Mis -tres primeras- veces (1: Iniciación)

(Ya sé: sólo se puede tener una “primera vez”). El título es porque este relato trata de cómo fue la mía, y las de mis hermanas Thelma y Natalia, y las tres tuvieron lugar al mismo tiempo.

Somos cinco de familia: mi padre, de nombre Alex como yo, mi madre Thelma, y mis hermanas Natalia y Thelma como mi progenitora. Cuando sucedió lo que os voy a narrar, yo tenía 16 años, Thelma 18 y Natalia 17.

Mis hermanas han heredado la belleza de mi madre, que a sus casi 39 años conserva aún prácticamente intactos –al decir de papá- los atributos físicos que le hicieron prendarse de ella. Se casaron cuando ella tenía sólo 20 y mi padre 26, y parecen seguir enamorados el uno del otro; constituyen una de las pocas parejas incólumes en su círculo de amistades, donde ya ha habido ni sé divorcios y algún que otro par de cuernos (no siempre seguidos de separación, por cierto).

Bueno, los pechos de mamá han cedido ligeramente a la ley de la gravedad, lo sé porque las últimas vacaciones, sin ir más lejos, las tres mujeres de mi casa se quitaron los sujetadores en la playa para tomar el sol.

Somos una familia un tanto liberal, y en casa se habla libremente de todo. De modo que a mí me constaba que mis dos hermanas seguían siendo vírgenes, aún cuando la mayor estuvo en un tris de perder su doncellez a manos ("a polla", sería más apropiado decir) de un novio que tenía hasta hace unos meses, con el que rompió antes de darle ocasión a él de "romper" otra cosa.

Y en esto, que un día mi padre nos anunció que la Empresa donde trabajaba había organizado un crucero de quince días por el Mediterráneo, como premio por el cumplimiento de objetivos. Durante un par de semanas, las tres se dedicaron a salir de compras, porque "no se podía ir a una cosa así con cualquier trapo" –decía mi madre-. Y a la vuelta de cada una de esas expediciones de castigo a la VISA de papá, había una especie de desfile de modelos, en el que, además de mamá, participaba mi hermana mayor, que usaba prácticamente la misma talla. A Natalia, aunque estaba muy bien formada, le quedaban un poco grandes los vestidos y bañadores, que no llenaba del todo ni por aquí arriba ni por allá detrás, ya me entendéis.

Y llegó el viernes, día de la marcha. Thelma –la única con edad para tener ya permiso de conducir- llevó a mis padres hasta el aeropuerto en el auto familiar, no sin que antes los viejos nos pusieran la cabeza como un bombo con lo de "conectar la alarma antes de salir", "cuidado con dejar una sartén olvidada al fuego" (lo había hecho Natalia unos días antes, con el resultado de que casi prende fuego a la casa) y esas cosas que preocupan a los padres cuando sus hijos se quedan solos en casa por primera vez.

El curso escolar ya había terminado, con lo que ninguno de los tres teníamos ya clase, de modo que cuando volvió Thelma, nos juntamos los tres en el salón, y durante un rato estuvimos fantaseando con lo que harían papá y mamá en el lujoso barco que mostraban los folletos que mi padre había traído.

  • Me han dicho que en esos cruceros se folla a base de bien –dijo Natalia, con voz entre maliciosa y confidencial.

  • Se follará como en otras partes –replicó Thelma desdeñosa.

  • No, no, -refutó Natalia-. Que según parece, el ambiente, y el no tener que preocuparse de nada, invitan a la lujuria más absoluta

  • Y tú, ¿cómo sabes todo eso? –pregunté yo, incrédulo.

Natalia inclinó la cabeza hacia nosotros dos, como si fuera a contarnos un gran secreto:

  • Me lo dijo Tere, que su hermana fue con su novio a uno de esos cruceros, y volvió embarazada.

  • ¡Vaya cosa! –saltó Thelma-. La hermana de Tere se habría quedado preñada con y sin crucero, que más de una vez los vi a la puerta de su casa, dándose el lote en el auto

  • No es solo eso. Es que Tere me contó que allí… bueno, que más de una acaba en la cama con alguien que no es su marido

  • Las niñas de tu edad tenéis demasiada imaginación –reprochó Thelma-. Y la cabeza llena de sexo

  • ¡Habló la hermana mayor! –replicó Natalia caústica-. ¡Claro, como tú tienes tanta experiencia, y te has cepillado a tantos hombres!… Además, no eres siquiera un año mayor que yo, y tienes el agujerito tan cerrado como el mío, ¡cómo si no lo supiéramos!.

Yo asistía sin intervenir al intercambio de pullas entre ellas. Las menciones al sexo libre en el crucero, fueran verdaderas o no, habían disparado mi imaginación, y otra cosa. Y lo de los "agujeritos cerrados" de mis hermanas no contribuyó precisamente a tranquilizarme.

Como siempre en esos casos, Natalia la tomó conmigo:

  • ¿Y tú qué miras, mono?. Ni siquiera sabes de qué estamos hablando

Tenía que hacer saber que sí, cosas de la edad:

  • Para que te enteres, cabeza hueca, que ya no soy tan crío –repliqué-. Tú estabas diciendo que en los cruceros se practica el intercambio de parejas. Y luego has hecho mención a que Thelma y tú aún conserváis el virgo.

Ambas se echaron a reír a carcajadas.

  • Serás… -Thelma me amenazaba cómicamente con una mano.

  • ¿Y tú qué? –preguntó Natalia-. Seguro que tienes una gran experiencia, y que ya has estrenado tu pito… Como no sea a pajas, que ya te he oído alguna que otra vez en el baño

Aquello se merecía una buena respuesta.

  • Mira la que fue a hablar... ¿O me irás a decir que anteayer no te estabas haciendo un dedo en tu habitación?...

  • ¡Habráse visto! –me interrumpió la aludida-. Te dedicas a espiar a tus hermanas, mocoso.

  • No te espiaba. Es que te dejaste la puerta entreabierta, para que te enteres, ¡so lista!.

  • ¡Eh!, ¡eh!, haya paz. –Thelma interrumpió el mutuo intercambio de pullas-. Parece como si os estuvierais acusando mutuamente de alguna monstruosidad. El está en la edad de las hormonas revueltas, y no tiene nada de raro que se… satisfaga de la única manera que puede. Y las chicas también lo hacemos, y no hay nada de qué avergonzarse. Y Alex es muy discreto, porque no ha contado a nadie que a mí me sorprendió también una vez en la bañera. De modo que, nada de que hablar. Y vamos a limpiar la casa y a hacer la comida, que la asistenta no viene hasta el lunes.

Pero mientras pasaba la aspiradora y limpiaba el polvo –tareas que me había asignado mi hermana mayor- volvió a mi mente la escena que había evocado ella misma, y en la que yo no quería pensar demasiado, porque a continuación tenía que hacerme una paja con cierto sentimiento de culpabilidad: un día entré en el cuarto de aseo, sin saber que estaba ocupado, porque Thelma no había bloqueado el pestillo, y la encontré completamente desnuda, tendida en la bañera, y frotándose la vulva entre sus piernas muy abiertas, mientras gemía acompasadamente. La cosa no duró más que unos segundos de parálisis, porque ella abrió los ojos y se sonrojó, y yo murmuré no sé qué gilipollez y huí de allí apresuradamente. Pero la evocación de la imagen del sexo de mi hermana, con su vello recortadito, y los dos dedos que entraban y salían de su vagina me había perseguido en mis noches desde entonces

Apagué la aspiradora, y me fui al baño rápidamente.

Bueno, había comido cosas mejores, pero las hamburguesas caseras de Natalia tampoco estaban tan mal, sobre todo bien cubiertas de "ketchup". Y la ensalada con pasta de entrante, había sido aceptable.

Estaba derribado sobre uno de los sofás, con una pierna pasada sobre el brazo del mueble, haciendo "zapping" distraídamente. No es que los programas nocturnos de tv fueran una maravilla, pero a mediodía… Una mierda auténtica.

Era a principios de verano, de modo que solo tenía sobre mi cuerpo un "short", pero a pesar de eso sentía algo de calor. Thelma estaba sentada un poco más allá, hojeando una revista de esas de líos amorosos entre personajillos más o menos famosos, aunque sólo por el hecho de salir en esas revistas.

Mi hermana debía sentir también los efectos de la temperatura, porque había prescindido de la camiseta que llevaba por la mañana, dejando al aire sus pechos cubiertos solo por un sujetador, y se abanicaba con el vuelo de su minifalda, aunque en la postura en que yo me encontraba no veía más que una porción regular de sus muslos tostaditos.

Y en eso pasó Natalia camino del baño, en ropa interior, costumbre que no escandalizaba a nadie en nuestra casa, porque hasta nuestros padres no se cortaban mayormente de hacerlo. (No es que estuviéramos todo el tiempo medio en bolas, no es eso, sino que quiero decir simplemente que lo de mi hermana era un hecho normal).

  • Voy a darme una ducha… Estoy muerta de calor.

Yo estaba aún escocido por lo de la mañana, de modo que no pude evitar hacerle una broma:

  • Oye, Natalia, ¿quieres que te acerque la vaselina?. Creo que los dedos entran mejor

  • ¡Será cerdo el enano éste! –reprochó, pero me pareció que sin demasiada rabia para lo que solía.

Aún me obsequió con unos segundos de balanceo de sus glúteos apenas cubiertos con la prenda interior, hasta que cerró la puerta del baño a su espalda.

A mi izquierda, Thelma descorrió la cremallera de su pequeña faldita, y se puso en pie, dejándola caer al suelo.

  • Tengo tanto calor que no aguanto nada encima. ¡Me quitaría ahora mismo toda la ropa!.

  • Pues por mí no lo hagas –repliqué rápido-. Total, no te veré nada que no te haya visto ya

Esperaba una réplica ácida, pero esta no se produjo. Miré hacia mi hermana, que tenía los ojos puestos en mí con cara pensativa, y me arrepentí inmediatamente de lo que había dicho:

  • Oye Thelma, lo siento, yo

  • No te preocupes, Alex. ¿Sabes?. Te estaba mirando, y me he dado cuenta por primera vez de que eres ya todo un hombre

Luego se puso en pie, y se dirigió hacia el baño sin decir nada más. Y yo me deleité mirando las nalgas descaradas de mi hermana balanceándose como unos momentos antes las de Natalia, hasta que entró en el baño sin llamar, señal de que Natalia no había corrido el seguro.

Durante un rato, las oí cuchichear. Luego, el ¡no! escandalizado de Natalia seguido de más cuchicheos. Y luego, Thelma salió del aseo, dirigiéndose a su dormitorio. Yo no sabía qué pensar de aquello. ¿A qué se había negado la pequeña?.

Hacía calor, me había levantado temprano… Y tenía 16 años. Total, me quedé dormido.

Estaba tumbado en un lecho cubierto de pétalos de flores blancas y rojas, desnudo. Mi pene sobresalía orgullosamente como el asta de una bandera, y dos mujeres se inclinaban sobre mí, sin más ropa que un velo que ocultaba su rostro desde la nariz. Cuando una de ellas bajó la cabeza a mi entrepierna, pensé que tendría que quitarse el velo para hacerme una mamada

Desperté sobresaltado. Natalia, sentada a mi lado, me sacudía por un hombro.

  • ¡Anda que tienes el sueño pesado, rico!...

Luego dirigió la vista hacia el abultamiento de mi pantalón corto:

  • ¿Con qué soñabas para ponerte así? –preguntó con voz maliciosa.

«Esta se va a enterar –me prometí-».

  • Pues estaba soñando con que estabas en pelotas, arrodillada a mi lado, y me ibas a hacer una mamada

  • Que más quisieras tú, guapo

Me sorprendió su respuesta, más moderada de lo que esperaba. Y entonces la miré: Tenía aún el pelo húmedo por la ducha reciente, y se había puesto uno de sus camisones cortos, sin nada debajo, al menos en la parte superior, porque la liviana prenda dejaba transparentar los círculos oscuros de sus aréolas, con los pezones abultando el tejido. Con un estremecimiento, observé que sujetaba la tela entre sus piernas entreabiertas, lo que me llevó a pensar… «Si llevara braguitas, probablemente no se cubriría así, porque no le importaría mayormente enseñarlas. ¿Estaría desnuda bajo el camisón?». Mi pene se encabritó aún más con la idea. Tenía que ir al baño, y no a orinar precisamente

La voz de Thelma desde el otro sofá me sacó de mi ensimismada contemplación del cuerpo de la pequeña:

  • ¿Habéis pensado alguna vez en cómo os gustaría que fuera vuestra primera vez?, -comenzó.

Volví la vista en su dirección: ella también debía haberse dado una ducha, porque tenía el pelo igualmente húmedo, y continuaba con una gran toalla de baño anudada sobre sus pechos. Por debajo estaba medio entreabierta, y asomaba uno de sus muslos casi hasta el

«Lo que me faltaba –pensé-. Porque esa sí que no lleva más que la toalla, con toda seguridad. Y la conversacioncita se las traía…».

  • Va, Alex, tú primero –me animó mi hermana mayor.

  • ¿Y por qué no tú, que has empezado la cosa? –insinué.

  • Tienes razón –su voz sonaba soñadora-. Siempre lo he imaginado como una cosa romántica y tranquila. Un chico que me guste y yo a solas en una habitación, ambos desnudos. El me acaricia suavemente, sin prisas. Nos besamos apasionadamente. Luego, él comienza a deslizar sus dedos por mi piel, muy despacio. Y finalmente me atrae contra su cuerpo, y me… lo hace con mucha delicadeza.

«Aquello excedía con mucho la más osada de las conversaciones que hubiera tenido antes con cualquiera de las dos. ¿Qué pasaba aquí?. Porque esto no era normal».

  • Ahora tú, Natalia –invité.

Ante mi sorpresa, no protestó, sino que comenzó en tono tan bajo como el de Thelma:

  • A mi me gustaría que fuera en una playa desierta. El y yo nos bañaríamos desnudos en el mar. Luego nos abrazaríamos entre las olas, y después él me tomaría en sus brazos, y me depositaría suavemente sobre la arena. Se tendería sobre mí, entre mis piernas abiertas, y… bueno, ya sabéis.

  • Te toca a ti, chato –la voz de Natalia había vuelto al tono irónico que utilizaba conmigo habitualmente.

«Te vas a enterar –prometí interiormente-».

  • Bueno, a mí me "pone" la idea de hacerlo en el baño. Ella y yo sumergidos frente a frente en el agua tibia. Ella pone un pie sobre mi… bien, sobre mi pene, y lo mueve despacito. Yo me encuentro en la gloria. De repente ella se arrodilla, y luego se tiende sobre mí. Siento sus pechos duros aplastados contra el mío, y acaricio su culo. Tiro de ella ligeramente hacia arriba, y siento como le va entrando despacito, cada vez un poco más, hasta que estoy totalmente dentro de ella

  • ¡Joder con el mocoso! –saltó Natalia, interrumpiéndome-. ¡Y yo que pensaba que aún creías que los niños vienen de París…!.

  • ¡Deja de meterte con él! –terció Thelma con voz suave-. No es ya ningún niño, ya lo ves.

  • Ya lo veo, ya, -saltó Natalia, con la vista de nuevo fija en el bulto de mi entrepierna.

Me volví en su dirección, dispuesto a decir alguna burrada, pero me quedé mudo. Sus manos ya no sujetaban la tela, y esta se había subido ligeramente. Lo suficiente como para permitirme ver su vello púbico recortadito, y el inicio de su rajita… ¡Estaba desnuda bajo el camisón, tal y como había imaginado!.

Aquello no era nada normal. Por un momento pensé que seguía durmiendo en realidad, y que aquello no era sino uno más de mis sueños húmedos. Pero no, era de verdad. Y no entendía cómo habíamos llegado a aquella situación. Y tenía una necesidad imperiosa de aliviar mi excitación, pero no me decidía a marcharme, porque aquello era demasiado bueno para dejarlo así.

  • Natalia y yo hemos estado hablando antes, en el baño… -comenzó Thelma.

  • ¡Ha sido idea suya! –saltó rápida Natalia.

  • Pero a ti no te ha parecido mal, finalmente –continuó mi hermana mayor.

Me incorporé, y las miré extrañado. ¿De qué estaban hablando?. Y entonces mi mirada fue al pubis de la mayor, que había quedado al aire entre los dos bordes de la toalla, ahora muy separados, y mi pene brincó de gozo dentro del pantalón, que ahora lo oprimía casi dolorosamente.

  • Le decía a Natalia que a mí no me gustaría que mi primera vez fuera en una esquina, ni en el asiento trasero de un auto, con un tío sudoroso encima de mí, bajándome las bragas apresuradamente, atento sólo a aliviarse, sin pensar en otra cosa más que en su satisfacción... No, quiero recordarlo toda mi vida como algo hermoso, como una bonita experiencia.

  • Y he pensado que en estos días en que estamos solos, -prosiguió Thelma-, tenemos la ocasión irrepetible de conocer el amor por primera vez los tres, en la tranquilidad de nuestra casa, sin que nadie pueda interrumpirnos. Somos jóvenes y estamos sanos, no hay peligro alguno ni de embarazo, que las dos tomamos anticonceptivos, ni de cosas más desagradables. Nos queremos, a pesar de vuestras continuas discusiones, y puede ser muy hermoso descubrir el sexo los tres juntos.

Se hizo un silencio que se podía cortar. Yo alucinaba en colores. ¡Mi hermana mayor nos estaba proponiendo follar, así, como el que no quiere la cosa!. ¡Y la otra aparentemente había aceptado!. Finalmente, me atreví a balbucear

  • Pero… ¡somos hermanos!.

  • Eso son convencionalismos sociales –replicó dulcemente Thelma-. En el antiguo Egipto, los faraones se casaban entre hermanos, y en muchas civilizaciones el incesto, si es la palabra lo que te asusta, no se considera un pecado horrendo.

  • Y, ¿cómo hacemos? –pregunté con voz temblorosa.

  • Bien, podemos comenzar por conocer nuestros cuerpos… Ven aquí, Alex.

Cuando me puse en pie, casi se me doblan mis temblorosas rodillas. Me acerqué a Thelma, sin saber muy bien qué hacer. Ella desanudó muy despacio la felpa sobre sus pechos, y la abrió del todo, quedando gloriosamente desnuda ante mis ojos. Y esta vez no tenía que salir corriendo, ni excusarme, todo lo contrario. Podía recrear mi vista en los senos altos de mi hermana, en sus pezones erectos en el centro de sus grandes aréolas oscuras. Y en su sexo apenas visible entre sus piernas ligeramente entreabiertas.

Ella dirigió sus manos a mi cintura, y desabrochó el botón, descorriendo después la cremallera. Luego tiró de mis pantalones hacia abajo, y mi verga quedó horizontal, muy cerca de su cara. Luego, me besó dulcemente en una mejilla, y atrajo mi cabeza contra sus pechos.

Faltaba Natalia. Y yo quería probar hasta donde llegaba su determinación… Cuando me volví, tropecé con sus ojos brillantes y muy abiertos fijos en nosotros. Y advertí su respiración agitada entre sus labios entreabiertos, por los que asomaba la punta de su lengüecita rosa

Me acerqué despacio a ella, temiéndome que en cualquier momento me soltara un guantazo, o me obsequiara con uno de sus comentarios… Pero no, incluso colaboró subiendo los brazos sobre la cabeza, ayudándome así a desnudarla.

  • Estaríamos más cómodos en la cama –insinuó Thelma, poniéndose en pie.

Recorrí con la vista, ahora a mi placer, el hermoso cuerpo de mi hermana mayor, que no hacía nada por hurtar a mis hambrientas miradas. Tendí una mano hacia Natalia, que la tomó, incorporándose también. Y recreé igualmente mi vista con las formas juveniles de la más pequeña de las dos, que estaba algo ruborizada, pero tenía un voluntarioso gesto de desafiante decisión en su bonito rostro.

Thelma nos precedió hacia la habitación de nuestros padres. En un osado gesto, pasé mi brazo en torno a la cintura de Natalia, que no hizo nada por impedírmelo, ni siquiera cuando mi mano acarició su terso vientre, llegando hasta el nacimiento de su vello púbico.

  • Nuestras camas son demasiado pequeñas para los tres –justificó innecesariamente Thelma, mientras se tendía boca arriba, después de retirar la colcha.

Natalia y yo, aún enlazados, nos quedamos parados, sin saber muy bien qué hacer. Sobre el lecho, Thelma entreabrió las piernas, permitiéndome ahora contemplar de nuevo lo que apenas había tenido tiempo de entrever en aquella otra ocasión

  • Venid aquí los dos –palmeó invitadora el colchón-. Vamos a conocer ahora por completo nuestros cuerpos, no solo con la vista, sino también con el tacto

Dejé que Natalia se subiera también, antes de hacerlo yo. Lo hizo de rodillas, de espaldas a mí, y yo pude admirar a mi sabor su carnoso sexo visto desde atrás, con la raya cerrada de la que sobresalían apenas los pliegues de la entrada de su vagina, en la parte inferior. Se sentó con las piernas muy juntas, y ¡adiós espectáculo!.

  • No, no, así no –la reconvino Thelma-. Ven, cariño

Pasó una mano por sus corvas, y elevó ligeramente sus rodillas, separándole las piernas. Natalia puso una mano sobre su sexo, ocultándolo a nuestras miradas:

  • Es que me da un poco de vergüenza que me mire Alex

  • No pasa nada, cielo –Telma tomó su mano, y la obligó a retirarla de su entrepierna-. Mira, Alex también nos está mostrando su erección.

La vulva de Natalia quedó expuesta a mis ojos, ahora desde otra perspectiva. Y quedamos los tres sentados como en círculo, con las piernas ligeramente encogidas, para no hurtar ninguna parte, por escondida que fuera, a las miradas de los otros dos.

Ella había dicho "no solo con la vista, sino también con el tacto". Muy despacio, llevé mi mano a uno de los senos de Thelma, y lo acaricié torpemente. Ella me correspondió de inmediato, posando una de las suyas en mis tetillas, y moviéndola en círculo, muy despacio. Entonces me atreví a tocar uno de los descarados pechitos de la pequeña, que dio un respingo, pero se dejó hacer, aunque con las manos sobre la cama, sin decidirse a participar. Su otro seno fue cubierto por los dedos de Thelma, que resiguió circularmente el pezón con la yema del índice.

  • Oye, tía, -protestó suavemente Natalia-. Yo no soy "lesbi"

  • Yo tampoco, creo –respondió Thelma-. Pero es muy agradable el tacto de la piel de un cuerpo desnudo, sea de hombre o de mujer. Prueba y verás

Y Natalia elevó una de sus manos, posándola en mi muslo, muy cerca de donde sobresalía orgullosa mi erección. Vaciló un poco, retirándola, pero luego comenzó a deslizarla por la cara interior, con mucha suavidad.

Perdido ya todo reparo inicial, acaricié la totalidad de la piel de mis dos hermanas, mientras sentía sus manos exploradoras sobre mi cuerpo. Quedaba aún algo… yo no me atrevía a posar mis dedos más abajo del vello púbico de ninguna, y ellas por su parte habían omitido cuidadosamente tocar mi pene. Natalia sólo se había atrevido a posar por un momento su mano sobre el vientre de Thelma, y luego la había retirado, como si le hubiera quemado el contacto.

Mi hermana mayor sonrió, tomó la mano libre de la pequeña, y la llevó hasta uno de sus senos, que lucían sus pezones increíblemente abultados. Como los de la otra, que estaban creciendo a ojos vistas entre mis dedos. Y Natalia no retiró la mano esta vez, sino que se dedicó a recorrer la piel de Thelma.

Poco a poco, dejé resbalar mis dedos por el vientre de la mayor. Me entretuve unos instantes enredando mis dedos en el corto vello que tapizaba su pubis… Y luego, posé decididamente mi mano sobre su entrepierna, sintiendo en la palma el contacto del primer sexo que conocía. Thelma se limitó a sonreír dulcemente, y separó un poco más los muslos, para facilitarme la caricia.

Sus labios mayores se entreabrieron bajo mi mano, y sentí el calor y la ligera humedad de su vulva, que reseguí con un dedo. Solo faltaban para mi felicidad completa dos cosas: la primera estaba a mi alcance. Realicé la misma operación sobre el vientre y el pubis de Natalia, que hizo ademán de retirarse, aunque luego se quedó quieta, permitiéndome acariciar también su intimidad. La segunda llegó enseguida. Para mi estupor, fue la pequeña la primera en decidirse a posar su mano en mis hinchados testículos, la mantuvo allí unos segundos, y luego resiguió el tronco con la palma, sin cerrar la mano en torno a mi falo, que estaba pidiendo a gritos ya el estímulo que le faltaba para derramar su carga. La de Thelma, más decidida, aferró la base de mi erección, y la deslizó arriba y abajo, muy despacio.

Mi dedo pulgar encontró la dureza en la parte superior de la vulva de Natalia, y la acarició unos segundos. Yo tenía a la sazón muy conocida la teoría, merced a mis lecturas y a las películas porno que me bajaba de Internet, aunque era la primera vez que tenía ocasión de contrastar mis conocimientos en la práctica. Sabía que aquello era el clítoris, y que a la mayor parte de las mujeres les excitaban las caricias en aquella parte tan sensible, por lo que insistí, rodeándolo en círculos. Natalia no tardó mucho en comenzar a jadear ligeramente, con los ojos cerrados.

Su entrega se llevó las pocas inhibiciones que me quedaban en este punto, y el clítoris de Thelma me ofreció su suave consistencia en la otra mano. Los dedos de mis hermanas se movían ahora de mis testículos a mi pene, compitiendo entre ellas por su posesión.

En mis sesiones de cine XXX, los hombres y las mujeres se besaban con la boca abierta, y a mí me estaban tentando desde hacía rato los labios llenitos de Natalia. Muy despacio, acerqué mi cara a la suya, mientras ella me miraba con sus ojos asustados prendidos en los míos. Puse mi mano en torno a su nuca, y atraje su cabeza contra la mía. Primero la besé con la boca cerrada, encontrando sus labios rígidos. Poco después, cerró los ojos, y se relajó visiblemente. Solo entonces me atreví a atraparlos entre los míos, y ante mi sorpresa, ella entreabrió la boca, y me lamió aprensivamente con la punta de la lengua. Después ya se entregó, y probé su dulce saliva, recorriendo con la mía todo el interior de su boca.

Me separé de ella después de lo que me pareció una agradable eternidad. Y decidí probar suerte con Thelma, que contemplaba nuestro primer beso pasional sonriendo dulcemente. En su caso, fue ella la que tomó la iniciativa, mordiéndome más que besándome solo con los labios, e introduciendo su lengua en mi boca, enredándola con la mía.

La mano de Natalia seguía a todo esto deslizándose por mi pene, muy despacio. Y mis manos habían vuelto a las dos vulvas de mis hermanas. Pensé que el paraíso no debía ser algo muy diferente a lo que estaba experimentando. Finalmente, mi hermana mayor separó su precioso rostro del mío, sin dejar de sonreir:

  • Estás ya a reventar… ¿no, cariño?.

  • Si Natalia sigue unos segundos, creo que me voy a correr

La aludida retiró la mano como si la hubiera picado un bicho:

  • ¡Qué asco! –protestó con cara de repugnancia.

  • No tiene nada de asqueroso –la reconvino Thelma-. Ya veras como, con el tiempo, hasta lo probarás en la boca

  • ¡Ni muerta! –saltó rápida Natalia.

Entonces, Thelma hizo algo que no me habría atrevido a imaginar, ni en mis más húmedas fantasías: se inclinó, y deslizó la lengua por el hinchado glande descubierto por su mano. Luego cerró los labios un poco más abajo, sin dejar de lamer la punta, mientras me miraba directamente a los ojos.

Para mi desilusión, elevó la cabeza, y miró ahora directamente a Natalia:

  • Prueba tú ahora. Es muy agradable, ya verás

  • Me da un poco de cosa… –arguyó ésta.

Pero se dobló lo suficiente como para que sus boca quedara a pocos centímetros de mi erección. La probó tentativamente con la punta de la lengua.

  • Sabe raro

  • Enseguida te acostumbrarás –indicóThelma-. Y ya verás como te gusta, en serio.

Natalia se decidió, no sin vacilaciones, a meterse como la mitad en la boca. Aparentemente decidida ya, cerró también los labios en torno, pero sin mover la cabeza.

  • Tienes que subir y bajar la cabeza. Mira, déjame a mí

La boca de Thelma sustituyó a la de nuestra hermana. Y ella sí hizo una demostración de cómo actuar. Era la primera vez que alguien me hacía algo así, de modo que no tenía modo de saber lo que luego me dijo mi hermana, que era también su primera mamada, y me pareció que era una experta. El único problema es que yo estaba cada vez más cerca… En las películas que había visto en el monitor de mi pc, las mujeres se tragaban de buena gana el semen de sus compañeros de sexo, pero a lo mejor a ellas les daba reparo

Durante un poco de tiempo, las bocas de las dos se alternaron, cada vez con más confianza, en los lameteos y succiones en mi pene, hasta que llegué a un paso de derramar mi carga. Se lo advertí:

  • Estoy a punto de eyacular, chicas. Si seguís un momento más, yo

Natalia tuvo el tiempo justo de retirar la boca. El primer borbotón llegó a medio metro de altura, y recibió el segundo en una mejilla. La mano de Thelma seguía subiendo y bajando sobre mi pene, provocando que nuevas emisiones de esperma se derramaran sobre sus dedos. En el paroxismo de mi placer, mayor que el que nunca había conseguido en solitario, enterré un dedo dentro de la vagina de cada una de ellas, y comencé a hacerlo entrar y salir. Los dedos de la mayor continuaban deslizándose arriba y abajo, aunque ya no me quedaba nada dentro, y ellas se entregaban también a las sensaciones de mi doble masturbación. Natalia estaba comenzando ya a gemir muy quedo, y el sexo de Thelma se contraía bajo mi mano, con pequeños espasmos.

Finalmente, mi hermana mayor soltó mi pene, abrió los ojos y me miró:

  • Lo justo sería que ahora nos compensaras a las dos

De momento no supe qué quería decir. Se tendió boca arriba con las piernas muy separadas, y abrió los labios de su vulva con dos dedos. Y entonces entendí. Me arrodillé entre sus piernas, y mis manos sustituyeron a sus dedos separando sus hinchados labios. Durante unos segundos contemplé de cerca, por primera vez en mi vida, el sexo de una mujer. En la parte superior, los pliegues entre los que sobresalía como una pequeña perlita la dureza de su clítoris. Más abajo, el anillo de carne que daba paso a la abertura de su vagina, ligeramente dilatada por mi dedo.

Con algo de reparo, todo hay que decirlo, la punta de mi lengua probó el sabor salobre de su flujo, sobre los pliegues que protegían su clítoris, hinchado como un pene en miniatura. No me resultó desagradable, de modo que lamí todo el interior de su rosada hendidura, arriba y abajo varias veces, con entusiasmo, aunque inexpertamente.

  • ¿Podrías concentrarte sólo en la parte de arriba, cielo? –susurró Thelma dulcemente.

¡Claro que podía, con sumo gusto!. Cerré los labios en el lugar más sensible de su vulva, y succioné y lamí de buena gana. Me vino una idea repentina, e introduje un dedo cuidadosamente en su vagina, moviéndolo despacio, en círculos. Thelma estaba ya contrayendo la pelvis, que subía al encuentro de mi cara para luego relajarse.

Yo no veía a Natalia, que se había arrodillado detrás de mí, y estaba inclinada sobre mi cuerpo, con sus pechitos duros apoyados en mi cintura. Una de sus manos seguía masajeando mis genitales, muy despacio, pasando de rodear mis testículos a aferrar mi pene que perdía su dureza a marchas forzadas.

Thelma abrió los ojos un momento, y se dirigió a nuestra hermana, con la voz entrecortada por los espasmos que comenzaba a experimentar.

  • Ven, cielo, siéntate al lado de mi cabeza, de frente a Alex

  • Es que me da un poco de "corte" –arguyó débilmente.

  • El pudor y los reparos los dejamos a la puerta de esta habitación, ese era el trato –la reconvino dulcemente.

Natalia hizo lo que nuestra hermana le había dicho, sentándose con la espalda apoyada en el cabecero, y la mano en su sexo, entre las piernas de nuevo juntas. Thelma volvió la cabeza, y sonrió:

  • Sin ninguna vergüenza, niña. Sigue masturbándote, y deja que nosotros lo disfrutemos también

Poco a poco, Natalia fue separando los muslos, aún algo avergonzada. Finalmente, pareció decidirse, y elevó un poco las rodillas, con la mano inmóvil tapando su sexo. Luego, cerrando los ojos como si así no pudiéramos verla nosotros, su mano se deslizó arriba y abajo, en un espectáculo sensual que tampoco yo había contemplado nunca tan en detalle

Thelma estaba ya gimiendo audiblemente, y se debatía con las primeras oleadas de placer de su orgasmo, a pesar de lo cual, una de sus manos se dirigió al pecho de Natalia que tenía más cerca, y comenzó a pellizcarle un pezón con mucha delicadeza.

Y entonces, con un gutural chillido, Thelma se arqueó, aplastando su vulva contra mi cara, en un clímax que estremecía todo su cuerpo. Se mantuvo así unos segundos, sollozando y gimiendo al mismo tiempo, y luego se derrumbó sobre la cama, respirando entrecortadamente.

Yo no sabía muy bien qué hacer, de modo que comencé a depositar pequeños besos en sus ingles, en su clítoris y en la abertura de su vagina, que rezumaba su flujo y mi saliva mezclados. Imaginaba en mi inocencia que ella habría quedado saciada, del mismo modo que yo cuando acababa de soltar mi esperma. Por eso me sorprendió que mi hermana comenzara a gemir rítmicamente de nuevo, elevando y bajando la pelvis, y estremeciendo sus caderas, de modo que su vulva comenzó a rotar, y me resultaba difícil no perder el contacto con ella.

Su orgasmo duró varios segundos, tras de los cuales se relajó de nuevo, mientras me miraba con una expresión que yo no le había visto nunca, y me acariciaba la nuca con los dedos enredados en mi pelo.

  • ¡Os habéis olvidado de mí! –protestó Natalia con voz mimosa.

Dirigí mi vista hacia su mano, que seguía amasando su vulva, pero ahora tenía tres dedos introducidos en su vagina, y estaba temblando también como si tuviera escalofríos.

  • ¡Cariño!, claro que no –exclamó Thelma, incorporándose-. Ven, túmbate

Natalia se dejó deslizar, hasta quedar acostada boca arriba. Ahora ninguno de los nosotros dos tuvo que insistirle para que se abriera completamente de piernas, sin dejar por un instante de masajear su sexo.

Me moví ligeramente, quedando de rodillas al costado contrario al que ahora ocupaba nuestra hermana mayor, en mi misma posición, y ahora ya no necesitaba que nadie me dijera qué hacer: aparté la mano de Natalia con suavidad, y cerré mis labios sobre su clítoris, como había hecho antes con Thelma. Dos de mis dedos encontraron la abertura de su vagina, previamente dilatada por los suyos. Natalia debía estar al mismo borde del orgasmo. Llevaba unos minutos ya masturbándose, y estaba increíblemente húmeda. Me sorprendió que el sabor de su sexo fuera ligeramente diferente al del otro que acababa de probar, pero me resultaba igualmente agradable. ¡Y su olor!. Una mezcla de suave almizcle y el leve perfume del gel de su ducha de hacía un tiempo. Ahora conozco los sabores y olores de otras mujeres, pero el aroma de los sexos de mis dos hermanas es algo que recordaré todo el tiempo que viva, y ninguno me ha parecido tan agradable y excitante como los suyos.

Thelma tomó mi barbilla, apartándome. Natalia abrió los ojos al echar en falta las caricias de mi boca, justo a tiempo de ver como la mayor enterraba la boca en su sexo. Abrió mucho los ojos, con una expresión horrorizada:

  • Te he dicho antes que no soy "lesbi"

Pero no hizo la más leve intención de apartarse. Antes bien, segundos después cerró de nuevo los ojos, y se abandonó completamente.

Retrocedí un poco, para poder abarcar la totalidad del sensual espectáculo que me estaban ofreciendo mis dos hermanas. Desde mi nueva posición, seguía viendo la lengua de Thelma recorrer el sexo de Natalia, pero también la vulva de la mayor, expuesta entre sus muslos entreabiertos. Mi mano fue a ella como dotada de vida propia, y sólo entonces advertí que mi pene había vuelto a recobrar la mayor parte de su horizontalidad.

Comencé a masturbarme muy despacio, al tiempo que Natalia iniciaba los jadeos que denotaban la inminente llegada de su orgasmo, estremeciéndose de pies a cabeza.

Thelma se incorporó después de que el cuerpo de Natalia quedara relajado, saciado ya su deseo. Y entonces reparó en mí. Reptó sobre la cama, y comenzó a depositar pequeños besos en mi vientre y mis muslos. Luego se volvió ligeramente:

  • Natalia, cielo. Te falta aún conocer el sabor de otra mujer en mi boca. ¿Crees que podrías… mientras yo me dedico a Alex?.

  • Ni loca –saltó la aludida-. Ya te he dicho que yo no

  • Ya lo he oído –la interrumpió Thelma-. Pero te he visto también gozar de mis caricias

Con un gesto de asco, Natalia se incorporó, y posó las manos en los glúteos que nuestra hermana, arrodillada en la cama, tenía proyectados hacia ella. Su mano desapareció de mi vista, y poco después, muy lentamente, aún con un gesto de prevención, fue inclinando la cabeza… Durante unos momentos la mantuvo inmóvil, aunque sé que su boca tomó contacto con el sexo de Thelma, merced a la contracción que recorrió el cuerpo de ésta. Luego observé que comenzaba a subir y bajar

Ahora nuestra hermana mayor podía dedicarse completamente a mí. Su boca abarcó una gran porción de mi pene, que mantenía asido por la base. Comenzó a subir y bajar la cabeza sobre él, y yo notaba el suave y húmedo contacto de su lengua en mi glande.

Mi eyaculación me sorprendió a mí mismo, y esta vez no tuve tiempo de advertirle… Pero ella continuó, hasta terminar exprimiendo hasta la última gota de mi esencia. Luego se levantó rápidamente, en dirección al baño de mis padres. Sentimos correr el agua del lavabo, y unos segundos después volvió secándose los labios con una pequeña toalla:

  • ¡Anda que me has advertido…!.

  • Lo siento Thelma, yo… no tuve tiempo, no me di cuenta de que iba a

«Le ha sentado mal, se ha enfadado –pensé-».

Lejos de ello, mi hermana revolvió cariñosamente mi pelo.

  • No te preocupes, enano. Me había hecho a la idea de probar tu semen más temprano que tarde… Y no ha sido tan desagradable, al contrario, me ha gustado

Se volvió a Natalia:

  • Todavía estás a tiempo de saborearlo tú también

  • ¡Ni loca! –exclamó rápida la aludida-. Es asqueroso

  • ¿Más que el sabor de mi sexo?.

  • Bueno, eso… -comenzó a decir Natalia.

  • Anda, ven aquí –invitó Thelma-. Has dejado algo a medias

Tumbó a la pequeña de nuevo boca arriba. Lamió su sexo unos instantes, para luego ir dándose la vuelta poco a poco, hasta que por fín pasó las piernas en torno a su cabeza, quedando ambas en la clásica postura del "69". Y esta vez, Natalia no lo dudó ni un instante. Sus manos se aferraron a las nalgas de Thelma, y elevó la cabeza lo suficiente como para que la boca tomara contacto con su sexo. Thelma la imitó, y durante unos segundos se escuchó el ruido húmedo de sus succiones y lametazos. Y finalmente, primero Natalia y luego Thelma explotaron en sendos orgasmos, ante mi vista extasiada por otro espectáculo nunca antes contemplado por mi vista.

Después de unos segundos, quedaron tumbadas de costado, acariciándose mutuamente. Y ahora fui yo el que se sintió excluido. Separándolas, ligeramente, me hice hueco entre las dos, quedando tumbado boca arriba, con mis dos hermanas abrazadas a mí. Y mis manos recorrían la totalidad de los dos cuerpos, mientras ellas me correspondían con suaves caricias

Finalmente, me atreví a romper el encantado silencio que manteníamos los tres:

  • Has dicho al principio que esta sería la "primera vez" de los tres

Thelma puso un dedo sobre mis labios:

  • ¡Sssssss!. Quedan quince días por delante, no tengas prisa. Vamos poco a poco, que desear una cosa causa incluso más placer que obtenerla. Todo llegará….

A.V. Septiembre de 2004

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