Mis -tres primeras- veces (2: Consumación)

(Ya sé: sólo se puede tener una “primera vez”). El título es porque este relato trata de cómo fue la mía, y las de mis hermanas Thelma y Natalia, y las tres tuvieron lugar al mismo tiempo.

Debí quedarme adormilado, con la agradable sensación de los cuerpos desnudos de mis hermanas abrazadas al mío.

Cuando recuperé la conciencia, me encontré solo en la enorme cama. Me incorporé, con mi mente aún nublada. Me pareció un sueño, seguro que lo era. ¡De dónde, mis dos hermanas y yo…!. Pero entonces, ¿qué hacía yo en la habitación de mis padres, completamente desnudo entre las sábanas revueltas?.

Si me quedaba aún alguna duda, esta se despejó cuando Natalia entró tranquilamente en la habitación:

  • ¡Anda, Alex!. Levántate y dúchate, pero rapidito, o te quedas sin cena

(Tomé nota mental de que no se había referido a mí como "enano", según su costumbre, sino por mi nombre, pero sin querer de momento analizar el significado del cambio).

y llevé instintivamente mis manos a tapar mi pene, acto de cuya estupidez me percaté al oír las risas de mis dos hermanas, porque el rostro sonriente de Thelma apareció detrás del de Natalia.

  • ¡No te fastidia!. ¿Pues no que el enano siente pudor de enseñarnos su "colgajo", después de lo que ha llovido?.

De modo que, absolutamente confundido, retiré las manos, dejando al aire lo que estaba comenzando a crecer con la mirada de mis dos hermanas fijas en ello. Huí a la ducha lo más dignamente que pude.

Cuando regresé al salón, después de haberme puesto una camiseta y un pantalón corto limpio (porque había advertido que las dos estaban también vestidas como para salir) las encontré en una posición de lo más… Thelma estaba acariciando las mejillas de Natalia con la punta de los dedos, mientras ésta recorría con su mano una de las rodillas de nuestra hermana mayor.

  • ¿Ya, rico? –me recriminó Natalia-. Te voy a hacer pagar por el tiempo que me has tenido en ayunas, que tengo un hambre que me muero.

No fuimos muy lejos. Había una pizzería en el Centro Comercial cercano a casa, a donde fuimos dando un paseo. Thelma añadió al menú, muy en su papel de madrecita, una enorme ensalada, que consumimos en su totalidad, a pesar de las protestas iniciales de Natalia. Y bebimos un par de "colas" cada uno, para ayudar a pasar la "4 quesos" y la "tropical", de las que no quedaron ni las migas.

Era noche cerrada ya cuando emprendimos en regreso a nuestra casa, tomados de la mano. Yo iba entre mis dos hermanas, y el roce sin intención de mis manos en sus muslos, me producía una sensación de anticipación en el bajo vientre. ¿Qué tendría planeado Thelma para aquella noche?. ¿Sería por fín llegado el momento en que perdería mi virginidad, arrebatando al paso las de mis hermanas?.

La casa cerrada, de acuerdo con las insistentes recomendaciones de nuestros padres, parecía un horno. Abrimos de par en par todas las ventanas, para provocar una leve corriente de aire que las refrescara. Pero cuando acabamos, los tres estábamos sudando.

Después de lo ocurrido, yo no tenía la más leve intención de estar vestido ante mis hermanas ni un momento más de lo necesario, por lo que me dirigí a mi habitación, y me quité toda la ropa.

Encontré a las dos en ropa interior, sentadas en el sofá ante dos nuevas "colas" (imaginé que a todos nos costaría conciliar el sueño aquella noche con tanta cafeína, aunque por otro lado, y si se cumplían mis expectativas, no tenía precisamente la intención de dormir mucho)

  • ¡Hale!, ya está éste dispuesto para la acción –dijo caústicamente Natalia, al verme aparecer en bolas, con mi pene a media erección.

  • Vosotras podéis hacer lo que queráis, pero no me apetece en absoluto pasar calor con la ropa puesta. Total, no estáis viendo nada que no hayáis visto… o incluso saboreado –añadí malévolamente.

  • ¡Será…! –saltó Natalia.

Pero no siguió la pulla que yo estaba esperando.

  • Tiene razón –concedió Thelma-. Es absurdo que continuemos así

  • ¿Puedo desnudarte yo? –pedí a Thelma con voz esperanzada.

  • Claro, cielo, ven.

Me arrodillé en el sillón, y luché denodadamente con los corchetes de su sujetador, con dedos temblorosos. Finalmente, la prenda quedó libre de su cierre, y mi hermana extrajo los brazos de los tirantes. Me entretuve un instante sopesando aquellos dos hermosos pechos, y luego descendí, acuclillándome ante las piernas de Thelma. Decidido, sujeté el elástico de sus braguitas con las dos manos, y tiré, ayudado por una oportuna elevación de su trasero. Las deslicé despacio por sus piernas, y terminé de liberar sus tobillos. Y de nuevo, el sexo de mi hermana mayor quedó visible a dos palmos de mi cara.

Pero quedaba Natalia, de modo que no me recreé demasiado con la visión. En su caso, y para provocarla, pasé las dos manos en torno a sus costados, quedando mi cuerpo desnudo en contacto con el suyo, mientras ella se limitaba a mirarme, con una media sonrisa. El cierre se resistió menos que el otro, o yo ya había aprendido, pero el caso es que no tardé ni tres segundos en liberar sus pechitos descarados, con los pezoncitos ya erectos.

También colaboró con las braguitas, pero ella alzó las rodillas, con lo que tuve a la vista la rajita cerrada de su vulva y su rosado ano desde el mismo momento en que la prenda ascendió más arriba de sus nalgas.

Me senté entre ambas, dudando si

«¡Qué demonio! –me dije-. Después de lo de antes…».

Y por primera vez tomé yo la iniciativa, pasando un brazo en torno al cuello de cada una de ellas, y posando mi mano sobre un pecho lleno de Thelma, la derecha, y otro más menudito, pero también tieso y duro de Natalia.

Los dos pezones se endurecieron rápidamente entre mis dedos, y yo me encontraba en la gloria. Mi pene había reaccionado como cabía esperar, y ahora emergía orgullosamente de mi entrepierna, casi completamente vertical.

  • Despacio, cariño –susurró Thelma en mi oído-. Tenemos toda la noche por delante

Me besó ligeramente en los labios, y luego se puso en pie.

  • Tengo un DVD muy interesante, ya veréis, -anunció camino de su dormitorio.

Natalia y yo nos miramos extrañados. Yo aproveché el intervalo para atrapar su otro pezón, con mi antebrazo rozando el seno que ya había sido objeto de mis caricias. Natalia me miró intensamente, y ante mi sorpresa tomó ella la iniciativa de un largo beso, con su lengua introducida dentro de mi boca. Su mano se posó, leve como una pluma, sobre mi pene, y lo acarició suavemente.

  • ¡Fiuuuuu, que fuerte! –exclamó Thelma, a la que ninguno habíamos oído llegar-. Casi mejor que poner la película, me limito a miraros. Lo vuestro es aún más caliente, chicos

Se echó a reír, mientras se volvía hacia el mueble donde estaba el televisor y el reproductor de DVD, inclinándose para introducir el disco en la bandeja. Su sexo quedó a la vista entre sus muslos, y Natalia y yo clavamos nuestra mirada en su entrepierna.

Thelma debió suponer que no nos perdíamos ripio de la sugerente imagen que nos estaba ofreciendo, e hizo oscilar las caderas varias veces, separando aún más las piernas para que no nos perdiéramos ni un detalle. Finalmente, se incorporó y se volvió, sonriente.

  • Casi podía sentir vuestros ojos clavados en mi coñito… ¿Os ha gustado?.

  • Me encanta vértelo –afirmé.

  • Yo ya tengo suficiente con el mío, -añadió Natalia desdeñosa.

  • Pero no quitabas la vista de él, que me he fijado –la pulla me salió sin sentir, por costumbre.

  • Puestos a mirar, prefiero lo tuyo, aunque solo sea un pingajo pequeñito –replicó Natalia rencorosa.

  • ¿Ya empezáis?. Estabais muy bien sin "clavaros alfileres" –reprochó Thelma-.¡Venga!, haced las paces con otro besito con lengua, como el de antes

No me hice rogar. Me estaba gustando sentir los labios de Natalia sobre los míos, de modo que le metí la lengua en la boca hasta las amígdalas. Y de nuevo, ella no se resistió, sino que, sin soltar en ningún momento mi "pingajo", pasó un brazo en torno a mi espalda, abrazándose estrechamente a mi cuerpo, y aplastando contra mí sus firmes senos. Luego nos separamos, ante la mirada irónica de Thelma.

  • Retiro lo de "pingajo pequeñito" –susurró mi hermana en voz casi inaudible.

Era la primera vez que me pedía perdón por algo. La nueva Natalia me estaba gustando mucho más que la otra, la que no podía pasar un minuto sin meterse conmigo. Aquello se merecía un buen achuchón en su vulva, y yo estaba dispuesto a darle su premio, ¡vaya que si lo estaba!.

Miré la pantalla del televisor. Representaba una sauna, en cuyo banco corrido estaban sentadas dos mujeres espectaculares, ambas completamente desnudas. Una de ellas estaba frente a la cámara, con las piernas separadas, mostrando su sexo depilado sin recato alguno. La otra, de pelo intensamente negro, en contraste con el de color dorado de su compañera, tenía los pechos más pequeños que la rubia, pero redondos y altos.

En aquel momento, entraron en el campo de la cámara dos hombres, ambos también desnudos, atléticos y musculosos.

  • ¡Vaya tíos! –gritó Natalia a mi lado-. Me conformaría con uno de esos

El más cercano al objetivo se ubicó entre las piernas de la rubia, y su trasero ocultó completamente el sexo de la rubia.

  • ¡No vale! –exclamé yo-. Prefería ver lo de antes

  • Pues a mí me gusta más así –terció Natalia-. ¿Te has fijado, Thelma, que cuerpazo?.

La rubia cambió de postura, subiendo los pies sobre el banco, y volviendo a mostrar a la cámara su sexo. El hombre se volvió ligeramente, y por primera vez fue visible su pene, largo, aunque daba la impresión de flaccidez.

  • ¡¡¡Hala!!! –exclamaron mis dos hermanas al mismo tiempo.

Se miraron, echándose a reír.

  • ¡Vaya tamaño! –añadió Natalia.

  • Pero lo tiene blandito, no hay más que verlo –añadí, algo acomplejado.

Efectivamente, cuando la rubia tomó en su mano aquel rabo inmenso, este se doblaba en todas direcciones. La mujer se lo introdujo en la boca, y comenzó a hacerle una mamada.

  • Es demasiado grande, mirad, solo se puede meter la punta en la boca –musitó Thelma.

Tres minutos después, la escena no había variado en absoluto. La rubia seguía subiendo y bajando la cabeza sobre aquel larguisimo pene, y yo estaba empezando a estar cansado de aquello. ¡Si al menos la mujer estuviera enseñándonos el!… Pero no, no se veían ni sus tetas, sino que su cabeza y el descomunal falo ocupaban toda la imagen.

Pero había algo en lo que podía entretenerme. Mis dos manos fueron a los sexos de mis hermanas, y comencé a hacerles un dedo a ambas.

  • Te "pone" contemplar eso, ¿eh, pillín? –preguntó irónica Thelma.

  • No, es que me aburre ver siempre lo mismo

  • Por una vez tiene razón –intervino Natalia-. Es monótono y repetitivo

  • Esperad unos segundos, dentro de poco va a cambiar –advirtió Thelma.

Efectivamente, al poco la cámara retrocedió. La mujer se puso en pie, y el hombre ocupó su lugar, y por primera vez vimos a la otra pareja en el fondo, que no había vuelto a aparecer en la imagen: ella tenía las manos sobre el banco, doblada por la cintura con el trasero ofrecido al otro varón, que la estaba follando desde atrás.

La imagen se fijó de nuevo en la primera pareja. Ella se estaba sentando sobre los muslos del hombre, que dirigía su pene con una mano para introducirlo en la gran abertura de la mujer que, ahora sí, se contemplaba casi en primer plano. Finalmente lo consiguió, y la mujer comenzó a botar sobre él, pero a las dos o tres veces, el pene se salió, venciéndose totalmente.

  • ¿Veis?, ya os dije que la tenía blandorra –exclamé vengativamente.

  • ¡Envidia cochina! –replicó rápida Natalia.

  • "Eso", querida, es una especie de fenómeno de la Naturaleza, -informó Thelma-. Pero, créeme, el de Alex es de tamaño superior a la mayoría, aún en reposo, y nuestro hermano todavía está creciendo

La mano de mi hermana mayor fue a mi pene, que estaba desatendido, pendientes como estaban de la imagen en el televisor. Yo continuaba con mis manoseos en las vulvas de ambas, que habían comenzado a humedecerse con mis caricias.

  • Yo creo que tenemos bastante teoría por el momento. ¿Qué os parece si hacemos ahora unas prácticas? –propuse esperanzado.

  • De nuevo tienes razón –Thelma me revolvió el pelo, sonriéndome con cariño-. Venid, vamos a la cama.

Esta vez fui yo el primero en tenderse boca arriba, con mi pene enhiesto apuntando al cielo, mientras mis hermanas me contemplaban. Natalia había pasado un brazo sobre los hombros de Thelma, y le estaba acariciando un pezón. Me admiró el cambio de la pequeña en tan solo unas horas. Bueno, en realidad, todos habíamos cambiado

  • Fijate, Natalia. Este no está fláccido, a pesar de que esta tarde soltó su carga dos veces –la voz de Thelma sonaba un tanto admirativa.

Ambas se arrodillaron a mis costados, y comenzaron a depositar pequeños besos en todo mi cuerpo. Al llegar a mis muslos, Thelma cerró su mano en torno a mi dureza, que luego se metió en la boca. Natalia estaba lamiendo mis tetillas, mientras se acariciaba lentamente el sexo.

La pequeña se incorporó, y miró en dirección a nuestra hermana, que seguía subiendo y bajando la cabeza sobre mi pene:

  • ¡Déjame a mí un rato, anda!.

Thelma soltó su caramelo, cediendo su lugar a la otra, que no tardó ni dos segundos en cerrar sus labios en torno a mi glande. La mayor, por su parte, se puso en pie sobre la cama. Me encantó la gloriosa visión de su vulva contemplada desde abajo. Pero aún más verla muy de cerca, cuando pasó un pie a cada lado de mi cabeza, poniéndose en cuclillas, con las manos apoyadas en mi vientre.

La tomé por las caderas, para ayudarme a mantener la cabeza erguida, y enterré mi boca en aquel sexo húmedo, lamiendo, succionando y mordiendo con los labios toda su extensión.

Para mi sorpresa, Thelma comenzó inmediatamente a balancear su pelvis adelante y atrás, gimiendo acompasadamente. Su sexo se deslizaba sobre la totalidad de mi cara, restregándose contra mi nariz, además de mi boca. La sujeté aún más fuerte, y traté de introducir la lengua en el interior de su vagina. Ese debió ser el detonante, porque sus gemidos subieron de tono, sus manos fueron a sus pechos, y sentí en mi boca las contracciones de su orgasmo.

Se quedó muy quieta durante unos segundos. Natalia seguía con sus lamidas y succiones en mi pene, y yo estaba comenzando a sentir que mi eyaculación no tardaría en ocurrir. Thelma se incorporó, poniéndose de nuevo en pie:

  • Ven, Natalia, cielo. Túmbate tú ahora sobre Alex –su voz sonaba aún entrecortada por su reciente clímax.

Nuestra hermana abandonó morosamente mi pene, que aún mantuvo aferrado con la mano incluso cuando sus menudos senos se aplastaron sobre mi pecho. Era la primera vez que tenía el peso de una de las dos sobre mí, y me encantó sentir el contacto de la totalidad de su cuerpo, piel contra piel.

Thelma se había puesto detrás de nosotros. Noté otra mano en torno a mi dureza, y las siguientes palabras de mi hermana mayor me produjeron escalofríos de anticipación.

  • Creo que ha llegado el momento, cariñitos. ¿Estáis preparados?.

Los ojos de Natalia se abrieron, asustados, pero no dijo nada. Retiró la mano, y sujetó con ambas mis mejillas, para luego unir sus labios a los míos.

La mano de Thelma obligó a mi pene a recorrer arriba y abajo la hendidura de nuestra hermana muchas veces. Por fin, noté que mi glande quedaba apoyado en la entrada de su vagina. Sentía el impulso atávico de empujar, pero logré contenerme.

  • Así, así, muy despacio… -susurraba Thelma.

Los labios de Natalia se cerraron sobre mi boca, y su rostro mostraba un gesto entre excitado y temeroso. Pero se abrió aún más de piernas para facilitar la inminente penetración.

Thelma tiró ligeramente de mi pene, y sentí ahora la estrechez de la vagina de Natalia oprimiendo mi glande.

  • Sssssss, despacio, muy despacio –seguía musitando Thelma.

Empujé muy lentamente, solo unos milímetros. La boca de Natalia se abrió, y gimió ligeramente.

  • ¿Te duele, cariño? –pregunté.

  • No, pero deja que me acostumbre

No sé si sabré describir mis sentimientos. Me embargaba un sentimiento de cariño sin límites, que iba más allá de la sensación de estar, ¡por fin!, conociendo lo que se sentía al hacer el amor con una mujer, hasta el punto que me habría retirado si mi hermana me lo hubiera pedido en aquel instante.

Pero, por el contrario, fue ella misma la que empujó ligeramente hacia abajo. Ahora, casi la mitad de mi dureza estaba alojada en su interior.

  • Duele un poco… -se quejó bajito Natalia, con sus labios cerca de los míos.

Pero su trasero descendió poco a poco, haciendo breves pausas, que coincidían con una contracción de sus facciones. Se quedó muy quieta sobre mí, jadeando ligeramente. Y, mientras la besaba en las comisuras de su boca, empujé muy despacio, delicada pero firmemente, hasta que mis testículos tocaron su ano.

Esperé unos segundos. Thelma se había arrodillado a nuestro lado, y acariciaba los dos cuerpos enlazados, cubriéndonos de besos a ambos. Luego contraje las caderas lentamente, hasta que la mitad de mi pene salió al exterior. Empujé poco a poco de nuevo, penetrándola hasta el final. Y así muchas veces, con mucha delicadeza, tratando de impedir ceder a la excitación que me embargaba por momentos.

«Así que es esto –pensé-».

Nunca antes en mi vida había sentido algo parecido. Nada que ver con el ligero cosquilleo de placer del inicio de mis masturbaciones solitarias. Era una sensación embriagadora, la de mi pene profundamente insertado en la vagina de mi hermana, acompañado de una mezcla de gratitud, amor sin límites… No sé explicarlo mejor.

La opresión de su vagina había disminuido. Mi pene se deslizaba ahora sin esfuerzo, dentro y fuera, dentro y fuera… Incrementé poco a poco el ritmo. Natalia había pasado las manos tras mi espalda, y jadeaba roncamente, exhalando repetidamente algo como suspiros que sonaban "sí, sí". Sus caderas se contrajeron, apretando su pelvis contra la mía. Se mantuvo así unos instantes, y después su cuerpo se vio sacudido por espasmos, cada vez más rápido, mientras mordía mi cuello, completamente descontrolada.

Un nuevo gemido sostenido, y su espalda se arqueó, manteniéndose así unos segundos, para luego dejarse caer de nuevo sobre mi cuerpo, besándome entre sollozos.

Y solo entonces caí en la cuenta de que yo no había tenido mi clímax, aunque estaba a punto, muy cerca ya

  • ¿Cómo ha sido, amorcitos? –preguntó en voz baja la voz de Thelma, que seguía acariciándonos a los dos.

  • Mmmmmm –suspiró Natalia-. Me habían dicho que la primera vez duele mucho, y que no sentiría nada

Me besó de nuevo apasionadamente.

  • Pero ha sido solo como una pequeña molestia, y lo he sentido… ¡guauuu!.

  • ¿Y tú, Alex? –quiso saber Thelma.

  • Ha sido increíble, me encanta. Pero no me he corrido aún

  • ¡No lo puedo creer! –rió Thelma-. ¡Te has follado a Natalia y aún te queda fuelle…!.

  • Si tú quieres… -comencé, dirigiéndome a nuestra hermana mayor-. Me gustaría hacértelo a ti ahora

Natalia rodó de lado inmediatamente, provocando la salida de mi pene, que aún continuaba en su interior, para dejar su lugar a Thelma. Pero esta tenía otra idea, porque se tumbó boca arriba a mi lado. Yo estaba aprendiendo rápidamente. Ella prefería la postura clásica "del misionero". De modo que me arrodillé entre sus piernas muy abiertas, no sin antes contemplar de nuevo su sexo a mis anchas.

  • Esperad un momento –musitó Natalia, mientras tiraba de las almohadas, levantando al tiempo el trasero de Thelma, y colocándolas debajo-. He leído que así la penetración es más profunda

Efectivamente, sentado sobre mis talones, mi pene quedaba a la misma altura de la vagina de Thelma. Y como poco antes había hecho nuestra hermana, Natalia tomó mi dureza, acercándola a la abertura de la mayor, que abrió con dos dedos de la otra mano.

Por segunda vez en poco tiempo, mi dureza resbaló arriba y abajo sobre otra vulva, deslizándose sin esfuerzo, gracias al abundante flujo que humedecía la totalidad de su sexo. Y también del mismo modo, puso mi glande en contacto con el cálido anillo de carne, que se abría para recibirlo como los pétalos de una flor.

Me tendí sobre Thelma, sintiendo la dureza de sus pezones excitados sobre mi pecho, y besé sus labios, y luego su cuello. La mano de Natalia seguía en torno a mi pene, y empujó un poquito, consiguiendo que penetrara el glande en su totalidad.

Luego lo soltó, y sentí sus dedos leves como plumas acariciando al mismo tiempo los genitales de ambos, sobre el clítoris de Thelma, que suspiraba quedo.

  • Voy a meterla un poco más –susurré al oído de mi hermana mayor-. Dime si te hago daño, y me detendré

  • Hazlo despacito, y no te preocupes

Un ligero empujón, y tropecé con una resistencia que no había encontrado dentro de Natalia, o de la que no me había percatado. Mi hermana crispó el gesto.

  • ¿Te duele? –pregunté, un poco temeroso de causarle daño.

  • No, cielo, pero no empujes… Espera un instante. –Rió bajito en este punto-. Me parece que este virgo te va a costar un poco más de trabajo que el otro.

Me quedé inmóvil. Thelma posó las dos manos en mi nalgas, las acarició un instante, y luego las introdujo entre los dos glúteos, rozando mi ano. Entonces apretó los labios y tiró fuertemente de mí, con un gemido. La resistencia cedió, y mi pene entró hasta el fondo, sin ninguna dificultad.

  • ¿Te ha dolido? –preguntó Natalia a nuestra espalda-. Yo no lo sentí apenas

  • Solo un poquito –murmuró la aludida-. Despacito, Alex, empieza a follarme muy suave

Duré tres envites. Ya estaba al mismo borde de la eyaculación cuando penetré a Thelma, y la sensación de mi verga deslizándose sin esfuerzo dentro y fuera de su vagina, menos apretada que la de nuestra hermana, fue demasiado para mí.

Nunca había sentido un placer tan intenso, aquello era lo más grande que me había pasado nunca, pero, a pesar de mis increíbles sensaciones, conservé la cabeza lo suficiente como para continuar deslizando mi pene sin violencia, y seguí haciéndolo después de que el último borbotón de semen fuera proyectado al interior del cuerpo de mi hermana.

Cuando recuperé un poco la conciencia, Thelma estaba debatiéndose debajo de mí, boqueando como un pez, y con los ojos cerrados. Pero su expresión no era de sufrimiento, sino de placer.

Unos empujones más, y mi hermana se aferró a mi cuerpo con piernas y brazos, gimiendo rítmicamente, al mismo compás de mis embestidas. Entonces apoyó los pies sobre la cama y arqueó la cintura. Su pelvis subía y bajaba al mismo tiempo que la mía, y comenzó a exhalar pequeños gritos acompasados, mientras yo notaba perfectamente las contracciones de su orgasmo en mi pene, que perdía su rigidez poco a poco.

Luego se quedó muy quieta, y sólo abrió los ojos cuando yo, que había detenido ya mis movimientos, la besé largamente en los labios.

Me sonrió dulcemente, y me empujó con suavidad, incorporándose. Solo entonces advertí que Natalia estaba masturbándose, muy abierta de piernas a los pies de la cama, gimiendo rítmicamente mientras se pellizcaba por turno los pezones. Terminó su clímax, y solo entonces fijó los ojos en nosotros, y nos sonrió.

  • Ha sido mejor que el DVD. Me ha puesto a mil veros follar, y no he tenido más opción que… ya veis.

  • Vamos a asearnos un poco los tres –Thelma había recuperado su papel de hermana mayor- y luego vamos a retirar la sábana, antes de que se manche el colchón.

Bajo los finos chorros de agua tibia de la ducha, alternamos las posiciones varias veces. Formábamos una especia de sándwich, en el que uno de nosotros siempre quedaba entre los otros dos, que le enjabonaban a modo –metiéndole mano hasta por los rincones más recónditos de su cuerpo-. Cuando llegó mi turno, por ejemplo, Natalia se entretuvo en frotarme el ano con la mano llena de gel, sorprendiéndome que el contacto no me resultó desagradable, sino todo lo contrario.

Finalmente, nos turnamos para usar las dos grandes toallas de baño, y en ese caso también cada uno era frotado por los otros dos, hasta dejarle completamente seco.

Luego, de nuevo tendidos los tres en la gran cama, entre las sábanas limpias y frescas, llegó el momento de comentar lo sucedido:

  • Ahora me alegro infinito de no haberte mandado al guano esta mañana, cuando me propusiste… -Natalia se dirigía inequívocamente a Thelma.

  • No estaba nada segura de conseguirlo, pero llevo pensando en ello mucho tiempo, y cuando nos quedamos solos, vi llegado el momento. Y me siento muy feliz, porque ha sido aún más bueno de lo que pude imaginar

Ahora fue Natalia la que me revolvió el pelo, en el gesto característico de Thelma:

  • Y tú, Alex, te lo has pasado de miedo, ¿eh, cabroncete?. Ahí es nada, dos virgos para ti solito

  • Ha sido fantástico, increíble –confesé -. Más aún, porque Thelma tenía toda la razón: el hacerlo con vosotras ha sido infinitamente mejor que con cualquier otra chica

Me arrodillé en la cama, de cara a mis dos hermanas, y pasé un brazo bajo el cuello de cada una de ellas, atrayéndolas hacia mí. Noté que mis ojos se humedecían de pura emoción:

  • Y os quiero mucho a las dos, no sabéis lo feliz que me habéis hecho, y el cariño que siento por vosotras

Aún seguimos un rato hablando de aquello, y besándonos de vez en cuando, hasta que, poco a poco, los tres nos quedamos dormidos

A.V. Septiembre de 2004

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