Misterio en la granja

Esta historia está basada en hechos reales. Se ha cambiado el nombre de algunos de los protagonistas para proteger su intimidad.

Esta historia está basada en hechos reales. Se ha cambiado el nombre de algunos de  los protagonistas para proteger su intimidad.

El paisaje era arrebatador, pero ella ya apenas se daba cuenta, con los años los días se confundían los unos con los otros, y  a través de aquellos ojos  parcialmente velados por la edad todo era de un uniforme y monótono color gris. El sol primaveral apenas calentaba sus huesos, todas sus articulaciones crujían a cada paso y sus tetas, de tan caídas casi arrastraban por el suelo.

Pero pronto, un ligero e inquietante aroma asalto sus anchos hocicos, el inconfundible aroma de la muerte. Tania elevó la cabeza y la movió a izquierda y derecha buscando el origen del desasosegante olor.  Cuatrocientos metros más abajo, a la sombra de un terraplén el tumulto formado por sus compañeras le índicó  hacia donde tenía que dirigirse. Estuvo a punto de darse la vuelta y volver a la granja, total, no era asunto suyo,  pero la responsabilidad que tenía para con sus compañeras  en la granja, junto con la curiosidad, pudieron más que sus articulaciones anquilosadas y se dirigió lentamente al lugar. Mientras caminaba con paso lento y trabajoso, evaluó el ambiente concienzudamente. La primavera llegaba a su fin y la mañana era fresca pero el sol, que lucía radiante en el cielo, prometía que eso duraría poco. Los prados estaban verdes por las recientes lluvias y la hierba crecía lozana sobrepasando la altura de sus pezuñas. A la izquierda, Romeo pastaba  con su habitual aspecto aburrido. Cuando pasó ante él, el burro bajo las orejas y la observó con una mirada extraviada y enigmática. El camino se volvió un poco más escarpado y Tania bajo el ritmo de su caminata, afianzando sus pezuñas  con precaución y observando cómo el prado se elevaba a su izquierda hasta superar la altura de sus cuernos.

Cuando llegó finalmente, el resto de sus compañeras le abrieron un pasillo respetuosamente. Al fondo de él, yacía Palmira, aparentemente exánime.

Tania se acercó con precaución olisqueando y tanteando con su morro. El olor provenía, inconfundible, de la figura sedente de Palmira.

Palmira era la estrella del establo, alta, joven, y con unas tetas enormes, capaces de producir casi diez mil litros de leche al año, era la perfecta frisona. Su cuerpo estaba tendido de lado con el cuello en una postura un tanto forzada. Tania la olisqueó y rozó su hocico, estaba frío y seco y sus ojos estaban totalmente abiertos, dándole una expresión de espanto a su cara. Durante cinco minutos  estuvo observando atentamente el cuerpo sin detectar ningún signo que denotase la existencia de vida.

-Parece evidente que está muuuerta –mugió Tania emitiendo su sentencia.

-¡Muuuuerta! –exclamaron todas a coro.

-¿Quién fue la última en verla con vida? –mugió Tania tomando las riendas de la investigación.

-¡Maravilla! –mugieron varias compañeras mientras miraban a una vaca canija, marrón y con los ojos saltones.

Gracias a las cabezas de las compañeras Tania se evitó el bochorno de preguntar quién diablos era Maravilla, pero la verdad es que con cincuenta vacas en el establo, su memoria estaba al límite y en ocasiones se olvidaba de aquella vaca menuda y silenciosa que solía mantener las distancias con el resto del rebaño. Mientras se daba la vuelta intentó ver algo que le diese una pista sobre cómo podía haber llegado allí Palmira, pero solo pudo ver las huellas de sus compañeras, que se habían acercado a inspeccionar a las vaca muerta hollando todo el lugar a conciencia.

  • Dime lo que sepas. –mugió Tania encarándose con Maravilla.

-La verdad es que no hay muuuucho que decir. –respondió Maravilla un tanto intimidada por ser el centro de atención. –como todas las mañanas, fue la primera en entrar en el robot y nada más abrirse la puerta automática salió lanzada a la carrera en busca del pasto fresco. Ya sabes cómo le gusta, le gustaba  pastar antes de que los insectos empezaran a atosigarla.

-¿Hacia dónde se dirigió?

-No lo vi exactamente, porque yo aún tardé  un rato en salir, pero desde el interior del establo la vi ir  hacia el pasto que hay al otro lado del camino, ya sabes cómo le encantaba la hierba que crece al lado del arroyo.

-Mmmmuuuu. – replicó Tania – A la izquierda del camino.

Con un sonoro eructo Tania regurgitó un bolo de comida y se puso a rumiar. Rumiar le tranquilizaba y le  ayudaba a  pensar. El trabajo repetitivo de salivar, masticar, salivar, tragar y regurgitar de nuevo era como un mantra que le permitía concentrarse y usar el cien por cien de la capacidad de su escaso cerebro. Dándose la vuelta se dirigió de nuevo hacia Palmira e inspeccionó de nuevo el cadáver, esta  vez con más atención.

El cuerpo estaba tendido sobre su lado izquierdo el suelo era de tierra húmeda y estaba lleno de huellas del resto de las vacas a su alrededor y no parecía tener apenas marcas. Lo único que le llamaba la atención era la contorsión poco natural del cuello. Cuando se acercó un poco más para poder inspeccionarla  con más detenimiento pudo ver que  la cabeza y las patas anteriores  de Palmira estaban manchadas de tierra. Aparte de eso no había heridas ni magulladuras visibles.

-Quizás haya sido el violador verde –dijo Ruperta provocando un escalofrío en todas las presentes.

El violador verde era un hombre, como el amo, siempre venía precedido de un ruido ensordecedor y de un intenso olor a Gasoil. Llegaba al establo con un mono lleno de lamparones y con el olor del terror de cientos de animales prendido en cada hebra de tejido. Lo más frecuente es que llegase con una especie de polla fina de plástico que se sacaba de la axila y mientras les introducía la minúscula polla por la vagina metía todo su brazo hasta el hombro por sus anos y les manipulaba por allí dentro. Las vacas se movían irritadas por el intruso intentando estrujarlo y expulsarlo indicándole que ese no era el agujero correcto pero el tipo no debía ser muy listo porque jamás hacia caso. En otras ocasiones venía de improviso, generalmente cuando una vaca sufría, y la torturaba aún más. Al principio no lo comprendía y cada vez que lo veía aparecer en estas ocasiones, intentaba esconderse, pero tras tres o cuatro experiencias con aquel hombre comprendió que tras la tortura, no sabía bien cómo, le venía el alivio a su dolencia. Otras veces la compañera moría lo que tampoco dejaba de ser un alivio para su dolencia.

Sin embargo este no parecía el caso. No había oído ruido alguno ni olido el gasoil y Palmira no mostraba signos de haber sido manipulada.

-Tonterías. –dijo Tania totalmente convencida. –Él siempre llega un rato después que el  amo, y el amo aún no se ha enterado…

-¿Y un perro o un lobo? –preguntó graciosa.

-Imposible, no hay mordiscos, ni arañazos, ni sangre.

-¡Ya lo sé! –Exclamó Ruperta – es la enfermedad de las vacas locas.

Todo el rebaño dio un paso atrás instintivamente. Todas habían oído hablar de aquella extraña enfermedad que carcomía poco a poco su cerebro hasta matarlas y la temían más que a cualquier otra enfermedad por muy fulminante y dolorosa que fuera. Sabían que cuando la contraían la única solución era la muerte.

Tanía se quedó un momento pensando. Ruperta y Graciosa eran hermanas gemelas; habían nacido prematuramente y su juventud fue problemática, llena de retrasos y contratiempos. Por eso tendían a ser las más pesimistas, pero a pesar de ello Tanía las apreciaba en ocasiones como esta porque le ayudaban a pensar en todas las posibilidades.

-No lo creo, –dijo Tania acercándose al terraplén – el comportamiento de Palmira últimamente ha sido totalmente normal. Creo que se ha caído de ahí arriba.

Al nivelar el terreno en los campos que rodeaban la granja, las maquinas habían acumulado los restos de escombros en esa parte de la finca haciendo que lo que antes era un terreno en declive, ahora fuese un terraplén de unos seis metros de alto formado por tierra y piedras sueltas. Tanía lo observó con atención y tras unos minutos localizó una depresión redondeada  de un metro de diámetro  en el suelo blando de la base. Acercó el hocico y la olfateó con detenimiento. Era el olor de Palmira. Levantó la vista, y aunque no distinguía mucho desde allí abajo pudo ver algunas marcas y piedras sueltas en el borde.

-A ver, ¿qué coños pasa aquí?

El amo había llegado, y no venía solo. Cuando andaba entre ellas siempre le acompañaba aquel  trozo de goma hueco de un metro y medio de largo y esta vez no era una excepción. Rápidamente lo puso en funcionamiento y empezó a caer una lluvia de zurriagazos sobre los pobres animales. El resto de sus compañeras se escabulleron en dirección al establo en medio de una nube de polvo y excrementos.

-¡Maldita sea! –exclamó el granjero soltando el tubo y acercándose a la vaca muerta -¡Joder! ¡Coño! ¡Hostia puta! ¿Por qué siempre tiene que ser la mejor del rebaño?  ¡No, no podía ser este decrépito saco de huesos!  –dijo señalando a Tania que permanecía allí, impasible, rumiando.

Tras unos minutos escuchando como su amo se cagaba en todo el santoral, llegó a la conclusión de que permanecer allí no le iba a proporcionar información adicional así que se giró y soltando un par de boñigas se dirigió de nuevo camino arriba.

Cuando llegó al prado y piso el terreno nivelado y suavemente tapizado por la hierba  tierna no pudo evitar un suspiro de alivio. Le dolían todas las articulaciones pero aun así no paro a descansar y se dirigió directa al arroyo.

No le hizo falta inspeccionar el lugar a fondo para ver rastros de Palmira por todas partes. Junto con su olor había ramas aplastadas, huellas en el barro y mechones de pelo en la áspera corteza del roble donde le gustaba rascarse.  Era evidente que Palmira había estado allí recientemente, pero ¿cómo había llegado al terraplén? Tanía bajo el hocico al suelo y decidió seguir su rastro. Esa era la especialidad de Smart el perro del amo, pero había aprendido de él algún truco y su olfato era uno de los sentidos que menos se había debilitado con los años.

Al principio le costó un poco porque Palmira había pasado un rato pastando en el lugar dando vueltas sobre sí misma y embrollando el rastro. Además la hierba era tan tierna y jugosa allí en el arroyo que no pudo evitar arrancar unos bocados. Tras unos minutos de deambular olió un rastro que se alejaba en dirección al terraplén y lo siguió. Tras unos diez metros Palmira se había parado y  había vuelto a pastar pero algo la había interrumpido y después de avanzar unos  metros a su izquierda, algo la había asustado y se había dirigido directamente al terraplén.

Cuando llegó allí vio más huellas en el borde, cómo si Palmira hubiese intentado clavar las pezuñas para no resbalar y luego…

Y ese olor… Tanía bajo la cabeza de nuevo ye inspeccionó el lugar. Además del olor de Palmira, había otro aroma, el aroma del asesino. Y al mover la cabeza a uno y otro lado descubrió al culpable.

Todo el dolor de huesos y la rigidez de sus articulaciones desaparecieron de repente y levantando la cola y mugiendo con una loca para reunir a sus compañeras se dirigió directa hacia el vaquicida.

-¡Has sido tú, Romeo! –dijo Tanía.

-Pero, ¿Qué dices? –dijo el burro enseñando su dentadura con una mueca. –yo no he matado a Palmira.

-¿Cómo sabes qué era Palmira? Yo no te lo he dicho. Es más, has estado todo el rato alejado del borde del terraplén.

Romeo, intentó darse la vuelta y huir sin dejar de pensar en lo burro que había sido al delatarse a sí mismo, pero el resto de las vacas ya le había cortado la retirada.

-¿Por qué?

-Bueno –empezó el burro bajando las orejas y dando un suave rebuzno –en realidad fue un accidente. Yo estaba pastando tan tranquilo. Sabes que estos días estuve con Julieta y todavía no se me había pasado el calentón, así que cuando vi a Palmira correr hacia el prado balanceando esas enormes tetas con la elegancia de una vaca de concurso…

-Eres un cerdo -le espetó Ruperta amenazante.

-Calla y déjale seguir –dijo Tanía.

-El caso es que me quede mirándola pacer un rato y me enamoré de esas manchas blancas y negras, de su forma graciosa de mover el rabo…

-Continúa –dijo Lavanda dándole un topetazo en el costado.

-Vale, vale –dijo Romeo con un resoplido de disgusto – Me acerqué  a ella y la saludé amablemente pero ella me ignoró. Le hice proposiciones, pero ella se limitó a eructar y a decirme que me fuera.  Se creía más que yo y no se  dignó ni a mirarme, pero yo ya estaba  empalmado y decidí montarla de todos modos. Cuando la punta de mi glande tocó su vagina, se asustó, salió corriendo y yo fui tras ella decidido a follármela. Palmira se dirigió, loca de miedo en línea recta hacia el terraplén a toda velocidad. En el momento que vio el desnivel hincó las pezuñas en el suelo y yo intentando aprovechar la oportunidad la monté a la carrera. En ese momento fue cuando Palmira perdió el equilibrio y cayó de cabeza al vacío.

-Lo siento, yo solo quería echar un polvo rápido…

-¿Qué coños hacen esas vacas? –Se preguntó Juan mientras volvía a la granja a por el tractor para recoger a Palmira- ¡Eh zorras, que me vais a matar al burro…!

http://www.sdpnoticias.com/sorprendente/2012/07/23/muere-vaca-acosada-sexualmente-por-burro-dueno-solicita-indemnizacion.