Mobbing sexual (3: enfermera de un septagenario)
- Venga tome, esta pastillita azul y esta amarilla ahora, y esta de color rojo se la vendré a administrar a media noche.
Paulina termina de hacer la cama ante la atenta vigilancia del señor Aurelio, el septegenario protegido al que cuida desde hace 6 meses y al que cuidará hasta... quien sabe cuando. La hija del señor Aurelio junto a su marido, el yerno de don Aurelio, han ido a pasar la tarde con su hija (nieta del don) a un parque acuático. Por lo que han dejado a gran pitufo al cuidado de en quien tienen más confianza; la auxiliar de enfermera Paulina de la que hasta el momento han tenido una experiencia magnífica. Paulina no tiene muchos estudios, no muchas tesis doctorales ni ha escrito muchos libros sobre el cuidado de las personas mayores.
Pero lo hace muy bien pues su ocupación es enteramente vocacional, le gusta ayudar al señor Aurelio en las cosas que este no puede desenvolverse. Así y todo es consciente de la atracción que suscita en el don, que le sigue el 70 % de los movimientos que hace ante él, no simplemente por mostrarse atento y dispuesto a la tarea de la enfermera, sino para que se sientan sus propios ojos agradecidos contemplando las espléndidas curvas de Paulina, junto a su espléndido trabajo. Alguna vez limpiándole encima la cama, la verga de don Aurelio ha adquirido dimensiones considerables. Paulina se ha mostrado en estas ocasiones muy profesional y no se ha alarmado, sino que se lo ha tomado como un ligero contratiempo que si se lleva este con sentido común no ocasiona ningún problema. Don Aurelio no es tampoco una persona acosadora que pellizque el trasero de la mujer a la mínima oportunidad, sabe cual es su papel en la vida y en lo que ha evolucionado este. Siendo y sintiéndose un honrado septagenario que quiere el bien para su familia y amigos.
Aún así don Aurelio se siente vivo y no se averguenza de que, en ocasiones, ello se muestre a la virtudiense enfermera. Que comprende lo que puede hacer un hombre y lo que se escapa de su control, sin por ello ocasionar ningún problema.
-Paulina: ya estoy terminando señor Aurelio, ¿como le ha sentado la cena? siente la barriga cómoda?
-Aurelio: muy bien hija, mi verdadera hija cocina muy bien pero mi segunda, tú Paulina, no tiene nada que envidiarle.
-Paulina: gracias por el cumplido, pero sepa que personalmente admiro el don de cazuelas de Florencia.
-Aurelio: así y todo gracias Paulina porque me ha sentado fenomenal.
-Paulina: pues bien, a mi sólo me queda entregarle su medicación y podré retirarme a mi recámara.
-Aurelio: malditas pastillas, ya lo dice la tele que sientan más mal que bien a la juventud.
-Paulina: no me embauque que ya sé a qué se refiere, las pastillas que se toman los chicos son muy diferentes a las que se toma usted.
-Aurelio: je je, un poco más y caes.
-Paulina: muy malos tienen que ser los engaños para que yo caiga en ellos. Venga tome, esta azul y esta amarilla ahora, y esta de color rojo se la vendré a administrar a media noche.
-Aurelio: de acuerdo, sin rechistar. Pero, Paulina, te agradecería que antes de dejarme durmiendo me estiraras un poco la rodilla. Hoy le he dado bastante marcha paseando a Jaimita y temo que me dé la noche.
-Paulina: bueno, a ver, sáquese el pantalón.
El señor Aurelio se ha sacado los pantalones, en esta ocasión del pijama, dozenas de veces ante Paulina. Por lo que no conlleva rareza alguna el que después de sacárselos los estire encima del cojín. Paulina dedica la ciencia de sus manos a estirar los maltrechos ligamientos de la rodilla de don Aurelio. La rodilla de este ha sufrido mucho durante la vida debido a una lesión que sufrió este de joven en una batalla entablada en Marruecos contra los rebeldes. Después esta no recibió el cuidado preciso y ha llegado Aurelio a la edad que ha llegado, con dos piernas, de milagro.
-Paulina: ¿se siente mejor?
-Aurelio: por supuesto, tus manos son como las del rey Midas, y todo lo que tocan lo convierten en oro.
Paulina no advierte inmediatamente el fenómeno natural que se da entre las piernas del señor. La verga de este se ha parado y es la precisa nariz de la mujer la que capta la vorágine de hormonas sexuales masculinas que desprende el miembro. Disimulando un poco levanta esta la vista para certificar las sospechas que le vienen no sabe de donde. Así, sin detener la manipulación de la rodilla del señor, Paulina siente cierta admiración por la verdor que caracteriza la esfigie del señor Aurelio a sus años. Este ha captado el descubrimiento de su cuidadora, por lo que imponiendo más valor que el que impusiera contra los moros hace más de 50 años, toma la mano de la mujer y la posa encima de su verga. Paulina no tiene una inmediata reacción de rechazo sino que con voz normal, no de enfado, dice;
-Paulina: ¿qué hace señor Aurelio?
-Aurelio: muñeca, necesito también tratamiento aquí. Esta verga no ha cumplido el deber por nuestro creador impuesto desde hace más de 10 años, como es natural pide igual que su amo seguir viviendo.
-Paulina: ... no diga bobadas señor Aurelio .. yo soy una mujer casada .. qué hubiera dicho usted si su esposa, que en paz descanse, hubiera mantenido relaciones sexuales con un hombre que no fuera usted.
El señor Aurelio responde a tan espinosa pregunta sin por ello soltar la mano de Paulina, a su vez ayudando a moverla a lo largo del tronco de su verga.
-Aurelio: mi bondadosa mujer, que en el cielo esté mirándonos. Pasó a lo largo de su vida muy malos trechos. Sabía que hay personas desdichadas con las que a veces hay que tener piedad. Personas a las cuales no ha sonreído la dicha del cupón de la once y no pueden sino desear que les sea entregada la suerte por vías menos triunfales. Nosotros éramos unas de esas personas a las que no sonrió la dicha eterna, y mi bendita mujer, a la que no tache en vida ni tacho después de ella, el destino le impuso mantener, para la continuidad de nuestra vida juntos, relaciones con un hombre exterior a nuesta familia.
Paulina sigue atenta la explicación del don hubiendo aceptado el rezo elevado por él y acompañando agradosa el movimiento de su mano en la verga.
-Paulina: ¿su mujer entabló relaciones sexuales con otro hombre? es eso?
-Aurelio: exacto, y lo hizo no por placer, ni por vicio, ni a plena voluntad, sino por necesidad, por extrema necesidad.
-Paulina: siga contándome por favor, siga.
Dice la joven mujer acompañando cada vez con más entrega la masturbación de su paciente.
-Aurelio: Florencia y yo pasamos por algunas épocas de penuria económica. En aquellos tiempos España no era la potencia que es ahora y era más bien algo comparable a lo que son ahora los países del este de Europa, ex-soviéticos. Ella trabajó, entre otras muchas cosas, de servidumbre en una gran casa. ¿Me entiendes?
-Paulina: ¿de criada?
-Aurelio: sí, algo así. Ella trabajaba de criada en la residencia de la familia Mendez. Una estirpe que hoy día ya no es lo que era.
-Paulina: sí, la conozco, hubiera tenido mejores tiempos si en ellos podía gozar de servidumbre doméstica.
-Aurelio: pues bien, gozaba don Guijarro, el que era en esos tiempos cacique de la casa, en efecto, de su servidumbre doméstica. Entre ellos mi mujer.
-Paulina: ya, alguna cosa había oído de que hace muchos años eso era una cosa habitual entre el grupo social medio-alto.
-Aurelio: pues bien, yo era conocedor de que don Guijarro se beneficiaba a mi mujer cuando le apetecía. Pero no me enfrenté con él porque eso hubiera significado la desgracia de Florencia y por tanto de nuestra familia.
-Paulina: ya veo, debió usted pasar tiempos muy duros sabiendo que en cualquier momento su mujer podía estar en brazos de otro, sin poder hacer nada para evitarlo.
-Aurelio: cierto. Y contándote esto, Paulina, no pretendo decirte que tú estés en la misma posición que mi mujer estuvo. Hoy día no hay el paro que hubiera en viejos tiempos en que imperava el socialismo. Si tú quisieras, te ibas de esta casa y con lo mañosa que eres encontrarías ocupación sinó en otra casa en un hospital. Con ello te digo que yo y mi mujer sufrimos en su día forzosos imperativos de la vida y que los aceptamos sin oponer contras. También pretendo comunicarte la posibilidad de que tú y yo gozemos de lo que un día gozaron otras personas de nosotros, de mi y de mi mujer. Y tú y yo, Paulina, meternos en la cama y sin querer mal a nadie, gozar de la vida que, aún me queda a mi, y de la mucha que a ti te queda.
La masturbación aplicada por la mano de Paulina ha adquirido tal cariño con el extenso baile de palabras que son estas que sueltan ambas personas, vanas, pues tiene la competente charla un desenlace inequívoco.
-Paulina: ya ... más o menos lo entiendo. ¿Pero, usted cree que si su mujer estuviera aquí lo consentiría?
-Aurelio: mi mujer, pequeña, consintió en vida muchas más cosas que esta. Si estuviera aquí mostraría total consentimiento para que ni que sea yo sólo, continuara la vida que iniciamos juntos.
-Paulina: algunas cosas me opinan que debo hacerlo y algunas que no. ¿Si usted y yo hiciésemos el amor, aquí y ahora, sería sólo hoy o, habría más veces que... estaría yo en brazos que no son los de mi marido, sin poder hacer este nada para evitarlo?
-Aurelio: no veo por qué complicarse tanto la vida y extraer una teoría científica acerca de lo que podemos hacer y lo que no. Si tú y yo nos relacionáramos ahora de forma más intensa que la que llevamos paciente/enfermera desde hace unos pocos meses, yo me sentiría una persona felicísima, felicidad que trataría de transmitirte a ti de la mejor manera que sepa.
-Paulina: ya veo... mmm.. tengo que confesarle que; sí, quiero.
-Aurelio: bien pues, estoy encantado de que tu elección sea la deseada por mi. ¿Quieres hacerlo aquí o preferirías tu recámara?
-Paulina: si le he de decir la verdad, ni una cosa ni otra. Por una vez que le soy infiel a mi marido preferiría salir de tópicos de criada cogida en la recámara de su patrón o su propia recámara particular y hacer algo especial. ¿Estarías dispuesto a consentirme tal antojo?
-Aurelio: aún no sé ni qué te propones. Yo estaría dispuesto a hacer lo que esté en mi mano, si la cosa me supera lamentaré no poder corresponderte.
-Paulina: creo sí está en su mano. Se trata de... una fantasía sexual que sorprenderale a usted procedente de una aparentemente civilizada enfermera como soy yo. Quiero que me coja en la recámara y cama de su, nieta, así mismo simulando entre los dos que yo soy ella.
-Aurelio: sorprendido me has, ciertamente. Pero si yo te he pedido una cosa tan grande como la que he, tú tienes tanto derecho o más a pedirme lo que me has.
-Paulina: vale, ¿se ve con fuerzas antes de tomarse las dos pastillitas? Le sumirán estas en un leve sopor, por lo que sugiero nos dirijamos a ello para alterar lo más mínimo el horario de ingesta del medicamento.
Paulina y don Aurelio se dirijen a la habitación de Jaimita sientiéndose seguros de que el resto de la familia tardará en llegar. Una vez dentro Paulina se viste con un elgante camisón infantil perteneciente a la niña. Ella se tumba en la cuna y don Aurelio mama de sus pechos un rato, escenificando el reciente pasado cuando era Jaimita que mamaba de los pechos de su madre, escena contemplada por Aurelio y Paulina y quien sabe si haciéndolos pensar en la misma cosa. Mientras Aurelio mama unas incipientes gotas de leche de los féminos pechos de la declarada mujer, le mete la mano por debajo de la falda del camisón masturbando un que es interpretado como preadolescente pucha, que por consiguiente hace gemir a Paulina como lo haría; Jaimita masturbada por su abuelo. Esta virtual Jaimita es evidentemente más atrevida que la verdadera y mete la mano dentro del pantalón de pijama de su virtual abuelo, para corroborar que la verga sigue tan tiesa como la que invitó a la profunda conversación que tuvieron antes ambas personas.
La pareja se contra-masturba de forma diabolicamente perversa encima de la pequeña cuna de la niña. Esta mano es mía y esta tuya y esta me baja el pantalón y esta me desabrocha el sostén; la pareja termina desnuda encima la cuna interpretando el más horrendo de los pecados incestuosos. Aurelio se va moviendo y termina en la posición encima de Paulina, posición al que le ha empujado el más primitivo deseo del ser humano; coger. La verga aún no está dentro de la pucha por lo que ella ayuda amablemente al hombre mayor a insertársela. Cuando tiene la cabeza encajada continúa el juego por ella sugerido;
-Paulina: uhmm abuelo.. te quiero abuelo.. hazlo sin miedo...
Él empuja correspondiendo el amor que siente por su enfermera y su nieta.
-Paulina: aaaaaah, aah, así abuelo, coge a tu nieta preferida, mmm, sí, sí, mmm, aaah.
El verde vigor de Aurelio no se ha ablandado en el interminable enfrentamiento de letras que tuvieron en la habitación del septagenario. Coge con hombría su enfermera sin vivir realmente la roja fantasía que patina por las neuronas de la mujer.
-Paulina: asííí, abuelo.. sííí, sííí, hazme otra nieta e hija a la vez.. síí.
Aurelio ve renovadas sus decaídas fuerzas con el juego a que invita ella. Cada vez coge con más fuerza, inusual en un hombre de su edad, pues está quizá entregando su vida a la de su enfermera.
-Paulina: mm .. mm .. mm .. mm .. mm .. ooh .. oooh ... oooh .. oooh ..ooh .. no pares .. síí .. sííí.
No se deja sin embargo la vida en ello, pero poco le falta. Después de poseer durante media horita a la personalidad virtual de su enfermera, Aurelio se corre dentro de ella. Nunca nadie sabrá si el hijo que sale al cabo de 9 meses; es hijo del marido de Paulina, de su paciente o de su.. abuelo...