Mis primeras semanas de esclavo

Carta de un esclavo a su Dueña, relatándole las sensaciones que siente en su nueva situación de esclavitud.

Me habéis pedido que os relate mis sentimientos, mis pensamientos por lo transcurrido en este último mes y medio.

La verdad es que es bastante sencillo y complicado al mismo tiempo, Señora. Soy un recién nacido de 31 años, con conciencia plena y descubriendo y asimilando todo lo que mi vida ha mutado. Aunque "mutado" no es la palabra adecuada. Realmente, me habéis dado una nueva vida, mi Dueña. Yo no era más que un simple soñador, un fracasado que intentaba llevar su triste supervivencia intentando pasar desapercibido, ajeno al mundo que me rodeaba y que no deseaba.

Habéis tirado a la basura todo lo que constituía mi gris vida, y me habéis proporcionado otra nueva, una vida que sólo podía soñar y que pensaba sinceramente que nunca podría tener. Y ruego que perdonéis el abuso de la palabra "habéis", pero es que todo os lo debo a vos, mi Dueña. Desde un cero absoluto, creasteis un nuevo universo, permitiéndome habitarlo. He pasado de ser un triste hombre con deseos de convertirme en un esclavo a convertirme en una especie de borrador de esclavo. Y digo borrador porque sé que me falta mucho para convertirme en lo que deseáis, y en lo que puedo llegar a ser.

Me marcasteis las pautas de comportamiento, del trato que debo tener con vos, de todo lo relacionado con mi vida de esclavo. Me enseñáis todo, y yo sólo puedo ofreceros mi sumisión y obediencia. A veces pienso que mi Dueña sale perdiendo.

No os miento cuando digo que siento constantemente vuestro pie encima mío, así como vuestra firme mano tirando de la cadena que llevo a mi cuello. Aunque he de reconocer que esto último lo mezcláis con momentos en los que me tomáis de la mano y me lleváis por los caminos que vuestra voluntad desea.

Porque esa es otra palabra clave: Voluntad. La mía os la he entregado, casi sin darme cuenta. Todo lo que pasa por mi cabeza se ve trillado por la fina red que vuestro dominio tiene sobre mí. No hago nada que no deseéis, e incluso a veces no hago cosas por el simple hecho de no saber si estaríais conforme. Os he entregado el control de mi vida, y os puedo asegurar que nunca me he sentido más orgulloso de algo. Siempre he pensado que una persona era importante por las posesiones que tenía. Al perder mi condición de persona, al convertirme en vuestro esclavo, la única posesión que valoro es este cuerpo que me tenéis prestado, sabiendo que os pertenece y debo cuidarlo.

Gracias a vuestro deseo, he dejado de ser esa persona hermética, experta en el arte del teatro, y he comenzado a desnudarme. También sé que debo lijar más la superficie, hasta ser tan transparente como deseáis.

Y es que, mi Diosa, nunca voy a tener la posibilidad de agradeceros en su justa medida lo que habéis hecho por vuestro esclavo. Me disteis la vida, y yo no puedo más que ponerla bajo vuestros pies.

He de reconocer que he pasado por malos momentos, causados por mi torpeza, y en los que pensaba que nunca llegaría a ser lo que deseáis. Pero como siempre, me habéis socorrido, cuidando de este miserable gusano y protegiéndole de su mayor enemigo: él mismo.

Sois comprensiva, paciente, inteligente… fabulosa, maravillosa. Sois una auténtica Diosa. Si la religión católica quisiera ganar adeptos, debería colocaros en un altar. Porque no existe nada más grande que mi Dueña. No, miento, no existe nada más que mi Diosa.

Por vuestra voluntad me he hecho un corte en el dedo del pie, me he azotado en la mano con una rama, y lo mejor es que no le tengo miedo al dolor. Siento esa sensación que disfrutáis con mis castigos. Y es insignificante el precio pagado para que obtengáis placer, Señora. Os lo puedo asegurar, mi Diosa, que hasta estoy deseando que me toméis, y que me marquéis como de vuestra propiedad. No lo pienso como un sacrificio, sino como la confirmación de mi esclavitud hacia mi Dueña. Y ya sabéis que estoy orgulloso de perteneceros.

He recortado mis gastos, hasta el punto que ahora me duele cada euro que suelto, pues pienso que os fallo. Yo, despilfarrador reconocido, amante de cambiar de vestuario completo cada tres meses, me visto ahora con ropa del fondo del armario. Y me siento muy bien, mi Diosa.

Habéis conseguido que sólo complacer a mi Dueña tenga importancia en mi vida. Y es que vos sois mi vida. Pienso cada segundo en complaceros, serviros, obedeceros, adoraros

¿Y la sensación de fallaros? La tengo cada día, pero hasta habéis convertido ese miedo en una forma de aprendizaje. Os debo tanto, Señora, que me va a faltar tiempo para saldar mi deuda eterna con vos.

Realmente, incluso con este escrito pienso que os estoy fallando, Señora. Que no está a vuestra altura, pero es que nada puede estar a vuestro nivel, mi Diosa.

Sólo me queda agradeceros besando vuestros pies de Diosa todo lo que hacéis por este esclavo. Os juro obediencia ciega y eterna y me arrastro a vuestros pies, besando el suelo que pisáis, mi Dueña.

Vuestro gusano siempre

nadieCl