Mis primeros amantes

Así quería que fuese mi vida, con sus rabos dentro de mí, moviéndose a lo loco.

MIS PRIMEROS AMANTES

-Felisa, voy a salir un momento a unos recados, tardaré un poco en volver. ¿Vas a necesitar que te traiga alguna cosa?.

-No, mami. Está todo bien, no necesito nada-contesté-.

-¿Segura?.

-Síiii, seguraaa-volví a contestar con tono hastiado-.

-Vale, te quiero cariño-me besó la frente-. Papá está en el despacho, así que no le molestes mucho, ¿de acuerdo?.

-“Palabrita de niña bonita”-bromeé-.

-Bien. Hasta luego.

Mami se levantó del lateral de la cama, en donde estaba sentada, y se fue de mi cuarto. Yo estaba tumbada boca abajo en la cama, echada del revés sobre ella, con mis pies subiendo y bajando golpeando las almohadas mientras con los codos me apoyaba e incorporaba un poco, para así poder ojear las revistas que tenía ante mí. Sin levantarme, casi podía ver a mami salir de mi cuarto, coger el bolso y el resto de cosas, y salir por la puerta. No pasó ni un minuto cuando papi vino a mi habitación con mirada de poseído.

-¡Te necesito!. ¡Ven aquí!.

Me cogió de la mano y me llevó a la sala de estar, en donde me arrinconó contra la pared, entre las dos ventanas, y una vez entre la pared y él, me estampó un beso en los labios que me hizo palpitar hasta las yemas de los dedos. Llevó las manos a mi espalda y me atrajo hacia él mientras me comía la boca con fruición, poniendo una pierna entre las mías, apretándome, excitándome. Estaba en las nubes.

-Te quiero-me susurró-. Te deseo.

Me estremecí. Sentí un escalofrío que me recorrió de arriba abajo. Saber qué él me deseaba era el mejor afrodisíaco del mundo entero. Los tirantes de mi camiseta iban deslizándose poco a poco mientras me apretaba, dejando mis hombros al desnudo, y mis pechitos casi a la vista. No llevaba ropa interior.

-Tócame-le supliqué-. Hazme tuya. Hazme de todo.

-Tu madre vendrá enseguida. No tenemos mucho tiempo.

Me deslizó la camiseta blanca y me sobó un poco los pechis, dándome apenas un par de lametones para saborearlos, pero que a mí me sabían a gloria celestial. Sentir su lengua en mis pequeñas guindas era embriagador, tanto como lo era sentir mi propio cuerpo ser una ramita en sus manos, sentirme pequeña ante él. Me dominaba, me tenía toda para él, para satisfacer sus deseos...y yo le amaba por eso.

Con prisas metió la mano bajo mi mini-falda plisada azul de topos blancos, que yo siempre usaba para andar por casa (muchas veces sin nada debajo, sin que mami se enterase, para que no se enfadase conmigo). Comprobó que, en efecto, estaba desnuda bajo la mini-falda holgada, como si le estuviese esperando. Podía ver fascinada el brillo de sus ojos, maravillados al comprobar lo fácil que lo tenía. Del bolsillo sacó un condón y se lo puso, cosa que lamenté mucho porque deseaba sentirle entero, y no con la goma puesta, pero también entendí sus motivos. Me hizo gracia que desde hacía algún tiempo siempre iba con uno siempre a punto, listo para usarlo conmigo. Solo tenía que esperar la ocasión adecuada: ésta era una de ellas.

-¡No tan fuerte, picarona!. ¡Que así me haces daño!.

No pude evitar un exceso de fuerza cuando se la cogí, una vez bajé la cremallera de sus pantalones, para ver lo que tenía por ahí dentro escondido. Ya la tenía totalmente dura, y ardía como una tea. Palpitaba de deseo en mis manos, y se la saqué para verla y deleitarme con ella. ¡Dios, pero qué maravilla!. Era lo más hermoso del mundo.

-Mmm que boquita tiene mi nena…pero no hay tiempo para que me dediques tus atenciones. Tu madre dijo que no tardaría mucho. ¡Ven aquí, que te voy a clavar entera!.

De estar de rodillas, pasé a estar de pie, y en cuanto él se puso el condón, pasé a estar acorralada en el aire, puesta entre la pared, él…y su verga ardiente, con la que me penetró sin esperar a que yo estuviera mojada. No me importaba. Es más, me excitaba el hecho de que me penetrase de ese modo, como un desesperado en busca de simple carne caliente para desahogarse. No era ni su hija, ni su amante, solo una adolescente a la que poder tirarse como si fuese un pervertido. Cerré los ojos y me dejé llevar por el instante de placer, disfrutando de ese momento. Anhelaba tenerle entre mis piernas.

-Mmmm que rica está mi nena. Vamos, ven aquí. Ven que te folle, nenita.

Diossssssss...que cachonda me puso ese “nenita”. Solo cuando estábamos así me lo soltaba, y encima con ese tono entre hija, amante y novia, todo entremezclado de un modo que no distinguía el trato que me daba. Se puso a bombear como un loco, y el que estuviéramos en plena sala de estar, entre las dos ventanas, me excitó muchísimo más si cabe. El pensar que alguien podía vernos desde fuera, que podían pillarnos...mmmmmm que morbo me daba eso. Era divertidísimo el jugar a estas cosas. Enrosqué mis piernas alrededor de su cintura y me abrí para él, para que me penetrase más profundamente. Quería sentirme empalada por él. Deseaba sentirle follándome.

-Vamos papi. Tómame toda. Fóllame. Móntame. Aprisióname. Clávame.

Papi obedeció sumisamente mis órdenes, sin rechistar. Procedió a clavarme toda su herramienta sin piedad, con toda la prisa del mundo. Era divertido y excitante a la par que morboso. No me había quitado la ropa, pero estaba íntimamente unida a él. La más íntima unión a la que pueden llegar un hombre y una mujer. Qué él tampoco estuviese vestido me encantaba, aunque por su camisa desabotonada podía sentir el vello de su varonil pecho (siempre he odiado a los hombres pelados, soy de las chicas cuyo lema es “donde hay pelo, hay diversión”. Tampoco es que me atraiga un Chewbacca ja, ja, ja, pero sin pelo, más que hombres parecen maniquíes. Eso no me ponía). Le rodeé con mis brazos por el cuello y me besó con pasión desaforada mientras me hacía suya. Me sentía una ramita en sus manos. Era suya. Era su propiedad, su juguete...y me gustaba serlo.

-Disfrútame, hazme tuya papi. Haré lo que tú quieras. Cuando quieras. Donde tú quieras. Seré tuya para siempre.

Él seguía bombeando con furia asesina dentro de mí, invadiendo mis entrañas y sacudiéndome por dentro a cada movimiento en mi interior, lo sentía con la fuerza de un huracán desatado. El huracán de sus pasiones más lascivas y prohibidas, de sus deseos más inconfesables y perversos, el placer de cumplir sus fantasías más obscenas, de darle rienda suelta a un subconsciente que no conoce límites...y en ese lugar estaba su deseo, oculto pero latente, de tener a su hija por amante, de tomarla como a una mujer, de verla sometida, de corromperla, de convertirla en una lasciva y secreta esclava de su polla, a la que poder follar cuando él quisiera, a la que hacerle toda clase de guarradas. Yo sabía de sus deseos, y los conocía...y me encantaba que los dejara salir.

-¿Te gusta, putita bonita?. ¿Quién es la putita de papi, eh?. ¿Quién es la furcia de esta casa, Felisa?. ¿Quién es la chica más puta de todas?.

-¡YO!-exclamé, en un arranque de locura-. ¡Yo soy la puta!, ¡soy tu puta!. ¡Por siempre seré tu puta!. ¡Fóllate a esta puta, córrete en esta puta!. ¡FÓLLAMEEEE!...

Enrosqué con fuerzas mis piernas en su cintura, con la idea de estar todo lo más abierta que podía, de que me penetrase tanto que me la sacase por la boca. Me moría de ganas de sentirme empalada por él. Entonces le vi mirar por una de las ventanas junto a las que estábamos, y su rostro le cambió, se puso lívido durante un segundo, pero no por eso dejó de bombearme. Al contrario, lo hizo con más fuerza.

-¡Tu madre vuelve!. ¡Nos va a pillar!. ¿Te imaginas que nos pillé, te imaginas si nos descubre?. ¡Nos verá follando, me descubrirá dándote por el culo!. ¡Quiero tu culo!. ¡Ese culito de zorra es mío!. ¡DÁMELO!. ¡TE VOY A REVENTAR!.

Su amenaza, más que asustarme, sirvió para calentarme más aún. Después de un par de sacudidas más dentro de mí, de pronto se salió, me giró violentamente y me puso de cara a la pared, arqueando mi espalda para ponerle el culo en pompa, tal como él me había ordenado. Me hallaba en un estado de excitación tremendo, sabía que algo me iba a doler, pero también que lo iba a gozar...y esa mezcla sirvió para ponerme en órbita en el momento en que sentí como su barra de carne, era maravilla con que la naturaleza lo había dotado, se desplazaba en ese secreto y estéril agujero de mi cuerpo, llenándolo por completo. Me sujetó por mis pechis, que apretó hasta casi hacerme gemir entre dientes, terminó por barrenarme y con una extraña sensación de sentirme ahogada y escocida, él comenzó su nuevo baile amatorio. Su otra mano acariciaba mi chochito recién follado, que estaba muy sensible al tacto...y se puso a darme por el culo.

-¡Ya viene!. ¡La veo!. ¡La veo!. ¡Nos va a ver!. ¡Nos encontrará!. ¡Y verá que tú eres mía!. ¡Así seré solo para ti!. ¡Si nos pilla, tu madre ya nunca me tocará, solo tú me tocarás, sólo follaré contigo!. ¡Seré tuyo, putita!. ¡Seré siempre tuyo!.

La idea de ser pillada me excitaba, y él lo sabía. Si nos encontraba, seguramente le pediría el divorcio, y así yo sería toda para él, toda suya, porque no creíamos que ella le denunciase por hacerme lo que me hacía, la vergüenza pública sería demasiado para ella...pero a lo mejor ni siquiera se divorciaba, por miedo a las preguntas. A lo mejor no le pedía el divorcio, y tan solo le exigía que fuera discreto. Entonces, en ese caso, hasta follaríamos delante de ella, lo haríamos para enseñarle todas las cosas que hacemos en secreto, a espaldas del mundo. Ella sería nuestra cómplice secreta. Ella descubriría mi lado más sexual, me descubriría como mujer, como una mujercita ardiente por vivir el sexo más apasionado. Tomar a mami como cómplice mis escarceos incestuosos sería el culmen de la perversión. Era muy pervertido, sí...pero también muy excitante.

-¡Ya casi está aquí!. ¡Córrete Felisa!. ¡Córrete ya, pequeña, goza para papá!. ¡No te frenes y goza, dame tu orgasmo, lo quiero, lo necesito!. ¡Córrete conmigo!. ¡Te voy a llenar el culo de leche, guarrona!. ¡Te voy a dejar pringadísima!.

Entre sus palabras y las imágenes que venían a mi cabeza, entre las sensaciones que me sobrevenían por sus caricias en mis pezonis y en mi chochito mojado, no pude si no disfrutar cuando me invadió un orgasmo precioso, divino, maravilloso el cual me llegó a todas partes de mi cuerpo. Me corrí sin parar, como una cerdita que era, con esa maravilla de polla de mi padre bien adentro de mi culito, dominándome, poseyéndome, haciéndome su amante. Justo entonces papi me aviso de que ya no veía a mami. Como vivíamos en un séptimo piso, eso quería decir que estaba como a media calle de llegar al portal y de tomar el ascensor. Traducción: muy poco tiempo.

-¡La necesito!-exclamé, muerta de ganas-. ¡No te resistas, deja que te mime!.

Logré desencularme con rapidez y me agaché para sacarle el condón y que sus últimos chorritos de su semen fueran a mi boca. Disfrutaba como una guarrilla domada de su leche en mi boca, ya ni me acordaba la última vez que la había probado y me urgía recordar su sabor. No pude probarlo mucho, pero sí lo justo para sentirme muy feliz. Se la meneé un poco, apurando sus últimos chorros, viendo sus caras de placer mientras le pajeaba para lamerle el capullo enrojecido con restos de su semen valioso y caliente. Y acto seguido, ¡el huracán!. Todo debía volver a la calma, como si nada hubiera pasado, y tanto papi como yo regresamos a nuestras posiciones anteriores como si fuésemos los juguetes de Toy Story. Mientras él volvía a su despacho (procurando tirar el condón en donde mami no diese cuenta de él) yo regresé a mi cuarto, y a mis revistas de ropa y de chicos. Justo a tiempo, apenas un par de segundos después de regresar a donde estaba, ella apareció por la puerta.

-Hola cariño. Ha sido rápido, ya volví. ¿Todo bien por aquí?.

-Sí, como siempre-me encogí de hombros-. Viendo a estas preciosidades.

Mami frunció el ceño y entonces giró la cabeza para mirar la portada de una de las revistas, en donde salían los cantantes de más rabiosa actualidad.

-Ya veo que te gustan. Como te brillan los ojillos.

-Es que soy feliz, mami. Soy muy feliz-y no pude evitar un suspiro delator-.

Mami se sentó en el lateral de la cama y me dio un beso de la frente, un gesto el cual sabía me enternecía mucho.

-¿Qué habré hecho para tener una hija tan estupenda como tú?.

-Casarte con papá-respondí como una exhalación, casi sin dejar que acabase de hacer aquella pregunta retórica-.

Hablé sin malicia, sin algo que delatase que papi y yo acabásemos de follar en la sala de estar, junto a las ventanas. Fue una respuesta natural, emocionada, producto de la euforia más sencilla. Mami, al escucharme, torció algo el gesto, sorprendida.

-Que rara eres a veces-pensó en voz alta-...pero eres un encanto, mi niña. Voy a ver que hace papá, y más tarde ya prepararé la cena. ¿Quieres algo especial?.

-No, ya tengo todo lo que necesito. Lo que hagas estará bien.

-¡Eres imposible!-se rió-. En fin, voy allá. Te quiero, Felisa.

-Te quiero muchísimo, mami.

Ella se fue, y yo me quedé sola. Como cerró la puerta de mi cuarto, en cuanto lo hizo, me llevé una mano a la cara y comencé a recordar lo que había sucedido hacía tan solo unos minutos. No pude si no sonreír, la sonrisa más amplia y feliz de todo el ancho mundo, cuando reviví el torbellino de pasión que se había desatado, fugaz pero intenso, en mi cuerpo. Sin darme cuenta llevé mi mano a mis pechitos, que él había acariciado, chupeteado y apretado como quiso...y también me acaricié el culito, que todavía sentía como me ardía por haberlo penetrado de aquella forma, pero era un ardor que solo hacía por que sonriese más aún...y me acaricié mi chochito precioso, palpitante aún por haber tenido su interior al mejor hombre de todo el mundo: mi padre. Me había follado a papi, me la había metido (y bien metido)...y yo era feliz por ello.

Mientras comenzaba a masturbarme sin que nada ni nadie me importase (y si de pronto mami entraba en mi cuarto y me pillaba, me era indiferente), mi mente comenzó a retrotraerse, una vez más, a cuando empezó todo. Y en mis delirios sexuales cada vez más ardientes, mi memoria me transportó en el tiempo, a tan solo un año vista atrás...

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Siendo como eran las vacaciones de verano, me encontraba en la casa de campo, la de mis abuelos maternos. Ya era tradición escapar del ajetreo de la ciudad en la que vivíamos el año entero y largarnos al campo, a la tranquilidad tan bien recibida, al sitio en donde yo me había criado en mis primeros años hasta que mis padres encontraron un sitio en la ciudad donde poder vivir en concordancia con las necesidades de trabajo y de movilidad. Era un sitio bonito, más de playa que de montaña, pero con sus extensos y verdes campos que para mí eran un regalo del cielo.

Dado que mami había sido madre joven, mis abuelos tampoco eran ancianos, y sí bastante maduritos. Eran geniales, muy divertidos y siempre de buen humor, cosa que yo gustaba de ver y procuraba pasarlo genial a su lado. Todo era perfecto, todo...aunque desde hacía poco tiempo había empezado a notar cierto tipo de miradas en mi abuelo, un tipo de miradas desconocidas, intensas. Miradas, además, dirigidas no a mis ojos, si no a mi cuerpo, a mi incipiente cuerpo en desarrollo, propio de la adolescente que soy. Podía sentir como me devoraba con los ojos, como sus miradas iban destinadas a mis pechis, a mis piernas, a mi trasero...y mi entrepierna. Eso era lo más extraño de todo: cuanto más me miraba él allí, más calor sentía yo. No entendía porqué, pero me gustaba.

Con lo vivaracha y charlatana que soy, que nunca he sido pudorosa para hablar. Es más, mami siempre me contó que incluso de niña era parlanchina y asombraba a los demás con mi soltura y desparpajo. Por tanto, al ver la insistencia de mi abuelo a la hora de lanzarme aquellas miradas, no me costó mucho esfuerzo sacarle el tema, pero sí tuve suficiente instinto como para hablarlo en privado, en el granero que había detrás de su casa, en donde yo solía perderme entre los animales de corral que tenían y los materiales de granja para trabajar la tierra, que yo los tenía allí vistos de toda la vida y, aunque eran totalmente normales y cotidianos, me parecían mágicos y especiales.

-Abu, ¿te parezco guapa?-le pregunté sin previo aviso-.

-¿Perdón, ¿qué has dicho, Felisa?.

-Que si te parezco guapa-le repetí con un leve encogimiento de hombros-.

-¿A qué viene eso?-frunció el ceño con media sonrisa extrañada-. Claro que me lo pareces. Eres un amor de niña. ¿Pero por qué me preguntas una cosa así?.

-Porqué desde que llegamos no has dejado de mirarme. He visto como se te iban los ojos por mi cuerpo. Como tanto me lo mirabas pensé que a lo mejor no te gustaba.

-¡FELISA, POR DIOS!-enrojeció como un tomate-. Ay, dios mío...no es eso, mi amor...verás, es que yo...ay, no sé como explicártelo...es que estás creciendo...y te estás haciendo muy atractiva...vas a ser una mujercita preciosa...

Solo esas palabras bastaron para que me arrojara sus brazos, para darle un beso en la mejilla. No podía evitarlo, me encantaba que me dijeran cosas bonitas.

-...y verás...no quería que me descubrieras, me da vergüenza...yo no debería de mirarte como lo he hecho.

-¿Por qué?-pregunté rápidamente, confusa-.

-Pues porqué no está bien. Eres mi nieta, y te amo. Te adoro desde que te vi por primera vez, siendo un bebé de días. Yo no puedo mirarte así.

-¿Por qué?-repetí; no entendí su explicación-.

Dio un suspiro, se rascó la nuca e intentó encontrar las palabras mientras que yo me quedé a la espera de ver qué me decía. Se le veía bastante turbado...pero sus ojos, de nuevo, apuntaban a mi cuerpo de forma inconsciente. Le costaba no mirarme.

-Porqué eso debería hacerlo algún chico al que quieras, alguien a quien le gustes, y que quiera estar contigo...yo soy tu abuelo...no debo mirarte de esa forma...

-¡Pero si a mí me gusta!-exclamé jovial, con total naturalidad, sin el más mínimo atisbo de maldad por mi parte-. Si me da calorcito...

-¿¡Cómo dices!?-casi se le desencajó la cara ante mi respuesta-.

-Eso, que me da calorcito. Sobretodo cuando me miras “ahí”-señalé con la mano, apuntando entre mis piernas-. Siento como un calorcito que me invade todo el cuerpo. Es muy rico...

-¡Ay dios!. No Felisa, perdóname, eso no te debería pasar, yo...

-¡Eh, pero si no pasa nada!. ¡Me gusta!. ¡Gracias!.

Le fui a dar un beso y un abrazo...y al apretarme contra él (siempre he sido muy afectuosa, y me encanta tocar a la gente), de pronto noté, justamente a la altura de mis caderas, junto a mi entrepierna, algo que se había rozado contra ella. ¡Era él!.

-¿Qué es esto?-y antes de que él pudiera reaccionar, movida por la curiosidad, le toqué justo ahí, posando mi mano para palpar a ver de qué se trataba-. ¡Anda, pero que duro está!. ¿Qué es esto, abu?.

-¡No!. ¡No lo toques!-intentó apartarme-. Eso no se hace. Tienes que aprender a controlarte, Felisa. No debiste tocarme. Está mal.

Puso un tono tan enfadado, tan severo conmigo, que sentí como si me rompiera por dentro. Estaba a punto de echar a llorar. Nunca me había hablado en ese tono.

-No...no llores, por favor...lo siento mucho ¿vale?, es que fuiste muy impulsiva, cariño...y debes aprender a no ser tan directa...

Intentó abrazarme, con cierta timidez. Al hacerlo, podía notar que su durez, esa que había notado, había desaparecido por completo. No había nada, aunque me pareció sentir como si algo palpitara ahí dentro. Apretada más contra él, mi abrazo tuvo efecto estimulante sobre él: su durez volvió de golpe. No entendía nada. ¿Pero qué diablos era lo que pasaba allí debajo?.

-Abu, ¿pero qué te pasa?. Antes notaba algo ahí abajo, luego no estaba, y ahora vuelve a estar. ¿Estás enfermo?. ¿Pero qué te pasa?-repetí-.

Se quedó de una pieza, y yo aproveché su confusión para volver a tocarla. Sí, esa cosa, fuera lo que fuera, volvía a estar ahí. Él intentó apartarme, pero ya no pudo: había sabido cogerle bien con ambas manos, y movida por la curiosidad toqueteé aquello, sin saber que al hacerlo estaba ayudando a que estuviera más duro.

-¡Guau!. Tiene que ser enorme...ahora sí que está realmente duro. ¿Qué es, abu?. ¿Qué es lo que tienes en el pantalón, que está tan duro?. ¿Me dejas verlo?.

Los ojos me brillaban, presa de la excitación. Al mirarlo a él, podía sentir que él también parecía excitado. No podía dejar de tocar aquello. ¡Me encantaba!.

-Cariño...no sé si debería hacerlo...esto que haces...mmmm ay por dios...mmmm está bien, niña traviesa...pero solo un poco, ¿de acuerdo?...solo un ratito...

Se bajó la cremallera, y entonces por ella asomó algo que aún ahora me provoca unas intensas sofocaciones: un troncho de carne, cilíndrico, grueso, muy caliente y duro, apuntándome directamente a la cara.

-¡Guau, que cosa!. ¿Esto es lo que tenías ahí?.

-Sí, Felisa, es esto...normalmente es mucho más pequeño, pero nos crece así, al ver a una chica guapa como tú...

Su piropo me hizo ruborizar de emoción. Quise darle otro beso, pero su cosa me lo impedía, no llegaba a abrazarle. Al intentarlo, se me coló por debajo de mi faldita, se puso entre mis piernas...y sentirlo ahí hizo que yo, sin saber porqué, lanzara un suspiro de puro placer. Era una sensación extraña notar algo tan enorme justo entre mis muslos.

-Que rico, abu. Me siento muy caliente, mmmm me da gustito notar tu cosa entre mis piernas...gracias abu, te quiero muchísimo.

Él estaba paralizado, y yo cada vez más excitada. No lo sabía entonces, pero en aquel momento el pobre abu estaba debatiéndose entre parar todo aquello antes de llegar a un punto de no retorno, o dejarse llevar por mi inocencia y curiosidad naturales. Esto segundo fue lo que ganó.

-¿Quieres tocarla?-preguntó, tímidamente, casi en un susurro, pero que yo lo oí perfectamente-. ¿Te gustaría?.

-Síiiiiii-sonreí de oreja a oreja-. Me gustaría mucho.

Dejé de abrazarlo, y entonces bajé la cabeza para mirar muy detenidamente su cosa. Era un pedazo de carne enorme, endurecido, palpitante. Según lo empecé a tocar noté como las mejillas me ardían. Me estaba poniendo muy colorada, y al mirar a abu, él entendió que para él era tan excitante como para mí.

-Cariño, ¿puedo besarte?.

-Claro que sí, abu, me encantan tus besos.

-No, mi amor...este beso es diferente. Quiero besarte en la boca. ¿Puedo?.

Asentí varias veces con la cabeza, y con su cosa entre mis manos, asomando por fuera de sus pantalones, abu se reclinó un poquito (él era más alto que yo; debía medir 1’80, mientras que yo estaba por los 1’60-1’65, más o menos) y me dio mi primer beso en la boca. Fue riquísimo: posó sus labios en los míos, llevó su mano hasta mi cara y me acarició la mejilla, en tantos que mis manos estaban bien centradas, acariciando su cosa. La imagen era tan embriagadora que me sigue provocando palpitaciones, si me pongo a pensar en ello.

-Mmmmm que rico, abu...¿me puedes besar más veces?.

-¿Te ha gustado?.

-¡ME HA GUSTADO MUCHO!. Porfa, abu, dame más besitos de estos. Bésame más veces. Quiero que me beses.

Mis manos, movidas por algún instinto que no comprendía, estaban haciendo eso mismo: moviendo su cosa, girándola de lado a lado, como si enrollara un canelón. Me gustaba sentir eso en mis manos, quería acariciarlo sin parar. Al apretarme contra abu, su cosa rozó de nuevo contra mis muslos, y la sensación me volvía loca de contenta. La apreté un poco con mis piernas, como si deseara que se quedara allí por siempre. Era tan nuevo todo, tan especial...me sentía como en otro mundo.

-Mmmmm ay abu...me siento que ardo...me encanta esto que hacemos...me gusta todo esto...

-¿Te gustaría hacer más?-volvió a preguntar con un hilillo de voz-.

-¿Pero es que hay más?. Sí, claro que quiero. ¿Qué puedo hacer?.

En vez de decirlo en voz alta, como si temiera ser oído, me lo susurró al oído. Al escucharlo, los ojos se me abrieron como platos, fruto de la expectación. ¿De verdad era posible hacer eso?. ¡Guau!. ¡Estaba como loca por hacerlo, aunque solo fuera por saber cómo era!.

-¡Claro que lo haré!. Te quiero abu.

Me arrodillé enfrente de él, con su cosa justo enfrente de mi cara, aún entre mis juguetonas manos, que lo mantenían como a mí me gustaba: grande, duro y ardiente. Su visión, su tacto, su candor...estaba viviendo el mejor momento de mi corta vida. En mi ingenuidad, me sentía como nunca antes. Era como estar en el cielo.

Estaba nerviosísima, como no lo había estado antes. Muerta de miedo, como si temiera que me mordiese, me acerqué a su cosa...y le di el primer beso en la cabeza, roja y grande, de su cosa. Abu lanzó un suspiro delator. Creo que le había gustado. Me sabía raro besar “eso”. Volví a darle otro beso, muy liviano y breve. No sabía muy bien como esperaba él que lo hiciera, no me dio instrucciones, solo que si quería, que lo hiciera. Ya que no sabía muy bien, qué hacer, improvisé sobre la marcha. Acogiendo su cosa entre las manos, dejé al aire solo su cabeza, para poder besarla mejor. Los besos eran solo con los labios, nada más, y empezaron a ser más largos cuanto más le iba cogiendo el gusto a hacer aquello. En mi último beso, debido a las convulsiones de abu, abrí algo la boca y sin quererlo, la cabeza de su cosa entró en mi boca. Fue todo un shock. ¿Cómo podía eso entrarme en la boca?.

Fruto de la sorpresa me la saqué de inmediato...pero me había quedado con una duda: ¿en verdad podía “tragarme” eso?. De manera que, en vez de besar, fui con cierta timidez probando a metérmela como si fuese una piruleta. Cuanto más podía tragar, más usaba la lengua para mojarlo todo, y que me entrase mejor. De tan largo, casi me rozó la campanilla, lo que me provocó una nausea. Tosí y tuve que recuperar el aliento, pero vi que había merecido la pena: había conseguido metérmela casi toda.

-¿Cariño, estás bien?. ¿Lo dejamos?.

-No, tranquilo…coff, coff...es que no esperaba esto-dije con lágrimas en los ojos por la tos-...no te preocupes...ya, ya estoy bien...no, no hace falta...puedo seguir...

Quería demostrarle que era una chica lista y aplicada, y que podía confiar en mí. Recuperara de la sorpresa inicial, volví a hacerlo, pero esta vez evité que se repitiera la situación de antes. Con ella en mi boca, hice lo que abu me había pedido, y comencé a chupar de ellas como si fuera un polo de helado: la iba sacando y metiendo de la boca, a la vez que usaba la lengua para enroscarla por su cosa. Mmmmm ¿cabe decir que era lo más delicioso que había probado en mi vida?. ¡Mil veces mejor que cualquier helado!.

-Mmmmm Felisa...que dulce eres, mi niña...sí, así es como te dije...sigue así mi amor...te quiero, chiquilla...mmmm lo haces fenomenal, eres preciosa...sigue así, sigue y no pares...ya te lo diré yo...

No había palabra que pudiera definir lo feliz que me hacía lo que abu y yo, en el granero, estábamos haciendo. Me sentía la niña más dichosa y agraciada del mundo por tener a alguien como él, que me quería tanto. Quería hacerle saber lo mucho que él era para mí, cuanto lo quería, así que quise chupar su cosa con más fuerza. Movía la cabeza con más energías, y le chupaba todo aquello con unas ganas tremendas. Hasta comencé a usar la mano para sujetarla y moverla mejor. Cuanto más chupaba, más me gustaba, y cuanto más me gustaba, más se la chupaba.

-Uffffffff...para ya, Felisa...para, por dios...déjalo ya, o no podré contenerme por más tiempo. ¡Para!...Felisa, ¡para ya!...

No sabía de qué me hablaba, pero obedecí. Me incorporó de nuevo, y me dio un beso muy largo, esta vez usando la lengua, que me supo a bendición celestial. Cuando el beso terminó, me preguntó algo al oído, y yo esbocé una cara de alegría alucinante. No entendía lo que me pedía, pero sabía que sería algo muy especial, así que le dije que sí con los ojos vidriosos: siguiendo sus instrucciones, me quité mis braguitas...y entonces vi algo increíble: ¡estaban húmedas!. Era muy raro, porqué no tenía ganas de orinar y no creía haberlo hecho. ¿Entonces de donde salía toda esa humedad?.

Abu se llevó mis braguitas a su nariz, y las olió. Esbozó una mueca de placer de esas imposibles de olvidar. Las olió varias veces, y entonces me giró, para que quedase apoyada contra la viga, como estaba él antes, y así él poder agacharse entre mis piernas. Cuando dijo “devolverme el favor”, ignoraba a qué se refería. Ahora lo entendía. ¿Me daría tanto gusto eso como él había sentido conmigo?.

Miré a mi querido abu, con su cabeza entre mis pierna, con su boca a menos de un centímetro de mi entrepierna, con sus ojos clavados en los ojos, y me sentía como en el séptimo cielo. Si el paraíso fue algo parecido, que tontos fuimos por perderlo. Según pensaba esas cosas, imaginaba que abu haría lo mismo que yo, que besaría mi cosita del mismo modo en que lo hice. Nada que ver: sopló. Pero no como las velas de una tarta, si no como quien forma vaho en una ventana. Su aliento era cálido, me lo echó lentamente en mi cosita...y me sentí como si fuese a explotar. Qué maravilla, qué sensaciones, eran maravillosas, eran fantásticas, no sabía que algo así pudiera dar tanto placer.

¡OH POR DIOSSSSSSSS!. ¿Placer?, ¡PARA NADA!. Placer fue lo que sentí en el momento en que me dio mi primer beso en mi cosita. Fue como si un huracán hubiera viajado por mi cuerpo, lo sentía agitarse de arriba abajo. Abu comenzó a darme besitos, y más besitos, así hasta sentirme rara, como si de nuevo volviera a orinarme, pero abu me tranquilizó diciendo que eso era normal cuando las chicas se excitaban, y que a los les pasaba algo parecido. Yo no sabía nada, solo que eso que me estaba haciendo era lo más fantástico del mundo, y que me lo hacía a mí, su niña del alma querida. Me hacía sentir orgullosa de él, lo amaba. Era el mejor hombre del mundo.

Cuando pasó la lengua en lugar de los labios, cuando lamió en vez de besar, me sentía ascender, como si hubiera muerto y los ángeles me recibieran en el cielo. Era una pasada sentir todo lo que sentía. Abu parecía saber perfectamente lo que hacía, ya que le veía muy entregado, iba directo a mi cosita, la tocaba, besaba y lamía con una pasión y una entrega absolutas. Así me lo hizo durante varios minutos, hasta que me pidió que si tenía ganas de gritar, me contuviese todo lo posible. No entendía porqué me decía eso, hasta que sentí como si una marea creciera dentro de mí, desde mis entrañas, algo que iba subiendo de tono, agrandándose, dominándome, poseyéndome, tomando control de mi cuerpo, de mi mente, de mi alma...no sabía qué era, pero me daba igual, quería que eso me dominase, que me poseyera, que hiciera conmigo lo que quisiera. Dejé que abu me hiciera a su deseo...y tuve que apretar los dientes al sentir como ese algo me sacudió por dentro hasta derrumbarme. ¡Qué experiencia, que gozada, era increíble!.

-¿Estás bien, mi amor?. ¿Va todo bien?.

-Sí, abu...estoy muy bien-le sonreí, jubilosa, aún con el corazón palpitándome en los oídos-...te quiero, abu-me tembló la voz de la emoción-...te quiero muchísimo...

-¿Te gustaría verme a mí disfrutando como tú lo has hecho ahora?.

-Síiiiiiii, claro que quiero...¿qué tengo que hacer?...

Abu se volvió a poner junto a la viga, y yo a su derecha, de modo que él podía rodearme con el brazo. Usando mi mano derecha, seguí sus instrucciones y tocando esa cosa suya, la agité de adelante atrás cada vez más rápido, tal como me ordenó. Podía ver su cara retorcida, el gesto cambiado, su expresión debatiéndose entre un dolor y placer combinados, así hasta que, ahogando un grito que me imagino sería de esos que dejaría sordo a cualquiera, noté su cuerpo combarse y para mi asombro, con una expresión de total sorpresa, vi como de su cosa salió disparado algo parecido a leche. Salió a chorro, o mejor dicho, en chorros, porque aquello no paraba de salir. Podía notar como a abu le costaba respirar, pero al mirarme, me volvió a besar en la boca, como sellando ese gran momento compartido entre los dos. Casi estaba a punto de llorar de la emoción. Sin yo pretenderlo, había tenido mi primera experiencia sexual...y había sido insuperable.

Aún con ella en las manos, noté como perdía toda su dureza hasta que se quedó en nada. Menos que nada. ¿Pero como diablos era posible que su cosa encogiese de esa manera?. Así se lo pregunté a él, sin mediar palabra.

-Esto es lo que pasa cuando nos sale lo que has visto. Que se nos encoge, porque se nos va toda la excitación. Al gozar, quedamos relajados y entonces se nos encoge, y vuelve a su estado natural.

-¿Entonces es esto para lo que sirve?-pregunté, señalando a su cosa-.

-¡Claro que no!-se rió-. Con esto se tienen niños.

Meneé la cabeza, petrificada. ¿Niños?. ¿Cómo?, ¿es que salían de esa cosa?, ¡eso era imposible, los niños eran muy grandes para salir por ahí!. Al decirle lo que le pasaba por mi cabeza, abu estuvo a punto de estallar en sonoras carcajadas.

-¡Qué cosas tienes!. No funciona así, cariño. Verás: “esto”-se la tocó, y me hizo tocarla a mí-...tiene que colarse por “ahí”-y acarició mi cosita, con muchísima suavidad y ternura-...y lo que viste, esa leche, hace que tú puedas tener hijos en unos nueve meses más o menos...aunque no siempre sucede que por hacerlo, tengas niños. Eso ocurre solo a veces.

A un año vista entre esa charla y ahora, en que escribo esto, se produjo un salto evolutivo en mí. Desde este año de distancia, puedo valorar en su justa medida lo que abu me dio a enseñar, y el modo en que lo hizo. No fue rudo, ni tampoco lo disfrazó de alegorías o de formas extrañas, ni tampoco me causó un trauma con ello. Fue sencillo, directo. Fue perfecto...aunque algo incompleto. Yo me encargué de rellenar los huecos.

-¿Y da gusto?. Porqué eso no me lo has dicho. Lo de tener niños-aclaré-..

-¿Lo que hemos gozado?. Pues eso se nada en nada, en comparación. Aunque no tengas niños, el goce es inmenso.

-¡Joooo!-protesté-. ¿Y entonces por qué no lo hicimos así?.

Abu se quedó de una pieza ante mi réplica. Tardó varios segundos en contestar, y lo que dijo supuso todo un enigma para mí.

-Porque a lo mejor te habría hecho daño. Verás, cariño, las mujeres tenéis como una telita justo “ahí dentro”. No te asustes, no es algo malo, es solo que nacéis con ello. Eso es lo que se llama “virginidad”. Cuando la telita se rompe, entonces es que ya dejas de ser virgen, y que puedes mantener relaciones amorosas con la gente que quieres, que es como debe ser.

-Pues no lo entiendo-repuse con media sonrisa y mirada escéptica-. ¿Y cómo se rompe esa telita?.

Abu apretó los labios en una mueca irónica, como conteniendo la risa, y ladeó la cabeza hacia su cosa. La cara que se me puso en ese momento tenía que ser impagable.

-¿En serio?-y abu asintió con la cabeza ante la pregunta que hice, con la cara de estar viendo un fantasma-. Guauuuuuu-alargué la sorpresa, casi sin poder creerme todo lo que me estaban contando-. ¿Y no duele?.

-Algunas sí, otras no. Y algunas sangran un poco, otras no sangran. Nadie sabe porqué pasa, pero es así. Por eso no hemos hecho eso, cariño: no quería lastimarte.

-¿Lastimarme?. Pero si me has hecho muy feliz-sonreí tiernamente-. Te quiero, abu. Te quiero mucho.

-Yo también a ti-dije mientras le besé-. Pero ahora volvamos, o van a sospechar. Tienes que prometerme que guardarás el secreto, ¿de acuerdo?. No se lo puedes contar a nadie, o se enfadarán mucho contigo, y también conmigo. ¿Entiendes?. Tiene que ser un absoluto secreto, Felisa. ¡Absoluto secreto!.

Se puso tan serio, que me asustó. No entendía el porqué debía callarlo, si había sido todo tan especial y fantástico, pero esbocé un solemne “lo juro”, y luego volvimos a vestirnos para volver a casa. Ni siquiera sabía cuanto tiempo habíamos estado allí. Se me había hecho eterno, y sabía que, pasara el tiempo que pasara, ya nunca jamás podría olvidar aquel cobertizo de granja. Lo llevaría para siempre en mi corazón.

-Abu-le llamé mientras volvíamos a casa-...

-¿Si, cariño?.

-¿Por el culo también se tienen niños?.

Giró la cabeza como una exhalación, con gesto asombrado.

-¿Cómo?.

-Es que he pensado que como tenemos dos agujeros, a lo mejor el culo también sirve para esas cosas.

-Pero que rara eres a veces-dijo, en una frase que mami también solía decirme a veces. Al ser padre e hija, se copiaban muchas cosas entre ambos-. No cariño, el culo es solo para hacer tus necesidades-se reía-. Además, imagínate que tuvieras esa telita ahí dentro. Al final reventarías como un globo si no pudieras evacuar.

-Ah, claro, es verdad, no me había dado cuenta-y nos reímos los dos-.

-Que cabecita más loca tienes...pero no la cambies por nada, ¿vale?. Te quiero.

Finalmente, entramos en casa, y actuamos como si nada pasara. Lamenté entrar en casa nada más pasé por le puerta, porque me quedé con una pregunta en el tintero, y ya no pude preguntársela. La pregunta...

Durante los siguientes días, abu me rehuía. No abiertamente, pero buscaba una excusa, cualquiera, para no quedar a solas conmigo. Eso me exasperaba, primero porque deseaba estar a solas con él, y en segundo porque la pregunta no me la podía sacar de mi cabeza. Oh, casi lo olvidaba: esa misma noche, tras mi primera vez con abu, me costaba horrores dormir. El recuerdo de lo que hicimos, de lo que sentí, me dominaba el deseo y la pasión. Mi mano derecha descendió por mi pijamita, se coló por el pantalón, y toqué mi cosita, muy suavemente. Sentí una corriente eléctrica que surgía de mi cosita, y que me recorría el cuerpo entero. El recuerdo de la cosa de abu, de su tacto, de su sabor en mi boca...las sensaciones se me repetían, y cuanto más tocaba, más nítido estaba todo, y así estuve hasta que fui capturada de nuevo por ese éxtasis. Sin proponérmelo, descubrí lo que era masturbarse. No tenía ni idea de que pudiera hacer algo así.

Menciono esto porque, como tres o cuatro días después, me estaba duchando por la mañana, para limpiarme y despejarme la cabeza, cuando la pregunta me asaltó. No lo podía evitar, estaba presente en todos los actos de mi vida, pero que pasara en la ducha le daba un matiz especial. Sin entrar en detalles, que eso lo explicaré después, el caso es al estar en la ducha se provocó un efecto extraño en mí, una especie de experimento, tal vez fruto de la casualidad, o de la oportunidad, ya que a esas horas estaban todos abajo, en la huerta, que hacía las veces de comedor. Aprovechando el sol, se ponía una mesa y varias sillas, para comer al aire libre. Tuve vía libre para soltar mis instintos...y bien que lo hice. Satisfecha con la experiencia, solo tocaba una cosa: contárselo a alguien.

Me costó, pero finalmente logré pillarle a solas en el cobertizo, varios días más tarde. No podía entender porqué le veía tan avergonzado, cuando lo habíamos pasado de lo lindo, lo mejor. Quiso disculparse, excusarse, intentar decirme que aquello había sido tan solo un error y que nunca debía repetirse.

-Pero si fue genial...fue maravilloso, abu. Yo no me arrepiento de ello, abu. Hice lo que hice porque quise hacerlo. No te sientas mal, abu. No fue malo-sonreí-. Además, si vengo que contarte que tengo un regalo para ti.

-¿Cómo dices?. ¿Qué regalo?.

En lugar de responder, simplemente me quité las braguitas, y me subí la faldita, haciendo lucir mis piernas y mi trasero. Me giré, acaricié mis nalguitas, y entonces se lo dije, con mi mejor alegría en la cara.

-Te lo regalo.

-No lo entiendo. ¿El qué me regalas?.

-Mi culito, tonto-reí-. Te lo regalo. Es tuyo. Puedes usármelo si quieres, y no te preocupes, que no me lastimarás. Ya lo he comprobado que puedes metérmela por ahí.

-¿¡CÓMO!?. ¿¡PERO QUÉ DICES, FELISA!?. ¿QUÉ HAS HECHO?.

Me hizo gracia su reacción. Parecía como si le estuviera contando que le había pillado robando millones en un banco.

-La otra vez me quedé con una pregunta que hacerte, y no me dio tiempo porque habíamos entrado en casa. Y estos días me ha sido imposible hablar contigo, así que no me quedó más remedio que responderme de otra manera.

-¿Pero qué pregunta era?. ¿Y qué has hecho para responderla por tu cuenta?.

-Muy fácil, la pregunta era: “¿por el culo también se goza?”.

-Ay dios-se llevó una mano a la cabeza-...¿y qué has hecho?.

-Comprobarlo-respondí con total naturalidad-. Empecé hace un par de días, en la ducha. Como me estaba enjabonando, aproveché la espuma y probé a ver si me entraba algún dedo. ¡Llegué a meterme cuatro, y eso que empecé con el dedo corazón!. Y al ver que no me disgustaba, usé uno o dos cepillos de dientes, esos con el mango alargado. Cómo estaban bien limpios, pude usarlos...y hasta luego los cambié por peines. Eso sí, después lo limpié todo, para que nadie supiera ni viese nada. Los dejé como los chorros del oro. Así que ahora ya puedes meterla por ahí si quieres. ¿Qué te parece, abu?.

Pero abu no respondió. Es más, se pasó un buen rato mirándome, con los ojos un tanto entornados, un tanto abiertos, así de forma sucesiva.

-¿Y dices que te metiste mangas de peines y cepillos de dientes por el culo?.

-Claro, si hasta lo limpié todo antes. Y ahora está perfecto, lo he limpiado adrede para ti. No hay suciedad ni esas cosas. Es mi regalo para ti, abu. Porque te quiero.

Abu entornó la boca hasta hacer una “o”, que casi era como un punto de grande, a la vez que los ojos se clavaban en los míos. Finalmente, tras unos segundos de estarse como una estatua, vino hacia mí.

-Cariño, has sido muy imprudente. ¿No has pensado que algún peine te podría hacer vacío en el culito?. Si hace vacío, se atasca y entonces no lo podrías sacar, ¿y has pensado luego en como explicarías a tus padres el tener un peine metido por el culo?.

¡Guau!. Ni siquiera había pensando en algo semejante, ni se me había pasado por la cabeza que algo así pudiera suceder. Me asusté un poquito, no lo niego, pero la cosa no pasó de ahí, por lo que no había nada que lamentar.

-¿Y en serio has hecho todo eso tú sola?, ¿por iniciativa propia?.

-¿Tan raro te parece, abu?.

Su sorpresa me sorprendía. No entendía que eso le extrañara tanto. ¿Acaso es tan raro tener iniciativa propia?.

-¿Y te gustó lo que hiciste?. ¿Disfrutaste?.

-Bueno...al principio mucho...no me desagradaba, pero...mmmm...pero luego sí que notaba algo...pero era muy raro...mmmm...

Había comenzado a gemir, porque abu me había dado la vuelta, me arqueó algo, haciéndome apoyar contra una viga del cobertizo, y estaba masajeando mi trasero, me lo acariciaba de forma espectacular. Incluso se agachó para verlo mejor, y yo se lo puse en pompa mucho más, para que pudiera tocarme como quisiera. Me provocaba sensaciones muy placenteras, su masaje en mi trasero me hacía gemir y remojarme los labios, hacía que cerrase los ojos y me dejase llevar. Sus fuertes manos de granjero eran al tiempo de una delicadeza supina; parecía duro, rudo, pero era todo lo contrario.

-¿Y dices que es para mí?. ¿Me das tu trasero?.

-Mmmmm...sí, abu...te lo doy...es todo tuyo, para ti...si quieres puedes...adelante abu, estoy preparada...me he preparado para ti...

Él no me dijo nada, al menos de momento. Solo me siguió acariciando el culo, y lo hacía francamente bien. Sentía que mi cuerpecito se iba calentando, lo que me hacía sentir se extendía a todas partes. Al cabo de unos minutos, escuché un “riiiiiiiip”, y supe que se había bajado la cremallera. Fue cuando volvió a hablar.

-Tienes que volverlo a besar, cariño. Cuanto más mojadito esté, mejor entrará en tu culito y así podrías sentirlo mejor.

-¿Y no me hará vacío, con lo grande que es?.

Ante mi réplica, dicha con la mayor naturalidad del mundo, abu soltó una sonora carcajada, y me miró con gesto divertido. Luego me dio un besito, y me dijo que debía ponerme a ello. Cuanto más le besase su cosa, más rápido la tendría humedecida y más rápido podría hacer uso de su regalo. No sé porqué, pero le veía muy apurado. Debía de tener prisa. Fuese como fuese, el caso es que me apliqué muy bien a la tarea. Y como a mí me gustaba tanto besarla y tocarla, me entregaba gustosamente a cumplir como una buena niña todas sus órdenes. Su cosa me parecía lo más especial del mundo.

-Mmmmmm...eso sí, cariño...lo haces muy bien...le estás cogiendo el gusto, ¿eh, Felisa?...ya veo como te gusta...ufffffff sí, eso es...no pares...dale besitos, Felisa...bésala mucho, dale mimos...eres fantástica, mi amor...eres la niña más hermosa del mundo...

Sus piropos llegaban hasta lo más hondo de mi ser, me incentivaban para seguir acariciando, besando y metiéndome en la boca su hermosa cosa, que ya estaba tan dura como a mí me gustaba. Palpitaba como si fuese a estallar en mis manos, y yo movía mi cabeza adelante y atrás, chupándola entera, entrando todo en mi boca y saliendo después de ella. Si por mí fuera, ya se podía parar el tiempo. Nada me apasionaba más que estar con la cosa de abu en mi boca: sabía mejor que cualquier otra cosa.

-Ya...ya está preparada, cariño...Ven, ponte derecha-me incorporó, volviendo de nuevo a ponerme con la espalda arqueada-...prepárate...ya sé que te has preparado, pero esto no es un peine...tal vez sientas algo de daño...

-No te preocupes, abu-me giré para mirarle a los ojos-...estoy dispuesta...

-Te quiero, cariño-me besó-.

Lo que pasó a continuación solo puedo definirlo como una explosión. Todo mi cuerpo reaccionó, de forma violenta, a la sensación que me produjo sentir como la cosa de abu comenzó a entrar por mi orificio trasero. Y “entrar” tampoco define muy bien lo ocurrido: no entro, más bien “apretó” con todas sus fuerzas hasta que al fin venció toda la resistencia de mi culito, e hizo más fuerza aún para colarse por él hasta que casi logró meterme sus pelotitas. No pude reprimir un gemido de dolor, un dolor intenso, tanto que acabé tosiendo como si me faltara el aire, como si algo en la garganta impidiera que el oxígeno llegase a mis pulmones. Abu tenía razón: aquello no era un peine. Era un pene. Parecido, pero no igual.

-No te preocupes, cariño...te prometo que lo peor ya pasó-dijo mientras buscaba mis pechitos con sus manos, atrayéndome hacia él-...ya lo verás...espera un momento, a que te acostumbres...y luego gozarás conmigo...gozaremos juntos, mi niña...

Con el dolor que me tenía atravesada, me daba igual lo que me decía, porque tan solo podía atender al dolor de mi culo, terriblemente desvirgado. Mi mente solo podía centrarse en repetir la misma palabra una y otra vez: “duele, duele, duele, duele…”. Aún así, le creí, aunque no porque fuese sincero (en aquel momento no lo sabía), si no por la sensación de que me partiría por la mitad, que iba a romperme en dos mitades. Su cosa me iba a matar con la fuerza de su penetración...y yo quería morirme allí mismo.

El bombeo dio comienzo al pasar varios segundos de tranquilidad, cuando abu se dio cuenta de que se me había ido la tos y parecía haber pasado ese primer impacto ante su acometida. Se apretó contra mí, abrazándome, buscando llenarme de caricias y besos mientras se iba apropiando de mi culito. Con cada nuevo meneo, sentía mi cuerpo como si me traicionara, porque las cosas que empezaba a sentir me estaban gustando cada vez más, a pesar del dolor anterior. No entendía lo que pasaba, solo sabía que me gustaba: lo que abu me hacía me gustaba. Me gustaba cada vez más.

-Mmmmmmm abuuuuuu...ufffff me escuece un poco abuuuuu...pero me gusta, sí que me gusta...sigue abu, sigue...te quiero...te quiero, abuuuuuu...

-Que linda es mi nena, pero que hermosura eres, Felisa. Eres la chica más bella del mundo, la más sexy, la más todo. ¿Es esto lo que querías que te hiciera?, ¿te gusta lo que te hago?. ¡Dime!, ¿te gusta?.

-¡SÍ!...¡sí que me gusta!. ¡Me encanta, me parece fantástico!...¡méteme toda esa enorme cosa dentro!...¡me gusta sentirla en mi culito!...me arde todo, pero me gusta, no sé porqué pero me gusta...¡dame duro, abu!...¡que bien me siento!...¡quiero más, abu, lo necesito!...¡por favor, sigue!, ¡SIGUE!...

Los dos solos en aquel cobertizo, a plena vista de cualquier que entrase allí, abu y yo estábamos dominados por una enloquecida euforia sexual desatada. Abu taladraba y taladraba en mis entrañas mientras yo me derretía. Mi cuerpo estaba que ardía de pura pasión. Quería estallar en llamas, podía notar la cabeza de la cosa de abu, golpeando con saña en mi interior, llegando a provocando oleadas de satisfacción, y bien que así siguió hasta que, incapaces de hablar coherentemente, ambos cedimos a la lujuria más animal, al deseo en su estado más puro, y en ese ambiente de sexual secretismo sentí algo muy parecido a cuando abu me besó en mi cosita, a cuando yo me la toqué esa noche en la cama, al irme a dormir, pero mucho mayor.

No solo eso, también sentí como la leche de abu impregnaba mi culito, sentía su leche derramarse dentro de mí, provocándome que me derrumbase en él, que quedase desmadejada, totalmente desnuda para ese entonces (él me había sacado toda la ropa en mitad de nuestra danza amatoria), y con una sensación de lleno como no podía imaginar que era posible sentir. La cosa de abu palpitaba, entraba y vertía su líquido en mí, lo que aumentaba mi felicidad si cabe. Cuando por fin se salió de mí, noté como una sensación de vacío, y como la leche de abu resbalaba por mis piernas...pero, pese a todo, me sentía radiante, exultante. Abu me había procurado una iniciación sexual como jamás imaginé que pudieran darme.

-Te quiero abu-dije mientras agité su cosa, deseando sentir como deshinchaba y encogía-. Gracias-le besé en la boca. Él correspondió y usó su lengua para buscar la mía y de ese modo coronar aquella apoteosis-.

-Cariño, ¿y si yo te dijera que esta leche, como la de las veces, también se puede beber?. ¿Y qué incluso te ayudaría a ser más fuerte y más bonita?.

-¡Guau!-me impresionó tamaña revelación-. Pero no tenemos vaso para beber.

-Entonces podrías beber de aquí directamente, ¿te parece?. Yo te la daré toda.

-Síiiiiiiiiii. A mí me encanta la leche, ya lo sabes abu.

-Esta sabe diferente, mi niña-me previno-. A lo mejor no te gusta el sabor.

-Si no me la das, nunca lo sabré-comenté risueña-.

Abu me hizo arrodillar, y mientras que yo le observaba mover su mano como la otra vez yo se la había movido, esperé pacientemente a que su leche asomara por fuera de su cosa. Ayudé un poco para que me la diera lo antes posible: aprendí a dar lamidas, o lametadas (no sé cual es la correcta), justo en la cabecita de su cosa, y le di varias, así tardaría menos. Debió gustarle lo que le hice, porque aceleró los movimientos y veía su mano mover como loca su cosa, tan deprisa que me parecía ver varias manos y no solo una ja, ja, ja. Total: que le costó, pero logró volver a derramar leche. Obedecí su orden, y según me dio el aviso, me tragué su cabecita rosada a tiempo para notar los chorros de su leche en mi boca, directos a mi garganta. Como no lo vi, solo podía intuirlo, pero me daba la sensación que no había sacado tanto como la otra vez. De cualquier manera, mi objetivo estaba cumplido: me lo tragué todo. Esa fue la primera vez. Luego hubo más.

-Pues no sabe tan mala-le dije-, pero es muy espesa. Nunca había bebido esto, es algo raro-y entonces, después de hablar con la boca llena, tragué todo lo que tenía y me sentí como nueva, como si hubiera tomado un buen reconstituyente vitamínico-. Abu, ¿me la podrías dar más veces?. Quizá así me acabe gustando de verdad.

-Como desees, mi amor-me miró con ojos de enamorado, y me abrazó-.

Me sentí realmente dichosa. Abu, aún vestido, se apretaba contra mi cuerpo sin ropa, totalmente en cueros. Casi me sentía como si tuviera un ángel guardián que fuera a protegerme de todo mal.

-Abu...

-¿Si?.

-¿Me quieres?.

-Mucho.

-¿Me lo volverías a hacer de nuevo?.

-Pero cariño, ¿no te escuece por haberlo hecho ahora?-se sorprendió-.

-Sí, lo noto como si lo tuviera al rojo, como un resquemor que lo notase por todo mi culito...pero me gustó. ¿Me lo vuelves a hacer?.

En esta ocasión, nos fuimos a otra parte del cobertizo, cerca del heno, y allí nos echamos a la larga. Yo me senté sobre él, siguiendo sus indicaciones, y de cara a él, que estaba boca arriba, me hizo sentar sobre su cosa hasta que volví a sentirla dentro de mí. Abu me dio libertad plena para moverme como yo quisiera, pero que tenía que mover el cuerpo de arriba abajo o de adelante atrás. Lo entendí a la primera: en lugar de empujar él dentro de mí, era yo la que ahora podía sentarme sobre su cosa, para sentir como iba metiéndose dentro mío. Era como montar a caballo, o algo parecido, solo que con cada meneo de mi cuerpo, su cosa entraba y salía de mi orificio posterior. Ya ni me dolía ni resquemaba, solo lo disfrutaba. Aprendí a cabalgar a abu, y lo cabalgué hasta que llegó ese éxtasis divino en forma de leche.

Me movía primero usando las piernas para rebotar sobre él, pero como eso me cansaba, cambié y pasé a contonear las caderas adelante y atrás, a moverme sobre abu, sobre su cuerpo, para sentir ese dolor maravilloso, ese placer infernal, que era el sentir la penetración del hombre más especial que nunca había conocido. A poco de acabar, él me hizo poner a cuatro patas en el suelo, sobre el heno, y volvió a penetrarme al tiempo que apoyé las manos en la pared. Jugó con mis pechis, los acarició y me besó el cuello, generando una corriente eléctrica de placer por mi cuerpo, así hasta derramarse una vez más dentro de mí. Podía notar como caía por los muslos de las piernas. Era muy feliz.

¿Cómo explicar la felicidad?, ¿con qué palabras definir la euforia?. Me sentía en una nube...pero al mismo tiempo, algo me faltaba. Desde que abu y yo hacíamos todas esas cosas, yo estaba viviendo la época más feliz de mi vida, me desvivía por hacerlo el hombre más feliz de la tierra tanto como él se esmeraba por convertirme en mujer, por hacerme madurar. El problema es que me moría de ganas por descubrir eso de lo que él me había hablado tanto, pero qué se negaba a hacer conmigo. “No quiero hacerte daño”, me decía, y eso lo entendía, pero en sí mismo ya me dolía, aunque no fuese físicamente.

(Aquí es donde debo hacer una breve parada. La situación familiar era holgada, lo bastante para pasar con los abuelos un par de meses por verano, razón por la que me encontraba con tiempo de sobras para jugar, corretear por ahí...y vivir instantes un poco más íntimos. Lo que intento decir es que entre un encuentro y otro había algunos días de diferencia, y tenía tiempo de sobra para hacer todo lo que he ido contando.)

De tanto insistir, había llegado a enfadarme un poco con él, así que no hubo más remedio que dejarlo estar. De hecho, me había cortado de raíz nuestros encuentros, y yo estaba cada vez más triste. Ahora que había descubierto lo que era eso ya no podía, ni remotamente, volver a lo de antes. Todo era diferente, y eso me dejaba algo trastocada. Me pasaba los días preguntándome cuando podría volver a disfrutar de abu como antes, cuando se acabaría todo, y como podría llegar ese día anhelado en que le tuviera de la manera en que yo lo deseaba. La respuesta llegó, curiosamente, sin yo esperarlo.

Sin esos momentos íntimos (la palabra sexo no la había aprendido aún; eso tardé poco después en comprenderlo), todo se sumía en una letárgica rutina: comer, pasear, ir a dormir, ir de camping...unas vacaciones como las otras que ya había tenido. Así estuve unos días, un par de semanas, no lo recuerdo bien ahora, hasta una tarde especialmente calurosa. Mami y la abuela querían ir de compras, y como ninguna sabía conducir, tuvo el abuelo que llevarlas. Cómo en el coche no cabíamos los cinco, y a papi no le apetecía ir con ellos, pues nos quedamos los dos solos, pasando el rato. Aprovechando la soledad tanto él como yo íbamos muy ligeros de ropa, él iba a pecho descubierto, y yo con una camiseta muy fina que transparentaba todo. Con el calor que hacía, incluso así estaba de lo más sofocada. Era infernal.

Que papi me viera semi desnuda a mí me daba igual. Quiero decir que, desde que era pequeña, yo le había visto sin ropa y él me había visto sin ropa. Era algo natural, sin malicia, y aprendí de mis padres a no ser pudorosa ni tampoco exhibicionista, que el cuerpo humano era como era. Por tanto (y espero haberme explicado bien), daba igual si hubiera estado totalmente en cueros ante papi, que ni él reaccionaría mal, ni yo lo haría tampoco. Por tanto, y ya voy a lo que importa, que el estar en aquella situación a solas con papi, los dos semi desnudos, no me despertó el instinto por vivir un “momento” de esos. Al menos, no en ese momento (valga la redundancia).

-Buffff oye Felisa, voy a ir al baño a darme una ducha fría, estos calores no hay quien los aguante. ¿Te quedas por aquí mientras tanto?. No creo que venga nadie, pero nunca se sabe.

-Vale-dije mientras bebía agua fría, el enésimo vaso en lo que iba de tarde. Por tanta agua que había bebido comenzaba a sentir complejo de copa ja, ja, ja. ¿Nunca os ha pasado que de tanta agua bebida, la notáis en el estómago como sus fueseis una copa llena?. Pues eso mismo notaba yo-. ¿Mami y los abuelos tardarán en llegar?.

-No lo sé, imagino que para poco antes de cenar-se encogió de hombros-. ¿Nos vamos a la huerta después de que salga de la ducha?. Nos ponemos en la mesa, debajo de la sombrilla, a ver si refrescamos algo.

-Vale-repetí-...creo que me voy a derretir...

Papi fue al cuarto de baño, y quedé por allí, sin saber lo que hacer para quitarme el calor de encima, pero más que el calor, mi problema fue otro más inmediato. Como a los diez minutos de haber entrado papi a la ducha, noté mi bajo vientre doliéndome: De tanta agua bebida, ahora tenía que evacuarla, así que fui al baño y llamé a la puerta, que estaba cerrada.

-¿Si?.

-Papi, tengo que ir al retrete. ¿Puedo entrar un momento?.

-¿Tiene que ser ahora?.

-Es que no puedo aguantarme. He bebido demasiada agua.

-Anda, pasa-dijo con tono resignado desde el otro lado de la cortina de la ducha-. Ya te dije que no bebieras tanta agua fría...a ver si no tardas...

Entré como una exhalación, con papi dándome la espalda, y me senté en la trona dispuesta a aliviar la vejiga. No podía entender como vaciar aquello podía dar tantísimo placer, di un largo suspiro de alivio y me quedé como nueva. Tras limpiarme, de pronto miré a papi a través de la cortina de la ducha, vuelto de espaldas para no exhibirse ante mí. No le di importancia, supuse que ahora que era un poco más mayor, que le viese del todo desnudo le daría más pudor que antes. ¡Pero yo ya no sentía pudores!. Después de lo ocurrido con abu, ¿qué más me daba verlo a él?. Y encima, me pareció ver como una sombra. Por sombra me refiero a que papi no estaba girado del todo los 180º, por lo que podía intuir que su cosa era de buen tamaño. Bueno no, prominente. Sugerente...

No me lo pensé dos veces. “A falta de abu, ¿por qué no papi?”. Tenía que darme prisa, así que me desvestí en un abrir y cerrar de ojos y me metí en la ducha con él antes de que papi pudiera reaccionar.

-¡FELISA!. ¿¡Pero qué haces!?.

-Oooooooh...que gustazo...es que tengo calor papi...mmmmmm que rica está el agua fría...me encanta...necesitaba esto...lo siento, papi, pero no podía aguantar más...

Papi me miró de arriba abajo. Desde que había echado cuerpo, mi ídem se había desarrollado, y las curvas lo habían ido definiendo poco a poco. Mis pechitos, antes del todo planos, ahora se habían redondeado. Tenían la forma justa, redondita, cabían en las manos por los pelos. Mi culito, entre el desarrollo y los mimos de abu, se había formado y era respingón, de formas lisas, sin lunares ni nada. Mi cintura comenzaba a estilizarse y a definirse, en tanto que mis caderas habían ensanchado algo (supuse que los instantes de pasión con abu habían ayudado en algo a eso). También mi cara desarrollaba un poco camino hacia la madurez, pero la inocencia y picardía de mis ojos color malva (en serio; son malvas, aunque de lejos parecen azul oscuro) seguía intacta. El pelo, de un castaño almendrado, me lo había dejado crecer un poco, y ahora me llegaba hasta los hombros. ¡Ah!, y la forma de mis pezonis había cambiado, la aureola se había definido un poco más grande, casi una esfera perfecta, cuyo color contrastaba con el tono algo pálido de mi piel (ni tostándome al solo logro coger un mínimo de moreno, aunque tampoco tengo ese blanco lechoso en el cuerpo; estoy en el punto intermedio)...y los ojos de papi no se perdían un solo detalle de todo lo que he descrito. Me revisaba de arriba abajo. Yo no podía parar de sonreír: me miraba igual que abu semanas atrás.

-¿Soy guapa?.

-¿Cómo dices, Felisa?.

-Que si soy guapa. Es que no paras de mirarme de arriba abajo. ¿O me miras por que soy fea?.

-¡No, por dios!. Nunca pienses eso. Es que...no había vuelto a verte así desnuda desde hace años...debías ser una niña entonces...como has cambiado...

-¿Entonces te gusto, papi?.

-Sí, sí que me gustas, Felisa...vas a convertirte en una mujer preciosa dentro de poquito tiempo. Ya lo verás, te harás mucho más guapa que ahora.

-¡Jo, papi, que se me suben los colores!.

Presa de la alegría, no pude reprimir mis deseos por abrazarlo. Eso sí, fui con un poco de cuidado, no fuese que resbalásemos y nos diéramos el gran batacazo ja, ja, ja. A ese abrazo se unió un beso muy tierno en los labios, que a papá lo cogió completamente desprevenido (y esa era mi intención). Mi sospecha resultó cierta. Nada más fui rozarme contra él, la cosa de papi despuntó aún más de lo que ya lo estaba. Y aquello hizo que mis ojitos malvas brillasen aún más: ¡que cosa tenía!. ¡Superaba incluso a abu!. ¿Cómo podía mami jugar con semejante tamaño?. ¡Tenía que saberlo!.

-¡NO!, ¡FELISA!. ¿¡PERO QUÉ HACES!?, ¡PARA!...¡PARAAAA!...

Los gritos de papá de poco sirvieron: antes de que pudiera reaccionar, llevé mis manos por su culo, para agarrarlo bien de allí, y usarlos como ganchos para asegurar mi posición. Arrodillada en la bañera, cogí la cosa de papi con mi boca y me engullí todo lo que pude, sin hacer parada para tomar aire. Si me lo pensaba más tiempo, papi tomaría la delantera y no podría disfrutármelo como quería. ¡Mmmmmm, que rica!. Con el agua fría, su cosa resbalaba y entraba a las mil maravillas por mi boquita de labios carnosos.

-Nooo, quietaaaa...¿pero qué estás haciendo?, ¡PARA!. ¡PARA, TE DIGO!. ¡TE HE DICHO QUE PARES!...

Yo prefería seguir a lo mío, sabía que si me aplicaba lo bastante, papi dejaría de protestar y entonces atendería a razones...y dado lo mucho que había aprendido con abu, estaba claro que no me costaría mucho tiempo convencerle. Como tenías las manos algo ocupadas en evitar que papi me echase de su lado, tuve que usar la lengua y los labios a fin de manejar todo aquello. A faltas de manos, tuve que aprender a manejar su cosa con la boca...y aprendía rápidamente las lecciones.

-¡Oh dios mío!...¡no puede estar pasando esto, es imposible!...¡Felisa, no sigas ya con esto!...¿pero por qué lo haces?...uffff díos mío, ¡DIOS MÍO!...¡AAAARGH!-gimió entre dientes cuando le hice un par de succiones profundas; esto es, tragármela entera, y luego sacarla del todo hasta la punta, para volverla a tragar-...¡¡JODER!!...¡en mi puta vida me habían hecho eso!...¡FELISA, PARA!...¡¡DIOSSSSS!!-repetí la maniobra. Si él decía la verdad, pues pensaba repetirla para que la disfrutase de nuevo-...¡me vas a dejar sin vida, me vas a matar si sigues así!...ufffff-le temblaba la voz-...

Aparte de chupar y succionarle toda su cosa, a veces cambiaba y le procuraba lo que con abu no hice, pero que aquí me salió de casualidad: pasarle la lengua, de la base a la punta, por la parte de abajo. Le pegaba un buen lametón a lo largo de todo el tronco ida y vuelta, coronando la lametada con toquecitos en su cabecita roja. Al darle allí con la lengua, provocaba que se la movía de un lado a otro, pero no demasiado lejos de mi cara, solo lo justo para tantear el volver a tenerla en la boca. Las mejillas se me inflaban intentando tragármela toda. Su cosa era grande.

-¡VEN AQUÍ!-y de pronto, con una fuerza que me cogió por sorpresa, logró que abriera las manos, de modo que pudo apartarme de su lado, y me incorporó como si me levantase de un salto. Nunca le había visto así-. No sé qué coño pasa aquí...pero ten por seguro que vas a saber lo que es bueno.

Sus ojos, azules, parecían negros como el carbón. Como carbón ardiendo. Sentía que su mirada me atravesaba de lado a lado, me miró unos instantes en total silencio, y por un momento, me intimidó. Sentí verdadero miedo de lo que haría conmigo...fue en ese preciso momento de mayor miedo, cuando reaccionó, y me besó violentamente. Abu era más tierno besando, pero papi no. Papi era mucho más intenso. Ni siquiera me daba tiempo a reaccionar. Su leche me recorría la boca con unas ganas que me superaban. No era capaz de estar a la situación.

-Soy tuya, papi-le dije, cuando dejó de besarme, una vez notamos la falta de aire en nuestros pulmones-...soy toda para ti...y esta cosita también es tuya-y llevé su mano a mi entrepierna, donde él me miraba-...papi te quiero...¿tú me quieres?...

-No sabes lo que has desatado. ¿Quererte?. ¡Hoy vas a aprender lo que es eso!.

Se agachó, y posó mi boca en mi entrepierna, en mi cosita de poco pelo. Ante la primera lametada me sentía derretir en sus manos. Papi había cedido a quien sabía qué impulso, y ahora se me abalanzaba como si fuera un animal furioso. Yo me dejaba hacer porque no podía hacer otra cosa, solo resistir aquellas maravillosas caricias de las manos de papi en mis pechis. La forma en que sus dedos recorrían, jugaban y toqueteaban mis pezonis era tan salvaje que sentía como corrientes eléctricas que me iban de lado a lado. Sus pulgares, fuertes y brutales, se posaban en ellos y los amasaban y retorcían. Nunca había sentido algo parecido. ¿Cómo unas cositas tan pequeñitas daban tanto placer?.

Y a eso se añadía que su boca parecía estar violándome, por la fuerza con que la chocaba contra mi cosita, entonces mi delirio ya iba de mal en peor, poniéndome más y más encendida, con ganas de subir hasta la estratosfera...pero sin viaje de vuelta. Todo lo que quería era sentir aquellas cosas que papi me hacía sentir, me estaban poniendo al borde de la locura. ¡Qué gran amante, que arte tenía, parecía saberlo todo!. Mi boca, ya húmeda y mis labios remojados a base de relamerme, suspiraba y jadeaba de forma muy sensual, tanto que cuando papi me miraba fijamente a los ojos, lamía más fuerte.

-¡Prepárate!...Esto...va a doler.

Su tono serio me asustó, pero no podía escabullirme. Me había atrapado con su cuerpo, de manera que no tenía elección. Me apoyó de espalda a la pared, mirándole de frente, separó mis piernas todo lo que pudo, y se sujetó su cosa con una mano. Se veía tan grande...y mi cosita tan pequeña...¿de verdad que tanto podría entrar en tan poco?.

Salí de dudas apenas cinco segundos después. Papi me puso la cabeza de su cosa justo rozando con mi cosita, un roce que parecía muy excitante...pero esa excitación fue convertida de forma súbita en dolor. ¡Y QUÉ DOLOR!. ¡DIOS DE MI VIDA, SENTÍ QUE ME ESTABA MATANDO!. Sentí un desgarro mucho mayor que cuando abu me penetró por primera vez, y como una extraña...ruptura, o algo así, como algo roto (¿esa telita de la que abu me había hablado, tal vez?). Papi se había quedado muy quieto, pero había logrado ensartarme con su cosa, la tenía toda dentro, y pequeña no era, no. Dolor no era lo que sentía, no se aproximaba ni por asomo a lo que mi cuerpo sentía ante una invasión de tamaña envergadura (énfasis especial en “tamaña” y “dura”). La palabra que me venía a la mente era una que había surgido, años atrás, jugando al scrabble en casa: “mortificación” (la recuerdo por lo larga y rara que me sonaba, tanto que tuve que ir a buscarla al diccionario). Sí, eso era: papi me estaba mortificando con su cosa.

-¡Esto es lo que pasa cuando se juega a cosas de mayores!...No te preocupes, no dolerá para siempre, y lo he hecho de un solo golpe precisamente para evitar hacerte una penetración larga y difícil, eso hubiera sido peor. Ya te acostumbrarás...y será pronto.

Por mucho que papi quisiera aliviar lo mal que me sentía, no era posible. Pensé, en mi inocencia, que tener un momento íntimo usando mi cosita en vez de mi culito, iba a ser lo mismo. ¡JA, TONTA DE MÍ!. ¡NO TENÍA NADA QUÉ VER!. Usar mi parte posterior era totalmente distinto a lo que ahora estaba recibiendo su bautismo de fuego, y nunca mejor dicho lo de “de fuego”, porqué el ardor que sentía era como si estuviese quemándome por dentro, era algo tremendo, y estuve así creo que un buen rato, no lo sé seguro...solo sé que cuando todo parecía volver a la calma, cuando parecía que todo se había terminado, papi inició el bombeo...no tenía ni idea de lo que me esperaba.

-Prepárate...Esto...vas a gozarlo.

No le creí. ¿Gozarlo, con lo que me dolía?. Él sí, desde luego, lo gozaría, pero la idea de que yo pudiera disfrutar con sensaciones tan atroces a cuestas era poco más que una mera fantasía pero, claramente, poco podía hacer yo entonces. Estaba a su merced, aprisionada, empalada, rendida a todos sus deseos. Con el cansancio que me había dado esa primera penetración, ya podría arrojarme desde un quinto piso, que ni me hubiera podido resistir. Solamente me dejaba hacer.

-Mmmmmm que apretada está mi chica...esto es una pasada...jamás había visto nada semejante...eres muy cálida, cielo...eres un amor...ya verás, vas a aficionarte a esto más rápido que a las chuches...

¡Imposible, imposible de todo punto!. ¡Nada superaba el placer de comerse unas buenas chucherías de kiosco ja, ja, ja!. ¿En serio esperaba que le creyera, diciendo tales disparates?.

-Papi me dueleeee...no seas rudo papiiiiii...porfa no me hagas daño...

Tenía los ojos vidriosos, húmedos, con ganas de llorar debido al dolor, aunque a papi eso parecía darle lo mismo, él estaba a lo suyo. El que mi cosita se apretase contra la suya, no sé porqué, parecía darle nuevas fuerzas. ¿Por qué?, ¿es que contaba como un extra el que estuviera tan cerrado?. ¡Pues claro que estaba cerrado, era mi primera vez!. ¿Qué esperaba, que estuviera abierto como si fuese...yo qué sé...el Arco del Triunfo de París?. Eso sí que sería digno de admirar.

-Voy a ser muy suave contigo, no tengas miedo...te prometo que te encantará. Te prometo que antes que acabe todo esto, lo disfrutarás. Va a ser lo mejor de tu vida.

Papi me hablaba mientras no dejaba de bombear en mi interior, empeñado como parecía estar en conseguir que mi cosita alcanzara la categoría de “cosota”. El bombeo ya no era tan suave, y sí bastante rítmico. En ese ritmo había...no sé, algo...no sé como definirlo, era algo...no sé...una sensación de confort...de bienestar...me recordaba a abu, a las primeras veces en que abu y yo teníamos nuestros encuentros...pero esto era algo distinto...más intenso...uffff...y crecía, vaya que sí creía. Mmmmm...dios santo...¿pero de donde salía todo esto, de donde?.

-Ahhhhhh...papiiiiiiii...¿qué me haces, papiiiiii?...

-Aaaah, pillina...¿ya lo sientes, verdad?. ¡Dime!. ¿Lo sientes?, ¿sientes como te crece desde dentro?...¿lo notas crecer en tu interior?...

-¡Sí!...síiiiiiii...sí que lo noto...me inunda por dentro, me llena...me siento llena de ti, papi...sigue haciéndomelo...no te pares, por favor...sigue así...

La situación era imposible de parar: mis piernas colgando por los brazos de papi, sus manos en mi trasero sujetándome, su boca besándome a ratos, y su cosa, enorme y rígida como una regla, golpeaba con furia mi cosita desde dentro, como si quisiera tirar abajo un muro con ella. ¡Y lo increíble de todo eso es que lo estaba disfrutando!.

-¡Vamos, mi niña!. ¡Déjate penetrar!. ¿Te gusta dejarte, verdad?. ¿Te gusta todo lo que papi hace contigo?. ¡Dímelo!. ¿¡TE GUSTA!?.

-¡SÍ!. ¡¡SÍ QUE ME GUSTA!!. ¡¡ME GUSTA MUCHÍSIMO!!. ¡¡SOY TODA TUYA, TODA PARA TI!!. ¡¡HAZME LO QUE QUIERAS!!. ¡¡TE QUIERO, PAPI!!. ¡¡TE QUIEROOOOOOOO!!...

Su cosa comenzó a penetrar con mucho más brío, con más energía, tanto que por un segundo creí que en verdad me iba a cortar en dos como quien corta un trozo de leña con un hacha muy afilada. No solo penetraba, papi hasta usaba sus piernas para bajar y subir un poco, de madera que su penetración era aún más profunda e intensa. Lo hizo un poco, porque una vez metió la directa, se limitaba a moverse sus caderas y a penetrarme con todo el deseo, la lujuria y el cariño del mundo. Me sentía querida por él como nunca entonces me había amado. A pesar del placer, del dolor y de todo lo demás, me sentía la chica más afortunada del mundo, porqué tenía el mejor padre del mundo: un padre que quería profundamente a su hija. Y cuanto más velozmente me penetraba, más me quería.

-¡¡MMMM!!...¡¡PAPIIIIIII!!...¡SIENTO ALGO!, ¡LO SIENTO!...¡ME VIENE, ME VIENE!...¡¡PAPIIIIIIII!!...

-¡¡GOZA, COSITA MÍA!!. ¡¡GOZA CONMIGO!!. ¡¡VAMOS, PERRITA, VEN A GOZAR CON PAPÁ!!...¡¡TE VOY A ENSEÑAR EL VERDADERO PLACER!!...

Su  ritmo, ya endiabladamente enloquecedor, hizo que el frenesí fuese carente de toda cordura. Literalmente nos volvimos locos, papi no paraba de abrirme mi cosita, de dilatarla a base de entrar y salir, me sentía como extrañamente ahogada, agotada, pero más feliz de lo que lo estaba nunca, y en esa felicidad, aquella sensación creció y creció hasta que me irrigó por dentro, hasta hacerme gritar de pura locura justo en el momento en que papi culminó su gran obra, y sentí su leche derramarse dentro de mí. Nunca me había imaginado que pudiera dar tanto placer sentir vaciarse a un hombre dentro de una. Nuestros mutuos éxtasis quedaron coronados por unos movimientos últimos, casi como temblores o estertores, no lo sabía bien, porque esas últimas penetraciones eran débiles, con tembleque, mientras él vertía su leche en mí. Fue un instante mágico.

Acalló mis gritos con un beso de esos que difícilmente podría olvidar jamás. Nos quedamos algo de tiempo así, quietos, juntos, unidos como solo dos personas se pueden unir. Todo mi cuerpo, mi ser, mi alma, hasta lo más hondo de mí, estaba unido en una comunión de todas las partes desperdigadas de mí, un puzzle que en un abrir y cerrar de ojos había quedado juntado y terminado, componiendo la viva imagen del éxtasis y del placer. Papi tardó lo suyo en salir de mí, supongo que porque quería alargar su instante de felicidad todo lo que pudiera...cosa que por supuesto yo estaba encantada de que me tuviera penetrada por más tiempo. Si por mí fuera, me pasaría así la vida, con papi muy dentro de mí, bañándome en su leche.

-Te quiero, Felisa-y me dio un nuevo beso. Al igual que los anteriores, su bigote me hacía cosquillas en la boca, y me hacía reír-. Te quiero muchísimo.

Le acaricié el pelo, cuyo tono yo había heredado (mami era rubia, de ojos verdes brillantes; papi los tenía castaños; como los míos salieron malva...es un misterio), y fui a besarlo de nuevo. Agotada, casi exhausta, notaba el corazón en los oídos, palpitando y palpitando, agitado, pletórico. Para cuando papi salió de mí, mi estado solo se podría calificar de “nirvana” (no el grupo musical, si no lo otro). Había muerto y estaba en el mismísimo cielo. Al notar como salía, me agaché para mimarla y besarla un poco. Fue asombroso ver como perdía su dureza y quedaba blanda, como plastilina.

-Al final no nos refrescamos tanto como esperábamos...

Mi comentario, lanzado al azar, hizo que papi se riera mirándome con gesto muy divertido. Nos abrazamos, con el agua aún recorriendo nuestros cuerpos. A pesar de que salía el agua fría, nosotros estábamos más acalorados que antes.

-No entiendo como ha pasado esto-dijo papi, con gesto torcido-. ¿Cómo hemos llegado a esto?.

-Porqué nos queremos-me encogí de hombros, con gesto contento-. ¿Eso no es nada malo, verdad?.

Papi giró un poco la cabeza, frunció algo el ceño y se pasó varios segundos sin apartar los ojos de mí, como pensando en algo profundamente.

-¿Quieres que nos vayamos a la huerta, a sentarnos a la sombra?.

Asentí varias veces con la cabeza, con gesto risueño. Terminamos de ducharnos, y luego nos fuimos a la huerta, a sentarnos en las sillas que teníamos para comer fuera. La mesa tenía insertada por el centro una sombrilla bastante grande, que podía girarse a voluntad, para taparnos del sol. Estábamos desnudos. La huerta, la finca entera, tenía un muro que era dos o tres veces la altura de papi, de manera que nadie nos miraba desde la calle o desde el campo contiguo, y no había casas cerca lo bastante altas para mirar por el interior. Teníamos privacidad total.

-Me encanta mirarte...estás guapísima...

Me sonrojé de mil colores, y me llevé la mano a la mejilla mientras agachaba la cabeza con gesto tímido. Un poco tonto tras lo que acabábamos de hacer, pero no podía evitar ruborizarme con la timidez propia de mi edad. Los dos estábamos sentados uno junto al otro, con la sombrilla tapándonos del sol...y nuestras manos acariciándonos. A papi, del mismo modo que a abu, le gustaban mis pechis. Los acariciaba tanto como los miraba, y a veces se agachaba para llegar a ellos y besarlos. Sus besos me sacudían como si fueran latigazos, me atravesaban de parte a parte.

-Papi...

-Dime, cielo.

-Tengo algo para ti.

-¿El qué?-preguntó con gesto divertido-.

-Esto.

Me levanté de mi asiento, me senté en su regazo, de espaldas a él...y rocé su cosa con mi culito. Lo hice varias veces, para que supiera a qué me refería. La cara de papi se podía haber plasmado en un cuadro en ese momento, se había quedado a cuadros.

-No...no puedo...¿pero qué dices?...Felisa, esto es...te voy a hacer mucho daño si le meto por ahí...no puedo hacerlo...

-No te preocupes, papi...no me dolerá-sonreí pícaramente, negando con la cabeza un par de veces-...es para ti, papi...un regalo por hacerme tan feliz...

Seguí rozándome contra su cosa, que se puso dura en poco tiempo. Papi se puso también a acariciarme mi culito, me lo palmeaba con sus manos fuertes, me lo tocaba y sentía, hasta lo apretaba un poco. Comenzó a respirar fuerte, a bufar como un toro...cosa que, en adelante descubrí que a veces le pasaba si se excitaba demasiado. Parecía como un animal en celo.

-Vamos, papi...está esperando por ti-me lo acaricié para él, pasando mis manos por mis nalguitas respingonas y delicadas-...te necesito dentro, papi...te necesito...

Escucharme decir eso debió hacerle estallar por dentro, porque su cosa creció tan rápido que apenas me dio tiempo a verlo. Sujetando bien mi cuerpo por mis caderas, me quedé muy quieta, y dejé a papi hacer. Apunto su cosa a mi culito, y entonces probó un poco, a ver si podía meterla o no. Se llevó una buena sorpresa.

-¡Joder!. ¡Imposible!. ¡IMMMMPOSIBLEEEEEE!-gritaba mientras su cosa iba entrando con facilidad pasmosa, y eso tenía él: cara de pasmo-. Ufffffff pero esto no es posible...santa madre de dios...¡que me entra toda!...¿¿y no te duele??-se asombraba-...¡y luego dicen que ya no hay misterios en el mundo!...¡¡diosssssss, que gozada, esto no lo había probado nunca!!...¡¡tu culo es fenomenal, me calza como un guante!!...¡¡Felisa, te vas a entrar de lo que vale un peine!!...

-¿¿Y lo que vale un pene también??.

Papi no se contuvo, y ante mi juego de palabras lanzó una sonora carcajada, pero pronto dejó de reír para centrarse en tenerme bien penetrada, algo que estaba deseando sentir hasta lo más hondo de mí. Al estar bastante entrenada con abu, para mí era algo más fácil disfrutar cuando su cosa se colaba por mi agujero posterior. Que ahora papi se lo estuviera disfrutando, y descubriendo lo fácil y abierto que estaba, solo incentivaba el deseo que tenía por él. A eso se sumaba el hecho de hacerlo al aire libre, cosa que con abu jamás había pasado. Siempre lo habíamos hecho en el cobertizo, como a escondidas del mundo. Con papi no. Con él era a la vista, como proclamando que todo aquello que hacíamos era válido, legítimo, y que no teníamos de qué avergonzarnos. Yo lo amaba. Amaba a papi. ¿Cómo podía ser malo dejarle mi culito para que gozara de él?. ¿Cómo podía ser malo sentir toda su durez en mi boca, o dentro de mí?. ¡Absurdo!.

-Mmmmm cariño...hazme un favor...estira las piernas, déjalas caer por las mías y quédate abierta...eso es...ahora acaríciate...tócate para mí, déjame verlo...

-¿Así?, ¿así me toco?. ¿Está bien así?.

Las manos de papi estaban afianzadas en mis pechis, que lo volvían loco. Tal y como me ordenó, empecé a acariciar mi cosita para él. Estaba tumbada sobre su cuerpo, y él podía ver perfectamente todo lo que hacía. La verdad que acariciarme así para que él lo viera me otorgaba sensaciones y fantasías muy placenteras. Con ambas manos me toqué mi cosita, y luego la abrí para él. A continuación, mientras sentía como papi me perforaba y dilataba mi culito, usé la yema de los dedos para ir acariciando aquel sitio en donde papi había estado poco antes, en la ducha. Casi podía sentir como si su cosa aún estuviera allí dentro, en vez de bien acomodado en mi culito.

-Mmmmmm ¿te gusta tocarte, Felisa?...¿sientes cosas muy ricas, cariño?...¿qué sientes al tocarte ahí abajo?...

-Me siento muy bien, papi...me arde todo, me siento muy caliente...me gusta lo que hago contigo...todo lo que hago me encanta...mmmmm...¿así está bien, papi?...¿así es como lo quieres?...¿te gusto, papi?...¿te gusto?...

-Me vuelves loco, Felisa...nunca hubiera imaginado hacer esto contigo...¿quieres que entre más en ti?...¿te gusta que te den por el culo, verdad?...eres una caliente, vas a ser tan caliente como tu madre...¡no, más aún!...con ella nunca pude hacer esto...¡jamás pensé que pudiera disfrutarlo tanto!...¡Quiero tu culo!...¡quiero darte por el culo!...¡todo mi rabo es para ti, todo para ti, pequeña!...¿lo sientes bien adentro?, ¿te gusta?...

En aquel estado, que mencionara todo aquello no me impactó. Sencillamente, es que no podía pensar en esas cosas. Todo lo que podía hacer era participar de su placer, participar de sus favores, de lo bien que me estaba penetrando, de cuanto me quería, de su “rabo”, como él lo llamó (¿“rabo”, como el de un animal?, qué gracia ja, ja, ja), bien ensartado dentro de mis prietas carnes adolescentes. En aquella postura papá solo tenía que hacer un leve meneo de caderas para ejercer el tan rico mete y saca...pero papi me sorprendió, porque de pronto imitó a abu: me llevó contra el muro de la finca, con una toalla sobre la hierba, me puso de rodillas sobre ella, mis manos en el muro...y papi por detrás de mi, de nuevo con sus manos en mis pechis, y su cosa de nuevo ensartando mis carnes. ¿Qué más podía pedir?.

-¡Así, así sí que puedo follarte como yo quiero!...¡¡Mmmmm que pechitos tiene mi nena!!...ya verás, te van a crecer una barbaridad, los chicos se van a volver locos al vértelos!!...¡¡pero son míos!!...¡solo yo te los tocaré, solo yo podré hacer uso de ellos, te los comeré y chuparé hasta que me canse!...¿¡me sientes dentro de ti!?, ¿¡me sientes!?...

-¡SÍ!...¡TE SIENTO MUY DENTRO!...¡ENTRA DENTRO DE MÍ!...¡¡ENTRA TODO LO QUE QUIERAS!...¡GÓZAME EL CULITO PAPIIIII!...¡GÓZAME!...¡SOY TUYA, SOY TU AMANTE, TU AMOR, TU NENA QUERIDA!...¡¡UFFFFFFF QUE RICO ES SENTIRTE EN MI CULITO!!...¡¡AY DAME PAPI, DAMEEEE!!...

Ni qué decir tiene que papi obedeció y cumplió a las mil maravillas. Su rabo (no puedo evitar reírme al llamarlo así) seguía duro, caliente, y con el firme deseo de dejar mi culito bien trabajado y gozado. En aquella postura, que parecía gustar mucho a los hombres, papi podía empujarme mucho más fuerte...cosa que hizo. Llegaba a sentir una pizca de dolor, pero solo lo justo para no quejarme. Ni por todo el oro del mundo quería que papi dejase de hacer lo que me hacía...

...y no quería que parase porque los dos nos encontrábamos al borde del éxtasis, otra vez. Papi, que besaba mi cuello haciendo como que lo chupaba (que rico era, hacía que yo sintiera cosas nuevas que desconocía), o buscando mi boca haciendo torcer algo la cabeza, al tiempo que sus manos exploraban con gusto mis pechis (que nunca fueron dejados de lado; tanto abu como papi, mis pechis fueron más que bien atendidos; con el tiempo me hice tanto a esas atenciones, que si no me los tocaban, besaban o lamían, me ponía tristona, me faltaba algo). Entre nuestros meneos y nuestros roces, papi aceleró un poco sus penetraciones, y por fin, entre roncos gemidos y temblores de puro cansancio, sentí a papi hacerme la mujer más feliz sobre la faz de la tierra: se vino dentro de mí, en mi culito, y yo gocé como nunca lo había gozado entonces.

Sentí el cuerpo de papi caer sobre el mío, presa del cansancio. Sostuve su peso y me quedé muy quieta, mientras sentía como el rabo de papi palpitaba irrigándome en mi interior, llenándome de su semilla preciosa. Había sido un acontecimiento celestial, una experiencia religiosa, una iluminación. El amor en su estado más puro y precioso. Amor sin parangón, sin distorsiones. Solo amor. Me sentí verdaderamente amada por papi. Él rodeó mi cintura con sus brazos, me besó varias veces y quedamos abrazados en aquella postura, varios minutos, ya enderezados, aún de rodillas, pero sin apoyarme en el muro y sí, aún penetrada. Si había un cielo, yo acababa de descubrirlo...y quería pasarme toda la eternidad en él. Acaricié la nuca de papi mientras él deslizó su cabeza por encima de mi hombro, buscando mi boca. Papi sabía dar un buen beso. ¿Había algo que no supiera hacer bien?.

-Mmmmmm que bien se está así, papi...me gusta estar entre tus brazos...

-Desde luego, que encanto eres...incluso cuando seduces a tu padre sigues siendo una maravilla...¿qué narices voy a hacer contigo?.

-¿Quererme?-pregunté rápidamente, sin pensarlo-.

Mi padre reculó una pizca, sorprendido por mi réplica.

-Yo siempre te querré-me respondió, y me encogí como una hoja, ruborizada y con risa nerviosa-. Siempre serás mi niña. Te quiero-me besó-.

Volvimos a las tumbonas, pero esta vez yo me senté en su regazo, como medio apoyada o recostada sobre él. Hablábamos de cosas, de todo...y de nada. No podíamos parar de tocarnos, de acariciarnos, aunque ya no volvimos a hacerlo esa tarde. Tampoco nos hacía falta, estábamos más que satisfechos. Papi me contaba cosas de los hombres, de la forma en que se fijan y hacen con las chicas, que algunos eran buenos, y algunos otros, no lo eran. Yo escuchaba atentamente sus palabras mientras él posaba sus manos en mi cuerpo, acariciándome. Su mano derecha estuvo un buen rato posada en mi cosita, tocando y acariciando algo que ya era suyo para siempre. Eso era aún más erótico que todo lo demás: estar tocándonos, desnudos, hablando como si nada.

Para cuando mami y los abuelos llegaron, papi y yo estábamos vestidos y de lo más natural, sentados en la huerta. Mamá se quedó algo extrañada al vernos.

-¡Vaya panda de vagos!-se quejó-. ¿En serio os habéis quedado así todo el rato?.

-Casi todo-respondió papi-. Nos dimos una ducha fría y luego bajamos aquí para estar bajo la sombrilla. Ha hecho un calor espantoso. Ni siquiera podíamos quedarnos a ver la tele dentro de casa.

-¿Y tú, Felisa?. ¿No has ido a ver a alguna amiguita, nada?.

-No mami. Además, ¿para qué la necesito si ya tengo a papi?.

Papi se me quedó mirando sorprendido, más que escandalizado o con gesto tosco o preocupado que lo pudiera delatar. Abu, que estaba justo al lado, se quedó tan extraño de oírme como mami.

-¡Pero que rara eres a veces!-dijeron al mismo tiempo, sin querer-.

Se giraron, mirándose fijamente, y todos estallamos de la risa. La verdad que fue un momento muy divertido.

Después de ese primer encuentro con papi, mi actividad se incrementó un poco, pero tampoco demasiado. Abu y papi no sabían de mis encuentros con el otro, y prefería que así fuera. Aprendí a ser cauta y muy recelosa de mis cosas, pero sin perder por ello mi carácter extrovertido y alegre. Simplemente sabía como hacer para quedar a solas y aprovechar la ocasión. En un descuido, estaba con la cosa de abu en la boca, en un sitio apartado, o en otro momento, ayudaba a papi a aliviarse, enseñándome las artes con que una mujer exprime a un hombre para sacarle su leche. En lo que restó de vacaciones, la verdad sea dicha, hice un cursillo acelerado, o al menos la primera parte. Sé que papi se encargaría de que completase el cursillo en casa, cuando volviéramos, y la idea bullía en mi cabeza. Cada vez me gustaba más.

A poco de volver, yo estaba con ganas de hacer algo, algo apoteósico. Un broche de oro con el que culminar el maravilloso verano de amor y sexo (papi me enseñó esa y otras palabrejas del estilo, aunque hubo algunas no me gustaron mucho...sobretodo esas que, según me contaba, eran las más técnicas o científicas para definir lo que tenemos hombres y mujeres; me parecieron asquerosas). Mi desfloración sexual había sido toda una novedad, y más que novedad, una apertura a las maravillas y placeres de la vida: un acontecimiento, que narices. Por tanto, para culminar mi verano de amoríos, necesitaba de algo que estuviese a la altura de las circunstancias...y de pronto, lo supe. Ya sabía lo quería como colofón final...y solo de imaginarlo, me encendía.

Tuve que devanarme la sesera para encontrar el modo correcto, y también dónde sería más apropiado para hacer lo que pretendía. En un primer momento consideré que ocurriera en la cama, a solas en la habitación...pero lo deseché por demasiado evidente, y demasiado clásico. Aparte del hecho de que si mami y la abuela entrasen a buscar algo en ese momento preciso, menuda sorpresa se llevaría de verme en un momento íntimo en el que, precisamente, buscaba intimidad, aislamiento. No, tenía que cambiar de lugar inmediatamente...y de pronto recordé que ni mami ni la abuela iban por cierto sitio...el mismo en donde había tenido mi primer momento íntimo con abu. El mismo también en el que me encantaba ir de niña, a ver aparejos de granja y los pollitos que abu criaba (y que luego vendía, para sacarse un dinerito). El mismo en donde esas últimas semanas se desataban el cariño y la pasión entre ellos y yo.

Ocurrió el último día antes de volver a la ciudad. La idea era que nos fuésemos a primera hora de la mañana, para llegar con tiempo de volver a ponernos al día con todos aquel millón de cosas de la vida urbanita. Quiso el destino ayudarme inesperadamente: como mami se había criado allí, sus amigas la llamaron para que pasase la tarde en casa de una de ellas, y la abuela no tuvo inconveniente en apuntarse para una tarde de chicas, al margen de los hombres. Intentó que fuera con ellas, pero le dije que yo me aburría en esas charlas, y que no quería que me tirasen de los carrillos según me viesen, como si fuese una niña de cuatro años (algo que odiaba: me dejaban las mejillas como tomates). Sin comerlo ni beberlo, me había quedado a solas con los dos hombres más importantes de mi vida...y estaba deseando arrojarme en los brazos de ambos.

-¿En serio?, ¿pero para qué quieres ir al cobertizo conmigo?, ¿no sería mejor que fuese con tu abuelo?.

-Que no, papi, que quiero ir contigo. Además, no sé donde fue abu.

Mentira. Sabía perfectamente donde estaba. De eso se trataba.

En la puerta del cobertizo nos detuvimos, y nos dimos un profundo beso. De los que tanto me gustaban: húmedos, con lengua, y muy apasionados.

-Cierra los ojos-dije con una amplia sonrisa-. Tengo una sorpresa para ti.

-¿Una sorpresa?-frunció el ceño, pero sonriendo también, como recelando-.

-Una gran sorpresa-recalqué-. Pero no hables, ¿de acuerdo?. Ya te diré cuando abrir los ojos. ¿Vamos, papi?.

-¿Y voy a entrar con los ojos cerrados?.

-No te preocupes, yo te guiaré. No dejaré que te caigas-me reí-.

-¡Que rara eres a veces!. Vale, venga, picaréeee-dijo como resignado-...a saber lo que habrás preparado.

Le cogí de la mano, y entramos juntos. La sorpresa estaba justo en el sitio en que la había dejado, perfecta para la ocasión. Detuve a papá con la mano, sin decir nada. En el momento en el que se quedó quieto, me agaché, le bajé la cremallera y de pronto se la empecé a comer de una sola bocanada de aire. Eso con la mano derecha...la izquierda la tenía algo ocupada también, y de pronto salté a ella, donde la otra cosa me esperaba. De momento la cosa iba bien, todo era silencio. Me hacía mucha gracia la situación, porque solo yo la veía en su conjunto: dos rabos para mí sola, y ninguno de los dos veía lo que pasaba enfrente de sus narices...hasta que un gemido por parte de papi hizo que abriese los ojos. Ojalá hubiera tenido una cámara de fotos para inmortalizar su cara de espanto en el instante en que lo vio.

-¿¡SUEGRO!?.

Abu abrió los ojos de un solo golpe.

-¿¡YERNO!?.

Aquellos dos pares de ojos quedaron inmóviles, abiertos como una ventana en un día de calor. De pronto ambos agacharon la cabeza, y me encontraron a mí, desnuda totalmente (nada más detener a papi, me había desvestido en un plis plas), arrodillada, y con la cabecita roja de sus rabos en mi boca, chupeteándolas y degustándolas como una buena comensal.

-¡¡FELISA!!-dijeron a la vez-. ¿¿Qué coño pasa aquí??-preguntó papi, haciendo que me incorporase, intentando tapar inútilmente mi desnudez-.

-Nada, papi. Es que os quiero muchísimo ambos, y quería estar con los dos a la vez, antes de irnos.

-¿¡CÓMO QUÉ CON LOS DOS A LA VEZ!?. ¿¡ES QUE TAMBIÉN TE LO HACES CON TU PADRE!?.

-Claro, abu. Fue idea tuya.

-¿¡LO QUÉEE!?-papi parecía a punto de estallar como una bomba-. ¿¡Cómo que “idea suya”!?. ¿¡Se puede saber que coño ocurre!?. ¿¡Has violado a mi hija!?.

-¡De eso nada!. ¡Aquí nadie ha violado a nadie!. ¡Ella se me echó encima!.

-¡Ya, y yo que te creo, puto pervertido!...

-Papi, dice la verdad-le corté-. Yo quería hacerlo con él.

Papi me miró como si fuese una extraña. Me sentí bastante incómoda. Nunca me habían mirado antes de ese modo.

-¿Por qué ibas a querer algo semejante?.

-Me gustaba como me miraba, me daba calorcito-me encogí de hombros, y mis manos se juntaron en mi entrepierna, como señalando adonde me miraba abu-. Pero no te preocupes, papi, él nunca usó mi cosita, siempre lo hicimos en mi culito-sonreí-.

-¿¡CÓMO!?. ¡Ah, cabrona!. Ahora entiendo lo de la otra vez, que querías que te la metiera por el culo y que no te doliera apenas.

-¡Claro!. Cuando tú me disfrutaste el culito abu y yo llevábamos un mes entero viéndonos-expliqué-.

-¡LA OSTIA!-exclamó abu-. ¿Encima que me seduces a mí también sedujiste a tu padre?, ¿por qué?.

-Fue idea tuya-le señalé-. Hice lo que me dijiste.

-¿¡YOOOOO!?-se señaló con el dedo, con gesto alucinado-.

-¿¡PERO QUÉ COÑO LE DIJISTE!?-le preguntó papi, más asombrado aún-.

-¡Nada!. ¡No le dije nada!.

-¡Sí que lo hiciste!. ¡Lo recuerdo perfectamente!. ¡Me dijiste que estas cosas las tendría que hacer con alguien a quien quisiera, al que le gustase!. ¡Y yo quiero a papi, y por eso lo hice con él!. Además, lo hice por ti.

-¿De qué estás hablando?-removió la cabeza papi, confuso-.

-Es que abu no quería hacerlo conmigo por aquí-me toqué mi cosita-. Decía que había una telita y que no quería lastimarme. Cómo no quería, pues lo hice contigo para quitarme esa telita, y así él y yo ya podríamos gozar del todo. ¡Abu, que sepas que dolió bastante, pero no sangré nada!. Tenías razón: cada chica es diferente.

Ambos hicieron un gesto muy típico suyo cuando se ponían algo preocupados, o taciturnos: papi hizo como que cruzaba los brazos por delante del pecho, para después llevarse la mano derecha a la boca, tapándosela, mientras que abu se llevó la izquierda al mismo lado de su frente, los dos con los ojos como platos.

-¡Jooooodeeeeeeeerr!-exclamó abu-. ¡La ostia con la niña, como se las gasta!.

-Felisa-me dijo papi-...pero no tenías que hacerlo con nosotros. Lo que tu abuelo no te dijo, ¡y debía hacerlo!-le miró fijamente, como acusándolo-, es que estas cosas no se hacen entre familia.

-¿Por qué?-pregunté, de golpe-.

-Pues porque no se hacen. No hay que hacerlas.

-¿Por qué?-insistí, en el mismo tono-

-¿Y si te él hubiera dejado embarazada...o peor aún, yo?.

-Abu dijo que eso ocurría algunas veces, que no por hacer estas cosas se tienen niños en todas las ocasiones.

-Ya...¿y no te dijo que los bebés nacidos entre relaciones familiares podrían salir con algunas malformaciones, o deficiencias mentales?. Por eso se tienen con gente ajena a la familia, para que nazcan sanos y fuertes.

-Aaaaah-esbocé una mueca de sorpresa-. Vaaaaleeeeee...¡pues no los tengamos y punto!. Podemos gozar juntos sin falta de tener niños, ¿no?. Es lo que habéis dicho. Si es tan peligroso, pues entonces nada de niños entre familiares, pero sexo sí que se puede hacer tranquilamente. ¿Por qué no, si las personas se quieren tanto?.

Tanto papi como abu volvieron a sus poses anteriores. Yo les miraba a ambos a la espera de una respuesta. Yo no veía nada malo en mi razonamiento, es más, me daba la sensación de que era perfecto, en su sencillez. Por cierto, que no lo mencioné, a ratos no podía evitar reírme por dentro, aunque por fuera disimulara: en todo el tiempo, ellos estaban con los pantalones bajados, y sus rabos al aire. Antes duros, ahora blandos. Eso me hacía una gracia tremenda. ¿Cómo algo podía inflarse y desinflarse de ese modo?.

-Madre del amor hermoso-musitó abu, que parecía estar viendo un fantasma otra vez-...cualquiera le discute a ésta con semejantes argumentos. ¡Virgen santísima!. A ésta la llevas a la ONU y te monta la paz mundial en dos días. ¡Peor aún!: te la llevas al circo y es capaz de montarse hasta a los perros trapecistas.

¿Perros trapecistas?. ¡JA, JA, JA!. Lo de la ONU no lo entendí, pero lo otro me hizo reír muchísimo. ¿Cómo sería eso de montar con perros trapecistas?.

-Me pinchan y no sangro-dijo papi en voz baja-. ¡Dios mío!. No, si ya lo dice su madre: “Felisa es una bomba: cuando sea mayor va a arrasar con todo a su paso”. Pues se equivocó: ya lo ha hecho y ni siquiera ha cumplido los dieciocho.

-¡EH!, ¿pero gozamos o qué?, ¡qué me estoy impacientando y estoy pillando frío de estar aquí desnuda sin hacer nada!.

Uniendo acción a los hechos, llevé mis manos a sus rabos (¡rabos!...pero si más que rabo eran colitas pequeñas ja, ja, ja). Comencé a palparlos de nuevo, buscando que se endurecieran y dejarlo tal como a mí siempre me gusta verlos. Tanto abu como papi estuvieron unos momentos sin saber qué hacer, mirándome a mí, mirándose ellos...hasta que mis maniobras hicieron su efecto.

-¿Felisa?.

-¿Si, papi?.

-¿En serio perdiste tu virginidad conmigo, solo para así poder hacerlo con él?.

-Sí. ¿Estás molesto?-me preocupé, viendo su cara-.

Papi me miró con gesto pensativo, inexpresivo. No sabía si estaba enfadado o se había disgustado...o no, quien sabía. Podía estar eufórico y no darme cuenta. El caso es que tras mirarme a mí, compartió unos segundos de miradas con abu. No sé que podrían estar diciéndose, pero parecían tener una charla de esas profundas.

-No, cariño-me sonrió, negando con la cabeza-. Solo estoy algo sorprendido por lo que hiciste. Demostrarte mucha iniciativa...y me alegro de que me eligieras a mí para hacer eso, en vez de irte con cualquier otro de aquí al lado. Hubiera sido muy incómodo, ya sabes que en los pueblos las habladurías son muy peligrosas.

-¡Ah!, pues no me di cuenta de eso-contesté-. Solo sabía que estábamos a solas y que como los últimos días antes de eso, con el calor, me lanzabas miraditas como las de abu aprovechando la ropa escasa que llevaba, me venías como anillo al dedo.

Papi ruborizó un poco, como si le hubiera descubierto robando algo.

-No lo hacía adrede-confesó-. Instinto masculino, ¿vale?...has crecido muy bien este último par de años...

Abu le miró con cierto gesto irónico, triunfal, como contento de ver que no era el único el que habían pillado “in fraganti” (abu me enseñó esta expresión al día siguiente de nuestro primer encuentro, para explicar que fuésemos discretos y no ser pillados en pleno acto). Ambos finalmente me abrazaron...y yo metí mano abajo. No podía dejar de toquetearlos. Sentir sus cosas crecer en mis manos era algo que me encantaba.

-¿Os parece bien si nos vamos allí?.

Los dos miraron donde señalé. Era algo especial, que siempre había estado allí, pero que jamás había usado en años: un coche. Bueno, más exactamente, solo el chasis de un coche, con los asientos delanteros y traseros, y nada más. Era el antiguo coche de abu, años atrás (según me dijo él, un Peugeot 305). De niña me encantaba aquello, era como un lugar mágico donde jugar e imaginar. Aquel armazón, apostado en una esquina de cobertizo, había ocupado mis fantasías infantiles...y ahora iba a ser algo más especial para nosotros tres.

Me senté en mitad del asiento trasero, con abu a la izquierda y papi a la derecha. Ambos me rodeaban, de modo que no podía escapar...ni quería tampoco. Mis manos, en esos instantes, andaban algo ocupadas, pues estaba acariciando sus cosas, moviéndolas y sintiendo como se volvían más largas, duras y acaloradas. Al mismo tiempo, ellos dos tampoco perdían el tiempo conmigo: los dos me besaban, yo cambiaba de uno a otro y me dejaba besar por ellos. Besar...y acariciar, porque sus manos traviesas no dejaban de buscar y acariciar mis pechis. Jugaban con ellos con asombrosa maestría, y en especial con mis pezonis. Sentir la yema de sus dedos sobre mis pezonis rugosos creaba algo parecido a cuando te das un capricho de los gordos y asaltas la nevera para comerte todo el tarro de helado de chocolate (ñam, ñam, que rico). Ahora yo era el plato a degustar, y mis comensales estaban a mi lado, excitándome.

Sus manos no solo se posaban en mis pechis. Me explicaré: la mano izquierda de abu, y la derecha de papi, sí estaban jugando con mis pechis y mis pezonis...pero no así las otras dos, las que más cerca estaban de mí. Esas tenían otra tarea: masajear y frotar con todo el mimo del mundo mi cosita. Era una sensación increíble sentir que en vez de una, tenía dos manos en mi entrepierna, acariciando y frotando de buena manera toda mi cosita, la cual me hacía temblar de gusto y me hacía apretarlos en sus rabos, deseando moverlos con mayor ímpetu. Según ellos me calentaban, yo los calentaba a ellos, y así en un círculo vicioso (¡eso!, ¡vicio, vicio!) en el que cada vez nos sentíamos mucho más excitados. Tanto, que llegó un momento en que no me pude contener, y me agaché entre ellos, abandonando mi cómodo asiento, para meterme sus deliciosos rabos en mi boca.

Cada uno en una mano, iba de uno a otro, chupaba uno, lamía el otro, y lo hacía a toda velocidad, como si tuviera prisa, con un deseo que antes no había experimentado. La situación de tener a dos a la vez se me hacía irresistible, estaba desatada, y mis dos hombres eran más felices que nunca. Se limitaban a dejarse hacer por mí, a estar ante mí disfrutando de cada una de mis atenciones. Con los ojos cerrados, sin moverse, gemían y jadeaban en tanto mi boca iba chupándoles aquellas dos maravillas que ya me había degustado en solitario, pero que ahora iba a hacer conjuntamente. Me daba pena ver que uno iba a tener que esperar y ver como el otro me tomaba primero, pero en fin, esa era la idea principal: primero abu, y luego papi, o al revés. Me daba igual con quien fuese a empezar, con tal de hacerlo.

Vi que papi le decía algo a abu al oído. No pude escucharlo, y a fin de cuentas estaba bastante ocupada como para preguntar, puesto que tenía la boca rellena de rabos. Había conseguido tragarme ambos a la vez, algo nada fácil pues los dos tuvieron que acercarse lo bastante para lograr la maniobra. Fue en ese momento que aprovecharon y comentaron algo. Qué era, lo descubriría...en menos de un minuto.

-Vamos, cariño-me dijo papi-. No puedes hacernos esperar más, estamos que nos es imposible parar. Ven aquí, Felisa.

Abu se levantó para dejarme sitio, de modo que en el coche (sin techo, tengo que recordar. Solo el chasis, el armazón; es importante) solo quedamos papi y yo. Me hizo mover un poco, y entonces se tumbó a la larga, en tanto que yo me coloqué sentada en él. Mejor dicho, sobre todo, justo a punto para sentir su hinchado rabo a punto de entrar gustosamente por mi cosita. Fue algo lento. Papi quería disfrutar de ese momento, y de ese modo, lo prolongó todo lo que pudo: En lugar de una rápida penetración como otras veces lo habíamos hecho, esta vez era suave, lento, y ligeramente doloroso. Conforme iba sentándome sobre su rabo, éste iba dilatando mi cuevita húmeda (papi la nombró así en una ocasión) y colándose por ella. ¡Que delicia!. Temblaba y suspiraba de placer, mi cabeza iba loca al recrearse en aquella sensación tan placentera. ¿Cómo podía dar tanto placer sentir unos pocos centímetros entrando en una?. Bueno, tan pocos no eran: papi estaba dotado...muy bien dotado. Incluso más que abu.

-¡¡AAAAHH!!...¡¡IMPOSIBLE!!...¡¡NO, NO PUEDE SEEEEEEER!!...¡¡MMM OH DIOS MÍO, DIOS MÍOOOOOOOO!!...

La que gritaba era yo. No eran gritos de dolor, si no la impresión de que abu me pilló desprevenida, haciendo algo que ni en un millón de años hubiese esperado: colarse en mi culito, por detrás de mí, sin esperar a que papi y yo hubiésemos terminado. Ni en mis fantasías más locas sospechaba que pudiera hacerse algo así. Imaginaba a abu detrás de mí, viendo como el rabo de papi iba desapareciendo en mis entrañas, como mi cosita la iba tragando hasta que no se veía casi nada...pero no sospechaba que ver algo así, que ver a su nietecita del alma querida penetrada por papi, desatase en él tantas ansias que le diera por montarme por mi culito, sin esperar nada ni a nadie. Había llegado a creer que estas cosas se hacían de dos en dos: nunca imaginé hacerlo de tres en tres.

-Mmmmmm tranquila Felisa...ya pasó, ¿eh?...tranquila...está todo bien...

Abu me rodeó con sus brazos, por la cintura y el pecho, mientras me besaba. Eso a la vez que su rabo buscaba asentarse tanto como el de papi ya lo había hecho. A él le dio también por hacer una lenta penetración, tanto que pensé que estaba tardando...yo qué sé, varias eternidades. Me sentía como los vagones de un tren, siendo enganchada por delante y por detrás. Papi podía ver a abu taladrándome el culito, en tanto él ya me tenía ensartada en mi cosita. Me sentía también rellena como un pavo de navidad, de los que se veían en las películas. En aquel armazón, ya no éramos tres personas, si no cinco: papi, abu, yo...y aquellos dos rabos, pues para mí eran dos seres vivos con un solo deseo en sus cabecitas: vivir acomodados dentro de mí. Si por mí fuera, aquel momento podía alargarse hasta el infinito. Quería pasarme así la vida, penetrada por mis dos primeros amantes: uno, mi queridísimo papi; otro, mi amantísimo abu.

-¿Ya estás contenta?. Es esto lo que querías, verdad?-preguntó papi-. Ya tienes a tus dos hombres para ti sola, los dos contigo. ¿Te gusta, Felisa?. ¿Te gusta esto?.

-Mmmmmm papiiiiiiiii...que ricooooo...pero yo no esperaba esto...yo solo quería estar con ambos, primero con uno y luego con otro...no imaginaba todo estoooooo...

Los dos se miraron como si hubieran metido la pata.

-Vaya. Como decías que nos querías a los dos a la vez, pensamos que te referías a esto precisamente. Si no te gusta lo dejamos...

-¡NO!-le corté de golpe, espantada por la idea de que mi doble penetración fuese a terminarse en se momento. Antes muerta que permitir que se saliesen de mí-. ¡NO TE SALGAS!. ¡ME GUSTA!. ¡ME ENCANTAAAAA!...¡¡ESTO ME ENCANTA PAPI, ME ENCANTAAAA!!...¡¡HACÉDMELO YA!!, ¡¡PAPI, ABU, OS QUIERO A LOS DOS!!...¡¡HACÉDMELOOOOOO!!...

Me agaché para quedar justo encima de papi, de cara a él, en tanto que abu hizo lo propio, quedando sobre mi espalda. ¡De pronto entendí a qué se refería antes cuando hablaba de montar a perros trapecistas!. ¿Eso daría tanto gustazo como el que mi cuerpo estaba recibiendo?. Y otra cosa, ¿podría un perro montar conmigo tal como lo haría con una perrita?. ¡Guau, estaba sorprendidísima!.

Pronto dejé de pensar en perros, en perritas y en el millón de cosas en que solía ocupar mi cabeza. Papi y abu se pusieron a su tarea, ambos moviendo sus caderas para iniciar el delicioso bombeo que me hacía relamerme, a la vez que tragaba saliva en un intento por aguantar aquel endiablado ritmo de penetración. Cómo cada uno tenía una manera propia de ensartarme, de penetrarme, no me daban un segundo de descanso. En mi inocencia, pensaba que si alcanzaban un ritmo común sería más fácil. Mientras tanto, me conformaba con sentir a mis dos hombres justo en donde quería tenerlos: dentro de mí. Mi pasión por sentir a abu en mi culito era tan grande como la de sentir a papi en el interior de mi cosita. A esas alturas, ambos agujeros estaban bien entrenados y dilatados a base de darme ellos una preparación inmejorable.

¡ME EQUIVOQUÉ!. Era aún peor que me taladraran a la vez que cuando hacían el ritmo por separado. Era como sentir dos arietes gigantes en vez de uno, sentirlos muy adentro pujando por partirme por la mitad. Podía recrearme y deleitarme con el dolor y el placer que suponía soportar (valga la redundancia, ja, ja, ja) aquella forma en que me estaban haciendo suya. Sin lugar a dudar, de todo aquel verano de locura y de lujuria, el momento más mágico y espléndido de todos era ese, ese mismo: yo tan pequeña, ellos tan grandes, y me tenían dispuesta a que me hicieran todo lo que deseaban. Esa idea me hacía más feliz de lo que jamás lo había sido antes.

-Cariño, ¿quieres probar algo nuevo?. Vamos, será divertido. Ven, que nosotros te enseñamos. Eso es, date la vuelta...¿ves qué fácil?. Ahora prepárate...vas a probar una cosa nueva y muy divertida...te lo vas a pasar muy bien...

Seguí las órdenes de abu: él se salió de mí, luego papi, como si ya lo hubiéramos hecho, pero solo era una pausa. Al darme la vuelta, quedé dándole la espalda a papi, que cambió de agujero y se coló por mi culito. Abu, por tanto, entró por delante, y volvimos a la carga. Era una sensación extraña: era tenía a abu delante de mí, en tanto papi estaba ahora ensanchando mis pletóricas entrañas posteriores. De pasar a besarme con uno, fui a besarme con el otro, sin que sus manos dejaran por un solo momento de acariciarme y de tocarme por todas partes, en especial mis caderas, mis pechos y mi cosita. Cuando un minuto antes tenía a abu por detrás de mí, su mano derecha estaba tocándome justo por encima de mi cosita, acariciándome un punto concreto con el que veía las estrellas. Ese trabajo ahora lo hacía papi...y no sabía cuál de los dos me lo hacía mejor.

También besando eran muy buenos. Abu era el más apasionado de los dos, más fogoso que papi. A éste le iba más dar besos largos, menos salvajes pero más duraderos. La diferencia entre ambos me gustaba porque era como tenerlo todo a la vez. Que en mi cuerpo cupieran dos rabos como aquellos me parecía tan increíble como todo lo demás. Viendo lo visto, estaba loca de contenta con mi vida futura de casada. ¿Podría casarme con tres o cuatro hombres, y hacerlo con todos ellos a la vez?. Solo de imaginar todo lo que cuatro hombres darían de sí a la hora de gozarme mi cuerpo temblaba de emoción.

Pero de momento con dos tenía más que suficiente. Dos verdaderos hombres de tomo y lomo que se desvivían por hacerme conocer los mejores placeres de la carne, y bien que los estaba descubriendo. No pararon ni un solo momento de taladrar, de tocar y besar, de acariciar...en resumen, de colmar todas y cada una de mis necesidades hasta el momento en que el éxtasis (¡que palabra tan maravillosa!) nos alcanzase y nos hiciese estallar por los aires como los coches en las películas. Toda aquella frenética actividad sexual estaba liberando una energía terrible dentro de mí, sentir como era penetrada por dos hombres a la vez me hacía sentir poderosa, fuerte...más fuerte de lo que nunca antes me había sentido. Tanto, que me veía capaz de tumbar a un toro de una sola bofetada...y a todo esto, si era posible que una chica y un perro intimaran...¿también podía hacerse con un morlaco?. ¡MADRE MÍA, QUÉ COSAS PENSABA!.

Me encontraba en un estado delirante que cualquier fantasía era no solo posible si no también deseada. Perros, toros, caballos...¿podían ellos hacerme gozar como mis dos amantes?. Quien sabe, a lo mejor el año que viene, al volver al pueblo, podría darme por probar esas cosas, al margen de abu y de papi, y comprobar si me gustaban o no. A fin de cuentas, si algo abunda en un pueblo, son animales de granja, en especial perros y caballos. Todo sería probar, ¿no?.

-¡Felisa, FELISA!. ¡¡Vamos cariño!!, ¡¡te necesitamos!!, ¡¡te queremos!!...¡¡goza con nosotros, cielo!!...Tu padre y yo estamos a punto...queremos darte tu lechita...esa de la que nunca quieres prescindir...¿la quieres, la quieres para ti?.

-¡Sí, sí que la quiero!. ¡Dádmela!. ¡La quiero toda!. ¡Toda para mí!. ¡Todo para la nenita bonita!. ¡Es mía!.

Estuvieron un poco más empujando y deleitándose con mi carne caliente, con el ardor de mi excitación, para justo después salirse con rapidez y comenzar a mover sus rabos, a ordeñarlos para darme su leche (aunque me habían dicho lo que era de verdad, para mí seguía siendo leche). Yo sentada en el lateral del coche, donde estaría la puerta de entrada, y ellos de pie enfrente de mí, con sus cosas enhiestas apuntándose, como si me fuesen a perforar, a coser a tiros...cuando en verdad lo que hicieron fue darme todo un señor atracón de leche. ¡Rica, espesa, caliente y deliciosa leche de hombre!. Entre los dos, me serví un buen vaso, quizá vaso y medio. Era difícil sabes cuanto habían dejado en mi boca los dos, solo sabía que era mucho.

Por supuesto, faltaría más, me esforcé mucho en tragar todo lo que ellos habían sacado para mí. La idea era quedar limpia de cualquier resto, eso no me gustaba, pero sí el quedar como los chorros del oro, impoluta. Necesité un par de minutos, pero logré mi propósito y degusté con cara de golosa satisfacción la valiosa leche de abu y de papi. Al quedar totalmente limpia, y por eso mismo lo había hecho tan meticulosamente, ambos volvieron conmigo al coche, y me estamparon sendos besos, uno primero y el otro justo después, como sello de la inigualable experiencia que habíamos vivido. Yo me sentía en las nubes, como en otro mundo. Aquella nueva forma de quererse era todo un universo de descubrimientos, parecía que no tenía fin.

Agotados, los vi totalmente satisfechos, ellos habían gozado por todo lo alto, en tanto que yo me había quedado a las puertas, debido precisamente a que se salieron de mí cuando me faltaba poco para llegar al clímax. Pensé que me habían dejado de lado y que se habían olvidado de mí...hasta que noté como sus manos, de los dos, volvieron de nuevo a mi cosita, y esta vez comenzaron a frotarme con rapidez, con una intensidad y una fuerza desconocida hasta entonces. Mis placeres, que parecían disminuir lentamente hasta desaparecer, volvieron de nuevo a subir como la espuma del champán cuando va a ser descorchado. ¡Qué delicia, que fuerza tenían!, ¡QUÉ DOLOR!. En su frenesí, en su locura por satisfacerme, presionaban con tanta fuerza que pensé que iba a salir humo en mi entrepierna. Entre los dos, que finalmente se turnaron mis dos agujeritos (abu se fue a mi culito, papi a mi cosita), sus manos me propiciaron no un éxtasis, si no dos. Gocé a la vez por delante y por detrás, me hicieron delirar, sudar, chillar, jadear y respirar con dificultad hasta terminar desmadejada y enloquecida, casi al borde de la asfixia por las formas en que me tocaron. ¡Eso sí era morirse de gusto, y lo demás tontería!.

Melosa, agotada, sudorosa y muy mimosa, me dejé caer entre brazos de mis dos gladiadores, mis amantes perfectos, los hombres más maravillosos que conocería jamás en mi vida. Juntos estuvimos un buen rato entre caricias y carantoñas, sin palabras, sin decirnos un mínimo piropo, un halago, o algo parecido. Allí estaba yo, recién folladita por mis amores, desnuda, exultante, feliz, más contenta que si me llevasen de tiendas a comprarme la ropa que quería, dejándome tocar por ellos, acariciándome, pasando sus dedos por cada una de mis curvas, por mis piernas, mis brazos, mis pechis duros por sus atenciones. Mirando a los dos, les dedicaba mis miradas más emocionadas y felices,  les hacía saber que me habían dado el mejor momento de mi vida, y que nunca olvidaría lo que habíamos hecho. Yo también les acariciaba, sobretodo en sus rabos blandos, lo que yo más quería en el mundo. Los pobres debían estar agotados ja, ja, ja.

-Dios mío, que niña, qué manera de follar tiene-comentó abu, rompiendo así una magia que llevaba durando como ¿qué?, ¿unos diez minutos?, sí, más o menos eso-...es increíble que maestría tiene...nos ha dejado secos...

-Digna hija de su madre-pensó papi en voz alta-. La primera vez que lo hicimos casi me destroza, y éramos un poquito más mayores que Felisa en aquel entonces. Sí, mi amor, mamá también sabe cosas como estas, y se las sabe todas. Es una fiera.

-¡Qué bien!, ¡entonces soy tan buena como mami!-me gustaba mucho esa idea, la de que era tan buena como mami. No sabía porqué, pero me gustaba-.

-No, cariño-intervino abu-. Tú eres mejor. Eres todo pasión, todo ternura y todo candor. Eres una verdadera maestra del placer. Ya te aseguro yo que los chicos se van a dar palizas por tenerte en sus camas. Alucinarán contigo.

Se me abrieron los ojos al escuchar eso, se me abrieron de la emoción. No pude evitar ruborizarme y agachar instintivamente la cabeza con sonrisa tímida y nerviosa. Y justo después fui a darle un buen beso, de esos tan ricos que había aprendido a dar.

-¿Crees que puedes resistir otro asalto?-le preguntó papi a abu-.

-¿Por qué lo preguntas?.

-Quiero veros. Quiero ver como te lo haces con ella. Quiero verlo.

Miré a papi. Me extrañó que le preguntase eso a él y no a mí. Yo también había trabajado lo mío.

-Ahora no, quizá después...podrías tú hacerlo con ella, y yo mirando, así me iría recuperando, y para cuando acabaseis, te tomaría el relevo.

-¡Buena idea!. ¿Qué me dices, Felisa?. ¿Disfrutamos juntos para que él nos vea?.

Aunque no comprendía el interés de hacerlo así, la idea de volver a disfrutar de papi me hizo asentir con la cabeza muy risueña. Nos pusimos a ello con paciencia, tanto papi como yo no estábamos a tope de fuerzas, así que empezamos con los besos y con las caricias, con los mimos que tanto me gustaba dar y recibir (papi me dijo que eso era por ser del signo que cáncer, que los cancerianos somos muy cariñosos). Me entregaba a él con abu al lado, quien se había acomodado para mirarnos. Tener un testigo de cómo papi y yo nos uníamos empezaba a gustarme.

Llegado el momento, me puse de pie, con los pies en el asiento, para que papi le diese trabajo a su lengua en mi cosita. Menos mal que no había techo en el coche, o no hubiera podido ponerme del todo de pie para él. Me agarré al armazón con fuerza, y así colocada dejé a papi meterme su lengua en mi cosita, que me la besara, que me tocase con su boca ahí. De no estar bien sujeta, me hubiera caído del placer que me daban en mi zona más íntima (y ahora palpitante como un corazón). Incluso usó las manos, más concretamente sus dedos índice y corazón (luego añadió el anular), y fue metiéndolos por mi cosita hasta dejarlos allí por completo. ¡Que delicia, eso era nuevo!. ¡Podía sentir sus dedos juguetones moviéndose dentro de mí, estimulándome, volviéndome loca!. ¡Y abu lo estaba viendo todo!. ¿Podía ser mejor?.

Alcé la cabeza y arqueé la espalda hacia atrás, resistiendo como podía ese ataque a mi interior. La mano de papi me causaba unos estertores tremendos, temblaba y me derretía como un helado al sol, era la primera vez que me metían los dedos y resultaba muy excitante. Papi me trabajó como buen profesional que era, y me imagino que verme gozar de esa manera fue lo que le incitó a él, porque cuando pude mirarle,  papi estaba duro de nuevo, su rabo se había puesto duro, y yo me moría de ganas de tenerla en mi boca. Sentía como una posesión terrible, estaba dominada por el deseo, así que volví a sentarme junto a él y me la metí en la boca sin darle tiempo a decirme nada. Se la chupé con tal ansia que tenía deseos de arrancársela y quedármela para mí sola.

-¡Madre mía, joder con la niña!. ¡Mira como la chupa!.

-¡UUUUUUFF!!. ¡No lo sabes tú bien!. ¡Su puta madre, que forma de mamarme tiene la perrita esta!. ¡Nunca la había visto tan desatada!.

-¡Se nota que le viene de familia!. ¡Su abuela a su edad era una caliente que ni te imaginas, y por lo que me has contado, su madre siguió el mismo camino!. ¡Vaya una tradición de calentorras!.

-¡No jodas!, ¿mi suegra también le daba el tema?.

-¡No verás!-le reprochó-. No siempre ha tenido 50 años, ¿vale?. También ella ha sido joven...y ya te doy yo fe de que le iban las pollas más que a un tonto un lápiz.

No entendía muy bien lo que decían, pero tampoco me importaba. Lo único que quería era comerme el rabo de papá, comerlo hasta quedar empachada de él. Mi cabeza subía y bajaba como loca, su rabo en mi boca era el súmum del placer, que rica sabía, le daba la lengua, y hasta la enrosqué alrededor de su cabeza y de su tronco, daba vueltas a su alrededor, cosa que parecía gustarle a papi. ¡Jadeaba como un loco!.

-¡¡MMMMMM!!...¡MIERDAAAAAA!!...¡¡LA MADRE QUÉ!!...¡ME ESTÁ ENROSCANDO LA LENGUA EN LA POLLA!. ¡¡QUÉ FORMA DE MAMAR!!. ¡¡A ESTA LE VAN LOS RABOS COMO AL GOLOSO LOS CARAMELOS!!.

Ja, ja, ja...aunque no me podía reír, sus comentarios me hacían gracia. Sonaban a disparates sin sentido para mí, a cosas que decía a lo loco por el calor del momento. Yo seguí a lo mío hasta que papi dijo que ya no podía aguantar más, que me necesitaba, que tenía que subirme en él. Fue una postura rara e incómoda, al menos hasta que pudimos encontrarle el punto: papi siguió sentado, y yo me senté encima de él, en su regazo, con mis piernas puestas a ambos lados de él...y con su rabo ensartándome hasta quedar bien acomodado entre mis piernas. Miré a abu: su gesto fue inolvidable. Se le veía encantado de vernos así, y sobretodo excitado: su cosa ya estaba bien dura.

-Mmmmmm que caliente eres, Felisa...nos vuelves locos a los dos...míralo, mira a abu...se le pone duro el rabo viéndote conmigo...le gusta ver como te penetro...¿a ti te gusta como te penetro, Felisa?. ¿Te gusta que te miren?.

-Pues es raro...pero me gusta...que rico eres papi...me gusta sentirte bien dentro de mí...¡métemela toda!...cuanto más me la metes más disfruto...

Papi llevo sus manos a mi culito, me sujetó por él y ayudó a moverme al mismo tiempo que él se esforzaba por menear algo las caderas, para ayudar a la penetración, si bien el grueso del trabajo era cosa mía. En el segundo en el que pude usar mis piernas a modo de muelle para rebotar sobre el rabo de papi, me puse a trabajarle tal como pedía su cara de placer. Nos besamos y nos tocamos por todas partes, me lo monté como una loba en celo, o como dijo entonces abu, “me lo pasé por la piedra” (que expresión tan rara, la verdad) con todas las ganas del mundo. Más que montarle, le aprisioné para que no pudiera hacerme lo de antes. ¡Quería que él me regase por dentro!.

-No, cariño...no quiero dejarte embarazada...no quiero arriesgarme a que quedes preñada de mí...

-No te preocupes, ya nos preocuparemos entonces...porfa papi, te quiero dentro de mí, te necesito...dámela dentro, échamela...échamela para abu, para que él vea como me haces tu mujer...¿soy tu mujer, papi?, ¿verdad que soy tu mujer?.

-¡Sí, sí que lo eres!. ¡Claro que eres mi mujer, cosita!. ¡Ven que te voy a dar lo que pides, te lo voy a dar todo!. ¡¡Dale más rápido, Felisa!!. ¡¡Dale!!.

No fue fácil cumplir lo que me pidió, el trote anterior nos había dejado bastante cansados, pero el deseo por él me hizo obedecer y aguantar todo cuanto pude, así hasta que logré excitarle tanto que ya no se pudo contener y lanzó una buena retahíla de gritos y jadeos mientras derramaba su leche caliente, aunque esta vez lo hacía dentro de mí. ¡Y en todo momento abu lo había visto todo, había estado todo el rato actuando de testigo y mirón a partes iguales, con su mano en su rabo, que estaba todo duro!. ¡Ahora entendía el deseo de papi de hacerlo con un testigo!. ¡Era muy divertido!.

-¿Estás cansada, Felisa?, ¿crees que podrás aguantar otro asalto más?.

-No...no lo sé-jadeaba-...estoy algo cansada abu...no sé si podré hacerlo de nuevo contigo...pero lo intentaré-dije al fijarme de nuevo en su rabo, que se lo sujetaba y se lo meneaba con brío-...lo intentaré por ti, abu...

Una vez me salí de papi y éste se alejó lo justo para actuar como mirón, fue abu el que se acercó a mí para tomar el relevo, besándome, toqueteándome los pechis y los pezonis con especial dedicación (me encantaba sentir sus manos en mis pechis; me los dejaba muy sensibles). Con lo sensible que ya estaba tras dos éxtasis en poco tiempo, el estado en el que me encontraba era de docilidad total. Abu podría hacerme todo lo que él quisiera, que yo no me quejaría. No tenía fuerzas para protestar. En tanto abu se había recargado las pilas, las mías estaban gastadas...pero aún así, tenía ganas de más.

De tanto mete saca creo que incluso notaba cierto escozor, pero mi deseo por los dos podía más que mis ganas de descansar, y un último encuentro con abu era perfecto. A fin de cuentas, con él había empezado todo. Me parecía ideal darle el broche de oro a todo aquello con un último encuentro con abu, el último del verano. ¡Y qué verano, me lo había pasado bomba!. No solo me lo pasé de maravilla con las chicas de mi edad que eran vecinas de mis abuelos, o cuando nos íbamos de excursión por ahí todos juntos en familia, también aprendí a recibir rabos en mi culito, descubrí para qué servía mi cosita, aparte de para orinar, qué mis pechis incitaban a los hombres y a hacer cosas en ellos (besarlos, lamerlos, y un par de veces, incluso usarlos para ordeñar a papi y de ese modo sacarle su leche), y que podía tener a dos hombres dentro de mí a la vez. ¡Ni queriendo me lo hubiera pasado mejor!.

El que ahora sí se lo estaba pasando de miedo era abu. Verme tan dócil era algo que le encantaba, porqué él tenía el control de la situación. Aprovechando precisamente ese control, lo tuvo facilísimo para ponerme su rabo en mi boca, presionar y tragarme todo aquello fácilmente. En lugar de moverme yo, era abu el que se movía, casi como si él...sí, como si estuviera penetrándome por la boca, en vez de por mi cosita o el culo. Se me hacía rarísimo que me usase la boca de esa manera, pero como la lengua no tiene ni un solo hueso (menos mal), podía usarla para detener un poco su avance, que casi estaba a punto de llegarme hasta la campanilla. El mejor método para pararlo fue repetir lo que había hecho con papi: enroscar mi lengua alrededor de su tronco, y de su cabecita roja, cosa que me sirvió para frenarlo un poco. Solo esperaba que no se me cansase la lengua de tanto lamer y saborear, o lo llevaba claro. Pero no fue así: creo que abu simplemente tenías un ataque de envidia y quería probar lo que le había dado a papi.

Abu fue listo. El más listo de todos. ¿Cómo había empezado toda aquella locura de encuentros sexuales?: cuando abu desfloró mi culito, haciéndolo suyo. ¿Y como iba a terminar todo aquello?. Pues del mismo modo en que empezó. Abu se dio cuenta que en esa segunda vez con papi, éste se había limitado a usar mi cosita, a hacerlo por delante. Había pasado olímpicamente de mi culito...cosa que abu no iba a tolerar. Me puso boca abajo, echada a la larga en el asiento trasero (ahora entendía qué mis amigas de ciudad hablaran tanto de esos asientos; ahora sabía lo que hacían en ellos), y tras ensalivarme el culito un poco (cosa curiosa, pero daba gustito que me aplicaran saliva por ahí), aunque no creía que me hiciera mucha falta, abu hizo lo que quería de mí, y empezó a clavarme su rabo por el culito, en tanto papi no se perdía detalle. Debía de gustarle ver como me enculaban, porque creo que se estaba tocando.

Y digo “creo” porque no prestaba atención, apenas podía abrir los ojos fruto del cansancio. Simplemente le dejaba hacerme, aunque tengo que decir que abu era todo un maestro de las artes amatorias, y que entraba en mis posaderas con verdadera devoción por ellas. Papi debía estar pasándoselo bomba viendo como me lo penetraban, como abu estaba dentro de mi culito, la forma en que se introducía hasta el fondo para volver salir y luego vuelta a empezar. Lo tenía durísimo, me abría las carnes que daba gloria sentir toda su enormidad, su grosor y su tamaño colándose por mi parte posterior. En verdad había llegado a amar la forma en que abu me daba su rabo por el culito, me hacía ver las estrellas. ¡Qué tontas me parecían el resto de las chicas del mundo, al no saber dejarse querer por su padre y por su abuelo de la forma en que yo lo hacía con los mío!. ¡ÉSTO era amor, ÉSTO era cariño, ÉSTO era pasión!. Lo demás, solo era quedarse a medias.

-Mmmmm Felisa mía, mi niña, mi amor...que culito tienes...¿sabes que lo adoro, verdad?, ¿sabes que lo que más me gusta en el mundo es poder entrar por tu ano, verdad que lo sabes?...te quiero cosita mía, te quiero mucho...¿disfrutas conmigo?, ¿gozas?...

-Síiiiiii...gozo mucho-musité con voz casi rota, entre el cansancio y el placer que sentía al mismo tiempo-...yo también te quiero abuuuuuu...te adoro abu, te adorooo...me encanta sentirte dentro...mi culito es tuyo abu, siempre tuyo...sigue abu sigue...necesito sentirte dentro...mmmmm dame más, más...gózame abu, ¡gózameeeeee!...

Abu se apresuró a hacerme disfrutar, y de paso a disfrutar él mismo. Mi última tarde en el pueblo en lo que quedaba de verano se podía resumir con esa misma palabra: disfrute. Qué tarde estaba pasando, y encima, sin ropa, compartida por los dos hombres más importantes de mi vida, los que más quería, los que más adorada, y que con sus dos rabos duros y prietos se encargaron en hacerme saber que ellos también me amaban. En el caso concreto en el que estaba, era mi amado abu el que estaba perforando dentro de mis entrañas como si buscase petróleo, casi me sentía partida por la mitad. Podía notar el cansancio de abu, lo que me hacía le estaba costando, pero al igual que yo tampoco él podía detenerse. Le podía su deseo por mí, por una jovencita con cuerpo carnoso y de curvas sinuosas. El aroma de la juventud: el aroma del deseo.

Deseo, lujuria, lascivia, pasión, erotismo...y seguramente muchas palabras como esa cabrían para definir todo lo que sentíamos unos por los otros: yo por ellos, ellos por mí. Me querían, y les quería. Mi felicidad era completa, o mejor dicho, casi completa. Solo necesitaba gozar una última vez, solo una vez, y ese último éxtasis estaba a punto de sobrevenirnos a ambos. Yo le seducía moviendo algo el cuerpo, o diciéndole lo que se me ocurría para excitarle, como que por él me dejaría atar a la cama, boca arriba o boca abajo, a su conveniencia, para que me hiciera lo que quisiera (eso me lo hizo papi, tras escuchármelo a mí, dos meses después, en casa: apoteósico). No sé de donde salían ideas así, solo las decía al azar...y eso le incentivó tanto que, en efecto, pudo terminar lo empezado, y con sus últimas fuerzas hizo de mi culito su particular fuente de placer: se vino dentro de mí, me lo echó todo dentro y yo lo sentí, el éxtasis culminó lo que tanto había deseado. Dio un sonoro y ronco grito y yo ya no pude más: estaba derrengada.

Era como una muñeca en sus manos. Me levantaron entre ambos, llenita de leche y sudor, y me quedé entre los dos un poco más, mientras se encargaban de atenderme y comprobar si seguía viva. Pues sí, seguía viva...viva y coleando, por decir algo ja, ja, ja. Ni siquiera sabía cuánto llevábamos allí, desnudos, exhaustos, agotados de tanto trajín, sin poder recuperarnos para vestirnos y volver a casa antes de que mami y la abuela nos pillasen, como decía papi, “in fraganti”. Todo me daba igual: estaba siendo mimada por mis dos hombres (¡y qué hombres, por dios!), así que el resto de universo me veía, me era indiferente. Pasaría de ellos y les diría “mirad lo que hice, porque no me arrepiento y lo repetiría todas las veces que hicieran falta”.

-¿Y ahora qué?-preguntó papi de golpe-. ¿Qué va a pasar?. ¿Vamos a llevarnos bien, así de sopetón?. Sería un poco sospechoso. Nosotros dos nunca nos hemos llevado demasiado bien.

-Y con razón: te llevaste a mi hija. ¿Cómo no odiarte por ello?-preguntó abu, y eso me hizo abrir los ojos y prestar atención. ¿Odio entre ellos?, ¿en serio?-.

-Yo no me la llevé-repuso él, ofendido-. Nos enamoramos y me casé con ella. En la vida la he tratado mal ni le hice daño. Ella vino conmigo porque quiso.

-Ajám-asintió, como desoyéndole-: cuando pasen unos años y venga un tío joven y te haga lo mismo con ésta-me señaló con su mano derecha-, vienes y me lo cuentas, a ver si no te pasa como a mí.

Papi arqueó una ceja y se me quedó mirando. De pronto torció la cara como si hubiese comprendido algo que hasta entonces se le había escapado.

-Aaaaaaahh...¿ahora lo pillas, eh?-sonrió abu, con gesto triunfal-.

No acababa de comprender muy bien lo que pasaba entre ellos, al menos en ese momento. Papi me lo explicó a los pocos días.

-Yo quiero a mi mujer. Daría mi vida por ella.

-Lo sé. Ese es el consuelo que me queda, saber que está en buenas manos. Ojalá que tú puedas decir lo mismo.

Tanto papi como abu me miraron fijamente, y me dieron un abrazo. Uno de esos que me confortó, aún cuando no me sentía mal. Como otras tantas veces, lamentaba mil horrores no tener una cámara a mano, o algo por el estilo, para poder inmortalizar aquel instante, los tres juntos, desnudos y abrazándome, después de haber estado juntos como nunca lo habíamos estado. Los dos besándome como les daba la gana, y yo tocándolos en sus rabos como me daba la gana a mí.

-Cariño, ¿nos vamos a casa a ducharnos un poco?.

-Ay papi, no puedo...estoy agotada, no puedo ni andar...¿me llevas tú?.

-¿Llevarte?-se extrañó-.

-Sí, en brazos, como cuando era niña. ¿Me llevas a casa, papi?.

-¿No sería mejor que antes nos vistiéramos?-intervino abu-. Ya sé que de aquí a casa nadie nos verá porque está algo apartado...pero no sería mala idea por si acaso.

Estaba tan cansada, que ni siquiera tenía fuerzas para vestirme. En su lugar, fue papi quien lo hizo, ayudado por abu. Me vistieron lentamente, acariciando mi cuerpo de arriba abajo, recreándose la vista con mis curvas, con mi culito, con los pechis que me habían besado y tocado tantas veces. Con mi cosita, que me ardía de tanto uso que ellos le habían dado. Y aún ardiéndome, me sentía más feliz que nunca.

-Cariño, ¿puedo pedirte un favor?-me dijo cuando estaba a punto de ponerme mi ropa interior, con mirada embelesada-.

-¿Qué es lo que quieres, papi?.

-¿Te puedo afeitar?.

-¿Afeitar?. ¡Papi, pero si yo no tengo barba!. ¡Y tampoco bigote!. ¿Cómo me vas a afeitar si no tengo pelo?.

-Ja, ja, ja, ja...no me refiero a eso, Felisa: afeitarte aquí-me magreó un poco mi cosita, y yo volvía a sentirme en órbita-. ¿Me dejas quitarte el pelo de ahora en adelante, hasta que aprendas a hacerlo tú?. Es que se ve algo feo que tengas pelo, aunque sea un poco. Es mejor que lo tengas liso.

-Ay, no sé...¿eso hace daño, abu?. ¿Duele que te quiten el pelo ahí?.

-No, cariño, no duele. Seguro que papi será muy suave y no te lastimará. Y tiene razón: te verás más bonita sin pelo. Ya lo verás.

-¿Me lo vas a hacer ahora, o en casa?.

-Mejor ahora-digo papi mirando su reloj de pulsera; lo único que se había dejado cuando se desnudó para estar los tres juntos-. Aún tenemos tiempo, aunque no mucho. Venga, vámonos a casa.

Una vez terminamos de vestirnos, papi me recogió en sus brazos y salimos del cobertizo rumbo a casa. Me sentía como una novia que acabase de casarse, llevada en brazos por su marido para pasar juntos su luna de miel...aunque yo lo había hecho justo al revés ja, ja, ja. Ya en casa, nos dimos una ducha rápida, solo mojar el agua y quedar limpios. Luego, aún con la ducha mojándonos, papi cogió una cuchilla de afeitar con la que papi se quitaba la barba para dejarse su poblado bigote...y me puso algo de espuma de afeitar ahí abajo. Acto seguido, procedió a quitármelo. Yo temblaba por miedo a que me cortase, pero abu se encargaba de relajarme, abrazándome por detrás, besándome y procurando que me quedase quieta. Cuando terminó, en efecto, no tenía un solo pelo en mi entrepierna. Estaba lisa, suave...y al tacto, resultaba muy estimulante.

-¿Te ha gustado?.

-Que raro me veo...me había acostumbrado a ver mis pelitos...

-Pues ahí te veo mucho más guapa. ¿Sabrás hacerlo tú sola en adelante?.

-Prefiero que me lo hagas tú más veces, para verte como lo haces. Así aprenderé mejor para cuando lo haga a solas.

-Como quieras. ¿Tú que dices, queda mejor así?.

Abu me giró, se agachó un poco y observó mi cosita totalmente pelada. Torció la cabeza un poco, ladeándola a la izquierda, y sonrió. Luego puso su mano sobre ella y le dio por comprobar cómo era al tacto. Me encantaba que me tocasen con total impunidad por todas partes, como si fuese un juego, o la cosa más natural del mundo. Sin pudores ni tapujos, sin miedos.

-Está perfecto-sonrió-. Cariño, prométeme que siempre lo tendrás así, ¿quieres?. Dime que nunca más dejarás que te crezca el pelo. Estás lindísima.

Bufff, como se me subieron los colores a las mejillas, su piropo me encendió los mofletes y me llevé la mano izquierda a uno de ellos, con sonrisa idiota. Ay, ya sé que suena tonto, es que no lo podía evitar, mi personalidad era (y es) así.

-Tu madre y tu abuela no creo que tarden en volver. Deberíamos bajar y quedar un poco viendo la tele...y tú, por cierto, más te vale esta noche darle un buen repaso a mi suegra, o aquí se va a liar gorda.

-¿Perdona?-preguntó abu algo ofendido-. ¿Y eso a qué coño viene?.

-Que las mujeres tienen un radar para detectar cuando se folla. Lo sé de sobra.

-¿Tú?...¡un momento!, ¿¡le has puesto los cuernos a mi hija!?.

-¿Qué?, ¡nooooooo!-exclamó papi alucinado-. No fui yo, joder. Mi hermano fue quien lo hizo. Conoció a una y empezó a montárselo con ella, y mi cuñada comenzó a sospechar que algo pasaba, porque lo veía muy contento y apenas la tocaba. Por eso te lo digo: las mujeres tienen un olfato alucinante, parece que hasta huelen cuando alguien anda follando por ahí. Por eso te lo digo-repitió-: dale una alegría a mi suegra, o aquí se va a armar la de San Quintín.

-¿Y con tu hermano, que pasó al final?.

-¿Qué crees tú?...divorcio, bienes compartidos...y encima la otra lo dejó porque solo le iban los casados. No perdió el trabajo de milagro.

Abu repitió la mueca que le vi la otra vez: entornar la boca hasta hacer una “o” del tamaño de un punto de grande, clavando sus ojos no en mí, como antes, si no en los de papi.

-Daré buena cuenta de ella. Ahora bajemos a descansar.

Como nuestra ropa no estaba especialmente sudada ni usada (de ahí que los tres nos quedásemos en cueros a la hora de acostarnos los tres en el cobertizo), ponernos de nuevo la ropa de antes no era un problema. Sentados en el sofá, yo entre ellos, pasamos allí el resto de la tarde (lo poco que quedaba) hasta que de pronto entraron por la puerta mami y la abuela, con cara de absoluta felicidad.

-¡Que bien lo hemos pasado, mamá!. Ay, que pocas ganas tenía de volver.

-Y yo, que pena que os vayáis mañana. ¡Pero bueno, mira a estos tres!.

La abuela nos señaló con cara sorprendida.

-¿¡No te dije yo!?. ¡Vaya panda de vagos, en vez de sacar a Felisa de paseo, o de llevarla por allí a disfrutar la tarde, se han quedado pegados ante la tele!. ¡Hombres, sois todos unos mangantes!.

-Oye, que hemos salido un poco. Solo que ahora estamos descansando-protestó papi intentando defenderse-.

-¡Ya, y yo me lo creo!. ¿¡Qué os costaba salir a disfrutar del sol, o dar una vuelta por los prados de aquí al lado!?. ¡O mejor aún!: ¿¡POR QUÉ NO LA LLEVÁSTEIS AL COBERTIZO DE ATRÁS, QUE TANTO LE GUSTA IR CON VOSOTROS!?.

Los tres nos quedamos mirándola, totalmente alucinados, y estallamos en unas carcajadas tan sonoras como prominentes. Mami y la abuela se nos quedaron mirando sin saber qué pensar, pensando que estábamos tontos perdidos. A nosotros eso nos daba igual: no podíamos parar de reír.

--

Al día siguiente, volvimos a la ciudad, y durante los siguientes cinco meses fue la locura. Papi y yo aprovechábamos cualquier oportunidad para estar juntos, para dar a nuestros cuerpos una alegría, y satisfacción a nuestros corazones. Aprendí a afeitarme el pelito de mi entrepierna, y desde entonces, lo he llevado siempre liso y suave, muy bien cuidado todo. Papi me enseñó un montón de cosas nuevas, con las que fui creciendo con rapidez. Por supuesto, también se ocupó de mami, para que no sospechara lo que estaba pasando en casa. Mami parecía encantada con papi, me imaginaba que él se aplicaría en ella como lo hacía en mí. Sentía un poco de celos, pero entendía que las cosas eran así, y que él no tenía más remedio que acostarse con ella para garantizar que pudiera seguir acostándose conmigo. Así es la vida.

Como dije, fueron cinco meses. Pasado ese tiempo, me empecé a notar mal, muy mal, y hubo un punto en el que sangré por mi cosita, entre tremendos dolores. No sabía lo que me pasaba hasta que fui al médico. ¡SORPRESA!. Acababa de tener mi primera menstruación. Resulté ser un caso tardío de tener la regla. Entre mami y papi, cada uno por su lado, lograron explicarme lo que era...y eso me hizo entender el porqué a veces el sexo producía niños y a veces no. Ahora las piezas encajaban en su sitio, y todo cobraba sentido. Consecuencia: tuve que empezar a llevar la cuenta, para saber cuando volvería a tenerla, y más que para eso, para saber en que periodos papi podía vaciarse de su leche dentro de mí y cuando no. Ya no podíamos hacerlo tan libremente como antes. Debido a eso, a veces me la echaba dentro, y a veces, en la boca (en ambos casos, ¡qué placer!).

Y ahí estaba yo, tendida en mi cama, masturbándome terriblemente mientras mis recuerdos del último año vivido, con mami en otra habitación sin que me importase que pudiera encontrarme tumbada en mi cama, acariciando mi cosita pelona, mis pechis y mi culito, que acababan de ser disfrutados no hacía ni media hora. Tuve que morderme el labios inferior para evitar gemir o jadear, para hacerlo en silencio, y me acaricie y me toqué con toda la lascivia del mundo, rememorando como papi me había hecho suya en mitad del comedor, junto a las ventanas...así hasta que el éxtasis sobrevino y me relajé totalmente, dejándome llevar por el momento. Me encantaba acariciarme después de mi torbellino de pasión con papi, era como rematar el trabajo.

Esa misma noche, me encontraba durmiendo en la cama, tras cenar y estar ante la televisión un rato, cuando sentía como unas manos acariciándome. Pensé que estaba soñando, pero entonces vi a papi junto a mi cama, desnudo, en la semi oscuridad de mi cuarto, pero con su rabo duro y su cabecita asomando como un goloso dulce que estaba deseando tragarme. Cosa que hice.

-Mmmmm eso es, esa es mi chica...que rica eres, Felisa...te encanta comértela y tragártela toda, ¿verdad?.

-¡Me gusta mucho!.

-Esta noche la tenemos para nosotros. Ya sabes.

Claro que lo sabía. Estaba en esos días en que no corría peligro de embarazo, lo que significaba que papi estaba como loco por propiciarme sus ricos chorros de leche en mi interior. Lo que significaba que mami estaría durmiendo el sueño de los justos. Papi la había dormido con una pastilla, que disimuladamente le había hecho tragar, para que durmiera como un tronco. No lo hacía siempre, solo un par de veces por meses, para así evitar que sospechara. En noches como éstas, queríamos total libertad.

Su cabecita, más morada que roja por efecto de la oscuridad de la habitación (era algo que nos gustaba a los dos; la persiana semi bajada, con la luz nocturna colándose por entre las rendijas, dando el matiz justo para ver algo), resaltaba a mis ojos y a mis manos. Le frotaba su rabo con ellas como si quisiera hacer fuego haciendo girar con un tronquito de madera, algo que le gustaba mucho, y también le daba besitos en ella. Papi seguía de pie, en el lateral de la cama, mientras yo le comía todo su rabo. Tenía pasión por degustársela. Me volvía loca.

-¿Sabes qué ocurre el lunes que viene, verdad?.

-No, papi...¿qué es lo que pasa el lunes que viene?.

-Vacaciones-se limitó a decir-.

A pesar de la semi oscuridad, mis ojos brillaron como linternas. Papi fue capaz de verlos, y sonrió al verme tan feliz.

-¿Vamos a ver con los abuelos?.

-Sí mi amor, nos vamos con los abuelos. ¿Quieres verlos, verdad?.

-Síiiiiiiiiii-exclamé, dándole un par de chupadas muy fuertes a su rabo, tanto que le hice gemir de dolor-...¡claro que quiero, papi!. ¡Estoy deseando volver!.

-Y yo deseando darte mi leche. La tengo a punto para ti. ¿La quieres?.

No contesté con palabras, si no que lo hice con mi boca: chupé, tragué y degusté todo su caliente y duro rabo hasta que logré ordeñarlo, y vació su contenido en mi boca tal como él quería y yo deseaba. Me lo tragué todo, y me relamí para limpiarme de sus chorros de leche al 100%, puesto que solo así papi volvía a besarme...y yo adoraba sus besos de tornillo.

-¿Quieres más, cariño?. ¿Quieres más leche?.

-La quiero aquí dentro-dije descorriendo todas las sábanas y edredones, abriendo mis piernas para que viese mi cosita pelona-. Échamela aquí toda.

Me encantó ver como se metía en mi cama, como vino a ponerse encima de mí, como nuestros cuerpos se rozaban y su rabo duro chocaba contra mis muslos. Sabía que papi me quería más que a nada en el mundo, y así me lo demostraba: con sexo. Con el mejor sexo del mundo, el que mi papi me daba cada vez que podía. Presa de mi deseo le cogí su rabo entre mis manos, haciéndolo girar entre él y yo. Me sentía hambrienta de él como si llevara semanas sin comer, aunque en verdad solo hacía pocas horas que había estado saciando mi glotonería con ella, en mitad del comedor.

-Mmmmmm que traviesa eres, cariño...¿te gusta jugar con ella, verdad?.

-Quiero pasarme la vida jugando con ella, papi...quiero tenerte entre mis piernas ahora mismo, no puedo esperar más...métemela papi, métemela toda dentro...

-Cariño, no estarás muy lubricada abajo, a lo mejor te hago daño...

-¡ME DA IGUAL!. ¡HAZLO!. ¡PENÉTRAME!.

Papi obedeció y me la metió toda sin esperar a que estuviera lo suficientemente mojada para evitar el dolor. En verdad quería sentir esa mezcla de dolor y placer cuando me penetrase. Eso lo hacía más intenso.

-Mmmmmm-le besé-...te quiero papi...móntame, hazme tuya...

-¡Que golosa eres, Felisa!. ¡Esta tarde ya lo hicimos y ya quieres más!.

-¡Es que me quedé a medias, fuiste tan rápido!. ¡Ahora lo quiero todo para mí!, ¡TODO PARA MÍ!...

Mientras papi comenzaba a trabajarme, yo fantaseaba con abu, con que en unos pocos días, volveríamos al pueblo, con sentirle en mi culito (lo echaba de menos con terrible nostalgia), con sentir a ambos moviéndose dentro de mí, los dos penetrándome, complaciéndome. Así quería que fuese mi vida, con sus rabos dentro de mí, moviéndose a lo loco. Ese era mi mundo, así quería pasar el resto de mi vida: entre los brazos y los rabos de mis primeros amantes...