Mis preciosas hijas me adoran (capítulo final)

Ha llegado el momento de que la ganadora se lleve el premio. Pero el que de verdad se lleva un premio es papi: Va a desvirgar el estrecho culito de su hija mayor.

“Cuando no estén ellas…ven a mi habitación…y hazme lo que quieras”

No he podido dormir. Ha sido imposible. La noche ha sido eterna. Sabía que lo único que tenía que hacer para conciliar el sueño era follarme a mi mujer o hacerme una paja furtiva en el baño. No. Ella no se lo merece. Yo tampoco. Necesito toda la leche de mis huevos para mi gran momento. Para disfrutar a tope. Para llenarle el culo a mi hija mayor con toda la leche que tenga. No quiero que su padre la decepcione. Voy a romperle el culo a mi hija. Y ella me lo ha ofrecido. Desea darle ese regalo a su papi. Que su papi disfrute como nunca. No puedo decepcionarla. Ya le rompí el culo a su madre en su día. Quizás algún día se lo rompa a su hermana la pequeña. Pero lo que importa es que se lo voy a romper a ella. En su habitación. Hasta en eso es sabia y se preocupa por el ritual. En su habitación no podré perder de vista en ningún momento la más dulce evidencia: Que es a mi hija a quién estoy desvirgando analmente.

¿Cuánto tarda la puerta en cerrarse detrás de mi mujer y mi hija pequeña? ¿Todo el tiempo del universo? Aguanto unos segundos por seguridad. Podría olvidárseles algo. Pero no. El ruido del ascensor me confirma que se van. Y entonces salto de la cama como un resorte. No os podeís imaginar las ganas que tengo. Corro hacia su habitación como no ha corrido niño alguno la mañana de reyes. Y escucho la música dulzona y melosa de Laura Paussinni.

Mi regalo ya está despierta.

Entro sin llamar. Dentro hay una orgía de tonos rosas y peluches vigilando todas las estanterías delante de los libros de Stephen King y Ken Follet que ella lee interminablemente. Está tumbada boca abajo en la cama y sólo lleva una camiseta de tirantes blanca y un pantaloncito rosa. Me mira con ojos inmensos, hoy son tan grandes como los de su hermana, y en su cara hay sorpresa, miedo, tentación y entrega. Sobre todo entrega, porque nada es tan dulce como lo que se nos regala. No hay placer mayor que recibir un regalo, sobre todo cuando ese regalo le cuesta tanto al que lo entrega. Y no se imagina aún lo que le va a costar todavía.

Me acerco con suavidad, regodeándome en la visión. Su culo está hinchado, curvado, prometedor bajo el pantalón. Ni siquiera necesito verle las tetas. Lo agarro con decisión y se lo arrastro hasta los tobillos para luego sacárselo. Las braguitas son preciosas. No se ha puesto tanga. Mucho mejor. Lleva unas braguitas de ositos color crema sobre un fondo azul. Son preciosas. No me resisto a quitárselas, y  durante unos segundos las acaricio. Pero el deseo es demasiado fuerte y también se las arrastro hasta los tobillos. Sin embargo no se las quito. Por un lado la sujetarán. Y por el otro son demasiado bonitas e inocentes como para sacarlas de escena.

Hoy todo tiene que ser perfecto.

Ni se me pasa por la cabeza que mi niña no pueda estar sana como una manzana. Y necesito sentir todo el placer de este momento. Sería una triste crueldad ponerme un condón. Pero tampoco quiero partirla en dos. Recuerdo algo fundamental y examino las cremas que utiliza. Hay un prometedor bote de crema hidratante y decido emplear ese mismo. Con una generosa porción en mi pulgar compruebo la firmeza de su ano. Ella emite un suspiro ahogado. Espero que no se piense que esto es la polla de papi. Tiene el esfínter apretadísimo, así que le beso las nalgas y le pido que se relaje. Necesito que la polla entre entera. Lo acaricio y noto como se reduce la tensión. Pero sigue siendo el esfínter de una chica muy joven. Es resistente como el mejor caucho. Mejor así.

Cuándo coloco la cabeza de mi polla en la entrada la escucho gemir. Es idílico. Muge de miedo y tensión cómo si fuese una ternerita. Ahora si que parece una vaquita. Y eso es aún más excitante. Tengo la polla goteándo crema, no quiero hacerle daño. No más del necesario. Pero también quiero que sienta la polla de papi. Que no se le olvide este maravilloso momento. No aguanto más y empiezo a meterla. Hay tensión, pero se hunde. Porque ella soporta el dolor como una princesa. Va a hacerlo por papi. Es maravilloso. No os imaginaís que cerrado está, pero a la vez se abre para recibirme. Me estruja la polla con esos maravillosos músculos jóvenes. No hay placer comparable. Y ella tiembla, su mugido se ha convertido en un sónido grueso, continuo y casi alarmante, pero también dulce.

“Shhhh, cariño, tranquila. Papa te quiere mucho. Te quiero mi niña. Te quiero. Te quiero. Te quiero”

Y noto como se relaja,no tanto como para ponérmelo fácil, pero si para seguir entrando. El placer me vuelve loco. Es increíble. Sigo hundiéndome en ella y me enloquece. Es maravilloso. Digo sin pensar, con sinceridad:

“Tequierotequierotequiero”

Y es verdad, y noto que entonces si se relaja, y mi placer tiene la puerta abierta. Entonces si que empiezo a follárla. Ha abierto la puerta y me clavo en ella hasta los huevos.

“La tienes toda mi vida”.

Entonces si que se relaja. Entonces si que noto su alegría. Entonces si que empiezo a follarla a mi manera, y es imposible aguantar. Es demasiado maravilloso.

“Si papi”

Me estremezco. Follarla por el culo es como follarla con todo el cuerpo. Utilizo todos los músculos, y se que ella me soporta igual. No quiero pedir permiso por miedo a que me lo niegue, y la follo con fuerza, a todo lo que da el motor. Por supuesto no puedo aguantar, y me corro. Me corro. Con una corrida vacuna y eterna dentro del culo de mi hija. Lo noto fluir, noto el semen grumoso que la invade, que la marca, que demuestra que ahora si que es mía, completamente mía, y por eso me derrumbo.

Y aún tengo la suerte de escucharla decirme con voz temblorosa:

“Gracias papi”