Modosita lujuriosa

Aceleré el ritmo y ella en respuesta aferró mi culo y me clavó las uñas con saña. Pensé que le había hecho daño y frené el impulso de mi pierna.

Cerré la puerta de mi apartamento y respiré profundamente.

–Mi casa –dije en voz alta para escuchar como sonaba.

Una sensación indescriptible me recorrió todo el cuerpo. Al cerrar aquella puerta, tras despedir a mis padres, tuve una sensación de seguridad, de refugio, de intimidad, que jamás antes había experimentado.

Por delante se habría un mundo nuevo y seguro, que lleno de cosas maravillosas. No es que en el pueblo, junto a mi familia, no estuviera bien, pero un piso para mí sola en la capital era el sueño de cualquiera. Sí, lo debería compartir con mi hermano, cuando este quisiera estudiar una carrera, pero para eso faltaban tres años en el peor de los casos, en el mejor, con las notas que tenía el enano, terminaría de aprendiz de carpintero en el taller de nuestro padre y no tendría que soportarle.

Recorrí por enésima vez el reducido apartamento: sus dos habitaciones, su baño, su cocina y, finalmente, el salón-comedor en el que me senté a analizar mi nueva situación.

Lo primero era estudiar, por supuesto, pero si utilizaba bien el tiempo en las aulas, podría conocer a mucha gente y quién sabe, a lo mejor podía  encontrar a alguien especial.

La costumbre me llevó a pensar en esa persona de manera indeterminada. Debía dejar atrás la férrea educación católica de mi madre y el arcaísmo retrógrado de mi padre, acostumbrándome a llamar a las cosas por su nombre: Quería conocer a alguna chica interesante.

Hacía cuatro años que lo deseaba, cuatro años de anhelos, de ensoñaciones en las que mi amiga Irene y yo, paseábamos tomadas de las manos y ella me sonreía tiernamente, cuatro años de suspiros por salir de aquel enclaustramiento que suponía mi pequeño pueblo.

Recostada sobre el sofá, recordé las revistas de chicas que mi hermano guardaba debajo de su colchón. Muchas de ellas eran realmente guapísimas, de sonrisas seductoras y miradas penetrantes, pero verlas en aquellas posturas sugerentes, me daba un cierto reparo, que no sabría explicar. Aquella parte llegaría tarde o temprano, pero era algo muy distinto lo que yo buscaba en una chica.

OOO

Salí de la ducha y comencé a secarme frente al espejo. No podía hacer nada con aquellos tres kilos que había ganado en los últimos dos años, pero tenía mi larga melena negra y una sonrisa que todo el mundo decía que era muy bonita. Además, según mis amigas, los kilos de más se habían distribuido muy bien, haciendo que mi pecho y mis caderas se redondearan, definiendo más mi cintura.

Volumen para el cabello y unos sutiles detalles en ojos y labios y ya estaba lista. El resultado final no era nada malo y la verdad es que me veía bastante bien.

Me puse un suéter color hueso y unos vaqueros negros, hasta que no supiera cómo iba vestida la gente en la facultad, prefería ir discreta.

“Tengo que comprarme unas lentillas.”, me dije poniéndome las gafas. Mis lentes de montura al aire estaban ya anticuados, pero tampoco es que me gustasen las grandes gafas de pasta de los hipster, por lo que la única solución era deshacerme de ellas. Ahorraría de las mensualidades que me iba a enviar mi madre y por fin usaría lentes de contacto después de tanto tiempo deseándolo.

OOO

Fue una buena idea salir de casa con tiempo de sobra, viajar en metro había resultado más complicado de lo que yo pensaba. Gracias a las indicaciones de algunas personas, pude evitar subirme en alguna línea equivocada, con lo que habría terminado en el otro extremo de la ciudad.

Anduve por los jardines del campus observándolo todo con detenimiento. Dos meses atrás, cuando entregué la matrícula, no me había parecido todo tan impresionante, claro que, había ido acompañada por mis padres y en el coche familiar.

Me detuve frente a la facultad de medicina e inspiré con fuerza. “Aquí empieza todo, venga ¡Animo!”, me repetí como un mantra al que aferrarme para combatir los nervios.

Abrí la carpeta y ojeé el horario para cerciorarme de que mi primera asignatura era endocrinología y de que el aula era la trescientos veintitrés.

Durante los últimos cuatro años, no había hecho otra cosa que estudiar, tocar el clarinete en la banda del pueblo, con un uniforme horrible, y dar clases de catequesis a los niños de la parroquia. Nada de marcha, de viajes y mucho menos de chicos. Lo de las chicas ni mencionarlo, me habrían crucificado al instante y a mi padre le hubiera dado un infarto. Pero al fin había merecido la pena, allí estaba, en la universidad, recorriendo los inmensos pasillos en busca de mi aula. Cuando por fin la localicé, estaba abarrotada de alumnos y tuve que sentarme en una de las últimas filas, en la que casi ni se veía la pizarra.

Antes de que comenzase la clase, no pude evitar echar un vistazo a las chicas de mi alrededor. No era de esas que se fijaba tan solo en el físico, pero tengo que reconocer que había algunas guapísimas.

OOO

Me encontraba sentada en las escaleras del aulario auxiliar a punto de echarme a llorar. La primera semana había sido horrible: Me había perdido dos veces y a punto estuve de no encontrar mi propia casa, había provocado un pequeño incendio en la cocina y, en otra ocasión,  me había quedado sin gas a mitad de ducha; en clase las cosas no habían andado mucho mejor, el ritmo era infernal y aunque estudiaba todos los días, tenía la sensación de que me iba descolgando poco a poco, además no había logrado integrarme en ninguno de los grupos que se estaban formando y por si fuera poco, un profesor me había abroncado en público.

–Hola –dijo una voz femenina–. ¿Estás agobiada?, tienes un careto que…

Levanté la mirada de mis apuntes y miré a la chica que me hablaba. Enseguida la reconocí como una de mis compañeras de clase, en concreto la más atractiva de todas ellas.

–¡Ey!, tú eres la del bazo –prosiguió.

La bronca que me había llevado de un profesor había sido por no saber localizar el bazo correctamente, pero… es que subida a la tarima y delante de cien alumnos entrar en pánico, me parecía de lo más normal. Lo peor había sido comenzar a tartamudear, siempre que me ponía nerviosa me pasaba.

–Psss.

–Vamos, tía, si me hubieran hecho salir a mí, no habría sabido ni donde tenemos la cabeza.

–Ya, pero la que salí fui yo.

–Míralo por el lado bueno, ahora eres súper conocida –aquella chica me sonrió ampliamente. Era hermosísima, con aquellos ojazos verdes y una larga melena ondulada del color del oro viejo. El único defecto que le había encontrado hasta aquel instante era la seriedad que transmitía su rostro.

–Te sienta bien sonreír –dije arrepintiéndome al instante de mis palabras y comenzando a enrojecer.

Ella ladeó graciosamente la cabeza y me miró con intensidad, arqueando las cejas en una muda interrogación.

–Todo esto es más chungo que el instituto–dijo al fin ante mi falta de respuesta a su muda pregunta, sin darle importancia a mi frustrado piropo–. Pero en un par de meses todo controlao.

–La verdad es que estaba a punto de rendirme cuando has llegado.

Sin darme cuenta, comencé a contarle todos mis temores y todos los errores que había cometido en mi primera semana.

–No está mal…, vaya semanita…, por cierto…, me llamo Mirella y si de verdad quieres rendirte, me marcho y te dejo sola con tu depresión.

Ahora fui yo la que intentó alzar las cejas interrogativamente, no sabía si tendría el mismo efecto que en Mirella, pero al menos esperaba no haber quedado ridícula.

–Vamos, no pensarás que eres la única a la que todo esto le viene grande. El otro día estuve dos horas desahogándome con mi abuela y la pobre mujer no entendía nada de nada…, eso sí, me escuchó de puta madre, hasta que decidió que tenía que ir a recoger lentejas…

–¿Lentejas?

–Sí, tiene Alzheimer y de tanto en tanto te sale con esas cosas. Hace una semana estaba histérica porque tenía que preparar el traje de novia para casarse.

Me sonreí a pesar de la seriedad de la enfermedad, pero es que Mirella lo contaba con mucho desenfado.

–¡Oye!, no te rías, que casi tengo que ir a buscar un cura, no veas como se puso, casi me atiza.

No pude contener la risa y ambas terminamos riendo a carcajadas.

–Me llamo Genoveva –dije amagando alzarme para darle dos besos y finalmente dándole la mano.

–¡Anda!, ¿eres de la jet?

–No, no, soy de pueblo y mi padre muy tradicional. Si fuera de alta alcurnia me dirían Veva, pero a mí me llaman Geno. Además…, tendría un apellido rimbombante y no Pérez.

–¿Y vives sola en la ciudad?

–Sí, mis padres compraron un piso como inversión para mi hermano y para mí, pero creo que va a ser solo para mí.

–¡Hostia que guay!, un piso para ti sola y tú aquí quejándote.

La sonrisa de Mirella era muy contagiosa y pronto volví a reír de sus ocurrencias.

Aquella mañana, en aquellas escaleras, mi vida cambió radicalmente, aunque yo aún no era consciente del gran giro que darían las cosas.

OOO

Entré al dormitorio y me desanudé la toalla que me cubría. No solía mirarme desnuda en el espejo, pero algo me impulsó a hacerlo. Estuve largo rato mirando mi rostro de mofletes carnosos, mi pecho voluminoso y mi vientre firme aunque no tan plano como a mí me gustaría.

Un cosquilleo nervioso en el estómago, seguía recordándome que en una hora saldría por primera vez de marcha, y nada menos que con Mirella. En aquel mes se había metido en mi vida y en mi corazón de una manera que no habría pensado ni en mis mejores sueños.

Pasábamos muchísimo tiempo juntas. En la facultad éramos inseparables y la mayoría de las tardes estudiábamos las dos en mi casa, la suya, con su abuela enferma, no era el mejor sitio para concentrarse. Aunque para mí, tenerla allí, sentada a mi lado, tampoco era un incentivo al estudio. En ocasiones me embelesaba mirando cómo mordisqueaba la tapa de un bolígrafo, en otras admiraba cómo sacaba la punta de la lengua cuando se concentraba o cómo se colocaba un mechón detrás de la oreja. Sabía que no debía, que no era bueno para ninguna de las dos, pero no podía evitarlo, la quería con todo mi alma.

Me puse la ropa interior y tras esta, unos leggins morados que estrenaría aquella noche, en conjunto con un vestido negro hasta mitad de muslo. La verdad que me veía bien, el tejido de punto resaltaba mis formas y el negro disimulaba lo que sobraba.

–¡Ey!, pero qué guapa que vienes –dijo Mirella cuando salí del portal a la calle, donde ella me esperaba.

–Es que algunas no somos guapas por naturaleza –dije sonriendo sin pretender resultar demasiado coqueta.

Mirella estaba guapísima con una minifalda a juego con una chaqueta, y bajo esta, un top palabra de honor.

Fuimos a un Burger, el dinero de dos estudiantes no daba para más, aunque lo importante era salir y despejarnos de las clases, y por supuesto, hacerlo juntas.

–Bueno, ¿preparada para ir de marcha? –preguntó cuando nos trajeron los helados.

–Estoy en tus manos, aquí estoy más perdida que un pulpo en un garaje.

–Te llevaré a un sitio al que voy con mi mejor amiga. Espero que te guste, a lo mejor hasta nos la encontramos y te la presento…, aunque tiene muuucho peligro y el sitio al que vamos es demasiado light para ella.

Aquella noche hubiese dejado que Mirella me llevase al fin del mundo en tal de estar con ella. Era una chica muy madura para sus dieciocho años y tenía claro que su carrera era lo principal. Según ella, rompió con su novio porque este era muy absorbente y no estaba dispuesta a renunciar a medicina por verle todas las tardes durante el instituto. Tan solo sus repentinos cambios de humor me desconcertaban, tan pronto reía y te hacía reír, como se concentraba muchísimo evadiéndose de todo cuanto ocurría a su alrededor. No es que fuese osca, depresiva o introvertida, simplemente tenía días en los que no le apetecía hablar demasiado o directamente me decía que prefería estar sola. Era extraño, porque lo pedía con una naturalidad y una sinceridad que era imposible no complacerla o enfadarse con ella. En alguna ocasión había llegado a pensar que sufría de trastorno bipolar, pero creía que tan solo tenía puntazos de excentricidad.

Durante la caminata nocturna hacia el sitio al que me quería llevar la conversación cambió radicalmente. La cena había sido un compendio de chismorreos sobre la gente de clase, intercalados aquí y allá por anécdotas personales, tanto suyas como mías, si tenían alguna relación con lo que estábamos hablando en ese instante. Poco a poco iba conociendo más de Mirella y al mismo tiempo permitía que ella conociera más de mí.

En la media hora de camino, Mirella se dedicó a hacerme una relación pormenorizada de todos los tíos con los que había salido. Tampoco se dejó sus opiniones, muy favorables, sobre lo buenísimo que estaba Jorge y lo encantador que era Carlos, los dos chicos que más admiradoras tenían en clase.

A cada palabra suya, yo me iba haciendo un poco más pequeña, hasta que llegamos al local en cuestión, donde al entrar, terminé con las últimas reservas que me quedaban de autoestima.

Miré a mi alrededor y el entendimiento, de dónde estaba, se fue abriendo paso en mi mente. Me giré interrogando mudamente a mi amiga.

–Si no te mola podemos ir a otro sitio.

–Yo…, tú…

–Mira, no tienes que decir nada, si no te gusta y me he columpiado, te pido disculpas y nos vamos a otro sitio. Pensé…, pensé que te gustaría. Volví a mirar el local decorado con buen gusto y de forma moderna. Era amplio y nada más entrar, una amplia barra adosada a la derecha dejaba una gran zona despejada donde decenas de chicas bailaban al ritmo de música marchosa sin llegar a ser dance. Al fondo, se podían ver algunas mesas; unas rodeadas de sillas y otras más al fondo, con grandes sofás, en donde grupos o parejas de mujeres conversaban animadamente.

–Mirella, esto es un club…

–Es un local bollo, aunque también vienen algunos gays.

–Yo… –en aquel momento, no sabía si salir corriendo a llorar a alguna esquina solitaria o abofetear a mi amiga.

Ella, como entendiendo mi lucha interna, alargó una mano y me tomó del brazo apretando ligeramente.

–¿Tomamos algo? –preguntó como si todo aquello fuese lo más normal del mundo.

Sin permitirme responder, tiró de mí hacia el fondo del local, llevándome hasta una de las pocas mesas libres.

Mientras Mirella iba a la barra a pedir las consumiciones, yo me dediqué a examinarlo todo como si fuese de pueblo y llegase por vez primera a la ciudad. La mayoría de las mujeres que había en el local eran mayores que nosotras aunque no demasiado, rondarían entre los veinticinco y treintaicinco años, con algunas excepciones por supuesto. Todo eran carcajadas y sonrisas, pero no vi a nadie haciendo algo fuera de lugar, el ambiente era relajado y agradable.

–Toma –dijo Mirella, poniéndome un ron con cola delante.

Comenzó a beber de su vaso mientras ella también miraba todo a nuestro alrededor.

–No está Lucía. Ya te dije que este sitio es muy light para ella.

–¿Muy light? –pregunté por inercia mientras observaba cómo dos chicas bailaban de manera sincronizada.

–A ella le van más los garitos de dance, donde se va exclusivamente a pillar cacho. Es un pedazo de golfa, pero la quiero como si fuera mi hermana.

–¿Y es…?

–¿Bollera?, pues creo que desde que le bajó la regla por primera vez.

–¿Y tú…?

–¿Que si me gustan las chicas?, amagué una vez con Lucía, pero no pude, fue algo rarísimo.

–¿Y…, tú…, yo…?

–Bueno chica, me di cuenta de que siempre que hablábamos de Jorge o Carlos tú cambiabas de tema –dio un largo trago a su combinado y prosiguió–: Podía ser que uno de los dos te molase en serio y que te diera palo decirlo. Así que…, te observé a ver a cuál de los dos mirabas más, y resultó que a las que más mirabas era a Ruth y a María.

Enrojecí completamente. Aquello era lo que había esperado de vivir en la ciudad, liberar mi yo verdadero, abrirme a nuevas experiencias, pero la cabeza me daba vueltas y me vi superada por la situación. ¿Se habría dado cuenta de que también la miraba a ella, Incluso más que a las otras dos?, estaba hecha un mar de nervios y de incertidumbres.

–¿Es tu primera vez en un sitio así? –preguntó Mirella sonriéndome.

–Sí… –me obligué a responder.

–¿Y qué te parece?

–Es, es agradable… …

–A mí las discos de ambiente no me gustan demasiado, a partir de cierta hora, la peña va ya muy bebida y te toca el culo la primera que pasa. Así que cuando Lucía y yo salimos, solemos venir aquí, el ambiente es para gente algo mayor que nosotras pero mola.

–Sí, el ambiente es muy agradable.

–Vaya, hoy todo te parece agradable.

–Lo siento, Mirella, es que…

–Es que… Estás  un poco cortada. Mira, estamos tomando una copa, da igual el local, somos colegas tomando algo y charlando, olvida lo demás.

Inhalé profundamente e intenté relajarme. Mirella tenía razón, nada había cambiado durante aquel rato, seguíamos siendo dos amigas que habían salido de marcha, pero en el fondo sentía que todo era diferente.

Muy lentamente, fui olvidando que a mi alrededor cientos de mujeres vivían su sexualidad como a mí me gustaría vivir la mía, y que todas ellas lo expresaban con la mayor de las naturalidades. En el pueblo, había recurrido a internet y a algunos foros para conocer chicas, me habían hablado de cómo era todo esto, pero no habían logrado prepararme para estar aquí y ahora. Inconscientemente un cosquilleo aleteaba en mi estómago, sabía que aquello era un comienzo, un acercamiento a aquello que había deseado tanto tiempo y que solo la ciudad me podría permitir. Pero por otro lado, aunque había chicas realmente preciosas, ninguna de ellas tenía el cabello de Mirella, ni su colmillo torcido que le daba una sonrisa muy personal, ni tampoco tendrían esa espontaneidad tan alocada de mi amiga.

Repentinamente me vi alzada de la silla y arrastrada hacia la pista de baile. En un inicio me costó seguir el ritmo frenético de Mirella, pero al poco tiempo, me dejé llevar por la música, poniendo en práctica, lo que había aprendido en las escasísimas ocasiones que había visitado la discoteca del pueblo de al lado.

Mi amiga se alejó unos metros, comenzando a bailar con un grupito de tres chicas de nuestra edad que acababan de entrar en el local. Con su vaso en la mano, fue bebiendo, bailando y hablando con alguna de ellas alternativamente. Me puse muy nerviosa cuando comenzó a dirigirme miradas y una de las chicas con la que hablaba, una morenita diminuta la imitó dedicándome una tímida sonrisa.

Un nuevo tirón de mi mano y me encontré frente a la chica, una preciosidad de rostro aniñado en el que destacaban dos ojos enormes y oscuros.

–Geno, te presento a Lidia. Lidia, te presento a Genoveva, pero no la llames Veva, llámale Geno.

La chica me dio dos besos en las mejillas y me tomó de la mano para que nos acercásemos a sus dos amigas. Eran espectaculares; la que me presentaron como Alicia, era una rubia altísima, casi tanto como yo, y no éramos muy comunes las chicas que rozábamos el metro ochenta. Además tenía unas curvas con las que podría hacer que se derritieran los casquetes polares. La otra, llamada Claudia,  no era tan espectacular, pero tenía unos ojazos almendrados de color verde, en los que una se podía perder por siempre; por si fuera poco, al sonreír, se le marcaban dos graciosos hoyuelos en las mejillas. Estúpidamente pensé que si Claudia tuviera el cuerpo de Alicia o viceversa, sería la mujer más guapa del mundo.

Eran estudiantes como nosotras, pero ellas de la Universidad Politécnica. Claudia y Lidia estaban en el último curso de arquitectura y Alicia tripitía, en ingeniería de telecomunicaciones, varios cursos al mismo tiempo, algunas asignaturas de primero, otras de segundo y un par de tercero.

Tras bailar un buen rato, nos fuimos las cinco a la mesa que habíamos ocupado Mirella y yo. Sin saber cómo, la conversación comenzó a fluir con la mayor naturalidad.

Por lo que pude deducir, Lidia huía tanto de las discos de ambiente como Mirella, por lo que tan solo consentía en acompañar a sus amigas a aquel sitio. Claudia era bastante tranquilita y se notaba que estaba a gusto con la conversación, pero Alicia intervenía muy poco y pasaba la mayor parte del tiempo mirando a todas las mujeres del local como si fueran ovejitas y ella una loba.

Yo por mi parte estaba hecha un flan. Tenía tantos nervios que creo que llegaron a preguntarse cómo alguien tan cortita podía haber entrado en medicina. No era capaz de decir ninguna frase ingeniosa, ni tan solo, de decir ninguna que fuese mínimamente conveniente.

Poco a poco y gracias a Lidia, fui relajándome. Tal vez fue su inicial timidez que luego daba paso a una conversación muy divertida o el hecho de que fuese hetero, pero comencé a hablar con ella como si nos conociéramos de toda la vida y poco a poco me relajé y disfruté de la noche.

OOO*

–¿Esta noche sales? –me preguntó Carlos mientras salíamos de clase.

–No, mañana he quedado por la mañana temprano.

–¿Con la Pitufina? –preguntó Mirella uniéndosenos.

–¿Te molesta?

–Para nada, pero me gustaría más que salieses con otro tipo de chicas.

–¿Y vosotros no salís?

–Mirella está cansada de toda la semana y prefiere descansar esta noche.

Hacía dos meses que Mirella y Carlos salían juntos. El chico más extrovertido y seguro de sí mismo de la clase, había sucumbido a los cambios de humor de mi amiga y se desvivía por intentar comprender que había hecho mal cuando ella no le prestaba toda la atención que quería.

–Ya, y yo soy el segundo plato –dije con fingido tono de indignación. Carlos me caía fenomenal y nos habíamos hecho buenos amigos en esos dos meses.

–Mujer, yo había pensado en unas hamburguesas y una buena peli.

–Carlos, cariño, lo que tú entiendes por buena peli, aquí la cultureta lo considera un bodrio. Es que en el pueblo ponían muchas pelis de cine independiente ruso y libanés.

–Oye, que también me gustan las pelis comerciales –me defendí ante el desenfadado ataque de Mirella.

–Prometo no decírselo a la pitufina si vais a ver una de Hollywood, y si logras que Carlos vea cine independiente iraní, te pego un morreo que te dejo sin aliento.

En aquellos dos meses, mi relación con Mirella se había estrechado muchísimo. No era raro que se quedara a dormir en mi casa, las dos juntas en la misma cama. Sus palmadas en mi trasero y los mordisquitos en el cuello se habían vuelto de lo más frecuente. La verdad es que fue fácil transformar mi enamoramiento inicial en una profunda amistad. Seguían dándome punzadas en el corazón cada vez que la veía besar a Carlos, pero me obligaba a pensar que ella no era para mí, aunque tampoco era para mí Lidia, y cada día estaba más colgada por ella. Era una desgraciada, de  cuatro amigas que tenía, me iban a gustar las dos que eran heteros.

–Pues iraní no, pero ponen muy bien una peli de Bollywood –respondió Carlos.

–Anda, Geno, dile que sí, porfa, que si no se va con los golfos de sus amigos y no me fío de esos.

–¿Celosa? –aproveché la oportunidad para vengarme.

–¿Yo?, para nada, pero un futuro médico no debería acercarse a los estupefacientes.

–Joder, Mirella, que solo fuman porros, ni que le estuvieran dando todo el día a la farlopa.

Finalmente, Carlos y yo fuimos al cine, aunque fui flexible y me adapté a ver una de Morgan Freeman, que por cierto no estaba nada mal.

–¿Qué tal con Lidia? –preguntó mi amigo mientras tomábamos un cappuccino y comentábamos la película.

–Bien, es una buena amiga.

–¿Y?

–Y nada.

–¿No te gusta?

–Si me gusta o no, no es importante.

–Ya, comprendo. Y por supuesto, no piensas intentarlo.

–¿Estás tonto?

–Tonta estás tú, que Mirella se mete contigo en la cama un par de veces por semana y ni siquiera te atreves a abrazarla mientras duerme.

–¡Carlos!, ¡definitivamente estás tonto!

–Pues no te digo que no, pero yo follo con la tía que me gusta y tú pasas la mano por la pared –dijo Carlos mirándome muy fijamente–. Sí, Geno, follar, estar desnudo con quien te gusta, acariciarle el cuerpo, sentir sus manos, eso se llama follar.

–¿Pero qué te ha dado hoy a ti?

–Pues que te quiero y me jode que actúes como una niña de doce años, persiguiendo amores platónicos. Echa un buen polvo de una puta vez, deja que alguien te acaricie, que te tenga entre sus brazos, que te coma la boca.

Si algo era característico de mi amigo, era su capacidad para decir la mayor burrada del mundo sin que quedase agresivo. Podía llamar putón a algunas chicas, que como lo hacía de broma y con muchísimo respeto, a nadie le molestaba. Era de esas personas que caen bien a todos, y que siempre tienen la palabra exacta y en el momento preciso. Al menos era así con todo el mundo menos con Mirella, con la que parecía transformarse en un cachorrillo al que el dueño hubiera reñido por algo que él no terminaba de comprender.

–Carlos, yo no soy así.

–¿Así?, ¿Cómo? ¿Te refieres a que no estás viva?, ¿a que no te gustaría sentirte deseada?, ¿a qué estás esperando a que una chica venga a ti y se arrodille pidiendo tu mano? Vamos, Geno, espabila y disfruta la vida. Eres una tía súper guay en todo, pero cuando se trata de lo sentimental o sexual te odio profundamente.

OOO

A la mañana siguiente, no podía dejar de pensar en las palabras de Carlos mientras recorría, junto a Lidia, las diferentes casetas de la feria del libro.

Nunca había encontrado a alguien cuyos gustos y aficiones fuesen tan parecidos a los míos. Lidia y yo coincidíamos en casi todo y en lo que no, intentábamos tratarlo con naturalidad, discutiéndolo delante de un buen té.

–¿Follett?, uf, me resulta muy cansino.

–Chica, tiene personajes algo estereotipados pero las tramas son atrapantes –defendí al autor.

Lidia tomó un libro de la pila de oportunidades ojeándolo con interés.

–¿Congreso en Estocolmo?

–Sí, es el primero que escribió, es el único que aún no he leído. Es un monstro combinando emociones, sensaciones y sentimientos. Además se mete en la piel de una mujer como ningún hombre.

–¿José Luís Sampedro?, me resulta muy denso, una conocida me recomendó La vieja sirena y no me gustó demasiado, mucho sexo sí, pero sin sentido.

Lidia me miró fijamente y finalmente pareció decidirse:

–¿Puedo hacerte una pregunta muy personal?

–Claro, somos amigas –respondí sin saber, hasta qué punto la pregunta era indiscreta.

–Eres virgen, ¿verdad?

–¿Por que no me guste Sampedro tengo que ser virgen? –pregunté a mi vez, sintiendo cómo un hueco en mi estómago amenazaba con devorarme desde dentro.

–Perdona, Geno, no quería ser indiscreta.

–¿Por qué tengo que ser virgen?

–Verás, hace unos años, en el instituto, me gustaba muchísimo un chico. Por lo visto no era recíproco y él pasaba de mí. Uno de la pandilla me tiraba los trastos, pero la verdad que no era muy guapo y yo pasaba de él, aunque era un tío majísimo.

–¿Saliste con él al final?

–Sí, quería saber cómo era salir con un chico y al final me decidí. Estuve maldiciéndome mucho tiempo por no haber abierto los ojos antes, por no haberme decidido a regalarme a mí misma, todo lo que disfruté con él.

–Eso es que estabais hechos el uno para el otro.

–Y una mierda, Geno, eso es que follaba como Dios, todas las veces hacía que me sintiera como una reina, la más especial del mundo. Incluso al final de la relación, cuando ya no nos llevábamos tan bien, hacer el amor con él seguía siendo súper especial.

–¿Y eso tiene que estar reñido con el amor?

–Yo creía que quería al otro chico, pero cuando sientes unas cálidas caricias en tu espalda, cuando te besan las tetas, cuando te abrazan o te agarran con fuerza el culo, te das cuenta de que mirar embobada al chico de tus sueños desde la otra punta de la clase no es amor ni nada que se le parezca.

–Yo respeto a quien solo busca pasión en una relación.

–Geno, el amor es pasión, sin ella no existe nada.

–A todo el mundo le ha dado últimamente por que necesito echar un polvo.

–No es echarlo por echarlo, necesitas experimentar esas sensaciones, esas emociones que te llevan al borde de las lágrimas de lo feliz que te hacen.

–Ya, pero no será así con todo el mundo.

–No te negaré que hay tíos gilipollas que van a lo suyo, pero con vosotras casi nunca es así.

–Vaya, ¿ahora eres experta en chicas? –dije más agresiva de lo que en realidad pretendía.

–geno, tengo dos amigas lesbianas, cuando tú te decidas a dejar de pensar en princesas atrapadas en castillos serán tres, ¿de qué crees que hablamos Claudia, Ali y yo?

–Esas cosas son demasiado personales.

–Eh, no te confundas, a mí no me interesa saber los cunnilingus que hacen o que les hacen, no hace falta entrar en detalles escabrosos para saber si una amiga tuya ha sido feliz y se lo ha pasado bien o si ha tenido un patinazo y ha dado con alguien idiota. Vamos, Geno, somos amigas, ábrete un poquito.

“Como realmente me abra y te cuente mis sentimientos, sales corriendo del recinto y no nos volvemos a ver.”, pensé mientras decidía que responder.

–Me gusta alguien, sería como traicionarla –dije intentando que no continuase con el tema.

–Vale, tú misma, pensaba que éramos amigas y que podíamos confiar la una en la otra pero veo que me sales con escusas tontas.

–Es cierto, me gusta alguien –dije muy seria.

–Geno, a una amiga de verdad no se le dice: me gusta alguien, se le dice: me gusta Claudia, me gusta Ali o… lo que yo pienso realmente… me gusta Mirella.

Lidia, tras pagar el libro, comenzó a andar en dirección a otro stand, como si no le importase si la seguía o no.

–Lidia, si fuese alguna de ellas te lo hubiese dicho. No te negaré que siento algo muy fuerte por Mirella, pero es otra persona quien me gusta. Alguien con quien comparto mucho tiempo y muchas aficiones –dije sin saber si me arrepentiría toda mi vida de aquella confesión.

Ella me miró en silencio durante un largo minuto, clavándome sus grandes ojos negros y finalmente respondió:

–Mira, si es una broma, para salir del paso, me voy a sentir muy ofendida, si es cierto, me alegro muchísimo de que me lo hayas confesado, es una muestra de confianza tremenda.

–Es… es cierto.

–¿Y no pensabas decírmelo jamás?

–No te gustan las chicas –susurré algo avergonzada–. Era una tontería decírtelo para nada.

–¡Dios, Geno, eres lo peor!, ¿tan poco te gusto que no estabas dispuesta a pasar un mal rato?

–No es eso, es que nunca he tenido una amiga con la que congeniase tan bien y tenía miedo de perder algo tan chulo.

–Vale, por esta vez te perdono, pero tienes que tirarte a fondo por aquello que desees.

–Ya, pues ahora te llevo a un rincón y te violo –dije sonriendo por primera vez durante aquella discusión.

–Eeeh, a mí se me respeta. Sabes…, me da la impresión de que huyes de cualquier relación.

–¿Yo?

–Sí, tú, grandullona. Prefieres fijarte en Mirella o en mí porque no suponemos un peligro para ti.

–Eso no es verdad, me caéis muy bien.

–¿A sí?, y por qué cuando Claudia dijo que iba a ver una exposición de fotografía conceptual, te quedaste muda como una tumba. Una semana antes me dijiste que querías ir, pero a mí esos rollos conceptuales me rayan.

–Es que…

–Y luego está lo de Ali, cada vez que te dice un piropo o bromea contigo, tiendes a tirarme el cubata por encima.

–Solo te lo he tirado dos veces, exagerada.

–No, pues si te parece me lo tiras todos los fines de semana. Eh, que si solo te gustan como amigas a mí me parece fenomenal, pero no me mola pensar que realmente les tienes miedo.

–No me dan miedo.

–¿A no?, no tendrás prejuicios porque sean lesbianas, ¿no?

–Vamos, Lidia, no digas tonterías. Además seguro que yo no les gustaría.

–Si claro, seguro que un pibón de curvas explosivas y guapísima de cara no le gusta a ninguna de las dos.

–Venga, no exageres.

–Geno, ¿tú te miras al espejo?, pero si lo que aún no comprendo es que no te saques una pasta extra haciendo de modelo.

–¿Modelo?, pero si me sobran cinco kilos.

–De verdad, que contigo nunca sé si eres así de tonta o te lo haces. A ti no te sobra ningún kilo y tienes un tipazo espectacular. ¿En serio aprobaste bachillerato con un nueve con ocho de media?

OOO

–Nada de nada, las dos apagado o fuera de cobertura.

Claudia sonrió y Alicia rio directamente.

–¿Estás segura de que quieres mantener el pacto? –preguntó Ali dirigiéndose a Claudia.

–Pues con lo guapa que se ha puesto, comienzo a tener mis dudas, pero ya sabes, Lidia…

–Es una tardona… –interrumpí yo mirando por enésima vez mi reloj.

–Geno, querida, hace media hora que deberían haber venido, ninguna de las dos tiene el teléfono encendido y Mirella te dijo que hoy te pusieras especialmente guapa. Vamos, sé que eres una chica lista –ironizó Ali mirándome con una media sonrisa en su rostro.

–Y lo es, lo que pasa es que se niega la evidencia para ver si puede evitarnos, como le caemos tan mal –contestó Claudia.

–No me caéis mal –dije confirmando las sospechas que tenía desde hacía un cuarto de hora, aquello era una encerrona.

–¿A no?, pues hala vámonos que yo ya tengo sed –dijo Alicia tomándome del brazo y comenzando a andar.

–¿Dónde vamos? –pregunté a la desesperada.

–A ver…, como ya imaginarás, esto es una encerrona. Te han dicho que te pusieras guapa, hemos quedado después de cenar… y estamos las tres solas…, ¿necesitas más datos?

–Ali, no te pongas borde, está nerviosa.

–Y yo también, o piensas que voy a dejar que lo pase mal.

–Pues sé un poco más comprensiva, a mí también me dan palo esas discos. Por cierto, ¿a cuál vamos?

–Pues al Enredadas, donde vamos a ir.

–Podríamos ir al Bosque encantado, mola más la música.

–Uf, ese sitio es muy cansino, está lleno de abuelas.

Con Claudia tomándome del brazo derecho y con Alicia haciéndolo del izquierdo, me era imposible huir, aunque ganas no me faltaban. Una gelidez recorría toda mi espalda y la boca se me había quedado completamente seca.

–Vamos sonríe, que parece que te llevemos al matadero –dijo una sonriente Alicia.

–¿Y no es así?, si no sé ni que hacer…

–Para eso estamos nosotras, tú no te preocupes –dijo Claudia dedicándome una preciosa sonrisa de profundos hoyuelos.

Las dos continuaron discutiendo sobre cuáles eran las mejores discotecas de ambiente hasta que llegamos a la puerta del Enredadas. Se trataba de una especie de palacete renacentista con torreones y amplias balconadas, desde las cuales no se podía ver el interior.

–No vienen muchos chicos –dije observando la cola de chicas que esperaban para entrar.

–Solo si van acompañados de dos chicas, si no a la calle.

–¿Y todas vienen en grupo como nosotras? –pregunté observando los grupos de tres, cuatro y hasta cinco chicas.

–Venir sola es un palo, aunque Alicia sí ha venido sola alguna vez.

–Solo cuando ya no puedo controlar mi cuerpo y él decide por su cuenta, pero tampoco es para tanto, enseguida te pones a hablar con alguien y solo pasas vergüenza al principio.

–¡Ey, Claudia!, vaya dos pibones que te has buscado.

–Mirad, esta es Ángela, una amiga del foro les.

Saludamos a la recién llegada, una chica muy normalita pero muy simpática, y las cuatro esperamos hasta que pudimos entrar en la discoteca.

La música estaba altísima y teníamos que hablarnos al oído para podernos entender. Todas las chicas a mi alrededor bailaban despreocupadamente, disfrutando del ambiente. Por lo visto era la única que estaba aterrada.

Estuvimos bailando más de media hora sin que pasase nada especial. Fui observando todo cuanto me rodeaba, intentando no parecer tonta. De tanto en tanto nos cuchicheábamos alguna cosa graciosa sobre alguna de las chicas que bailaba. Alicia y Ángela estaban contándose algo muy divertido al oído. Claudia me dio un codazo y tras ello acercó su boca a mi oreja:

–Cinco minutos y esas dos desaparecerán por algún rincón.

–¿En serio?

–Para eso hemos venido, geno, además tú no conoces a Ali, es tremenda.

Efectivamente, tras un rato, me giré para ver si la amiga de Claudia y mi amiga continuaban allí, nada de nada, habían desaparecido sin dejar rastro.

–Se han ido –grité al oído de Claudia.

–Claro, y tú y yo tendremos que ir espabilando si no queremos estar bailando hasta las seis de la mañana.,

Algo tuvo que ver Claudia en mi rostro porque me tomó la mano y la apretó sonriéndome.

–No tengas miedo, eres preciosa y si te quitas esa timidez eres una tía muy maja.

No sé qué pasó por mi cabeza, tal vez fueron los dos cubatas que llevaba en el cuerpo, la carga sexual que había en la disco o mis propios nervios, pero me incliné y posé mis labios sobre la mejilla de Claudia. Ella reaccionó de inmediato y me empujó con dos de sus dedos apartándome delicadamente.

–No, Geno, Ali y yo pactamos hace mucho no liarnos entre nosotras, y ahora hemos ampliado el pacto para que te incluya. Eres un bellezón y las dos teníamos nuestras intenciones.

–¿Bellezón?

–Ja, ja, ja, tú no has visto cómo te miran cuando bailas.

Miré a las chicas de mi alrededor con una nueva perspectiva. Algunas de ellas se percataron y me sonrieron abiertamente. Un cosquilleo recorrió mi espalda y sentí la necesidad de salir de allí corriendo. Me quedé fijamente mirando unos grandes ojos azules, sin ser consciente del mensaje que estaba enviando. El pánico más horrible se apoderó de mí cuando la mujer comenzó a acercarse hacia mí con sensuales movimientos de cadera, a consecuencia del baile. No solo tenía unos ojos preciosos, toda ella era una maravilla; un rostro angelical, una larga melena rubia y un cuerpo armonioso, concentrado en un metro sesenta escaso.

No dijo nada, tan solo se puso a mi lado y me miró con una intensidad que me ruborizó. Nuestras caderas se rozaban con el ritmo de la música y yo no sabía hacer otra cosa que sonreír como una boba.

Claudia, ante la sorpresa de la rubia, la tomó de la mano y se la llevó a unos metros de mí.

Estuvieron hablándose al oído durante algunos minutos y luego Claudia se acercó a mí:

–¿Me acompañas al baño?

Miré a la rubia y ella, como respuesta, alzó su copa sonriéndome.

Seguí a Claudia hasta el baño, el cual estaba abarrotado, pero al menos en el pasillo en el que se guardaba cola para entrar, la música estaba muy atenuada con respecto a la que sonaba en la pista principal.

–Le gustas a la ojazos –dijo Claudia cuando nos pusimos en la cola.

–¿Tú llamas ojazos a alguien?, madre mía, tienes los ojos más bonitos que he visto nunca.

–Así me gusta, Geno, ya te vas soltando, ay, si no fuera por el pacto…

–¿Que me voy soltando?, pero si estoy hecha un flan.

–Vale, escucha, he estado hablando con Sofía y es una tía maja, tú déjate llevar y disfruta.

–¿Sofía?, ¿se llama así?

–No, seguramente me lo haya dicho para despistar.

–No hace falta que seas borde.

–Perdona, es que creo que estoy yo más nerviosa que tú.

–Eso es imposible, ya te lo digo yo.

Entramos al baño y Claudia tiró de mí hacia el interior de una cabina ante la mirada reprobatoria de algunas chicas y las divertidas de otras.

–Tu sal ahí, baila y no te preocupes por nada, si Sofía no tiene que ser, no lo será –dijo mi amiga mientras se peleaba con su vestido y se acuclillaba para orinar. Yo en el momento que vi que se bajaba el tanga, me giré rápidamente mirando a la puerta.

–Espero que mañana no te dé apuro mirar la entrepierna de una amiga.

–Es… es… para… que tengas más intimidad.

–¿Nunca has visto a otra chica desnuda?

–En… en… en… las… las… re… re… revistas… de mi… mi… mi… hermano…

Tuve que mear ante la atenta mirada de los ojazos de Claudia. Un cosquilleo ascendió desde mi estómago cuando me bajé las braguitas, mostrando mi entrepierna. El cosquilleo continuó hacia arriba y llegó a mis mejillas que se calentaron como ascuas al rojo.

–Tienes mí móvil, si necesitas algo me llamas –Claudia abrió la puerta y salió, antes de que yo pudiera limpiarme y subirme las bragas. “Me ha dejado sola.”, pensé estúpidamente ante la evidencia.

Estuve tentada de permanecer allí dentro hasta que cerrara la discoteca o hasta que Claudia volviese a recogerme. Finalmente, con las manos temblorosas me arreglé y salí en dirección a la pista de baile.

Desde lejos vi a Sofía y mi corazón comenzó a retumbar de una manera que parecía que se quisiera salir por mi boca. Sentía cómo los escalofríos recorrían todo mi cuerpo desde mi estómago hasta mi garganta, donde se convertían en un nudo que me impedía respirar con normalidad.

Sofía me vio y volvió a alzar su copa como cuando se despidió de mí. Volvimos a rozar nuestras caderas al mismo tiempo que ella me sonreía y me miraba con una intensidad que me estaba derritiendo. Imaginaba que yo estaría poniendo una cara de tonta que no podía con ella.

La mano de Sofía se acercó a la mía y tomó mi dedo índice comenzando a juguetear con él. Un calor agradable se extendió por todo mi ser. Se puso frente a mí contoneándose rítmicamente y al poco tiempo, hizo que todo mi cuerpo se estremeciera. Se giró enrollando su cintura en el brazo que me tenía sujeto por el dedo y pegó su culito a mi pubis.

Cada vez que sentía que sus cachetes se rozaban con mis muslos, creía que me iba a dar algo. Las mariposas de mi estómago se comenzaron a revolucionar y me exigían que la apretase más contra mí, pero mi cuerpo estaba aterido de terror.

Me atreví a rozar su vientre con la mano que ella sujetaba, sintiendo cómo las yemas de mis dedos ardían, al contacto con aquella piel, desnuda por el top que vestía. Sofía alzó el rostro y lo giró levemente hasta que nuestras miradas se enfrentaron.

–Por cierto, me llamo Sofía.

–Yo… yo… yo…. Me… me… me… me llamo… ge… Geno…

Sofía rio alborozada y se giró poniendo una mano sobre mi mejilla.

–Eres un encanto. Te has puesto súper roja. Tengo la copa vacía, ¿quieres tomar algo?

Asentí y ella volvió a aferrar mi mano conduciéndome a la barra. Tomamos un par de rondas más mientras bailábamos rozando nuestros cuerpos. Aquello era indescriptible, eran tantas sensaciones desconocidas que no lograba entender todo lo que le estaba pasando a mi cuerpo.

–¿Me dejas que haga una cosa que llevo mucho rato queriendo hacer?

Sin esperar respuesta, cruzó un brazo por detrás de mi nuca, obligándome a agacharme ligeramente. Como a cámara lenta, vi cómo sus labios se acercaban, brillantes por los tragos a su bebida. La cara interna de mis muslos tremoló y pensé que me iba a caer redonda al suelo.

Sus labios se posaron sobre mi labio inferior y, tras estar allí detenidos durante una fracción de segundo, comenzaron a succionar mi gajo con una dulzura que me elevó a las nubes. Hacía rato que habíamos dejado los dos vasos sobre una repisa y Sofía, soltó mi cuello, sin soltar mi boca, y agarrando mis manos, las llevó a su cintura.

La suavidad del tejido de su falda, el calor de la cercana piel de sus lumbares desnudas y la firmeza de sus caderas, me hicieron pensar que todo aquello era un sueño del que no quería despertar.

Sentí cómo las manos de Sofía se posaban sobre mi culo y comenzaban a acariciarlo con cariño y delicadeza. La falda de mi vestido era ajustada, y ella no tardó en pasar las yemas de sus dedos por el centro de mis glúteos.

Cada vez me elevaba más y más a cada caricia suya, a cada beso, pero aún quedaba mucho más, pero que mucho más.

Sus labios se abrieron y la punta de su lengua golpeó contra mis dientes. Nunca había besado en la boca a nadie, pero mi cuerpo reaccionó permitiéndole el paso. Sentirla entrar en mí fue apoteósico, el calor y cariño que transmitió aquella lengua fue algo maravilloso.

Mi lengua salió tímida a su encuentro, pero pronto perdí todos los papeles y mi boca se aferró a ella con una violencia que la hizo retroceder y volverse a ocultar en la boca de Sofía. Estaba desatada y aquello no me frenó, mi lengua se adentró en la boca de la rubia en busca de la suya hasta que por fin la encontré. Sofía cerró sus labios y succionó mi lengua como si quisiera sacarle todo el jugo.

Tuve que soltar a mi nueva amiga y apartarme ligeramente llevando mis manos sobre mi corazón que amenazaba con salirse del pecho. Me faltaba el aire, nunca había sentido que mi cuerpo estuviera tan alterado como en aquel momento. Había sido lo más bonito que había vivido jamás.

–¿Te encuentras bien?

–Que… pa… pa… pasada…

Mis palabras, inconscientes y apresuradas, hicieron que se hinchara el ego de Sofía, pues me sonrió como si le hubiera dicho el mayor piropo del mundo.

–Son las cuatro y media, no quiero presionarte, pero si te apetece…, yo vivo sola –dijo ella invitadoramente.

Allí estaba el gran momento, lo que había temido durante las tres horas que habíamos pasado juntas. Sentía mi mente acorchada por el alcohol y mi libido por las nubes, pero el pánico me atenazó y fui incapaz de responder.

–Ey, que se trata de una copa, no soy ninguna violadora.

Reí ante lo parecido de aquella broma con la que yo había gastado a Lidia hacía una semana. Lidia…, había estado a gusto con ella, como no lo había estado con nadie jamás, pero… aquellas caderas, aquella suave piel, aquellos ojos azules…

Alargué mi mano, ofreciéndosela a Sofía para que ella tomase la iniciativa. Allí dejé las últimas reservas de mi romanticismo. Aquellos roces y aquella lengua en mi boca, habían ganado la batalla.

OOO

Sofía era enfermera desde hacía dos años y sus primeros sueldos los había invertido en emanciparse de sus padres. Vivía en un apartamento minúsculo pero acogedor, decorado con muy buen gusto. Habíamos hablado poco durante el trayecto en taxi, pero cuanto más la conocía, más atractiva me parecía.

–¿Otro ron con cola? –preguntó tras mostrarme su piso.

–Va… vale…, lo que tú quieras…

–Mira, Geno, eres una tía espectacular, pero ahora estamos las dos solas, podemos ser amigas, pero tienes que abrirte sin vergüenza. Si te apetece un cubata, perfecto, si no, también.

–Pues… si no te importa… preferiría… un té…

–Tendrá que ser verde, al mango y jengibre, es lo único que tengo, no soy yo de mucho té, ahora que café tengo de tres tipos.

Era sincera, natural y un encanto de chica, o de mujer, porque ya tenía sus veinticuatro años.

Mientras yo tomaba mi té a cortos sorbos, ella bebía un gin-tonic, sentada sobre el brazo del sofá, sin perderse detalle de nada de lo que yo hacía.

La corta falda de mi vestido, había dejado a la vista más de medio muslo. Entre trago y trago al té, sentí un pie cálido posarse sobre mi pierna. Un escalofrío volvió a recorrer mi espalda y preferí cerrar con fuerza los ojos y dejar que pasase lo que tuviese que pasar. En mi interior, me debatía entre matar a Mirella y Lidia en primera instancia, y Claudia y Alicia en segunda, o hacerle a las cuatro un regalo que no olvidasen.

Me armé de valor y posé mi mano sobre el empeine de aquel pie que hacía unos segundos, acariciaba mi muslo lentamente. Sentir cómo jugueteaban aquellos dedos, sobre el nylon de la media, me resultó encantador. Perdí la vergüenza y acaricié el dedo gordo, mientras no paraba de moverse por mi pierna.

Levanté mi mano del empeine, cuando este, insistió en introducirse bajo mi falda. A cada roce en la cara interna de mis muslos, yo creía morir, a cada acercamiento a mis braguitas, pensaba que no podría reprimir un grito de liberación.

Abrí los ojos y los enfrenté a los de Sofía, que me devolvieron la mirada junto a una sonrisa traviesa. Se puso de pie y se sentó a horcajadas sobre mis rodillas. Rodeó mi cuello con sus brazos y volvió a regalarme la miel de sus labios y su lengua.

Tenía su lengua, buceando en el interior de mi boca, y sus piernas a escasos centímetros de mis manos, inertes sobre el sofá. Rompí las últimas cadenas de pudor que me sujetaban y acerqué mis palmas hasta posarlas sobre sus muslos, enfundados en suaves medias.

Creí que mis dedos arderían al contacto con aquella tersa carne, era lo más maravilloso que había tocado en mi vida. A cada caricia mía, sus labios redoblaban la intensidad de los besos, como dándome alas a continuar con mis toqueteos.

Su boca abandonó la mía y descendió besando mi mandíbula y posteriormente mi cuello, pensé que perdería la consciencia cuando sus labios comenzaron a saborear la piel de mi cuello y de mis hombros. Agradecí haberme puesto un vestido de manga larga pero que dejaba los hombros al aire, aquello era increíble.

El cosquilleo de mi estómago había ido descendiendo hasta alojarse en mi entrepierna, convirtiéndose en un calor tan agradable como adictivo.

Sofía liberó mi cuello y bajó hasta el borde de mi falda, la cual subió hasta mi cintura, con la ayuda de un saltito de mis caderas. Recolocó su pierna derecha, introduciéndola entre mis muslos y presionando con su rodilla mi ardiente intimidad.

Un millón de escalofríos recorrieron mi espalda y una sensación de vacío agradable, nació de lo más profundo de mi entrepierna. Llevé mis manos a la cintura de Sofía y la aferré con fuerza. Todo lo que me habían contado de aquel momento se quedaba corto, no existía nada tan especial como aquello. Quise que la distancia que nos separaba se redujera hasta que nuestros cuerpos fueran uno, quise besarla, abrazarla, gritarle al oído, lo feliz que me estaba haciendo. Jamás hubiese pensado que se podían vivir tantas emociones.

Recostó mi cabeza sobre su hombro y durante un buen rato, se dedicó a acariciarme el pelo como a una niña pequeña.

–Ey, ¿estás bien?

–Uf, no… no… no sé… que me ha pa… pasado… Es in… in… Increíble.

Ella por toda respuesta, acercó sus labios a mi boca y depositó un suave beso.

–Pues… si quieres… esto no ha hecho más que comenzar… acabamos de salir de la atmósfera, y podemos tocar la luna, el sol y hasta las estrellas.

Yo estaba como abducida. No hacía más que acariciar, repetitivamente, aquel muslo que me había hecho alcanzar el paraíso ¿Qué me esperaría?, ¿tendría aguante para más emociones?, ¿sería mejor ir poco a poco?

Mi nueva amiga debía ser la persona con más intuición, o con más experiencia en novatas, del mundo, porque no tardó en ofrecer una solución.

–Es muy tarde, y debes estar destrozada. ¿Qué te parece si echamos un sueñecito y mañana continuamos conociéndonos?

–¿Dormir juntas? –pregunté como si fuera tonta.

–Si no te importa, me encantaría que me rodearas con tus brazos y sentir tu respiración junto a mi cuello.

Aquellas palabras, estremecieron todo mi cuerpo. No solo quería algo físico y pasajero conmigo, también deseaba algo más.

La acompañé hasta su dormitorio y ella me indicó que me sentase sobre la cama. Buscó en los cajones de su cómoda y me arrojó una camiseta.

–Es lo único que creo que te podrá venir bien.

Se acercó arrodillándose a mis pies y a continuación me retiró los zapatos. Puso sus manos, alternativamente sobre mi empeine y mi planta, masajeándome los pies con una dedicación increíble. Los nervios volvieron a mi estómago, despertando a las mariposas de su breve descanso.

Sofía me indicó que me pusiera de pie y me hizo girar sobre mi misma.

–¿No tiene cremallera?

–No, es de una única pieza, se saca por arriba.

–Ya, gracias, pero sé cómo se quita y se pone un vestido, no eres la única que los usa.

Enrojecí por completo, no sé qué me había llevado a darle explicaciones, tal vez el hecho de que la única experiencia sexual que tenía, venía de ver las películas de Sandra Bullock y de Julia Roberts.

Aferró el bajo de mi vestido y fue tirando hasta que pasó por mis caderas y mi trasero quedó al aire. Sofía enroscó la falda en mi cintura y llevó sus manos a mi culo y su boca a mi nuca. Quise que continuase con aquellas caricias y aquellos besos de por vida. Era maravilloso sentir sus manos en mis glúteos, acariciando y amasando, cómo si se quisiera apoderar de ellos para sí sola.

–Hmmm, ¿sabes que me encantas?, Me vuelve loca saborearte, y eso que tan solo he probado tu boca y tu cuello, y pienso comerte enterita.

Aquella amenaza hizo que las mariposas bajasen rápidamente a mi entrepierna, despertando un sinfín de sensaciones, que desde hacía diez minutos estaban aletargadas.

Sofía volvió con el vestido y yo facilité la tarea alzando los brazos. Pronto estuve desnuda salvo por el conjunto de ropa interior y los pantis.

Mi corazón retumbaba con fuerza amenazando con salirse de mi pecho. Con sumo cuidado, aferró el elástico de los pantis y los fue deslizando piernas abajo evitando arrastrar mis braguitas junto a ellos. Se puso de pie y me miró por un largo rato.

–Me encanta el encaje negro –dijo al fin.

Se acercó posando sus labios sobre los míos y en un movimiento sutil, llevó sus manos a mi espalda, soltando el broche del sujetador. Retrocedió con la prenda en las manos, que gracias a la ausencia de tirantes, no puso resistencia alguna. Al sentirme desnuda, mi pecho redobló la intensidad de sus latidos.

Arrojó mi sostén sobre la cama y se acercó con su mano derecha extendida hacia uno de mis pechos. A medida que lentamente se iba acercando, mi respiración se hacía cada vez más dificultosa. Detuvo su mano cuando tan solo faltaban centímetros para rozarme, alzando la mirada de mis pechos a mis ojos. Su mirada me atravesó y produjo un escalofrío en todo mi ser que hizo que me temblaran las piernas.

Sin dejar de mirarme, posó su mano en mi teta, amasándola suavemente, mientras su dedo pulgar jugueteaba con mi pezón, el cual se puso al instante como una roca.

Inspiré con fuerza, no me había dado cuenta pero había estado conteniendo la respiración. Esta vez tomé yo la iniciativa acercando mis labios a los suyos. Apresé su boca, introduciendo rápidamente mi lengua dentro de ella. Sentir sus caricias en mi pecho y el calor y la humedad de su boca, lograron que el cosquilleo de mi entrepierna se fuera convirtiendo en una cálida humedad.

Se apartó de mí y respiró varias veces con dificultad. Luego soltó mi pecho y recorrió con la uña del dedo, de la unión de mis clavículas hasta el pezón que no había sido acariciado. Aquel roce hizo que se me pusiera toda la piel de gallina. Volví a aguantar la respiración a la espera de lo que siguiera, pero ella apartó la mano y se alejó unos pasos.

Llevó las manos a su espalda y bajó la cremallera del top que llevaba puesto. Debajo de este no llevaba ropa interior y pude admirar sus pequeños pero firmes pechos. Sofía sonrió coqueta y se dio la vuelta mostrándome su espalda. Fue bajando su falda muy lentamente, permitiéndome admirar aquel culo precioso, apenas oculto por un diminuto tanga. Aferró el elástico de los pantis y del tanga al mismo tiempo y los fue deslizando piernas abajo hasta que su cuerpo quedó completamente desnudo.

Sentía mi boca seca y un nudo en la boca del estómago, pero sobre todas aquellas sensaciones imperaba la ansiedad que sentía mi entrepierna. Sofía, de espaldas a mí, seguía sin mover ni un músculo. Tímidamente fui acercándome a su espalda. Ella, como respuesta, echó sus manos hacia atrás y yo le ofrecí las mías, para que se rodeara la cintura con mis brazos. Mis pezones hipersensibles a aquella altura, rozaron la piel de su espalda y su culo se presionó contra mi pubis, comenzando a describir lentos círculos.

Soltó mis manos, las cuales permanecieron petrificadas sobre su vientre, y se retiró el cabello sobre uno de sus hombros, ladeando sensualmente la cabeza, para ofrecerme, completamente libre, el hombro opuesto.

Agradeciéndole lo explícita que había sido, llevé mi boca a su cuello, comenzando a saborear su suave piel. Perdí la noción de todo cuanto me rodeaba salvo las sensaciones que mi lengua y mis labios me transmitían. Sentí una presión junto a mi boca e instintivamente abrí los ojos. Un dedo de Sofía se me ofrecía para saborearlo. Antes incluso de llevármelo a la boca, supe lo que degustaría. Me lo introduje lamiéndolo con deleite, aunque nunca había probado aquel sabor, sabía perfectamente donde acababa de estar aquel dedo. Enseguida lo hube limpiado de cualquier fluido y me descubrí a mí misma deseando más de aquella melaza.

Entonces, mis manos decidieron comenzar a moverse muy lentamente hacia el pubis de Sofía, la cual, no contenta con mi escasa iniciativa, separó su mano de mi boca y la posó sobre el dorso de la mía, impulsándola hasta llevarla a su cálida entrepierna.

Torpemente pasé mis dedos por sus labios mayores, abriéndolos por completo. Sentir aquella humedad, hizo que me diera un vuelco el corazón, lograr que una chica estuviera así de mojada, era algo maravilloso. .

Yo puse mis dedos sobre su duro clítoris y ella, al mismo tiempo, se penetró varias veces con dos dedos, para luego llevarlos de nuevo a mi boca. Aquella calidez en mis dedos y aquel sabor en mi lengua, se me estaban comenzando a hacer adictivos.

Me atreví a llevar mi mano libre a uno de los pechos de Sofía, nada más rozar su pancita inferior, un escalofrío nuevo se sumó a la larga serie de sensaciones que estaba experimentando aquella noche. Posar toda mi palma sobre él, y sentir la dureza del pezón, fue indescriptible.

Su culito refregándose contra mi pubis, su clítoris entre dos de mis dedos, su teta amasada al completo por mi mano y su esencia en mis labios a través de su dedo era un sueño que nunca me habría imaginado que pudiera vivir con una intensidad tan brutal.

La mano, que Sofía no tenía alternativamente introduciéndose en su vagina y dándome a degustar su intimidad, se introdujo entre su trasero y mi cadera, colocándose entre mis muslos y presionando mis labios mayores. Aquella fue la puntilla que necesitaba mi excitadísimo cuerpo para deshacerse en un orgasmo que me hizo tocar el cielo. Cuando pude respirar con normalidad y actuar con consciencia, reanudé mis caricias al clítoris de Sofía con mayor intensidad al tiempo que masajeaba ahora su otro pecho.

Con delicadeza, apartó su mano de entre mis muslos y me obligó a que deshiciera el abrazo con el que la tenía sujeta por pubis y pechos. Se giró mirándome de frente y comenzó a descender hasta arrodillarse a mis pies. Aferró el elástico de mis braguitas y tiró de ellas hasta dejarlas enroscadas en mis tobillos. Tomándome del culo, acercó  su rostro a mi monte de venus e introdujo la nariz entre mis labios que se entreabrían inflamados por la excitación. Inhaló profundamente y, a continuación, lamió toda mi rajita hasta detenerse en mi clítoris.

Cada cosa nueva que me hacía Sofía me llevaba al país de las maravillas, sensaciones que jamás antes había experimentado y que quería grabar a fuego en mi memoria para poderlas recrear una y otra vez. Aquella lengua recorriendo el interior de mis labios fue algo más que una sensación, fue la emoción de sentirme viva, de ofrecer mi mayor intimidad a otra persona sin el menor pudor, fue darle a Sofía todo lo que era. Completamente fuera de mí, aferré la cabeza rubia y la presioné contra mi vulva, quería tenerla junto a mí, dentro de mí, devorándome.

A Sofía no pareció molestarle la violencia de mi acción y lamió con más deseo si eso era posible. Su lengua se movía a toda velocidad, recorriendo mis lugares más recónditos. Posó sus labios sobre mi clítoris y succionó con fuerza, elevándome a toda velocidad hacia el tercer orgasmo de la noche.

–¡Síii, síiii!, ¡diós!, ¡síiii!

Sus manos en mis nalgas y su torso apoyado en mis piernas, lograron que no me cayera redonda al suelo por los estremecimientos que recorrieron mi cuerpo. Cuando hube recuperado la calma, Sofía me miró desde abajo y sacando la lengua se relamió los labios. Luego, se puso de pie y me besó de un modo que me maravilló. No solo fue sentir mi intimidad en su lengua y sus labios, fue percibir la satisfacción que le embargaba por haberme hecho disfrutar, fue volverme a emocionar por las sensaciones que acababa de descubrir, fue en definitiva, un acto de compartir algo tremendamente íntimo.

–Yo… yo… es… esto… es… in… in… increíble…

–¿Estás cansada?

Estaba reventada, pero por nada del mundo quería que la noche terminara. Puse una de mis manos sobre su mejilla y le sonreí como una boba.

–Pa… pa… para… continuar… no…

Sofía se acercó a la cama y se tumbó en ella abriéndose de piernas. Con un gesto de su mano me indicó que la acompañase. Me tumbé junto a ella acariciando su costado a la vez que acercaba mi boca a la suya.

–Geno, fóllame –susurró sobre mis labios.

Tuve que poner una cara de tonta del bote, porque ella se precipitó a explicarme:

–Ven, déja que te enseñe.

Me indicó que me arrodillara e introdujera uno de mis muslos entre sus piernas completamente abiertas. Colocó mi rodilla muy cerca de sus labios y luego, ayudándose con los dedos, los abrió y ajustó mi rodilla a su vulva. Un suspiro de satisfacción brotó de su boca con el mero contacto. Me indicó que me recostase sobre ella y cuando lo hice, sentí su pierna abrirse camino entre mis muslos hasta presionar mi intimidad. Comenzamos a besarnos mientras buscábamos la postura más cómoda, en la que nuestros sexos, quedaban casi sobre la cadera de la otra. Yo la tenía sujeta por sus nalgas y la ayudaba a que su sexo se frotase por toda la superficie de mi muslo, al mismo tiempo, las idas y venidas, hacían que su pierna hiciera el mismo efecto sobre mí vulva.

Sentir sus pezones sobre los míos, fue electrizante. Era imposible que algo mejor pudiera existir.

–Dame duro, Geno, dame duro, que ya casi, casi.

Aceleré el ritmo y ella en respuesta aferró mi culo y me clavó las uñas con saña. Pensé que le había hecho daño y frené el impulso de mi pierna.

–¡No pareees, dame, dame más! –gritó clavando sus uñas con más intensidad.

Las molestias en mi trasero no eran problema alguno, dolían un poco, pero lo que más me importaba en aquel momento era lograr que Sofía disfrutase. Comencé a mover el muslo con energías renovadas. Ella apretaba los dedos clavándome profundamente sus uñas y yo embestía mi pierna como si quisiera atravesarla con ella. Pese a que pensaba que debía estar haciéndole daño, ella no paraba de exigir más y más intensidad.

–¡Ayyy! –grité cuando sentí un fuerte rodillazo en mi entrepierna.

Sofía se apresuró a pedirme mil disculpas mientras había dejado de clavar sus uñas en mis nalgas y ahora se dedicaba a acariciarme amorosamente todo el culo.

Recobré el resuello que el rodillazo me había hecho perder y poco a poco fui retomando el ritmo frenético con el que mi muslo, torturaba la vulva de Sofía.

Nuestras bocas volvieron a encontrarse, devorándose con una ansiedad furiosa, mis caderas buscaban ahora desesperadamente el muslo de Sofía para frotar mi coño con su tersa piel, el dolor por el golpe había desaparecido y ahora incluso tenía más ganas que antes.

–¡Más, más!, ¡un poquito más! –volvió a gritar mientras las caricias en mi culo se convertían en sonoras palmadas.

Aquellos azotes despertaron en mí una faceta desconocida, la lujuria me estaba dominando y sin querer me dejé llevar por ella. Apresé el labio inferior entre mis dientes y mordí más fuerte de lo que era mi intención. Aquello lejos de molestar a Sofía, pareció que la enardeció más, pues redobló la intensidad de sus palmadas en mi culo. Yo por mi parte, eché la pierna hacia atrás y con un brusco movimiento, froté la entrepierna de Sofía con toda la intensidad de que era capaz en aquella postura.

Las manos dejaron de golpearme y se entrelazaron tras mi nuca, forzándome a prolongar el beso que nos estábamos dando. Nuestras tetas se aplastaron en un abrazo que no dejaba resquicio alguno. Paré el movimiento de mi pierna, interpretando que Sofía debía haber llegado al fin a su orgasmo. Una pena, porque yo estaba a punto de un cuarto.

–Uf, vaya polvo –susurró a mi oído entre risitas.

Sofía sacó su pierna de entre las mías y me abrazó con ambas rodeando mi cintura. Ahora nuestros sexos se tocaban y ella comenzó un suavísimo movimiento, mientras volvía a besarme, en esta ocasión tierna y delicadamente.

Cada una respirábamos del interior de la boca de la otra, mientras nuestros libidos volvían a crecer de nuevo. Sus manos volvieron a mi culo, pero esta vez, para acariciarlo con las yemas de los dedos. Separamos nuestras bocas y cada una jadeó al oído de la otra su propia satisfacción. Sentir el aliento de Sofía sobre mi oreja, escuchar sus gemidos ahogados y tener su sexo sobre el mío, me llevó a un orgasmo muy diferente a los otros tres, pero tan o

más satisfactorio como aquellos.

Se agradecen todos los comentarios. Espero que La continuación no tarde aunque escribir tanto sexo es agotador. Besos.