Mis mejores momentos... (06)
Extracto de los momentos cumbres de los relatos de mis relaciones sexuales.
MIS MEJORES MOMENTOS (o tendría que decir "Mis mejores cog....")
Parte VI
Muchas veces me han vuelto a la memoria los buenos momentos de sexo que he tenido no solo con mi esposo sino en los tríos, intercambios o relaciones circunstanciales de las que participé y hoy les hago llegar una recopilación de esas gratas circunstancias.
"Cuando salimos de la reunión fuimos directamente con Carlos a buscar su automóvil al estacionamiento subterráneo en el que lo había dejado. Estaba tan entusiasmada con él por el contrato que habíamos conseguido que, sabiendo que siempre había estado interesado en mi, aun antes de habernos casado los dos con otras parejas, y empecé a besarlo dentro del automóvil y de pronto, no se ni cómo, le susurré al oído que quería darle una sorpresa en agradecimiento por todo lo que había hecho y también como recompensa por todo el cariño que siempre me había profesado.
Dirigí mi mano hacia su entrepierna y bajándole el cierre de su pantalón le saqué afuera su miembro, que a esta altura estaba por estallar.
Se lo empecé a acariciar suavemente subiendo y bajando mi mano por el tronco provocando que la piel se deslizara de arriba abajo y dejara al descubierto la rojiza cabeza.
Lo noté muy excitado y entonces me incliné y posando mis labios sus labios sobre esa brasa caliente comencé a succionársela.
Me la introduje toda y empecé a pajearlo con mi boca sin la ayuda de las manos, las que estaban entretenidas en acariciar sus velludos testículos.
Carlos se estremecía todo y parecía que no se iba a aguantar.
Quiso apretar su sexo pero se lo impedí y seguí mamándolo más aceleradamente no obstante que me pedí que no continuara porque no se iba a poder contener.
No me detuve y la descarga fue tremenda. Profusos chorros de semen fueron directos a mi garganta y me tragué toda la leche sin derramar ni una sola gota.
Todavía gimiendo me dio un beso en la boca y me agradeció casi sollozando lo que le había hecho. Dijo que nunca había gozado así con una mujer y que a su esposa le daba asco chupársela y desde que era joven que no le habían dado una mamadita tan buena como esta
Me sentí muy bien y corroboré por sus dichos que su mujer era peor de lo que yo pensaba y que no sabía como tratar y complacer a un hombre
Salimos del estacionamiento sin que nadie de los que circulaban por allí se hubiera dado cuenta de lo acontecido y rumbeamos para mi casa.
Estaba muy contento y yo también.
Al pasar por la zona del Once donde hay varios albergues transitorios, me guiñó un ojo y que me preguntó qué me parecía hacer una escala.
Opuse una leve resistencia pero no la suficiente y como estábamos los dos calientes ingresamos en uno de ellos.
Apenas ingresamos en la habitación nuestras bocas se buscaron y estuvimos un buen rato abrazados. Después nos desvestimos rápidamente y una vez metidos en la cama volví a acariciarle su verga y me dispuse a chupársela, ya que tanto le había gustado.
Carlos me hizo girar y hundió su cara en la ya humedecida conchita y empezó a comerme el clítoris.
Tuve un par de convulsiones y el orgasmo llegó de inmediato.
El sabía cómo manejarme y dos de sus dedos de él, aprovechando la catarata de flujo que se derramaba por mi raya penetraron en mi culo y me hizo estremecer.
Luego subió una de sus manos y me apretó los pechos y comenzó a chupar como un bebé hambriento mis duros, calientes y rosados pezones.
Después de mamársela un buen rato su verga estaba en su plenitud y girando abrí mis piernas y me preparé para montarlo.
Tomando esa pija dura me la apoyé en la concha y la introduje suavemente. Luego empecé con un movimiento acompasado que fue "in crescendo" porque me vino otro orgasmo más fuerte que el anterior.
Le sugerí que me penetrara por detrás y no lo podía creer. Nunca lo había hecho con ninguna mujer y se entusiasmó con la idea. Por supuesto que me contó que su mujer jamás se lo había permitido.
Le lubriqué su pija con saliva y le pedí que me la pusiera suavemente. Cuando empezó a penetrarme lo sentí pero lo insté a continuar. Manejé mis glúteos, apretándolos cuando el miembro entraba y aflojándolos cuando salía para facilitar las cosas. Los movimientos eran coordinados y realizábamos una perfecta conexión y como ya estaba dilatada el miembro entró hasta los testículos.
Cuando Carlos notó que mi concha estaba nuevamente humedecida, aceleró el trámite y ahora sí, acabamos casi simultáneamente.
Quedamos exhaustos tendidos sobre la cama por un buen rato.
Nos duchamos juntos y luego pidió una botella de champagne que nos tomamos mientras nos vestíamos.
Brindamos por el éxito de la reunión en la empresa y por nuestro encuentro furtivo y luego rumbeamos hacia casa, donde seguro me estaría esperando mi marido.
No combinamos ningún otro encuentro y nos despedimos con un beso normal en la puerta de casa."
"Obviamente Gabriel me deseaba y por qué negarlo yo también a él.
Éramos personas mayores y no había razón para darle más vueltas al asunto.
Estaba excitaba y cada vez que él me pasaba la mano por los hombros o me hablaba al oído, a mí me invadía un estremecimiento difícil de disimular.
No pude mantenerme quieta demasiado tiempo a partir del momento en que comenzó a acariciarme los pechos por encima de la ropa.
Tímidamente al comienzo y luego con gesto decidido, deslicé una mano por sus muslos y luego la llevé hasta la bragueta. Había allí algo duro y prometedor.
El ya me acariciaba todo el cuerpo pero con la ropa puesta.
Se acercó y me besó en los labios. Cuando pasó la mano por mis tetas bien de frente, no tipo caricia casual, lógicamente tiene que haber sentido la dureza de mis pezones, pero siguió de largo para luego volver.
Cuando interrumpió el beso, bajó los labios hasta mis tetas y me besó los pezones a través de la tenue tela de mi top.
Como no uso corpiño, los percibió sin problemas.
Mi calentura iba en aumento de segundo en segundo. Deseaba que sus manos y sus labios se deslizaran sobre mi piel. Sentí que me estaba humedeciendo e imaginé mis labios vaginales dilatados.
Gabriel volvió a besarme.
Me alejé unos centímetros de su cuerpo y desprendí el botón que sostenía mi larga falda, que cayó a sus pies, dejando a la vista la mitad de mi casi desnudo cuerpo.
El se agachó entre mis piernas y comenzó a besar, suave, sensual e incansablemente la zona de mi concha.
Me quitó la medias y el breve slip. Ahora estaba desnuda de la cintura para abajo, recostada en el sofá, loca de deseo. Me sentía en el paraíso.
Esto duró un rato hasta que él se incorporó y comenzó a desvestirse.
Era fuerte, de músculos muy marcados y torax ancho. Cuando le vi la verga me quedé conforme. Era de muy buenas dimensiones y en el rojizo glande ya le brillaba un chorrito de líquido seminal.
Me desnudó quitándome el top y me recostó sobre la mullida alfombra.
Se acomodó entre mis piernas y me besó la zona del pubis pasando la lengua entre mi vello púbico.
Después bajó a los labios de mi concha que a esta altura ardía, los labios hinchados y húmedos, y luego la metió dentro de mi vagina.
Finalmente, la deslizó en mi clítoris. Me lo besó y acarició, apretando su cabeza entre mis piernas.
La forma en que lamía, chupaba y estimulaba mi clítoris no daba lugar a dudas que me haría acabar. Nunca antes lo había experimentado con ningún hombre.
Cuando mis gemidos elevaron su potencia, introdujo un dedo en mi vagina y lo hizo girar sin descuidar sus caricias linguales en mi clítoris.
El movimiento de ese dedo tuvo un efecto explosivo. Mi interior fue sacudido por varios espasmos, apreté el dedo con los músculos vaginales hasta que alcancé el climax.
Jamás me había sucedido tan rápido ni con tanta frecuencia.
Pasaron varios segundos hasta que comencé a relajarme.
Pero él no me dio tregua. Todavía mi vientre se estremecía levemente cuando volvió a lamerme el clítoris con su experimentada lengua.
Continuaba deseándolo, quería más caricias, más estímulos, más de todo eso maravilloso que él me había estado dando.
Logró que disfrutase de cuatro orgasmos, todos de una intensidad pasmosa.
Estaba en deuda con él y cuando llegó mi turno de complacerlo, le pedí que se tendiera en el suelo.
Me incliné y se la chupé. Supuse que podría dejarlo eyacular dentro de mi boca y cuando Gabriel me anunció que estaba próximo al climax todos los músculos de su cuerpo se tensaron.
Cuando dejó de eyacular, mi boca estaba llena de su semen y lo tragué sin desperdiciar ni una gota.
Al retirar su verga de mi boca, fláccida, comprobé que estaba muy feliz y me sentí bien.
Los dos estábamos empapados de sudor, todavía muy excitados. Nos deseábamos como locos.
Pensé que con tanta lubricación su pija podría deslizarse en mi vagina sin causarme ningún problema así que se la estimulé manualmente y se le paró como por encanto.
Gabriel se sonrió y volvió a besarme en los labios. Entonces lo monté y, cuidadosamente, me preparé para la penetración. Guié la verga hasta la entrada de mi vagina y con un movimiento leve de descenso, logré que entrara la punta.
Me moví hacia abajo y hacia arriba, despacito.
Su pija me llenaba todo el canal, pero aún así seguía teniendo afuera un par de centímetros.
Gabriel comenzó a moverse. Comprendí que estaba muy excitado y que no podría contenerse.
Le seguí el ritmo y tuve una sorpresa. Sentí que un nuevo orgasmo se gestaba en mi interior.
Me sacudí involuntariamente, contraje los músculos de la vagina y Gabriel acabó, lanzando nuevamente su semen, esta vez dentro de mí.
Me resultaba increíble experimentar tanta felicidad y dí gritos de placer.
Después, los dos nos quedamos quietos, relajados pero muy satisfechos."
"Sabía que Damían se había comprado un aparatito especial y entonces le pedí un masaje con "esa" pija y cuando me desnudé y me tumbé en la cama usó el aparato para relajar los músculos de la parte inferior de mi espalda.
Las suaves vibraciones se fueron propagando por mi cuerpo, acariciando otras partes, unas erógenas, otras menos y haciéndome recordar el placer que habíamos compartido hacía tan pocas horas.
Gimiendo, me giré bajo él, para quedarme recostada de espaldas.
Le propuse hacer un 69 porque quería saborear su sexo de macho caliente y obedientemente y de muy buena gana, Damián se colocó en esa posición, plantando una rodilla a cada lado de mi cara.
Luego, llevó su pija a mis labios lentamente, como en cámara lenta, para que así aumentase mi tensión erótica.
No pudiendo soportarlo más, estiré la lengua para ir al encuentro de su sexo colosalmente duro.
Mis labios se abrieron y distendí la boca para poder abarcar aquella gran circunferencia y así poder chuparle, mientras notaba cómo su mano derecha apretaba la cabeza del vibrador contra el punto crucial, sito bajo mi clítoris.
Suspiré en derredor de la gruesa pija. Iba a poder disfrutar simultáneamente del arte de chupar vergas, mientras experimentaba un orgasmo y sabía que iba a disfrutar de cada segundo de aquel sesenta y nueve.
Las mujeres tenemos hoy en día la reputación de saber lo que queremos y saber cómo lograrlo, especialmente en la cama.
A mí me gusta creer igual que al resto que puedo obtener la parte del pastel del sexo que, en justicia, me corresponde.
Hoy por hoy, a mí me gusta pasarla bien y no me creo problemas con mi conciencia cuando llega el momento de cambiar de monta.
Muchos amigos se preguntan como es que si soy tan liberada necesito usar un vibrador para calmar mi apetito sexual, el por qué disfruto de las pijas vibrantes.
Dicen que una mujer liberada no necesita de esos aparatitos sobre todo si comprende su cuerpo y no teme comunicarle sus necesidades a su amante.
No obstante, el que no lo necesite no significa que no pueda disfrutar de un vibrador y otros juguetes sexuales, cuidadosamente elegidos para que incrementen las experiencias que una mujer puede tener con un hombre.
Una amiga mía llega a usar gruesas pijas de goma en sus encuentros sexuales. Otra, que es bisexual, disfruta cogiendo tanto con hombres como con mujeres y con estas últimas disfruta el montarla provista con una pija que no se arruga y está siempre parada.
A mí, particularmente, me gusta mucho chuparle la pija a un tipo mientras el usa el consolador para cogerme. De ese modo recibo por los dos lados al mismo tiempo.
No hay forma de describir la sensación de plenitud física que me produce que me llenen de ese modo los dos agujeros a la vez.
Me siento tan excitada que no puedo evitar acabar y acabar.
A veces incluso, dejo que mi compañero use el vibrador en mi clítoris y ello me vuelve realmente loca.
Las mujeres heterosexuales, especialmente las que siempre se están quejando por no tener suficiente pija, son unas grandes usuarias de estos consoladores.
Mi primer consolador me lo regaló un hombre con el que estaba saliendo. Era mucho más experto que yo en la cama y le producía un placer enorme enseñarme variedades del sexo.
No se limitaba a cogerme, me la chupaba y me enseñó a gozar mamándosela.
Al cabo de un tiempo apareció una noche con aquella verga negra gigante y al principio me asusté.
Pensé que era demasiado grande para mi conchita.
Me dijo que lo hacía porque era un poco mayor para mí y no podía lograr una erección tras otra para satisfacerme y por ello había traído ese aparatito.
Yo estaba muy relajada y abierta tras nuestra actividad sexual previa, así que pude recibir la enorme verga de plástico más fácil de lo que me podía imaginar.
Muchas mujeres tenemos fantasías de ser cogidas con dos gordas pijas a la vez pero las que todavía no nos atrevemos a meter dos hombres en nuestra cama podemos jugar con un consolador perfectamente.
Cuando estamos con nuestro amante el puede ocupar mi boca con la pija verdadera mientras me penetra por la concha con la otra.
O puede ser a la inversa y ponerme el artificial en la boca.
Hoy en día sirve para mejorar los numeritos eróticos del precalentamiento y también cuando tenés un hombre al lado que vuelve estresado de su trabajo y no tiene tiempo para relajarse y tener una buena erección.
El "amigo especial" te puede dar lo que necesitas y no es cuestión de dejarlo de lado."
"Estaba desnuda y apenas tapada con una toalla en la casa esa especial de masajes que me había recomendado mi amiga. Fue cuando el masajista, delicadamente, abrió mi toalla quedando mi cola y mi espalda al aire.
Pensé que podía ser una situación transitoria ya que con mi espalda debería alcanzarle pero no fue así.
El hombre comenzó a frotarme toda la espalda, nalgas y muslos incluidos, con sus manos vigorosas, bien untadas en sustancias olorosas y agradables.
Lo que no esperaba era que sus dedos se deslizaran entre mis nalgas. Pegué un respingo cuando los sentí, pero no dije nada.
En la práctica, su masaje comprendía toda la superficie expuesta, y mi piel no me transmitía ninguna sensación de rechazo, aunque la situación fuera atípica.
Llevada por alguna fantasía y una dulce modorra me dispuse a disfrutar de la cosa.
Si, era un placer, un placer nuevo, raro, diferente.
Tanto me dejé estar que, cuando sentí que uno de sus grandes dedos se introducía en mi ano, aparte del estremecimiento que me produjo la excesiva intimidad del gesto, no reaccioné en términos de evitarlo.
El dedo iba y venía, despacio al principio y con insistencia enseguida.
Sentí ese cosquilleo inconfundible en mi clítoris, que preanunciaba un delicioso orgasmo.
Recuerdo que pensé que era una vergüenza que ello me sucediera.
En realidad me fascinaba estar allí y que un desconocido cuyo nombre ignoraba y que no había observado más de treinta segundos, me estuviera haciendo acabar con una caricia casi inocente.
En un momento dado, ya muy próxima al orgasmo, proximidad que imprimía un pequeño ritmo a mi respiración, llevándola casi al jadeo, sentí que cambiaba de dedo.
No fue desagradable.
El nuevo dedo era mucho más grueso que el anterior. Pensé que sería el pulgar. Tuve ganas de abrir los ojos, para ver, pero me daba vergüenza.
Lo que me extrañó fue que su pulgar parecía mucho más largo que el dedo anterior, porque sentí que lo deslizaba mucho más lejos.
Pero ahí, donde estaba llegando ese dedo, y donde nunca había llegado nadie, tenía yo una reserva de sensaciones tan brutales y exquisitas que no me atreví a protestar.
Tomé conciencia que estaba gritando de placer, mientras acababa.
Ahí percibí el aliento del masajista, junto a mi rostro, y sus manos que me agarraban las tetas con un gesto decidido.
Sentí un líquido caliente que me invadía el recto y, en la confusión, llegué a preguntarme cómo había hecho para agarrarme las tetas y meterme un dedo en el culo, todo junto.
Me di vuelta y ví que se estaba levantando los pantalones. No tenía ropa interior y lo que guardaba era una hermosa vega, mucho más larga y gruesa que la de mi marido .
Había sido mi debut sexual por detrás y la había pasado muy bien. Había sido un nuevo placer el que había experimentado.
Me besó la mano y partió.
Cuando me vestí y salí, el mayordomo chino me presentó la cuenta: 100 dólares."