Mojados
Queríamos calor.
Estábamos solos en su casa. Acostados en su cama, mirándonos las caras somnolientas. Habíamos llegado allí hacía una media hora. Llegamos empapados, escurriendo agua de la lluvia que había resbalado en nuestro camino. Recientemente yo había decidido utilizar la bici como principal medio de transporte, comprándome una tipo panadera, urbana, que remplazó mi usual bici de montaña. Yo estaba tratando de integrarme a la comunidad bicicletera de mi ciudad, y Daniel se animó a acompañarme a un "picnic bicicletero" al que quería ir. Desde el principio del día, las nubes se pusieron en contra del plan, pero hacia el mediodía nos encaminamos hacia el centro de la ciudad para encontrarnos con los demás. Resulta que el cielo de verdad nos impidió celebrar la reunión, pues alrededor de las dos de la tarde empezó a llover a cántaros. Tanto, que nos tocó resguardarnos bajo uno de los techos prominentes de los edificios coloniales del centro. Después de una larga hora de espera, y de descubrir que la lluvia iba para largo, Daniel y yo decidimos ir a su casa, bajo el agua y todo, para ver que tal nos iba, y porque teníamos un evento por la noche con la facultad, y teníamos que ir bien acicalados. Fue así como emprendimos un viaje largo y húmedo a través de las calles capitalinas. También fue lento, por nuestra inexperiencia, y por los buses que nos cerraban el paso.
Ya eran las cinco de la tarde cuando llegamos a su casa, para encontrarnos con la sorpresa de que ni su madre, ni su hermanita menor, estaban en ella. "Tu abuelo se enfermó. Voy a su casa para ver que dice el médico. Me llevo a Camila ( su hermana )". Eso decía la nota que encontramos pegada a la puerta de la nevera. Como estábamos escurriendo agua, helados y congelados, Daniel me ofreció una toalla, me guió a la ducha, y me dio instrucciones para hacer salir agua caliente. Me dejó también una camiseta enorme que me llegaba a las rodillas, y yo le di mi ropa para que la pusiera en la secadora. Me bañe, recuperando mi temperatura, y salí del baño con el pelo húmedo, solo con la enorme camisa de Daniel encima, y dejando una capa densa de vapor en el baño. Luego siguió Daniel al baño, y yo me tendí en su cama, esperando a que saliera.
No sé en que momento me dormí, porque con el baño había quedado muy relajada, envuelta en su reconfortante olor masculino, pero sé que me desperté sintiendo una pesada mano en la curva de mi caderas. Abrí lentamente los ojos, y me encontré con la mirada grisácea de mi novio. Me sonreía, y yo hice lo mismo. Tenía el pelo mojado, como el mío, y se le hacía pequeños remolinos debajo de las orejas. Los toqué, acariciando su cuello. Ya llevábamos juntos un poco mas de un año, y no habíamos hecho el amor. Siempre pasaba lo mismo: empezábamos a besarnos, a tocarnos, y siempre, siempre, alguien nos interrumpía. Sus padres, los míos, su hermana, mi hermano. Era bastante desesperante, porque por lo menos yo había decidido hacia ya mucho tiempo tener relaciones con él. Era tal dulce, y tan atractivo por su bondad, y por cómo me trataba, y cómo eso me hacia comportar a mi. Sin dejar de lado que definitivamente conocía mis puntos débiles, y cómo besar. Daniel era el único novio que yo había tenido, y seguía siendo virgen hasta ese momento. Daniel no. Había estado con varias personas, y ya tenia un poco de experiencia en ese sentido.
Así que allí estábamos, mirandonos las caras sonrientes, y rozando nuestros cuerpos el uno con el otro. No sé si Daniel estaría pensando o no en hacerlo, pero en ese momento, yo su mano apoyada en mi cadera, sólo quería estar más cerca a él. Su olor me abrazaba, me reconfortaba, y yo quería que fuéramos uno solo. Acaricié su cabello y bese su mejilla, dejando un momento mis labios allí. Me separé de él, para luego verme aprisionada entre sus brazos, y por un beso apasionado y profundo, húmedo y delicioso. Nos abrazábamos, y nos frotábamos el uno con el otro. Ya sentía su creciente erección a la altura de mi vientre, y su pecho duro contra mis pezones punzantes. No sé quien empujaba más. Creo que él, porque finalmente me encontré con él encima, reteniendome contra la cama, y a la vez evitando que todo su peso recayera sobre mí. Poco a poco iba subiendo más la camiseta, tocando mi piel desnuda, electrizandola.
Yo me dejaba hacer, y lo besaba cada vez con mayor ahínco, arqueandome contra él. Llegó a mis pequeños pechos con sus manos, y luego se separó de mi inerrumpiendo nuestro beso. Nos miramos a los ojos, y me hizo levantar para sacarme la camiseta. Quedé completamente desnuda a su vista. Me acarició la cara, el cuello, mis pechos. Quedó hipnotizado por mis pezones duros y morenos, y se lanzó a por ellos con su boca sedienta. Ya varias veces había mamado de mi, pero esta vez me produjo un placer irrefrenable, que o hizo más que terminar de descontrolarme, pidiendo más y más de él. Me mordía, me lamía y me chupaba, tomandome desde las caderas. Él seguía completamente vestido, y por vestido me refiero a un chandal en la parte de abajo. Lo devoraba con la vista, la que escasamente podía mantener a causa de las delicias que hacia con mi cuerpo. Después de entretenerse un rato con mi pecho, fue vagando hacia el sur con su lengua serpenteante, atravesando mi ombligo cicatrizado por una operación de apendicitis, y llegando a mi pelvis sin depilar y mojada que se mostraba ante él, impúdica.
Fue mordiendo poco a poco, jugando con sus dientes y su lengua, y acercando su nariz a mi centro. Muchas veces había imaginado yo este momento, a Daniel devorandome, pero nunca pensé que sucedería sin que yo se lo pidiera. Eso me hizo amarlo todavía más. Su aliento me hacia desearlo, mover mis piernas inquietas que se frotaban la una a la otra buscando una liberación que nunca llegaría a ese ritmo. Daniel se arrodillo en el piso, y suavemente me llevo al borde de la cama. Acariciaba mis muslos, y empujaba mis rodillas, instandome a abrir las piernas. Mi pudor ya se había perdido hacia mucho, así que las abrí sin temor. Comenzó entonces a besar mis pies, mis tobillos, subiendo al norte ahora, alcanzando mi coño deseoso. Sentí su aliento suave y refrescante, para luego sentir su maravillosa lengua explorandome: primero el coño, después mi clítoris hinchado.
-Ahh... Máaaas.. - me escuche a mi misma pidiendo, además de una incesante cantidad de gemidos.
El seguía besando, comiendo, bebiendo de mi, mientras yo con mis manos lo obligaba a permanecer con la cabeza entre mis piernas, sin descuidar mis erectos pezones pellizcandolos y apretujandolos. Tardé unos dos minutos más, y me corrí con sus labios chupando mi perla. Generalmente soy una persona de gemidos, pero esta vez grite con toda mi alma. Un grito agudo y prolongado que me ayudó a extender un poco más mi placer. Daniel trepó a la cama, y me acunó entre sus brazos, besando mi frente, mis párpados, que se volvían cada vez más pesados. Seguía sintiendo la erección contra mi vientre, y me excité una vez más. Quería a Daniel dentro mío. Lo quería ya. Y quería darle muchisimo placer a Dani, un poco como recompensa, otro poco simplemente porque sí, que no me gusta disfrutar solo a mi. Pero cuando lo estaba acariciando por encima del chandal, escuchamos la puerta de su casa abriendose.
-Danieeeeel!! Estas en casa??
Si. Esta vez, tampoco fue nuestra PRIMERA VEZ.