Mojada con tu recuerdo
Me mandas la fotografía de tu virilidad un minuto antes de estoy segura- frotarte con fuerza hasta correrte pensando en mí.
Tengo una oscura esencia fetichista, irremediable y lujuriosa que me eleva al cielo del placer. Que me obliga a admirar la imagen de tu verga dura y brillante en la pantalla, mientras busco en mi imaginación la prenda que te acabas de quitar, que no se ve pero debe de estar ahí. Me mandas la fotografía de tu virilidad un minuto antes de –estoy segura- frotarte con fuerza hasta correrte pensando en mí.
Por enésima vez en la noche, miro al otro lado de la pantalla tu carne dura como el acero, y mis ojos se centran en el glande hinchado y húmedo. Todo lo demás desaparece ante mí con la única luz del ordenador iluminando mi faz y el dormitorio en absoluto silencio.
Si pudieras verme descubrirías mi cuerpo desnudo ante ti, doblegado a un deseo desmedido, que endurece mis pezones y moja mi coño. De nuevo me estremezco recordándote. Admirándote. Echo mis nalgas hacia delante, casi al borde de la silla de mi tocador y abro mis muslos mientras repaso el frondoso vello que abriga tu verga. Sueño con poder lamer ese pelo, mientras me froto a mí misma con el boxer que has debido de dejar en algún sitio.
Me deslizo las manos con los ojos entrecerrados y aprieto mis pechos, pellizco mis pezones. Los comerías ¿verdad? Sí, estoy segura de que los lamerías y chuparías, mojo mis dedos y los guío por el mismo camino que tú seguirías hasta llegar a mi coño. La saliva, que he vertido en mis dígitos, se mezcla con los jugos que emano, insistentemente, desde que hemos hablado hace ya un rato.
Me mojas sólo con tu recuerdo.
Gimo como una gata en celo deslizando mis dedos entre mis labios hasta casi hundirlos para, de nuevo, subir en busca de mi pequeño centro de placer. Entrecierro los ojos. Apenas me da para ver tu glande violáceo al otro lado de la pantalla, y me relamo de gusto, imaginándolo rozarme el clítoris suavemente como hace la yema de mi dedo. Me froto cada vez más aprisa y cierro los ojos buscando tu polla mientras gruño… la quiero dentro.
Quiero tu verga clavándose en mis entrañas hasta hacerme chillar de gusto. Quiero tu caldo regando mi coño. Quiero tu pelo cubriendo mi puvis rasurado. Frotándolo. Quiero escucharte llamarme zorra mientras me nalgueas con fuerza.
Quiero…
Mi flujo mana hasta mojar la silla, empapa mis piernas, mis ingles se hallan encharcadas. De nuevo miro la polla en mi portátil mientras gimo de impotencia y rebusco en el tocador para encontrarlo. Un elegante cepillo de metal plateado con mango redondo y grueso. Me aferro a él como si me fuera la vida en ello, asiéndolo por las púas y no juego más. Busco la raja y lo hundo en mi interior hasta llenarme de él. El frío del metal contrasta con el ardor de mi vagina que lo acoge con absoluta necesidad.
Quiero más. Quiero sentirte en mi culo. Duro. Fuerte. Saco el metal mojado y alzo una pierna sobre el tocador dejando libre el esfínter anal. Cuando la punta redondeada del mango presiona me relajo, el recuerdo que de lo que tú me has dicho esa tarde golpea mi recuerdo y jadeo como una perra en celo, comienzo a sentirlo dentro. Mientras el frío metal me llena abro los párpados y fijo la mirada en tu verga. Siento el mango entero llenarme los intestinos y contraigo el esfínter, ¡me sabe tan bueno!
Comienzo a sacarlo despacio para follarme hasta que hago tope… miro el vello de tu pelvis. Una vez más. Otra. Dentro, fuera. Siento el metal taladrándome al mismo ritmo que me pellizco el clítoris con los dedos de la mano izquierda. Está abultado, como mis labios, ríos de néctar inundan mi vulva y mojan mis nalgas hasta empapar la silla.
Siento que mi cuerpo hierve tembloroso. No puedo evitar contraerme entera y pierdo el control de mi pierna que cae al suelo apretando el metal dentro de mi culo ¡necesito más! Mis dos manos se afanan al unísono en un ritmo endiablado frotando y follando como si quiera abrirme en dos hasta que ya no puedo mirar la pantalla. Aprieto los ojos sintiendo el placer recorrer mi cuerpo en fuertes ráfagas que me convulsionan. Arqueo la espalda intentando mantenerme en equilibrio y no caerme de la silla.
Mi primera corrida a tu salud. Sonrío.