Mis tetas, vendidas a un extraño

(Con ilustración en portada) Mis tetas nuevas serían el regalo de boda de Julián. Lo sé, es perverso pero me daba mucho morbo que él las estrenara, y esperaba que su mujer lo soltara un ratito para que viniera a gozarlas...

-Julián, por favor, te necesito... -le dije con el auricular en la mano.

Julián oyó esas palabras, con el eco de las campanadas nupciales repiqueteando aún en sus oídos. Ya era tarde para rectificar lo dicho, y me mordí los labios por haber sido tan clara. Estaba nerviosa y el sudor hacía que la tela se pegara a mi culo, pero no podía seguir con esa urgencia porque andaba muy caliente y había reservado esas tetas para él. Ya estaban a punto y las entregaría a quien me lo pidiera si él no quería gozarlas. Hubo un breve silencio y contestó:

-Iba a llamarte, Cris. Mañana voy a ver a mi hermano y me gustaría que            vinieras...

-¡Tú... un hermano? Nunca me habías hablado de él.

-Paso a las nueve a buscarte, estaremos con él todo el fin de semana. Ve empolvándote el ojete... jajaja...

-¿Y tu mujer...? (gilipollas que soy, vaya pregunta inoportuna). Volví a morderme los labios tan fuerte que esta vez sí noté el sabor de la sangre. Cerré los ojos esperando respuesta:

-Se llevan fatal y prefiere quedarse. Irá de compras, al cine con las amigas y de paso nos damos un descanso. Trae equipaje ligero porque iremos en moto, pero abrígate, vive en la montaña.

-Vale, suena... ¿excitante?,  humm...

-Lo será -me dijo con una carcajada fresca y pícara- no lo dudes.

Julián parecía estar de buen humor, pero había algo que no encajaba. ¿Por qué presentarme a su hermano un mes después de casarse? De locos, pero no era mi problema y preparé la bolsa como si se tratara de un servicio de fin de semana en las afueras.

Al día siguiente y puntual, oí el sonido de la moto detenerse y la bocina avisándome. Bajé corriendo enfundada en una falda corta pero gruesa, unas botas de caña alta y una camiseta con un largo escote bajo una cazadora de piel con borreguillo por dentro para protegerme del frío. Julián esperaba de pie junto a la máquina fumando un porrito. La luna de miel y el viaje de novios le habían sentado de muerte y lucía un bronceado natural que junto a su pelo, húmedo y virilmente peinado, lo mostraban aún más deseable. Pasmó al verme porque no sabía lo de las tetas.

-Es tu regalo de bodas, ya lo sé, soy perversa -le dije, sonriendo-. Se acercó para darme un beso con lengua que me dejó floja perdida, y mientras metía la mano bajo la chaqueta para sobarme las tetas, me susurró:

-No eres perversa, Cris, sólo eres una guarrona viciosa e indomable. Te vas a enterar. Me dan ganas de follártelas aquí mismo, en el suelo, sobre un capó o en un banco junto a una anciana haciendo ganchillo, pero espera un poco que tendrán su merecido.

Me sorprendió gratamente. Siempre había sido muy discreto, controlando su impulsividad en sitios públicos y supongo que en su propio barrio no hubiera hecho lo mismo, pero me encantó, claro, y le contesté, coqueteando y riendo:

-Pervertido... jajaja... y tu polla de canuto para desenredarle el hilo!

Se estableció ese campo magnético previo a un polvo salvaje. Salimos de la ciudad y enfilamos la autopista bajo un cielo soleado y frío de otoño. La aguja del velocímetro rozaba el límite y, a cada curva, la máquina se doblaba acercándonos al piso. ¡Qué locura ver el asfalto pasar bajo nosotros sin conciencia de peligro! A pesar de ello y durante breves segundos, tuve una visión de degüello contra los salvarailes, porque la mente siempre nos traiciona con sombras cuando más felices somos. Vi nuestras esquelas en el periódico y el recordatorio del fatal desenlace, nuestros nombres unidos definitivamente, por fin:

+Julián T., 31 años, recién casado y adúltero al primer mes de matrimonio, y +Cris S., 20 años, zorra compulsiva de sexo indefinido; entregaron ayer su alma al supremo en un espantoso accidente antes de echar un polvo explosivo. No se aceptarán condolencias a domicilio, solo felicitaciones a sus seres más queridos. Que Satán los tenga enel infierno.

Yo estaba atrapada entre el equipaje y su cuerpo generoso, estrujando la silicona contra él. Íbamos sin casco, retando los posibles controles y el viento frío que me cegaba, punzando su pelo en mi cara con vigoroso aleteo. Olía su loción de afeitado que conjugaba con su aroma natural como anillo al dedo, y yo, que llevaba un rato macerada en esas sensaciones; acabé perdiendo el control como siempre, abriendo la cremallera de mi cazadora para sacar las tetas y dejando que la vibración del motor enervara los pezones contra la piel de la suya. ¡Qué goce! En cada curva me agarraba más fuerte, y mi polla erecta, se pegaba a su culo mientras deslizaba mis manos por su  torso pertrechado de músculo y vello bajo la chaqueta.

Cuando salimos de la autopista metiéndonos por carreteras más discretas, bajé los dedos hasta el paquete para encontrar el tesoro de su pijo y ahí lo encontré: grueso y vigoroso entre ese matojo de vello y yo iba a liberarlo. Lo conseguí, salió todo, suspiré y gemí, dejé que mi mano jugara sola y soñé con ese morbo fantasioso en que me encontrarían fallecida, atrapando su cadáver por la polla. Pero decidí olvidar la tragedia de la muerte indecorosa y aferrarme a la vida de nuevo, masturbándolo.

El paisaje se ofrecía ante nosotros, hermoso, con sus bancales de hierba, bosques de pinos y un montón de senderos que llevaban a claros tranquilos. Fue una salida abrupta: Julián lanzó la máquina por uno de esos caminos. Llegamos a un rincón sombreado, frenando entre grava y polvo, y a punto estuvimos de caernos pero la enderezó a tiempo. Tras anclarla en el suelo, se apeó y yo hice lo mismo. Lo vi enseguida cuando se quitó las gafas: estaba ciego de ira, pero eso no le quitaba un ápice de hermosura a esos ojos verdes rasgando su piel bronceada en Punta Cana.

-¡Qué coño te pasa? -me gritó- ¡quieres que nos matemos? Cuantas veces te he dicho: las manos quietas... las manos quietas... ¿estás sorda? o es que los latidos de tu corazón en esos oídos de viciosa no te dejan oír mis voces?

-¡Lo siento... no te oía con el ruido del motor y el viento dándome en la cara! -le contesté mintiendo como una bellaca, porque sí le había oído.

Parecía realmente enfadado, pero yo sabía discernir entre un temblor pasajero y un auténtico seísmo. De darse el caso último, se hubiese dirigido a mí cambiando el género y me hubiera tratado como a otro macho colega. Siempre lo hacía cuando se cabreaba de verdad, instintivamente o para joderme, supongo. Tras arrastrarme con modos discutibles hacia la moto, me tumbó sobre el asiento boca arriba.

-¡Suéltame ya... valeeee... no por favor... aissshh! -chillaba yo, para que sintiera que iba a forzarme y así excitarle más.

-Las manos quietas... así de fácil -decía una y otra vez, mientras sacaba unas cinchas del portaequipajes, las ataba a mis muñecas y me plegaba los brazos hacía abajo, atándolos al tubo de escape-. ¡Éso es estar quieta... entendido?

Estaba completamente a su merced y mientras buscaba en mi bolsa, me dijo:

-¡Dónde coño tienes esa fusta y el vibrador? -y empezó a revolver mis tesoros y a lanzarlos al suelo ante mi impotencia-...ah...!, ya la veo... -prosiguió-, a ver si dándote tu merecido te sosiegas y puedo conducir tranquilo, venga, levanta esas patas de zorra...

Le obedecí levantando las piernas. Me sacó las braguitas y mis nalgas quedaron al aire. Él estaba muy caliente y los hechos lo confirmaban: Yo se la había ventilado durante el trayecto y él intentó metérsela de nuevo en la bragueta, pero se pilló el pellejo con la cremallera, y el desastre provocó una torrentada de blasfemias y maldiciones. Ahora la llevaba al aire por haber desistido de embucharla. Con la fusta que encontró, empezó a darme con ella en las nalgas mientras decía:

-¡Has sido una zorra mala y muy puta, y creo que esas tetas no van a recibir su merecido... ¿me oyes?

-¡Oh no! -le supliqué-. Dame duro, me lo merezco, pero las tetas follátelas por favor... Están por estrenar y son todas para ti, nadie se ha pajeado con ellas aún.

Su verga cimbreaba amenazante al ritmo de los golpes. Lucía enervada y vigorosa, surcada de venas azules y rojas. La lujuria, prima hermana de la ira, dulcificó algo su mal genio y su rostro de bruto salido, mientras no cesaba de restallar la fusta en mi culo y de decirme:

-¿Crees que soy gilipollas y que me chupo el dedo? Esas ubres están pajeadas y ya han amamantado más barbas que un burdel cuartelario, seguro. No voy a creerme que una salida como tú haya aguantado tanto tiempo... Yo sollozaba de rabia, dolor y gusto: rabia, por el hecho de creerme tan poco capaz de alcanzar mis objetivos; y dolor y gusto, porque me gusta el spank, y a él le encantaba aplicármelo.

Se desahogó un buen rato hasta dejarme las nalgas al rojo. Cuando las vio suficientemente castigadas, sentí su lengua en el ojete lapeándolo bien... mmmmm... preparándolo para insertar el vibrador. Eligió el extragrande y, a cada centímetro que metía, yo pateaba al aire azuzada por el dolor-gozo que me daba y por la impotencia de no sentir mis tetas abusadas como merecían. Tras meter y sacar durante un rato, ya lo tenía hasta el fondo y atado con arnés para que no saliera; pero no tenía bastante porque quería eso y se lo pedí de nuevo:

-Hazlo por favor... fóllatelas y te juro por lo que más quiero que son vírgenes -le decía yo, con un hilo de baba en la comisura de mi boca suplicante... y por fin lo hizo para mi alivio...

Abrió la chupa entera, rasgó la camiseta y las ubres salieron disparadas temblando en suave gelatina. Noté la caricia caliente de sus manos y me fundí de gusto rabioso, frotando las piernas en el aire, entrelazándolas como hace un insecto para pringarse de néctar.  Sus dedos hurgaban en la base y las palmas las levantaban, estrujándolas, amasándolas como panes, y al rato, las pellizcaba. Su boca sonreía con perversión lujuriosa y yo le azuzaba diciéndole:

-Síííííííí... síííííí... follátelas, por favor... Julián... síííííí!

-Maravillosas -murmuró- acercando sus labios a los pezones y torturándolos con lamidas y bocados. Sumergida en esa delicia, desbordé de placer y me bajó al tensión. Desperté con su mano golpeándome la cara y riéndose:

-... jajajaja... si ahora te mareas, cuando las folle te mueres. Voy a desatarte...

-No me desates, Julián, quiero estar así presa y a merced de tu locura -le contesté, mirándole intensamente. Entonces, con esa duda que le queda a una siempre sobre la propia imagen, le pregunté-: ¿No son demasiado grandes?

-Me encantan.. .mmmm... son perfectas y completas... ¡qué gustazo me daré con ellas!

Siguió mordiendo con fuerza mientras yo le pedía más, hasta que me silenció metiéndome la lengua en la boca y repasando las encías con su punta sin dejar de sobarme duro. Cuanto más doloridas las sentía más placer me daban y vi que iba a correrme entera. Me dio un descanso que aprovechó para masturbarse y yo me desesperé al verlo, temiendo que perdiera su leche en esas maniobras salvajes.

Retomamos el vicio y se sentó en mi estómago apoyado en los pedales de la moto y así siguió con la caricias y pellizcos y pasó el capullo por los pezones. ¡Qué gusto me dio esa sensación tan húmeda, dura y caliente...! Uno de mis miedos era perder la sensibilidad tras insertarme las prótesis, pero entonces se me pasaron los temores sintiéndola más aumentada que nunca. Me pringó de baba y por fin separó las tetas para hundir la polla en el pliegue, cerré los ojos, los abrí de nuevo y ahí estaba su verga cuan larga era, frotándose, entrando y saliendo, y yo alcanzándola con mi lengua. La dejaba ahí un rato, sepultada, prisionera, su mango enterrado hasta los huevos mientras yo la chupaba con fuerza para que no escapara, hasta que la liberaba, y de nuevo empezaba el juego.

El vibrador en mi recto, mantenía la brasa encendida, y como un escalpelo gustoso me agitaba por dentro. De vez en cuando, Julián chorreaba un lapo en el pliegue para aliviar el roce, y seguía con la paja y el magreo de pezones.

-Por favor, déjame chuparte los huevos un rato... -le rogué exhausta, como una moribunda suplicando su último deseo.

Entonces se dio la vuelta y tuve que cerrar los ojos porque su culo piloso me rozó las pestañas y abrí la boca para que los cojones entraran. Estaban prietos y duros, la artillería de semen preparada, y yo, deseando que me inundara entera, por eso los mordí con vigorosos chupetones mientras él me alcanzaba la polla para masturbarla. Con sus huevos en mi boca y la verga entre las tetas, se agachó para chupármela, arriba y abajo, repasando con su lengua los relieves del capullo, hundiendo dos dedos más en mi ano hasta alcanzar el tope fisiológico.

Yo ya no podía contener tanto placer y le dije:

-Acaba conmigo sin piedad, ya no puedo esperar más...

Se dio la vuelta de nuevo y apretó su polla entre mis tetas. Las estrujó y zarandeó con fuerza y muy rápido, agitándolas, masajeando huevos, mango y capullo con ellas.

-¿Es macho o hembra? -oímos, y nos volvimos con sorpresa.

Nos detuvimos. Había un hombre en el límite del  bosque. Era un buscador de setas, probablemente, y tendría unos cuarenta años, de pelo ralo y un cigarro habano en la boca. No era del todo feo, pero si se veía sucio por andar entre la maleza y llevaba una cesta en la mano. Se masturbaba con las piernas muy separadas y le colgaban unos cojones enormes, como de toro. Me pareció morbosamente obsceno y salvaje.

-Es obvio, las dos cosas de momento. Es macho de nacimiento pero siente como la más hembras de las hembras -le contestó Julián.

-Jaja, cómo los caracoles. Unas veces, uno hace de hembra; y en otras, se ofrece el otro. Ahora mismo los tengo en la cesta follando como locos.

Hablaba un poco agitado, porque no paraba de cascársela mientras hablaba y escupió en la cesta sobre los pobres animales.

-Me gustan las putas con polla. Verlas lefando mientras las jodes es una garantía de que no fingen el gusto que les provocas  -dijo, ignórandome premeditadamente y dirigiéndose a Julián, para preguntarle:

-¿Cuánto?

-Treinta -le contestó, vendiéndome, frío y sin miramientos, jugando al juego del extraño y dejándome a mí, aturdida.

-No voy a follarme el culo, sólo quiero esas tetas porque hace tiempo que no veía unas ubres tan grandes. Me gustan pero no será un completo. Te doy diez.

Julián me miró y le contestó:

-Serán quince.

-Doce -el hombre bajó el precio sin siquiera mirarme.

-Hecho -confirmó Julián.

-¿Me estás vendiendo a peso como a un verraco? -le pregunté a Julián, simulando cabreo.

-Esa subasta te excita y el sentirte tan escoria, más. Fíjate, para él no eres más que un trozo de carne y ni te mira. ¿No te vuelve loca, eso? Si te vendiera por mil a un presumido montado en un deportivo no tendrías la polla como la tienes ahora, a punto de rajarse de gusto. Te mueres por esos patanes. Me mordí los labios y aparté la mirada, avergonzada de mi lujuria rastrera, ¡cuanta razón tenía, me moría por los patanes y él era uno de ellos...!

Julián sacó un trapo y se fue a por agua para limpiarme, pero el hombre le dijo:

-No las limpies, me ponen así, pajeadas. Sí me gustaría que la mantuvieses atada y la azotaras mientras me masturbo con ellas. He visto que lo hacías antes y me ha dado mucho gusto verla.

Yo seguía con el vibrador ronroneando, metido y a punto de agotar las pilas. El hombre subió, se puso sobre mi estómago apoyando los pies en los estribos como había hecho Julián. Tomó las tetas y empezó a frotarse con ellas. Justo entonces el vibrador se detuvo.

-Quítamelo por favor, que así no me da gusto -le dije a Julián..

-Sí mejor -dijo el hombre, sin dejar de pajearse entre mis ubres-. Busca en mi cesta. Tengo una longaniza bien grande que he comprado en el pueblo, está bien dura y tiene la sabrosura de la carne, seguro que le excita.

-Oh sííííí... suena bien... probemos.. -contesté, deleitándome con la promesa.

Julián extrajo de mi cuerpo el vibrador agotado y sacó el embutido de la cesta. diciendo:

-Juguemos antes con ella.

Se acercó a nosotros y me puso la punta en la boca. Era muy grueso y largo, yo saqué la lengua y empecé a lamerlo con gusto. El hombre no paraba de masturbarse con mis tetas y se rió al verme perder el control y arrancar un pedazo de carne con los dientes, diciendo:

-¡Es voraz esa zorra, jajajaja...! Espero que en el culo no tenga dientes o me quedaré sin provisiones.

La verdad es que con tanto goce me había entrado un hambre atroz y le di otro bocado a esa carne grasa y deliciosa.

-Mmmm... que rica....

-Te la voy a meter antes de que no dejes nada, jaajaja -dijo Julián, quitándomela de mis labios y yendo hacia mi ano con ella.

Sólo tuvo que lubricar un poco y la pieza se hundió con presteza hasta el fondo del recto. Estaba dura y con pequeños bultos que hurgaban en mi próstata dándome un gusto increíble. Sin dejar de follarme con el embutido, siguió azotando mis nalgas con la fusta. El hombre seguía sobre mí sin soltar el cigarro de la boca. Era una bestia bruta, tenía la mirada perdida y un hilo de baba le caía por la comisura. Esos cojones tan grandes desparramados sobre mí, y las ubres, sometidas a sus manos callosas y toscas me ponían a chirriar los dientes, mientras Julián decía:

-Mira que goce le das a esa serpiente. Habrá que trabarle la boca o se envenenará modiéndose. Quería que le follaran las tetas y hoy se lo hacen por partida doble...

Iba a contestarle con otra obscenidad jocosa, pero me la metió entre mis labios para que se la chupara y en ello me apliqué durante un buen rato, hasta que lo miré, me sonrió reconciliador y sus pupilas desaparecieron bajo sus párpados... aulló con un sonido ronco y el eco lo devolvió... sentí la leche caliente entrando en mi boca, una... otra... otra... y otra vez... y así en una larga lefada. La tragué toda y me dispuse a tener también mi regocijo. Me bautizó con su semen cuando sacó la verga de mi boca y aprovechó la lefa que aun escupía para extenderla por las tetas y pezones: húmeda, caliente y deliciosa.

El hombre, sintiendo su orgasmo subir, empezó a bizquear y abrió la boca, cayéndosele el cigarro en el pliegue. Chillé al sentir la quemadura, y él, para apagarlo, lo estrujó entre las tetas y encharcó la grieta con su lefa. Fue una sensación muy extraña. Dolor, placer infinito y alivio, todo en breves segundos, aullé, me corrí mientras él escupía y apretaba cada vez más fuerte y el olor a carne abrasada se diluía en el aire. Julián gritó y le dio un puñetazo que lo tumbó al suelo. El hombre seguía lefando sin parar y Julián le dijo:

-¡Puto cabrón, lo has hecho a propósito!

-Sí... mmmmm... que placer... pero mírala ahí encima de la moto... qué gustazo se ha llevado...! aún se retuerce la muy puta o lo que sea que es...

-Julián lo pateó con fuerza, y así lo arrastró dando tumbos hasta el arroyo, pero el loco no paraba de reírse.

-¡Para por favor, Julián, lo vas a matar... no ves que está gozando...? Es eso lo que buscaba, es un puto masoca extremo -le dije yo, disimulando como pude el placer que me había dado el bruto. Se detuvo, escupió sobre él y le dijo:

-¡Ahora pagarás el servicio completo, cabrón!

Y buscó en los bolsillos de su chaqueta, pero no llevaba nada e iba indocumentado. Para que espabilara, Julián le metió la cabeza en el arroyo hasta que pareció ahogarse y le dijo tras sacarlo boqueando agua:

-Lárgate de aquí ahora mismo o te mato y ese será el último goce de tu vida, hijo de perra.

El hombre se lo tomó en serio y se tragó la risa sacudiéndose como un perro mojado. Se largó corriendo hacia el bosque por donde había venido, olvidando el cesto y los víveres. Hubo una pausa tranquila y unimos nuestro respirar agitado que se calmó poco a poco. Julián me desató, bajó al suelo y me tumbó sobre una manta extendida. Separó las tetas para ver el desastre.

-Qué puta soy -le dije- cuando recuperé la visión y el resuello. A veces, no controlar mis límites me da miedo.

-Me gustas así de loca -me dijo, sin cesar de acariciarme-. No sabes la de pajas que me he hecho esos días a tu salud y la de veces que me he follado a mi mujer pensando en que su coño era tu ojete vicioso. Aún veo al chico disfrazado de novia que violé en ese baño a pesar de que has cambiado...

-Bésame, por favor.

-¿En tus morros lefosos, guarra?,  jajaja...

-Es tu lefa, cerdo...

Fue un beso largo. Me dolían las muñecas, pero más me dolía el miedo de perderlo.

-No es tanta la quemadura, solo han sido unos segundos -le dije-. La verdad es que no veo gran cosa de momento, sólo rojez y ha sido superficial.

-Espera -dijo Julián- creo que tengo el remedio: baba de caracol, ¿no te acuerdas de esas cremas?

Se acercó donde estaban. Desparramados, buscaban la libertad con sus antenas y él los recogió de nuevo. Tomó uno y lo puso en el pliegue de mis ubres...

-Mmmmm... qué alivio -dije, sintiendo su frescor-, será un buen remedio, seguro.

Y poco a poco, los fue situando como si fueran soldados de plomo en una batalla...

-Esos son los centinelas que vigilan el castillo desde las almenas -dijo, impostando voz de malo y situándolos en los pezones- y esos, los artilleros...

-Jajaja... no creo que sirvan para ello, son todos unos viciosos... ¡míralos! Ya están subiéndose unos sobre los otros... ¿crees qué eso que practicamos es zoofília...?

-¿Qué esperas de esos salidos sobre esas ubres tan calientes... mmmm...? -me dijo, desahogado y cariñoso, abrazándose a mi cuerpo.

El sol de otoño entró en el claro y marcó reflejos en mis tetas desnudas. Semen seco y rastros de caracol formaba una fina costra de nácar que brillaba con destellos de colores al contraluz de sus rayos. Con la mano, apartó los animales lujuriosos y volvió a pasarme la lengua por las ubres, suavemente, por la rojez sobretodo... qué gusto y qué alivio... esa sí era una buena medicina... la que una zorra necesita para calmar su alma o excitarla de nuevo, depende...

continuará, en una próxima entrega donde conoceré al hermano de Julián...