Mochilero por Asia (2)
Los viajeros llegan finalmente a la isla, y se alojan en unas cabañas muy eróticas.
Luego de una increíble travesía en todos los medios de transporte imaginables, que incluían vuelos domésticos, tuk-tuks, motonetas y barcazas, logramos llegar a nuestro destino: una isla que por donde la miraras te recordaba a Di Caprio.
El paisaje era entre hermoso y espeluznante. El mar de un color calypso transparentaba los corales, la arena de un fino polvo blanco, y unas palmeras que te cobijaban del radiante sol. Pero con un silencio y una soledad que a veces daba gusto y a veces susto.
Nuestras cabañas estaban en una orilla de la playa, y estaban construídas con tallos de bambú como vigas y un tramado de hojas tropicales como paredes. Al principio no nos imaginábamos su razón de ser, pero las lluvias tropicales causadas por la humedad del ambiente nos confirmaron la necesidad de estar bajo un techo.
Por dentro, las cabañas eran un ambiente con dos camas, cubiertas de mosquiteros, con un ventilador central. Cada cabaña tenía un baño, que era un pequeño ambiente con una ducha "integrada", sin cortinas ni receptáculo para el agua.
"Bueno, acá estamos", dijimos todos. Teníamos que repartir las cabañas. Ignacio dijo "Yo duermo con el chileno y uds. dos en la otra cabaña". La verdad es que estaba tan cansado que ni siquiera tenía energía para pensar en las deliciosas implicancias, pero tonto no soy y empecé a sentir cierto cosquilleo por ahí abajo que me indicaba que la idea era bastante interesante.
Así que nos pusimos nuestros trajes de baño y partimos a la playa. El día estaba maravilloso, y el paisaje también. El agua era deliciosa, tibia, baja y sin mucho oleaje, especial para nadar. Si bien había poca gente, nos fuimos alejando hasta un extremo donde se estaba bastante solitario. Una vez en el agua, Javier dijo "Con su permiso, pero este placer no me lo voy a prohibir por estar con ustedes", y se sacó el traje de baño. Acto seguido, lo siguió Ignacio, con lo cual Jordi y yo dijimos "OK, ¡nudismo!" y les seguimos los pasos.
Si mis amigos ya eran exquisitos, Jordi estaba mucho mejor. Y yo luchando por evitar una erección. Así que me metí al agua. Les debo confesar que era un placer. Si no lo han hecho, definitivamente se los recomiendo. Nadar en el mar en bolas te produce una sensación de libertad tremendamente placentera.
Y más con tan espléndida compañía.
Estuvimos toda la tarde en la playa, desnudos, nadando y tomando sol, cada vez más cómodos con nuestros cuerpos.
En la tarde, cuando se puso el sol, volvimos a la cabaña para darse una ducha y salir a comer algo a la caleta de pescadores.
Ignacio se iba a duchar primero, así que yo me puse a ordenar mi placard (closet, armario). Conversamos un rato, él en la ducha y yo en la pieza, hasta que se sintió el ruido de que se metió dentro del agua. Cuando miré a la pared del baño, pude observar que entre el tramado de las hojas se veía algo de luz. Obviamente que me acerqué para mirar, y en ese minuto supe que existían los reyes magos: se veía toda la ducha, y mi compañero de cuarto se estaba mandando una paja apoteósica bajo el agua. Que manera de disfrutarla el cabrón, se la hacía suave, luego más rápido, acariciando todo su miembro, sintiéndolo, tocándolo, gozándolo, mientras con la otra mano se acariciaba el cuerpo, las bolas, sus pezones que ya estaban duros. A veces se chupaba los dedos, otras se apoyaba contra la pared para darle más duro. Yo con los nervios sólo atiné a mirar, pero mi pichula goteaba y goteaba de lo caliente.
Finalmente, acabó, y fue algo monumental. Pero no vi su verga explotar, ni sus chorros de leche. Me concentré en su cara, que se transfiguró en un éxtasis de placer y de entrega al orgasmo en cuerpo y alma. Una experiencia casi animal, como un potro que rompe la naturaleza con su sexualidad.
Como era evidente que ya iba a salir, terminé de desempacar rápidamente y me recosté un rato como para que Ignacio imaginara que me había quedado dormido.
El salió y me despertó con un "Dale, campeón, a la ducha". Estando ahí dentro sólo podía recordar mi visión y sentir todavía el olor a sexo que había quedado.
Pero me aguanté, quería seguir más adelante con esta historia.
Fuimos a comer, pero mis compañeros de viaje estaban más exquisitos que la comida (¿o habré sido yo que quedé sensibilizado?). Lo único que quería era volver a la cabaña para acostarse y mandarme un pajazo de aquellos antes de dormir.
Cuando volvimos, nos quedamos charlando un rato, y luego nuestros vecinos partieron a su cabaña.
Así que llegó la hora de dormir. Nos desnudamos hasta nuestros calzoncillos. Yo duermo desnudo, pero mi amigo se quedó con los slips. "Por precaución", dijo, y se rió.
Hablamos de minas, de sexo y de pajas. El me dijo que no pensaba practicar la abstinencia en esa semana de vacaciones, y que no había nada más delicioso que pajearse tranquilo, pero que no me preocupara ya que él no teía costumbre de hacerlo en su cama sino sólo en la ducha.
Pero yo si, así que apenas se quedó dormido me hice una paja maravillosa, hirviente, bañado por la luz de la luna, y mirando a Ignacio de reojo uno para verificar que no se despertara y otra para observar su glorioso físico iluminado por la penumbra azul.
Pero cerca de las 4 de la mañana, me desperté con ganas de ir a tomar agua. Al mirar para el lado, Ignacio estaba durmiendo de espaldas, y se veía una tremenda erección dentro de su slip. Si estaba soñando, o es una reacción natural del ser humano, se la apretaba con la mano de cuando en vez, con lo que se acentuaba más su silueta y firmeza.
Pensé que en un minuto se la iba a sacar para masturbarse, pero no. El estaba dormido. Así que me levanté al baño a tomar agua. Cuando volví, Ignacio estaba idéntico a como lo dejé, así que me acerqué a mirarlo y admirarlo.
Y mientras lo estaba mirando, se lo sacó y me lo ofreció. "Nadie se va a enterar", me dijo, "y me tienes muy caliente". Así que me tiré encima de él, besándolo completamente, desnudándolo con fervor e hicimos el amor toda la noche.
Tenía una pija deliciosa, suave, que me dediqué a adorar con mi boca y mi lengua en toda su longitud. Mientras le provocaba el mejor placer que un hombre sabe dar a otro con su boca, Javier me estimulaba el ano con su lengua y me preparaba son su saliva para mayores desafíos.
Cuando ya no me aguantaba más, nos dimos vuelta y me penetró. Ocupamos aceite de coco que teníamos para el bronceado, y lo hizo suavemente, deliciosamente, como si lo hubiéramos hecho toda la vida.
Cuando acabó dentro mío, fue mi turno, y mientras lo penetraba acabó de nuevo bajo mi estimulación de sus pezones y su verga.
Me confesó que le había gustado desde que me vio, y yo a él. Que con su primo eran homosexuales pero no pareja, y que el viaje lo planearon para seducirme él a mi y Javier a Jordi.
Durante esa semana lo hicimos 8 veces al día, toda la noche, en la ducha, en la playa, dentro del mar, en la cama, y nos amamos hasta que llegó el minuto de volver.
Sus comentarios a elfandi_2003@hotmail.com
En el próximo capítulo, lo que pasó en la cabaña de Jordi y Javier.