Mojada en la ducha.
Marina se excita sobremanera al recibir un mensaje que la llevará a una experiencia masturbatoria sumamente placentera.
El sofocante calor no la dejaba dormir, cientos de vueltas sobre la cama vacía, pensamientos estériles martilleaban su cabeza, miró el reloj de la mesita, 4,15 de la tarde, tarde veraniega, tarde solitaria.
Marina se levantó titubeante, como recién pisada tierra después de una movida y larga travesía marítima, su cuerpo se balanceaba por el largo pasillo intentando encontrar la estabilidad física consciente de que la emocional se encontraba a mil millas de allí. Entró en su coqueto baño, puntillas adornando las malvas paredes, una toalla verde sobre el cesto lleno de la ropa sucia, y enfrente suya un pie de ducha cerrado por opacas cristaleras que la invitaban a entrar.
Encendió el agua caliente, a pesar de ser verano, odiaba el agua fría con la misma fuerza con la que amaba la tibia calidez del agua sobre su cuerpo, se desnudó lentamente, observándose en el espejo que presidía aquel cuarto, despeinada, somnolienta pero aún así, sumamente bella, se gustó, ella siempre se gustaba, su dedo índice marcó la frontera entre sus pequeños y moldeados senos, fue bajando hasta encontrar el ombligo, siempre le había excitado que la besaran allí, lo saludó con frugalidad y siguió su camino hacía su casi depilado sexo solo adornado por una liviana fila de rizado bello, lo acarició y se estremeció, sus pezones se endurecieron, eran los prolegómenos de una dulce e inminente masturbación que la sacaría de aquel hastío en el que se encontraba, solo perturbado por el sonido de un sms que aceleró su corazón, lo abrió, solo una palabra, sencilla y directa y en ese momento necesaria, “Marina”.
Su corazón se aceleró por momentos, su hastío desapareció al instante y con su mano pudo comprobar como su sexo se había humedecido considerablemente. Su mirada retornó al espejo que ya comenzaba a empañarse por el vaho del agua que seguía cayendo sin retorno, se fijo en su sonrisa, pícara y lujuriosa, apretó fuertemente sus labios vaginales, gruesos, arrugados, desiguales, un estremecimiento recorrió todo su cuerpo y tras unos segundos se dirigió a la ducha.
El agua bañó cuidadosamente todo su cuerpo, abrió la boca para sentir el calor del agua, y volvió de nuevo la imagen del sms recibido, “Marina”, y su mente voló hacia una nube de vapor mientras su mano jugaba incansable con su ya mojado coño, tanto por fuera como por dentro, buscó su punto de placer y lo acarició, las gotas de agua seguían cayendo sobre su rostro, sobre sus pechos, formando minúsculas cataratas que salían de sus erectos pezones, sus movimientos lentos se iban acompasando con movimientos circulares de su cadera, necesitaba follarse así misma, necesitaba desahogarse, necesitaba liberarse, aceleró el ritmo, sus manos, sus caderas, necesitaba más, descolgó el brazo de la ducha y abriendo se sexo, dirigió el chorro al hinchado clítoris que ansiaba mas fuerza, su cuerpo volvío a estremecerse, con la lengua remojaba los labios de la boca, acercaba y alejaba el chorro, cuanto mas lo acercaba mas se estremecía cuanto más lo alejaba mas lo necesitaba, “quiero follarte, quiero follarte” musitaba entre gemido y gemido mientras sus piernas temblaban y el chorro de tibia agua la guiaba a una inminente corrida, su coño chorreaba por dentro y por fuera, casi no podía mantenerse en pie y una fuerte sacudida la alcanzó de pleno, sus gemidos se hicieron gritos, sus piernas se torcieron, apoyó una mano en la pared para no desfallecer mientras el chorro de agua la terminaba de saciar, se estaba corriendo como nunca, una corrida intensa, larga, maravillosa y en ese momento un palabra salió de su boca, casi muda, casi imperceptible, entrecortada y maravillosa, “Alfredo”.
Resopló un instante mientras recuperaba la compostura, su corazón seguía palpitando, había sido una paja maravillosa, se encontraba alegre, felíz, la excitación ya menor la seguía recorriendo, sus pezones seguían duros, sus piernas seguían temblorosas y su sexo, rugoso, grueso y mojado aun palpitaba y mientras terminaba su ducha pensaba en lo que había hecho, casi sintiéndose culpable casi sintiéndose liberada.
“Que toalla más fea”, se dijo al verla de nuevo, verde, para matarme, vaya desentone, se secó, recuperó su móvil y con una sonrisa en su rostro que no podía evitar, escribió “Alfredo” y le dio a enviar.