Misato

Un viaje que cambia la vida de dos personas de manera definitiva

Tras la llegada de la pandemia el mundo y las personas cambiamos para siempre. De una u otra manera.

En mi caso decidí salir de mi zona de confort y llevar a cabo todos esos planes y sueños que tenemos, y que nunca nos atrevemos a realizar porque dejamos que los miedos nos acobarden. En la cuarta década de la vida ya, había dejado pasar demasiadas oportunidades de ser feliz. Confrontar nuestra mortalidad de manera tan dramática puede originar estas transformaciones.

Siempre quise viajar por el mundo, conocer otros lugares. América latina era un destino que deseaba visitar. La arquitectura colonial española es un tema que siempre me ha apasionado, por lo que decidí que sería el primer sitio al que iría. Finalmente me decidí por Perú. No iría en un viaje organizado, lo haría a mi modo, organizándolo todo yo. Sin plan ni tiempo determinado. Disfrutaría sin prisas de mi estancia allí.

Comenzaría visitando la ciudad capital de Lima. Es un lugar prototípico de la arquitectura Virreinal española (desarrollada mientras Perú fue Virreinato, entre los siglos XVI  a XIX).

Unas semanas más tarde tomaba el aire y sonreía mientras miraba las vistas desde el balcón de mi habitación en el hotel. Estaba situado frente a la Plaza de San Martín. Una bellísima y magnífica construcción declarada Patrimonio de la Humanidad.

Cerré los ojos y respiré profundamente porque al fin comenzaba a vivir mi sueño. Sabía que este viaje iba a cambiar mi vida para siempre.

Horas más tarde paseaba por las calles de la ciudad. Había visitado y disfrutado ya de la Plaza Mayor, la Catedral y el Palacio Arzobispal. Ya notaba el cansancio cuando andaba por la zona de Miraflores, por lo que me senté en una terraza a comer y beber algo para reponer fuerzas.

Al poco tiempo se sentó en la mesa que estaba junto a la mía una chica alta bellísima. Con pelo largo y negro. Me llamó la atención esos labios tan sugerentes con ese color de labios que realzaba su volumen. No llevaba escote, pero si una blusa con ligeras transparencias y lo suficientemente amplia para intuir unos maravillosos y generosos pechos debajo. Para compensar vestía unos pantalones vaqueros ajustados que potenciaban un apoteósico culo.

Y para acabar de impactarme tan salvajemente tenía en su cuello un choker (gargantilla) de color negro. Es un pequeño fetiche que tengo, lo reconozco.

Tuve que obligarme a respirar porque me estaba quedando sin aliento. No podía dejar de mirarla. Era un sueño de mujer hecho realidad.

Como dije antes estaba sentada en una mesa junto a la mía. Sacó de su bolso un comic para leer mientras esperaba a que le sirvieran. Concretamente era un manga. Y más concretamente era uno llamado Gantz.

Solamente de imaginar a ese monumento de mujer dentro del traje negro ajustadísimo que llevan los personajes femeninos de ese manga hizo que tuviera una erección automática, que mi corazón se alterara, y que por mi mente pasaron imágenes donde ella me rogaba a cuatro patas en el suelo que le pegara fuerte en el culo.

-Disculpa- le dije secamente.

Ella levantó la mirada por encima del manga y la posó en mí.

-Aunque el tema de ese manga resulta entretenido y con acción, yo te recomendaría un clásico como Akira, que habla del destino, la alienación, la amistad y la venganza. Añadí con voz decidida.

Sostuvo su mirada en mí durante más tiempo. Sonrió. Me estaba evaluando por completo. No se podía esperar otra cosa de una chica inteligente como ella. Valoraba mis posibilidades.

Me levanté de mi mesa y me senté en la suya. Durante unos segundos no nos dijimos nada mientras sostenía su mirada. Tras unos segundos más de silencio me dijo: -Veo que sabes mucho sobre Manga. Me llamo Misato, por el personaje del manga Evangelion llamado Misato Katsuragi. Seguro que sabes de muchas cosas más sobre mangas y sobre la vida. Me gustaría que me las enseñaras todas-.  Luego miró a la mesa y añadió: -Por favor.-

Y justo en ese momento supe que todos mis planes para ese viaje acababan de cambiar. Aunque seguro que lo seguiría disfrutando. Incluso más de lo que preveía.

Varios días más tarde la luz del sol entra por la ventana de mi habitación.

El sol ilumina tenuamente la cama, y observo desde una silla el cuerpo de mi bella limeña Misato, todavía descansando tras la sesión, otra más, tan salvaje de sexo dominante que tuvimos anoche.

Miro un dibujo que hizo el día anterior para mí. Tiene aptitudes para el arte, es bastante buena. Se ve un león y una leona juntos. El león es grande, tiene una posición con aspecto de fiereza y autocontrol al mismo tiempo, mientras que la leona es en comparación más pequeña en tamaño y muestra una  actitud de espera mientras le mira.

Tiene sus manos juntas y atadas al cabecero de la cama. El pelo le cae por la mitad de su cara. Sonríe. Me mira y se le ve radiante de felicidad. Es tan guapa, tan sensible, tan sumisa….

Según me confesó varias horas después de marcharnos de aquella cafetería, tras presentarnos formalmente , y mientras paseábamos por esta ciudad rumbo a La Casa de la Literatura Peruana, intuyó mi naturaleza dominante al instante por mi tono de voz y mi postura corporal. Siempre tuvo esa necesidad de experimentar la variedad del BDSM en su vida. Sus anteriores parejas nunca lo habían propuesto, y cuando ella lo sugería notaba que ellos no estaban conformes, por lo que durante el acto en sí no había ni la pasión ni la rudeza que ella anhelaba.

Ansiaba sentir que un hombre se hacía dueño de su cuerpo y su mente, que ella no tenía el control de nada y sólo disfrutaba de obedecer y dar placer a su Amo. Si, no quería una pareja solamente, quería un Amo. Un hombre que la hiciera estremecerse con cada frase y mirada que le dirigiera.

Me acompañó hasta el hotel sin poner una sola objeción. Se limitó a llamar a casa para decir que no volvería esa noche.

Al entrar a mi habitación la lleve hasta una pared y allí, tras agarrarle del pelo, me lancé a besarla. Primero fue un beso largo y suave. Estaba nerviosa. Su pecho se elevaba con rapidez. Jadeaba. Luego volví a mirar sus ojos y me lancé otra vez a comer sus labios, a besar su boca, a buscar su lengua con la mía. Salvajemente. Con pasión, con calor, con desesperación. Ella me agarró y buscó mi contacto, así como mostró iniciativa con su lengua. Nunca se había semejante estremecimiento, con la necesidad de que un hombre la poseyera  e hiciera suya de todas las maneras imaginables. Su entrepierna nunca había estado tan húmeda como hasta ese instante.

Y de pronto me separé. Ella me miraba con una mezcla de sorpresa, miedo y excitación. Sin decir nada, pero sintiendo en su interior una situación como nunca antes.

-¿Serás mi perra Misato?. ¿Esta noche y siempre?- Le pregunté con un tono serio.

Ella contestó rápidamente: Si, lo soy. Siempre lo he sido sin saberlo y lo seré. Hasta una lágrima de emoción le cayó por la mejilla.

-¿Quién soy yo desde este momento para tí?- Añadí. De nuevo seriamente.

Ella bajó la mirada. –Es mi Amo y señor. Mi deber es obedecerle y complacerle en todo-

-Buena perrita- añadí, mientras le daba de nuevo un beso suave en los labios.

Agarré su pelo y la llevé hasta el sofá. Le dije que se quedar de pie frente a la silla donde me senté.

Ella estaba asustada y muy muy excitada.

-Desnúdate- . Le ordené.

Ella comenzó quitándose las botas. Siguió por su blusa y luego sus pantalones vaqueros. Mi miró esperando que dijera algo.

-He dicho desnúdate, perra. No que te quedes en ropa interior. ¿Comprendes la diferencia?-

Sus mejillas se tornaron rojas de la vergüenza y agachó la mirada.

-Perdón mi Amo-. Dijo con voz baja.

Primero se quitó el sujetador. Todas mis sospechas quedaron confirmadas. Unos pechos generosos, bellos y rotundos quedaron a mi vista. A continuación se quitó su tanga. No hay palabras para describir semejante culo perfecto.

Me miró confusa. Sin saber que hacer a continuación.

-Pon tus manos sobre la cabeza perra-. Ella obedeció al instante sin dudarlo.

Me levanté despacio y me dirigí hacia ella. La miraba fijamente mientras daba vueltas a su alrededor observándola. Pobre criatura. Temblaba de excitación. Era consciente de que esa noche su vida cambiaría para siempre.

Tenía varios tatuajes en su cuerpo. El que más me gustó era el de una katana. Me pareció muy sexy.


Me coloqué a su espalda, fuera de su campo de visión.

-No te muevas perra- Le ordené. Me dirigí a continuación a la habitación y cogí de la maleta un cinturón. Asimismo al volver arranqué un cable de una lámpara permanecía abandonada en uno de los armarios de la habitación.

Con el cable até sus muñecas. Mi dulce perrita no se movía, sólo temblaba más.

Comencé a acariciar con mis dedos su espalda. Ella gimió alto de la sorpresa.

Bajé lentamente mis dedos hasta llegar a su culo. Era imposible resistirse a el. Agarré fuertemente ambos glúteos. Ella gimió más. Tuve miedo de que se callera al suelo desmayada. Volví con mis dedos a subir por su espalda. Ni una sola palabra. Más tensión, más excitación, más deseo.

Separé mis manos de ella y cogí el cinturón. Hice ruido con el para que supiera lo que estaba por llegar.

-Te daré cinco azotes perra. Cuéntalos.- Dije sin emoción en mi voz.-No quiero oír como te quejas de dolor-

Ella no contestó, pero se mordió el labio. Lo pude ver en el espejo que estaba en la pared de enfrente.

Zas. Cayó el primer azote. Ella aguantó sin quejarse. –Uno, mi Amo-

Así llegaron los cuatro siguientes. No se quejó en primer momento. Y los contó todos. Con diferentes tonos de voz según la acumulación del dolor en su cuerpo.

Al acabar besé su cuello y la felicité por su comportamiento.

Pasé mis manos por delante y comencé a acariciar sus pechos. Lentamente en un primer momento. Pasaba mis dedos por todo el contorno, luego los sujeté desde debajo y los elevé un poco. A continuación los apreté suavemente, para finalmente estrujarlos a mi antojo.

Elevé mis dedos índices hasta su boca. Ella entendió sin necesidad de ordenarle nada y la abrió. Primero chupó uno y luego el otro. Y con mis dedos ensalivados por ella comencé a acariciar y apretar sus pezones.  Ya no podía ni jadear de las sensaciones que experimentaba.

-¿Te gusta perra?-. Susurré a su oído.

  • Si, mi Amo. Por favor no pare- Decía entre sollozos de la excitación.

Jalé de sus pezones hacia fuera. A ella le sorprendió que lo hiciera. Noté como le dolía mucho, pero aguantaba sin quejarse. No dejaba de asombrarme mi dulce Misato.

Tras soltarle los pezones me coloqué delante de ella. Sollozaba de la excitación y el dolor al que la estaba sometiendo. Le quité las lágrimas con mis dedos y le besé en los labios. Le susurré al oído que era una buena perra. Y ella sonrió satisfecha.

Bajé mis manos lentamente por su vientre hasta su entrepierna. No tenía depilado el monte de Venus, pero ya se arreglaría pronto. Le ordené que abriera las piernas para acceder a su intimidad cómodamente. Ella me miraba sabiendo que llegaba un momento importante y definitivo. Pero todavía quise hacerla sufrir/disfrutar un poco más y me dediqué a acariciar la parte interior de los muslos, así como la zona del perineo. Sin tocar sus labios vaginales.

Su cara era un poema. Su cuerpo estaba empapado en sudor.  Necesitaba que tocara su clítoris urgentemente o iba a estallar. Y yo disfrutaba viendo como hacía esfuerzos por no suplicarlo… pero sabía que le quedaba poco para que así fuera.

Volví a llevar mi dedo a su boca. Ella sonrió. Vió que por fin su deseo se iba a hacer realidad y sonrió mientras lo chupaba con más ganas todavía que la vez anterior.

La cara que puso de sorpresa mi perrita cuando sintió que mi dedo no fue a ese agujero deseado… fue inolvidable. Las experiencias en esa zona no habían sido del todo positivas, así que los nervios pudieron con ella. Contrajo los músculos de la zona y me dijo: -No, amo por favor. Ahí no.

Di un paso atrás y me separé de ella. La miré fijamente. Acto seguido le di una bofetada.

No lo esperaba. Gritó por la sorpresa principalmente. No fue demasiado fuerte.

-¿Quién obedece y acepta sin rechistar lo que yo deseo?- Grité.

Misato no dijo nada. No hacía falta. Ya había entendido lo que yo quería que comprendiese.

Volví a meter mi dedo en su boca. Esta vez la utilicé. Que entendiera quien ponía las reglas. Y puse mi dedo en la entrada de su ano. Comencé a masajearlo, con paciencia, con calma. Poco a poco su cuerpo comenzó a reaccionar y el placer fue llegando. Mi perrita se moría de vergüenza, pero no pudo evitar empezar a gemir al rato.

Sonreí. Al final siempre gozan. ¿Por qué les costará tanto aceptarlo desde el primer momento?.

Ella estaba con los ojos cerrados gozando cuando llegó la jugada inesperada.

Había notado que estaba húmeda desde el primer beso, así que no me costó nada introducir el dedo índice de mi otra mano en su vagina. Fue seco, duro, rápido.

Mi perrita dio un grito de placer como no había hecho hasta ese momento. Comencé un mete y saca lento pero constante, y al mismo tiempo que ella gemía más y más, presioné su ano e introduje la primera falange del índice de la mano izquierda.

Abrió los ojos como platos del placer insospechado que provenía de ese lugar prohibido. Comenzó a decir sílabas inconexas. Ya estaba muy cerca del éxtasis orgásmico.

Para ayudarla a transitar más velozmente hacia la estación final de ese tren del placer saqué mi dedo de su vagina. Me apropié de su clítoris en un juego de manos final que terminó de descolocarla. Podía ver en su cara que el fin estaba próximo.

-No puedes correrte sin el permiso de tu Amo. ¿Entiendes perra?. Debes pedirme permiso. Y sólo después de que yo te diga que lo tienes podrás correrte.-

Haciendo un gran esfuerzo contestó: - SI, Amo. Por favor, se lo suplico. No pare. Esta perra está muy cerca-

Seguí moviendo mis dos dedos. El dedo en su culo ya había entrado hasta la mitad.

De repente ella dijo con un hilo de voz a punto de quebrar: -¿Por favor Amo puede su perra correrse?-

Le susurré al oído:-Tienes mi permiso. Córrete-.

En ese momento ella echó la cabeza hacia atrás y sus ojos quedaron en blanco. Su cuerpo comenzó a convulsionar salvajemente mientras ella gritaba. Tuve que sacar mis dedos y sujetarla porque perdió el control y estuvo a punto de caerse al suelo.

Cuando acabó de convulsionar la cogí en brazos y la lleve a la bañera. Con cuidado la coloqué dentro  y dejé que el agua caliente fuera cubriendo su cuerpo. Ella todavía no había regresado del todo a este mundo. Cuando recuperó totalmente la consciencia yo estaba enjabonando su cuerpo con la esponja.

Sin decir nada le di un beso en la boca suavemente.

Tenía una cara de felicidad indescriptible. Esa felicidad que da saber que se está por fin en el lugar, el momento y con la persona que perfectas. Que el mundo por fin es como debería ser, y estás en tu sitio en el Universo.

-Soy tuya para siempre Amo. Lo supe desde que te miré por primera vez a los ojos-. Y en ese momento cayó en un profundo sueño reparador. El primero de los muchos que tendría en los siguientes días tras sesiones parecidas.


Mi perrita lleva conmigo varios días en la habitación. Es dócil y muy sumisa, y aprende rápido como contentar a su Amo.

Hoy se ha despertado antes que yo. Se ha deslizado debajo de las sábanas y juguetea con mi pene. Comienza a darle besitos y a pasar la lengua. Con su mano acaricia los testículos.

Es muy buena y en poco tiempo mi cuerpo reacciona ante sus picaronas intenciones. Le encanta ver como las pollas se ponen tiesas cuando calienta “el ambiente”. Una vez mi herramienta está preparada totalmente  la mete lentamente en su boca mientras la envuelve con su caliente y juguetona lengua.

Sabe variar el ritmo de su cabeza y lengua, así como también estimular mis huevos y zonas perineales. No puede evitar sentirse satisfecha cuando mis manos se posan en su pelo. Sonríe triunfante. Sabe que ha sido una buena putita. Y disfruta de su éxito.

Casi consigue que me corra en su boca. Menos mal que supe controlar la situación.

La separé de mí y la agarré del cuello mientras le miraba a sus grandes ojos negros. Todavía tendrás que esperar un poco para hacer que me corra dentro de ti puta.

Y ella sonrió. Le gusta que estas situaciones no terminen rápido.

La puse sobre la cama con su cara en la almohada. Cogí el cable del primer día y até sus  manos al cabecero. Le quité la funda a la otra almohada y la coloqué sobre su cabeza, tirando de ella hacia atrás mientras la puse a cuatro patas. Las perras disfrutan cuando follan como lo que son.

Y así, sin poder ver nada y con la sensación de falta de aire comenzó a experimentar mi arte. Desde el primer momento empezó a gemir cuando comencé a lamer su coñito. Primero los labios y posteriormente, tras separarlos, cayendo sin piedad sobre su clítoris. Un dedo penetrándola siempre es bienvenido, a tenor del cambio de entonación y los gritos.

Esa perra es tan caliente por naturaleza, incluso ninfómana sin diagnosticar tal vez, que en un suspiro ya estaba preparada para ser montada. Y como “caballero” que soy no la hice de rogar… esta vez.

Fui rudo desde el primer momento. Con la mano libre primero jugué con su teta. Me encanta apretarlas fuerte un rato, para luego azotarla y finalmente retorcer su pezón. En ese momento no estaba muy hablador, pero algún insulto si le dije. Con la falta de vista el cuerpo agudiza el resto de sentidos, así que su canal de excitación era el táctil y el auditivo.

Y a las perras les encanta que se lo recuerden mientras las follas y les azotas fuerte el culo.

Ella disfrutaba como nunca. Por fin sentía que alguien había sabido darle lo que su mente y cuerpo buscaban desesperadamente desde hacía años. Un hombre que le hiciera sentir de manera tan intensa, sin atarse a los convencionalismos de la sociedad. Que la tratara de esa manera tan poco respetuosa, pero tan instintiva y animal. Porque en esos momentos es cuando ella sentía que era una hembra puesta en la tierra para ser que un hombre la usara.

Caí sobre ella obligándola a permanecer estirada bajo mi cuerpo en la cama. Le quité la funda de la almohada y agarré su pelo, obligándola a girar la cabeza para mirarme.

-¿Te gusta puta?- Le pregunté sin dejar de tirar de su pelo.

-Si Amo, me vuelve loca. No pare nunca. Soy suya para siempre- Contestó al borde de llanto al no poder controlar tanto placer.

Le mantuve la mirada y la besé. Un beso acorde a la situación, claro: fuerte, salvaje, animal, básico. Mi lengua se adueñó de su boca. Ella dejó los ojos en blanco, sentía que estaba llegando en breve al orgasmo.

-Por favor, Amo. ¿Puede su perra correrse?- Imploró.

-Todavía no. Tenemos que jugar todavía un poco más.- Contesté. Y salí de ella.

La cara de sorpresa y frustración que se le queda cuando hago esto me encanta. Salirme sin avisar. Mantenerla en tensión sin saber que será lo próximo y si se quedará sin llegar. De eso se trata: de que sienta que no tiene el control. Es lo que realmente disfruta.

Le desaté las manos y la coloqué boca arriba en el colchón, atando de nuevo sus manos en el cabecero.

Abrí bien sus piernas. La volví a penetrar de golpe. Ella no sabía ya que hacer o decir, tenía su conciencia a punto de abandonarla.

Agarré sus pechos comencé a azotarlos. Abrí su boca y le escupí dentro. Ella a duras penas podía sonreír. Movía la cabeza a un lado y a otro embriagada de placer.

Coloqué mi pene en su ano y la empecé a penetrar. Hace unos días tenía miedo y ahora lo aceptaba con placer. Si eres capaz de tener tiempo y paciencia finalmente a las mujeres les termina gustando, incluso deseándolo al pedírtelo a gritos.

La agarré por su cintura y comencé a moverme fuerte. La follaba con rabia. Cada golpe de cadera más salvaje que el anterior. Sentí que ya iba a llegar. Era inminente. Y por la cara que ella tenía le pasaba igual.

-¿Te quieres correr puta?. ¿Quieres que tu amo suelte toda su leche calentita dentro de tí?- Le dije con mi tono severo habitual.

-Si Amo, por favor. Lo necesito. ¿Puede su perra correrse?- Gritó desesperada.

-Córrete conmigo puta- Grité.

Y ambos llegamos juntos a ese lugar de éxtasis corporal donde el placer nos desborda. Nuestros gritos debieron oírse en la Plaza de San Martín.

Caí sobre ella y la abracé. Ella sólo podía susurrar en mi oído – Gracias mi Amo por hacerme tan feliz-.

Y así acabamos ese momento de pasión. Con mi perrita Misato abrazada a mí y el sueño llevándonos de nuevo al mundo de Morfeo.