Mis nuevos vecinos
Vaya vecinos que nos juntamos.
Un joven matrimonio Alberto y Charo se compran un chalet en las afueras, allí conocen a sus nuevos vecinos con los que congenian muy bien y rápidamente. Alberto no puede cada día dejar de sentirse obsesionado por su nueva vecina Luisa, hasta tal punto que el marido de ésta se da cuenta y se la ofrece explicándole que son muy liberales y que será un placer poder hacer realidad la fantasía de Alberto y el disfrute de todos. Alberto satisfacer sus fantasías más allá de lo que pensaba por el culo a Luisa por primera vez.
Es difícil de entender, pero la vida a menudo se comporta como una extraña bola. Lo que quiero decir es que una pequeña acción, un gesto, una cosa que nos parece no tiene ninguna importancia, resulta que después de unos años ha cambiado tu vida por completo. Es como una fuente llena de cerezas, coges una y cuando tiras salen, enganchadas a esa, una ristra continua de cerezas. Bueno, en realidad no es la vida, son las mujeres.
Charo y yo llevamos diez años de casados. Ella estudió Filosofía e Historia en la Universidad y enseña geografía, historia y latín en un colegio privado.
No pagan un gran sueldo, pero a ella le gusta enseñar y el ambiente en el colegio no está mal. Yo hice Derecho y trabajo en un banco en algo que no tiene nada que ver con derecho, pero tengo un buen sueldo y las horas son buenas. Charo tiene treinta y cuatro y yo treinta y seis años. Hace tiempo que decidimos no tener hijos. De niños, ninguno de los dos tuvimos una experiencia familiar particularmente buena; además nos gusta la independencia y mejor status económico que da el no tener hijos. Charo es alta, un metro setenta y seis centímetros, castaña clara. Ni guapa ni fea, salada de cara; pero con un tipazo impresionante que ya quisieran muchas modelos de revistas. Los pechos normales, cintura pequeña, caderas firmes, trasero redondito y unas piernas largas, largas, torneadas, firmes que son una maravilla. Tiene muy buen carácter, gran sentido del humor y no llevamos muy bien. Nuestra vida sexual va bien, normal, no creo que salgamos en ningún libro de récords, pero no tenemos quejas. Vivíamos en Bilbao, en un piso pequeño que compramos hace cuatro años.
Todo empezó cuando a Charo le informaron, en Febrero, de la muerte de una tía lejana que la dejaba como única heredera. No es que heredara mucho, un poco más de medio millón de €. Discutimos lo que hacer con esa cantidad y decidimos que como teníamos otro dinero en el banco, podríamos comprar un chalet en la sierra. Encontramos uno que nos gustó, tenía pista de tenis tanto a Charo como a mí nos encanta el tenis, costaba novecientos cincuenta mil €.Así que con un préstamo razonable, a finales de Abril, lo compramos. Pronto nos acostumbramos a ir allí todos los viernes y no volver a Bilbao hasta el lunes por la mañana. Jugábamos al tenis por lo menos dos horas al día y empezamos a hacer algunas amistades que también jugaban al tenis. A primeros de Junio, Charo me dijo que le habían ofrecido un puesto en un colegio privado, muy caro, que estaba en la sierra a quince minutos de nuestro chalet. Le pagaban casi el doble que en el colegio de Bilbao. El único problema es que nos tendríamos que mudar al chalet de forma permanente y yo tendría que ir y volver a Bilbao cada día.
Como a mí me gustaba mucho el chalet y el sueldo de Charo sería muy bueno, así lo hicimos. Vendimos el piso en Bilbao y nos mudamos por completo a la sierra. A las dos semanas, o así, de mudarnos, un viernes por la tarde, llamaron a la puerta; abrí yo y encontré una pareja de unos treinta años cada uno.
Buenas tardes, no queremos molestar, pero hemos comprado el chalet de al lado y queríamos saludar a los vecinos. Si pasen, pasen.
Se presentaron, ella se llamaba Luisa y el Miguel. Luisa era muy diferente de Charo, más bien bajita, uno sesenta y cinco, entradita en carnes, morena de pelo negro azabache y tez oscura, grandes ojos oscuros, más gorda que delgada y con un culazo y unos pechos impresionantes.
Él era casi de mi estatura, uno ochenta y siete, rubio, ojos claros y más bien delgados que grueso. Les invitamos a tomar unas cervezas, charlamos un rato, ellos mencionaron que la pista de tenis era muy agradable, les invitamos a jugar el sábado y ellos pusieron a nuestra disposición la piscina de su chalet. Los dos eran muy simpáticos, con buen humor y tanto a Charo como a mí nos cayeron muy bien.
Al día siguiente, a las cuatro y media llegaron Luisa y Miguel para jugar al tenis. ¡Caray con Luisa! Vestía unos pantalones muy cortos y muy ajustados que marcaban y exhibían su túrgido trasero de la forma más provocadora.
Los descubiertos muslos estaban bien desarrollados pero no eran ni gordos ni fofos, sino sólidos, lisos, bien torneados. La camiseta, ¡Dios mío la camiseta! Llevaba una camiseta sin mangas, con amplio escote que ofrecía, para el goce de ojos de los tíos, la deliciosa visión de buena parte de sus exuberantes tetas. La camiseta debía ser al menos dos tallas más pequeñas de su tamaño; la consecuencia era que sus magníficos globos parecían que la iban a romper en cualquier momento ¡qué barbaridad de tetas, como empujaban contra la tela! Me costó un buen esfuerzo apartar los ojos de aquel bombón de mujer, de aquella fuente de sexualidad y tratar de mantener un mínimo de conversación.
Por fin empezamos a jugar al tenis. Afortunadamente, ellos no jugaban mal. No nos costó gran esfuerzo ganarles, pero jugaban lo suficientemente bien como para hacer el partido entretenido y divertido. Lo más difícil, para mí fue tratar de separar los ojos de Luisa y mirar a la bola.
Cuando Luisa corría, aquellas tetas magnificas bailaban, saltaban de arriba a abajo y yo estaba esperando y deseando que en cualquier momento saltaran de su prisión y quedaran al descubierto. Por desgracia no pasó, pero según jugamos un poco, nuestras camisetas se empaparon de sudor y cuando la camiseta de Luisa se empapó, aun se pegaba más a sus tetas gloriosas. Si no hubiera llevado sujetador, hubiera sido lo mismo que si estuviera desnuda. ¡Qué fiesta para los ojos y que tormento para la imaginación!
Al acabar el partido estábamos todos cansados y sudados, Miguel propuso que cogiéramos los bañadores y nos diésemos un chapuzón en su piscina.
Aceptamos encantados. Mientras nos cambiábamos en nuestro dormitorio, yo comenté que eran una pareja muy simpática y que me lo haba pasado muy bien jugando al tenis. Luisa se rió al oírme y dijo: A mí me parece un milagro lo que ha pasado. ¿Qué quieres decir, un milagro?.
Que has conseguido pegarle a la bola con tu raqueta en muchas ocasiones. ¿Por qué es eso un milagro?
Porque tú has estado todo el rato mirando las tetas de Luisa.
Yo me puse colorado .Luisa se rió y le quito importancia:
No seas tonto, estoy seguro que le pasaría a cualquier hombre. La verdad es que tiene unos pechos y un trasero, espectaculares. ¡Podría ser la modelo para una estatua de la diosa de la fecundidad!
Sin más comentarios fuimos al chalet de ellos. Nos abrió Miguel ya en bañador, nos llevó a través del chalet, al patio donde estaba la piscina.
Nos invitó a sentarnos a la sombra y dijo que volvía en un momento. Volvió enseguida con unas cervezas y unos vasos. Al levantar la cabeza para tomar mi primer trago salió Luisa con unas bandejas. Me atraganté y ¡Por poco me ahogo allí mismo! ¡Qué tía! ¡Qué buenísima estaba! Llevaba unas sandalias blancas de tacón muy alto y un bañador de una sola pieza que revelaba mucho más de lo que cubría. Las piernas y la recia muslada estaban realzadas por los altos tacones. El bañador subía hasta más arriba de la cadera por los lados, de manera que solo un minúsculo triángulo cubría su pubis y otro, ridículamente pequeño comparado con aquellos suculentos cachetes, cubría su trasero . ¡Aquellos enormes, redondos, lisos, túrgidos y fenomenales cachetes al aire. ¡No solo al aire! Con cada paso que daba subían, bajaban, vibraban, y a grandes voces gritaban ¡Tocarme!¡Comerme, comerme!.
Cuando conseguí arrancar mis ojos de aquellas glorias mi mirada fue, como el hierro va al imán, a sus magníficos pechos. ¡Y que escote!.
El bañador hacia una enorme uve en el medio y los tirantes a duras penas cubrían los pezones. Aquellos pechazos, casi completamente al aire, se bamboleaban a cada paso con un tembleque que mareaba. La verdad es que Luisa era demasiado. Para hacer las cosas aún más difíciles empezó a servir platitos con aceitunas, patatas, almendras, y cada vez que ponía un platito en la mesa inclinaba el cuerpo exhibiendo aún más aquellas tetas embelesadoras, aquellas fuentes de placer y sacaba de forma aún más invitante, su respingón culo. Yo noté que estaba empalmándome que sería muy obvio verlo con el bañador que llevaba, así que diciendo que tenía mucho calor y estaba muy sudado me tire al agua. Afortunadamente el agua estaba fría y enseguida desapareció mi empalme.
La tarde transcurrió de forma muy agradable charlando de mil cosas, bromeando y yo tratando de evitar que mi atención a aquel tentador cuerpo fuera demasiado obvia. Ni que decir tiene, que con bastante frecuencia yo tuve “mucho calor” y salte al agua de golpe para “refrescarme”. Al anochecer volvimos al chalet. Charo comentó:
Jope con Luisa, la verdad es que tiene buen cuerpo, pero me parece que enseña demasiado las carnes.
Si Charo, ¡Pero que carnes!
Ya, ¡so guarro! -dijo ella riendo- ya te he visto como mirabas y también he notado que cuando salías de la piscina, tu bañador no estaba tan lleno como cuando entrabas.
Yo me puse colorado, y entre risas dije algo como, no digas tonterías Charo, tampoco era para tanto.
Aquella noche follamos mi mujer y yo ,pero yo, sin poder evitarlo, mientras acariciaba el cuerpo de Charo pensaba en el tentador e incitante cuerpazo de Luisa. ¡Aquellos pechazos! ¡La firme grupa! ¡Los recios muslos! Pensar en ellos me ponía frenético y Charo se quejó de lo hacía de forma tan violenta, que le estaba haciendo daño, que más que follar parecía que estaba peleándome con ella.
A pesar de mis calentones y constantes esfuerzos para disimular mi admiración por el cuerpo de Luisa, las dos parejas nos hicimos muy amigos.
Al cabo de un par de semanas nos dimos las llaves respectivas, así que la piscina y la pista de tenis, en la práctica, se hicieron propiedades comunes.
Pasábamos los fines de semana prácticamente juntos, jugábamos al tenis cambiando de parejas, Miguel y yo veíamos los partidos de fútbol juntos por la tele, mientras Charo y Luisa daban largos paseos. Jugábamos largas partidas de póker en fin unos vecinos perfectos.
Cuando ya hacia mes y medio que nos conocíamos, un domingo por la tarde, mientras mirábamos el partido por la tele, en el descanso hice algún comentario acerca de lo buena que estaba la chica de un anuncio. Miguel con mucha calma dijo: Si, ya sé que te gustan las tetas bien grandes . ¿Qué quieres decir, que ya sabes?
¡Coño Alberto! No te hagas el tonto. Habría que ser ciego para no notar como miras los pechos de Luisa y como te empalmas con simplemente mirarla.
¡Miguel! Perdona, no quiero ofender a nadie, pero la verdad es que Luisa es muy atractiva. Si os he ofendido pido perdón.
¡Qué coño ofender! Al fin y al cabo me estas alabando el gusto cuando dices que te gusta mi mujer. Además, parte de la culpa es de Luisa. La muy zorra, como le gustas, te enseña toda la carne que puede.
Miguel siguió hablando y yo me estaba quedando con la boca abierta. Me dijo que él y Luisa se querían mucho y se lo pasaban muy bien juntos, pero que no confundían el amor con el follar. Que el follar era una necesidad biológica y que los dos tenían libertad para hacerlo con quien le gustara teniendo una buena polla. De hecho, varias veces se habían montado tríos y hasta orgías con cuatro o más personas a ella le gusta una polla más que aún tonto un lápiz se la han follado hasta dos buenos machos a la vez. Yo debía estar con la boca abierta y la baba cayendo a chorros. Su pregunta no ayudo a cerrar mi boca.
¿Vamos que te quieres follar a Luisa?¡Coño Miguel! ¡Qué pregunta! Luisa es tu mujer.
Mira Alberto, no seas tonto. Yo sé mejor que tú que Luisa es mi mujer; lo que te pregunto es si únicamente te gustaría seguir masturbándote pensando en ella, o si prefieres follartela.
Miguel. No quiero ofenderte, pero sí que tengo fantasías con Luisa.
Coño Alberto, eso lo ve hasta un ciego. No te estoy pidiendo una confesión.
Lo que estoy ofreciendo es la oportunidad de hacer realidad tus fantasías.
Tú le gustas a Luisa, Luisa te gusta a ti, yo no tengo nada en contra. Decídete.
¿Miguel de verdad me ofreces a Luisa?
Mira Alberto, te deberías lavar las orejas más a menudo, porque ya te lo he repetido no sé cuántas veces.
¿Cómo lo hacemos?
Muy sencillo. ¿Charo trabaja mañana? Sí.
Pues tú sales a la hora de siempre, llamas a tu banco diciendo que no te encuentras bien y en cuanto ella se haya ido vienes a casa.
¿Tú estás seguro de que Luisa estará de acuerdo?
¡Claro que sí gilipollas!
Continuamos viendo el partido, cenamos juntos los cuatro, y ellos se despidieron. Yo no pegue ojo en toda la noche ¡Estaba de un cachondo! Solo pensar que iba a tener para mí a aquella personificación de la lujuria, aquella diosa de la fecundidad, aquellas tetas, me volvía loco.
Por fin llegó el momento, a las nueve y media llame al timbre. Yo estaba muy nervioso, entre otras cosas no sabía si Miguel me estaba jugando una mala pasada o que. Salió Miguel a abrirme.
Pasa Alberto, pasa. Estás vestido muy formal, bueno, claro te has vestido para ir a trabajar. Mira Luisa se está duchándose y arreglándose, todavía tardara más de media hora. Te veo un poco nervioso. Mira, ponte uno de mis bañadores, salimos al jardín y nos tomamos un cuba libre, a ver si te relajas un poco.
La verdad es que decir que estaba un poco nervioso no se acercaba a la verdad.
Estaba más tenso que cable de puente colgante y el ver a Miguel tan relajado y natural, más que tranquilizarme me ponía aún más nervioso y tenso. Me cambie y salí al jardín. Allí estaba Miguel, en traje de baño con los cuba libres. Después de tomar un par de tragos conseguí decir:
Luisa. ¿Está de acuerdo?Sí, claro. Antes de hablar contigo ya habíamos hablado ella y yo.
¿Tú vas a estar aquí todo el tiempo?
Sí, claro. Lo siento si no lo deje claro ayer. A mí me excita mucho ver a Luisa follando como una loca, además yo también participo. Espero que no te importe. No, no..
¿Qué podía decir yo? Seguimos bebiendo y al cabo de media hora Luisa llamo a Miguel. Él entró en el chalet y cinco minutos más tarde salió y dijo:
Vamos dentro que Luisa ya está lista.
Me llevo a la sala de estar que estaba en penumbra, con las persianas bajadas, con dos focos apuntando a una puerta. Una música dulzona, de aires orientales salía del estéreo. La habitación estaba alfombrada con gruesa moqueta y habían puesto numerosos cojines por el suelo. Un olor dulzón (¿incienso?) llenaba la habitación. Miguel me dio una ginebra con tónica y me indico que me sentara en el sofá mirando a la puerta iluminada. Sonaron unos tambores y entro Luisa.
Llevaba su negra melena suelta. La cara abundantemente maquillada, los párpados azules, cejas y pestañas bien pintadas, colorete en las mejillas y los labios de un rojo intenso. Un mínimo sujetador con lentejuelas doradas cubría el esplendor de sus pechos. Unos pantalones rojos, de semitransparente gasa, que empezaban bien debajo del ombligo llegaban hasta sus tobillos. Por debajo de los pantalones se adivinaba una mínima braguita. En ambas manos tenía unos minúsculos platillos, con los acompañaba el ritmo de la música. Iba descalza pero bailaba de puntillas. Parecía una mora.
En realidad no bailaba, embrujaba con sus sinuosos y sensuales movimientos. Ver a aquella sacerdotisa de Venus, en sensual danza era más de lo que cualquier mortal tenía derecho a aspirar. Hacía una danza del vientre, pero el vientre era lo que yo menos miraba. Aquellas tetas inmensas, malamente tapadas por el sujetador dorado, bailaban, subían, bajaban, temblaban, incitaban. Y la grupa, aquel culo magnifico, mínimamente velado por la transparente gasa, con los violentos meneos que ella daba a sus caderas, incitaba, embelesaba, maravillaba. Al poco tiempo de bailar, Luisa tiro de unos cordoncillos y los pantalones cayeron al suelo.
La braguita no tapaba todo el vello púbico y por detrás, esencialmente desaparecía en el valle del placer y dejaba su magnífica grupa, aquellos inmensos, incitadores y recios cachetes al aire. Yo no me pude contener y chille:
Luisa ¡me vuelves loco!
Luisa dejo de bailar y con una sonrisa y gran contoneo de caderas se acercó hacia mí y dijo:
Tú también me vuelves loca a mí, Alberto.
Si decir más, puso una mano en mi ingle y al notar mi erección, dijo: Ya veo que estas contento de verme
Yo no pude más, me abalance sobre ella puse ambas manos en aquel maravilloso culazo y me empecé a embriagar bebiendo de aquella boca maravillosa. Si yo estaba ansioso en mis besos, Luisa no me iba a la zaga, metía su lengua hasta mi garganta aspiraba, con sus manos en mi nuca empujaba mi boca contra la suya, restregaba sus pechazos contra mí y con bruscos movimientos de sus caderas golpeaba mi ingle con su pubis. ¡Qué mujerona! ¡Qué energía! ¡Que vicio.
Luisa se apartó un poco, puso ambas manos en la espalda y mientras decía:
Anda mamón, date un festín con estas tetorras con las que llevas meses soñando.
Quitó su sujetador y aquellas montañas soñadas, aquellas fuentes de placer, aquellas joyas de mis anhelos, quedaron expuestas, a mi alcance. Eran aún más magnificas de lo que me las imaginaba. Firmes, enhiestas, de oscura tez, grandes y oscuras areolas y enormes pezones. Con respeto, embelesado, me acerque a aquellos objetos de mi adoración. Empecé a tocar, estrujar, retorcer, puse mi boca en un prominente pezón y chupé como si en ello me fuera la vida.
Calma mi amor, calma Alberto, que tenemos tiempo. No hace falta que te las comas, conque chupes basta . Perdona, Luisa, perdona. No quería hacer daño.
No le hagas ni caso Alberto, que a esta zurrona le encanta que la traten duro.
Yo, inmerso en las maravillas del cuerpo de Luisa me había olvidado de que Miguel estaba allí. Yo había pensado que sería muy violento follar con el marido delante. Obviamente había subestimado los encantos de Luisa, no solamente me había olvidado de Miguel sino también del mundo entero.
Tenía unas carnes duras y prietas, firmes elásticas. Deliciosas. Seguí chupando, amasando, estrujando y disfrutando de aquellas delicias. Luisa dijo: Alberto, que te gustan más, mis tetazas o mi culo.
Al decir esto me dio la espalda, doblo la cintura, puso ambas manos sobre sus respectivos tobillos y exhibió aquel culazo, en toda su gloria, a un palmo de mi cara mientras sus imperiales tetas colgaban en toda su majestad. Yo me arrodille tras de ella y empecé a besuquear, chupetear, mordisquear y babear en aquellos colosales y gloriosos cachetes, mientras sobaba y estrujaba los globos de leche.
Luisa, no puedo elegir ¡Tus tetas y tu culo son fenomenales, me vuelven loco!
Bien dicho, bien dicho. Bueno vamos a ver qué es lo que tú tienes que ofrecer.
Sin más preámbulos, se dio la vuelta y me quito el traje de baño.
¡Muy bien Alberto, muy bien! Tiene un buena polla. Mira Miguel, yo creo que es más grande que la tuya .
Miguel se acercó y se quitó su bañador. Tenía una polla de buen tamaño y también estaba con una magnifica erección. Luisa midió con sus manos ambas pollas y pronuncio su veredicto:
Sí la de Alberto un poquito más larga y un poquito más gorda. ¡Qué bien! Dos buenas pollas todas para mí ¡Cómo me voy a poner !
Sin perder tiempo se puso de rodillas y empezó a chupármela como una loca . ¡Qué mujer ! La metía la sacaba, chupaba, aspiraba, me acariciaba el capullo, me apretaba un testículo, chupaba, aspiraba. Yo estaba en el séptimo cielo. Mientras ella me chupaba yo acariciaba sus inmensas tetas.
Anda Miguel, no te me quedes ahí como un pasmarote, deja que te la menee.
Miguel se acercó y Luisa sin perder el ritmo, mientras chupaba mi polla, cogió el de Miguel con una mano y empezó a tocar zambomba. Sin ningún aviso empezó a alternar pollas, sacaba el mío de su boca y metía el de Miguel. Yo estaba extasiado e incrédulo. No es que yo sea un neófito en materias sexuales, he tenido mis aventurillas, he estado con tías un tanto viciosas, con algunas putas, pero nunca había estado con una mujer que exudara sensualidad y sexualidad por cada poro, que tuviera tal cuerpazo, y que actuara en material sexual con tal desparpajo, particularmente en presencia de su marido.
¡Siéntate en el sofá! Alberto.
Yo me senté, Luisa saco un frasquito con un aceite que olía a fresa, se puso un poco entre sus pechos puso mi polla entre ellos y apretando con ambas manos me hizo la cubana más maravillosos de mi vida. Cuando mi capullo asomaba entre sus pechos, con glotonería le daba chupetadas y lengüetazos.
Uy Alberto ¡Cómo la tienes! Yo creo que ya estás listo, anda échate en el suelo .
Yo me eche de espaldas en el suelo, mi polla quedo apuntando al techo .
Luisa, se quitó la mínima braga que llevaba enseñando un coño densamente poblado. Volviéndose a Miguel le dijo : Anda marica, prepárame el culo un poco
Mientras decía esto se puso de rodillas en el suelo entre mis piernas inclinándose a hacerme un chupeteo, dejó su culo en alto ofreciéndolo a Miguel. Miguel empezó a besar y estrujar su maravilloso culo. Ella le pidió que metiera la lengua.
Ay si, marica que gusto que me das . Ahora mete un par de dedos. Así, así . Todo esto lo decía a intervalos mientras chupaba mi pene. Por fin dijo: Ya vale Miguel, ya está listo .
Sin más anuncio, se vino sobre mí y se metió mi polla en su coño . ¡Que gusto! Estaba cálido, húmedo, apretado. Mientras ella subía y bajaba, los pechos de mis ensueños bailaban a un palmo de mi nariz. Yo los cogí con mis manos, apretaba, estrujaba sus pezones. Ella se inclinó hacia delante y metió un pezón en mi boca . ¡Chupa, mamomcillo! Chupa de mis tetorras .
Mientras yo chupaba como un desesperado, note una extraña sensación en mi polla y escuché, asombrado a Luisa diciendo:
Si cabronazo, rómpeme el culo, si hasta dentro cabrón, que bueno las dos pollas para mí, si darme, darme.
No me lo podía creer, yo nunca había participado en un “bocadillo”, pero allí estaba la calentorra de Luisa, con mi polla en su coño y la de Miguel en su culo. Miguel bombeaba como loco con grandes embestidas .
Yo apoyándome en mis talones levantaba a aquella viciosa a pollazos, mientras seguía estrujando y manoseando aquellos pechos de ensueño. No sé cuánto tiempo estuvimos así, yo me había corrido un par de veces, Luisa había dado varios gritos de orgasmos y oí rugir a Miguel más de una vez.
De alguna forma acabamos los tres en el suelo sudados, agotados, satisfechos, saciados. Yo nunca haba dado por culo a nadie. La idea de que Luisa la dueña de aquel enorme y maravilloso culazo, tomaba por atrás como una reina me tenía hechizado. Yo tenía que probar aquello. Yo tenía que follar aquel culazo. Yo tenía que romperle el culo a Luisa. Yo tenía que ensartar aquel culo con mi polla y gozar como un cochino en una charca.
La voz de Luisa me sacó de mis obsesiones. Que cabritos sois los hombres, pero que gusto me habéis dado mamones. Buena polla tienes Alberto, buena polla.
Luisa se levantó y dijo: Vamos a la piscina, nos refrescamos y nos limpiamos
¡Dios, que gusto daba ver a aquella mujer andar a la luz del sol! Movía todo lo que había que mover, meneaba todo lo que había que menear y tenía cantidad y calidad para menear y mover. Yo la seguí a la piscina y después de chapotear un poco me acerque a ella y empecé a mordisquear su cuello y tocar sus tetas y culo. ¿Aun quieres más Alberto?
Luisa, nunca tendré bastante de ti. Eres una delicia, un bombón, una exquisitez, un vicio, quiero más y más. Uy cuantos piropos, zalamero ¿Qué es lo que quieres de mí, Alberto?
Tu culo Luisa, te quiero dar por el culo.
Chato, pues claro que sí. Yo soy muy viciosa y me gusta todo. A mí me da mucho gusto que me den por atrás. Anda tontín, nos secamos un poco, tomamos otra ginebra con tónica, picamos unas almendritas y me la hundes hasta el corvejón. Uy pichón, que calentón eres. ¡Qué bien que nos lo vamos a pasar!.
Salimos de la piscina y nos secamos un poco, pasamos otra vez al cuarto de estar, Luisa se tumbó sobre unos cojines mientras Miguel preparaba las ginebras con tónica. Yo me tumbe al lado de Luisa y empecé a sobar aquel culo maravilloso, y me dijo Uy cuantos piropos, zalamero ¿Qué es lo que quieres de mí, Alberto quiero follarte el culo? ¿Tú le has dado por atrás a alguien alguna vez?No Luisa, nunca, y por lo que veo ni a tú mujer. No tampoco.
Y a ti, ¿te han dado por atrás alguna vez? Coño, no. ¿Te crees que soy marica?
No seas tonto no hay que ser marica para tomar por atrás. A Miguel le tiene sin cuidado el sexo del dueño del culo. Miguel da y toma por todos los lados.
¡Miguel es marica!
¡Y dale! Uy que tontos sois los tíos. Miguel no es marica ni mucho menos, lo que es, es un salido de mucho cuidado
En ese momento entro Miguel con las bebidas y unas almendras.
Miguel, Alberto quiere saber si eres marica Dijo Luisa riéndose
No Alberto, si quieres puedes decir que soy un todo terreno. En el plano sexual me gusta todo y con quien me acuesto no depende de su sexo sino de sí estéticamente me atrae y complace o no. Hay muchas tías con las que nunca haría nada y muchos tíos a los que les haría o dejaría hacer lo que quisieran.
No os entiendo.
Pues hijo es muy fácil de explicar y de entender. Lo que pasa es que no lo quieres entender. Anda bébete la ginebra con tónica.
Yo me levante para beber y Luisa dijo:
Mira creo te lo puedo explicar de forma muy fácil. Pero primero de todo veo a tu polla muy triste. ¡A ver si le podemos dar algo de alegría!
Sin más preámbulos, se puso de rodillas introdujo mi polla en su boca y empezó a hacer maravillas. No tardo mucho mi polla en ponerse “alegre”. Luisa dijo:
Alberto, que polla más maja tienes, es muy agradecida, en seguida se pone alegre, es de buen tamaño.. Me gusta mucho chuparlo. Pruébalo Miguel que está muy rica.
Sin que me diera tiempo a reaccionar, Miguel se puso de rodillas delante de mí y empezó a chupármela. Mientras, Luisa se había puesto de pie y restregaba sus tetones por mi cuerpo. Con voz mimosa dijo:
Lo ves tontín, ¿Tú notas alguna diferencia entre que te la chupe Miguel o te la chupe yo?
¿Qué podía responder yo a aquella gata viciosa, poseedora de aquellas fabulosas tetas, que me estaba haciendo caricias, besuqueando, restregando sus tetas y en unos minutos me iba a sacrificar su culo?
La verdad es. Que no. Lo hace bien Miguel
Como no lo va a hacer bien, si es más vicioso.. Además ¡le encanta comer pollas! Anda Miguel déjalo ya, que ahora me la tiene que clavar a mí. No sé yo.. Todo este aparato en mi culo.
Miguel sacó mi polla de su boca. Luisa se tumbó boca abajo poniendo varios cojines bajo su abdomen y separo bien las piernas, asegurándose de que aquel culazo de mis ensueños quedaba bien accesible.
Miguel, el pobre Alberto no se ha hecho un culo en su vida. Enséñale como se hace y prepárame bien, porque si no con ese pollón que tiene ¡Me desgracia el culo de por vida!
Miguel se arrodillo detrás de Luisa y en tono magistral empezó a enseñarme.
Mira Alberto, separa bien los cachetes para que quede al aire ese negro botoncito de las delicias que es el culo de mi Luisa.
Efectivamente, allí estaba en toda su gloria el pequeño botón de placer, tentador, vulnerable, invitante, diciendo -rómpeme, perfórame, viólame.
Lo que hay que hacer siguió Miguel, es hacer que se relaje el esfínter.
Yo primero doy besitos por todo el culo, después besitos en el ojete y después le meto la lengua.
Todo esto lo decía predicando con el ejemplo. Luisa, suavemente movía su culo y ronroneaba hasta que Miguel introdujo su lengua . Si Miguel, sí. Dame gusto en el culote, ya sabes lo viciosa que soy.
Miguel se apartó, y señalando al hermoso trasero, cortésmente me ofreció el culo de Luisa:
Toma Alberto, chúpaselo un poquito que la vuelve loca.
A mí me daba cierto reparo meter la lengua. Lo que yo quería era meter mi polla, pero bueno ¡Todo sea por la dicha final! Empecé a chupetear, besar y a meter mi lengua. Luisa me animaba: Si, capullo, sí. Eres bueno, aprendes pronto, si Alberto, mete tu lengua bien metida, dame gusto mi amor, dame, dame .
Parecía que de verdad le gustaba. Lleno de curiosidad pregunte : ¿De verdad da tanto gusto?
Anda Miguel, haz una obra de caridad y enseña al que no sabe.
Antes de que pudiera decir nada, note como Miguel estaba detrás de mí y besaba, chupeteaba, y metía su lengua en mi culo.
Mirar, sí que da gusto, pero me pone nervioso que sea un hombre quien me lo haga. Además, tengo miedo de que Miguel sea marica y me quiera dar por culo a mí.
Que tonto eres Alberto, dijo Luisa, te he dicho cien veces que Miguel no es marica pero le gustas y claro está que te quiere dar por culo. Pero sin prisas y únicamente cuando tú te dejes. Así que deja de preocuparte, y goza de mi culo que quiero que me la metas bien metida con ese pollón que tienes.
Para ver si me entiendes de una vez, dijo Miguel, y por favor no te ofendas, me gustas tú, pero también me gusta mucho Charo tu mujer. Si tengo que elegir me quedo con Charo y algún día espero tener sus largas piernas enroscadas en mi cintura, apretándome a mí mientras me la follo. Claro está que únicamente con tu permiso. Pero ahora mira como poco a poco le meto un dedo a Luisa, después dos, luego tres.
Hacía como decía y movía sus dedos en un suave círculo dentro del culo de Luisa. Luisa ronroneaba y la viciosa se empalaba ella misma en los dedos de Miguel.
Aquí lo tienes, todo tuyo, el culo de mi mujer. Gózalo y hazle gozar a ella.
Se hizo a un lado, puso un gel transparente en mi polla (aprovechando para sobarlo bien sobado), separo los cachetes de Luisa y dijo:
Pon la punta contra el ojete. Así. Aprieta, lentamente, no hagas nada, esta yegua viciosa se empala ella sola.
Así era. Poco a poco con un pequeño vaivén, Luisa se iba metiendo mi polla. Hasta que con un movimiento final su culo voraz, se la metió toda.
¡Aaah! Qué bien por fin todo tu pollón dentro de mí, ahora dame bien dado, rómpeme el culo, ¡a lo bestia! Me encanta sentir todo tu pollón dentro de mí. Fuerte, fuerte, dale sin miedo, que no me rompo. ¡Me encanta que me enculen! ¡Destrózame! Hazme tuya para siempre, ¡Méteme hasta los huevos! Miguel tu ven aquí que te la chupe . No quiero que te aburras.
Miguel se puso delante de ella, mirándome a mí y Luisa chupaba su tranca con fruición. Yo no me hice de rogar. Como un caballo desbocado enculaba, enculaba y enculaba . ¡Qué placer, aquel enorme, firme y acogedor culazo todo mío! Yo lo ensartaba con auténtica violencia, embestía como un toro joven, ¡A ciegas! ¡Con ira! Pensaba que Luisa se iba a quejar, pero la mujerona aquella lo único que hacía era pedir más y más. Ella añadía a mi violencia con firmes movimientos de sus caderas, empalándose hasta los huevos, chocando violentamente con mis huevos que le golpeaban su coño. Yo enloquecí, empecé a dar azotes en aquellos carrillos gloriosos hasta tornarlos rojo cereza, tiraba de su pelo, inclinándome sobre ella atrapé los pechazos en mis manos y los estrujaba sin piedad; besaba y mordisqueaba su nuca y todo eso mientras invadía su culo y mi polla hondaba sus entrañas. Perdido todo el control, la ensarté y ensarté con gritos y risas hasta que con un aullido de placer, caí agotado, exhausto, jadeando sin respiración a su lado.
¡Joder con Alberto! , dijo Luisa-, parecías tan tímido y modosito y se has follado a lo bestia. ¡Cómo me has dejado el culo, cabrón!.
Yo empecé a murmurar unas disculpas, pero Luisa me interrumpió.
Que no, tonto. Que no son quejas, que me has dado muchísimo gusto.
Espero que te lo hayas pasado muy bien y ya sabes, hizo un gesto con la mano abarcando la habitación, esta es tu casa y señalando con su dedo a su glorioso trasero y este es tu culo. Puedes usar los dos cuando quieras y. cuanto quieras.
Levantándose, me beso en la boca y después, jugueteo, pasándome los pechazos por la cara, metiéndome los pezones en la boca. Enseguida vino Miguel con unos pañitos húmedos con los que nos limpiamos. Nos dimos otro chapuzón en la piscina y, sentados al sol, bebimos como camellos sedientos.
Después de vestirme empecé a despedirme.
No sé cómo agradeceros el día tan fantástico que me habéis dado. No recuerdo habérmelo pasado tan bien nunca. Luisa eres una maravilla, espero poder gozar contigo otra vez muy pronto. Y tu Miguel. No sé cómo agradecerte tu generosidad compartiendo tu mujer.
Mira si quieres agradecer ¿Qué mejor que hacer lo mismo? ¿Quieres decir compartir a Charo?
¿Porque no? No creo que Charo quiera. Podría insinuar algo.
Miguel y yo empezamos a hacer planes sobre cómo convencer a mi mujer Charo. El propuso un doble ataque: mientras yo hacía mis sugerencias, el haría sus insinuaciones y en dos o tres semanas ya veríamos como respondía Charo.
Cuando estábamos más enfrascados en la brillantez de nuestra estrategia oímos la risa de Luisa.
La verdad es cuando Dios hizo tontos a los hombres, exageró. No hacía falta haceros tan tontos. ¿Qué quieres decir?.
Además de tontos ciegos. No os habéis dado cuenta de cómo mira Charo a mis tetas. ¡Si hasta saca la lengua cuando las mira, relamiéndose de gusto!.
Vosotros hacer todos los planes que queráis, os podéis sentir estrategas y generales, podéis sacar mapas, hacer maniobras envolventes y diseñar un fuego cruzado. Yo os aseguro que, únicamente con estos dos cañones, dijo señalando a sus hermosos pechazos- rendiré la fortaleza. Os prometo que en dos semanas tengo a la casta Charo haciendo tortillas conmigo como una loca.
Veis lo que digo, las consecuencias son siempre impredecibles, es como tirar de una cereza y sacar una ristra. Se muere una tía lejana de mi mujer y la consecuencia es que yo me follo por todos los lados a una vecina buenísima, voy a emputecer a mi mujer que acabara medio lesbiana y a mí. A mí, como me descuide, ¡Miguel va a acabar dándome por culo!. En fin en otro relato os contaré como convencimos a Charo mi mujer.