Moldeando a Silvia (03)

Joven empresaria es convertida mediante chantaje en una esclava sexual.

ADVERTENCIA

Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)

fedegoes2004@yahoo.es

VI

ESPERANDO UN SUEÑO

Eran las seis y treinta de la mañana. En un primer momento le había remordido la conciencia ceder a lo que Alberto le proponía. Después de todo el viejo era tan amigo suyo... Pero la tentación había sido demasiado grande. Deseaba a Silvia desde mucho antes de que asumiera la dirección, desde que la vio por primera vez, un lejano primer día en el que recorrió altiva el pasillo, hacia el despacho de su padre. Por supuesto había disimulado siempre, llevando el cuidado hasta el límite de forzarse a desviar la vista cada vez que ella pasaba. Ese era el "pequeño secreto" que sólo Carmen había notado y que tan bien había sabido guardar.

No era amor, naturalmente que no lo era, (no se engañaba a ese respecto) era un deseo furioso, parecido al de un niño que se encapricha con un juguete. Se acostaba por las noches soñando con quitarle lentamente el uniforme escolar de sus diecisiete años, con descubrir aquellas tetas que él adivinaba hermosas, bajo su camisa blanca. Dios santo, todas esas fantasías podían estar a punto de cumplirse con creces. Él había sido siempre feo, solterón, y ahora además estaba en el umbral de ser viejo ¿Qué podía sucederle más tentador que la posibilidad de cumplir sus fantasías?

Había dormido mal, con la voz de Alberto resonándole toda la noche en los oídos: "Verás como sí, hombre, verás como te la follas. Todavía no se lo huele, no sabe en lo que se está metiendo. Aún tendría posibilidad de escaparse si aceptara dejar la empresa y afrontar la denuncia. Pero no lo hará, es demasiado ambiciosa, y en el fondo demasiado cobarde, nunca se ha enfrentado a una verdadera dificultad". Esta, y otras mil barbaridades parecidas le habían mantenido en un duermevela constante, dando vueltas en la cama.

Eran ya las siete menos cuarto. ¿Vendría? ¿Se atrevería a dar el paso de llamar a la Policía? ¿Y qué haría él si es que venía? Alberto le había aconsejado no cargar demasiado las tintas, aún estaba demasiado tierna y podía no resistir. Pero él no sabía si podría aguantarse, ni hasta donde llegaría; habían sido demasiados años soñando con ella, imaginando situaciones, y pájaro en mano era pájaro en mano... Si se ponía a tiro, creía que le haría lo que le viniera en gana, y ya se vería después qué pasaba, o qué facturas tocaba pagar.

Dios santo, las siete menos cinco. Fue al lavabo a echarse agua en la nuca, tenía una erección enorme.

VII

LA VENGANZA

¾

Por favor, dese prisa

¾

dijo Silvia

¾

, estoy llegando tarde a un asunto urgentísimo

¾

El taxista siguió tomándole los datos sin inmutarse.

Había pasado toda la madrugada conduciendo, la mayor parte del camino sin parar de llorar, agotada por el día de trabajo y la falta de sueño. Ya dentro de Sevilla, había embestido por detrás a un taxi que estaba parado en un semáforo.

  • Por favor, le doy cincuenta mil pesetas

¾

insistió

¾

es todo lo que llevo encima. Si la reparación fuera más cara me llama y le pongo una transferencia.

El hombre no hizo caso y prosiguió cansinamente copiando los papeles del seguro, evidenciando lo poco acostumbrado que estaba a escribir. A Silvia se le estaban acumulando demasiadas urgencias y demasiadas tensiones; además de todo daba saltitos sobre la acera, pues estaba a punto de orinarse.

Finalmente el taxista acabó de escribir, y se quedó mirando el papel, con una sonrisa entre orgullosa y aprobadora. Silvia recuperó su documentación y volvió a ponerse al volante. Salió a escape hacia el centro, hacia la Plaza del Duque, en cuyas inmediaciones vivía Alberto. Se perdió en el saturadísimo tráfico de Sevilla, pulsando el claxon a cada momento, y mirando el reloj. A las siete y cinco aparcó el coche en cualquier parte, sin fijarse siquiera de en donde estaba, y tomó un taxi hasta la casa. Ya no sabía ni por qué estar más nerviosa, por no saber lo que quería Alberto, o por estar brincando en el asiento trasero, controlando la respiración, y meándose viva.

Una eternidad después (a las siete cuarenta) el taxi la dejó frente al bloque de pisos. Salió del coche con prisa, pero moviéndose muy despacio, cuidadosamente. Después de todo, para llegar a esa hora, podría haber viajado en tren. En esta ocasión la cerradura sonó en cuanto pulsó el botón, la estaba esperando.

La misma puerta del piso se abrió antes de que llamara y ahí no pudo evitar dar un respingo y aterrorizarse: Quién estaba allí de pie, mirándola con gesto enfadado, no era Alberto, era Jorge, su empleado de la empresa.

¾

Llegas tardísimo

¾

le dijo con sequedad

¾

de milagro, quizás todavía no estés denunciada.

¾

¿Qué?

¾

Preguntó ella, en cuanto reunió fuerzas para hablar

¾

¿Por qué estás aquí?

¾

Anda, pasa

¾

rezongó haciéndose a un lado

¾

. Mi amigo Alberto me dijo que iba a mandarme a una puta fenomenal, y es estupendo que seas tú

¾

bromeó a media voz, mientras pulsaba unos números en el teléfono móvil.

¾

¿Alberto?

¾

Preguntó por el teléfono

¾

Sí mira, que soy yo. No hagas nada, acaba de llegar, se habrá entretenido por ahí deshojando margaritas. Dentro de diez minutos te llamo y te digo si traga.

Silvia lloró. Aquello era más de lo que podía soportar, de lo que podría imaginarse tener que soportar. ¡Era el colmo de la humillación! Alberto la había prestado a un amigo como si ella fuera un objeto, peor aún (si es que algo peor podía pasarle), había elegido a Jorge, amigo de su padre, y empleado ¿Qué contaría después? Porque ella sabía que los tíos lo cuentan todo siempre.

Y no quedaba ahí la cosa, lo que le había dicho al entrar, y haber oído hablar de ella por el móvil en esos términos la había dejado desconcertada, como si acabara de despertarse en un mundo nuevo, cruel y salvaje, cuyas leyes desconocía. Además de eso, apenas podía pensar, le dolía todo el cuerpo del rato enorme que llevaba aguantando de hacer pis.

¾

Mira, yo voy al baño, enseguida vuelvo y veremos.

¾

Eh, alto ahí, mocosa

¾

dijo Jorge sonriente, poniéndose delante de ella y sujetándola por los hombros

¾

. Tienes diez minutos para tomar la decisión más importante de tu vida ¿Quieres desperdiciar meando parte de ese tiempo?

Silvia se quedó quieta, pasmada ¿Cómo era posible que le estuviera pasando eso? No la dejaba pasar al baño ¿Qué decisión tenía que tomar? ¿Qué era tan importante? Enseguida la voz de Jorge vino a despejar esa duda:

¾

Tienes que intentar hacerme feliz, tienes que demostrar tu inteligencia captando al vuelo cada sugerencia que te haga; eso, por descontado, incluye un polvo, pero los detalles se me irán ocurriendo sobre la marcha.

¾

Sois repugnantes, me estáis haciendo chantaje

¾

le gritó ella histérica.

¾

Nadie te chantajea, niña

¾

le respondió él con tranquilidad

¾

. Alberto va a denunciarte, y si yo intercedo casi seguro que te perdona. Pero claro, ese perdón tendrás que merecerlo. Me ha encargado que te diga que, si aceptas, te da su palabra de que no volverá a usar lo del plagio para amenazarte.

¿Podría haber honor entre degenerados? Se preguntó ¿Cumpliría? Había estado dispuesto a cumplir con los de la revista Nature, a pesar de que su oferta era económicamente mucho más lucrativa... Pero quién sabía, el haberse encontrado allí a Jorge había abierto a sus pies un abismo de posibilidades al que le aterraba asomarse. ¿Qué tendrían tramado? ¿Hasta donde llegaría su complicidad y hasta dónde pretenderían llegar? Si tuviera algo más de tiempo... En esto vio una sonrisa de increíble placer en la cara de Jorge, y supo que algo horrible tenía que estar pasando; bajó los ojos y contempló como un hilo de pis descendía por sus muslos, sobre las medias negras, desde el interior de su minifalda.

  • Vale, vale, ya veo que es una emergencia

¾

dijo él apartándose, mientras ella corría hacia el baño.

Durante un segundo se hizo la ilusión de que iba a poder respirar, dejar de contraer el vientre, y orinar tranquila, pero no fue así. Jorge le impidió cerrar la puerta, y se quedó plantado ante ella, con una mirada entre estúpida y burlona. Silvia tardó en comprender, no le cabía en la cabeza que alguien pudiera pretender una cosa así, cuando al fin se dio cuenta los ojos se le humedecieron mucho más que los muslos.

¾

De acuerdo, cabrón

¾

gritó

¾

, ¿Es eso lo que quieres? Pues mírame mear, es interesantísimo.

Fue hacia la taza del váter y se remangó la minifalda hasta las caderas. Después, se quitó del todo las braguitas de seda blanca, y las arrojó al suelo, estaban demasiado mojadas para dejárselas puestas. Finalmente, se acuclilló sobre la taza y cerró los ojos, intentando evitar sentirse observada.

La tardanza de Silvia había lo había puesto muy nervioso. El miedo a la policía y el deseo de tenerla estuvieron alternándose dentro de él hasta que la vio desde el balcón bajarse del taxi. Entonces se tranquilizó. Verla cruzar la acera, casi contorsionándose, le otorgó la certeza de que iba a hacer de ella lo que le diera la gana. Después había venido la feliz casualidad de que llegara en ese estado, había cedido a la tentación de gozar un poco y sacarle el máximo partido a su urgencia. La había entretenido adrede, aprovechándose de sus circunstancias para empezar a meterla en materia. Pero eso no era lo mejor, lo mejor era otra carta que tenía reservada, no en la manga, en el bolsillo de la chaqueta.

Superponiéndose al chorreo, Silvia oyó un click y abrió los ojos para quedar deslumbrada por un fogonazo. Ante ella estaba Jorge con una cámara fotográfica. Instintivamente quiso levantarse y dejar de orinar, pero aún no había acabado, y el flash volvió a encenderse todavía un par de veces antes de que fuera capaz de ponerse en pie.

¾

Cerdo

¾

le gritó de nuevo

¾

, nunca hubiera supuesto en el trabajo lo asqueroso y lo cerdo que eres. Esto es demasiado, me largo.

Echó a andar llena de furia, sin fijarse en que pisaba sus bragas, y cruzó el salón a toda prisa. Jorge no intentó retenerla y estaba ya con la mano en el picaporte cuando pronunció la frase oportuna:

  • Desde luego, niña, que te vas a cargar al viejo.

Se quedó paralizada. Por Dios, era cierto. Su padre andaba todo el tiempo tomando pastillas para el corazón, tenía tarros diseminados por todas las habitaciones, era evidente que no resistiría una cosa así. Sería demasiado para él ver a su hija sometida a un proceso por plagio, o por robo, o por abuso de confianza, o por lo que ellos quisieran. Y todavía le quedaba la certeza de que perdería, y de que en ningún trabajo serio la querrían ya, después de semejante mancha. Se dio la vuelta despacio y mirando al suelo se obligó a sí misma a pronunciar un lacónico: "De acuerdo, haré lo que quieras".

A Jorge se le iluminó la cara, y enseguida se puso otra vez a marcar en el móvil:

  • ¿Alberto? Mira que sí —dijo por el teléfono—, que dice que lo va a intentar.

Continuó un breve silencio en el que Silvia oyó otra voz que le contestaba, aunque no pudo distinguir las palabras.

  • Perfecto, cada vez que quieras —prosiguió Jorge—, hasta ahora. Acércate si te apetece para almorzar

¾

y cortó la comunicación.

Había sucedido por fin, pensó, delante tenía a su presa, inerme, ofrecida como un manjar, para realizar los sueños tan largamente acariciados. No había más límite que su imaginación, y era tanta... ¿Cómo evitar excederse? ¿Cómo no vengarse, extraer de esos labios, de esos ojos llorosos todo el placer imaginado? Eran cinco años de fantasías los que estaba a punto de llevar a la práctica, casi temblaba de gozo, dentro de un momento le bastaría con la memoria, ya no tendría nunca más que volver a inventar sus tetas.

  • Bien, si estás por la labor, mejor me pongo cómodo —dijo mirando a Silvia con una sonrisa de suficiencia.

Se volvió al salón y se recostó en el sofá. Ella lo siguió despacio, sonámbula, como si andar le costara un trabajo horrible. Se quedó ante él, temiendo sus "sugerencias", y sin atreverse a levantar la vista.. Pasó un largo minuto (o quizás un largo segundo, porque el cansancio y las tensiones le habían hecho perder la noción del tiempo) él seguía callado, y sin saber qué hacer, empezó torpemente a quitarse los botones de la blusa.

  • Quieta niña, que no estás en el médico

¾

espetó Jorge con tono autoritario

¾

. Mira, mejor tómate una de esas pastillas

¾

continuó ofreciéndole un tarro

¾

, mientras yo voy liando un porro.

  • ¿Una pastilla? ¿Para qué?

¾

Preguntó ella mirándolo de frente con ojos horrorizados.

¾

Podría no decírtelo

¾

le respondió con displicencia

¾

, pero quizás así sea más duro. Resulta que no soy ningún degenerado, y que me gusta que la mujer que esté conmigo goce; la pastilla no sería necesaria si tuvieras una actitud más receptiva.

¡Droga! Pensó Silvia, sin poder evitar dar un respingo. ¿Es que no era suficiente droga el mareo y el cansancio que tenía? ¿Es que no iba a acabar de follarla de una vez y a dejarla en paz? Aunque por otra parte, tal vez le fuera bien, tal vez la ayudara a hacer lo que iba a hacer de todos modos. Se quedó de pie, sujetando el tarro entre sus dedos y sumergida en un mar de dudas mientras Jorge, impertérrito, liaba el porro.

¾

Oye, que ni se te ocurra montarme el numerito de los gimoteos

¾

le dijo mirándola fijamente

¾

. Los dos sabemos que te la vas a tomar. Recuerda que no te basta con un aprobado, ya que vas a seguir adelante, sácale algo de partido. ¿No eras tú la que decías que no hay drogas duras sino mentes blandas?

Sí, ella había dicho eso muchas veces, y claro que iba a tomársela ¿Qué remedio le quedaba? Además ¿Podría pasarle algo peor que lo que ya le había pasado? Serían sólo unas horas, pensó, tan duras como él fuera capaz de hacerlas, pero acabarían pronto, y después se olvidaría de todo, volvería a tener ante sí la misma vida maravillosa que había tenido siempre. Empezó a dar varios pasos hacia la cocina, pero se quedó parada en seco cuando volvió a escuchar la voz de Jorge:

¾

Joder

¾

le gritó

¾

¿Pero se puede saber a donde vas?

¾

A... A Buscar un vaso de agua

¾

lloriqueó ella.

¾

Desde luego que eres la hostia

¾

le dijo él en tono de broma

¾

. Con la de cosas que vas a tener que tragar ¿y te preocupas por eso?

Silvia se giró y volvió a ponerse de frente. Destapó el tarro y se tragó una pastilla, que bajó dando vueltas y arañándole el esófago.

¾

Hombre, eso está mejor, ahora fúmate el porro

¾

le dijo ofreciéndoselo encendido, y no sin haberle dado él mismo antes un par de caladas

¾

. Ah, y no te quedes ahí de pie como una pasmarota, tráete el taburete del baño, quiero tenerte enfrente.

Silvia no se atrevió a contradecirlo, fumó un poco, tosió, y se trajo una banqueta blanca en la que se dejó caer. Ya no era capaz de luchar más, era mejor seguirle la corriente, hacer lo que quisiera, por muy degradante que le resultara, y salir de allí. Estuvo fumando una eternidad, ante su atenta mirada, hasta que acabó el porro y lo aplastó en el cenicero.

¾

¿Ves cariño? Ahora, sentados agradablemente, nos parecemos más a una pareja normal. ¿Qué tal si me vas mostrando tus méritos?

Ella, sin querer pensar en lo que estaba haciendo, empezó de nuevo a quitarse los botones, pero de nuevo fue interrumpida:

-

¾

No, mujer, así no. Parece mentira que haya que enseñártelo todo. Ha de ser mucho más despacio, con arte, digamos un Strip-tease.

Jorge, que había fumado poco, sólo lo justo para mejorar sus erecciones, no podía creerse lo que estaba pasando. Era Silvia Setién (asombrosamente lo era), la cerda que despedía a la gente, que dejaba familias sin pan con la mayor indiferencia, y ahí estaba, comiéndose el orgullo, y despelotándose ante su vista. Su victoria era total, y ya sólo le quedaba saborear el triunfo de los que se arriesgan. Había sometido por completo su voluntad y la tenía ante él, a un metro escaso de distancia, levantándose despacio de la banqueta, girándose en un escorzo mientras se desabrochaba la blusa roja. El sujetador era blanco, traslúcido, podía verlo a través de la camisa abierta que lentamente iba resbalando desde sus hombros hasta caer al suelo. Le quedaban las medias, la minifalda elástica negra, y a él le constaba que debajo no llevaba nada. No se quitó la minifalda, sólo se rozó las manos por los muslos, por las caderas y la pelvis, empujándola hacia arriba, hasta que la tuvo enrollada en la cintura. Silvia estaba rota, era como una muñeca viva entre sus manos, a la que podía obligar a adoptar la forma que quisiera, una muñeca que conservaba la conciencia justa para poder llorar. ¿Cómo si no podía estar haciendo eso? Los pelos de su coño eran rizados, largos y negrísimos, y a él le parecía que la polla fuera a estallarle. El sujetador blanco se le transparentaba, humedecido por el sudor, exhibiendo casi sus pechos enormes, con esos círculos grandes y rosados que eran sus pezones, esos pezones que en cuanto quisiera estaría lamiendo. Era el momento, tetas preciosas, abultados pezoncitos, rizadísimos pelos de coño, un sólo click de la cámara, un fogonazo y toda aquella maravilla había quedado registrada para la posteridad.

Silvia tampoco podía creer lo que sucedía, ni lo que estaba haciendo, pero por lo demás sus sensaciones eran radicalmente opuestas. Cuando empezó a levantarse, se sintió la cabeza como sumergida en humo. Tener que desnudarse para ese cerdo, para ese maníaco al que escupiría a la cara, era lo más denigrante que se había visto forzada a hacer en su vida. Quizás después de todo aquellas escasas horas no fueran tan pasajeras... Pero se abrió la camisa, y a pesar de tener los sentidos embotados contempló el placer asomándose a sus ojos, y quiso que el asco que sentía fuera venenoso, y pudiera matarla, para no seguir con aquello, haciéndolo tan feliz. Cielo Santo, el agotamiento, el porro, la pastilla... todo estaba haciendo efecto a la vez, le hormigueaban los pezones, se le endurecían elevando sobre el sostén dos rosados montículos ¿Se daría cuenta? Claro que se daba cuenta, qué cara de felicidad tenía, era para eso que la había llevado a ese estado. Su cuerpo la traicionaba por todas partes, mientras se movía, mientras intentaba sonreír y parecer sexy, notaba como se le humedecía el coño, como le bajaban los jugos hasta los muslos, empapándole el vello púbico. Sonámbula, estaba sonámbula, veía turbio, hubo un relámpago de luz turbia ¿le habría hecho una foto? Parecía que se apartaba algo de la cara, ¿habría sido un relámpago? ¿un orgasmo? Por caridad, mejor morirse, ya no podía negar que estaba deseando que la follara. Quizás esa fuera la solución, que se corriera cuanto antes, por eso se puso a cuatro patas, por eso y por no poder mantenerse erguida, y fue hacia él lo más ondulante que pudo, trepó por el sofá, ofreciéndole el cierre delantero del sujetador. Él lo desabrochó sin prisas, le agarró las tetas con fuerza, hasta hacerle daño, y estuvo un momento mordisqueándole los pezones.

¾

Fóllame, por favor, fóllame ya, no puedo aguantar más

¾

le dijo con voz suplicante. La mirada despectiva que vio en él le demostró que acababa de cometer un error.

¾

Mejor fóllame tú a mí, pero espera, quizás más tarde, de momento no estoy seguro de desearlo.

¿Pero qué estaba diciendo? ¿Qué intentaba hacerle? ¿Irían a denunciarla de todos modos? ¿Pensaría dejarla así, desnuda y mojada como una perra? La voz de Jorge respondió a sus preguntas:

  • No sé, creo que no me convencen del todo los pelos de tu coño, quizás si cogieras esa tijera y empezaras a cortártelos eso me ayudaría a decidirme.

Era verdad, había una tijera brillantísima, de hojas anchas, sobre la tapa de cristal de la mesa de centro. Era una casualidad, él no podía haberle dicho eso, querría la tijera para otra cosa, no podía haberle dicho que se cortara los pelos...

  • Me has entendido perfectamente, zorra, así que empieza de una vez a pelarte el coño

¾

sonó la misma voz tiránica de siempre.

Ella estaba empezando a acostumbrarse a obedecer sin rechistar, pero aquella vez no era capaz de hacerlo, ni siquiera drogada. Era demasiado sórdido, demasiado degradante...

  • No puedo

¾

susurró con un hilo de voz

¾

, de veras que no puedo hacerlo.

  • Ah, perfecto, entonces vete

¾

le respondió Jorge, mientras la empujaba fuera del sofá

¾

. Pero dentro de cinco minutos la denuncia estará puesta, se habrá acabado la chica bien, la empresaria triunfadora, y serás para siempre una mujer marcada.

¿Qué hacer? Si pudiera pensar, si no se encontrara tan embotada... pero estaba claro lo que tenía que hacer, tremendamente claro. Cogió la tijera y volvió a sentarse en el taburete. Un escalofrío le sacudió el cuerpo cuando notó la frialdad del acero sobre la delicada piel de su bajovientre. No se atrevía a mirar a Jorge, a saber que cara tendría, ni qué estaría haciendo. Flash, luz borrosa, fogonazo, esta vez sí que le había hecho una foto, pero daba igual, ya todo daba igual. Sólo era capaz de sentir las hojas de las tijeras hundiéndose en su pelo negro, cercenando mechones que descendían lentamente, casi flotando, hasta formar un depravado montón sobre el suelo, el suelo de mármol blanco.

¾

¿A ver?

Oyó la voz del tirano, y sus dedos tocándole el coño. Seguía sin sentirse capaz de mirarlo, pero inconscientemente se movió hacia él, intentando conservar su contacto.

¾

Joder, ahora está mucho peor, pincha.

Colocón incontrolable. Tenía que mantenerse en pie, aunque le costara, así estaba bien, rozando las paredes, usándolas para guiarse. Él le había dicho algo, aunque apenas lo recordaba, le había dicho cuarto de baño, y había conseguido llegar. Pero era algo más... Ah sí, mueblecito, repisa de arriba, a la derecha, era una chica eficaz, allí estaba, máquinilla de afeitar a baterías, y otra vez de vuelta, sobre el taburete. Claro, era eso, espalda hacia atrás, apoyándose en el muro, piernas tremendamente abiertas, hasta que dolieran las caderas, y quedarse así, medio descoyuntada. Brrr, zumbido de la máquina de afeitar encendida, ojos cerrados, pasarla sin verse por la entrepierna. Oh, cielos, vibraba, temblaba de una manera dulcísima, orgasmo creciendo dentro de ella. Ahhh, ojos semiabiertos, fogonazo, luz del flash sumándose a oleada de placer, click de la cámara... Y después, ¿después? el timbre de un teléfono sonando en alguna parte.

¾

¿Sí? ¿Alberto? Todo va perfectamente, la tengo delante de mí abierta de patas, acaba de terminar de afeitarse el coño

¾

momento de silencio, voz indistinguible en el otro lado, y de nuevo Jorge:

¾

Que sí hombre que sí, pasándolo bomba, nos vemos para almorzar y te enseño las instantáneas.

Placer, placer, placer, placer, voz ronca de Jorge hablándole a ella, como un faro, enseñándole el camino a seguir:

¾

Arrástrate hasta aquí, zorra.

Increíble, lo increíble se estaba volviendo costumbre. Silvia Setién venía hacia él a cuatro patas. Conservaba puestas las medias negras, ciñéndose sobre sus muslos, y acabadas en unas bonitas ligas de color azul. Tenía todo el cuerpo sonrosado, como si el rubor hubiera abarcado toda su anatomía, y las tetas... esas tetas grandes, perfectas, se le bamboleaban al compás de sus rodillas mientras caminaba a gatas. Y ya estaba allí, él tenía la bragueta abierta y se acariciaba la polla sin disimulo. La cabeza de Silvia amaneció como un sol moreno entre sus piernas, se metió el tranco en la boca y empezó a chuparlo, con los cabellos rozándole los muslos como una cascada azabache. Quiso agarrarla de los pelos y marcarle el ritmo, empujarla arriba y abajo, pero no, mejor rozarle suavemente la cara, apartarle despacio la melena. Tenía los ojos abiertos, y sus manos le quitaban el cinturón, le desabrochaban los pantalones. Era bueno no ceder, agarrar la cámara y sacar una foto, y otra más, de sus labios cerrándose sobre su polla, con los cachetes hundidos, deformados por la succión. Sus ojos permanecían abiertos y siguió chupando, ya no le importaba ser fotografiada, se hacía necesario volver a instruirla:

¾

Cuando me corra lo tomarás todo en la lengua, y no te tragarás la leche, ni permitirás que se derrame una sola gota.

Y ahora ya sí, ahora agarrarla de los cabellos y empujarla sobre su verga, dejarla toser y apretar más, vencer la resistencia de su campanilla hasta que le llegara a la garganta, hasta notar sus labios acariciándole los huevos, y entonces volver a tirar, oír sus amordazados gemidos mitad de placer y mitad dolor por sus pelos a punto de ser arrancados. Empujar y tirar, empujar y tirar salvajemente, con la polla enorme y durísima horadando el rojo de aquellos labios, hasta la explosión final, hasta tener que tirar de nuevo y esparcir su semen por aquella lengua que se extendía para recogerlo muy fuera de su boca, tremendamente abierta, mostrando toda la dentadura. Y entonces otra vez fotos, desde varios ángulos, ojos de Silvia mirando la cámara entre adormecidos e incrédulos, lengua fuera, ahuecada, completamente llena de su esperma, leche sobre sus muelas, sus dientes, un hilo colgaba por los labios acabando en una gota que reposaba en su barbilla. Eso merecía muchas fotos, antes de volver a hablarle, de decirle:

  • Es suficiente, ahora ya puedes tragar.

A continuación levantarse, sacudirse de encima la ropa que Silvia le había desabrochado y ayudarla a andar, sentirla desnuda ir y venir cuando chocaba contra su cuerpo al tambalearse. Increíble, sujetarla por la cintura y conducirla hacia el dormitorio, una vez allí empujón, tirarla sobre la cama de matrimonio. Estaba consciente, sus movimientos eran sinuosos y torpes, pero sus ojos miraban a todas partes, quizás sin ver. Había caído con las piernas abiertas, ofreciendo a sus ojos el coño desnudo y pelón, rosado como una golosina. Encendió la lámpara para ver mejor, le metió los dedos y le abrió los labios, gemía como una perra, sacó otra foto de ella, varias, todas las que pudo, con los labios abiertos, sin descuidar que al fondo se viera su cara. Oh, sí, había que volver a decirle algo:

¾

Anda, cariño esas manitas

¾

cogiéndoselas y llevándolas hasta el sitio

¾

. Así cariño así, manteniendo abiertos los labios. Una sonrisita para que papá te retrate.

Perfecto, lo hacía, la raja quedaba expedita hasta el fondo, los deditos de ella con las uñas pintadas, y su cara allá lejos, con la mirada ida. Importante variar los ángulos, y disparar las últimas cargas.

¿Qué estaba pasando? seguramente estaba teniendo una pesadilla. Tenía un sabor salado en la boca y estaba cachondísima. Había un desconocido encima de ella y estaba follándola, su polla le entraba y salía del coño produciendo un chasquido húmedo. Sentía sus pezones durísimos aplastándose sobre el pecho del hombre y el contacto de su piel irradiando calor por todo su cuerpo. Pero no pasaba nada, pensó a la vez que gemía, no era un desconocido, era Jorge ¿Jorge? ¿Y él no formaba parte de la pesadilla? Era curioso, juraría que hacía un momento acababa de chuparle la polla a alguien, pero era imposible, ella jamás haría eso. Se corría, se corría como una loca ¿Qué habría que hacer para volver a tener alguna vez sueños así? Santo Dios, parecía como si los pezones fueran a explotarle. De pronto notó que el hombre se retiraba y se echó hacia él, pero estaba demasiado amodorrada. El hombre empezó a moverla, a girarla sobre la cama hasta dejarla bocabajo, y entonces se colocó sobre su espalda, sintió su pecho sobre los omoplatos, su peso, y eso la hizo levantar el culo. ¿Era una polla la que se lo estaba rozando? "Por ahí no", creyó susurrar, pero qué importaba, se sentía ancha, sabía que todo iba a caberle, y estaba bien así, probarlo en un sueño, sin culpabilidades, sin sentirse humillada mañana, ni ver en la cama manchas de sangre.

Sí, el tipo estaba empujando y se la iba a meter, arqueó la cintura hacia arriba para facilitarle el trabajo. Ufff, estaba tan caliente... Ahora parecía que estaba empezando a entrar, notaba dentro la cabeza, y como él presionaba despacio, introduciéndole una tranca gorda y dura, centímetro a centímetro. Ahggh, era estupendo, tenía la cara encajada en la almohada y el hombre le apretujaba las tetas, le pellizcaba los pezones, hasta hacer que le dolieran. Todo estaba bien, mañana tampoco habría cardenales. Ya tenía la polla completamente dentro y el tío la metía y la sacaba con furia, moviéndola como un molinillo hacia los lados, igual que si estuviera en su coño. Dios, como le gustaba... como la sentía enterrarse dentro de ella, el golpeteo de los huevos sobre sus cachas, llegando cada vez más y más y más adentro. Era enorme y la poseía, ella pertenecía entera a aquella polla gigantesca que la empalaba, la dividía en dos mitades temblorosas, sacudidas por continuos orgasmos. Por Dios, qué hermosa y descomunal la sentía, parecía que le fuera a salir por la boca. Se corría, se corría como una cerda sollozando dulcemente, y el hombre gruñía como una bestia. Si no era Jorge, ¿podría ser Alberto? ¿Sería el diablo? Daba lo mismo, él también se corría, sintió la verga agrandándosele aún más por dentro, al tiempo que era agarrada del pelo y los empujones adquirían un ritmo imperioso. El culo se le llenó de leche, fue una corrida generosa y larga, con los movimientos del hombre decreciendo pausadamente como una marea. Al final rodaron los dos de costado, exhaustos. Ella pudo sentir como la polla retrocedía, disminuía de tamaño, mientras casi se quedaba dormida con ella todavía dentro. Qué suerte tienes guarra, se dijo antes de resbalar hacia la nada, haber tenido un sueño tan maravilloso...

Jorge encendió un cigarro. La luz de la lámpara no le pareció suficiente y por eso se levantó a abrir la persiana. Tenía el cuerpo lacio y satisfecho, se sentía tan limpio como si fuera un recién nacido. Se quedó mirándola. Joder, que buenísima estaba. Yacía bocarriba con una pierna doblada bajo la otra y los pechos llenos de marcas púrpura. Dio una calada. Si alguien le hubiera dicho que iba a sacar tanto de ella no lo habría creído. Qué barbaridad, si se le estaba poniendo dura de sólo mirarla, si le estaban entrando ganas de volver a follarla; pero no, ya no quedaba nada más que pudiera hacerle, al menos de momento. Mejor tumbarse a su lado y seguir fumando, mirar la luz de la mañana acariciar toda esa hermosura. Qué bien, qué cigarro más estupendo, pero ya era suficiente, era hora de concluir con todo ese éxtasis contemplativo.

Una mano le zamarreó el hombro pero por alguna razón no lograba despertarse. Entonces escuchó un ruido fortísimo y le dolió la cara ¿la habrían abofeteado? Había una voz muy lejana gritándole algo.

¾

Que te despiertes, zorra, despiértate de una vez.

Y abrió los ojos. Era la cara de Jorge muy cerca de la suya, contorsionada y gritándole:

¾

Venga, que te vayas, ya no tienes nada que hacer aquí.

Entonces empezó a recordar. Sí, sí, la de cosas que habían pasado. Hizo un esfuerzo enorme y logró sentarse en la cama. La ventana daba vueltas, todo era pesadísimo, y apenas conseguía convertir los alaridos de Jorge en frases que tuvieran sentido. Plaff, otra bofetada, mejilla ardiendo, y ponerse de pie, andar a trompicones hacia el cuarto de baño. Ah, sí, lavabo, espejos, agua en la cara ¿de quién serían esos ojos tan hundidos? Mierda, cuántos cardenales, qué pena de mujer. Ah, y también la nausea trepándole hacia arriba; despacio, había que arrodillarse, llevar la barbilla hasta la taza del váter y dejarla allí, y entonces vomitar, ruido gutural, y vomitar más hasta quedarse vacía. ¿Mejor? Sí, quizás mejor. Suelo estable, otra vez de pie, lavabo, agua... Oh, Dios, la cara de Jorge a su lado, tirón del pelo, grito.

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Mierda, creo que te dije que te largaras ¿me entendiste?

Asentir. Sí, sí, había entendido. Al salón, ponerse de cualquier manera el sujetador, la camisa roja, desenrrollarse la minifalda de la cintura. Ah, el bolso, importantísismo no olvidarlo, y a la puerta, a la ansiada y bendita puerta de la calle, pero... Cielos, lo del plagio. Entonces volverse hacia Jorge, a un paso detrás suyo, y obligar a brotar la pregunta:

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¿Me denunciará?

Carcajada de Jorge, cara contenta, silencio, silencio, no responde, ya parece no tener prisa, y entonces:

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No sé, ya lo hablaremos ¿recuerdas que no te prometí nada?

Sí, sí, recordaba, era cierto, sólo le había prometido interceder, y él lo haría, seguro que lo haría.. Al fin abrir la puerta del piso y salir, llamar al ascensor que tardaba un siglo en llegar y escuchar a su espalda, por última vez, la voz de Jorge:

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Ah, casi me olvido de darte una buena noticia: Has ganado en todo, es casi seguro que el Señor Sagasta venga a trabajar con nosotros, estamos discutiendo los últimos detalles del contrato.

¿Buena noticia? No sabe, después lo pensará. El ascensor ha llegado y hay que meterse e ir hacia abajo. Por fin respirar, la calle. La luz la deslumbra, rebuscar en el bolso; no, ha dejado en casa las gafas de sol. Andar despacio hacia la Plaza del Duque, sentarse a la sombra, y echar la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados. Por fin gente normal, los coches, el bullicio de la ciudad. Probar fuerzas y ponerse de pie. Oh, no, había una mancha de sangre en el banco en el que se había sentado, andar deprisa, apartarse para no ser relacionada con esa vergüenza. Qué suerte, al menos la minifalda era negra. Seguir andando hasta que se secara, hasta dejar de sangrar, barajar nombres de calles, rótulos en la mente. Si al menos pudiera recordar donde había dejado el coche...

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