Mis primeras prácticas.
Mientras le maquillaba, él no despegaba la mirada de mis ojos ni por un segundo. Estaba serio, y a mí eso me rompía los esquemas, porque Adrián tenía una mirada de lo más penetrante. Y su seriedad, y su mirada clavada en mí, me hacían desear que me desnudara y que me penetrara con algo más que con sus preciosos ojos.
Aquella mañana era mi primer día como maquilladora y peluquera en una conocidísima productora de televisión. Tras haber estado estudiando durante dos años, por fin había llegado el momento que tanto esperaba.
Yo estaba como un flan, las manos me sudaban, las piernas me temblaban, y no podía evitar el no dejar de morderme las uñas.
Me encontraba en un metro camino hacia la nave donde tenían los platós de televisión en los cuales me iba a encargar, durante los siguientes tres meses, de acicalar a sus presentadores y concursantes.
No tenía ni la mínima idea de cómo sería todo aquello, de a quién me iba a encontrar al llegar allí, de a quién iba a maquillar, de dónde y cómo sería el lugar dentro de la nave en el que tuviera que efectuar mis tareas… Nada. No sabía absolutamente nada.
Cuando por fin localicé la nave, me paré en la puerta durante un par de minutos, y como llegué con veinte minutos de antelación, saqué de mi bolso un paquete de L&M y me dispuse a encender un cigarrillo para procurar mantener la calma. Saqué el móvil también para desconectar un poco por las redes sociales, y cuando me di cuenta una voz grave masculina, bastante familiar, me dedicó un amable “buenos días”. Pero a lo que levanté la mirada del teléfono móvil para responder, había desaparecido por la puerta por la cual debería haber entrado. Por lo tanto, terminé mi cigarrillo y entré por la puerta. Tan sólo podía visualizar a un vigilante de seguridad gordo, calvo y por su edad seguramente a punto de jubilarse a mi derecha, el cual me dijo amablemente con un acento andaluz si venía de público.
No, disculpe. Mi nombre es Nerea Sanz, y me envían de la academia de maquillaje profesional de Barcelona. Pregunto por Marina. – respondí.
Ah, así que eres la nueva.
Más o menos, me envían de prácticas durante tres meses y si la cosa va bien, espero poder quedarme.
Lo suponía, demasiado joven para haber tenido experiencia maquillando en televisión.- Odié ese comentario, porque si de normal soy joven, sé que mi apariencia y mi voz aún ayudan a que lo parezca más, y eso era algo que odiaba porque por lo visto parecía ser que me restaba seriedad.
¿Puede decirme dónde está Marina, por favor? – pregunté tajante.
Claro, si sigues el pasillo, la primera puerta a la izquierda pasando los baños. Es una mujer delgada con el pelo rojo y rizado, la reconocerás.
Gracias.- añadí. Y fui hasta allí con paso firme y agarrando fuerte y segura mi maletín de maquillaje.
La puerta estaba abierta, pero a pesar de ello, me asomé tímidamente y di dos toques con los nudillos contra ella preguntando si podía entrar. Y una mujer pelirroja, que intuía que era Marina, me dijo “adelante” con una sonrisa.
Soy Nerea Sanz, me envían de la academia de maquillaje profesional de Barcelona. Pregunto por Marina.
Sí, ya sé quién eres. Yo soy Marina, tu tutora de prácticas y la jefa de la cadena de peluquería y maquillaje. Como es tu primer día solamente maquillarás a cinco concursantes, al resto se encargará de maquillarlos y peinarlos otras dos chicas que trabajan aquí, y de los presentadores, como supondrás, me encargo yo. Si eres buena, demuestras seriedad y profesionalidad, puede que con el tiempo te ganes ese privilegio y puedas maquillar y peinar a Adrián.
¿Adrián Espinosa?- pregunté sorprendida.
Sí claro, el programa que preparamos en tu horario él es el presentador.
Me quedé de piedra. Alucinada. Encantada. Y a la vez horrorizada. Adrián Espinosa era el presentador que más me podía gustar en el mundo. Le seguía desde hace quince años, y ahora trabajaba para él. Era increíble. Me encantaba, me atraía y evidentemente, me excitaba. Traté de mantener la calma durante unos segundos, pero a mi cabeza venía el momento en que una voz, su voz, me había hablado hacía diez minutos en la puerta, y yo ni si quiera le había visto.
Pero no quise aparentar fanatismo ni inseguridad, así que me dirigí hacia el camerino de los concursantes y me empleé a fondo en mi trabajo.
Cuando ya llevaba allí una semana, seguía haciendo lo mismo, seguía maquillando a concursantes, y todavía no había visto a Adrián.
Con el tiempo, me fueron dejando peinar también. Marina, parecía contenta con mi trabajo, ya que era rápida y precisa con mi trabajo, no dudaba ni me mostraba insegura, era perfeccionista, a la vez que natural. Y creo que por ello, al mes de estar allí, ella me propuso que al día siguiente entraría con ella en el camerino de Adrián para mirar cómo lo preparaba ella, y así comprobar yo misma si estaría preparada para ello.
¿Preparada? Me temblaban las piernas de pensarlo, pero no sabía si era por los nervios o porque me excitaba la idea de poder tocarle, aunque sólo fuera para maquillarle.
Cuando llegué a casa, me liberé de mis botas y del abrigo de cuero que tanto pesaba. Me tiré a la cama de espaldas y me quedé mirando el techo. Pensaba en Adrián, pensaba en lo que me esperaba mañana, pensaba en su voz, en sus ojos, en su cuerpo… Comencé a desabrocharme los botones del vaquero, dejando a la vista mi tanga negro de encaje, y comencé a acariciarme el vientre suavemente bajo el ombligo. Subí la mano y me subí la camiseta, dejando todo mi abdomen al descubierto, y coloqué mi mano por completo dentro del sostén, agarrando mi pecho izquierdo.
Podía cogerlo perfectamente con una mano, ya que mis pechos no son precisamente grandes.
Pensaba en Adrián, me lo imaginaba sobre mí, en mi cama, susurrándome cosas al oído mientras sentía cómo su erección se iba hinchando poco a poco sobre mi pubis. Me lo imaginaba tan perfecto… Y mientras tanto, mientras mi imaginación volaba, yo seguía acariciando mi pecho, presionándolo un poco en círculos. Introduje mis dedos índice y corazón en mi boca muy despacio, los empapé en saliva muy despacio, y, posteriormente, los puse entre mi pezón, pellizcándolo y haciéndome sentir cómo se humedecía y se endurecía poco a poco. Me quité la camiseta y bajé los tirantes del sostén de forma que mis pechos quedaron al descubierto. Me los cogí con las dos manos con fuerza, me los masajeaba de forma circular, y al mismo tiempo, mi cadera se movía inconscientemente de arriba abajo mientras sentía cómo mi vagina se humedecía y se iba dilatando poco a poco.
Bajé mi mano derecha por todo mi cuerpo, acariciándome superficialmente con las uñas, sintiendo cómo se me erizaba toda la piel, hasta llegar a mi sexo. Coloqué mis dedos sobre mis labios y presioné en varios tiempos. Sentía cómo me subía y me bajaba un calor por cada poro de mi piel. Comencé a estimularme el clítoris con toda mi mano de un lado a otro de forma rápida. Normalmente acostumbraba a hacerlo despacio, pero aquella vez iba tan desenfrenada imaginando que eran las manos de Adrián las que me recorrían en lugar de las mías que sentía que un calambre bajaba desde mi espalda hasta mi vagina. Me introduje un dedo dentro, y sentí todo el calor que guardaba dentro, y pude comprobar que estaba suficientemente abierta para seguir con lo que quería.
Estiré mi brazo hasta la mesilla para coger del cajón mis bolas chinas. Me coloqué una de ellas sobre el clítoris, jugueteando con él en forma de círculos y presiones, mientras que con la otra me la iba metiendo poco a poco por la vagina. Cuando al fin entró, me metí dos dedos y empujé hasta el fondo. No pude evitar dejar escapar un jadeo intenso, así que acto seguido, me metí la otra y empujé con fuerza.
Una vez dentro empecé a mover fuerte la cadera como si me estuvieran penetrando, mientras que con una mano estimulaba mi clítoris y con la otra agarraba uno de mis pechos. Seguí con ello durante un par de minutos, hasta que me incorporé, coloqué mi espalda sobre el cabecero de la cama, y con mis dos manos empecé a frotarme todo mi sexo por completo sin control. Sentía que me venía el gusto, sentía que había algo dentro de mí que no me dejaba liberarme, así que tire rápidamente de la cuerda de mis bolas y seguidamente brotó de mi vagina un gran chorro de agua dejándome exhausta y empapada. Liberándome de mi misma en un intenso gemido.
A la mañana siguiente me levanté relajada y nerviosa al mismo tiempo. Había conseguido liberar un poco de mi apetito sexual, pero estaba atacada de pensar que en unas horas escasas iba a mirarle a la cara al hombre con el que tanto tiempo llevaba masturbándome y con el que acababa de correrme la noche anterior gracias a mi sucia mente.
Cuando llegué a la nave no vi a Marina, comencé a ponerme nerviosa. Marina era una mujer muy puntual, ¿dónde se habría metido? Pregunté a Julián, al vigilante de seguridad si había entrado ya. Y me dijo que se había puesto enferma. Me sentí aliviada al saberlo. No por su enfermedad, si no porque iba a evitar entrar al camerino de Adrián y estar frente a frente. Así que fui en busca de mis compañeras de maquillaje, y al encontrarlas una de ellas me dijo que Marina me había mandado una tarea. Y para mi sorpresa, mi tarea de hoy era la suya. Me dejó una nota en la que ponía que confiaba en mis manos y que ya estaba preparada para hacer algo más grande. “Encárgate de Adrián”
Esas tres palabras comenzaron a resonar en mi cabeza varias veces seguidas, y sentía cómo mis manos empezaban a sudar. Pero me centré, este era mi trabajo, este era mi sueño, y esto era a lo que me quería dedicar. Así que cogí mi maletín y entré decidida al camerino de Adrián.
No había nadie, así que fui colocando mis materiales sobre el tocador tranquilamente, hasta que de repente, escuché su voz que se acercaba hacia mí por los pasillos. Su tono era agresivo, parecía enfadado. Pero no quise entrometerme, por lo tanto cuando entró me quedé parada y le dediqué una sonrisa. Él tenía el ceño fruncido y estaba hablando por su teléfono móvil. Sencillamente me ignoró. Se sentó y me hizo un gesto con su mano queriendo decir que podía comenzar. Apenas me miró a la cara. Me sentí pequeña e invisible. Por lo tanto comencé con lo que debía. Él seguía hablando por teléfono, y al otro lado se escuchaban los gritos de una mujer.
- ¡Pues si tanto te molesta que no pase el suficiente tiempo en casa búscame tú otro trabajo donde pueda estar más tiempo contigo y dime tú lo que comeremos en ese lugar! – gritaba él.
Supuse que hablaba con su mujer, pero no quise poner oreja, aunque con los gritos que daba ella era inevitable no escuchar algunas cosas.
Al cabo de diez minutos él colgó y tiró el móvil contra el tocador. No dijo nada. No me miró. Y al terminar se fue sin mediar palabra.
Al día siguiente Marina tampoco había venido a trabajar, así que supuse que mi tarea sería la misma. Fui hasta el camerino de Adrián y la puerta estaba cerrada, llamé y él preguntó quién era.
- Soy yo, Nerea. La chica nueva de maquillaje.
Acto seguido abrió la puerta y me sonrió, me dio dos besos y se disculpó por su comportamiento del día anterior. No dio más detalles, y no esperaba nada menos, ya que no era nadie para que me explicara sus problemas.
Mientras le maquillaba, él no despegaba la mirada de mis ojos ni por un segundo. Estaba serio, y a mí eso me rompía los esquemas, porque Adrián tenía una mirada de lo más penetrante. Y su seriedad, y su mirada clavada en mí, me hacían desear que me desnudara y que me penetrara con algo más que con sus preciosos ojos.
Él seguía mirándome, y al cabo de un tiempo no pude evitar desviar mi mirada hacia abajo y sonrojarme. Cuando volví a mirar él estaba sonriendo de lado mientras me seguía mirando. Yo me quedé callada y seguí a lo mío.
Fueron los veinte minutos más largos de mi vida. Aquel silencio y aquellas miradas me incomodaban. Pero cuando fue a salir a plató me dijo:
Al terminar la jornada vamos a ir algunos compañeros a comer y tomar algo al bar de aquí en frente. ¿Te gustaría venir?
Claro.- contesté tartamudeando.
Perfecto – dijo sonriendo – Te esperaré aquí en un par de horas que terminaré más o menos de grabar. – Me guiñó un ojo y se fue.
Y así ocurrió, en un par de horas él estaba allí. Me dijo que le esperase que iba a cambiarse y salíamos.
Durante la comida él se mostró amable conmigo, me presentó a varias personas de todo el equipo: cámaras, sonido, coordinadores de público, producción… Parecían todos simpáticos, pero no podía negar que la situación me incomodaba un poco, así que me decidí por beber cerveza en lugar de agua para soltarme más y sentirme más cómoda.
Al terminar la comida, nos quedamos solos Adrián y yo, y mi estado era un poco fuera de lo habitual. Había bebido más de la cuenta. No iba borracha, pero lo suficiente atontada como para pensar en voz alta.
Adrián se reía conmigo, me decía que iba a llamar a un taxi para que me llevara a casa. Pero yo le pregunté:
¿Y por qué no me quedo un poco contigo hasta que se me pase y ya me vuelvo en metro yo solita?.
Tengo que volver a grabar dentro de una hora y media, lo mejor será que vaya a mi camerino y descanse un poco.
¡Perfecto! Te haré compañía.
Él no pudo evitar reírse, pero no me lo negó así que le acompañé. Una vez allí él me dijo que me podía poner cómoda, que podía quitarme los zapatos del trabajo, que seguramente así estaría más cómoda.
Adrián se sentó en el sofá que había allí, y yo me agaché para quitarme los zapatos, y al final me decidí por quitármelos sentada en el suelo. Cuando me deshice de ellos, me quedé sentada frente a él. Nos miramos fijamente durante unos segundos, y yo me puse de rodillas en el suelo y me apoyé sobre sus rodillas, le sonreí y le dije lo guapo que me parecía. Él no dijo nada, solamente tragó saliva y siguió mirándome fijamente.
Me senté sobre él y le acaricié la cara. Él sin mediar palabra colocó sus manos en mi pelo. Sonreí muy pícara y me acerqué lentamente hacia sus labios, y cuando estaba a punto de besarle él me apartó y me dijo:
Espera Nerea, esto no está bien. – A lo que a mí se me ocurrió contestarle:
¿Que no está bien? ¿Y cómo sabes que no está bien si aún no lo has probado?
No dijo nada, simplemente se quedó quieto esperando a que yo hiciera algo. Y por supuesto que hice. Me dejé llevar y me acerqué a sus labios y los acaricié suavemente sin llegar a besarle. Me aparté despacio y le miré a los ojos. Se notaba en su mirada que lo deseaba, y que yo también. Así que finalmente le besé. Al principio fue un beso tímido, tierno e inocente. Pero en cuanto Adrián abrió un poco la boca metí mi lengua en ella y la suya acompañó a la mía.
Me agarró con fuerza de la cintura mientras me besaba y nuestras respiraciones se hicieron más profundas. Yo sentía como bajo su pantalón algo se iba haciendo más y más grande. Pero paró en seco y dejó de besarme añadiendo:
Estoy casado Nerea, no puedo, yo… - y le corté directamente poniendo sus manos sobre mis pechos. Él instantáneamente guardó silencio. Me quité la camiseta rápidamente y apreté mis pechos desnudos (ya que no llevaba aquel día sostén) contra su torso mientras seguí besándole.
A la mierda mi mujer. – Dijo él mientras me cogía en brazos. Me puso contra la pared sin soltarme de sus brazos. Él seguía besándome cada vez más intenso, hasta que se repente me soltó y se quitó la camisa.
Yo comencé a besar su cuello mientras con mis manos le desabrochaba el cinturón y después el pantalón. Seguí besándole en los labios mientras que mis manos se perdían bajo sus calzoncillos.
Me excité como nunca en cuanto sentí su pene entre mis manos. No era grande que digamos, pero era lo suficientemente grueso como para hacerme jadear como una perra. Comencé a acariciarlo muy despacio, presionando su glande con las yemas de mis dedos. Estaba empapado, mis dedos estaban cubiertos por completo de su líquido pre seminal, y la verdad es que aquello me encantaba. Paré de besarle y con mi dedo mojado por él, le hice ver que me gustaba, metiéndome el dedo a la boca mirándole fijamente mientras con la otra mano continuaba masturbándole.
Él no tardó nada en deshacerse de mis pantalones, dejándome únicamente con mis braguitas rojas de licra.
Me observó desnuda por unos segundos, y allí, de pie los dos, agarró mis pechos y los juntó todo lo posible dejando mis pezones pegados el uno con el otro. Comenzó a lamerlos rápidamente, podía meterse los dos al mismo tiempo en la boca, y eso me hacía enloquecer de placer.
Lo hacía perfecto, no me dejó bañada en saliva ni me hizo daño. Todo lo contrario, me los dejó completamente duros, tan duros que sentía que me iban a estallar.
Sin dudarlo ni un segundo lo senté en el sofá y le quité los calzoncillos. Agarré su pene con firmeza y comencé a masturbarle. Él sólo con eso se mordía el labio, y a mi aquel gesto me hacía sentirme una diosa, me hacia venirme arriba y conseguía que mis ganas aumentaran y lograba que le masturbara con más ímpetu. Pero al tiempo, no pude evitar el introducírmelo en la boca. Le succioné la punta mientras le apretaba el resto. Continué lamiéndole lentamente desde el pubis hasta su glande, y yo jugaba con él. Movía mi lengua rápidamente contra su punta y notaba cómo jadeaba suavemente y su pene comenzaba a vibrar por sí solo. Se lo hice durante medio minuto seguido, sin parar, y me aparté de golpe. Le miré, sonreí, y el puso su mano izquierda en mi cabeza. Mis ojos se clavaron en los suyos, y sin apartarle la mirada me la metí muy poco a poco hasta el fondo.
“Dios mío” jadeó él. Pero una vez con todo su pene en mi boca, sin sacarlo de ella saqué mi lengua y lamí sus testículos despacio. “Joder” gruñía él. Y agarró mi cabeza y la forzaba contra su pene.
Comencé a mamársela todo lo deprisa y a fondo que podía, el ruido que mi garganta hacía contra su pene invadía el silencio en el camerino. Cuando noté que estaba a punto de correrse paré, me quité las bragas y me coloqué sobre él.
No llegaba a introducirme su pene, tan solo jugueteaba con pasármelo entre los labios y el clítoris hasta volverlo loco por completo. Su mirada me decía desesperadamente que me la introdujese de una vez por todas, pero yo quería ver hasta qué punto podía aguantar.
Cogí su mano y la puse en mi sexo, le marqué el ritmo que yo quería con ayuda de mi mano y él seguidamente continuó por su cuenta. Comencé a gemir más y más fuerte y puse su cabeza entre mis pechos. Sentía su respiración en ellos, como su nariz se perdía contra mí, y él sentía el placer que me proporcionaba gracias a la fuerza con la que le sujetaba.
Me volvió a coger en brazos y me colocó tumbada en el sofá. Se sentó a mi lado y comenzó a masturbarme brutalmente, como si tuviera prisa porque me corriera. Y evidentemente, me dejé llevar, y salió disparado un chorro fuerte de mi vagina.
La cara que puso Adrián fue de estar viendo algo que no creía. Supuse que nunca había visto a ninguna mujer que eyaculara. Al menos de esa manera. Así que le pedí que siguiera entre gemidos, y a los pocos segundos volví a eyacular. Él sonreía al ver de qué forma llegaba a excitarme, por lo tanto me puse boca abajo en el sofá, cogí su mano, y me introduje su dedo índice en mi ano. Me encantaba, me derretí en gemidos al instante, y él lo hacía cada vez más rápido y más profundo. “Méteme otro dedo más”, le supliqué, y él obedeció y ahora tenía dos dedos en mi culo.
Sentía un calor que se me pegaba a todo el cuerpo, la espalda me sudaba, la boca se me secaba de tanto jadear, y no tardé en volver a correrme.
Había dejado el sofá empapado, no se podía ni sentarse allí. Por lo tanto, Adrián me colocó con delicadeza en el suelo, se puso sobre mí, y de una firme embestida invadió mi vagina.
Gemí, grité, jadee muy fuerte; y él puso una mano en mi boca haciéndome entender que guardara silencio. Pero aquello era inevitable, Adrián se deslizaba entre mis piernas como si le hubieran untado en mantequilla. Me penetraba una y otra vez, sacándola por completo y volviéndola a meter varias veces seguidas.
Cuando noté cómo comenzaba a cansarse, así que me puse encima de él y comencé a moverme sensualmente con él dentro de mí.
Su pene chocaba contra las paredes de mi vagina, sentía tal presión que podía sentir los latidos de mi corazón allí abajo, sentía incluso como se relajaba mi ano, como me entraban ganas de que me la metiera por todas partes. Pero yo quería seguir hasta correrme sobre él. Cambié de postura, seguí encima suyo pero esta vez de espaldas, así él podía tener una visión perfecta de su pene entrando y saliendo y de cómo mi culo botaba sobre su pubis y mi ano se iba haciendo más grande.
Aquella postura me daba un placer increíble, sentía como me venía el gusto otra vez y me corrí abundantemente sobre su vello púbico.
Seguidamente él me colocó sobre el sofá a cuatro patas, a pesar de estar empapado y sin preguntarme si quería o me gustaba, metió su pene directamente en mi culo.
Grité… Grité de dolor al principio, pero en dos segundos ese dolor se convirtió en un placer intenso. Comenzó a penetrarme con todas sus fuerzas, podía escuchar el chapoteo de sus pelotas contra mi coño empapado. Sentirlas en él me estimulaban y me hacían disfrutar más intensamente. Mis pechos chocaban entre ellos con sus embestidas y me comenzaban a arder del ajetreo.
Adrián estaba sudando como si estuviera en una sauna, pero donde estaba era dentro de mí. En mi ano, más caliente que cualquier sauna. Al cabo de unos minutos sentí como me escocía, mis piernas me flojeaban, me quedaba sin fuerzas, me temblaban… El continuó dejándome dolorida de placer, yo no podía más y me dejé caer sobre el sofá.
Adrián comprobó con su mirada que me encontraba exhausta, y comenzó a masturbarme por la vagina.
Volví a correrme, pero esta vez apenas mojé. El seguía follándome con su mano, y yo me mareaba, veía como el techo se iba nublando, hasta que me la metió por mi sexo y volví a la realidad. Mis ojos se abrieron como platos y me folló de una forma increíblemente rápida hasta que finalmente me inundó con su semen.
Se dejó caer a un lado del sofá, y yo me recosté sobre su pecho. Desnudos los dos. No mediamos palabra. Simplemente me acariciaba el pelo y enredaba en él sus dedos.
Cuando vio la hora que era se vistió mientras que yo seguía allí tumbada desnuda. Él tenía que continuar grabando, y yo, hacía horas que debía haber vuelto a mi casa. Así que entendí que debía marcharme de allí, me vestí, y antes de que terminase, él abrió la puerta para salir a plató, me miró fijamente, sonrió, me guiñó un ojo y desapareció.
Acto seguido hice yo lo mismo, y allí, en el metro, mientras sentía como se deslizaba por mi vagina el semen de Adrián y empapaba mis braguitas burbujeando pensaba en cómo volvería a mirarle y en si alguna vez volvería a suceder algo entre nosotros.