chicos

¾

Bromeó Jorge

¾

. ¡Qué traviesos! Pero si tienen casi tan mala leche como nosotros. No me digas que te obligaron a volverte.

En la habitación, el ambiente había ido caldeándose por momentos. Benito se había sacado su inmensa polla negra y se la acariciaba tumbado en el sofá. Juan y Jorge le seguían metiendo mano mientras hablaba y ella había cerrado los ojos y abandonado su cuerpo a las caricias. Revivía los sucesos de la noche anterior y no sabía que la excitaba más, las manos que la recorrían o su propio relato. Su voz sonaba pausada y ronca, atravesada por constantes suspiros.

¾

Sí, creo que ni siquiera protesté; la manera más rápida de salir de aquello era cumplir con lo que me decía. Volví sobre mis pasos y ninguno de los dos me siguió, se quedaron charlando junto a la farola; estaba claro que era a mí a quién correspondía cargar con todas las bolsas. Me las enganché como pude de los brazos y eché a andar hacia ellos lo más deprisa que pude. No tenían ninguna prisa, se habían detenido y me miraban con sorna. Cuando llegué a su altura, Quique tenía un cigarro entre los labios, y con aspecto divertido me pidió que le diera fuego. Creí que me moría de rabia. Allí, bajo la farola, tuve que soltar las bolsas en el suelo, extraer el encendedor del bolsillo de la chaqueta y proceder a darle lumbre. Las manos me temblaron. Él, mientras yo recuperaba los bultos, le dio un par de caladas al cigarrillo y después lo arrojó al suelo con indiferencia. Había gente pasando y cruzando por todas partes, pero no sé quién me vio; estaba tan avergonzada que clavé la vista en la acera y eché a andar hacia el portal; oía los cuchicheos pero no me atrevía a mirar. Estaba segura de que por debajo de la falda me asomaban los pelos del coño. Pronto también eso fue indiferente. Entorpecida por los bultos no podía ir deprisa, pero Quique y Pablo todavía encontraron manera de dificultarme las cosas. Empezaron a toquetearme, para asombro de los transeúntes y recorrí los últimos metros intentando rehuirlos. Yo miraba a mi portal como si fuera un paraíso que estaba deseando alcanzar. Segundos antes de que llegáramos alguno de los dos me dio un tirón de la falda y me la dejó en las rodillas. Me quedé quieta, justo ante la puerta del bloque sin saber qué hacer. Tuve que soltar de nuevo las bolsas para coger las llaves del bolsillo antes de poder abrir.

¾

Bueno, bueno, querida

¾

dijo Alberto con tono despreocupado desde el otro lado de la mesa

¾

. Nos hacemos cargo de que debió ser durísimo para ti pasar por eso, pero intenta abreviar porque si no nos vamos a llevar aquí todo el día.

Silvia abrió brevemente los ojos, pero lo que vio le hizo volver a cerrarlos. Los cuatro hombres tenían la vista fija en ella y en sus labios se dibujaban las mismas sonrisas sádicas de siempre. Y ella, ella, estaba tan inaceptablemente cachonda como la noche anterior, con la misma humedad y la misma ansia de ser penetrada. El razonamiento seguía siendo el mismo y conservaba su validez: De todos modos la iban a follar, mejor sacarle partido. Sólo había un pequeño inconveniente: aún no había empezado a ejercer de "M", quien experimentaba ese furor uterino, por mucho que le costara creerlo, era Silvia Setién. Como acostumbraba a sucederle, no podía pensar; lo surrealista de los acontecimientos unido a le excitación sexual le impedía el raciocinio a la vez que le inhibía los frenos morales. ¿Qué iba a hacer sino dejarse llevar por la inercia del relato, proseguirlo, aunque de cuando en cuando el pasado y el presente se juntaran en algún intempestivo orgasmo que interrumpía su discurso?

¾

Lo contaré como lo puedo contar

¾

dijo nerviosamente

¾

. No estoy ahora para resúmenes. Entré como pude en el bloque. La falda se me fue resbalando hacia abajo sin que pudiera evitarlo; aunque no estuviera entorpecida por la compra y hubiera tenido las manos desocupadas no me habrían permitido devolverla a su sitio. Finalmente acabó cayéndose al suelo y allí la dejé; para lo que me tapaba tampoco suponía una gran pérdida. Pulsé el botón de llamada del ascensor rogando para que no me cruzara con ningún vecino. Pablo, tomó del suelo la prenda y se la colocó a modo de collar, cual si de un trofeo de guerra se tratara. No es necesario que explique cómo me sentí allí esperando, sin más vestimenta que el top, que me dejaba las tetas al aire, el cinturón de cascabeles y los zapatos de tacón alto. Si me veía alguien, aquello iba a tener muy pocas explicaciones. Una eternidad después el ascensor llegó vacío y yo me introduje en él como una loca, como si fuera un santuario de intimidad. Quique, con inesperado espíritu de colaboración, le dio al botón del quinto. Una vez en casa, dejé caer las bolsas y me apoyé en la pared, el corazón me latía a mil por hora. Ellos me miraban con un brillo malicioso en los ojos, como niños que acabaran de salir triunfantes de una travesura.

¾

Y entonces qué. Te tumbaron en la cama y empezaron a echarte polvos ¿No es así?

¾

Preguntó Juan devorado por la impaciencia.

¾

Pues no

¾

contestó ella un tanto compungida

¾

, te equivocas. Yo ya no podía aguantar más, estaba caliente como no creo haberlo estado en mi vida, y lo que era peor, era consciente de que aquello sólo podía acabar de una manera. ¿A qué esperar si lo estaba deseando? Fui yo quien me eché en los brazos de Pablo, desnuda como mi madre me trajo al mundo, mientras intentaba abrirle la bragueta a Quique. Fue su voz la que me hizo darme cuenta de lo que estaba haciendo cuando le oí decir: "¿ Ves? ¿No te dije que era una pelandusca ?". Durante un momento aceptaron, me pasaron del uno al otro magreándome a fondo, tetas, culo y todo el cuerpo; creo que me puse roja de deseo, literalmente a punto de correrme. Justo entonces volví a oír la tiránica voz de Quique: " Bueno, querida, basta de toqueteos y arrodíllate. Es hora de empezar a mamar pollas ". Curiosamente, a pesar de mi estado y de lo que estaba haciendo, aún era capaz de sentirme insultada. Me dolió cuando me llamó pelandusca, la crudeza de su orden y el constante menosprecio con que me trataba; se me saltaron las lágrimas, pero ello no me impidió obedecerlo. Intenté demorarme un poco, conservar la mano de Pablo en mi Clítoris, pero fue inútil, se apartaron de mí, dejaron de tocarme e instantes después me vi de rodillas, abalanzándome sobre los dos penes, duros como el granito. Quique volvió a hablar, aunque esta vez no se dirigía a mí: " ¿Ves? Le encantan las mamadas y además las hace como nadie ¿Alguna duda de que era verdad lo que te dije? " Pablo se arqueó sacando hacia afuera la pelvis ¿Qué dudas podía tener si en ese momento su glande se me escurría garganta adentro? Sólo lo escuché responder: " Joder que tía más puta ". Creo que me ruboricé tanto que temí quedarme así de roja para siempre. Me estremecí sobre su pene como una chiquilla. Al principio no comprendí lo que pasaba, pero había pasado el tiempo de las caricias. Ya no volvieron a tocarme sino para agarrarme de los cabellos y pasarme con rudeza de una polla a otra. Chupé y chupé, esperando que me levantaran y me llevaran a la cama, dejé que forzaran sus miembros muy dentro de mi garganta creyendo que no iban a aguantar, que me llegaría el turno del placer y pronto empezarían a follarme. En efecto no aguantaron, pronto noté el ya familiar sabor del esperma inundando mi boca, los dos se corrieron casi al unísono sobre mi lengua. El juego era precisamente ese: dejarme así, salida y suplicante como una perra en celo. Para mi sorpresa Quique me dijo con aire despectivo: " Bueno, zorra, pues esto ya está. Sírvenos unos Martinis mientras preparas la cena ."

¾

Disculpa, Silvia

¾

interrumpió Alberto con seriedad y aspecto interesado

¾

, estoy seguro de que obedeciste, pero tengo una duda: ¿Lo hiciste por miedo?

Ella lo miró pensativa, como si regresara de otro mundo y por un momento ignoró las manos de Juan y Jorge que continuaban sobándola concienzudamente.

¾

Sí... Supongo que sí

¾

respondió vacilante

¾

, en un principio estuve asustada de que te llamara, pero entonces ya quizás no fuera eso, quizás me diera más miedo quedarme sola con mi calentura y el recuerdo de lo que había pasado, miedo de que los dos se marcharan, teniéndome a su disposición, y sin quererme ni para echarme un polvo. Hubiera sido un desprecio aún mayor que el usarme como lo hicieron, de una manera tan cruel.

¾

¿Temías que te pegaran, que te dieran una paliza?

¾

Volvió a preguntar Alberto con gesto preocupado.

¾

No, en absoluto. Sabía que me golpearían un poco, tirones de pelo, pellizcos y cosas así, tal y como vosotros mismos soléis hacer. No es esa la crueldad a la que me refiero. Hubiera preferido que me molieran a hostias antes que ser exhibida medio desnuda en el club y en la calle, antes que tener que soportar sus insultos y vejaciones verbales. En realidad, todo lo que fuera sexo, entre cuatro paredes, lo tenía casi asumido, era lo otro lo que no lograba encajar. Aún no comprendo como puedo haber cambiado tanto como para estar deseando que me follaran, como para estar confesando estas cosas y sentirlas como ciertas.

La habitación quedó brevemente en silencio. Silvia había perdido el hilo y de hecho se sorprendió de ser capaz de contar lo que había estado contando. ¿Por qué había ido allí? ¿por rabia? ¿para protestar? ¿buscando sexo? ¿por todo a la vez? Durante un rato se había visto arrastrada por la inercia de sus propias palabras pero ahora no estaba segura de querer continuar; quizás sería mejor que le echaran un par de polvos y dejar la historia para otro día. Dios ¡qué tremendo! Hacía sólo un par de horas que Pablo y Quique habían abandonado su casa y ya estaba otra vez muriéndose de ganas de un casquete. ¿Qué había pasado? ¿se había convertido de repente en una ninfómana? La voz de Jorge la devolvió a la realidad.

¾

Bueno, bueno, dejémonos de psicoanálisis; ya jugaremos a Freud en otra ocasión. Prosigamos con la reconstrucción de los hechos ¿Qué pasó después?

Ella, casi sin darse cuenta, prefirió la memoria a la realidad, se introdujo de nuevo en el relato.

¾

Pues sí, serví los Martinis en el salón y me fui a preparar una cena fría. Pusieron música de ambiente y desde la ventana de la cocina los vi charlar y reírse. Para mí la situación no podía ser más humillante, pero preparé los platos con todo el esmero que me permitió la prisa. Seguía siendo yo, aquello me daba asco, pero estaba ansiosa por sentarme con ellos y que me dedicaran alguna atención. Cinco minutos me bastaron para disponer en una fuente algo de pollo precocinado y el contenido de varias latas a modo de guarnición. El resto fueron unos pocos entremeses, ostras y cosas de picar.

¾

El menú no nos interesa

¾

Interrumpió Jorge con impertinencia.

¾

Pues iré entonces al grano

¾

contestó ella con un deje de cansancio

¾

. Cuando entré cargada de platos, Quique me dijo que esa no era manera de servir la mesa, que mejor fuera y me pusiera algo, por ejemplo un delantal. Pablo estuvo a punto de atragantarse por la risa. Yo me sentí herida, pero solté las viandas sobre el mantel y volví a sobre mis pasos por mi delantal corto. Mi retorno al salón fue aún más dramático si cabe, sabía que estaba ridícula con aquel trozo de tela colgándome de la cintura y sin nada debajo. Aproveché el viaje para llevar el vino, y tras servirlo, me senté entre ellos. Quique me miró espantado y me dijo burlón: "¿Oye? ¿Desde cuando las criadas se sientan a la mesa? Anda, ve a comer a la cocina que ya te llamaremos cuando necesitemos algo ".

Según contaba, la escena volvía a dibujarse en su mente con subyugadora nitidez. Las risas de los dos hombres resonaban todavía en sus oídos. Y ella sintiéndose cada vez más pequeña, poseída hasta la anulación por aquellas dos voluntades que la someterían a cuantas bajezas imaginaran. Recordaba haberse levantado de la silla temblando, de miedo, de rabia, de hambre de sexo... Se quedó en la cocina de pie, mirándolos por el ventanal cenar a la luz de las velas, parecía una cena casi romántica de dos viejos amigos. Fue incapaz de probar bocado, tenía un nudo en el estómago y completamente desanudado el bajovientre. En algún momento Pablo la llamó y le hizo poner en el equipo una música suave. Deambuló enfurruñada por el salón sin que de ellos surgiera el menos signo de interés, la miraron como si formara parte del mobiliario y siguieron cuchicheando. Cuando el disco estuvo sonando en los bafles se dispuso a batirse de nuevo en retirada. Su corazón era un campo de batalla en el que las ganas de desaparecer, el hambre de sexo, la humillación y el miedo al chantaje se combatían sin darse tregua. Pero aún no habían acabado. Se quedó helada al oír la voz de Pablo, calmada y autoritaria detrás suyo. " Querida, seguro que una mujer como tú, propietaria de una agencia de publicidad, tiene en su casa una cámara de vídeo y un trípode ¿Por qué no los colocas enfocando el sofá y la mesa ?"

¾

Claro que tenía una cámara

¾

sonó su voz con aire lastimero

¾

¿no había de tenerla? Sabía hasta la saciedad lo que aquello significaba, que podrían enseñarle a quien les diera la gana las barbaridades que me hicieran, que podrían mostrar al mundo el nivel de degradación al que habían logrado arrastrarme. Me quedé de pie, quieta, sin saber qué hacer, hasta que Quique soltó una carcajada y me dijo: " Venga, querida, mueve ese culito, no puedo creerme que todavía no te hayas acostumbrado a ser grabada ". Enseguida me di cuenta de que había llegado la hora de los postres, y de que el postre era yo.

¾

Disculpa un momento ¿Y a ellos, cómo se les veía a ellos?

¾

Preguntó Alberto con una sonrisa irónica.

¾

Parecían un poco nerviosos, felices como gatos que jugaran con un ratón y a la vez admirados de lo que la situación había dado de sí. Creo que se les ocurría toda clase de cosas y que apenas lograban decidirse a qué hacerme

¾

Respondió entre suspiros pues Juan acababa de meterle tres dedos en el coño y la había llevado hasta el borde del orgasmo.

¾

Bien, puedes continuar. Supongo que ya se limitaron a follarte mientras te grababan ¿No es así?

¾

Pues no, eso es lo que creí que harían pero aún no me follaron. En cuanto hube instalado la cámara y pulsado el botón de Rec, me ordenaron que fuera al dormitorio y que me fuera poniendo distintas prendas de lencería. Debía salir, desfilar ante ellos y ya me detendrían cuando vieran algo que de veras les gustara. No hace falta decir que me enfadé como una loca, pero ya no me quedaban ánimos para resistirme; coloqué sobre la cama sujetadores, corpiños, ligueros, camisones, todos ellos traslúcidos y muy sexys. Salir la primera vez, dar un par de vueltas por el salón, me costó un enorme esfuerzo. Ellos me miraron con una tranquilidad probablemente fingida y se recostaron extasiados en sus sillones. Caminé despacio, contoneándome ligeramente. Aquello era peor incluso que lo del delantal, aquello era excitarlos a conciencia, actuar como una puta. O eran muy exquisitos o querían ver toda mi ropa interior, por supuesto conmigo dentro; tuve que dar varias vueltas. Poco a poco me fui acostumbrando a esa rutina de entrar salir e ir cambiándome prendas ¿Qué importaba? Lo que tuviera que suceder sucedería, sin que hubiera nada que yo pudiera hacer por evitarlo. Llevaba puesto un camisoncito blanco, transparente, cuando vi que intercambiaban una mirada de complicidad. Pablo se había sacado la polla y no me costó trabajo comprender lo que quería, me hizo señas de que me sentara sobre su descomunal erección.

¾

¡Hombre, ya era hora! Si con tantos prolegómenos parecía que no iban a terminar de follarte nunca

¾

Exclamó Jorge con fingida impaciencia.

Silvia Miró a su alrededor como un animalillo asustado. Benito se había levantado del sofá y se había unido a los otros en los toqueteos. Su enorme polla negra le quedaba muy cerca de la cara. Por un mero automatismo estuvo a punto de empezar a chuparla, pero se dio cuenta de que no era oportuno, le iba a ser imposible hablar con la boca llena. Enseguida se dejó oír la voz de Alberto, indiferentemente sentado al otro lado de la mesa de escritorio.

¾

Bueno, pequeña, continua que ya no puede quedar mucho. No te ruborices que hay confianza.

Si hubiera tenido unos momentos para pensar, le hubiera costado un horror contar esa parte de la historia, por eso era mejor no pensarlo. Sin omitir detalle, describió la manera en que se acercó a Pablo, envuelta en su camisón, ansiosa, y sintiéndose una puta. Él, sentado en el sillón, la hizo girarse y prefirió tomarla por detrás, de cara a la cámara. A pesar de la excitación, recordaba con fidelidad la sonrisa de Quique al ofrecerle a su amigo semejante polvo. Recordaba las manos de Pablo en sus caderas, el modo lento en que la hizo descender sobre su polla, que centímetro a centímetro se le introdujo en el coño. ¿Qué más daba lo que contara o pretendiera ocultar? Ellos poseían la cinta de vídeo en la que habían quedado registrado cada uno de sus gestos, hasta el más leve de sus gemidos. No merecía la pena intentar suavizar nada, las cosas habían sido así de tremendas, tan tremendas como que empezó a correrse a las primeras de cambio.

Quique, tal y como era su costumbre, la trató sin un ápice de compasión; mientras cabalgaba sobre el durísimo pene, él estuvo permanentemente toqueteándola, masajeándole el clítoris y apretujándole las tetas. Sin poder remediarlo su excitación creció hasta el mismísimo borde del desmayo. Todo aquello fue una aberración, un ataque concentrado y constante a su autoestima. Entre las brumas del placer, apenas se alteró cuando las palabras de Pablo sonaron casi al lado de su oreja: Oye, Quique ¿Te importa si... podría...? Jamás olvidaría la mirada divertida del otro, ni el gesto campechano con que apoyó su respuesta: Pues claro, hombre, ¿no se va a poder? Le encanta que le den por el culo, la vuelve loca de gusto. No pudo verse, pero estaba segura de haber enrojecido, el cuerpo entero le ardía como devorado por un incendio y, para su vergüenza, gemía sin parar. Una vez más volvió a abandonarse a las exigencias de su sexo. Estremecida y sudorosa, con la cabeza gacha, para no ver la cámara, alzó la cintura y permitió que el pene de Pablo abandonara su palpitante vagina. Después se dejó caer, con lentitud extrema, de nuevo hacia su amo.

Pronto notó la rígida polla presionar sobre su esfinter, y disminuyó aún más la velocidad de descenso. Temió hacerse daño, y su enloquecido cuerpo deseó saborear cada milímetro de la penetración, pero no fue posible. Pablo ya no pudo aguantar y la empaló con un fuerte empujón de la pelvis. Además de la humillación, de la indignidad, fue físicamente doloroso, pero eso no le impidió colaborar al máximo, empezó a rebotar sobre él enardecida, como si necesitara que le placer del sexo la compensara por toda una existencia de desgracias. Los ojos de Quique eran los de un niño travieso, con dedos juguetones le abrió los labios del coño y se dispuso a penetrarla. Lo hizo sin contemplaciones, con la seguridad de un golpe seco. Ella se sintió apretada entre los dos hombres, rebotó en medio de ellos gimiendo como una posesa, a sabiendas de que los vecinos tenían que estar oyéndola. *¿Ves?

¾* oyó que decía a su amigo

¾

Hace falta ser muy puta para dejar que te hagan esto y para disfrutar como ella lo hace. Perdió la conciencia, se impulsó arriba y abajo una y otra vez espasmódicamete, sintiéndose observada por el chismoso objetivo de la cámara y con los dos penes dolorosamente llenándola hasta sus más íntimos vericuetos.

El orgasmo explotó arrasador e incontenible dentro de ella, colapsó con un grito estentóreo tras el cual se desplomó de lado, rota y exhausta. Entre la niebla del éxtasis oyó que Quique le decía: A partir de hoy, zorra, empieza para ti una nueva vida. Esto lo sabrá quien Pablo o yo queramos que lo sepa, follarás con quien queramos que folles, y cuando digamos "rana", como mucho, preguntarás hasta qué altura debes saltar. Saber sus intenciones hizo que incluso agotada como estaba un escalofrío le recorriera la espina dorsal. No podía ser que fueran a intentar dilatar aquello en el tiempo, que fuera a surgir otro grupo independiente de tiranos usándola como un mero esparcimiento, y lo peor de todo: la sensación de ser poseída no era del todo desagradable, aunque no pudiera comprenderlo, todavía seguía estando hambrienta de sexo.

fedegoes2004@yahoo.es