Mis primera vez con TS

Mi primera vez con un travesti. Experiencia real.

La verdad es que nunca me habían llamado la atención ni los hombres ni los transexuales. Pero tal vez fuera porque los pocos con los que me había cruzado en mi vida eran excesiva y obviamente masculinos. Más travestis que transexuales.

Recuerdo la primera vez que me fijé en uno y me llamó la atención. Tal vez porque estuve a punto de atropellarla. Llevaba en mi auto a una chica de vuelta a su casa, y tenía que atravesar una zona del centro donde había oído hablar que había mucha prostitución. Al doblar una esquina del centro tuve que frenar de golpe para no llevarme a alguien por delante.

Resulta que se estaban peleando dos personas. A la que huía ni la recuerdo, tal vez por que la que se apoyaba en mi coche con los ojos como platos tenía unas grandes tetas completamente al aire y solo tenía ojos para ella. Tardé unos instantes en ver que también calzaba un miembro considerable. No se si es que iba así siempre para atraer clientes, o si, con el follón, se le había bajado el top y subido la falda.

No pasó nada aquella noche, acompañé a la chica a su casa, y poco más. Pero desde entonces me quedé obsesionado con aquella “chica” de enormes pechos con polla. Joder que tetas. Y joder que polla. Mi cabeza estaba echa un lío monumental.

Unas semanas más tarde, acudí por la noche a la misma zona y busqué a la misma “mujer”. La verdad es que tardé varias noches en encontrarla, pero me di cuenta que en aquella parte de la ciudad sí que abundaba en prostitución, y descubrí las calles donde las transexuales solían estar.

Por fin, una noche en la que pasé por la zona casi de casualidad, la volvía a ver. Iba algo más “recatada” que la última vez que la ví, pero seguía siendo una visión realmente explosiva. Aunque tenía cosas que hacer, decidí abordarla.

Le pregunté directamente por los servicios que prestaba y el precio y el lugar. Me dijo que podía hacerme un completo en el coche en un descampado cercano. Acepte.

Llegamos y pasamos a los asientos traseros. Empezamos besándonos, cosa que me extrañó por que casi ninguna prostituta jamás en la vida había aceptado besarme. De hecho temí que la besarla iba a sentir algo de repulsión, al fin y al cabo, para mí, no era una mujer 100%,pero no solo no sentí nada malo si no que disfruté de la experiencia como nunca.

Recorrí su cuerpo en dirección a sus pechos y los acaricié, los cubrí con mis manos, que no llegaban a abarcarlos del todo y apreté. Busqué sus pezones y los pellizqué. Eran pechos operados, obviamente, los primeros que me cruzaba, pero, a pesar de ser levemente distintos al tacto, eran impresionantes. Me encantan los pechos grandes. No tuve ni que decirle nada y me empezó a hacer una cubana.

Tuve que parar por que no quería correrme aún. Volvimos a enrollarnos y esta vez quise explorar su entrepierna. Pasé mis manos por sus nalgas, bajaron por la parte trasera de sus muslos, volvieron a subir por su interior, apenas rocé su entrepierna, entonces metí la mano por la parte superior de su faldita y su ropa interior y comencé a explorar. Apenas nada de vello púbico, y cuando creí que no iba a encontrar “nada”, tropecé con su sexo. Estaba algo fláccido, pero en cuanto lo cogí con mi mano se fue endureciendo. Fue una experiencia algo rara, pero muy excitante, el único miembro que había tocado hasta la fecha era el mío.

Decidí verlo, y le quité todo. La imagen de aquel cuerpo terriblemente voluptuoso y sensual con aquel miembro erecto era chocante, y, aún así, tremendamente sexual. No pude resistir el impulso de agarrar aquel miembro y masturbarlo, buscar sus pelotas y lamerlas. Seguí lamiedo por todo el tronco hasta llegar a la cabeza y me metí todo lo que pude en mi boca. Ella gimió y apretó mi cabeza contra su miembro, cada vez un poco más. En un momento me apretó tanto que su sexo llegó tan profundo que no podía ni respirar.

Dí un paso más y le pedí que me follara. Me preguntó si era mi primera vez, y cuando asentí se tumbó de espaldas en el asiento. Me puso encima suyo y tanteó mi ano con sus dedos. Sentí algo frío, supongo que puso algún tipo de lubricante, pero ni me di cuenta de que lo había sacado ni nada. Tampoco me fijé en el momento, pero se puso un condón. Estuvo un rato preparándome el culo y masturbándome y ya por fin me dijo que lo intentara.

Me senté sobre su miembro, mientras ella se lo sujetaba. En un primer intento no entró, a la segunda entró apenas el glande, y, a la tercera, ya entró por lo menos la mitad. Mucho he leído de dolor en algunos relatos, y, sin embargo, yo no sentí ningún dolor. Durante unos instantes me sentí muy lleno por debajo, luego como si tuviera que entrar al servicio, y, ya por fin, un gustirrinín que se fue incrementando conforme seguía culeando. Cada vez que me metía su polla hasta el fondo, apretaba con mi culo, me sentía cada vez mejor, y, antes casi de darme cuenta, me corrí.

Ahí ella cometió un pequeño fallo, o tal vez lo hizo a propósito, no se, pero no me había puesto un condón y toda mi leche acabó en su vientre, sus pechos y, algunas gotas, en su cara. Puso una cara de indignación,  que, por alguna razón, me pareció un tanto falsa…

Me dijo, “Mira como me has puesto cacho cerdo, ¿Y ahora qué?”. Siguió insultándome un poco más hasta que me cogió por la nuca y llevó mi cara hasta sus pechos. Quería que le lamiera mi propia leche. Nunca, jamás en la vida había probado mi leche ni la de nadie. Aquello me asqueó tan solo un instante, pero me dije: “Bueno, fíjate todo lo que has hecho, ¿De verdad te vas a parar ahora?”, y lo probé.

No se describir el sabor, levemente salado, pero no tan repulsivo como siempre me había temido, le lamí toda las tetas, bajé a su vientre y luego subí a su cara, no le dejé ni rastro, pero cuando acabé estaba duro como una piedra otra vez. Le dije “creo que te voy a follar yo” y aceptó, me puso un condón, y me indicó que la penetrara sobre la marcha, al principio fui muy despacio y con cuidado, pero cuando ví que aquello iba muy bien (¡¡claro, tonto, tiene experiencia por ahí!!) empecé a bombear con fuerza. Tan solo quería correrme otra vez, y, a pesar de haberme corrido hacía nada, en unos minutos volví a correrme.

Descansamos unos instantes, nos arreglamos, y la devolví a la calle donde la encontré. Antes de salir del coche me propuso que si me había gustado tanto la experiencia como a ella le parecía, que podía llamarla y podríamos quedar en su casa y hacer más cosas y más comodamente. Por supuesto acepté, y la llamé unos días después, pero eso es otra historia, para ser constada en otra ocasión.