Mis tíos
La tía de mi marido decía sufrir de una vaginitis que Horacio le quitó.
MIS TIOS
La mayoría de los días nos comunicamos o telefónicamente, o por medio del WhatsApp, Horacio y yo, el sigue trabajando en Canadá. Buscamos platicar de temas siempre diferentes, lo más eróticos posibles, y tenemos un sexo virtual.
Hoy, por ser domingo y él saber que aún estoy en la cama el tema caliente que él toco fue recordar un encuentro, o varios, que tuvimos con su tío Valentín y su esposa Martha.
Como vivían cerca de nuestra Casita, en una ciudad grande, cercana, un día se nos ocurrió irlos a visitar. Les llamamos antes para asegurarnos iban a estar y nos lanzamos a verlos.
Los tíos están aún jóvenes, en una edad en la que aún están, sexualmente hablando, muy activos. Tienen una casa hermosa en la que nos recibieron con aperitivos y mucha cordialidad. Comimos con ellos y de sobremesa la tía trajo el tema del sexo. Ella tendría menos de 45 años, muy bien conservada y muy guapa, el tío la conoció como artista en un teatro. El tío es tío de Horacio, tendrá de edad algo más que ella, pero tremendamente caliente.
Ella viste bonito, ya Horacio le había echado el ojo. Una falda color amarillo claro, plisada, con mucho vuelo, pero no nos habíamos dado cuenta qué tan corta podría ser. La blusa escotada en V, enseñaba poco.
En la plática, el tío Valentín se quejó de que a pesar de que ya tenían dos hijos, él nunca había sentido un placer completo al hacerle sexo a Martha, ella sufría de dispareunia, o vaginismo.
“¿Cómo es eso contigo?” le preguntó Horacio a la tía.
“Es que al momento en el que mis labios sienten el pene, éstos se me contraen y me causa un dolor muy intenso si intento dejar meterme algún pene.” Contestó la ella.
“¡Lástima, tan buena que estas! ¡Qué desperdicio de cuerpo y de vida! ¿cómo me hubiera gustado darte uno que otro entrón, con el perdón de Silvia y del tío?” Dijo Horacio, que, tratándose de sexo, él siempre tenía una observación que hacer.
“Te darías un desengaño, ¿no ves que ella no puede tener relaciones sexuales?” Le dije, pero con el pensamiento medio morboso mío, y como mujer muy mal pensada, además de experimentada, yo ya había oído de esta dolencia que muchas mujeres dicen sufrir.
“¡Sí, está muy buena! ¡Cómo quisiera que ella conociera lo hermoso que es hacer sexo sin esas barreras! ¡Y si lo que necesitas es mi autorización, faltando la de Silvia, por mí, ahí la tienes!” comentó el tío.
“¡Óiganme, pues Valentín no se lo merece! Él también es un ejemplar perdido en este mundo, está rete buenote. Los dos están perdiendo su vida, su juventud, ¡anímense y olviden la dichosa vaginitis, o cómo le llamen, y pónganse a coger duro y a diario!” les dije en tono ya de regaño, pero Martha entendió mi seriedad.
“¡No sé cómo hacerle! ¡Créanme, no puedo!” dijo ella, pero ya Horacio tomó su mano y la acarició. Ella volteó y lo beso con cariño. Horacio aprovechó ese momento de debilidad de Martha, la besó fuerte en la boca y su mano, o sus dos manos, que ya estaban debajo de su falda.
Yo solo observaba reclinada sobre Valentín que tenía su brazo sobre mis hombros, mi vista escudriñaba su pantalón buscando descubrir alguna reacción, o crecimiento en su bulto. Algo temerosa de que él no fuera a aceptar que Horacio manoseara a su mujer. Tarde que perezosa, reaccioné besando al tío, le acariciaba su cara, lo ahogaba con besos y mis manos le sobaban su abultamiento que le creció notoriamente.
Nuestras acciones lujuriosas continuaron, el ambiente ya estaba de que no podría haber un echarse para atrás. Estábamos en su casa, medio temerosos de cualquier aparición indebida. Las dos casi sin vestidos así que la decisión fue irnos a visitar algún Motel. Viajamos en el vehículo de ellos, así que el tío conducía. Yo no perdí tiempo y le mantuve su miembro bien paradito hasta llegar.
Horacio se encargó de la tía, que no se fuera a arrepentir y fuera a empezar con su dichosa vaginitis. Los observaba desde adelante entre los dos asientos, y me dí cuenta de que Horacio la tenía con dedos dentro de su vagina y ella solo pujaba, apretaba las piernas y se tomaba de la manija con mucha fuerza, pero no se quejaba. Yo pensaba, ¡bueno, hasta ahorita va bien la cosa! Estaba segura de las habilidades de Horacio para salirse con la suya y se la iba a coger, bien y bonito, metiéndosela hasta adentro, ¡nada de chiqueonerías!
En el motel nos quedamos los cuatro en la misma habitación, a pesar de haber pagado por dos, pero tanto Valentín como yo, teníamos curiosidad de ver cómo se iba a echar Horacio a Martha.
Horacio la desvistió totalmente, a pesar de que ella no se dejaba fácilmente. Yo le quité los zapatos junto con las medias, que Horacio se las había dejado colgando en ambos pies. Ya desnudita totalmente se veía hermosa. Su piel lisita, sin manchita o peca alguna, solo la cicatriz discreta de una cesaría, que no alteraba la vista de su pancita bonita. Sus vellos púbicos color marrón oscuro, escasos. Se los sobé solo por tentación, se le sentían sedosos, exquisito para que se pudieran empapar con lo que le fuera a salir terminado el coito.
Ella deseaba ser cogida en posición de perrita, pero Horacio la volteó sobre su espalda, le levantó una pierna y le dio una lamida tremenda. Ella jadeaba constantemente y a ratos hasta gritaba pidiéndole más, pero repetía ¡que le iba a doler! Nosotros mirones nos derretíamos por imitarlos.
Valentín me desvistió con todo el cuidado y cariño posible, pero observando, de reojo, constantemente, lo que sucedía entre su mujer y Horacio. Le gustaron mis pechos y me los chupó y besó a su gusto. Aún estábamos de pie, en la única cama doble ya estaban ellos ocupándola, pero me abrió de piernas y se dedicó a mi cosita. Es un verdadero experto en atenderla, me llevó hasta un lindo orgasmo. Lo desvestí y, después de atender a su lindo pene, ahí, de pie, me le monté. Me ensartó su miembro, lo sentí bien rico y lo acaricié con mis movimientos de vagina y provoqué se me adelantara.
“¡Perdón! ¿Puedo?” me dijo. Yo interpreté que me pedía autorización para venirse, lo que ya sabía yo que ya había pasado, recapacité y ya pensé en que se refería saber si lo dejaba que se vaciara dentro de mí.
“¡Órale, bien fuerte! ¡Aprovecha, vente todo lo que puedas! ¡Desahógate de todo lo que no te han dado! ¡Yo sí te lo doy, cógeme todo lo que desees! Le dije.
Ya él se había venido, yo también había gozado un orgasmo. Permanecíamos de pie.
“¡Vamos a la otra habitación!” propuse, pero los dos deseábamos ver los progresos entre Martha y Horacio. Los observábamos, en eso vimos que Horacio le asentó una verdadera nalgada a Martha. Ella gimió y, por acto de magia, se le metió todo el pene que Horacio le tenía solamente en la entradita. Los dos hacían movimientos bombeando, Valentín le preguntó
“¿Te duele? Mi reina.”
Lloriqueando Martha le respondió que, con él, Horacio, no le dolió nada. Horacio la embestía con mucha fuerza, ella solo decía locuras y, a veces, gritaba pidiendo más, y llamaba a Valentín. Se ahogaba en su orgasmo, pero seguía. Ya Horacio le estaba dando a ella lo que ella no le había dado a su marido.
Valentín y yo nos recluimos en la otra habitación, él disculpándose por su venida precoz, probablemente antes ya lo había sufrido.
“No te me acongojes, eso tiene un muy buen remedio.” Le dije y me dí a la tarea de revivirlo. Al poco tiempo él estaba listo y, ahora sí, montándome con confianza. Copiaba la intensidad y fuerza con la que vio que Horacio trataba a su mujer. Ya tenía más aguante después de su venida precoz. Me dio una muy buena cogida y se regocijó, quería contárselo a su mujer. Lo detuve y le pregunté si ya se había venido de nuevo.
“¡No! ¿pero me darías oportunidad? Me contestó
“¡Caro, sería un placer muy grande para mí, y también para Martha cuando estes con ella!” le dije.
Él insinuó que me pusiera en posición de perrita, lo hice y se emocionó.
“¿Te va a gustar así?”
“¡Claro, tú entrale, también te va a gustar!” y ahí me tienen en cuatro, dándole mis nalgas al tío. Nunca lo va a olvidar a pesar de que intentará lo mismo con su esposa. Bueno, que le saque jugo a lo que está aprendiendo de mí, probablemente Horacio le esté enseñando algunas técnicas a Martha, así los dos estarán al mismo nivel y ahora si ya no habrá vaginitis que los impida.
Sentía muy agradable que el tío me tuviera en cuatro, era cariño, o amor que yo ya le tenía. ¿Esto será incesto? Pensé, aunque ni me importaba, pero el hecho de hacerlo en familia me daba un tono extra de excitación. Recapacité, ‘incesto es cuando se hace sexo con familiares consanguíneos’, o eso creo, pero no me importa saberlo ni sentirlo, es más rico si siente una estar haciendo sexo prohibido.
Los dos gozábamos el sexo, él por detrás de mí, esperanzada a que me volviera a llenar de su rico semen. En eso aparecieron Horacio y Martha y nos descubrieron casi anudados como perritos. Rieron y Horacio le volvió a levantar las faldas y el fondo a la tía, le bajó los calzones, la puso en posición de perrita y se la volvió a meter desde atrás. Ella ni chistó, ya sabía que con Horacio no le iba a doler y cogieron hasta que Horacio la volvió a llevar a su orgasmo y él se terminó dentro de ella. Para ese momento ya mi Valentín sí me había sembrado nuevamente su semen.
“¿Y ahora qué? ¿Nos vamos así, sin asearnos del semen que nos dejaron dentro?” preguntó Martha.
“Pero ¡cómo! ¿piensas desperdiciarlo?” La tomé de la cintura, la recosté y me dí a la tarea de limpiarle con mi lengua todo el semen que tenía embarrado en su vagina y en sus vellos, ya nada se le salía de su vaginita. Le dí la muestra, y ella, con mucha precaución me empezó a lamer mi vagina, toda, bien limpia. Yo le tomé su pene a Valentín y también se lo dejé limpio. Todo lo hice con el afán de darle una muestra de lo que ella, se supone, deberá hacer. Ella, ha de haber sido, o fue una niña bonita, mimada, sin aprender las cosas hermosas de la vida.
Regresamos a la casa de los tíos. Valentín sacó unas botellas de tequila y se suponía que nos íbamos a poner un cuete, pero no, preferimos platicar, recordar cómo había sido y planear nuestro siguiente encuentro.