Moldeando a Silvia (01)
Joven empresaria es convertida mediante chantaje en una esclava sexual.
ADVERTENCIA
Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)
"El mundo llama inmorales a los libros que le explican su propia vergüenza"
Oscar Wilde
MOLDEANDO A SILVIA
El móvil sonó en mal momento; Silvia estaba desnuda, levantándose de la cama, cuando el teléfono empezó a chicharrear dentro del bolso. El profesor Castell, todavía acostado y medio adormecido por el placer, miró con interés a la chica. Tenía los pechos discretamente grandes, erguidos; dentro de unas horas probablemente ni él mismo podría creerse que se había acostado con esa maravilla de hembra.
Silvia corrió, rebuscó entre sus ropas, abandonadas en el más completo desorden, y extrajo de un bolso minúsculo el maldito aparato. Tenía idea de quién debía ser; hacía unos días su padre había sufrido un infarto y de cuando en cuando la llamaba su hermana Alicia para informarla. A pesar de la gravedad se había quedado en Barcelona. El problema la cogió en mala época, tenía que exponer ante el tribunal su proyecto de fin de carrera y tenía que exponerse ella misma ante su presidente, un tal profesor Castell. Estaba segura desde hacía rato de que obtendría una calificación magnífica, completamente acorde con la brillantez de su expediente académico.
Contestó al teléfono un poco tensa, como si temiera que quien la llamaba pudiera adivinar lo embarazoso de su situación. No se trataba de Alicia, era su propio padre desde el pueblo y ella sabía lo que eso significaba. "Publicidad Setién" era una empresa familiar y el viejo había venido dirigiéndola desde que la fundó; ahora era ella la que debía ponerse al frente. Naturalmente dijo que sí, que saldría enseguida y se despidió con unas cuantas evasivas.
En Barcelona estaba todo ultimado. El profesor Castell era asunto resuelto, el proyecto estaba acabado y se había asegurado de su éxito, ya nada la retenía allí. Lo demás eran fruslerías de las que se resuelven a golpes de cuenta bancaria. Ni siquiera se había planteado lo que costaba el apartamento que tenía en Madrid, en pleno Paseo de la Castellana, pero lo tenía de su propiedad, vacío para cuando apeteciera habitarlo. A veces se daba cuenta de que la gente normal no vivía así, de que era una niña de papá, entonces lo llamaba por teléfono, le lloraba un poco y le sacaba un par de millones. Había cosas que era mejor tener claras.
A pesar de que le hubiera gustado ir directamente a Madrid tuvo que hacer escala en Villamela; detestaba conducir en viajes largos pero la visita a la casa familiar era obligada. En aquel villorrio, casi entero propiedad de los Setién, ella se sentía como una reina sin corte; los lugareños se quedaban mirando su flamante BMW con una mezcla de asombro y envidia. Era un mundo que se le había quedado pequeño, pero no había nada que pudiera hacer, su padre se disponía a recluirse en él, huyendo de las tensiones de la vida empresarial y era allí donde tenía que recibir la inevitable colección de consejos. Las cosas estaban así.
En realidad, quizás lo que le fastidiara fuera que aquel era el territorio de Alicia; ella hacía y deshacía en el caserón familiar y tomaba las decisiones respecto a las tierras. No le molestaba que fuera así, carecía de aficiones agropecuarias, lo que la sacaba de quicio era que la mirara por encima del hombro y le criticara su desapego. ¿Qué iba a hacerle si ella era una mujer de mundo, si se ahogaba en el pueblo? Que disfrutara cuánto le apeteciera de su reino feudal, pero que la dejara vivir su vida.
Aguantar a su padre tampoco se le hacía demasiado agradable y menos ahora que pretendía adoctrinarla en la dirección de la Agencia. Para todo el mundo Don Enrique Setién era un gran hombre y un empresario modelo, pero ella conocía demasiado de cerca al ídolo como para compartir esa opinión. Él ni siquiera era un verdadero empresario, no era más que un fotógrafo aceptable que había tenido la suerte de que no lo contrataran en el periódico en el que pidió trabajo, si lo hubieran hecho ahora no sería más que un mísero reportero envejecido en la bohemia... Pero bueno, al menos había trabajado duro, eso había que reconocerlo.
Resistió tres días de sabias directrices e informes detallados, dándose perfecta cuenta de que su padre no quería dejar la empresa y de que era su corazón el que lo había obligado a apartarse. Afortunadamente, en eso Alicia era una aliada, estaba contentísima de haber recuperado al viejo para su mausoleo particular. Hizo como la que escuchaba, pero sin prestar demasiada atención; su padre no podía comprender que no le estaba diciendo nada, que no se haría una idea del estado de la Agencia hasta que tuviera delante todas las cifras. Así en general ella ya sabía que si algo sobraba en la empresa era talento y camaradería... ya haría cuanto pudiera porque se moderaran tales excesos. En lo único que necesitaba ayuda él no podía aconsejarla y es que había un socio minoritario, un tal Jorge Cifuentes con el que no sabía qué hacer. Sólo era propietario de un veinte por ciento del negocio, pero lo había levantado junto al viejo y era muy respetado por la plantilla ¿Habría manera de que aceptara las reformas que tenía en mente? Eso tendría que verlo sobre la marcha, pero se temía que no iba a ser fácil. Una cosa estaba clara: dirigir la empresa era una oportunidad excepcionalmente buena para ella.
Una mañana cualquiera se montó en el coche y se largó para Madrid. Nadie hizo nada por retenerla, su mundo y el de Alicia eran demasiado incompatibles, y su padre comprendía que para bien o para mal era necesario que alguien cogiera las riendas. No hubo grandes despedidas ni se derramó ninguna lágrima, sólo arrancó el coche y se fue; en realidad todos tenían ganas de que acabara la comedia.
Instalarse en Madrid fue cosa sencilla, había vivido allí largas temporadas y a la casa no le faltaba un detalle. Tenía bastantes amigos, sobre todo en el club de hípica, unas pocas horas le bastaron para sentirse en casa.
I
LA NUEVA DIRECTORA
Aunque había varias delegaciones otras ciudades la sede central de "Publicidad Setién" se hallaba enclavada en un polígono industrial de las afueras de Madrid. La finca era bastante amplia, había un pequeño aparcamiento para los altos cargos, y dos edificios; el primero de ellos de tres plantas albergaba oficinas, laboratorios y estudios fotográficos, el segundo no era más que una nave que usaban como almacén y en la que a veces se construían los decorados. Aquel, en definitiva era un lugar en el que se trabajaba duro, en el que la gente estaba acostumbrada a trabajar duro y a divertirse con la misma intensidad con la que trabajaban; nadie estaba contento del cambio que iba a producirse en la dirección, y menos que nadie Jorge Cifuentes.
Jorge sabía que había cosas de las que tenía que despedirse para siempre. Aunque la "niña" llegara bien aleccionada y con ideas continuistas (que no iba a ser así), la relación de amistad y confianza que había mantenido con don Enrique era irrepetible. Ahora había una intrusa al mando del negocio, una jovencita cursi en una plantilla casi enteramente compuesta por hombres; ni siquiera las bromas volverían nunca a ser las mismas.
Intentaba resignarse pensando al fin y al cabo era la hija de un amigo. Debía intentar soportarla, al menos mientras las reformas que impulsara no fueran demasiado alocadas; tenían el objetivo común de ganar dinero y eso debía facilitar las cosas. Pero daba igual, se le revolvían las tripas de imaginar a esa niñata ocupando la dirección. Aunque minoritario él también era un socio capitalista, el puesto debía haber sido suyo.
Hacía un rato la había visto pasar contoneándose, con el culo enfundado en una discreta minifalda; ligeramente provocativa, pero cumpliendo las normas de la seriedad. La conocía desde que era una adolescente y venía a ver a su padre a la salida del Instituto, ya entonces le caía mal. Repentinamente, sonó el zumbador en su mesa, por primera vez era llamado al despacho de la nueva directora. Se levantó de mala gana, recorrió los escasos metros que lo separaban de la habitación y entró sin llamar.
La chica, cuyas gráciles piernas asomaban bajo la mesa, desentonaba en el serio ambiente del despacho como desentonan las flores en los cementerios; pero aquella era una flor atípica, quizás sólo un cúmulo de espinas cuidadosamente recubiertas de unos hermosos ojos negros.
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Siéntese
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dijo Silvia, con tono almibarado
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. Usted ha sido el hombre de confianza de mi padre y por eso le he llamado en primer lugar.
Jorge aceptó la invitación con algún recelo y se dejó caer en una de las dos sillas de piel que había frente a la mesa de escritorio. Miles de veces se habría sentado en ese mismo lugar, a despachar asuntos con el viejo, pero ahora las cosas serían radicalmente distintas. La muchacha guardó un breve silencio y enseguida entró en materia.
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Bien, me gustaría que tuviéramos un buen clima de trabajo, y que me concediera el mismo apoyo y dedicación que concedió a mi padre. Como comprenderá, muchas cosas hay que deben ser cambiadas y querría gozar de su colaboración. Mi padre, a pesar de su experiencia, no es más que un anciano y ha estado posponiendo aspectos relativos a la modernización de la empresa. No debemos olvidar que esto antes que nada es un negocio, no un centro de divulgación artística; si perdemos dinero lo perdemos todos.
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Naturalmente podrá contar conmigo para lo que desee
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dijo Jorge con suavidad. Coincido en que hay mucho que modernizar, el avance en tecnologías de la imagen es tan rápido que en pocos meses se quedan anticuados los equipos...
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Lamento comunicarle que mi proyecto es bastante más vasto que una mera renovación del material
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interrumpió ella
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; en realidad el desfase del equipo no es sino la primera consecuencia de una mala gestión. Si busco su comprensión es porque hay varios empleados a los que no se renovará contrato, y me gustaría no los apoyara... sería de mal efecto.
Jorge asintió con una inclinación de cabeza. Sabía que a eso acabaría por llegarse. A la dichosa niña le importaban un bledo el arte y los artistas, venía con su título crujiente y sus criterios mercantilistas, dispuesta a arreglarlo todo a golpes de talonario. No había crecido allí, no tenía las manos manchadas de revelador, no sabía el trabajo que cuesta hacer un buen reportaje, ni los riesgos que a veces se corre para hacerlo; la dichosa niña sólo sabía que quería hacer dinero lo más pronto posible.
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Usted es la dueña
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dijo Jorge, encogiéndose de hombros con estoicismo
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. Permítame nada más comentarle que hay aspectos como la lealtad a la empresa que deberían ser valorados a la hora de seleccionar al personal. Además, no siempre conviene echar a un trabajador poco productivo, si es joven y con talento puede ser una buena inversión.
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Talento, talento
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interrumpió Silvia, sonriendo con superioridad
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¿Podría alguien indicarme qué es eso, o en qué unidad se mide? Con esa sola palabra acaba de resumir el peor de nuestros males; nosotros necesitamos realidades, trabajo serio, nuestros clientes no se conforman con cosas tan vagas como el talento.
En un principio, Jorge hizo intención de responder, pero enseguida desistió. La cara de la muchacha exhibía una mueca irónica, sería una estupidez intentar que se enterara de algo. Sus ideas parecían tan claras y definitivas que rebatirlas desembocaría en un enfrentamiento inútil.
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Esa es la lista de los empleados a los que no tengo intención de conservar en plantilla
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prosiguió ella
¾
. Como verá elimino personal técnico, reporteros, y a la maquilladora, y me propongo contratar comerciales y a un par de especialistas en diseño gráfico informatizado.
Jorge echó un vistazo al papel, y en sólo unos segundos dejó de leer. Era gente que llevaba muchos años trabajando allí, en algunos casos amigos suyos. Sintió la tentación de romper una lanza por ellos, pero se abstuvo. Aquello era peor de lo que había imaginado.
¾
¿Y en cuanto a mí? ¿Qué hay de mí?
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preguntó, sin poder evitar cierta ironía
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¿En qué lugar encajo yo en el nuevo organigrama?
Ella pareció titubear, por no esperar una pregunta tan directa. En un momento se rehizo.
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Usted... Usted representa lo mejor de lo antiguo, usted es un excelente productor y dará a la plantilla sensación de continuidad. No obstante, temo que habremos de liberarle de algunas de las responsabilidades que ha venido teniendo: nombraremos a un codirector comercial, para que pueda dedicarse de lleno a sus otras ocupaciones. Espero que no se sienta menospreciado.
¾
Como desee, nadie protestó jamás por trabajar menos
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respondió con fingida indiferencia.
Un silencio tenso cayó entre ellos. A Silvia le hubiera gustado poder tratar mejor al hombre de confianza de su padre, pero quería sacar la empresa a flote, y ello era imposible si no rompía con las antiguas maneras de hacer las cosas. Era consciente de que estaba librando una batalla decisiva, Jorge era un valiosísimo director de proyectos, si lograba ilusionarlo con su reforma la habría encaminado hacia el éxito; no obstante, se daba cuenta de que era difícil que le ilusionara verse relegado a un plano secundario, a la vez que separarse unos cuantos amigos. Quizás si consiguiera implicarlo en algo importante...
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Cambiando de tema, he estado hablando con el representante de Ron Maracagua y no están contentos con nuestra propuesta de campaña. ¿Estamos haciendo algo a ese respecto?
A Jorge le costó poco esfuerzo centrarse en la pregunta, hablar de despidos se le había hecho desagradable.
¾
Estamos explorando una nueva línea, con nuevos slogans, y distintos diseños y fotografías, pero no creo que hayamos concluido antes de un mes. Probablemente, nos interesaría mucho tener un reportaje del que he oído hablar, hecho en las playas de Cuba. El autor es un conocido mío, Alberto Sagasta, un fotógrafo genial que trabaja para una agencia de noticias.
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Deme su teléfono
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dijo Silvia con aspecto ilusionado
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. Intentaré comprar las fotos y hasta al autor si no se vende muy caro. Necesitamos un fotógrafo de confianza que ayude a cubrir el hueco de mi padre.
A partir de ahí la conversación desembocó en un largo monólogo de Silvia que Jorge se tomó como una mera declaración de intenciones, y sólo escuchó en momentos sueltos. Daba igual lo que dijera; aquella chica, acostumbrada a triunfar con facilidad en todo, iba a destruir el trabajo de su vida. Él había contribuido a crear todo aquello. Junto al viejo había sacado de la nada a "Publicidad Setién", había reunido a ese equipo que ahora ella iba a desmembrar de un plumazo. La muy imbécil no sabía lo difícil que es conjuntar a diseñadores, cámaras, guionistas, en una tarea común; cuando la gente colabora y ese equilibrio se logra es un delito perderlo, echarlo a rodar por unas pocas monedas.
Jorge esperó pacientemente a que acabara el discurso y volvió a su mesa de trabajo, al consabido y minúsculo cuartucho al que pomposamente llamaba "oficina". Estaba indignado, triste, y casi se arrepentía de haberse dedicado con tanto ahínco a levantar aquello. Por primera vez en su vida deseó destruirlo todo él mismo, quizás no únicamente por venganza, más bien por darle a muchos sueños una muerte digna. Dejó transcurrir unos minutos hasta que vio a Carmen, la maquilladora, entrar en el despacho. Primera cabeza para Madam Guillotina, pensó, primera víctima de la flamante directora. Entonces, miró a su alrededor para asegurarse de que estaba solo, y marcó un número de teléfono.
¾
¿Alberto?
¾
Sí, soy yo
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sonó el auricular.
¾
Mira, soy Jorge. Te llamo porque le he contado a Silvia, la hija de Don Enrique, el magnífico reportaje que hiciste en Cuba. Quiere comprártelo y de paso intentará ficharte, te lo aviso para que estés prevenido y saques lo más que puedas.
La línea permaneció un momento en silencio y al final se dejó oír la voz de Alberto.
¾
¿Tú vendiendo a Publicidad Setién? No puedo creerlo. ¿Tan mal te cae la niña?
¾
Como un tiro en las tripas. Va a despedir hasta a la limpiadora.
¾
¿Y es guapa Doña Silvia?
¾
Una preciosidad cargada de mala leche. Morenaza, ojos negros, veintidós años, tetas grandes y un cuerpo de película. Mejor no sigo, no sea que me oiga.
Alberto volvió a callarse, como si reflexionara, y sólo unos momentos después el auricular volvió a llenarse con el sonido de su voz.
¾
Bien, veré qué puedo hacer. Si nos quiere al reportaje y a mí, seguramente nos tendrá; la gente así lo consigue todo siempre.
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Desde luego que no hay quien te entienda
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dijo Jorge, enfadado.
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No te preocupes
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respondió Alberto con jovialidad
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, ya entenderás. Veré el modo de que saquemos tajada. Recuérdame que te debo una.
Jorge colgó el teléfono bruscamente. Aún conservaba fresca en la memoria la época en que Alberto y él andaban metidos en todos los fregados; India, Afganisthan, Bangladesh, eran sólo una parte de su sombrío recorrido como reporteros de guerra. Mientras él se la jugaba, su amigo siempre había sido un francotirador, y había tenido la virtud de exasperarlo. Por suerte, y a pesar de su cinismo, era de la clase de gente en que se podía confiar, acostumbraba a dar lo mejor en los peores momentos. ¿Seguiría conservando ese fondo de lealtad después de los diez años que llevaba casi sin verlo? Nada más el teléfono y alguna ocasional reunión de trabajo los habían mantenido en contacto.
La cara llorosa de Carmen, recién salida del despacho de la bruja, lo sacó de su ensimismamiento. Entró a través de la puerta abierta y se acercó a él para murmurarle:
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¿Sabes lo que te digo? Por mucho que te gusten sus tetas la niña esa es una hija de puta.
No le respondió. Carmen era muy amiga suya pero no estaba en ese momento para escuchar nada, ni siquiera que estaba absolutamente de acuerdo con ella. Se alejó enseguida. No debía gustarle que la viera nadie en ese estado. ¿Qué importaba? Nada podía hacer. Ningún despido había lamentado tanto como el suyo, entre otras cosas porque le infundía ánimos a todo el equipo, y porque ella había sido la única, ¡la única! que se había dado cuenta de su pequeño secreto. Se había dado cuenta y lo había conservado con tanta discreción y cariño que no se había sentido molesto. Carmen poseía un grado de conocimiento humano, de comprensión que él apreciaba enormemente.
II
ASUMIENDO FUNCIONES
A Silvia le hubiera gustado tener tiempo para pensar en el asunto del Ron Maracagua, y en la fotografías que debía conseguir, pero tuvo que posponerlo. Corría más prisa hacerse un sitio en todo aquel enredo, dejar claro que ahora había una mano firme que tiraba de los hilos, y que la época de su padre había terminado para siempre.
Carmen apareció en la puerta. Era una mujer regordeta, no del todo mal parecida. Traía la cara demudada y, paradójicamente se le había corrido el rimmel. Silvia sabía que era divorciada y madre de dos hijos mayores, pero aquello no era asunto suyo, por su estado supo que todo el mundo se imaginaba para qué los llamaba.
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Siéntese
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dijo con tono cordial; Carmen avanzó medio mareada y se sentó. Debía haber estado llorando
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. La he llamado para informarla de que no vamos a poder renovar su contrato cuando venza. Siento que las cosas sean así, pero no vamos a necesitar una maquilladora en lo sucesivo.
Carmen se derrumbó, y los ojos enrojecidos se le llenaron de lágrimas.
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Por favor
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dijo entre sollozos
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, he dedicado quince años de mi vida a esta empresa, en ellos no he faltado un sólo día, ni me he puesto enferma, y he echado más horas extras de las que nadie podría pagarme. Su padre lo sabe. Tengo a mis dos hijos estudiando, no puede hacerme esto.
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Le repito que lo siento
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respondió Silvia
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. Estamos muy agradecidos por sus servicios que han sido excelentes, de hecho Publicidad Setién dará de usted las mejores referencias, pero por desgracia no necesitaremos maquilladora.
Carmen volvió a abandonarse en el llanto. Durante un momento Silvia la miró sin saber qué hacer, casi extrañada de que una mujer que ya pasaba de largo los cuarenta años, no hubiera aprendido a contenerse. Al final fue hacia la cafetera y le preparó una tila, había hecho acopio de esa infusión antes de llegar, viéndose venir que podía hacerle falta. Carmen pegó un par de sorbos mientras Silvia le pedía que se tranquilizara, le insistía en que ya vería como todo se arreglaba.
Escenas más o menos parecidas se repitieron durante el resto de la mañana sin que la Señorita Setién se ablandara un ápice. El pasillo fue un continuo desfile de rostros grises que pasaban con la mirada vacía. Después de todo, se decía, aún debían estarle agradecidos: los avisaba con tiempo, aún a sabiendas de que podían descuidarse en sus funciones. No disfrutó despidiendo gente, pero tampoco la apenó hacerlo; no fue más que un trabajo molesto, de esos que le contrariaba hacer por el excesivo contacto que exigía con sensibilidades ajenas.
Al fin se quedó sola a eso de las dos de la tarde. Se respaldó en su sillón y respiró tranquila, ya no le quedaban más malas noticias que dar. Había llegado el momento de empezar a informarse sobre Alberto Sagasta.