Modelo artística.

Cómo ganar un poco de dinero por una actividad tranquila

Modelo artística.

Soy Ana. Ya he cumplido 18 años.

Según mis amigas soy guapa y tengo buen cuerpo. Estoy delgada. Mis piernas son largas y las tetas no muy grandes. Deben tener razón porque me doy cuenta de cómo me miran los chicos.

Aunque morena, desde hace unos meses, me tiño de rubio el pelo de la cabeza. Especifico porque el del coño lo llevo siempre depilado y no me hace falta.

Mis padres se pueden permitir darme muchos lujos y suelo vestir bastante pija.

También dicen que soy algo atrevida y no le tengo miedo a nada. En eso seguro que exageran. Una cosa es lo que parece y otra lo que se lleva por dentro. Digamos que doy mucha sensación de seguridad.

Un día estaba con mis amigas Marta y Paula, en una cafetería, cuando vimos un cartel que pedía modelos femeninas para clases artísticas.

Paula me dijo que yo encajaba en el trabajo. Marta, que es un poco víbora, me animó a dejar de vivir del cuento. Aquello me enfureció. Cogí el móvil y llamé al teléfono que se indicaba.

Respondió una chica que me dijo lo que pagaban y el trabajo a hacer. No era mucho dinero, pero tampoco el trabajo parecía muy difícil. Posar en una sesión, de una hora, para alumnos que estaban aprendiendo a dibujar. Además, tenía ganas de callarle la boca a Marta.

Pregunté cuando podía empezar y me dijeron que esa misma tarde, a las 6 necesitaban una modelo.

Me presenté y la chica que me había atendido, Laura, rondaba más bien los cuarenta, pero era muy amable y elegante. Su voz al teléfono me había confundido. Me dijo que vestía muy bien y así servía para la clase. Ella era la profesora que las daba.

Entré en una sala que tenía en el centro una amplia tarima, como si fuera un escenario. A su alrededor, varias chicas, alguna más mayor, sentadas con un caballete delante y un gran cuaderno de pintura en él, se afanaban por dibujar algo. Otras sólo llevaban un cuaderno grande en la mano.

Laura me indicó que me subiera a la tarima. Entonces me percaté de que el suelo era acolchado como si fuera un tatami.

Laura me colocaba en diferentes posturas y luego se paseaba entre las dibujantes dando instrucciones para retocaran los bocetos que hacían.

La hora se me hizo corta. Acabó la clase y Laura me entregó el dinero convenido.

Cuando me iba a ir, Laura me detuvo:

-          Un momento, Ana. Tengo un problema y no sé si podrás ayudarme.

-          ¿Qué ocurre?  - Le pregunté.

-          Es que ahora tenemos otra clase y la modelo contratada me ha llamado porque no puede venir. Podría hacerlo yo, pero me dificulta dar la clase.

-          Bueno…, no tengo inconveniente en sustituirla…

-          Es que hay otro problemilla… - hizo una pausa hasta que la interrogué con un gesto - La clase de modelos desnudos…. Tú tienes un buen cuerpo…

Estaba procesado la información cuando Laura añadió:

-          Se paga el triple…

Aquello me pareció estupendo. Aparte del dinero, había sabido alagarme y el importe total ya me servía para callar la boca a Marta. Valoré rápidamente la oportunidad, alguna vez había ido a una playa nudista con unas amigas, y respondí:

-No hay problema. Yo lo hago. Pero me tienes que decir lo que hacer.

-Por supuesto, yo te iré indicando, no te preocupes. – me respondió más relajada.

Me llevó a un vestuario que había allí y me dijo que me pusiera el bikini rosa que había sobre una silla y, encima, la bata del mismo color que estaba a su lado. Me dijo que podía dejar la ropa dentro.

El vestuario tenía un espejo de cuerpo entero donde podía observarme. Irónicamente le pregunte a la imagen reflejada: “¿Sabes lo que estás haciendo?”

Me desnudé y cuando cogí el bikini rosa, me costó descubrir cómo iban aquellos cachitos de tela ligera y elástica. Entendí el motivo por el que consideraba la clase como desnudo.

El sostén eran dos pequeños triángulos que, por el vértice superior, se unían a un cordel y la base tenía un dobladillo por donde corría otro cordel. Los dos cachitos formaban las copas del mismo.

Me costó colocármelo. Empecé por atar el cordel deslizante a mi espalda, por debajo de mis pechos, y después coloqué un triángulo en cada uno de mis pezones, no cubrían mucho más, para unir ambos cordeles fijos por detrás de mi cuello con un simple lazo.  Me miré al espejo. Prácticamente tenía las tetas al aire.

La braga era otro triangulo. Un poco más alargado, no mucho, pero también más estrecho. El cordel fijo estaba en la base inferior y después se bifurcaba en dos, y el dobladillo estaba en la base que esta vez iba hacia arriba. Después de estudiar aquella prenda minimalista, conseguí atar cabos (mejor dicho, cordeles) para formar algo parecido a un tanga.

Me lo puse como pude. Menos mal que los cordeles eran elásticos, porque dejé los huecos estrechos y tuve que soltar las lazadas que quedaban en mis caderas y volver a atarlas.

Revisé cómo me quedaban. La tela me tapaba escasamente la raja del coño. El cordel que iba hacia atrás ni se veía, escondido entre mis nalgas.  Muy por debajo de mi cintura, el otro rodeaba mi cuerpo, con una lazada en cada lateral. Tenía que moverme con cuidado para que el dichoso triangulo no se fuera a un lado y se quedara todo el coño a la vista.

Por otra parte, los triángulos del sostén también eran juguetones y en cuando me despistaba, dejaban al aire mis pezones. Aquello era un poco azaroso.

Me puse la bata. Por fin algo normal…

Al salir, Laura me abrió la bata y revisó.

-          ¡Estupendo! – exclamo – además vas completamente depilada, me gusta. – añadió tras levantarme ligeramente el triangulito inferior.

Me llevó a la misma clase. Sólo había dos chicas, pero no eran las que estaban antes.

-          Sube a la tarima, te quitas la bata y me la das... – me dijo Laura mientras esperaba.

Subí y noté como el elástico de la braga acababa de hacerme una de las suyas. El dichoso triángulo se había desplazado. Abrí la bata y lo recoloqué. Me quité la bata y al dársela a Laura descubrí que uno de mis pezones estaba a la vista. Me volví a colocar el triángulo y esperé quieta, de pie.

-          Estás guapísima… - comentó - Para empezar, abre las piernas y pon los brazos en cruz.

Ejecuté lo que me mandaba, con cuidado de no contrariar a los dichosos cordeles, y permanecí inmóvil, casi orgullosa de haber conseguido que no se movieran. Me preguntaba cómo podía pagar a la modelo con sólo dos alumnas.

Intentaba imaginar lo que pasaba por la cabeza de las chicas. Una de ellas estaba ensimismada en su cuaderno y la otra me miraba fijamente. Parecía muerta de envidia al contemplar mi cuerpo.

En esos pensamientos estaba cuando se abrió la puerta de la clase y entraron dos chicos jóvenes y otro más mayor. Tragué saliva. ¿También hay hombres en la clase? Lo cierto es que yo había dado por hecho que la clase era femenina, como la anterior.

-Llegáis tarde – dijo Laura, a modo de recepción y casi recriminándoles. - ¿Y Javier?

-Ha ido directo a cambiarse- respondió el mayor.

Me sentí cohibida, pero era yo la que había cometido el error. No podía culpar a nadie. Era tarde para rectificar, no me quedaba más remedio que aguantar.

Me fui haciendo a la idea.

Tampoco era para tanto. Recordé el verano pasado que fui a una playa nudista y al principio estaba incómoda, pero luego me lo pasé muy bien por la sensación de libertad. Hay que haber estado desnuda al aire libre para saber lo que se siente. Inimaginable si además estás rodeada de cuerpos desnudos y te das cuenta de que te miran con envidia, …o con deseo.

Intentaba pensar en cualquier cosa para evadirme cuando volvió a abrirse la puerta y entró un chico con una bata azul.

-          Venga, Javier, que ya es muy tarde. Ya han pasado cinco minutos…

Observé como se subía a mi lado y se quitaba la bata dejando a la vista un cuerpo escultural cubierto por un bañador negro que más bien parecía un tanga. Sus músculos, no muy exagerados, estaban bien marcados. El tanga también parecía elástico y dejaba intuir muy claramente lo que había dentro... Se marcaba una gruesa y larga polla, aunque parecía estar en reposo.

-          Es Javier, tu compañero modelo - me lo presentó. - Esta es Ana - le dijo a él.

El chico se limitó a sonreír ligeramente y mover la cabeza arriba y abajo. Le contesté con un gesto similar, un poco forzado, aunque dudaba si salir corriendo.

-Vamos a adoptar algunas poses – dijo Laura.

-Javier, para empezar, acércate a Ana y rodea su cintura. - añadió.

El tal Javier, muy obediente, ejecutó la orden, se acercó a mi costado y me pasó un brazo por la espalda, rodeando mi cintura, y su mano acabó abierta sobre mi ombligo. Con la otra mano cogió la mía y la dejó apoyada en mi cadera.

Su cuerpo quedó pegado a mi espalda y su polla apretada contra una de mis nalgas. Le dejé hacer mientras yo me limitaba a tragar saliva.

Se notaba, por la soltura con que lo hacía, que el chico estaba acostumbrado y no era la primera vez que posaba.

Permanecimos inmóviles durante un rato. Los dibujantes se afanaban sobre sus cuadernos, trazando línea. Laura iba uno a uno indicando detalles sobre cada dibujo.

Laura dio por finalizada esa fase y comenzó a decir:

-          Ahora vamos a …

En ese momento la chica que me parecía envidiosa, le dijo a Laura:

-          ¿Podemos hacer algunas posturas de desnudos?

¿Será cabrona? – pensé para mis adentros- ¿Qué quiere esta ahora?

-          Sí, claro, íbamos a empezar… - dijo Laura condescendiente.

-          Javier, poneros con la 11.

¿Qué era eso de la 11?, me preguntaba. Laura, adivinando mi pensamiento añadió:

-          Ana, no te preocupes, deja que te coloque Javier. Los números se corresponden con posiciones básicas que ya tenemos definidas.

Javier, detrás de mí, con su pie derecho, empujó el mío hacia el exterior. Era evidente que tenía que separar más las piernas. Lo hice preocupada por el comportamiento del triangulito que tapaba levemente mi coño. Por una vez, permaneció en su sitio.

Me cogió de las muñecas y llevó mis manos hasta colocarlas sobre mis caderas. Parecía una postura más adecuada para dar órdenes que para recibirlas.

Javier seguía detrás pero no veía lo que estaba haciendo. No tardé en descubrirlo. Se pegó a mi espalda y pude sentir su polla directamente entre mis nalgas. Se había quitado el tanga.

Pasó sus brazos por el hueco que dejaban los míos y colocó las manos bajo mis tetas como si las sostuvieran.

  • Deja que los veamos en su esplendor. – añadió Laura.

Javier entendió al instante lo que decía, e hizo un ligero movimiento con un dedo de cada mano. Los triángulos saltaron de su posición dejando a la vista mis pezones. Con los mismos dedos, comenzó a apretarlos y a moverlos arriba y abajo, a los lados y en círculo, mientras con el resto de las manos me agarraba fuertemente de las tetas.

Entendí que, para Laura, esplendor significaba ponerme los pezones excitados. El eufemismo era muy bueno. Se me ocurrió que Javier podría “abrirle un mundo nuevo retrospectivo”, como una manera elegante de indicar que le diera a ella por el culo.

Permanecimos un rato en esa postura mientras los dibujantes se afanaban en completar un boceto y mis pezones no paraban de crecer.

Según pasaba el tiempo sentía más presión entre las nalgas. No necesitaba ser adivina para comprender que Javier se estaba empalmando. El problema es que su roce, a mí, me estaba afectando.

Laura me miró y pareció comprender la situación. Se acercó a un mueble de la sala y vino a nosotros con un frasco. Parecía un frasco de aceite corporal con dosificador.

-Vamos a iluminar tu cuerpo. – Dijo Laura.

Sin mediar palabra, lo acerco a mis pechos y apretó el dosificador. Estaba caliente y sentí las gotitas que cubrían mis pechos. Javier debía saber cómo actuar y comenzó a esparcir el aceite distribuyéndolo con ambas manos y recorriendo mi cuerpo. Instintivamente coloqué mis manos sobre las suyas, acompañándolas, en un intento de controlar de lo hacía.

Se separó de mí y noté como los cordeles del sujetador dejaban de apretarme. Había soltado las lazadas de mi espalda y del cuello y me retiró la prenda. Tampoco era importante, llevaba tiempo sin que aquello tapara nada.

Laura me volvió a echar aceite por la espalda y las nalgas. Javier siguió frotando para impregnarme con él. Cuando llegó a mi culo no se cortó. Metió los dedos entre mis nalgas y, yo creo que aposta, empujó con uno de ellos para ver si tenía cabida. Entró ligeramente.

Laura me echaba aceite por los muslos y desplazó a un lateral el triangulito de mi tanga. Sentí cómo rociaba la zona y que cierta cantidad penetraba en mi interior. Ni se molestó en recolocar el dichoso triangulito para tapar mi raja. Tampoco hubiera servido de nada. Javier, muy diligente, desabrochó los lazos de mi braguita y la retiró.

Sus manos se hundieron entre mis piernas y se aseguraron de que el aceite cubriera todas las partes de mi cuerpo, tanto por fuera como por dentro.

Cuando acabó, me sentía como una perra en celo, deseando que me perforaran, pero opté por mantener el tipo y la dignidad. No podía follarme a un desconocido y delante de otros desconocidos.

-          Javier, adoptar la 15. – dijo Laura a la vez que subía a la tarima un taburete de plástico blanco y lo colocaba por delante de mí, hacia un lado.

Dejé que me colocará. Javier me elevó la pierna izquierda. Apoyé el pie sobre el taburete.

En esa postura creo que los dibujantes tenían una vista completa de mi coño. Lo sentía abierto por los masajes. Eso, unido a la inexistencia de vello, tenía que proporcionarles un modelo excepcional para dibujar.

Al parecer aquello no estaba completo, Javier se volvió a colocar a mi espalda. Por un momento pensé que iba a meterme la polla, pero sólo la colocó entre mis piernas, encajada entre los labios de mi coño y asomando un poco por delante. La notaba gruesa y dura.

Casi me decepcionó. Mantuvimos la posición. El realizaba pequeños movimientos, adelante y atrás, casi imperceptibles. En cada uno de ellos conseguía mover mi clítoris y aumentar mi excitación.

Trascurrido unos minutos pude notar cómo mi propio lubricante chorreaba por la pierna que tenía apoyada en el suelo. Me agaché para mirar. Era un poco embarazoso. Había empapado la polla de Javier y de esta también colgaba un hilo denso que no acababa de caer.

Laura se acercó y lo limpió con un pañuelo mientras me regalaba una sonrisa maligna.

-          Adoptar la 5.- dijo Laura a la vez que se bajaba de la tarima.

Recordé la rima. Me temía lo peor.

Javier se separó. Quitó el taburete y me colocó a cuatro patas sobre el tatami, con las piernas separadas y mirando a los dibujantes. ¿Tendría yo razón?

Casi, casi. Se arrodilló detrás de mí, y sin mediar palabra, tras localizar la entrada de mi coño, se metió dentro. No le costó mucho porque yo le daba facilidades. Se supone que debíamos permanecer así para que los alumnos hicieran un boceto.

Javier me daba ligeros empujoncitos que yo notaba en el interior de mi cuerpo como la expansión de un globo.

Volvía a sentirme mojada, pero al instante me di cuenta de que era Javier el que había llenado mi cavidad de líquido. En ese momento empecé a sentir un orgasmo incontrolado.

Estaba teniendo contracciones, las piernas temblando, y empujando hacia Javier intentando que profundizara más. Mi cintura se arqueó para conseguir que rozara más mi interior. Mi cara debía reflejar aquello.

Nadie dijo nada. Al parecer era habitual que los modelos se follaran en la clase. Nos dejaron acabar respetuosamente.

-          La clase ha acabado. – sentenció Laura.

Javier se colocó su bata y con un simple “encantado”, se despidió de mí. Para acabar de follarme, podía haber dicho algo más. No se…, un “hasta la próxima follada”, por ejemplo.

Laura me trajo mi bata. Aun me temblaban las piernas. Salí lentamente de clase.

Cuando Laura me pagó le pregunté:

-          Por curiosidad ¿Cuántas posiciones tenéis catalogadas?

-          Tenemos 20 pero raro es la modelo que consigue aguantar cuatro sin correrse. - contestó. - El récord lo tengo yo con cinco.

-          ¿Contaré contigo otro día? - me preguntó.

-          No lo dudes. – rematé.

Me marché pensando en convencer a Marta de que el trabajo también era para ella.