Misterios de Praga 2: Anastasia y los gemelos.
La siguiente parte, en la que Anastasia me cuenta cómo se inició en el sexo en las noches de invierno con sus hermanos gemelos, que también follaban entre sí hasta que ella entró y se descubrieron mutuamente.
La vida sexual de Anastasia surgió en el seno de su familia. No era una familia convencional, sino que vivieron hasta bien entrada su mayoría de edad en las zonas rurales más apartadas, por motivos históricos que no vienen al caso, pero sí diré que, antes de mi encuentro con ella y de follar como locos en Praga, su linaje tenía más que ver con las rusalkas rusas y los Taltos magiares… pero eso no lo creería hasta más adelante, cuando viera su verdadera naturaleza.
Anastasia creció en una casa apartada, entre una campiña y el bosque más oscuro que crece en las laderas de los Cárpatos. En su casa nunca faltaba la comida más fresca, las presas y las verduras, incluso en mitad del crudo invierno blanco, cuando, en aquellas regiones, hasta los lobos negros carpáticos aullaban y se dejaban ver, helando la sangre de los granjeros, alobando a algunos y arrebatándoles el seso.
Esto me empezó a contar una mañana. Me miró. Quise saber más. El cielo estaba nublado y una fría tormenta azotaba Praga con furia. Ese día no abrí la tienda, y nos quedamos en la cama, desnudos.
—¿De dónde vienes? —le pregunté.
Ella me respondió con una sonrisa enigmática que le llegó a los ojos, azul zafiro, y acarició suavemente.
—Si te lo cuento, también tengo que hablarte de… todo, de lo que me hicieron y lo que yo hice…
Me volvía loco. Su sexo, el impulso, el aire mismo que la rodeaba: todo. Y sabía que no era natural; pero consentí y me explicó.
Empezó tocándome, y masturbándome mientras me hablaba. Me hablaba de los largos inviernos, de sus primos, que aparecían de la profundidad de los bosques y que eran medio bestias.
Anastasia se crio prácticamente desnuda. Su padre casi no aparecía por su casa, y su madre era una mujer bella, pero efímera: durante el verano era amantísima, bella, una diosa esculpida que dormía en una cama de musgo. De pechos llenos y labios voluptuosos. Durante el invierno ella languidecía y dormía casi de continuo fuente al lar, que no debía dejar de tener la llama viva. Ella fue la primera hija, y luego vinieron los gemelos, sus hermanos, bellos, muy bellos, de aspecto angelical, pero perversas intenciones. Todo lo que le quedaba ahora de ellos, era un anillo en su dedo corazón.
En las noches frías, cuando empezaron a crecer y a ella le asomaron los montículos de sus pechos, los gemelos sintieron el canto de su atracción.
Su mano me acarició suavemente, me cogió la polla con fuerza y empezó a subir y bajar. De tanto en tanto, me lamía un pezón, y luego volvía a susurrarme.
—Una noche invernal, mi madre estaba dormida, en su habitación. Arriba, en la mía, los gemelos y yo jugábamos a las tabas para ver quién salía a por más leña. Yo siempre estaba desnuda, al igual que mis hermanos. Habían crecido altos y fuertes, de vientres planos y musculosos. Aunque aún eran menores que yo, eran atractivos, y su olor empezaba a descollar.
Yo llevaba noches inquieta, febril. Antes, salía al exterior para calmar ese ardor, y me masturbaba entre los árboles. Mi coño —me chupó el lóbulo al decirlo— no recibía alivio ni del helado invierno. A veces los lobos me observaban cuando me abría de piernas y me tocaba alocada y salvajemente, metiendo los dedos profundamente… así.
Me cogía entonces la mano y se llevaba los dedos al coño, haciendo que se los metiera. Aquello era febril, ardía casi físicamente y la masturbé un rato mientras ella se tiraba de los pezones y no dejaba de masturbarme a mí, que ya me palpitaba la polla.
—Madre llamó a los gemelos Aran y Tur, aunque ahora, seguramente, se habrán cambiado el nombre, cuando salimos de allí. Ahora ya estarán caminando entre los demás… —se rio—. Aquella tarde, la de las tabas, cuando veíamos quién iría a por leña, desnudos en el altillo cálido donde daba todo el calor de la chimenea, Aran me miró con sus ojos esmeraldinos —dijo la palabra en un subdialecto del húngaro que me costó entender.
—Déjanos ver lo que le enseñas a los lobos —me pidió Aran—. Cuando te subes a los troncos y abres las piernas… Gimes y te agitas… Queremos ver lo que haces…
—¿Es que vosotros no os tocáis nunca ahí? —les señalé la entrepierna. Ambos iban también desnudos por la casa y yo veía sus sexos en diversos estados. Pero de un tiempo a esa parte tenía más impulsos de los que debería.
—Sí —dijo Tur. Él tenía los ojos color avellana y la voz más suave que Aran—. A veces se nos pone tiesa, pero hemos aprendido a bajarla. A aliviarla.
Yo me abrí de piernas ante mis hermanos. Me miraron el coño con hambre, y sabía que ya estaban maduros. Sus músculos se habían ensanchado y espesado, y vislumbraba su vello masculino. A mí por lo normal apena me crecía nada, el sexo ya lo has visto, muy ralo, que casi no tengo que esforzarme por depilar.
—Ahora, —les dije—, enseñadme —suspiré para dar énfasis, abriendo mi coño con los dedos para que lo vieran. Aquello les empalmó de inmediato.
Anastasia me estaba torturando, me mordisqueó los pezones suavemente, aumentó la velocidad. Hizo una pausa en su relato para bajar, abrir la boca y engullir toda mi polla varias veces, cubriéndola de espesa saliva. Hizo lo mismo con mis huevos: los lamió y ensalivó. Y cuando volvió a chupármela los acarició, pesados y viscosos. Mi erección palpitaba brutalmente pero no volvió a chuparla: siguió acariciándola, agarrándola con fuerza y subiendo y bajando. A esas alturas mi polla rezumaba, y con la punta de un dedo tomó algunas gotas y las chupó, emitiendo un gemido de placer. Tumbada a mi lado, sintiendo sus pezones sobre mi piel, se metió los dedos en el coño y me dio a probar de nuevo su sabor salado, antes de seguir escuchando su extraño y fantástico relato que, por alguna razón, creía a pies juntillas, literalmente, de hecho.
—La pulsión era fuerte, y yo estaba muy muy cachonda cuando vi cómo Tur agarraba la polla de su hermano y se agachaba para chupársela. Al parecer habían estado calmándose el uno al otro, y parecían muy bien cómo hacerlo. Tur chupaba y lamía con fruición, y acariciaba los testículos de su hermano con la mano libre. Yo empecé a meterme los dedos, a masturbarme más fuerte. Aquello me excitaba muchísimo, y quería, necesitaba más: quería que mis hermanos gemelos me follaran. Lo necesitaba.
Ante aquella revelación, otros hombres habrían sentido asco por el incesto o algo similar. Yo estaba excitadísimo —también tenía un pasado con una prima algo ligera de cascos y unos calentones navideños que acabaron… en fin, ya os contaré—; la cuestión es que Anastasia lo notó, y en ese momento, se agachó, me la chupó suavemente una, dos, a la tercera vez se metió toda la polla en la boca hasta que le vino una arcada. La sacó, ensalivada y se subió a horcajadas, sin dejar de relatarme la historia. Entré en ella, noté su coño fuerte y apretadísimo y casi me corro del gusto cuando sentí cómo palpitaba.
—Parad —les dije—. Venid. Ahora lo haré yo. Pero me tenéis que corresponder.
Ambos asintieron, excitadísimos.
Se acercaron gateando a mí, y los besé profundamente a cada uno. Sus lenguas se unieron a la mía, y también hice que se besaran entre ellos, cosa que hicieron. Ambos empezaron a tocar la novedad de mi cuerpo, y yo la de los suyos.
Mientras Aran tocaba mis pechos, que empezaban a ser pesados — en ese momento se los cogió y empezó a tocar, a pellizcar; casi podía ver el fantasma de su hermano hacerlo —, y chupaba mis pezones, matándome del gusto, Tur me tocó el sexo con los dedos, lamiéndose los labios. Yo masturbé a ambos, y noté su dureza, sus jugos, que lamí de mis dedos. Ambos jadeaban, yo jadeaba, estábamos mareados, borrachos por las sensaciones. Empujé la cabeza de Tur a mi coño y sentí por primera vez una lengua en él, una caliente y húmeda, ardiente lengua que acarició mi clítoris, que se metió dentro, que chupó mis labios. Los dedos juguetones de Tur me penetraron, y yo me sentí cada vez más y más caliente. Me vino un orgasmo, él lo sintió, me miró, y siguió chupando y lamiendo. Mientras tanto yo se la chupaba a Aran, que estaba de rodillas a mi lado. Probé su polla, y me encantó su sabor. No eran tan grandes como la tuya, pero me encantaron. Tragué, tragué hasta el fondo, la quería toda. Lamí sus huevos, que se arrugaron, y lo sentí gemir y palpitar. Noté su semen de pronto mientras él gemía, y me lo tragué todo, volviendo a chupar toda la polla para no dejar ni rastro. Él me acarició la cabeza con ternura. Me besó, y yo le correspondí, pillándome el beso en pleno orgasmo, que me agitó entera.
De pronto Tur paró, y vi que su erección estaba en un estado salvaje y palpitante. Lo atraje hasta mí, e hice que me penetrara, guiando su pene. Él gimió.
—Está caliente —dijo en pleno gemido—, me gusta.
—Y a mí —gemí yo—, ahora muévete.
Y empezó a follarme. Mi hermano mejor empezó a follarme cada vez más rápido y más fuerte. Aran Se estaba volviendo a excitar y empezó a acariciar a su hermano. Su polla apareció ante nosotros, y yo empecé a chuparla, y Tur también. No sé quién de los dos con más fruición.
Tur se corrió en mi interior con un gemido, mientras tenía la polla de su hermano en la boca. Su semen en mi coño ardía, era intenso, y su polla palpitaba.
—Ahora tú —le dije a Aran, que relevó a su hermano y me empaló precipitadamente. Al contrario que Tur, que era más suave y delicado, Aran era un macho posesivo que me empezó a follar con fuerza y determinación.
Tur mientras tanto nos besaba, me lamía los pezones, los de su hermano, y tocaba nuestros cuerpos húmedos. Finalmente también se corrió, pero él, en vez de hacerlo dentro de mí, donde ya estaba el semen de su hermano, lo hizo sobre mi vientre, mi cuerpo. Tur corrió a lamerlo, pequeño y adorable pervertido, mientras Aran colocaba su polla en mi boca y yo sentía nuestros tres sabores a la vez, casi volviéndome loca de placer. Aquello me excitó aún más. Tur volvía a estar duro, pero lejos de volver a cabalgarme, colocó a su hermano a cuatro patas y sin dejar de mirarme, se escupió en la mano, lubricó su polla y lo empezó a sodomizar delante de mí. Tur sería más suave que su hermano, pero era de lejos más pervertido.
Lo folló. Aran agachaba la cabeza, rojo su rostro, y empezó a comerme el coño, lamiendo el semen de su hermano que chorreaba de mi interior lujuriosamente y con ganas. Lo oía gemir, veía los embates de su hermano. Aran sintió cuándo Tur iba a correrse y se irguió. Su hermano lo besó en el cuello mientras lo empalaba una, dos, tres fuertes veces y se vaciaba en su interior.
Pasamos gran parte del resto de la tarde contando lo que hacíamos a veces en nuestras soledades, lo que pensábamos, y las ganas que teníamos de salir e ir a ver mundo. Teníamos que guardar las tradiciones, cierto, pero padre siempre estaba fuera, y madre impedida casi todo el invierno hasta que el deshielo rompía las cas capas de nieve y hacía fluir los arroyos.
Aún puedo sentir las pollas de mis hermanos…
Diciendo esto se acuclilló. Yo estaba alocadamente excitado y apoyándose en mi pecho con sus manos, viendo cómo le colgaban los suyos empezó a moverse aún más rápido y con mucha más fuerza, follándose con mi polla, como si estuviera allí sólo para calmar su vientre ardiente. Y casi que así era. Tuvo dos orgasmos más y al tercero me derramé en su interior. La fuerza de su vagina apretando mi polla me sorprendió y me corrí salvajemente y con una fuerza que casi me hizo desmayarme.
Imaginarla chupando las pollas de sus hermanos, en ese incesto de invierno, me excitó y disparó mis fantasías. Dio un par de pasitos adelante. Mi polla resbaló y cayó sobre mi vientre, y sentí cómo ella relajaba su coño y todo mi semen caía sobre mi piel. Ella se arrodilló a horcajadas, me miró, atravesándome, y bajó, para hacer que viera cómo lamía mi semen.
—Me encanta tu sabor… sabes mejor que ellos —me dijo clavándome la mirada.
Dormimos un rato. Su historia daba vueltas en mi mente y me llenaba de imágenes viciosas e incestuosas. Me desperté cerca del mediodía. Anastasia miraba por la ventana, desnuda, con una taza humeante de té en las manos.
—¿No te da asco lo que te he contado? —preguntó—. A fin de cuentas, mis hermanos…
Las meras imágenes de lo que me había contado me llenaban de excitación, y me endureció la polla. Ella lo sintió. Yo hice que siguiera mirando por la ventana. Su coño chorreaba, atraje sus piernas, y usé su fluido para lubricar su culo. Lie sus largos cabellos en mi mano y atraje su cabeza: —Cuéntame más.
Después de aquella tarde, nos aliviábamos a menudo. Yo no sabía que por mi herencia no podía quedarme embarazada, ni ellos tener progenie, y ni siquiera era algo que me preocupara. Tales asuntos no nos preocupaban. Algunas tardes follábamos juntos, otras sólo cuando coincidíamos —teníamos nuestras tareas y deberes. Me gustaban los encuentros ardientes con Aran, y los pervertidos e ingeniosos, con Tur.
Una tarde, en el nido que habíamos construido en la buhardilla, cuando el tiempo era helador, Aran estaba preparando la cena abajo, en la chimenea, y Tur y yo llevábamos un rato aliviándonos. Tur me puso a cuatro patas, Me había atado las manos para que no pudiera moverme —últimamente se inventaba cosas así—, y me había colocado a cuatro patas. Fue la primera vez que me sodomizaron. Tur se abrió paso por mi culo hasta clavármela profundamente, dura y potente. Casi me corro por el culo de puro gusto. Lo sentía bombear en mi ano una y otra vez con fuerza, centímetro a centímetro de su polla deliciosa que tanto me gustaba, y notaba sus venas y su hinchazón abrirse camino en mi interior…
— Casi como tú estás haciendo ahora, follándome el culo —me dijo, mientras yo la penetraba despacio para que deseara más y más. Sus manos se acariciaron los pechos, y tiraron de sus pezones con fuerza, o iban hasta mi cadera para atraerlas más hasta su culo hambriento.
Aran subió al rato y vio cómo Tur me follaba el culo. Se acercó a su hermano, se quitó la ropa y atrajo la cabeza de él hasta su polla hinchada. A Tur le encantaba hacerle mamadas a Aran, y, aunque éste se las devolvía, sin duda él se la comía muchas más veces por puro vicio.
Se la metía hasta el fondo de la garganta y Aran no le dejaba retirar la cabeza hasta que tenía tres arcadas como mínimo. Cuando la tuvo bien ensalivada, se acercó a mí. Estábamos en el camastro alto, donde ya dormíamos juntos, desnudos. No era raro que al despertar o dormir, alguno se follara a otro o los tres lo hiciéramos en nuestro desparrame de hormonas… Era una cama de pecado e incesto hecha de pieles y lino fino. Nuestra madre dormía al lado de la chimenea, pues necesitaba el calor para vivir.
Se arrodilló ante mí, donde yo me di un banquete con su polla ya ensalivada. Él gemía y yo no quitaba la boca de allí, pues la adoraba. De pronto se detuvo, se deslizó debajo de mí, y aquella fue la primera vez que me penetraron los dos a la vez, culo y coño ocupados por las pollas de mis hermanos. Aran debajo, diciéndome lo mucho que le gustaba mi coño, y Tur con sus manos en mis caderas poseyendo mi culo. Parecía que casi nos habíamos sincronizado a la vez: nos corrimos. Estallamos. El semen se derramo abundantemente por mi coño y mi culo, como una cascada blanca. Ambos se retiraron de mi interior, y se limpiaron mutuamente por turnos. Yo descansaba y los veía lamerse y chuparse, y sentía que me ponía cachonda de nuevo.
No tardaron mucho en recuperarse, y continuamos follando de nuevo. Pero esta vez, antes de que se corrieran, hice que Aran saliera de mi culo, que noté cómo se contraía lentamente, y que Tur saliera de mi coño, que enseguida protestó por su ausencia. Los puse de rodillas delante de mí, juntos, y les comí las pollas, que sabían a mi interior. Hice que se corrieran a la vez, después de que sintieran mis labios y mi lengua, y me follaran la boca a la vez, y que se derramaran sobre mi piel. Sus oleadas de semen cubrieron mis pechos y mi vientre, y los dos gimieron, besándose y acariciando mi cabeza. Estaba cubierta de semen, y ambos se agacharon para limpiarme con sus lenguas.
— Sois una familia de pervertidos… —le dije al oído.
—Sí. Lo somos. Y lo disfrutamos… ¿serás un pervertido conmigo? — me preguntó mientras me corría en oleadas dentro de su culo, que apretaba más y más mi polla, con hambre y exigencia.
—Lo seré… cuando me digas lo que eres…
Ella, con el culo lleno de mi propio semen, me miró fijamente y me acarició. Te lo diré… —Se metió un dedo en el culo, que salió lleno de las incontables oleadas de mi semen, y lo chupó sin dejar de mirarme. Y cayó de rodillas para limpiarme la polla con la boca.