Moldeando a Silvia (14)

Joven empresaria es convertida mediante chantaje en una esclava sexual.

ADVERTENCIA

Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)

fedegoes2004@yahoo.es

La ropa había quedado sobre el sofá y ella salía del baño arrebujada en la toalla cuando sonó el timbre. ¿Quién sería? Descolgó el telefoniyo, preguntó un par de veces sin que hubiera respuesta y empezó a ponerse nerviosa, el visitante tenía ya que haber subido. Se arregló la única prenda con que se cubría y abrió la puerta. Quique apareció ante ella tan estrafalario e impresentable como de costumbre.

¾

Joder, Quique, si llego a saber que eras tú ni me molesto en abrir

¾

dijo con sequedad a modo de saludo.

Por un momento casi se arrepintió de tratarlo mal. En realidad era normal que viniera, probablemente querría darle el pésame por lo de su padre y aquello era una simplemente una visita de cortesía hecha en un momento inoportuno. Se hizo a un lado y lo dejó pasar con la sensación de que algo no estaba funcionando correctamente. Después de lo que le había dicho sería normal que Quique se hubiera largado con el rabo entre las piernas, pero lejos de eso entró con la vista alta y sin mostrar otra cosa que un cierto nerviosismo. Si no fuera por el episodio del club se sentiría tranquila, capaz de manejar a su antojo a aquel inepto, pero desde entonces las cosas habían cambiado.

A Quique, naturalmente, no le gustó el recibimiento, aunque ver a Silvia en toalla lo excitó aún más. Por un lado, ya estaba muy acostumbrado a la brusquedad de la muchacha, a la sinceridad con que se expresaba, por otro, ahora creía poseer el látigo con el que meter en cintura a la fiera. Un cambio sí que produjo la cruel recepción de que había sido objeto: le hizo ver la necesidad de jugar fuerte desde el principio. Estaba tan segura de sí misma que tenía que demolerla de un sólo golpe, que no darle tiempo para pensar o la oportunidad se habría perdido. Era evidente que había que asumir desde el principio todos los riesgos. Ni corto ni perezoso, se sacó la polla y dijo con desenvoltura:

¾

Tu regalo de cumpleaños me encantó y ya es hora de que lo repitas.

Silvia se quedó de una pieza, sin apenas poder dar crédito a sus ojos. Casi se esperaba que el muy imbécil intentaría algo, pero aquella grosería, lo obsceno de su proceder, la desconcertaba hasta lo inadmisible, hasta la cólera.

¾

Hijo de puta, eres un degenerado. ¡Fuera de mi casa ahora mismo!

¾

Borbotó lívida por la rabia. Que era un guarro ya lo sabía, pero ¿cómo era posible que se hubiera atrevido a llegar tan lejos? ¿Qué estaba pasando?

Quique, no se dio por enterado, ni hizo ademán de ir a marcharse; muy al contrario sacó el sobre del bolsillo y se lo ofreció calmadamente. Silvia se estremeció de temor y lo agarró con asco, asustada de lo que hallaría en su interior. Era el reportaje de casa de Alberto; pasó frenéticamente las primeras fotos de ella desnuda, hasta llegar a los dos últimas en que aparecía chupándole la polla a alguien. El mazo entero se le escurrió de las manos diseminándose por el suelo. A Quique, se le escapó una sonrisa de triunfo.

¾

¿Sabes una cosa? Nadie del club creyó la historia de la mamada; se lo conté a Pablo y desde entonces todos me miran por encima del hombro. Cuando les enseñe eso probablemente cambiarán de idea.

¾

Pues no te vas a salir con la tuya, cabrón

¾

gritó Silvia histérica

¾

; enséñaselas a quién te de la gana. No vas a chantajearme y no haré nada contigo me amenaces con lo que me amenaces, así que ya puedes ponerte a hacer tu campaña publicitaria

¾

Dijo estas últimas palabras intentando que sonaran irrevocables, pero sintiendo flaquear su convicción ¿Jugaba de farol? ¿Estaba ella preparada para que la gente del club viera algo así? Lo que era evidente era que si no detenía en seco a Quique iban a estar chantajeándola desde dos lados y eso sería radicalmente insoportable. No podía consentir que fuera a iniciarse, desde el principio, otra dinámica de continuas extorsiones; tenía que jugarse el tipo por evitarlo.

¾

Vamos, vamos, querida

¾

dijo Quique con tono entre apaciguador y displicente

¾

, ¿seguro que lo has meditado bien? Imagínate lo que pensarán Pablo o Rita. Además, ¿no has calculado todas las implicaciones? Evidentemente ha sido don Alberto quien me ha proporcionado este reportaje tan interesante ¿en serio te vas a atrever a contrariarlo?

Silvia sintió como un sudor frío se mezclaba con la humedad de la ducha. El nombre de Alberto la hacía enloquecer de terror, y era evidente que venía de su parte ¿de dónde si no había sacado las fotos? El que Sagasta anduviera metido en aquello era demasiado fuerte. Se quedó un momento indecisa, de pie, tiritando en la toalla.

¾

Bueno, hagamos una cosa

¾

reincidió Quique con fingida seguridad

¾

. Llamamos a Don Alberto y le preguntas lo que has de hacer, así sales de dudas.

Mierda, mierda, no hacía falta llamar a Alberto, recordaba lo que le había dicho aquella fatídica noche, que debía estar disponible para absolutamente cualquier hombre en toda circunstancia; enviar a ese tarado era su manera de obligarla a llevar a la práctica esa orden. Además, ¿qué tenía ella que ganar con que en el club vieran las fotos? Obviamente nada, seguro que acabaría follando con quien les diera la gana; si aceptaba, en cambio, tal vez solo tuviera que hacerlo con ese renacuajo informático. El poder del maldito Sagasta, la ambigüedad de sus órdenes, le dejaba demasiado poco espacio de maniobra, tan poco que cualquier camino era para ella mucho más duro que aceptar lo inevitable. Pero ¿por qué había hecho eso? Le habían dado tres días de vacaciones de los que sólo uno había transcurrido. Pedro le había dicho que iban a dejarla en paz, con toda probabilidad no estaba informado de aquello. ¡Ah, si pudiera llamarlo!

Quique observó enervado la sucesión de gestos en la cara de la muchacha. Por un momento, casi cayó en la trampa de creer en la irrevocabilidad de su negativa, pero tras ella atisbó la duda, el miedo, y tuvo la certeza de tenerla en sus manos. Allí sólo quedaba agarrarla como la fruta de un árbol, precipitar su indecisión hacia el acto. Estaba demasiado empalmado para esperar, de un tirón le arrancó la toalla y contempló su precioso cuerpo, sus tetas, su rabia impotente, como un paraíso en el que estaba a punto de penetrar. Nada más conservaba puesto un ceñidísimo cinturón de cascabeles que la hacían aún más provocativa. Repentinamente, oyó algo a su espalda, una llave en la cerradura, y pensó que todos sus planes se habían ido al traste. Intentó esconder su erección en el interior de los pantalones, pero no logró que cupiera por la bragueta lo que antes con tanta facilidad había salido. Casi le entraron ganas de llorar.

Benito entró en el salón, y al ver lo que pasaba soltó una carcajada.

¾

Perdón, perdón, disculpad la interrupción

¾

dijo en voz alta, mirando a Silvia con aspecto jovial

¾

. No sabía que estabas ocupada. Cuando termines el servicio me llamas al móvil

¾

Y se marchó, tan inesperadamente como llegara.

Quique, apenas pudo dar crédito a lo que acababa de ver y espontáneamente hizo la pregunta:

¾

¿No me digas que el negro ese es tu chulo?

Silvia, arrollada por los acontecimientos, asintió con la cabeza. Un suave tintineo recorrió la habitación.

¾

¡Quién lo hubiera imaginado!

¾

Exclamó

¾

. Pues entonces te voy a reventar a polvos, puta.

De un empellón la arrojó sobre el sofá y se lanzó sobre ella. El roce de su piel lo volvía loco y empezó a besarla, le metió la lengua hasta la garganta y Silvia lo aceptó, dividida entre la excitación y el asco. La muy zorra estaba caliente y se puso a gemir tan pronto empezó a magrearla. La penetró sin dificultad y empujó furiosamente enviando sobre la muchacha una oleada de gusto tras otra. Estaba demasiado empalmado para andarse con remilgos y la folló salvajemente, sin pensar sino en su propio placer. Muy pronto se corrió dentro de ella, sin cuidado ni preservativo, y después siguió penetrándola hasta que volvió a sentirse completamente erecto y volvió a eyacular. Al final, se levantó satisfecho y encendió un cigarrillo. Silvia quedó desmadejada sobre el sofá, abierta de piernas y con chorreones de esperma empapándole los pelos del coño.

En apenas quince minutos el mundo entero había cambiado para Quique. Ahora disponía del juguete sexual que siempre había soñado, en el cuerpo de aquella preciosa mujer a la que también había odiado desde siempre. Las cosas no podían haber ido mejor, pensó tras largar una bocanada de humo. Se sentía nuevo, bien como nunca antes se había sentido, pero necesitaba que eso fuera solo el principio. Ignoraba la postura que adoptaría Sagasta y seguía siendo necesaria la prisa, disfrutar al máximo, ampliar su cuota de poder y hasta averiguar los límites de su nuevo juguete ¿Hasta dónde podía llegar? ¿Qué podía exigirle que hiciera y qué no? Urgía responder a esas preguntas.

¾

Bueno, pequeña, no has estado mal. Sin embargo, con la precipitación, creo que me siento un poco incómodo ¿Qué te parece si me desnudas?

Silvia emergió como de un letargo y lo miró espantada.

¾

Sí, que me quites la ropa

¾

insistió casi sin darle importancia

¾

. Una mujer de tu experiencia, de tu profesión, forzosamente está acostumbrada a eso y a mucho más.

Las amenazas eran demasiado graves y ya había perdido aquella batalla. Ni se molestó en buscar en su mente otras opciones. Se obligó a sí misma a levantarse y desabrochó renuente los botones de la camisa de su acompañante. Dios, estaba todavía más esmirriado de lo que parecía vestido. Después le quitó el cinturón y tiró hacia abajo de los vaqueros, arrastrando con ellos los slips. Él, se limitó a incorporarse de cuando en cuando para facilitar la salida de cada prenda. Finalmente lo tuvo ante sí, desnudo como un alambre, y apartó la vista para no echarse a llorar sobre sus costillas o sobre sus piernas huesudas.

¾

Pues sí, ahora estoy mucho mejor

¾

exclamó Quique al tiempo que aplastaba el cigarro en el cenicero

¾

. Hay que ver el tiempo que hace que nos conocemos y todavía no me has enseñado tu casa ¿Por qué no lo haces ahora?

El apartamento en sí tenía poco que ver; aunque bien situado, era aceptablemente pequeño y sólo constaba de un salón, terraza, cuarto de baño, cocina y dormitorio de matrimonio. En un momento estuvo hecho el breve recorrido sin que nada sucediera, salvo que Silvia tuvo la sensación de que Quique esta apropiándose de todo cuanto veía. En la cocina, sin preguntar, sacó un botellín de coca cola del frigorífico y, sin más, volvió al salón, a recostarse en el sofá.

Ella lo siguió asustada, pero aún se asustó más cuando vio que recogía su chaqueta del suelo y extraía del bolsillo una cámara digital.

¾

Bueno, querida, hora de que nos hagamos con un par de recuerdos.

Silvia lo miró espantada. La situación le resultaba insoportable, las consecuencias que aquello tendría serían tremendas y, para colmo, el tintineo de los cascabeles que producían sus movimientos la sacaba de quicio. Aunque hacía rato que luchaba por evitarlo, las lágrimas resbalaron por sus mejillas.

¾

Venga, no te hagas la mojigata que los dos sabemos de qué va esto. Tengo fotos suficientes como para empapelar Madrid, sólo se trata de un pequeño capricho.

Carecía de sentido intentar resistirse, ¿qué más daba que las fotos fueran un poco más o menos procaces? Con las que ya tenía era más que de sobra para destruirla, y lo que era peor: Sagasta respaldaba todo aquello, negarse era imposible. Durante los minutos siguientes, bailó al son que Quique marcaba.

El muchacho, enrojeciendo a ratos, apenas podía creer facilidad con la que todo discurría; entre trago y trago de la coca cola, impartía órdenes y contemplaba asombrado cómo una Silvia cada vez más acostumbrada a la obediencia, las cumplía escrupulosamente. Cuando le dijo que se moviera por la habitación lo hizo, y cuando le indicó que se sentara ante él, sobre la mesa de centro, acató reluctante la orden. Fotografiar a Silvia Setién abierta de patas sobre una mesa era algo que colmaba con creces sus expectativas. Encontrar siempre el camino expedito fue un poderoso excitante para su imaginación; al acabar su bebida, le tendió el botellín; ella hizo intención de ir a tirarlo a la basura, pero él, por señas, le indicó lo que quería. Se resistió un poco, lloriqueó, pero en unos instantes estaba metiéndose el gollete por el coño mientras él tomaba una instantánea tras otra. Definitivamente, con lágrimas y todo, aquello le gustaba. Empezó a dejarse caer cada vez con más violencia sobre la botella y a sollozar sonoramente.

Una vez más, Silvia perdió el control. Saberse en manos de un hombre la ponía nerviosa, le daba miedo, y de ahí a la excitación había un solo paso. En algún momento, siempre empezaba a respirar hondo, se sorprendía de su propia humedad e intentaba contenerla; inequívocamente se asustaba de sí misma y eso la ponía aún más caliente. Malo era no saber qué le harían, pero era mucho peor desconocer su propia reacción. Ver la botella, comprender lo que Quique le exigía la hizo enrojecer, no sabía si de vergüenza o de deseo; tuvo que tomarla entre sus dedos y perpetrar la intrusión en su intimidad. Cerró los ojos para no ver la cámara enfocándola, gritó de placer para no oír el disparador, y se rindió al orgasmo, acabó corriéndose sobre su amante cristalino. Dios ¿Quién y cuando vería aquellas fotos?

La mano de Quique la agarró de los cabellos, tiró hasta hacerle daño, pero ella ya no era más que una muñeca de carne, insensible hasta para el miedo. Se sintió arrastrada hacia el dormitorio y por una vez no se sorprendió de ser lanzada sobre la cama, boca abajo. Enseguida la polla de Quique se le introdujo en el culo, sintió su pecho, piel a piel, presionando sobre su espalda, los testículos, yendo y viniendo sobre sus cachas, mientras ladeaba la cabeza para respirar. Él empujaba como un loco, frenético; notaba dentro su verga como si le estuviera abriendo nuevos caminos internos, así hasta que una ola de semen la invadió, explotó en su interior como una carga de profundidad y los dos se derrumbaron en un arrasador orgasmo compartido.

Al despertar se sintió como un pedazo de tierra recién abierta por un arado. Quique fumaba a junto a ella con aire placentero, y se encontraba incomprensiblemente bien, con el cuerpo lacio y satisfecho como si acabaran de darle un masaje. En cuanto tomó conciencia de ello la invadió la confusión, le dio asco de su propio bienestar.

¾

¿Qué planes tenías para almorzar?

¾

Preguntó Quique de repente.

Respondió que pedir una pizza, aunque su voz le sonó extraña y le costó trabajo regresar a la realidad. La apetencia de sexo se había extinguido entre ellos. Sus temores eran ya un hecho consumado, una realidad y había dejado de estar nerviosa. Quique... necesitaba descanso, no le quedaba nada que intentar.

Se ducharon, esperaron al repartidor del restaurante y comieron como si fueran simples amigos. Silvia estuvo ilusionada todo el tiempo con que se fuera, rogando que le diera tiempo de llamar a Pedro antes de que llegara Benito para el ensayo. Pero Quique no parecía tener prisa, comió parsiminiosamente, y después le hizo prepararle un café y se recostó en el sofá a echar un cigarro.

¾

¿En qué piensas?

¾

Preguntó ella desesperada.

¾

No sé, en lo que voy a hacerte

¾

Le respondió con pasmosa tranquilidad

¾

. Anda, cállate que quiero darle forma.

En realidad, él también había pensado en irse, sexualmente no estaría útil hasta dentro de varias horas, pero había otra cosa: en cuanto Silvia hablara con Sagasta, todo podía terminarse; era preciso alargar aquello lo más posible. Además, estaba expedito el camino hacia la operación extendida, iba a llevarla al cumpleaños de Pablo, y ya se vería lo que daba de sí la tarde.

A Silvia se le esfumaron las esperanzas cuando vio a Quique abrir su armario y empezar a trastear entre su ropa. ¿Iba a darle a todos los tíos por vestirla como a una muñeca? La sangre volvió a helársele por las venas: no podía desobedecer a Benito. Enseguida le explicó que no debía molestarse en elegir ropa, que estaba obligada a ponerse la que había quedado esparcida por el suelo del salón.

¾

¿Órdenes de tu chulo?

¾

Preguntó Quique.

Ella agachó la cabeza y respondió afirmativamente. Quique sonrió y le hizo ponérsela. Aún Silvia no había asumido la necesidad de salir así a la calle, con esa chaqueta sin botones que dejaba ver el minúsculo top elástico, el cinturón de cascabeles que lucía a la altura del ombligo. La minifalda tampoco ayudaba, era un diminuto tubo de tela que llegaba muy pocos centímetros por debajo del culo. Quique sonrió al verla y exhaló un silbido de aprobación.

¾

Mis felicitaciones al negro, ni yo mismo habría elegido mejor. Así vas perfectamente.

¾

Por favor ¿dónde me llevas?

¾

preguntó Silvia.

¾

De momento de compras

¾

respondió él con tono misterioso

¾

, después ya veremos. Por cierto, no te olvides del bolso y de coger la Visa.

fedegoes2004@yahoo.es