Mobbing sexual (9: la frutera)
- van a ser 3 uros treinta -. Dice la tendera entregando una redonda bolsa de naranjas a un cliente.
-Alberta: van a ser 3 uros treinta.
Dice la tendera Alberta entregando una redonda bolsa de naranjas a un cliente.
-Cliente: gracias niña, Dios te lo pague con muchos hijos.
-Alberta: ja ja, si tienen que venir esos hijos espero que sea porque yo quiero.
-Cliente: vale, adiós chica, adiós Camilo.
-Camilo: adiós Bernardo.
Dice Camilo, el propietario de la pequeña tienda de fruta en que ofrecen a la clientela una jugosa y vitamínica oferta.
-Alberta: repítame señor Camilo, ¿cómo se llama ese señor que se ha acaba de ir? En un momento me he quedado muda porque no me lo he acordado mientras le servía.
-Camilo: Carlos, Carlos Faraco. Un viejo amigo de correrías con el que comparto unos cuantos delitos. Delitos de juventut que todos hemos hecho alguna vez, y que también todos acabamos reprochando algún día.
-Alberta: ¿delitos? vaya manera tan fea de llamarlos. ¿Qué sería? robar una mazorca de maiz del campo o bulerías similares?
-Camilo: pues un poquitín más grave, pero mejor no te lo cuente no me cojas miedo y te vayas de la tienda.
Dice el señor Camilo dando una amical palmada en el trasero de la joven Alberta.
-Camilo: estoy encantado con tu trabajo. Anteriormente como sabes hemos tenido diferentes tenderas pero ni punto de comparación con la eficiencia que demuestras, Alberta.
-Alberta: gracias, no será tanto, yo trato de hacerlo lo mejor que puedo sin por ello tratar de parecer una heroína. Pero aún así, gracias por el cumplido, señor Camilo.
Dice la muchacha dándole un par de besos en las mejillas del señor Camilo.
-Camilo: bueno.
Reinicia conversación el señor Camilo aún con la mano que le ha sostenido en la cintura mientras Alberta le daba el par de besos.
-Camilo: yo me voy a ir que tengo que hacer un par de gestiones. Cuida de la tienda y no creo que tengas problemas.
-Alberta: yo tampoco lo creo. El día no parece muy movido, raro sería que ahora mismo viniera una avalancha de clientela.
-Camilo: pues hasta luego.
El señor Camilo sale de la frutería a la vez que deja pasar a una señora que arrastrando el carrito de la compra parece disponerse a comprar una poca fruta. Oye el señor Camilo la mitad de la petición que hace la señora a Alberta pues el volumen de sus palabras decrece al mismo ritmo que aumentan, sus pasos, la distancia que crece entre él y la tienda. El señor Camilo pasa por los diversos sitios por los que debe. Primero pasa por el ayuntamiento para pagar un par de impuestos nuevos que el alcalde se ha sacado de la manga, aplicables a todo comercio de venta al menor como su frutería. Después pasa por la agencia de seguros en que debe también, maldición, pagar más cosas. Se trata de un trámite burocrático del que se ha encargado la agencia en ciudad capital.
Un tercer sitio en que le exigen plata es ahora la pollería donde compra un pollo recién sacrificado, al que le espera un negro futuro en la cocina de don Camilo. Se dispone ya Camilo a regresar a la frutería cuando pasa por delante de una elegante floristería. Quedan expuestas en ella enormes ramos de las más intrínsecas flores tropicales. Camilo se detiene un rato a admirar la preciosa oferta verde, roja, amarilla, granate e incluso azul que exhibe la tienda y se queda un instante anonadado por la tanta belleza que se exhibe gratuitamente ahí.
Su cartera no está ahora precisamente llena pero, no puede detener Camilo el irrefrenable impulso de comprar un ramo de rojas y redondas flores. Con ellas en la mano y orgulloso como un niño con un pelota retoma Camilo el trayecto hacia su frutería. De lejos aproximándose a ella contempla Camilo con la misma admiración con que observaba la floristería, a Alberta, la muchacha que ahora mismo carga con una gran sandía para disponerla en una caja en que esté a la vista del público. Cuando llega a su lado en el exterior de la frutería, ya sabe Camilo para quien van a ser las flores.
-Camilo: toma, Alberta.
-Alberta: uy, ¿para mi?
-Camilo: sí, las he comprado para ti por ser tan buen frutera.
-Alberta: oh, qué ilusión. Hacía mucho que nadie me regalaba un ramo de flores, casi que hasta me había olvidado de su belleza. Gracias señor Camilo, ha estado usted encantador.
-Camilo: de nada Alberta, de nada.
Alberta entra en la frutería con el ramo en la mano y oliendo el maravilloso perfume que sueltan las recién cortadas flores.
-Alberta: gracias, gracias señor Camilo. Una cosa tan simple, pero a la vez tan bella, es precioso.
-Camilo: de nada, te lo repito. Este, ¿por qué no le buscas un jarro bonito y las expones ante las manzanas de san Juan? Haran muy de bonito al lado de las frutas. Casi como para pintar un bodegón.
-Alberta: sí, tiene razón. Pero, ¿de donde saco el jarrón?
-Camilo: sube a mi casa. Toma las llaves, por ahí encima del zapatero de la entrada hay un par de jarros. Escoge el que te parezca.
Dice don Camilo alargando unas llaves a la moza.
-Alberto: de acuerdo, no tema que no le voy a hurgar nada más.
-Camilo: cómo voy a temer nada de ti, cielo.
Dice don Camilo dando de nuevo una palmada al trasero de la moza.
-plas-
Alberta abre la puerta que da a las escaleras y con las flores en la mano emprende la subida hasta la residencia particular de don Camilo. Don Camilo se dispone a esperar paciente al cuidado de la frutería pero de pronto un relámpago pasa por delante de sus ojos. Sin saber exactamente lo que piensa pero actuando con eficiente seguridad don Camilo baja la persiana de la frutería cerrándola al público temporalmente. Emprende el mismo camino que emprendió Alberta dirigiéndose hacia su casa subiendo las escaleras. Con la diferencia que don Camilo lo hace de forma sigilosa. Llega a su puerta en el primer piso y encontrándola entreabierta la abre del todo para entrar él. Don no encuentra a la muchacha en el recibidor escogiendo el jarro. Sí que encuentra peró las flores, ya despositadas en uno de los jarros de la entrada. Pero ni rastro de Alberta.
Don Camilo procede a inspeccionar qué se hizo de su tendera y por ello va visitando las diferentes habitaciones. Primero por la cocina dudando de si a Alberta le pico el gusanillo del hambre y se le ocurrió a esta buscar algún mendrugo de pan, pero nada. Después pasa por delante del retrete pero, estando la puerta de este abierta, determina que allí no se encuentra. Desde el salón inspecciona el balcón pero sigue este igual de vacío que todo lo que de momento ha inspeccionado. Entonces empiezan a pasar por la mente de don Camilo malos pensamientos pues uno de los pocos departamentos en que no ha mirada es su habitación. La que compartió en su día con la que en paz descanse esposa. Don Camilo extrema su sígilo y se acerca a su recámara con el silencio de una hormiga. Ve la puerta entreabierta y ello le permite visionar lo que pudiera ahí encontrarse.
Encima de su cama se encuentra Alberta pero en una pos diferente al sociable aspecto que muestra esta en la tienda. Alberta está encima de la cama con la falda levantada y la mano entrepiernas. Efectuando el pecado de la lascivia.
-Alberta: mmmm, mmmm.
Tiene en sus morros, sostenidos por su otra mano, sus propios calzoncillos que supone don Camilo que debe de haber tomado de su cajón. Don Camilo no se atreve a interrumpir a la muchacha y es que eso sería una mala jugada tanto para ella, como para él. Que viendo como la chica se masturba siente revivir entre sus piernas el legendario vigor sexual del que había fanfarroneado hace tantos años.
-Alberta: mmmm, don Camilo... mmmm.
Este don Camilo sabe que la muchacha no es consciente de que está siendo observada. Pero es así que comprende que la chava lo quiere a él y no a sus dedos entrepiernas. Don Camilo decide obsequiar a la bella joven y aún con el alargado sígilo entra en la habitación. Alberta tiene los ojos cerrados por lo que con su ídolo ante él no cesa de masturbarse creyéndolo lejano.
-Alberta: mmm, sí, don Camilo, por qué no se atreve a conquistarme, mmm.
Don Camilo le da una enorme sorpresa a la muchacha cuando le toma esa misma mano que tenía entrepiernas.
-Alberta: ¡oooooooh!
La muchacha abre los ojos y se queda boquiabierta ante el hombre que la observa ante ella quien sabe cuanto rato hace. Los calzoncillos caen de su mano izquierda al lado de esa su cabeza que no se atreve a decir nada.
-Camilo: tranquila, no pasa nada, no me enfado.
-Alberta: pero, señor Camilo, lo siento, no sé cómo se me ha ocurrido hacer esto. Estoy arrepentida de todo ello, perdóneme por favor.
Dice Alberta levantándose de la cama y bajándose su falda para mostrar el mejor aspecto que puede una mostrar después de haber sida descubierta masturbándose en su propio lecho.
-Camilo: no pasa nada, todos, recuerdas, hemos cometido pecadillos un día u otro.
-Alberta: pero que el mío no es un pecadillo. Es un pecado de sangre y corazón. Me he estado masturbando en su propia cama que compartió con su fallecida esposa, no me veo con fuerzas ni de pedirle perdón.
-Camilo: no tienes por que avergonzarte, es más, te sugiero que continúes.
-Alberta: ¿que continúe? Dios me libre. Me está usted pidiendo que vuelva a hacer lo que sin consciencia ni juicio estaba haciendo en la propia cama de una persona que considero limpía de todo pecado?
Don Camilo ve que para convencer a la chavala de que le ha gustado lo que hacía, tendrá que usar otras estrategias diferentes a la ligera plática. Don Camilo le levanta la falda y mientras le acaricia por encima el parrús a la chavala, también le levanta el sueter descubriendo esas juveniles tetas que aún tienen que crecer bastante con el paso de los años y los hijos.
Él sigue acariciándole esa que hasta el momento se tocaba sola panocha y observa en la mirada de la chica que va perdiendo el miedo por fases.
-Alberta: mmm, ¿no se ha enfadado?
-Camilo: por supuesto que no. Eres muy bonita y me siento orgulloso de que una chava tan guapa sueñe conmigo.
-Alberta: mm, pero, mmm ¿no se siente mal por el despecho que le he ofrecido a su mujer?
-Camilo: claro que no (dice don Camilo apurando la masturbación vaginal de la chica para que deje de pensarse cosas raras) ella me dejó hace mucho tiempo y si lo hizo fue porque se fue con otra persona.
-Alberta: mmm, ¿otra persona? mmm, no había, fallecido? mmm.
-Camilo: sí claro, otra persona, se fue con Dios.
-Alberta: oooooh, (la picante ironía desata otro picante chorrito de placer en la almeja de la chica) uhmmm.
Don Camilo advierte que es el momento de dejar de jugar al que cree juego de la moza y tomándola de la cara le da ahora un fulgurante beso que recibe esta sin ningún sobresalto. Don Camilo y Alberta se besan mientras él sigue metiéndole el dedo en el agujerito y ella entiende que no puede seguir disimulando. Por lo que le desabrocha los pantalones y saca esa idolatrada verga que supone dispuesta a ser masturbada. Mientras Alberta masturba a su sueño va tomándole medidas de si caberá en su panocha tal verga. Lo ha hecho la chavala con algún que otro chico pero la verga del señor Camilo es especialmente larga y gorda, y se siente un poco insegura besándose con un que después le va a meter tal instrumento. Aún así, mastúrbale valientemente a sabiendas de que cuanto más le da más dura y recia se pone esta.
-Camilo: muac, muac, ¿me la quieres comer? preciosa.
-Alberta: claro don Camilo, me sentiré muy honrada y honesta con su vergota en mi boca.
-Camilo: pues venga.
Don Camilo le pone la mano en la cabeza y la "ayuda" a agacharse. Cuando esta tiene el miembro ante su boca lo mira un rato asombrada y a la vez orgullosa de su tamaño. Don Camilo le mete un dedo en la boca para cuando está este dentro hundir hacia adelante, sugiriéndosele. Alberta abre los labios y por fin chupa de ella. Con la mano aún en su frente Alberta chupa de ese que tanto tiempo hombre ha admirado en secreto.
Camilo la cala con fuerza y ello hace que su verga sobrepase ese punto psicológico en la garganta de la muchacha, pero ella está tan extasiada chupando del hombre que hasta el momento sólo tenía en sueños que, los impulsos internos de escupir esa que entra demasiado adentro verga son minimizados para dar paso a otros de los que gozar en su plenitud; comer de él.
Camilo goza cantidad de sentir una caliente cavidad alrededor de toda su polla, pero sabe que existe otra más sabrosa cavidad igual o más caliente en el centro de gravedad opuesto a en el que ahora mismo está encajado.
-Camilo: lo haces muy bien pequeña.
-Alberta: gorbl, gracias, gorbl, gorbl.
-Camilo: pero hay una cosa que me gustaría más.
-Alberta: gorbl, a mi también, señor Camilo, gorbl.
-Camilo: pues adelante, ¿por qué no te estiras en la misma cama en que hace un rato te masturbabas?
-Alberta: es que, aún me siento un poco culpable por lo que he hecho.
-Camilo: ¿qué me dices? culpable por masturbarte en mi cama pensando en mi?
-Alberta: sí, es que, yo estas cosas trato de llevarlas muy bien (dice la chica con la verga de su jefe en la mano) no sé si me entiende, no herir a nadie, nadie que esté vivo ni muerto.
-Camilo: cómo te lo tengo que decir, si Manuela estuviera aquí, en forma de fantasma o . .
-Alberta: ¡oh por Dios!
-Camilo: oh perdona, no quería decir eso. Quiero decir que si ella supiera desde ahí el cielo donde está que nosotros nos estamos relacionando, lo aprobaría totalmente. Conociéndola como la conocí estoy seguro que incluso en el cielo se relaciona con algún angelito.
-Alberta: ¿usted cree?
-Camila: ya ves, ella no era una monja ni nada similar, y aprobaba las relaciones sexuales fueran cuales fueran si con ello no se ofendía a nadie.
-Alberta: ¿lo aprobaba, todo?
-Camilo: no, no quiero decir todo. Quiero decir todo en lo que no se falte el respeto a nadie. Por ejemplo una infidelidad no la consentiría, pero ella y yo estamos separados hoy por muchas esferas, y que tú y yo lo hagamos no supondría serle infiel.
-Alberta: oh pues, nunca lo había pensado. Yo lo tenía a usted como a un ídolo inalcanzable, a alguien que nunca fallaría la que quiso tanto esposa. ¿Pero cree usted que hacerlo juntos, no fallaría a la fidelidad que le tuvo en su día?
-Camilo: exactamente eso. ¿Sabes ese que dicen que cuando te mueres te conviertes en ángel? pues quizá se ha convertido en tu ángel de la guarda y te guió hasta trabajar aquí conmigo.
-Alberta: oh, que interesante. Sería maravilloso que ella fuera mi ángel de la guarda y aprobara totalmente el que usted y yo hiciéramos el amor.
Dice la chica poniéndose en pie y abrazando de nuevo a don Camilo para hablarle más cerca.
-Alberta: me sentiría felicísima con ello.
-Camilo: pues vamos a ello.
Don camilo mete, mientras se miran a los ojos, el dedo en la panocha de la chica para reexcitar la que quizá se ha calmado demasiado durante la plática. Ella cierra los mismos ojos que cerraba en su afair solitaire en la cama del señor hace tanto rato y murmura cositas.
-Alberta: mmm, ahora me siento segura, mmm, de que no fallo a nadie, mmm.
-Camilo: así es hija, ella te querría en mis brazos.
-Alberta: pues va, hágamelo por favor.
Alberta se estira en la cama y abriéndose de piernas echa una petitiva de amor mirada al hombre que se va a meter entre ellas. Camilo sorpréndela un poco y tumbándose a su lado se las cierra para echarlas al otro lado.
-Alberta: eh, ¿qué hace?
-Camilo: te voy a coger de lado.
-Alberta: ah, qué bien, adelante.
Camilo levanta las piernas de la muchacha y cuando muestra esta su rajita, le inserta Camilo la verga en ella desde el lado.
-Alberta: aaaaaaah.
La verga ha entrado entera en la muchacha sin virginales dilaciones que le harían a don Camilo la tarea más larga. Cuando se ha metido del todo en ella Camilo le toma un pecho a la vez que se la saca y vuelve a meter entera.
-Alberta: ooooooh.
-Camilo: ves como no haces daño a nadie.
-Alberta: sí, oooh, oooh, pero como usted me había hablado tantas veces de, ooooh, ella, ooooh, ooooh.
Don Camilo toma nota mental de la próxima tendera que emplee no hablarle mucho de Manuela, o como mínimo sin mucha exaltación. Pero por ahora con la verga en la pucha de Alberta tiene ganada la partida.
-Alberta: ooh, ooh, ooh, ooh, ooh.
La cintura de Camilo salta de un lado a otro entre las que tiene elevadas piernas Alberta. Manteniendo esta posición tan rara tiene ella dificultades para agarrarse a algún punto fijo. Pero sobrepasando tal incomodidad esta el gozo de sentir dentro de ella una verga que hasta el momento había creído inalcanzable en el podio de la fidelidad.
-Alberta: aah, aah, aah, gracias por, aah, comprender mi ansia, aah, por usted, aah, aah, señor Camilo.
-Camilo: de nada, umf, sepas que si en algún momento me necesitas, umf, umf, estoy disponible para lo que necesites.
-Alberta: gracias, gracias, aah, aah, aah, aah, aah, aah.
Camilo sigue cogiendo la muchacha practicamente el resto de la jornada laboral que hubiera de haber conllevado en la frutería. La fruta es una mercancía muy perecedera, hay suficiente con un día de olvido para que ella se pierda de forma irreparable. Después de todo ese rato entrando y saliendo de las que tiene elevadas piernas Alberta, Camilo piensa en ello.
-Camilo: ¡ay Dios, y la fruta!
-Alberta: aah, aah, aah, aah, qué pasa, aah, aah.
-Camilo: lo tendrías que saber tan bien como yo, hay piezas que si no se venden hoy se echaran a perder.
-Alberta: ¡tiene razón!
Dice la muchacha imponiendo más consciencia que su jefe y descargándose de él.
-Alberta: ¡vamos a venderla!
-Camilo: no hay tiempo, a la hora que es vendrán 4 personas, no más.
-Alberta: tanto da (dice Alberta mientras se arregla rapidamente el que se sacó vestido) vamos a venderla puerta a puerta.
-Camilo: ¿puerta a puerta?
-Alberta: sí claro, venderemos las piezas que lo requieran, en plan de urgencia y a reducido precio.
-Camilo: mmm, ni yo lo hubiera pensado mejor, vas a ser muy buena frutera.
-Alberta: frutera, igual, la mujer del frutero, ja ja ja.
Dice Alberta saliendo de un salto de la recámara para dirigirse a ese que tiene de urgencia plan de venta.