Modelándonos

Una reunión de jóvenes aspirantes a modelos que termina convertida en otra clase de velada.

Era los días que había sesión de fotos. Nada más terminar, se vestían y quedaban a una hora en casa de alguna chica o en la del jefe o de los segundos. Aquélla fue en casa del jefe. Según le habían contado a Sonia las reuniones podían terminar muy tarde o no terminar nunca. El testimonio Sonia me lo hizo antes de follar. Acabé cachondo perdido.

  • Yo tenía 19 años. Me habían hablado de que si quería hacer algo, me metiera en esta agencia o en otra que hay. Me metí en ésta. Éramos todas igual de crías. Alguna mayor, pero más o menos todas por el estilo. La selección no me había dado muchos problemas. La prueba fue una sesión de fotos en bikini, ropa de sport y traje de noche. No esperé demasiados días para que me llamaran. Como verás, sigo estando igual de buena.

  • Pero con un poco de culete y unos años más.

  • Y unos años más. Pues eso, las niñas éramos muy monas. Era la época en que ser pija era pertenecer todavía a una clase social al margen.

  • Joder, pues si eras la mitad de pija que cuando te conocí, nenita... Y además tú tenías que ser modelo a la fuerza porque, si no, te morías, o sea.

  • No seas bruto, Angelico.

  • Enséñame ese culete, reina.

  • Te cuento. El día que nos citaron la primera noche, yo creía que íbamos a una cena a casa del jefe. Y fuimos. Yo ya vi que ese día la cosa iba por otro camino. Los primeros porros aparecieron recién iniciado el entrante. Laura, una de las más antiguas, estaba sentada al lado del jefe. Luego estaban Inés, una rubita encantadora y dicharachera, Raquel, mi confidente, a lo mejor por ser de mi quinta, y Cristina, una puta en toda regla, pero que me caía bien.

Pues bueno, Laura estaba ya dándole al canuto con el jefe metiéndose mano sin disimulo. Las tetas de Laura quedaron así, digamos prácticamente al descubierto. Luego estaban los dos manos derechas del jefe. Olga, más o menos condueña de la agencia, pero a la que nosotras llamábamos la dominatrix, y Juan, el fiel y salido ayudante del jefe.

Los petas rondaban por la mesa en círculo. La cosa era dar una calada y pasarlo. Como te puedes imaginar, la cena nunca terminó. Laura y el jefe fueron los primeros en irse al sofá. A las demás nos entró un ataque de risa que en mi caso lo era de autodefensa. Joder, yo nunca había probado las drogas e iba a quedar como una gilipollas si no lo hacía como ellas. Después de la maría, llegó el algo más. Las rayitas las distribuyó Juan, formándolas con una tarjeta de crédito. Raquel me confesó que tampoco la había probado, Inés y Cristina sólo se enteraban de la charla que llevaban entre ellas y la dominatrix se puso detrás de mí para incitarme al consumo.

La muy zorra me estaba poniendo muy caliente con sus dos manazas de lesbiana en mis nalgas. Una vez terminamos todos de probar la mercancía, la cosa ya se puso seria. Al jefe Laura le había sacado la polla. Inés y Cristina se estaban dando un lametón con las lenguas, y Raquel y yo nos quedamos mirando como tontas, al tiempo que la dominatrix y Juan nos miraban condescendientes.

(En esta parte del relato, la polla se me puso morcillona por debajo del pantalón. Me toqué)

  • Laura se la chupaba muy bien al jefe. Inés y Cristina se habían despojado de la parte superior de su vestido; los pezones se erguían muy erectos en sus delicados senos. Por lo que a mí respecta, no hacía falta ser un lince: o me iba con mi amiga, o me atacarían las dos bestias pardas. La una ya me había magreado, el otro me parecía un peligro. No sé por qué inicié quitándome los zapatos, y luego la falda. De arriba me paré en el sujetador. Mi coño peludo quedó al descubierto. Desde su rincón, observadora, la dominatrix reparó en mi matojo, descendió a su altura y comenzó a acariciarme.

Me abrí de piernas. Tampoco era muy consciente de lo que estaba por venir, pero me abrí, apoyándome el culo en un asiento. Al hacerlo, tropecé con Cristina y Juan, espachurrados entre la pared y el suelo. El quehacer que me estaba brindando la dominatrix me impedía, de todas formas, estar a todas. Pronto la lengua de mi amante lesbiana se hizo hueco entre mis labios inferiores. Lancé un gemido inmediato, esperando oír una carcajada de lástima por parte de la concurrencia, pero nada de eso pasó. Mi temprana vergüenza desapareció pronto al ver que todos estaban terriblemente ocupados.

Quise ver a Raquel un momento. Del Juan éste no me fiaba yo mucho. Lo vi con su cara empotrada contra su coño. Una buena comidita sustitutiva del segundo plato, pensé yo. La dominatrix también daba buena cuenta de mi suculenta escudilla. El jefe y Laura estaban follando ya completamente desnudos; Inés y Cristina estaban en pleno 69 y un pie de Raquel se me puso en medio de la cara. Sus gemidos me daban una mezcla de preocupación y de calentura .

  • ¿Eras virgen?

  • No, no, ni de coña, no era virgen. Había conocido el sexo hacía ya un año y medio, me había acostado con un par ya en la universidad.

(Me había sacado la polla kilométricamente cachonda. Les ordené a mis dedos ponerse a trabajar)

  • Estaba tan lubricada que no sabría a ciencia cierta si llegué a orinarme en algún instante. Me dieron ganas de llamarle puta a la mujer que me estaba comiendo. Susurrándole al oído, se lo hubiera llamado más de mil veces. Pero no se lo llamé. Al mismo tiempo, comencé a subirle el sueter. De siempre la dominatrix hacía gala de la desnudez de ropa interior, con esos pezones marcados como dos soles por debajo de su ropa. Era momento de sacarles brillo. Arrodillada, quedé por debajo de sus pechos. La dominatrix no era muy alta, realmente le sobrepasábamos todas en una cabeza. Era como una madre en lo concerniente a la agencia, las citas, sesión de fotos, etc. Ella gustaba de parecer bollera además de serlo, aunque para mí que todavía mantenía su condición de bisexual.

Tócate el chichi, era su expresión favorita cuando algo le sacaba de sus casillas. Siempre me excitó su voz de cazalla, el pitillo en los labios resecos. No estaba de moda tanto como ahora lo de los piercing en el cuerpo, pero ella tenía taponado su ombligo con un arete de plata en forma de luna llena. Puta de mierda la cabrona, me estaba follando casi a mi madre y estaba gozando más que con cualquiera hasta entonces.

(Sonia se bajó las bragas con la misma inconsciencia del que se pone un calcetín de cada color. Una Sonia ensimismada que hubiera continuado con su relato igual que si medio vecindario hubiese entrado entonces en la habitación)

  • La tía me sabía dónde dar porque yo estaba que no podía aguantar más el orgasmo. Como tenía esas uñas la muy puta, me estaba como rasgando en las paredes de la vagina, era un cosquilleo que no sé decirte. Que no sé cómo lo hacía, pero yo estaba a merced suya. Entonces ella me puso las piernas en ángulo abierto y se me puso encima como si fuera un tío que me follara. Atrapé su cuerpo con mis pies. La tía le daba empellones a su pelvis. Unos jadeos mudos acompañaban a sus movimientos. Luego que se cansó, con una fuerza de la que le creía incapaz, me levantó enlazada todavía a su cuerpo y me empotró contra la pared.

Yo mesaba sus cabellos, los olía , los chupaba. Mordí un mechón de su pelo, ella soltó un quejido de placer y se deshizo de mí. Rauda me metió un par de dedos violentamente en el coño. No pude más y me corrí. Todo mi jugo le resbalaba y le caía a la dominatrix por los dedos. No me creerás, pero entonces me di cuenta de que su coño estaba depilado, un coño enorme y labios gruesos. Quería hollar su agujero tal como me lo había hecho ella. Quería provocarle el mismo orgasmo que me había producido ella. Quería comerle el coño a esa puta.

(Quise follarme ya a Sonia, pero me gustaba más la idea de seguir escuchando tocándome, ora yo, ora ella)

  • Fue cuando me dio por echar un vistazo. La pareja compuesta por Laura y el jefe se había convertido en cuarteto con la adición de Inés y Cristina, mientras que Juan y Raquel habían desaparecido de la habitación.

  • Pero ¿le comiste el coño sí o no?

  • Ahí viene la cosa. La muy puta me dejó en un principio con las ganas. Yo ya me había corrido y quería de alguna manera recompensarle el placer que me había suministrado. Además, quería que, de una puta vez, me viniera un segundo orgasmo consecutivo en mi puta vida. Pero ella se fue también del cuarto. Tampoco tenía la impresión de que tocándome fuera a experimentar otra corrida. Aun mirando a los demás me pasó. Sólo podía como mucho, tocarme a ver si así, pero no. Tuve que esperar a que volvieran los tres, la dominatrix, Juan y Raquel, descojonándose ellos solos. Juan el cabrón tenía la polla totalmente tiesa. Raquel me estaba pareciendo como desconocida, totalmente pedo y fuera de sí. Y la dominatrix, detrás de ellos. Como a una señal sólo por ellos conocida, Juan y el jefe se hicieron a un lado.

Sus cuerpos ya fláccidos, sus nalgas fondonas, tiraban para atrás, pero por sus gestos y su diálogo en voz baja barruntaban un giro en la velada. Laura me miraba sentada en el sofá escrutadora, altiva. Raquel sólo me cogió del brazo, apoyando su cara contra mi hombro, totalmente ida de si. El resto mirábamos a ellos dos. De repente un halo de luz nos cegó los ojos. La dominatrix había sacado una cámara digital y se puso a tomar instantáneas del grupo. Los dos chicos salieron y al rato volvieron con más coca. Reiniciaron la sesión primero con Laura. Continuaron el rito con las que parecían más animadas. Después me tocó a mí. Entonces la dominatrix dijo algo así como "Pero vamos a hacer las cosas, bien, coño".

La persona elegida para poner en práctica la idea de la dominatrix fue Raquel. La pobre poco se podía negar. Y ésta era la idea. La dominatrix ponía una rayita de coca en la rajita del coño y otro de nosotros tenía que esnifar. En el caso de Raquel le pusieron un montículo de coca encima de sus pelillos. El hijo puta de Juan fue el primero en animarse, como no podía ser igual. Luego fue la puta de Laura la siguiente en probarla. Inés y Cristina siguieron en su mundo particular apartado de los demás y se esnifaron mutuamente. En cuanto a mí, miré con un deseo súbito a la dominatrix, pero ésta se hacía a un lado como fotógrafa oficial del acontecimiento que estaba siendo. Casi preferí que me lo hiciera a mí el jefe. Además, tal como me había puesto ya la noche, tenía ganas de follármelo después de todo.

Él fue quien me puso la raya en el coño. Me abrió de patas más que a las otras y prácticamente me metió la coca entera dentro de la vagina. Noté cómo su nariz aguileña rozaba mi vulva. Echó raíces en mi coño. A continuación me lamió el clítoris en busca de los últimos restos. No sé si debió acabar con todo o qué, pero el tío me estaba comiendo muy bien.

De seguido nos pusimos a follar. La polla de mi jefe me entró fácil gracias a la trabajada lubricación de su saliva. Ignoro si las demás chicas estaban gozando igual que yo. Pero también me daba igual. Me gustó todo de mi jefe, realmente este tío sabía follar y hacer saber que una mujer estaba siendo follada.

Mientras, por ahí la cosa se había puesto caliente. La puta de la dominatrix y el cabronazo del Juanillo se reiniciaron la sesión de fotos de por la tarde. Nos hicieron posar no sabes cómo.

(Sonia se me puso entonces en las más variadas e impensadas posturas para explicármelo. Genitales femeninos fotografiados al detalle, anos abiertos y ensanchados en primerísimo plano, dilataciones vaginales a cuatro dedos. Ella misma se encargó de enseñarme de forma exacta a cuánto llegaba de ancho el diámetro de los coños)

  • Te podrás imaginar quién fue el conejillo de indias elegido, nunca mejor dicho, para romper el hielo. El coño de Raquel, el culete de Raquel, los pezones de Raquel, la polla de Juan en la boca de Raquel, el culo de la dominatrix y la lengua de Raquel... Me vino el orgasmo del jefe y no pude aguantar mucho para unirme al cotarro. Todos, y digo todos nuestros secretos quedaron inmortalizados gracias a la cámara digital. La dominatrix iba y venía del ordenador para guardar las fotos a venir a hacer más. Aquello fue Troya. Semejante colección de culos, coños, tetas; y folladas, mamadas, tijeras, inserciones. Hasta vómitos fueron inmortalizados. Tú no sabes lo que fueron aquellas horas, Angelico, no sabes.

  • Sé que te pusiste buena ese día y que a partir de ése más días te pondrías.

  • La verdad que aquel día fue único, cierto. Pero luego ya las cosas no se parecen, por mucho que una lo quiera que sea. Ya no es lo mismo, la gracia se pierde, no hay, digamos, la misma chispa. Te lo pasas bien pero tampoco... Follas y eso, pero qué quieres que te diga. Y la coca cansa, cuando no te mata. Y paso de eso. Además ya te acordarás, cómo acabé yo con ellos. Ahí sí que se portaron mal los hijos de puta.Pero mejor olvidarlo. Una se cansa de todo. Cuando se pierde la gracia del principio... Eso es como todo; mira, tú y yo, follamos pero te tengo que contar esto para ponerte cachondo. Angelico.

(No me deja responderle y en ese momento sale del cuarto. Viene con un cd, lo pone en el DVD y empiezo a ver coños y tetas, y culos, y folladas, y mamadas, y corridas, y piercings en el ombligo. Hasta vómitos. Coños, tetas y demás que, por su culpa, ya no me son desconocidos)