Mis pequeñas pausas de sexo y placer en la oficina
A la chica le excitan los hombres vestidos de manera elegante, de traje y corbata. ¡Qué afortunada y placentera coincidencia, esa es mi manera de vestir cada día en mi trabajo!
Durante mis largas jornadas de trabajo paso la mayor parte del tiempo en mi despacho, sentado frente a la pantalla del ordenador. Pero las actividades que en esos momentos realizo no son siempre exclusivamente profesionales. Algunos días, buena parte de ese tiempo lo paso dialogando por Internet, a través del correo electrónico, casi siempre con amigas virtuales que conocí en algún chat o que entraron en contacto conmigo tras haber leído alguno de mis relatos.
Intercambio con ellas mensajes siempre de contenido altamente erótico. Algunos de esos intercambios han servido en ocasiones de base para la redacción de un nuevo relato, publicado más tarde por alguno de los dos. También, otras veces, mantengo ese tipo de comunicación por sms, a través del móvil. E incluso en ciertas ocasiones, cuando alguna de ellas consigue aislarse en su trabajo o se encuentra sola en casa y desea masturbarse oyendo la voz de un hombre imaginativo y con experiencia halagándola, piropeándola, expresándole el deseo que en él despierta y contándole con todo tipo de detalles lo que desearía hacerle en ese momento, como trataría su cuerpo hasta llevarla al orgasmo y hacerla gritar de placer, los diálogos son directamente por teléfono.
Como es evidente, tales actividades me provocan unas erecciones bestiales y me dejan salido como un cabrón. No es nada raro que el estado de mi verga, completamente hinchada y tiesa, me impida durante un rato poder levantarme y andar por la oficina, debido al obsceno bulto que provoca en mi pantalón y que sería imposible disimular. En esos casos prefiero quedarme sentado, meter la mano por debajo del tablero de la mesa, abrirme la bragueta del pantalón, introducir la mano por dentro y sobarme la polla, proporcionándome con ello un agradable placer. Lo malo es que con frecuencia el estado de excitación al que llego es tal que me dura horas y no me queda más remedio, si quiero poder volver a concentrarme en el trabajo, que ir al baño y cascarme una buena paja para desahogarme.
Precisamente eso me ocurría el lunes de la semana pasada. Tras intercambiar una serie de correos con una nueva amiga de Barcelona (en los cuales hablamos con detalle y sin tabúes de, entre otras cosas, nuestra común afición por el sexo oral, los juegos de dominación "soft" y el deseo mutuo de organizar un próximo encuentro, durante un fin de semana, para realizar tales deseos) sentía la imperiosa necesidad de masturbarme. Necesitaba descargar mis hinchados cojones que notaba latir por el hirviente semen que encerraban y que mi inflamada polla ansiaba escupir con rabia.
Como tantas otras veces, esperé unos minutos a que me bajara un poco la erección y me dirigí presuroso hacia el pequeño aseo próximo a mi despacho, un cuartito pequeño que solo cuenta con un lavabo, un urinario de pared y una cabina con un retrete. Entré en él y al estar el retrete ocupado me coloqué delante del urinario. Saqué mi morcillona verga y sin demora comencé a pelármela. Como les decía, estaba muy excitado. Enseguida se me puso de nuevo completamente tiesa y la sentía caliente y húmeda en mi mano, resbalosa por el abundante líquido preseminal que ya hacía rato que supuraba de ella.
Cuando sentía la inminente llegada del orgasmo y cerrando los ojos me machacaba la polla con rabia, se abrió la puerta del aseo y entró alguien. Evidentemente, al verme sorprendido en tan peculiar situación, detuve el movimiento que animaba mi mano y ladeé la cabeza para ver quién era el inoportuno visitante.
Se trataba de la mujer de la limpieza que a esa hora, sobre las 11 de la mañana, realiza cada día su ronda por todos los aseos de la planta para controlar el estado general de higiene y que no falta jabón, papel higiénico y esas cosas. Pero no se trataba de la señora ya mayor, Gabriela, que habitualmente envía la empresa de limpieza que tenemos contratada. Era una muchacha joven, muy joven, supongo que una estudiante que hace ese trabajo durante las vacaciones de verano al necesitar dinero y no haber podido encontrar nada mejor. Y además, una morenita muy guapa, de larga melena oscura, ojos verdes, delgadita y no muy alta, una tierna y linda muñequita muy apetecible y muy... ¡descarada!
La señora Gabriela suele llamar a la puerta antes de entrar, y espera fuera si algún hombre ocupa el cuarto. Pero la chica nueva no solo no llamó a la puerta, sino que al entrar y verme plantado frente al urinario continuó con su trabajo y permaneció allí, a poco más de un metro de mí, comprobando el nivel de jabón del distribuidor del lavabo.
Bueno, la verdad es que más bien hacía como que trabajaba ya que, tras el primer momento de sorpresa, comprobé (con gran agrado, por cierto) como la jovencita lo que en realidad hacía era lanzar miradas disimuladas hacia mi mano derecha, que sin darme cuenta había dejado visible al ladearme y en el interior de la cual se alojaba mi erecto pene. Un buen trozo de mi verga y el violáceo e hinchado glande sobresalían por arriba y quedaban totalmente a la vista de la joven.
No negaré que, siendo también un gran aficionado al exhibicionismo, la situación me excitó enormemente. No intenté en absoluto disimular el hecho de que estaba empalmado y masturbándome, y con gran morbo y placer continué pelándomela ante la atenta y sin duda excitada mirada de la chica. Algunas gotas de líquido transparente brotaban de mi glande mientras me pajeaba y caían al suelo, delante de ella, que sin perder detalle me miraba de arriba abajo y comenzaba a respirar más fuerte y profundamente, de manera casi jadeante.
En ese momento el usuario del inodoro tiró de la cadena, rompiendo con ello la magia de la situación y provocando que la densa atmósfera de vicio y deseo que se había formado entre nosotros se disipara de repente. La chica, como saliendo de un estado de trance y volviendo de repente a la realidad, me miro con intensidad durante un segundo directamente a los ojos y salió apresurada del pequeño cuarto. El ocupante del váter salió de la cabina, se lavó brevemente las manos en el lavabo y abandonó a su vez el aseo. Yo, vuelto cara a la pared de nuevo y machacándome duro la tranca, cerré los ojos y rememoré la reciente escena, viendo la tierna y viciosa carita de la muchacha mirándome embobada, observándome masturbarme. Sentí desencadenarse una oleada de placer y comencé a eyacular largos chorros de esperma que fueron a caer algunos dentro del urinario y otros contra la pared.
Permanecí durante unos segundos en esa posición, gozando del magnífico orgasmo que acababa de vivir y recuperando poco a poco el ritmo normal de mi respiración. Tras esto, me lavé las manos y me dispuse a salir de allí y regresar a mi despacho. Antes de hacerlo eché un rápido vistazo hacia el urinario y vi como por la pared caían resbalando algunas espesas gotas de mi semen.
Durante los días siguientes, por las mañanas a esa misma hora, estuve atento a la llegada de la chica para la ronda matinal de los aseos. Me sorprendía a mi mismo comprobar que al acercarse ese momento me sentía excitado, mi verga comenzaba a manifestarse y no podía concentrarme en otra cosa. Esa tierna putilla me tenía obsesionado y solo ansiaba poder volver a encontrarme a solas con ella en la intimidad del pequeño cuartito, exhibirme ante ella, volver a pelarme la polla en su presencia y excitarla mostrándole lo gorda y dura que se me puede llegar a poner en tales circunstancias. Dejando volar mi imaginación soñaba incluso con sentir esa tierna boquita besar mi tranca, esa lengüita lamérmela, recorriéndola entera desde mis huevos, subiendo hasta llegar a la bola oscura e hinchada de mi glande, ver esos labios abrirse y engullir entera mi polla... imaginando, deseando, con la mano colocada disimuladamente sobre el paquete de mi entrepierna, sintiendo el calor y el volumen de la masa de carne en erupción que dentro de ella crecía.
El martes y el miércoles, por desgracia, estando ya bastante empalmado y pocos minutos antes de que la chica hiciera su aparición, fui interrumpido por temas urgentes de trabajo, al convocarme el director, que me acapararon y no pude más que ver de lejos (y con decepción) como la joven entraba y salía de los 3 aseos que hay en la planta y se marchaba de nuevo sin poder acercarme a ella.
Pero el jueves tuve más suerte. Cuando la vi salir del ascensor del fondo y entrar en el primer aseo, el de al lado de la recepción, me levanté de mi mesa y me dirigí hacia el mismo cuarto del anterior encuentro. Al entrar comprobé con agrado que no había nadie y mi calenturienta imaginación se disparó imaginando ya escenas de lo más delirantes y placenteras, provocando que mi pene comenzara a engordar y ponerse tieso.
Me coloqué, como la vez anterior, de pie plantado frente al urinario, simulando estar haciendo uso de él. Liberé mi polla y comencé a pelármela despacio, tirando bien atrás la piel para descubrir por completo el glande y darme unos pellizcos en él con las yemas de dos de mis dedos, algo que me encanta hacer (¡aunque más me gusta cuando es una manita femenina la que lo hace!) y que acabó de ponerme la verga completamente tiesa.
Un par de minutos más tarde, la puerta se abría y entraba la chica.
Al hacerlo, reaccionó de la misma manera que la vez anterior. Se acercó al lavabo y destapó el recipiente del jabón para comprobar el nivel del mismo mientras su mirada, de reojo, buscaba ver lo que mi mano derecha empuñaba. No tuvo ninguna dificultad para verlo ya que yo me había colocado de manera adecuada para permitírselo. Su mirada se clavó en mi verga y permaneció inmóvil observando como me la pelaba para ella. Mi excitación se disparó de tal manera que, olvidando dónde estaba y el riesgo de ser sorprendido en tan embarazosa situación, me ladeé un poco más y le expuse mejor mi polla en todo su esplendor.
-Te gusta lo que ves, ¿verdad tesoro? Afirmé sin dejar de meneármela.
-Oh si, ¡ya lo creo que me gusta! Contestó tras unos segundos de duda, con voz tierna pero viciosa y sin desviar la vista de mi verga- Pero aún más me gustó el otro día, -continuó- que iba usted tan guapo con ese traje gris oscuro, tan elegante, la camisa blanca y la corbata roja... Mmmmm, me gustó tanto que al llegar a casa me hice un dedo riquísimo recordándolo así vestido y con esa pollota en la mano.
Me dejó boquiabierto al comportarse y hablarme con tales desvergüenza y soltura. ¡Y como me excitaron sus palabras! Inconscientemente me acabé de voltear, hasta quedar totalmente frente a la joven, a solo un paso de ella, y comencé a pelarme duro la polla con vicio y descaro ante su lasciva mirada interesada. Sentía el placer recorrer todo mi cuerpo, el deseo invadirme y hacerme poco a poco perder el control. Comenzaba a gemir de gusto e informé a la tierna putilla que estaba apunto de correrme. Le propuse que me terminara ella, que me ordeñara la polla con su dulce manita. Como hipnotizada, fijando mi pétrea tranca, cuyas venas se marcaban pareciendo amenazar con reventar, comenzó a extender el brazo llevando su mano hacia mi pene.
Entonces se oyeron unos pasos llegar apresuradamente y apenas me dio tiempo a colocarme de nuevo frente al urinario y ocultar mi polla erecta de la vista del recién llegado, el cual enseguida se encerró en la cabina del váter. Al darme la vuelta y buscar con la mirada a la chica me sentí horriblemente decepcionado al comprobar que ya no estaba allí, que se había marchado. Sin duda lo hizo al asustarse cuando entró el inoportuno cagón que en ese momento, como celebrando el haberme jodido tan excitante situación, se tiraba un sonoro y repugnante pedo. Con gusto hubiera echado la puerta abajo de una patada y restregado el morro de ese imbécil en su propia mierda, como se hace a los perros impertinentes y maleducados, tal era el cabreo que tenía. Aún así, seguía tan excitado que me comencé a pajear la verga con ansia y en menos de un minuto me corrí vertiendo las lanzadas de mi esperma por toda la pared.
Regresé a mi despacho e intenté continuar con mi trabajo, pero no conseguía concentrarme. No se me iba de la cabeza el reciente episodio del aseo. Me obsesionaban la imagen de la chica, a solo un paso de mí mirando con evidente deseo como me masturbaba, y sus palabras, confesando haberse excitado al verme y masturbado a su vez. Recordé que, en efecto, el día anterior vestía uno de mis más nuevos y mejores trajes (el gris oscuro que la chica había mencionado y que tanto pareció gustarle) ya que aquella tarde estaba "invitado" a participar en la reunión del Consejo de Administración, representando a mi director y con el objeto de presentar los presupuestos de la empresa para el próximo año.
El día siguiente volví a ponerme ese mismo traje, con una camisa blanca nueva y mi corbata favorita, una de color rojo oscuro, de seda natural y firmada por una prestigiosa casa de moda italiana. Añadí una buena dosis de la colonia a la que soy fiel desde hace muchos años y que por experiencia sé que encanta a las mujeres.
Antes de salir de casa y mientras comprobaba mirándome en el espejo de la entrada que mi aspecto era impecable, sonreí casi avergonzado al darme cuenta de repente de lo caricatural de la situación: Yo, el brazo derecho del director de mi empresa, el responsable del departamento financiero y tecnológico de la misma, con el título de director adjunto y un equipo de más de 50 personas a mis órdenes, me había vestido con mi mejor traje y acicalado con cuidado para intentar causar buena impresión en la oficina a... ¡la chica de la limpieza!
Pasé la primera parte de la mañana contestando a unos correos electrónicos que había recibido con una serie de archivos adjuntos (videos y series de fotografías porno) que estuve viendo mientras me tomaba los primeros cafés del día y que me pusieron la verga tiesa ya de buena mañana. Después intercambié una serie de e-mail con mi amiga catalana, a la que envié unas fotos muy buenas de sexo oral y que, comentándolas a través de nuestros mensajes, nos excitaron mucho a ambos. Al cabo de un rato me confesó que la había excitado tanto que se estaba frotando disimuladamente sobre el coño con un rotulador y que iba a bajar a los archivos de la notaría donde trabaja, en el sótano del edificio, para poder masturbarse a gusto. Me prometió que cuando regresara me escribiría otro correo contándomelo.
Con todo ello el tiempo me pasó volando (eran ya casi las once) y además, como se pueden imaginar, estaba completamente salido. Me levanté, me puse la chaqueta y fui a ponerme otro café, que decidí tomarme apoyado en el mostrador de la recepción hablando con la recepcionista nueva, una rubia ya madurita y casada, aunque muy guapa y con un increíble par de tetas. Una bella mujer que despierta mi deseo y a la que con gusto follaría, como mi mirada y mis palabras se lo hacen saber cada vez que hablamos. No me cabe duda que ella lo percibe perfectamente y me satisface que siempre me reciba con una cálida sonrisa y se muestre receptiva a mis halagos y proposiciones apenas disimuladas.
Estando tonteando con Verónica, la recepcionista, vi llegar a la chica de la limpieza, la linda y tierna morenita, la cual tras saludar tímidamente se introdujo en el primer aseo. Alegando tener que regresar a mi despacho me despedí de la tetuda rubia no sin antes recordarle que seguía en pie mi proposición para cenar una noche e intentando transmitirle con la mirada el enorme deseo que me provoca.
Una vez más fui rápido hasta el pequeño aseo y entré en él, donde me dispuse a esperar la llegada de la chica. Comprobé de nuevo mi aspecto en el espejo, alisándome el traje y ajustando la corbata, y me aseguré de que no había nadie en la cabina del váter. Cuando entró la joven acababa de echar un poco de ambientador, para matar los restos de malos olores, y estaba de pie en medio del cuarto comenzando a bajarme la cremallera de la bragueta, como si tuviera la intención de utilizar el urinario.
-Buenos días princesa, no te imaginas lo que me alegro de verte, ¿qué tal estás? Le pregunté nada más verla y teniéndola por primera vez muy cerca, a pocos centímetros casi pegada a mi, sintiendo el olor fresco de su desodorante y viéndola tímida y admirativa al mismo tiempo mirándome levantando la cabecita, ya que me llegaba a la altura del pecho.
-Hola, muy bien, gracias. Contestó- Qué elegante que va usted continuó sonriéndome con coquetería y atreviéndose a alisarme una solapa de la chaqueta- y que bien huele.
-Quizás no me creas pero en realidad hoy me puse este traje por ti confesé rozándole una manita con uno de mis dedos- por aquello que me dijiste ayer, que te había gustado tanto y te había animado a hacerte... cositas ricas.
-Bueno, si, es verdad -contestó un poco intimidada y con una bonita sonrisa en los labios-. Siempre, desde niña, me excitaron los maduritos guapos, trajeados y elegantes. Los encuentro irresistibles y me vuelven loca. Ya sabe, los hombres... pues... así, como usted.
Esa tierna putilla me estaba provocando descaradamente. Era evidente que no era yo el único al cual el deseo devoraba las entrañas y en una fracción de segundo tomé una decisión. No estaba dispuesto a que de nuevo viniera alguien a estropearlo todo y, sin pensármelo dos veces, agarré la chica de la mano y la arrastré conmigo dentro de la cabina, cuya puerta cerré y bloqueé con el pestillo.
La joven parecía un poco asustada pero también excitada. Con una mano acaricié su precioso pelo negro, la pasé por su carita y baje hasta su tierno cuello, que rodeé con ella acariciándoselo por detrás y atrayéndola hacia mí al mismo tiempo. Ella cerraba los ojos y se dejaba hacer, inspiraba fuerte el olor del perfume que emanaba de mi mano y comenzaba a tener la respiración ya bastante agitada.
-No te imaginas como te deseo, princesa, -le susurré acercando mis labios a su orejita- hace días que me masturbo en este cuarto pensando en ti y que derramo chorros de esperma en tu honor.
-Hummm, ya vi por la tarde, cuando vine a limpiar, los restos en las paredes. Imaginé que eran suyos porque cuando le vi pajearse se le notaba apunto de correrse. Que pena me dio no poder verlo terminar. Cada vez salí de aquí con el chochito mojado y me pajeé luego el coño imaginando su polla tiesa escupiendo lechita rica.
Apenas podía creer lo que estaba oyendo. Esa tierna y menuda jovencita que tenía delante, a la que apenas conocía y que a primera vista podría parecer una inocente virgencita, me estaba hablando con un vocabulario y un vicio que demostraban que lo que es en realidad es una auténtica zorra calientapollas.
-Hoy vas a tener esa rica lechita bien calentita solo para ti, tesoro. Añadí al tiempo que me abría la bragueta, liberaba mi polla (sin dificultad al no vestir ropa interior) y comenzaba a pelármela despacio ante su atenta mirada.
Sintiendo un intenso deseo apoderarse de mi, los latidos de mi corazón dispararse y un calor sofocante invadirme, comencé a quitarme la chaqueta.
-¡No! Por favor, no se quite la chaqueta. Me rogó de repente, volviendo a colocarme la prenda que ya tenía medio quitada- Me excita mucho más con la chaqueta puesta. Sáquese bien la polla y los huevos por la bragueta pero no se quite nada de ropa.
¡Alucinante! La chiquita no dejaba de sorprenderme. Admito que era la primera vez en mi vida que una mujer manifestaba tal excitación por la ropa y me pedía sexo completamente vestido. Esa niña me estaba volviendo loco de deseo. Si quería que me quedara vestido, así me quedaría, pero yo deseaba ver y tocar su cuerpo, gozar del olor y del sabor de su joven piel. Agarré las solapas de su blusa verde y blanco, uniforme de la empresa de limpieza, y de un fuerte tirón se la abrí, desabrochando de golpe todos los corchetes que la mantenían cerrada, y bajo la cual solo vestía una camiseta cortita de algodón, que le dejaba desnuda la preciosa barriguita y en la que se marcaban desafiantes sus puntiagudos pezones, y una minúscula braguita blanca.
Tomé uno de sus senos en cada mano, sobre la tela de la camiseta, apretándoselos y sintiéndolos duros y apetitosos como dos manzanitas en mis grandes manos, y pellizqué sus pezones arrancándole los primeros gemidos. Después bajé una de ellas hasta su entrepierna y la acaricié también suavecito sobre la braguita. Sintiendo sus muslos separarse ladeé un poco la tela de la braguita e hice resbalar mi dedo medio sobre sus empapados labios, aplicándole un rítmico masaje de vaivén y buscando el cerrado orificio de su ano y el botoncito de su clítoris para masajearlos también. Poco a poco el masaje se fue haciendo más intenso, hasta que de una embestida le introduje el dedo entero dentro del coño y con unas cuantas metidas rápidas la sentí correrse en mi mano, mientras se colocaba un puño en la boca para intentar amortiguar un poco el sonido de sus intensos gemidos.
Ella, a su vez, mientras la masturbaba y se corría había agarrado mi verga con su otra manita y me la pajeaba despacio, matándome de gusto. Esperé un minuto a que se recuperara un poco del intenso orgasmo y busqué su boquita, comenzamos a besarnos con infinita pasión y a comernos la lengua el uno al otro. Mi estado de excitación era ya incontrolable. Deseaba saborear esa tierna furcia, necesitaba embriagarme de ella, gozar de la suavidad de su joven piel y del sabor de su cuerpo. Me agaché frente a ella y le quité la braguita despacio, haciéndola resbalar a lo largo de sus divinas piernas. Agarré una de ellas, la levanté y coloqué su pie sobre la tapadera del inodoro. Acaricié sus muslos, gozando de la tersura de su piel, los besé y lamí con enorme placer, y los separé hasta dejar la rajita de su coñito abierta y accesible.
Tras una primera caricia con la yema del dedo pulgar y un breve masaje sobre el clítoris, acerqué mi boca a él y comencé a lamerlo con glotonería, recorriéndolo entero con la lengua e introduciéndosela, arrancándole a la putilla nuevos gemidos de placer y gozando de ese delicioso sabor a hembra en celo. Sentía sus manitas en mi cabeza, hundiéndose en mi pelo y apretándome con fuerza contra su coño.
Estaba ahí tirado, en el suelo del váter, vestido con un traje que me había costado mas de 900 Euros, con la bragueta abierta y la verga y los huevos fuera, corriendo el riesgo de tener serios problemas en el trabajo si era descubierto y comiéndole el coño a la muchachita encargada de la limpieza. Pero ni me preocupaba ni me importaba, estaba disfrutando, gozando como un animal de esa inusual situación con infinito placer.
Proseguí unos minutos la intensa comida de coño hasta sentirla de nuevo apunto de correrse. Sin poder resistir las ganas de follarla, de sentir mi polla hundirse en su joven cuerpo, me incorporé y comencé a restregarle con rabia el duro palo que era mi verga sobre el empapado coño.
-¡No, por favor! Me suplicó entre gemidos- No me folle, sin condón no, no me meta la polla que me da mucho miedo, se la mamo si quiere pero no podemos follar.
-¡Sorpresa! Exclamé al tiempo que sacaba un preservativo del bolsillo interior de mi chaqueta, bien empaquetado en su envoltorio amarillo.
Es una de las reglas de base de todo adicto al sexo y en permanente búsqueda de nuevas aventuras, ¿no es así? ¡Siempre hay que tener un condón encima! En la cartera o en la chaqueta, nunca se sabe lo que puede suceder.
Su súbita y amplia sonrisa nos iluminó como un sol naciente. De manera alocada me arrancó el preservativo de la mano y comenzó a desgarrar el envoltorio. Al sacarlo, con el condón en una mano, se arrodilló en el suelo ante mí agarrando y tirando de mi polla hacia arriba con la otra, y comenzó a lamerme los huevos mientras me pelaba la verga. Ya la tenía más que erecta pero con la paja que me hacía y las lamidas de su lengua caliente y húmeda me la acabó de poner dura como una piedra. Máxime cuando la vi escupirme un salivazo sobre el gordo capullo morado, repartir sobre él las babas con la lengua, engullir de golpe más de media polla y comenzar a follármela con la boca.
¡Dios, que gustazo! Me sentía al borde del éxtasis, la pequeña furcia sabe comerse una verga, ¡vaya que si sabe! A pesar de su tierna edad lo hace una maestría digna de la más pelleja de las putas. Coloqué mi mano sobre su cabecita y la acompañé en el movimiento de idas y venidas con el que engullía mi tranca, mientras sentía su manita agarrarme los huevos de un puñado y darme apretones, incrementando con ello el ya de por si tremendo placer que me estaba proporcionando.
Cuando hubo saboreado bien mi verga y me tenía ya gruñendo de gusto y a punto de correrme, dejó de mamármela y se la sacó de la boca, dejándola expuesta, tiesa y mojada de saliva, a solo unos centímetros de su carita. Colocó el preservativo sobre el glande y comenzó a desenrollarlo hacia abajo por el gordo tronco venoso de mi polla, hasta vestirla de rosa en sus dos terceras partes.
Una vez con el condón puesto me senté sobre la tapadera del váter, recostado y con las piernas estiradas. La muchacha acudió a mi lado, levantó y pasó una pierna por encima de las mías y, abriéndose lo más que pudo, me volvió a agarrar la verga con una manita y vino a sentarse encima de ella. Se metió la gorda cabeza recubierta de látex en el coño ayudándose con los dedos, abriéndose con ellos los labios, y se la fue clavando poco a poco. Apoyando las manos sobre mi pecho, fue dando empujones con los riñones de arriba abajo hasta metérsela toda entera en el coño y quedar sentada sobre mis huevos, empalada en mi polla.
Permanecimos inmóviles un par de minutos, completamente acoplados y gozando del placer que la profunda penetración nos transmitía. La chica, con la carita congestionada por el placer, alisaba con delicadeza las solapas de mi chaqueta así como la corbata, centrándola bien sobre la inmaculada camisa, manifestando de nuevo el interés y la excitación que mi "uniforme" le provocaba.
Le quité la camiseta, la atraje hacia mí y comencé a mamarle los tiernos y deliciosos pezones, mientras ella se abrazaba a mi cabeza y comenzaba a moverse despacio de arriba abajo, cabalgándome la polla.
Mientras follábamos oímos la puerta del aseo abrirse, los rápidos pasos de alguien entrando y, seguidamente, el ruido que el chorro que él visitante soltaba en el meadero producía al chocar contra la porcelana. La chica hundió su cabecita en mi pecho intentando ahogar la risa que la situación le provocaba, pero sin dejar de culear contra mi polla.
Cuando el meón salió del cuarto la putilla aumentó el ritmo de su cabalgada y yo la ayudé, ya sintiendo que casi me corría, agarrándola fuerte del culo, que mis anchas manos cubrían por completo, empujándoselo con fuerza para acentuar el ritmo y la profundidad de la clavada. En pocos segundos el movimiento de la follada se volvió frenético, salvaje. Soltando un profundo gemido sentí la avalancha de esperma brotar de mi polla y un increíble placer sacudir todo mi cuerpo. La joven a su vez gemía como una putilla, ya sin poder continuar su movimiento de cabalgada al quedar derrumbada por la intensidad de su propio orgasmo. Solo se retorcía y restregaba contra mi cuerpo, prolongando así nuestro placer, con mi tranca entera metida.
Recuperando poco a poco el aliento y las fuerzas, tras permanecer abrazados, aún acoplados y jadeantes durante unos minutos, la tierna criatura acabó por levantarse, poniendo especial cuidado en no arrancar el condón de mi polla semierecta, la cual quedó inclinada de lado por encima de los huevos y apoyada contra la tela del pantalón, con el preservativo medio fuera y el extremo de este repleto de semen.
Después de darnos un profundo beso, con una tierna y riquísima mamada de lenguas, invité a la chica a salir del cuarto y esperé unos minutos antes de hacerlo yo. Regresé a mi despacho con las piernas aún temblorosas e increíblemente gozoso tras haber vivido tal experiencia. Experiencia que, como se pueden imaginar, espero que vuelva a repetirse pronto. Al menos, por mi parte, haré todo lo posible para propiciar que se produzca.
Por otra parte, reflexionando al tiempo que les narro estos sucesos, me digo que resulta curiosa esa tendencia que tienen tantas mujeres a sentir su atracción por ciertos hombres acentuada por su vestimenta. Recuerdo que incluso mi ex-esposa me confesó (una noche en la cama, estando ya ambos muy excitados, justo antes de ponernos a follar y mientras la masturbaba metiéndole dos dedos profundamente en la vagina) que ella misma, de jovencita, frecuentó durante una temporada una discoteca de su ciudad próxima a una base aérea militar y que nunca supo negarse a las proposiciones que los elegantes oficiales uniformados le hacían cada vez que iba.