Mis inicios lesbicos 5
El cerco se estrecha. Aprendiendo a obedecer.
El maldito teléfono. Llama y llama. No pienso atender. Ni lo sueñes, quien quiera que seas. Es mi hora de relajarme, de poner en orden mis pensamientos. De pronto me preocupa que pueda ser mi Amo o mi Ama el que llama. ¿Dije Ama? Pienso Es que ya la he aceptado como tal a ese demonio bello a rabiar? Es tan solo una mocosa que perfectamente podría ser mi hija; hasta se parecen en cierto sentido, ambas conscientes de su belleza, de su superioridad, con una seguridad en el actuar que nos hace sentirnos incómodos, turbados. Pero Isabel va más allá. Ella está consciente además de que tiene control y dominio sobre mí. Es una suerte que Isabel no conozca a mi hija -pienso. Mi hija es de carácter dominante, pero no está a la altura de la dominante Isabel. La pendeja es endiabladamente bella y muy segura de sí misma, y parece anticipar todos mis pensamientos y acciones.
¿Cómo he llegado a este punto? -me pregunto. ¿Cómo es posible que no me respete a mí misma? En presencia de Isabel me siento casi como una niña que se esfuerza por ser obediente. Y lo soy. Hago lo que ella quiere, cuando quiere y como quiere, no lo que yo quiero. Odio reconocer que tengo este carácter de mierda, débil y sumiso que se somete dócilmente a sus deseos. Ella no me obliga. Sólo pide y espera mirando fijamente con esos ojos profundos que me hacen estremecer y acatar todas sus órdenes, nerviosa y excitada. Sí, no entiendo por qué, pero cuanto más me humilla más excitada me pone. La bella dominante me tiene en sus manos.
Decido dejarme de reflexiones y tomando el teléfono pregunto quién es? con un leve estremecimiento en mi voz.
Hola mami –me responde mi hija ¿cómo estás? ¿Qué estás haciendo? ¿Tienes preparado algo rico? Estoy muerta de hambre porque vengo saliendo de la U. Estuve repasando toda la tarde para el control de mañana. Por suerte para mí, nos juntamos con la Cata y su amiga quien nos aclaró todas las dudas. Su amiga es seca! Las invité a cenar, Ok? Espero no sea un problema.
¿Desde cuándo son problema tus amigas? –le contesto. Estoy saliendo de la tina; vengan nomás que les prepararé algo rico.
Dejo un rastro húmedo en mi ruta a la ducha que se va evaporando junto con mis ganas de relajo para ordenar mis ideas. En fin. Cierro la llave y envuelvo mi cabello en una toalla, me pongo una bata y caminando descalza me dirijo al dormitorio sintiendo la brisa cálida entrar por los ventanales abiertos.
Estaba por vestirme cuando escucho la puerta de entrada abrirse. Risas y parloteo por doquier. Me acerco a la puerta de mi dormitorio para cerrarla, cuando algo me llama la atención. Trato de prestar atención a los diálogos pero no logro distinguir claramente porque han entornado la puerta de la cocina. La curiosidad es muy fuerte. Bajo las escaleras así, descalza, cubierta sólo con mi bata y las voces se escuchan más claramente ahora. La vibración de ese timbre de voz genera una descarga que recorre todo mi cuerpo erizando mis vellos. Abro y las veo de espaldas. Están viendo algo en un celular. Necesito tomar una copa. Me dirijo a uno de los armarios y tomo una copa de cristal que cuelga invertida. Ambas se voltean al escucharme.
Hola mami –me dice mi hija con ojitos sonrientes, ¿Te sirvo bebida? –me pregunta y en seguida agrega mirando a su amiga: Mami, te presento a mi amiga Isabel.
Hola mami –parece que dicen esos ojos profundos, sin hablar.
La copa demora una eternidad en hacer contacto contra el piso cerámico estallando en mil pedazos. En esa eternidad veo esos ojos verdes, profundos que me taladran y sus labios gruesos y arqueados permiten adivinar esos dientes perlados. Su mirada me descoloca y me turba porque no sé qué hacer, como debo tratarla. Siento que me recorre entera con la vista y el olfato por el leve movimiento de sus alas nasales. Con un brazo atrae y estrecha a mi hija hacia ella y extiende el otro en mi dirección. Pareciera estar marcando su territorio y como pidiéndome besar su mano. Mi hija se deja hacer, sorprendida y observa expectante lo que ocurre. Sé que debo humillarme ante ella. Lo sé y lo está esperando. Me arrodillo lentamente en su presencia, en un gesto que mi hija supone erradamente como una acción necesaria para recoger los cristales desparramados por el suelo. Isabel me toma por la barbilla y alza mi rostro haciendo que nuestros ojos mantengan contacto, y dice sonriendo:
Gracias por el saludo, señora. Puede levantarse. Su hija se encargará de recoger los pedazos, ¿no es verdad? –le dice mirándola.
Mi hija asiente y va en busca de una pala y escobillón a la loggia, instante que mi Ama aprovecha para acercarme a sí y darme un beso profundo con lengua. Yo estoy desecha. Tiemblo como una hoja, aterrada porque mi hija aparecerá en cualquier momento, pero sin atreverme a hacer ni a decir nada. La dejo hacer. Justo antes de que aparezca Isabel me suelta pero se mantiene acariciando mi cabellera.
Es verdaderamente guapa tu mami –le dice a mi hija cuando aparece. Más que tu mami parece tu hermana mayor agrega, jugando con la abertura de mi bata y acariciándome los senos con sus largos dedos. Mi hija está barriendo, de espaldas, instante que aprovecha la dominante para atraerme hacia ella y a meter su mano bajo la bata, alcanzando mi sexo.
Está temblando, señora –Dice en voz alta. Debe tener cuidado con las corrientes de aire –agrega, al tiempo que tira del lazo y abre del todo mi bata para observarme desnuda. Yo me mantengo inmóvil, cabeza gacha, sin atreverme a hacer ni a decir nada. Siento la sangre subir a mi rostro, estoy totalmente avergonzada al ser humillada por esta insolente y bella dominante. Mi hija termina de barrer y se aleja nuevamente en dirección de la loggia. La bella ama acerca sus labios a mi oído y dice: arrodíllate y lámeme la concha, perra!
La miro temblando sin dar crédito a lo que he oído, pero ella me empuja por los hombros y me hace arrodillar en su presencia. Acerco mis labios al tiempo que me cubre con su falda. Un golpe en un hombro me hace reaccionar y con mis dedos desplazo a un lado su prenda íntima, sintiendo el perfumado aroma de su sexo. No pienso en nada más. Acerco mis labios y la penetro con mi lengua, saboreando y besando su vulva. A lo lejos escucho que mi hija asoma a la cocina. Estamos sólo protegidos de su vista por isla. Estoy temblando de miedo pero sigo bebiendo sus jugos. Un comentario de Isabel hace que ella vuelva a buscar los elementos de aseo. Chupo, lamo y bebo ese néctar embriagador, tiritando de excitación. Justo cuando mi hija gira en torno a la isla y nos puede ver, Isabel repentinamente se aleja de mí. Mi hija me encuentra así, arrodillada.
Tu mami está buscando y parece que encontró algo húmedo: otros trocitos de cristal –le dice a mi hija. Debes asegurarte de que no quede nada porque mami puede herirse al pisarlos.
Levántese señora –me ordena Isabel. Venga, yo le ayudo a caminar para que no pise nada. Me toma de la cintura y casi en vilo me sienta en una de las sillas.
Mi hija barre nuevamente toda la cocina con ahínco y vuelve a dejar todo nuevamente guardado y ordenado. Nuevamente Isabel aprovecha esos momentos para acariciarme y besarme a su antojo.
Vas a ayudarme a cazarla –me alcanza a decir. A la cachorrita. Quiero convertirla en mi sumisa personal. Ya verás lo bien que lo pasaremos las tres, dice riendo.
No –digo. No, por favor no, a ella no, Ama. –le suplico a Isabel.
¿Te atreves a decirme lo que tengo que hacer, basura? –dice entre dientes. Ya verás el castigo que tendrás por estúpida. Ya lo verás. Ahora prepara algo de comer y terminando sube a tu habitación. Te desnudarás totalmente y esperarás arrodillada frente a la puerta cerrada sin llave con las manos en la espalda, piernas abiertas y cabeza gacha. No te moverás de allí hasta que yo suba a verte. ¿Entendido, puta?
Si mi Ama –le dije con voz queda.
Me ocupé de prepararles algo y las dejé cenando. Conversaban tan animadamente que no pedí permiso y subí lentamente a mi dormitorio. Sabía lo que debería hacer. No podía permitir que esta situación continuase. Ahora estaba comprometiendo a mi núcleo familiar. Era todo tan fácil. Lo único que tenía que hacer era llamar a mi Amo y contárselo todo y decirle que basta. Nada más. Pero sabía las consecuencias. El precio era demasiado alto, pero no había otro remedio.
Tomé el celular y marqué de memoria el número. Justo antes de que se efectuara la llamada, colgué. Tiré el celular sobre la cama y allí quedó, junto con la bata y la toalla húmeda. Cerré la puerta de mi habitación sin llave y así, desnuda, me arrodillé y esperé cabeza gacha y con las manos en la espalda, como se me ordenó.
Cuando la puerta se abrió, después de más de una hora, mis rodillas estaban adoloridas y mi cuerpo frio. Sólo mi entrepiernas se mantenía pulsante, caliente, húmedo. Estaba aterrada porque existía la posibilidad que fuese mi hija la persona que había entrado, pero no me atreví a mirar.
Nice beedroom! –dijo la dominante, cerrando la puerta tras de sí. Me percaté de que no estaba con pestillo y un escalofrío recorrió mi columna vertebral.
Subí para usar el baño, putita. –Dijo, con cierto sarcasmo en su voz. Le dije a la pendex que me esperara haciendo unos ejercicios. No te preocupes, al menos debiéramos tener unos 15 minutos a solas.
En verdad necesito hacer uno. –Reiteró, y se dirigió al cuarto de baño. No me atreví a moverme. Al rato salió y se acercó a mí. Pude notar que estaba desnuda desde la cintura para abajo.
No encontré el papel higiénico, puta –Dijo. Al menos aquí hay en una alternativa. Tendrás que secármela con tu lengua.
Vamos, que esperas? –Ordeno.
Me acerqué sobre mis rodillas y mirándola a los ojos, como debe hacer una buena sumisa, laqué mi lengua y lentamente empecé a lamerle el entrepiernas. Sentí el sabor salobre de su orina y mordiendo con mis labios succioné sus labios vaginales. Que delicia. Lamí desde el interior de sus muslos hasta casi alcanzar el clítoris. Sabía cómo excitarla. Mi lengua recorría sus muslos y alternaba penetraciones y succiones. Ataqué por fin su botón duro y sensible y escuché por fin como gemía.
Ahhhhh, puta, que bien lo haces! Eres toda una lame zorras profesional! AHHHHH. Vamos, Sigue, -me dijo con voz entrecortada al tiempo que cogía mi cabeza y me obligaba a hundirme más en su entre piernas. Yo continuaba cada vez más rápido con mis caricias lingüísticas y sostenía su mirada vidriosa de excitación.
Vi como sacaba su celular y comenzaba a sacar fotos o a filmar. Me propuse esmerarme aún más para que las fotos o videos fueran de antología. Que se viera lo obediente que era, lo sometida que estaba. Me separé un poco para que saliera mi rostro completo y se notara mi boca húmeda y mi lengua salivosa. Sonriente. Un hilo de saliva pendía desde su clítoris hasta mi boca humeda.
Sigue en lo que estabas, zorra –Me dijo. No te detengas. Vamos ahhh. AHHHH. SIGUEEEEEE!!!! Gritaba cada vez más fuerte, y temí lo peor, que mi hija subiera corriendo a ver lo que ocurría, pero no me moví ni un ápice y continué con mis caricias bucales. La Dominante estiró ambos brazos y me apretó mis pezones erectos entre sus dedos, retorciéndomelos. Gemía, apretaba y se retorcía más y más. De pronto una descarga tras otra de sus jugos me repletó la boca. Tragué y tragué y seguí tragando y lamiendo, lamiendo y tragando hasta que cayó de rodillas frente a mi apoyando su frente en mi hombro. Giró la cabeza y su boca encontró la mía para mordérmela con fuerza contenida mirándome fijamente. Yo la miraba estática y expectante, sin atreverme a respirar. Su lengua penetró mi boca y nos fundimos en un beso cálido y profundo que duró una eternidad. Sus manos acariciaban mi rostro, mis hombros y mi cuello, afirmando mi nuca y acariciándome los senos y mi vulva. Me tuvo así hasta que mi respiración se hizo cada vez más intermitente. Estaba a punto de acabar.
Has hecho un buen trabajo, perra –Me dijo con voz entrecortada. Pero eso no bastará para librarte de tu castigo.
Se levantó y se sentó en la banqueta a los pies de mi cama. Con un gesto me indicó acercarme y colocarme en su regazo. Fui gateando a su lado y me acosté boca abajo sobre sus piernas. Qué espectáculo. Una mujer a la cual doblaba en edad estaba a punto de castigarme como si fuera una niña malcriada. Nuevamente temí lo peor. La puerta estaba simplemente cerrada y yo me encontraba desnuda y expuesta sobre la dominante. ¿Qué le diría a mi hija si me viera, si de pronto entrara al oír los golpes?
Nada de eso importaba ya. Me acarició las nalgas y de pronto cayó el primer golpe seco. Mordí mis labios y resistí en silencio para no meter bulla.
Ese no cuenta, puta –me dijo. ¿Acaso no sabes lo que debes hacer?
Otra vez el dolor. Pero la obediencia está primero: Uno. Gracias Ama por educarme –susurré.
Más fuerte, perra que no te oigo –casi gritó. Uno. Gracias Ama por educarme. -Dije en alta voz.
Y otro, y otro y otro… Y cada vez se los agradecía, como corresponde hacer a una buena sumisa. Inexplicablemente mi concha estaba cada vez más empapada. Isabel parece que me olió porque dejó por fin de “acariciar” mi trasero y metió sus dedos en mi vagina, comenzando con un juego de mete y saca, de gira y tuerce, aprieta y acaricia que pronto me llevó al límite del orgasmo.
Por favor. -Susurré. Me da permiso para acabar, Ama Isabel?
La bella dominante seguía acariciándome más y más, llevándome al límite desde el cual no habría vuelta atrás. Sabía que debía resistir.
No te atrevas a acabar, puta –Masculló. Mis sumisas deben resistir hasta que yo les permita acabar.
No podía estar quieta y me contorsionaba y giraba en forma espasmódica. La mezcla de dolor, placer, sumisión y caricias me tenían al borde de la locura.
Resiste, puta –Dijo con voz firme y cuando pensé que no podría aguantar un segundo más, retiró la mano de mi concha palpitante.
Te quedarás así, zorra. No te atrevas a correrte o a masturbarte. –Ordeno, metiéndome a continuación los dedos en la boca para que se los limpiase.
Gracias Ama Isabel –Pude por fin responder al normalizarse algo mi respiración. Gracias por dignarse a someter a esta perra sumisa. Sus deseos son órdenes para mí.