Mis novias
Alguien relata entre la realidad y la ficción la historia de sus amores.
Mi primera novia se llamó Manuela. La conocí cuando era muy jóven, con ella tuve mi primera experiencia sexual y una larga y agradable relación.
Siempre estaba dispuesta a satisfacer todos mis deseos y su gran virtud era no ser posesiva. Conciente de mi devoción por ella sabía que, por más que conociera a otras, siempre indefectiblemente, volvería a ella.
Nuestra relación perdura hasta hoy y a pesar de todos los avatares de la vida siempre nos hacemos un momento de tiempo para estar juntos.
Luego conocí a Concepción, de ascendencia gallega, su familia la llamaba Concha, era hermosa como su nombre. Con ella viví nuevas sensaciones. Pero a diferencia de Manuela, Concha tenía sus bemoles.
Para salir con ella tenía que vestirme correctamente y, lloviera o no, tenía que usar piloto. Además durante algunos días se ponía insoportable, de mal carácter y parecía odiarme porque me rechazaba cubriendosé totalmente.
Por suerte estaba Manuela, que comprensivamente, me ayudaba a pasar esos malos momentos.
Por cuestiones laborales de mi padre tuvimos que viajar a Francia, donde estuve viviendo un año.
Conocí a Oralís, una dulce francesita, muy apegada a las tradiciones de su tierra y ferviente practicante de las mismas. Me las enseñó con verdadera pasión, sobre todo, la que centraliza toda la genitalidad en la boca.
Con ella experimenté toda clase de besos, unos cortitos y picantes y otros profundos y agotadores donde yo perdía toda la esencia de mi masculinidad quedando casi agonizante.
En esa época debo reconocer que no sentí nostálgias de Manuela. Oralís tenía un fuerte carácter histriónico y conocedora, ya que no teníamos secretos, del afecto que yo sentía por Manuela, ella se reencarnaba en el personaje y la imitaba casi a la perfección.
Vuelto a la Argentina, e imbuido por el espíritu de Oralís, continué practicando sus enseñanzas y traspasé las mismas a todas las mujeres que fuí conociendo y que las adoptaban con verdadera devoción. Puedo asegurar con autoridad que muchas alumnas superaron a la profesora.
En unas vacaciones en Brasil, conocí a Analía, una impactante morena que pasó a mi lado contoneando sus caderas monumentales con un ritmo de samba que alegraba el corazón y levantaba hasta a los muertos a su paso.
Ella fué mi guía, y me hizo conocer toda la curvilínea geografía de Río de Janeiro, llevandomé por todas las zonas placenteras hasta llegar al centro mismo y hundirme desaforadamente en las oscuras profundidades de un país desconocido pero terriblemente cálido e inquietante que me producía estremecedoras sensaciones.
Una cualidad de Analía era su ductilidad. Además de ser una profunda conocedora de su territorio, sabía de otras culturas y practicaba todo aquello que le proporcionaba el placer necesario para vivir la vida plenamente.
Cuando le comenté de Oralís, me demostró ser una experimentada cultora de todo lo francés. Tenía ancestros gallegos y superaba con amplitud de conocimientos a Concha y parecía hermana gemela de Manuela.
Felíz de conocerla, ya que resumía en ella a tres de las mujeres más importantes de mi vida, extendí mis vacaciones un mes más. Fué una época plena de felicidad y duró hasta que me presentó a su hermana Travistinha.
Era muy parecida a Analía en muchos aspectos, menos en uno muy sobresaliente que fue el que más influyó en mí.
Tenía un carácter audaz y aventurero y un día me propuso visitar los barrios bajos, donde prima lo desconocido e inquietante y uno no tiene noción de como puede terminar. Lo peor es que para adentrarte en esos parajes hay que dar un giro de 180° en sus principios y yo no estaba dispuesto a hacerlo.
El problema fue que, como eran tan unidas, el desaire a Travistinha afecto mi relación con Analía.
Volví y desde entonces estoy buscando ansiosamente a alguien que reuna todas las condiciones de Analía pero que sea hija única.
Mientras no la encuentro sigo frecuentando a mis otros amores, sobre todo a la que siempre está cerca mío, en los buenos y malos momentos, mi inolvidable Manuela.