Moldeando a Silvia (13)
Joven empresaria es convertida mediante chantaje en una esclava sexual.
ADVERTENCIA
Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)
Solía haber poca gente a esa hora en el Café Inhiesta, por eso Silvia lo había elegido como lugar de encuentro. Cruzó el salón con la mirada perdida y se sentó a una mesa que quedaba bastante oculta, tras una columna y un biombo. Se sentía inquieta, aún tenía demasiado frescas las heridas de la noche pasada y lo que era peor: era consciente de ser la esclava sexual de Jorge y Alberto a tiempo completo, hasta el más cotidiano de sus gestos podía hacerla acreedora de un castigo. Esa conciencia aportaba a su rostro una palidez glacial, y arrancaba humedades a sus ojos que pugnaban por encauzarse cara abajo... Pero ya había llorado en su apartamento y no iba a consentirse la debilidad de hacerlo también en público; estaba al lado de su casa y las lágrimas le destrozarían el maquillaje.
Se había puesto una falda holgada y una sencilla camisa blanca que con el temblor de manos que sufría le había costado un horror abrocharse; tuvo que apelar a desconocidas reservas de autocontrol para ser capaz de darse algo de sombra de ojos y colorete que disimularan su estado cadavérico. Salir a la calle y comprobar que nadie la miraba fue un descanso, tenía la sensación de que todo el mundo sabía lo que le estaba pasando e iba a reírse de ella... o algo peor; afortunadamente no era así; probablemente por lo poco llamativo de su vestuario nadie le prestó atención ni en la calle ni en el bar. Ahora disimular era mucho más fácil que cuando la obligaban a llevar las botas, sólo debía preocuparse de no hacer movimientos bruscos, de andar sin contonearse, para no hacer sonar los cascabeles que colgaban bajo su camisa.
Aún faltaban cinco minutos para las dos y ella recorrió el local con la vista. Había unas pocas mesas ocupadas por hombres leyendo el periódico; el silencio llegaría a ser molesto de no ser por el sonido del televisor y el esporádico ulular de las máquinas tragaperras. El camarero se le acercó con el mismo rostro gris de siempre, sin que la esperanza de atisbar un escote generoso animara su expresión. Ella le pidió una cerveza intentando que todo pareciera normal y por una vez sin rastro de displicencia.
Sus intentos de suicidio la habían dejado a un paso de la histeria, pero pensar en la vida era igualmente enervante; sus enemigos habían adquirido un poder absoluto sobre ella, un poder cuyas consecuencias iban a hacerse sentir muy pronto e iban a ser imposibles de asumir. Matarse era realmente la mejor solución. Pero... ¿Qué pintaría Pedro en toda esa historia? ¿Se podría confiar en él? De momento parecía evidente que había sido elegido como su décimo "instructor" (Aún no podía aceptar lo que había sucedido la noche anterior, aquella despiadada parodia docente...) ¿Por qué él? Y la otra pregunta: ¿Qué pretendería hacer con el poder que le habían concedido? ¿Sería de verdad tan buena persona como para no desear emplearlo? Una cosa estaba clara: aunque rehusara sumarse a sus explotadores era muy poca la ayuda que podía llegar de su parte, no iba a ser capaz de enfrentarse con sus jefes y ella nada podría hacer por evitar que lo despidieran, de hecho la obligarían a firmar la rescisión de su contrato, hasta ese extremo la tenían atrapada. Pero no, mejor no pensar, intentar aceptar las cosas como vinieran; estaba en un local público y debía evitar dar un espectáculo.
En cuanto levantó la vista encontró a Pedro casi a su lado, a punto de sentarse. Tan abstraída había estado que no lo había visto venir. Traía la cara descompuesta.
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Dios santo, mujer, me han enseñado la cinta de vídeo, me lo han explicado todo, y me he quedado asustado de lo que debes estar pasando. Mi primera intención fue ir a la policía, pero claro... tendría que incriminarte a ti en lo de tu padre...
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No lo hice
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Interrumpió ella
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. Te juro que tuve el mal momento de rellenar las cápsulas, pero un rato después traje otras nuevas de la farmacia. No lo hice
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Repitió al borde de la histeria.
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Te creo, por supuesto que te creo
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respondió con aspecto serio
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. Puedes ser una empresaria agresiva, incluso despiadada a la hora de tomar decisiones de trabajo, pero de ahí a ser una parricida media todo un abismo. Por eso me ha repugnado todavía más lo que te están haciendo, porque estoy convencido de que eres incapaz de matar a nadie, y mucho menos a tu propio padre.
Silvia no pudo aguantar más. Desvió la vista hacia el ventanal mientras los ojos se le inundaban de lágrimas, contrajo el rostro, sorbió, y finalmente rompió en un llanto callado, ocultándose la cara con las manos.
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Eh, eh. Venga, mujer
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dijo acariciándole el brazo para confortarla
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, mantén el ánimo. Te voy a ayudar. Te prometo que te voy a ayudar. Verás como conseguimos sacarte de esto.
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No hay nada que hacer
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Gimoteó ella, sin descubrirse la cara
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¿Cómo vas a evitar que me denuncien, eh, cómo vas a evitarlo?
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Tranquila. No llores. Comprendo que todavía no puedo ofrecerte nada sólido, pero ya verás como encontramos la manera. Los engañé ¿sabes? Les hice creer que entraba en el juego. El claustro se reúne semanalmente para cambiar impresiones y conjuntar los planes; yo seré uno de ellos, vamos a saber lo que intentan hacerte antes de que te lo hagan, siempre estarás prevenida. Además, si nos ponemos a pensar, si diseñamos una estrategia, es seguro que conseguiremos librarte. Debemos tener presente que lo que intentan es imposible. No se puede esclavizar a nadie en estos días, de ese hecho podemos extraer toda la fe que necesitemos.
Silvia lo miró fugazmente entre esperanzada y agradecida. Aquello sonaba mejor, pero eran expectativas demasiado tenues para pretender oponerlas a la negrura que se cernía sobre ella. Muy pronto volvió a dejarse sofocar por las lágrimas y a esconder la cara. La voz de Pedro, serena, afectuosa, susurró de nuevo consejos en su oído.
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Tranquila, mujer, ganaremos. No podías pretender enfrentarte a ellos tu sola. Son varios, lo planearon todo y te cogieron desprevenida; no has hecho nada malo, son ellos los que están cometiendo un delito terrible. Siempre te ha faltado lo que ahora tienes: un amigo, una cabeza que piense en ti junto a la tuya, alguien en quien confiar, alguien que además te avise de sus planes. Ahora me tienes a mí, no debiste intentar afrontar esto sin ayuda.
Silvia pareció relajarse un poco. ¿Sería posible? Ella, que siempre se había creído capaz de conquistar el mundo sola, y ahora estaba encantada de haber encontrado un amigo ¿Cuando había ella tenido amigos, cuando los había necesitado? La voz de Pedro volvió a sonar serena y cargada de convicción.
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De momento lo importante es que no hagas tonterías. Gana tiempo, engáñalos, hazles creer que entras en el juego, pero mantén la cabeza fría. Deja que se confíen, mientras tanto nosotros buscaremos una solución.
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¿Solución? ¿Pero qué solución va a haber, treinta años de cárcel?
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Respondió ella entrecortadamente, con tono dubitativo, mientras moqueaba y se secaba las lágrimas.
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No, no ¡Ese es otro error! Hay solución. Las soluciones están por todas partes.
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Insistió alzando la voz
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¿De verdad crees que tantos tíos pueden compartir una mujer sin pelearse entre ellos? ¿Qué sucedería si se enfrentaran Jorge y Alberto? El tiempo juega a tu favor; eres muy guapa, habrá instructores que sucumbirán ante ti, adquirirás poder sobre algunos, y podrás añadir leña a todos los fuegos. Y eso así a simple vista, en cuanto lo pensemos verás como surgen mejores posibilidades.
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Sí, eso puede hacerse
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Respondió Silvia ya más tranquila y con expresión ligeramente calculadora
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. A pesar de tenerme como me tienen habrá hombres que se dejen engatusar. Pero eso significa entrar en el juego y va a ser tan duro que no creo que pueda soportarlo.
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Recuerda que ya estás dentro; yo sólo te digo que te mantengas alerta porque seguro surgirán oportunidades de liberarte. Por ejemplo: Sabemos que instalaron una cámara en tu propio despacho, con ella filmaron la escena en que rellenaste las pastillas; si la cámara sigue en uso podríamos decir algo ante ella, intoxicar a esos cerdos con información falsa, engañarlos y tenderles alguna trampa.
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Podríamos
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Asintió Silvia, cada vez más esperanzada.
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Espera. Aún hay más: forzosamente alguien tuvo que darle el cambiazo al tarro de pastillas que trajiste de la Farmacia, la cámara debió filmar a esa persona. ¿Qué pasaría si encontráramos esa cinta? Serías tú quien podrías acusar de asesinato a Alberto o a Jorge porque por fuerza debe tratarse de uno de los dos; te habrías liberado y de paso le habrías ajustado las cuentas a ese par de degenerados. ¿Es posible que no te ilusione esa posibilidad?
Sí, la ilusionaba. Había sido providencial la aparición de Pedro, sin él jamás había pensado que la posición de sus enemigos era también vulnerable, habría sucumbido a la autocompasión o al suicidio. Naturalmente nada había cambiado, seguía sin saber si podría resistir la inminente cadena de vejaciones, pero al menos veía una nueva luz al final del túnel, veía buenas posibilidades y eso era todo cuanto necesitaba para luchar. Era cierto que estaba malherida pero seguía siendo ella misma, seguía siendo fría, cerebral y saldría de la trampa a la primera ocasión. Repentinamente sintió una increíble ola de gratitud hacia Pedro; jamás había actuado así, pero jamás había experimentado tanta proximidad hacia nadie, se giró hacia él y lo abrazó suavemente, aunque con tremenda calidez. Si lograba recuperarse sería a él a quien se lo debería.
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Benito llegó a media tarde y en un momento logró disipar el buen ánimo con que se había despedido de Pedro. Al final había almorzado con él y había llegado a sentirse francamente mejor. La idea de suicidarse quedaba pues postergada, aunque por otra parte no estaba nada segura de poder resistir, ni siquiera por un tiempo, las barbaridades de sus "instructores". Después de la tempestad había venido siempre la calma, y las últimas tempestades habían sido tan tremendas que ahora probablemente la dejarían reponerse, al menos los tres días que le habían dado de vacaciones. Eso era lo que Pedro le había dicho. Con esa idea se quedó dormida en el sofá, hasta que el sonido de la cerradura la despertó. Le costó trabajo reaccionar, pero cuando cayó en la cuenta de que Benito se había quedado con las llaves la cólera pugnó por asomarse a su rostro.
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Bueno, mi amor, todavía descansando, pero que flojitas sois las niñas bien.
Silvia no fue capaz de decir nada. Sintió la imperiosa necesidad de ponerse de pié y expulsar a aquel canalla de su casa, pero era demasiado consciente de que no podía hacerlo. Lejos de eso optó por sentarse mirando al vacío. El negro avanzó confiadamente, se dejó caer en un sillón y soltó un paquete sobre el sofá.
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Hay que ver. No me digas que sigues enfadada por lo de anoche con lo que te gustó. Yo me paso el día buscando un vestido para regalarte y tú enfurruñada todavía; no deberías ser tan rencorosa.
Ella permaneció callada. La llevaban los demonios al recordar ese episodio. Sabía que tendría que obedecer cualquier orden directa porque no le quedaba más remedio, pero desde luego no estaba dispuesta a mantener ningún tipo de diálogo con nadie del grupo; ya era bastante tener que soportarlos hasta el extremo en que lo hacía, ya era bastante tener que amordazar su odio hacia ellos. Benito no pareció amilanarse por su silencio, siguió actuando con la tranquilidad de quien se sabe dueño de la situación.
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Pero bueno ¿Es que no piensas abrir el regalo? ¿No tienes siquiera un poco de curiosidad?
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Dijo señalando al paquete con tono cordial.
Silvia quitó el lazo un poco preocupada y destapo la caja. Dentro había un vestido de Lycra negro muy largo. Al extraerlo pudo comprobar que tenía una gran raja lateral y que se cerraba con una cremallera en el lado izquierdo. Era bonito y bastante elegante, el tipo de vestido que ella habría podido comprar perfectamente por si misma. Eso la sorprendió un poco.
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¿Ves que no somos tan malos después de todo?
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Sondeó Benito
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Un hermoso vestido para una hermosa mujer.
Ella siguió hurgando en la caja y halló un precioso corpiño de seda negra semitransparente y unas bragas a juego. Ya creía haber acabado de examinar el contenido cuando encontró en el fondo una máscara de cuero negro con dos agujeros para los ojos y que le cubriría una vez puesta casi toda la cara. Se quedó mirando al afrocubano de hito en hito.
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Tranquila, tranquila, espera que te explique. ¿Querrías hacer según qué cosas a cara descubierta? ¿No lo prefieres así? Esa máscara no tiene otra finalidad que la de preservar tu identidad.
Silvia se lo pensó. Pedro le había aconsejado que intentara evitar enfrentamientos inútiles y, dejando al margen sus emociones, eso parecía razonable. Era mejor hacer de aparente buena gana lo que inevitablemente tendría que hacer de todas formas. En efecto era preferible que su identidad quedara protegida por una máscara, pero... ¿Qué significaba todo aquello? Hizo acopio de valor y relajó sus facciones. Era seguro que Benito iba a decírselo.
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Bueno, pues unos cuantos fotogramas valen más que mil palabras.
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dijo el negro
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Al tiempo que se levantaba e iba hacia el vídeo con una cinta en la mano.
Ella lo miró un tanto asustada mientras él tomaba el mando a distancia y encendía el televisor. ¿Qué iba a ponerle? ¿Era posible que aún tuvieran algo grabado que no hubiera visto? Desconcertada, esperó a que la cinta se pusiera en marcha y lo que vio la dejó de una pieza. Era una película en blanco y negro, la célebre escena de "Gilda" en que Rita Hayworth se quita el guante y casi empieza a desnudarse rodeada por el público del Casino.
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Pero ¿por qué me enseñas eso?
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Preguntó.
Benito esbozó una sonrisa maliciosa señalando a la caja, al vestido.
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Mira atentamente la escena, mira y después te cuento.
De repente, las piezas tomaron forma en la mente de la muchacha: infinidad de tíos se habían quedado con ganas de que en esa película hubieran llegado a desnudar a la artista; ahí era donde aparecía ella. Iban a obligarla a hacer ese estriptis, con la única diferencia de que ella llegaría hasta el final y llevaría una máscara. Contempló estupefacta la procacidad de Gilda, sus movimientos sinuosos, sin lograr imaginarse a sí misma imitándolos.
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No te preocupes que es fácil
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sonó la voz cavernosa de Benito
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. Memoriza sólo los pasos; no vamos a convertirte de la noche a la mañana en una cantante, habrá un playback y basta con que bailes.
Eso la ayudó bien poco. La canción estaba tan lejos de sus posibilidades que no era un problema, el problema era tener que desnudarse ante un verdadero público, y peor aún, dejarse ayudar por él. Cuando la escena acabó ella estaba pálida, pero no había hecho ningún amago de resistencia.
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Pues bien. Te explico: he encontrado un pequeño trabajo para ti en una sala de fiesta y cómo ya habrás supuesto ese va a ser tu número; eso sí, al terminar, entre los camareros del local y los voluntarios que puedan presentarse te quitarán la ropa, todo menos la máscara. ¿Alguna pregunta?
Silvia se había quedado helada, aquello le parecía una barbaridad tan grande que no tenía nada que decir.
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Entonces estamos de acuerdo. Esto, aunque te cueste creerlo, es bueno para ti. Tu sueldo en la sala pagará mis honorarios. Cuando después estés en la calle yo seré tu única protección, seré casi un padre para ti. No espero que me valores inmediatamente, pero ya lo harás. Te evitaré palizas, golpes y prácticas sexuales no regladas. El que yo esté cobrado al salir hará que solo tengas que follarte a los clientes estrictamente necesarios para completar el número asignado, ni uno más. Y después de todo ¿Qué es un simple estriptis para alguien de tu experiencia? Además tienes la seguridad de no ser reconocida. Total, una ganga. Muchas mujeres de la noche darían cualquier cosa por encontrar algo así.
A lo mejor era cierto, a lo mejor para las putas de carretera aquello fuera el trato del siglo, pero ella no era una puta y se le hacía tremendamente cuesta arriba aceptar. Y como de costumbre no quedaba ninguna otra opción. Se quedó un rato tirada en el sofá intentando aceptar la nuevo estado de cosas. Pedro le había dejado clara la consigna: fingir que entraba en el juego, eso era lo que tenía que hacer. Benito debió interpretar mal su ensimismamiento pues se apresuró a espolearla:
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Mira, yo no soy Jorge y no disfruto haciéndote daño; tenemos un trabajo que hacer, cuanto más rápida y amistosamente lo hagamos mejor para todos. Es hora de empezar a ensayar, sólo tenemos tus tres días de vacaciones.
Ella se levantó sin rechistar, se quitó la ropa delante de él y se apresuró a ponerse su indumentaria de trabajo, antifaz incluido. ¿Qué iba a hacer si no quedaba otro remedio? Pasó varias horas ensayando ante la mirada escrutadora de su "protector", intentando meterse en el papel, hacer suyos los movimientos y los gestos de Gilda. El estriptis en sí mismo no había que practicarlo, en la película no llegaba a suceder y dependería de lo participativo que fuera el público; la manera en que la desnudaran se improvisaría en cada pase.
El negro fue introduciendo comentarios como "más arriba, más abajo, o mueve mejor el trasero"; después de un largo rato se encogió de hombros y dijo que bastaba por hoy, que era seguro que sería capaz de hacerlo con cierta dignidad y todavía quedaban dos días para perfeccionarse. Además, en lo físico, ella daba convincentemente el tipo de Rita Hayworth; quedaría bien. Se marchó del apartamento dejando a Silvia agotada y sudorosa.
Nada más salió por la puerta, ella, casi histérica y sin pensar lo que hacía corrió hacia el teléfono. Necesitaba hablar con alguien, necesitaba sobre todo ver a Pedro y contarle lo que había pasado.
En cuanto sonó la voz del guionista ella le soltó la catarata de novedades huntada de lágrimas y súplicas de que necesitaba verlo. Pedro le respondió que no, que verse era peligroso y debían hacerlo el mínimo indispensable. De cara a los demás él era uno de sus "instructores", no su amigo. Si los veían juntos eso podía echar por tierra todos los planes de liberarla. A él ya le habían dicho que Benito estaba trabajando en su jornada escolar, pero no le habían contado los detalles, por eso no había podido avisarla. De todos modos las cosas no estaban tan mal como ella las veía, los instructores iban a tener unos turnos y normas muy estrictas, y lo que era más: sólo Jorge y Alberto tenían copias de la cinta inculpatoria, sólo tendría que aceptar las órdenes de los otros durante los periodos y con las limitaciones que ellos establecieran. Naturalmente comprendía lo que eso significaba, lo duro que iba a ser, pero debía recordar que era sólo por un tiempo, sólo hasta que lograra sacarla del enredo. Lo de la imitación de Gilda era por supuesto aberrante, y sin embargo también era una bagatela en comparación con lo que debía esperarle los próximos días. Había pasado por cosas infinitamente peores que un simple estriptis; debía ser fuerte y no derrumbarse ahora. Tenían que venir momentos en que necesitara mucho más de él y en los que verse tuviera más utilidad que la del desahogo, tenían que reservar para ellos el cupo de riesgo.
Silvia no era ninguna tonta, aceptó el alud de razones. Al menos podía telefonearlo cada vez que quisiera, y eso era mucho. Increíblemente, había logrado tranquilizarse sólo con oírlo.
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A Quique le faltó el valor para entrar. Había diseñado perfectamente sus planes, se había subido en su destartalado Renault cinco, y mucho más nervioso de lo que quisiera había llegado hasta la puerta de Silvia. Una vez allí decidió meterse en el café Hiniesta para tomarse un respiro y, de paso, una taza de tila.
Era media mañana y el local estaba casi desierto. Se sentó a una mesa e intentó tranquilizarse. Llevaba en el bolsillo de la chaqueta todas sus oportunidades: un sobre con el reportaje de Silvia desnuda que robó en la empresa y hasta un par de fotos en las que había trabajado de firme para trucar. En algunos de los retratos se veían piernas de gente al fondo y él sostenía una teoría: en aquella sesión alguien tuvo que follársela, por ello, un par de primeros planos de una mamada habían de ser para ella absolutamente creíbles. De hecho, ojalá que acertara, porque ahí descansaban la mayor parte de sus esperanzas.
Era una apuesta peligrosa, pero había llegado a la conclusión de que no le quedaba más remedio que actuar deprisa, antes de que toda su ventaja pudiera evaporarse. Era consciente de que en aquello se jugaba algo más que quedar mal con sus amigos; robar las fotos había sido un delito, y modificarlas otro, necesitaba imperiosamente confirmar que tales riesgos merecían la pena.
Si aquello fallaba, aún le quedaría una última posibilidad: decir que venía de parte de Sagasta y exigirle que lo llamara, que le preguntara qué debía hacer. Pero rogaba por no tener que llegar a eso, era demasiado peligroso. Si se atrevía a llamarlo y Sagasta no lo apoyaba, lo cual era probable, su poder sobre ella se habría esfumado sin remedio. Después de mucho pensarlo, casi se atrevía a asegurar que ese hombre tenía contra ella algo bastante más consistente que unas simples fotos en pelotas.
Bebió de un golpe toda la tila que quedaba en la taza. En realidad daba igual, aquello había que intentarlo; si funcionaba magnífico, y si no siempre tendría el reportaje, y algún valor sí que poseía: el de otorgar credibilidad a la historia de la felación que Silvia le hizo. Esperaba no tener que apelar a ese mezquino desquite, significaría que había perdido un buen montón de polvos y un manantial casi inagotable de futuros placeres. Deseaba con toda el alma que saliera bien, si la cosa funcionaba en toda regla el premio podía llegar a ir mucho más allá de la mera satisfacción sexual; era el cumpleaños de Pablo y habían hecho en el club un pequeño guateque; sería estupendo llevarla completamente domesticada y exhibirla un poco. Estaba decidido, un último cigarrillo y para arriba. Tenía un problema enorme pugnando por escapar de sus pantalones vaqueros.
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Silvia acababa de salir de la ducha. Cuando se levantó esa mañana había tenido intención de olvidarse de todo e ir de compras, pero nada más acabar de desayunar apareció Benito y con su acostumbrado don de mando abrió el armario y le eligió la ropa que debía ponerse si salía a la calle. Le dijo que partir de ese momento la elección de su atuendo sería siempre asunto suyo, era su responsabilidad que estuviera en todo momento sexualmente presentable. Ella, naturalmente no se atrevió a protestar, pero decidió quedarse en casa.
La ropa que seleccionó en sí misma no estaba mal; era un conjunto de color verde claro compuesto por una minifalda muy corta, un top elástico, de los que dejan fuera el vientre y los hombros, y una chaqueta de entretiempo. Aunque en el primer momento le resultara increíble, había llevado el negro su desparpajo hasta el extremo de escogerle la ropa interior. Según él, el sujetador no era necesario cuando se poseía un busto tan firme como el suyo y en cuanto a las bragas bastaba con un diminuto tanga amarillo, así no se le marcaría en la falda. Por supuesto se sintió tratada como una colegiala, humillada, pero ya estaba empezando a acostumbrarse a ese tipo de cosas y optó por tomárselo con calma. No tenía ánimo para salir así de provocativa tan temprano; a la hora de almorzar pediría una pizza y haría tiempo hasta que volviera Benito para la sesión de ensayos.