Mis sumisas (3)
Esta ultima parte es relatada por la otra sumisa
Nuestro Amo nos avisó para que Cristina y yo preparáramos una merienda, ya que el próximo día iríamos de excursión a pasar la tarde al campo. Era una novedad, siempre nuestros encuentros habían sido en casa del Amo o de Cristina.
Bueno soy Alba, la perra. Mi amo siempre me trata así, soy su perra, su mascota. Al principio no me gustaba nada que fuera de esta manera, sobre todo si me comparaba con mi compañera de sumisión, pero ahora me gusta. Normalmente me permite menos orgasmos que a Cristina, en eso la envidio, pero los míos suelen ser inmensos, como nunca los había tenido y creo que me compensa.
Lo que más odiaba era comer y beber de un comedero de perro, pero con el paso del tiempo me he acostumbrado y me gusta ver la cara de satisfacción de mi amo cuando lo hago.
Llego el día de la excursión. Tras casi dos horas de viaje, llegamos a una zona de sierra, bastante alejada de alguna población. Había una pradera de hierba y un arroyo con agua fresca.
Nada más bajarnos del coche, mi amo, me ordeno que me desnudara. Luego me puso mi collar y engancho la correa. Sentí mucha vergüenza ya que era la primera vez que estaba desnuda al aire libre pero al mismo tiempo me excite. Paseamos los tres por la pradera un buen rato, nos acercamos al arroyo. Tenía sed y sin dudarlo me puse a beber agua del riachuelo. Estaba fresca y muy rica.
A indicación de nuestro amo, Cristina extendió una manta en el suelo y saco el picnic. Se sentaron y yo entre los dos. Comenzaron a merendar, yo les miraba, ya que no tenía mi comedero y sabia que no podía comer de otra forma. De vez en cuando me acercaban algo de comida a la boca, en la que rápidamente desaparecía. Otras veces mi señor me lo tiraba para que lo cogiera en el aire y si caía al suelo de allí debía cogerlo.
Cuando terminamos de comer, ordeno a Cristina que se desnudara. Luego la ato por la cintura y con las manos atrás a un árbol. A continuación comenzó a jugar conmigo, me lanzaba un palito y yo a cuatro patas iba a recogerlo y se lo llevaba. Mientras tanto iba tocando a mi amiga, la masajeaba con energía los pechos, le daba palmadas y retorcía los pezones. También acariciaba sus muslos y los palmeaba. Cristina de vez en cuando daba chillidos y entre ellos suspiraba.
Yo iba y venía con el palito en mi boca. Mi amo seguía con el castigo de mi compañera. La acariciaba la vagina y el clítoris. La mezcla de caricias y azotes la gustaba, estaba claro que tenía un componente masoquista y parecía que lo disfrutaba.
Le lleve el palo por enésima vez, en esta ocasión, en lugar de lanzarlo de nuevo, lo introdujo en el coño de Cristina, previa abertura de sus labios vaginales.
Me quede parada, no sabía qué hacer pero la mirada de mi amo me indicio que debía coger el palo. Lo saque con toda la delicadeza que pude para no dañar a mi amiga. Se lo entregue.
-Mira, perra –me dijo- Esta todo mojado, tu amiga esta excitada.
Acto seguido se lo puso en los labios y le dijo lámelo.
Cristina obedeció. Lamia el palo mojado de sus jugos. Me agarro del collar y me acerco al coño de mi compañera. Sabía lo que deseaba mi amo. Comencé a hacerle una comida de vagina, metiendo mi lengua todo lo que podía. Luego jugué con su clítoris. De reojo vi a nuestro señor como nos observaba con una sonrisa.
No tardo mucho en pedir permiso para su orgasmo, por supuesto que le fue denegado y yo recibí la orden de aumentar la velocidad.
-Por favor amo, me corro, permiso –suplico Cristina, varias veces-
Todas las ocasiones mi amo se lo negó y con advertencia de que si se corría iba a pagarlo. Yo afloje el ritmo pero recibí un azote en mis nalgas con la indicación de que no parara.
Como era lógico, Cristina no tardo en correrse como una autentica perra. Cuando se recupero empezó a llorar.
Nuestro dueño le pregunto porque lo hacía.
-Por no ser capaz de controlarme y no poder cumplir tus órdenes –respondió-
-Eso está bien –dijo- pero eso no te librara de tu castigo.
-Lo sé mi señor –respondió Cristina-
Engancho la correa a mi collar y me ato a un pequeño árbol cercano desde el cual tenía una buena vista de donde estaba atada mi compañera. Vi como se quitaba el cinturón del pantalón. Pobre amiga, pensé.
Empanzó dándole correazos en los muslos. Los cinco o seis primeros los aguanto bien, pero luego comenzó a gritar con cada nuevo golpe.
Continuo alternando los correazos entre los muslos y el vientre, Cristina ya no gritaba, aullaba como un animal herido.
Para darle un respiro, se me acerco y me dio un beso en la frente. Yo estaba mojada a pesar de la pesadumbre que sentía por mi compañera, luego bajo y me morreo en la boca, bien morreada, eso me hizo sentir un chorro de jugos en mi vagina.
Volvió hacia Cristina, estaba con la cabeza gacha, mirando al suelo y llorando. Le alzo la cabeza, la beso en la cara y luego en la boca, con delicadeza, amorosamente y la dijo:
-Tu castigo aun no ha terminado.
-Si amo –respondió- gracias.
-Perra, di un número –me pregunto-
-Siete –dije sorprendida, ya que era la primera vez que me preguntaba algo así-
-Ese será el número de correazos que recibirán cada uno de tus pechos, Cristina. Cuéntalos en voz alta, si se te olvida o pierdes la cuenta habrá que comenzar de nuevo.
Mi amiga bajo la cabeza, resignada. Comenzó con el pecho derecho.
-Uno, dos…..
Fueron espaciados, ya que el grito después de cada correazo era más fuerte que el anterior.
Yo me sentía fatal. La cantidad de golpes la había dicho yo y cada correazo me dolía a mí.
Luego continúo con el pecho izquierdo. Por fortuna no se equivoco al contarlos.
Una vez terminado el castigo de pechos, le hizo una caricia en la cara y comenzó a desatarla. Por fin había terminado la tortura, estaba equivocada.
-A cuatro patas sobre la manta –dijo nuestro amo-
La ayudo ya que parecía que sus piernas no la sostenían.
Una vez puesta en posición, comenzó a darle correazos en el culo. Eran más flojos que los anteriores. Cuando le pareció, se bajo los pantalones y vi que su pene estaba completamente duro, una buena erección.
Se arrodillo detrás de Cristina, abrió sus labios vaginales y de un golpe de riñones la penetro hasta el fondo. Comenzó a follarla con violencia y desde el principio le dijo que tenía permiso para correrse.
Después del duro castigo le iba a costar trabajo llegar, pensé, mientras me revolvía algo incomoda, ya que solo podía estar a cuatro patas ya que mi amo había atado mi correa alta impidiendo que me pudiera sentar.
Tardo menos de lo que esperaba, llego de forma salvaje. Definitivamente, Cristina, era masoquista. Nuestro amo se corrió dentro de ella. A continuación hizo que le lavara la polla con su boca.
Cuando se recuperaron, la dio una palmada en las nalgas y le dijo:
-La perra necesita que le limpies el coño y el culo de sus jugos.
Inmediatamente mi amiga se acerco y me paso la lengua desde mi ano hasta mi clítoris, lamiendo todo lo que fluía por allí. Con cada lengüetazo me estremecía de placer pero aun estaba lejos de llegar. Mi señor me puso su pene al alcance de mis labios y comencé a mamársela, al poco tiempo, comenzó a crecer en mi boca a pesar de su reciente corrida.
Cuando ya la tenía dura, se acerco a Cristina y agarrándola del pelo, la separo de mi culo y la acerco a mi cara, no necesito decir nada. Comenzamos a besarnos como autenticas locas. Yo que pensaba que el sexo con otra mujer era casi una aberración, disfrutaba cada beso, cada caricia con Cristina como si fuera néctar. Nunca agradeceré lo suficiente a mi amo que me hiciera descubrir el placer lésbico.
Sentí sus manos en mis caderas y como su polla entraba en mi vagina. Mi amo me iba a follar y como respuesta mis flujos vaginales se incrementaron.
Me follo despacio, con tranquilidad, pero solo al principio. Luego aumento el ritmo. Yo estaba como una perra en celo, me contenía todo lo que podía, estaba disfrutando mucho. La tercera vez que le pedí permiso para explotar, me lo concedió. Fue una locura.
Cuando estaba en los últimos estertores del multiorgasmo, me abrió las nalgas y comenzó a perforar mi ano. No estaba abierto del todo aun, por lo que sentí molestias y algún dolor, pero en el estado que estaba no me importo lo mas mínimo. Me follo el culo bien follado, no sé cuanto rato pero fue mucho. Ordeno a la otra esclava que me masturbara el clítoris y diciéndome que podía correrme.
Me contuve como pude hasta que sentí su semen dentro de mi ano y me corrí pocos segundos después.
Recogimos las cosas de la merienda, nos vestimos y regresamos hacia la ciudad.
FIN