Miss Belmont
Relato con aire británico donde una casera,el inquilino y la sirvienta forman un curioso trío.
Miss Belmont era pura elegancia.
Era una mujer rubia, esbelta con ojos claros, alta, y usaba unas gafas de montura negra que realzaban aún más su belleza y potenciaban su atractivo. Solía hablar flojo pero de una manera muy segura, cuando ella hablaba se callaba el resto del mundo.
Yo tuve la suerte de que fuera mi tutora legal en Inglaterra, era amiga de mi familia y me acogió muy amablemente en su casa.
Además de ayudarme con el idioma era una especie de institutriz para mí.
Desde el primer momento me dejó bien claro que si iba a vivir en su casa tendría que cumplir sus reglas, y que además la debería de obedecer en absolutamente todo.
Desde el principio fue extremadamente amable conmigo, con esa exquisitez tan británica. Yo le ayudaba en todo lo que podía en su elegante y espaciosa casa, además de tener perfectamente ordenada mi habitación, le hacía los recados que me pedía, e intentaba ayudarla en todo lo que no hacía la joven sirvienta que estaba en casa.
Las primeras semanas fueron muy duras, me costaba mucho entender bien el idioma para seguir las clases, y la materia era muy dura, todo aquello lo suplía con muchas horas de estudio y con trabajo duro. Miss Belmont estaba muy contenta conmigo, y me ayudaba en todo lo que pedía.
Cuando ya llevaba dos meses en Inglaterra, fui a mi primera fiesta. La organizaron unos compañeros de la Universidad, y me encantó que me invitaran.
Se lo dije a Miss Belmont muy ilusionado, y ella me dijo que no había ningún problema, pero que a las 22:30 tendría que estar en casa.
-Pero Miss Belmont, si la fiesta empieza a las 9, y el metro tarda al menos media hora en llegar.
Ella me miró un poco distante, y me dijo:
-Pues ya sabes que no podrás estar más de una en la fiesta.
-Pero una hora no es nada, para eso no voy, joder.
En cuanto dije el taco me arrepentí, y cuando le miré la cara supe que estaba en problemas.
-Mira jovencito no voy a consentirte ni que me levantes la voz ni que digas tacos en esta casa, ¿está claro o no está claro?. Me dijo visiblemente enfadada.
-Lo siento muchísimo Miss Belmont, no volverá a ocurrir.
Se me quedó mirando con expresión severa y me dijo.
-Eso espero, y que no te quepa duda de que la próxima vez lo sentirás de verdad, sobre todo tu trasero, ¿me explico?
-Si Señora, le dije yo con la cara como un tomate. La Señora me trataba como a un niño y además la joven doncella que servía en casa no se perdía detalle de la conversación lo que aumentaba mi vergüenza.
Aún faltaban algunos días para la fiesta y aún no sabía si iba a acudir a esa fiesta o no. Una de aquellas tardes llegué a casa más temprano de lo habitual, y me extrañó no ver a nadie. Era raro que no estuviera Miss Belmont, pero aún más extraño que no estuviera Betty, la tímida y dulce sirvienta irlandesa, desde el principio me cayó bien, era muy educada y respetuosa y si me podía ayudar no dudaba en hacerlo.
No pasó mucho tiempo cuando identifique unos ruidos que provenían de la habitación de Betty, sin pensármelo mucho me fui acercando sigilosamente y pude oír claramente unos chasquidos que rápidamente supe que eran azotes, además de ser inconfundibles aquellos chasquidos iban seguidos de lastimeros quejidos, y pronto identifique la voz de Betty aullando de dolor.
Mi respiración se agitó y sin saber muy bien por qué me excité. Desde el día que Miss Belmont me insinuó que me azotaría a la más mínima falta, mi cabeza no paraba de darle vueltas a aquello.
Mi naturaleza era más bien sumisa, aunque tenía mi punto rebelde, el cual me había costado más de una azotaina de mi madre, pero aquellas azotainas no me excitaban, sin embargo la mera alusión de Miss Belmont de que mi trasero sería azotado cuando volviera a incumplir alguna regla de aquella santa casas me tenía bastante alterado aquellos días.
Tras los gemidos de dolor de Betty la azotaina cesó, y entonces oí la calmada pero firme voz de Miss le echó una terrible reprimenda a la pobre irlandesa que sólo acertaba a decir Si Señora Si Señora, tras un par de minutos donde la Señora de la casa le habló de la importancia de la obediencia, de la disciplina y que en aquella casa debería ser siempre discreta, recatada y circunspecta le volvió a decir:
-Adopta la posición.
-Si Señora.
Entonces de nuevo empecé a oír los silbidos inconfundible de la “cane” y tras el silbido venía indefectiblemente el chasquido de la vara contra la carne, y después el aullido de dolor de la pobre chica.
Tras otros seis azotes oí como Miss Belmont dijo con su legendaria serenidad.
-Levanta, y vístete.
Madre día la estaba azotando desnuda, al menos de cintura hacia abajo, aquello me provocaba una calentura nada sana.
Para evitar la vergüenza de la pobre Betty me metí en mi habitación e hice como si no hubiera oído nada, pero Miss Belmont se dio cuenta de que estaba en casa y 5 minutos después me llamó para tomar el té.
Me senté junto a ella en el sofá, y pronto entró al salón Betty con la cara todavía compungida por el sofocón. Yo no pensaba decir nada, pero cuál fue mi sorpresa cuando la Señora de la casa me dijo:
-¿Sabes que he tenido que azotar a esta desvergonzada?
-Eh, no, no sé. Dije sorprendido e incluso avergonzado.
-Pues sí, le he tenido que dar unos buenos azotes, espero que haya aprendido la lección.
- ¿Verdad Betty?
-Si Señora, dijo Betty con la cara más roja que las amapolas mientras me servía el té.
-Dile al señor porque te he tenido castigar, vamos, no seas tímida ahora.
Entonces la criada sin dejar de mirar al suelo y en una voz casi inaudible dijo.
-Me da mucha vergüenza Señora por favor no me haga esto, lo siento mucho de verdad.
-¿No has tenido bastante con la vara Betty?¿Quieres probar también el cinto?
Entonces me miró furtivamente y me dijo.
-He cogido la ropa interior de la Señora y… la he… olido
-Ya ves que tenemos aquí a una pervertida.
-Lo siento muchísimo de verdad Señora, se lo juro.
-No jures en vano en esta casa ¿está claro?
-Lo siento Señora.
-Si has terminado de servir el té, vete al rincón y te quedas ahí hasta que yo te lo ordene, estás castigada.
-Si Señora.
Aquella noche me llevé medio rollo de papel higiénico a la cama para masturbarme como un loco, aquellas situaciones, y aquellos sucesos me estaban poniendo absolutamente encendido, y por la noches me masturbaba imaginándome azotado por Miss Belmont de mil maneras distintas.
Por fin llegó la fiesta, y yo esperaba que Miss Belmont me hiciera alguna referencia al castigo que me esperaba si llegaba tarde a casa, pero no me dijo absolutamente nada de eso, al contrario, me dijo muy contenta.
-Querido espero que te lo pases muy bien, estás trabajando muy duro y sin duda te mereces pasar un buen rato, ten cuidado, pero diviértete.
En realidad tenía pensado llegar tarde y darle una excusa a Miss Belmont para que me diera una buena zurra, pero me quedé tan encantado con sus palabras que fui incapaz de llegar tarde para provocar aquella azotaina.
Llegué a la hora en punto, y vi de nuevo a Betty en el rincón, pero la Señora no le dio importancia, me preguntó qué tal lo había pasado, y estuvimos hablando animadamente durante un buen rato. Como ella se dio cuenta que de vez en cuando miraba furtivamente a Betty, finalmente me dijo:
-Como ves le he tenido que calentar el culo de nuevo a esta mocosa. Ya sabe que si se comporta como una niña malcriada, será tratada como una niña malcriada ¿No es cierto Betty?
-Si Señora, así es.
Pasaron los días, y yo no sabía qué hacer para estar sobre el regazo de la maravillosa Belmont, la que sí que lo visitaba cada vez más a menudo era Betty, con el paso del tiempo ya no se escondían de mi para los castigos, y en más de una ocasión fui testigo presencial de aquellos castigos a menos de dos metros de distancia la pobre Betty berreaba sin remilgos antes los azotazos que le propinaba su Señora, con mi consiguiente excitación.
LLEGÓ EL GRAN DÍA.______________
Mi primera y maravillosa paliza me la dio Miss Belmont el día que menos lo esperaba. Hacía un frío de perros en el norte de Londres donde vivíamos, y yo regresaba de la Universidad muy contento porque había sacado muy buena nota en una asignatura muy difícil para mí.
Estaba deseando tomar un humeante y riquísimo té junto a Miss Belmont y contárselo todo, incluso se lo quería contar a Betty con la que me llevaba muy bien, verla sufrir durante sus castigos me hizo apreciarla y sentir una simpatía por ella que no sentía al principio.
Cuando llegué a casa noté a Miss Belmont, distante, fría, incluso diría seca, eso sí iba superelegante como siempre, aquella tarde llevaba una camisa azul marino con finas rayas blancas verticales, con la mangas un poco remangadas como era su costumbre, una estrecha falda negra por las rodillas, medias color carne y sus maravillosas zapatillas rojas, eran unas zapatillas de felpa que parecía terciopelo con una suela de goma amarilla, que minutos más tarde supe que dolían, picaban, escocían de una forma inimaginable.
Yo iba tan contento, que no paraba de parlotear de mi gran nota, de lo contento que estaba, y de lo agradecido que estaba por toda la ayuda de la Señora, incluso le di las gracias a Betty, por su ayuda con el Inglés durante mis primeras semanas en aquella casa… Y de repente me di cuenta de que algo pasaba, miré a Miss Belmont y supe que algo había pasado, estaba muy seria, pese a las buenas noticias que yo le estaba dando.
-¿Pasa algo Señora? La noto muy seria.
-Tenemos que hablar tú y yo jovencito. Betty por favor trae lo que has encontrado.
Yo no tenía ni idea de lo que estaba hablando, pero cuando vi a Betty salir de mi habitación con un montón de bolas de papel higiénico, me puse rojo como la grana.
Siempre que me masturbaba me limpiaba con papel higiénico, y a la mañana siguiente tiraba aquellos papeles al wáter y después ordenaba, ventilaba y hacía mi habitación. Betty sólo entraba para limpiar, y aquella mañana cuando lo hizo encontró cuatro bolas de papel con restos de las dos masturbaciones de la noche anterior, siempre las dejaba debajo de la cama y a la mañana siguiente las cogía y las tiraba, pero aquella mañana, con los nervios del examen, se me olvidó recogerlas, y Betty tras encontrarlas debajo de la cama, se las enseñó a su Señora como era su obligación.
Mis Belmont se levantó tras tomar el té y estaba de pie en medio de su salón, y le dijo a Betty.
-Puedes llevarte eso y tirarlo, gracias.
-Si Señora.- respondió la pecosa irlandesa, y abandonó sigilosamente la habitación para seguir con sus quehaceres supuse yo.
-¿Y bien?
-Lo … lo siento mucho Señora.
-¿Es eso todo lo que me tienes que decir?
-De verdad que estoy muy avergonzado, y lo siento muchísimo.
-Cuando lo vas a sentir vas a ser ahora, te voy a quitar las ganas de guarrerías y procacidades.
Entonces se sentó de aquella manera tan elegante que sólo estaba alcance de Miss Belmont, levantó un poquito su pie izquierdo, bajó su mano izquierda (ella es zurda) y se descalzó aquella maravillosa zapatilla roja, entonces se dio tres azotitos en su mano derecha, me miró y me dijo.
-Bájate el pantalón y sobre mi regazo…ahora!!
Yo obedecí como un autómata, y rápidamente antes de que ella pudiera ver mi erección.
Me dio una soberana paliza, con aquella majestuosa zapatilla, yo no quería llorar, así que aguanté como pude, y cuando ya creía no podía aguantar más me dijo.
-Levanta.
Me levanté y me tapé mis partes para que mis Belmont no pudiera ver mi erección a través de mi calzoncillo, así que os podéis imaginar cómo me quedé cuando me dijo.
-Bájate los calzoncillos y vuelve a tu sitio.
La miré incrédulo, pero se volvió a dar un azote en su mano derecha, esta vez no tan flojo, aquello no me dejaba otra opción, así que no tuve más remedio que reincorporarme a aquel delicioso regazo.
Entonces la paliza continuó pero de otro modo, Miss Belmont notó como mi polla rozaba su muslo, mejor dicho su media, y alternaba duros azotes con la zapatilla con suaves caricias, me preguntaba si me sentía bien tratado en aquella casa mientras con aquella suela amarilla me acariciaba muslos y trasero, yo le decía.
-Estoy muy bien aquí Señora, y le estaré eternamente agradecido siempre, puede estar bien segura de ello.
Entonces tras esta tregua, parecía que se enfadaba y me decía:
-Y PLASSSSSSSSSSSS, es PLASSSSSSSSSSSSS así PLASSSSSSSSSSSSSSSS, como PLASSSSSSSSSSSSSS me PLASSSSSSSSSSSSSS lo PLASSSSSSSSSSSSSSS agradeces? PLASSSSSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSSS
Alternaba sus palabras de reproche con durísimos zapatillazos que hacían estragos en mi ya maltrecho culo.
En lo más duro de la paliza, descubrí que Betty estaba siendo testigo desde la puerta de su cuarto de aquella monumental paliza, y por la cara que tenía yo diría que estaba gozando.
Y el que también acabó gozando fui yo que con el roce de mi pene con la media de mi Señora y pese a los durísimos zapatillazos que estaba recibiendo, acabé llorando como un niño y estuve a punto de correrme como un semental, pero de eso ya tendría tiempo más adelante estando sólo en mi habitación, y esta vez no dejaría rastro… o tal vez sí.