Moldeando a Silvia (11)
Joven empresaria es convertida mediante chantaje en una esclava sexual.
ADVERTENCIA
Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)
¿Qué había pasado? Estaba tumbada bocarriba sobre una superficie dura y parecía como si estuviera borracha o algo por el estilo. Ah, sí, había bajado a la cafetería y se había tomado un par de güisquis ¿o habían sido cuatro? De pronto sintió que una mano le levantaba una falda minúscula y empezaba a tantearle el coño. Intentó volver a taparse pero apenas veía y era incapaz de coordinar sus movimientos.
¾
Es increíble
¾
dijo alguien a lo lejos
¾
, borracha perdida y empapada como un campo de arroz.
¾
Y mira qué tetas, qué pezones
¾
dijo otra voz
¾
; tiene un polvazo de cagarse.
No hizo demasiado caso, concentrarse en algo le costaba un esfuerzo ímprobo y las palabras se le fueron de la mente. Había empezado a beber para tranquilizarse. Ver el contenido de la caja la había llevado al borde de la histeria; había en ella un cortísimo traje de látex negro, unos zapatos de tacón alto y un bolso, todo a juego. Una tarjeta manuscrita decía: "Cortesía del Sr Sagasta". Pero ella no se lo puso, se fue a la cafetería, recordaba claramente haber entrado al homenaje vestida de calle ¿por qué tenía puesto ahora ese traje de látex? Se le ceñía a la piel y notaba fluir el sudor por las partes de su cuerpo que cubría.
Otras manos le tiraron de arriba y dejaron sus tetas completamente al aire. Enseguida notó que se las sobaban desde varios ángulos.
¾
Mira, brillantes y húmedas de sudor
¾
dijo alguien
¾
; los pezones abultaban bajo la goma.
Pero eso no era lo peor, lo peor sucedía abajo; le abrían las piernas, le hacían adoptar distintas posturas mientras le pellizcaban las nalgas. ¿Quién sería aquella gente? Se reían, charlaban entre ellos y hacían comentarios a los que no se atrevía a prestar atención; las bragas, por supuesto, ya no eran más que un vago recuerdo del pasado. De pronto, la voz de Alberto se impuso sobre el murmullo y ella supo que lo que estaba diciendo le concernía, que era importante, aunque le costara tanto trabajo concentrarse en oírlo.
¾
Pues bien, yo creo que no vas a tener ninguna duda. De un lado te espera afrontar un juicio por parricida, que seguro perderás, y los treinta años de cárcel correspondientes, del otro entrar en nuestro pequeño juego. Si entras, este es tu primer examen y dentro de media hora puedes ser libre. ¿Qué decides?
No supo responder. Intentaba atender pero la cabeza se le iba, tener tantas manos encima, toqueteándola, no ayudaba en nada. Ah, sí, ahora volvía toda la escena. Había entrado al estudio y había encontrado allí, sentados en sillas plegables, a los trabajadores a los que quiso despedir. ¡Eran nueve! Más Jorge y Alberto, naturalmente. ¿Cómo podía haber pasado eso cuando las cosas parecían ir tan bien? Todos la miraban y Alberto la había hecho sentarse junto a él en un sofá, sobre una especie de tarima. Estaba asustadísima. Encajado el daño por lo del plagio o por la divulgación de las extravagancias sexuales, ya no podían tener con qué chantajearla, pero... ¿y si había algo más? Intentó tranquilizarse, probablemente se creían en situación de seguir amenazándola, que no había superado sus anteriores miedos, menudo chasco iban a llevarse; era verdad que podían herirla, pero sin sacar de ello ningún beneficio, al menos no la clase de "beneficios" a la que estaban acostumbrados. Había una pantalla de vídeo gigantesca colocada ante ellos y donde todos podían verla, Alberto la encendió.
¾
Bueno, pequeña, vamos a ver qué tenemos aquí. Ahora te explicarás por qué te hemos hecho venir
¾
dijo mientras pulsaba el mando a distancia.
La gente del público miraba entre esperanzada y expectante. La pantalla se iluminó y ella esperó ver la horrenda escena del chalet del fotógrafo; pero no, fue mucho peor de lo que hubiera podido esperar: se vio a sí misma rellenando las cápsulas con azúcar. Para colmo de males, sobre la mesa tenía un un reloj-calendario, por lo que quedaban claros la fecha y la hora.
Aquello la destrozó. Se sintió estúpida y, lo que era peor, se le hizo patente que merecía todo lo que le estaba pasando. ¡Había intentado matar a su padre! El maldito Quique la llamó en el momento más inoportuno y no recordaba con claridad que había hecho con los tarros de pastillas; de todos modos tampoco importaba, una cosa era clara: había matado al viejo ya fuera con las pastillas o con el disgusto de las botas, el medio era indiferente. Hasta entonces, en un acto de disciplina mental, había logrado evitar planteárselo en esos términos. Se desmayó. Le echaron agua en la cara, la reanimaron a lo justo para que escuchara a Alberto, su sugerencia de que haría bien en volver a su despacho y cambiarse de ropa, en ponerse algo más cómodo y acorde con su verdadera situación, eso si no quería ingresar en prisión dentro de la próxima hora.
Había hecho el camino en volandas, sostenida por Juan y Benito. Una vez allí la desnudaron sin contemplaciones y la metieron en el interior del vestido de goma, sin sujetador ni bragas. Ella, borracha como estaba, se había dejado hacer. Si al menos hubiera tenido la cordura de no ligarse semejante trompa... La falda apenas le llegaba a las piernas y si intentaba estirarla sus pezones rosados emergían inevitablemente por la parte de arriba. Aunque lo peor eran los zapatos, el tacón era tan alto que tenía que andar con los brazos extendidos para no caerse, con el culo hacia fuera y sacando pecho. Un coro de risas saludó su regreso al estudio.
¾
Vamos, querida
¾
se dejó oír la voz de Alberto trayéndola de nuevo a la realidad
¾
, no te líes a divagar que no hay para tanto, es una decisión sencilla. Además de aprobar este examen, o algún otro futuro al que decidas presentarte, tienes otro camino para recuperar tu libertad: Habrás de follarte a un mínimo de tresmil trescientos hombres en los próximos tres años. No te asustes, son alrededor de tres tíos al día, fácil; ¿Qué son tres años comparados con los treinta de cárcel que te esperan de la otra manera? Saldrías hecha una vieja.
Silvia no supo qué contestar, todas las opciones eran igualmente horribles. Además, alguien le introdujo algo de plástico en el coño, casi seguro un consolador, y no podía pensar con "eso" dentro. Varios hombres le tocaban el clítoris a la vez que jugaban con el artilugio. Al principio intentó resistirse, sacarse aquella vergüenza, pero tuvo que desistir; para aquellos bestias sería un placer adicional doblegarla. Aparte de eso era innegable que estaba muy caliente, que sentía la tentación de dejar a su cuerpo hacer lo que le viniera en gana.
¾
¿Y cómo sé que cumpliréis?
¾
Preguntó intentando ganar tiempo
¾
¿Como sé que tras ese número de años o de hombres, o tras pasar el examen me dejaréis libre?
¾
Silvia, por Dios
¾
oyó decir a Alberto con fingida indignación
¾
¿Te hemos mentido alguna vez? Pero bueno, reconozco que no lo sabrás, lo que en cambio sí sabes es que, si no aceptas, la cinta que demuestra tu crimen estará en el juzgado dentro de media hora. Además, este juego es emocionante para nosotros porque tienes posibilidad de ganar; si no fuera así te follaríamos unas cuántas veces y después no tardaríamos en aburrirnos, te dejaríamos en paz . Tendrás que confiar en nuestra palabra.
Jorge no se perdía detalle a pesar de ser él quien manejaba el consolador. Lo empujó hasta el fondo y contempló extasiado cómo el cuerpo de Silvia se arqueaba para recibirlo a la vez que emitía un leve gemido; estaba sucumbiendo al placer. Tenerla así era enervante, temblando sobre la mesa giratoria bajo un bosque de manos, indecisa entre las lágrimas y el orgasmo. La luz incidía sobre ella con tonos dulces y miraba a todas partes con ojos espantados. ¿Vería? Varios centímetros del consolador quedaban fuera y él, con dos dedos, lo movió hacia los lados; Silvia sollozó como una niña. ¡Qué maravillosa sensación poseer ese poder, producir ese efecto con sólo dos dedos! Hacía rato que se moría de ganas de follarla. Su segunda entrada en el estudio, enfundada en el minúsculo traje de látex y haciendo equilibrios le había provocado una descomunal erección. La hubiera tumbado sobre la mesa de inmediato, pero Alberto le había dicho que lo dejara al mando, que tenía planes sorpresa y él ya sabía lo conveniente que era no obstruir los planes de su amigo, así que se aguantó.
Silvia se sonrojó a todo lo largo de su anatomía. A pesar de la borrachera, de los dos desmayos que había sufrido, parecía que la realidad iba abriéndose paso a borbotones en su mente. Iba a volver a suceder, la pesadilla estaba tomando forma, y ¿qué hacer si aquel trozo de plástico en su sexo, aquella selva de dedos que la recorrían la excitaban incontrolablemente? Hasta el dolor, hasta la humillación eran enemigos que la incitaban a rendirse a ese perverso goce. Esta vez ni siquiera tenía el eximente de estar drogada, unos pocos güisquis no eran justificación para lo que estaba pasando. ¡Costaba tanto esfuerzo pensar! Tenía que contestarle a Alberto si entraba o no en el "juego", si se presentaba al examen. ¿El examen, qué examen? Ah, sí, había sido tremendo, si no estuviera tan cachonda se quedaría pálida por el miedo; pero mejor no acordarse de eso, preferible hasta rendirse al orgasmo antes que revivir el modo en que subió por segunda vez a la tarima, con movimientos torpes, espasmódicos, intentando no enseñar lo poco que ocultaba el traje. Qué horror, si no podía evitar recordarlo, si se iría a la tumba llevándose indeleblemente grabados esos momentos.
Los gritos de la concurrencia, las risas habían sido constantes: ¡Quítatelo, guarra! ¡Si te tenemos ya muy vista! y otras mil cosas así le decían. Sabían lo que querían, habían ido a eso, pero hasta entonces no se sintieron seguros de que ella era árbol caído y habían esperado afilando las hachas. El sólo recuerdo de aquello la excitaba, pero aún fue peor, Alberto la sentó a su lado y la obligó a ver entera la cinta de los abusos sexuales, ¡la tenían grabada desde el principio! Tuvo que revivirlo todo ¡Qué imbécil se sintió ofreciéndose a él aquel primer día! ¡Qué estúpida en el momento en que en voz alta se atrevió a desafiarlo, a robarle las fotos! ¡La habían grabado desde el primer momento y ello demostraba la solidez del vínculo Jorge-Alberto, la minuciosidad con que aquello había sido planeado! Parecía ya cómo si hiciera años de todo eso. Hacia allí donde mirara la situación era de una dureza sobrenatural; si descruzaba las piernas enseñaba el coño a diez espectadores sedientos, si respiraba hondo se le salían las tetas de su funda de látex, y los comentarios arreciaban en crudeza: "Mírala, mira como se corre; menudos pollazos que se está llevando; nunca supuse que la hija del dueño fuera una cualquiera".
Cuando la cinta llegó al polvo con Jorge la gente pareció alcanzar el paroxismo. Ella ni siquiera recordaba esa parte por hallarse bajo el efecto de la pastilla. Verse a sí misma cortándose los pelos del coño, el lento descenso de los mechones hasta el suelo fue una sorpresa devastadora. El vídeo era tan abrumadoramente explícito que hubo momentos en los que casi perdió la conciencia, pero la voz de Alberto, pausada, rebosando inteligencia prevalecía sobre la vorágine: "¿Ves querida? ¿Crees que eso es una mamada? No sabes follar. Esa es una parte de tu formación que has descuidado, es una cuestión casi de cultura general, menos mal que cuentas con nosotros como instructores".
Ella, a cada segundo creía morirse, intentaba no oír, desviar la vista, pero, hechizada, seguía mirando a la pantalla. Y por fin llegó lo que más temía: Su rostro en el televisor renunciando a toda protesta, a todo derecho, suplicando ser forjada para el placer. Entre el público se hizo un silencio sepulcral al llegar a esta parte, hipnotizados la miraron correrse, observaron las sucesivas y múltiples penetraciones, hasta el momento en que Jorge la agarró del pelo, le entregó las botas, y la cinta acabó. Fue Alberto quien tras una espera eterna volvió a marcar el rumbo de las operaciones:
"Hay una cosa que me inspira curiosidad
¾
dijo con tono campechano, poniéndose de pie
¾
, no se te escapa que soy el artífice, el cerebro de todo esto ¿Qué sientes hacia mí, Silvia?"
Estaba mareada, titubeó al responder, pero al final se oyó a sí misma decir llena de rabia: "Miedo y odio, eso es lo que siento", Aún seguía contraída, plegada en el sofá, mientras él la miraba desde arriba, sonriente. El público casi contenía la respiración subyugado por la magia del momento.
"Bien, es un buen principio, al menos eres sincera
¾
siguió Alberto con jovialidad
¾
, miedo y odio, pero ¿no hay nada más?"
"Asco, me das un asco insufrible"
¾
añadió ella, llevada por la histeria. Hizo un movimiento brusco tras el cual uno de sus pezones quedó fuera del látex; precipitadamente se apresuró a cubrírselo.
"Lo del asco, querida, es casi una redundancia
¾
dijo él tomándole la cara entre las manos y obligándola a mirarlo
¾
. Sé que comprendes lo difícil que es hacerle a alguien lo que yo te he hecho, forzar una voluntad, conjuntar las apetencias de varias personas ¿Estás segura de que no sientes hacia mí ninguna otra cosa? Profundiza en tus emociones."
Al principio se quedó confundida, pero luego llegó la comprensión y supo que esta teñía su rostro de un rojo brillante:
"Dios, admiración, maldita admiración"
¾
Rugió con los ojos cuajados de lágrimas.
"¡Aahh, ya, me admiras!
¾
Exclamó Alberto casi pavoneándose, aunque guardando la compostura
¾
Te encantaría estar en mi lugar ¿verdad? Dicen que la admiración es un sentimiento muy próximo al amor, pero ahora soy yo el que no se atreve a saber nada más. Anda, querida, ponte en esa mesa redonda, entre el público. Estoy seguro de que estos amigos quieren conocerte mucho más íntimamente.
Jamás olvidaría la jocosa malicia de su mirada, su despreocupado gesto al señalarle la mesa con una mano, mientras con la otra sujetaba el teléfono móvil. ¿Qué hacer? Todos la miraban sonrientes mientras comentaban guarrerías entre ellos. Eran sus empleados, eran los mismos hombres ante los que llevaba pavoneándose desde que era adolescente, no podía ser que fuera a suceder eso. Sólo había un camino. Obligó a sus piernas a levantarla, descendió de la tarima y se acercó tambaleándose, titubeaba, de un lado la cárcel, del otro la más terrible ruina moral que imaginar pudiera. Miró en su derredor: caras sonrientes por todas partes, ni el más leve rastro de compasión en ninguna mirada, sólo deseo a punto de ser satisfecho, su caída era una fiesta. La tapa era de gélido cristal ¿Se rompería? Cuando apoyó la nalga un escalofrío la atravesó, pero se dejó caer entera, bocarriba. Había matado a su padre y merecía cualquier cosa que le sucediera, no valía la pena luchar. La tapa era pequeña y giró levemente por el impulso. Nada más podía tener apoyadas la cintura y la espalda, tanto el culo como los hombros quedaban fuera del cristal. Intentó resistir, pero pronto su cabeza cayó hacia atrás, hacia el suelo, justo entonces la invadió la negrura, se la tragó el segundo desmayo.
Pluff. Se oyó un silbido y un golpe sordo, al tiempo que se estremecía de dolor. Era Jorge que, tras dejar el consolador al cuidado de otro, le había dado un fustazo en las costillas.
¾
Despabila, zorra, que te están preguntando.
El golpe terminó de despertarla. Ahora sabía por qué estaba allí y cómo había llegado a esa situación. Alguien le había acabado de quitar el traje y nada más conservaba los zapatos por toda vestimenta. Un cambiante mundo de piernas llenaba su campo de visión; en su deambular, a veces le pisaban los cabellos.
¾
Vamos, cariño
¾
dijo Alberto calmadamente muy cerca de ella
¾
, no deseo que se te haga daño pero necesito saber si juegas o no para saber si debo explicarte las reglas. ¿Qué eliges treinta años de cárcel o iniciar un Master de tres como folladora? Esas son tus opciones. Honestamente creo que no deberías tener dudas.
A Silvia le era casi imposible hablar en aquella postura, con tanta gente sobándole los pechos y el consolador irradiando olas de placer hacia todo su cuerpo. Qué ignominia, estaba contorsionándose sobre la mesa ante los ojos de todos.
¾
El Master, elijo el Master
¾
Jadeó con un esfuerzo supremo.
Todavía no había terminado de decirlo cuando alguien la agarró por la nuca y le introdujo la polla en la boca. Se atragantó, tosió, pero como pudo empezó a chuparla.
¾
Vale, de acuerdo
¾
sonó la voz fría de Alberto sin dejar traslucir el menor signo de triunfo
¾
. Entonces, como alumna, tendrás que adoptar una nueva identidad, te llamarás "M". Ocho horas dormirás, ocho horas serás Silvia Setién, y ocho horas serás M. ¿Aceptas?
Dios, no podía creer lo que estaba oyendo ¡Pretendían convertirla en una puta durante ocho horas diarias! Pero del otro lado la cárcel, no era capaz de negarse pero mucho menos de decir que sí, sobre todo con aquello en su boca. Lejos de apartarse, el hombre empezó a empujar hacia su garganta.
¾
Jí, acuepfto
¾
Borbotó ella.
¾
A pesar de que no estoy seguro de entenderte interpretaré eso como un sí
¾
continuó Alberto
¾
. A partir de este momento cualquiera de tus nueve profesores tienen sobre ti un poder absoluto que radica en la cinta incriminatoria. Obedecerás escrupulosamente sus órdenes pues todas y cada una de ellas gozan de la aprobación de la Jefatura de Estudios. ¿Aceptas?
Uff, hacía semanas que temía verse sometida a algo parecido a aquello, pero la realidad estaba desbordando sus peores pronósticos. No podía pensar, el consolador no dejaba de moverse, y para colmo tenía la certeza de que la repugnante escena estaba siendo grabada con todos los medios de un estudio tan bueno como el suyo. ¡Y ahora tener que estar siempre disponible para aquellos nueve energúmenos! Al menos parecía que estaba empezando a superar la vergüenza: esta vez, con polla y todo se limitó a asentir con la cabeza.
¾
Bien, querida, ya estamos terminando
¾
volvió a dejarse oír la misma voz imperturbable de siempre
¾
. Jamás rechazarás a ningún hombre que se te acerque, a ninguno; si lo hace en horas en que seas Silvia te citarás con él para cuando seas M. Alguien que desea aprender a follar debe aprovechar cualquier ocasión de practicar ¿Aceptas?
Aquello fue demasiado. Silvia no pudo responder, el hombre le sujetaba la cabeza fuertemente mientras sus movimientos se hacían cada vez más nerviosos. Se vio venir lo que iba a suceder aunque no había nada que pudiera hacer por evitarlo; muy pronto su boca se llenó de un fluido viscoso.
¾
Acepto, acepto, acepto
¾
Masculló, expulsando al aire gotas de semen que volvieron a caer como nieve sobre su cara. Ella ya aceptaba cualquier cosa.
¾
Sea pues
¾
dijo Alberto, esta vez con retintín
¾
. Acabas de formalizar la matrícula; te doy la bienvenida. Hablemos ahora de los criterios de evaluación, horarios lectivos y otros pormenores. Este examen, por ser el primero, es obligatorio; no te creo capacitada para aprobarlo, pero es bueno que sepas con lo que te enfrentas. Tendrás una convocatoria al mes, que podrás solicitar o no según desees, aunque con cada suspenso un nuevo miembro ingresará en el claustro de profesores. Te sugiero que no catees muchas veces, pronto seremos diez y no creo que quieras que ese número crezca. También mensualmente tendrás que pasar un control, habrás de estar dentro de la media correspondiente a los tres años, es decir, que haberte cepillado a noventa tíos, si no lo has hecho, la cinta llegará fulminantemente al juzgado acompañada de una nota explicativa. ¿Lo entiendes?
¾
Entiendo.
Silvia entendía perfectamente. ¡Noventa tíos al mes! ¡Nueve amos absolutos (además de Jorge y Alberto) y un examen tras el cual serían diez! Eso sólo tenía un significado: follar, follar, follar, sin descanso, con cualquiera; ¡qué horror! De todos modos estaba tan caliente que parecía como si eso fuera una cosa lejana, como si faltara mucho para que tuviera que salir a cazar hombres. Tenía los pezones erectos, la aureola dilatada y hasta se movía rítmicamente sobre las manos que cuidaban del consolador empapándolas con sus jugos. Las palabras se le escaparon sin que tuviera tiempo de racionalizarlas:
¾
Por favor, por favor, os lo suplico, dejadme al menos descansar.
Jorge tuvo una de sus inspiraciones. Se acercó a ella, la agarró del pelo y le dijo:
¾
Mira, zorra, si de verdad esto te resulta desagradable, si aspiras a que alguna vez te tratemos como a una mujer normal, lo primero que deberías hacer es dejar de comportarte como una perra en celo. No sé si te das cuenta de que así de cachonda tus noes suenan a "por favor dame un pollazo". Espero que por lo menos demuestres un mínimo autocontrol y que tengas la vergüenza de no correrte. No te corras hasta que yo te de permiso, como ya te supondrás los castigos corporales son de uso común en esta escuela.
Silvia intentó serenarse, luchar contra el pánico e ignorar los vaivenes del maldito trozo de plástico. Si al menos fuera un pene de verdad estaría más dentro de lo normal, de lo asumible; llegar al orgasmo por culpa de esa mierda era infinitamente más humillante. Repentinamente, oyó una especie de tintineo y sintió un brazo deslizándose bajo su cintura, le habían colocado alguna especie de cadena finísima por encima de las caderas, muy ceñida; también, y esto pudo verlo, le pusieron una gargantilla de cuero negro que, por todo adorno, llevaba prendida una campanita plateada.
¾
Ah, olvidé contártelo
¾
oyó otra vez la voz de Alberto
¾
, eso que te hemos puesto es un cinturón de cascabeles; a partir de ahora siempre lo llevarás, de hecho tiene un candadito y no vamos a darte la llave. Bien, en los exámenes siempre empezaremos a follarte cuatro de nosotros, pero por cada minuto completo que estén sonando los cascabeles uno se retirará; esto pretende combatir tu tendencia a la holganza. Aunque claro, tu actitud tampoco debe evolucionar hacia una brusquedad excesiva, por ello la campanilla que llevas al cuello no ha de tintinear, por cada vez que lo haga un compañero se añadirá al grupo de jodedores. Como sin duda habrás supuesto, el examen concluye cuando hayas logrado quedarte sola (en cuyo caso habrás aprobado) o cuando eyacule el último instructor; queremos que estés tranquila, tampoco en esa circunstancia tendrás ningún problema, el mes siguiente podrás gozar de otra oportunidad para ser libre.
No podía ser; el lenguaje le recordaba la época de la facultad, o incluso la del instituto; aquello no podía estar refiriéndose a... No podía ser que ella fuera ponerse a aprender a... Obligada, había dicho que sí pero ¿se podía aprender eso? ¿Había nacido ella tan puta como para estar así de caliente? Una polla empezó a empujar contra su culo y no necesitó que le explicaran que el examen había comenzado; intentó tomárselo con frialdad, no abandonarse al miedo para que la calentura no aumentara; era sólo un pene, se dijo, nada más que un pene. Otro se abrió de pronto camino entre sus labios y ella lo aceptó resignada, comenzó a chupar, al tiempo que notaba al primero completamente dentro, haciéndole daño; fuera quien fuera su propietario parecía querer metérsela hasta el almuerzo. Justo entonces se acordó de los cascabeles, si no conseguía hacerlos sonar no echaría a nadie e iban a estar jodiéndola toda la noche, hizo cuanto pudo por enviar su cuerpo sobre la polla.
¾
Mírala, qué buena está la muy puta
¾
le oyó decir a alguien
¾
, tintinea como una pandereta.
Ese tipo de comentarios le resultaban desoladores, pero estaba demasiado ocupada para atenderlos; los estímulos eran demasiado diversos, manos por todas partes, culo y boca ocupados, y hasta el odioso consolador insertándosele rígido en el coño. Sólo podía sentir fragmentariamente, allí dónde con mayor dureza fuera tratada. Lo peor de todo era no estar segura de hasta qué punto aquello era desagradable, sentir cómo, a pesar de sus esfuerzos, en su interior iba abriéndose paso el orgasmo, decidido e imparable. Aquello era una batalla perdida, seguir a ese ritmo y no correrse era sencillamente imposible; pero todavía quedaba una posibilidad: si conseguía que no se le notara, si su cara permanecía helada, indiferente, y no emitía ningún sonido ¿quién podría sospechar lo que sucedía en su interior? Era arriesgado, claro que lo era ¿pero qué remedio le quedaba? Cualquier cosa menos darles semejante gusto, además de permitir a Jorge que la castigara. Justo entonces sintió un roce en su cuello, y la campanilla emitió un tañido alegre.
¾
Que venga el quinto
¾
dijo alguien a su lado.
¾
¿El quinto? ¿Qué he hecho mal?
¾
Preguntó con voz lastimera.
Enseguida Alberto, con tono neutro, le ofreció la respuesta:
¾
Ah, mil disculpas. Olvidé mencionarte una regla: Cualquiera de tus instructores está en su derecho de hacer sonar la campanita si su polla es desatendida durante más de un minuto.
Silvia se desesperó ¿Podían seguir las cosas indefinidamente endureciéndose? ¿no iba a terminar aquello nunca? ¡Ahora eran cinco! Y lo que era peor, tenía que ocuparse de ellos simultáneamente además de evitar el orgasmo. Intentó orientarse en el bosque de piernas pero en ese momento sólo veía unos testículos. Buscó a tientas un par de pollas y empezó a acariciarlas, le estaban follando la boca, el culo, y ella sabía que alguien alrededor de la mesa, ese quinto al que no tenía con qué atender, iba pronto a tocar la campanilla. Quiso solicitar que la follaran también por el coño, pero no encontró forma de pronunciar palabra. El orgasmo reventó finalmente por todos los poros de su piel, la recorrió desde los dedos de los pies hasta la raíz del cabello y ella intentó someterse a él, dejarlo pasar dulcemente sin que aflorara ninguna manifestación externa. Aguantó, se retorció, creyó explotar de gusto con la cara inexpresiva y los vencidos labios abiertos, pero era inútil, sus esfuerzos por contenerlo lo hacían crecer más y más, sin final ni medida.
¾
Aaaaaaaagh
¾
explotó estentóreo su grito a lo largo del estudio.
En el acto sintió la fusta de Jorge machacándole el cuerpo, la cara, los pechos; se estremeció sin poder evitarlo y la campanilla tintineó como en unas siniestras Navidades de lujuria; siete, ocho, nueve, diez, ya estaban todos. Era evidente que Jorge prefería golpearla y el dolor hacía más degradante, más intenso e irreductible el orgasmo; ya nada lo podía parar, parecía que fuera a sacudirla eternamente hasta que se muriera. Semen, semen por todas partes, en los ojos, en la boca, semen escociendo sobre el rosa de las magulladuras, chorreándole del culo en el que se introducía una nueva polla. Poco a poco se fue retirando la marea, los tíos la fueron dejando con sonrisas y gruñidos satisfechos, hasta que sólo quedó la mordedura de la fusta, el dolor por única compañía. Inconscientemente, tomó el consolador ella misma y empezó a empujarlo dentro de su vagina.
¾
Pero qué puta eres, es increíble
¾
Oyó decir a Jorge.
Él era el único que quedaba, él, que la penetró por la boca hasta embutir los testículos contra sus labios.
¾
Me encanta ver como se te deforman los cachetes
¾
volvió a oír a Jorge
¾
, tu cara de perra completamente entregada, me encanta el bulto que mi polla crea en tu garganta, y por eso te aprieto, te ahogo, me masturbo a través de tu cuello, dentro de ti.
Silvia escuchó esto sin respiración, al borde de la inconsciencia y resbaló hacia la noche. Cuando despertó estaba sola, sobre la mesa, pringosa de sudor y esperma. A su alrededor todavía sonaban palabras sueltas, despedidas de los últimos rezagados y ella cerró los ojos, se hizo la dormida para que la dejaran en paz. Algo de poco peso cayó sobre su vientre y dio un respingo. A su lado sonó la voz de Alberto.
¾
Lo prometido es deuda, niña; ahí tienes la cinta de vídeo con todas tus correrías, por si te apetece masturbarte. El consolador también te lo damos de recuerdo, intenta tenerlo siempre a mano. Para que veas que somos generosos consideraremos que ya te has follado a once, es decir, que tienes tres días libres. Empezarás a mitad de semana a hacer la carrera, en la Casa de Campo.
No contestó, ladeó la cabeza y se quedó mirando al vacío. Probablemente las cosas acabarían por suceder cómo él decía, pero prefería no pensarlo. En sólo un rato su vida había dado un vuelco; el futuro era para ella un túnel sombrío plagado de trampas, un túnel sin otra luz que la de ese éxtasis malsano al que cada vez sucumbía con más facilidad. Ya no cabía pensar que aquello era una mala racha, le quedaban tres años de estudios si no lograba aprobar, y aún no le habían hablado de las asignaturas. Esperaría a que todos se fueran antes de levantarse, de examinar su cuerpo e intentar reunir los pedazos de sí misma.
FIN DE LA PRIMERA PARTE