Mis fantasías sexuales (6) Mi tía

–Yo también tengo fantasías y una es esa, que me veas coger con otro hombre. –Puse una cara de sorpresa. –No te sorprendas, soy una mujer que disfruta del sexo igual que tú. También tengo mis fantasías.

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Un dolor en el cuello me hizo despertar. No me pude acomodar bien en el sillón donde había dormido. Miré la cama y vi a Rafa desnudo, durmiendo plácidamente.

La noche anterior le había estado enseñando a Ángeles a coger, y utilizamos a mi novio. Yo no me uní a la fiesta, pero le mostré algunas posiciones y la manera en que ella se debía poner y mover.

Ella, con menos pena, hizo cada cosa que le dije. Se esforzaba mucho en aprender, pero al final noté que teníamos mucho trabajo por hacer.

Me acomodé en el sillón y los vi coger un rato hasta quedarme dormida.

Ángeles no estaba en la cama.

-¡Rafa! –Le grité y le lancé una almohada que le pego en la cara.

-¿Qué… que… que pasó? –Preguntó aun dormido. Me dio la espalda y siguió en lo suyo.

-¿Dónde está Angie?

-Anoche se fue a su cuarto luego de que terminamos. Iba agotada. –Me respondió mi novio.

-Sigue durmiendo. –Le dije.

Me levanté del sillón y me metí a bañar. Luego de una hora, salí del cuarto con ropa casual. De pronto, me sentí totalmente vacía. No tenía plan para ese día ni para los próximos, no tenía nada que hacer. Todo lo que tenía en mente, mis planes, apenas iban avanzando.

Angie y mi novio tenían mucho trabajo. Con mi tía aun no era el momento. El lic. Daniel no siempre estaba disponible. Necesitaba olvidarme de todo eso y ser un poco espontánea.

La casa de mi tía era enorme, caminé de un lado a otro. Viendo aquí, viendo allá. La casa estaba totalmente en silencio. Solo se escuchaban los pasos de las personas que trabajaban dentro de la casa, también un par de palabras y risas.

-Y ¿Mi tía? –Pregunté a una señora que andaba barriendo.

-Salió muy temprano. –Me respondió.

No dije nada más. Me senté en el sillón a ver a la nada. Salí de la casa y vi el enorme patio. Caminé entre árboles y plantas.

Miré gente trabajando, limpiando el lugar, podando árboles, regando plantas, barriendo. Agarré un camino y lo recorrí hasta llegar a una isla que estaba entre los árboles. Había un par de mesas de concreto, un asador, varios juegos para niños, entre otras cosas. Me senté en un columpio.

“Así es como la casa que quiero y es la casa que tendré” , pensé. Me balancee en el columpio. Pensé en todo lo que hice para llegar hasta ese lugar donde estaba; desde hacerme novia de Rafa, entregarme a él, que me fuera infiel y serle infiel y que me gustaran las dos cosas…

“Rafa es buen muchacho, es un buen hombre. Yo lo orillé a todo esto. No puedo ni imaginar cómo se sentirá al tener a mi hermana Olga y a su prima, Andrea, con hijos. Y también a la niña de la secundaria. Tiene un trabajando decente, pero gana muy poco para mantener a tres hijos, o quizá a 4, si contamos a mi vecina aunque ella diga que no pero estoy segura de que si es de Rafa”. Por un momento me entró remordimiento por lo que le hice al amor de mi vida.

“¿Cómo vivirá con Andrea y esa niña en la misma casa? Los gastos que tendrá, y quizá no sea lo peor, tiene a una menor de edad secuestrada, y la violó. Eso lo ha de matar a diario, las preocupaciones, el miedo. Y mi amiga, ¿Trabajará? Quizá no, su idea siempre fue estar con Rafa y vivir una vida llena de lujos sin trabajar. Aunque una mujer como ella, buenísima, cualquier hombre le cumpliría todo”.

“Y luego el problema con mis papás que querían meterlo a la cárcel. Tengo mucho dinero, le arreglaré la vida con sus mujeres para que esté libre y él y yo podamos estar juntos toda la vida”.

El celular me despertó. Miré el número y era de la gente de mi ciudad. Por un momento dudé en responder, pero al final lo hice.

-¿Qué pasó? –Dije media molesta.

-Señorita Julia, tenemos un gran problema. –Me respondió mi mano derecha.

-Estoy de vacaciones, me la estoy pasando increíble. Realmente me molesta que me llamen. –Le dije. –Te estoy pagando lo suficiente y más, para que resuelvas todo.

-Señorita, si le hablo es porque está pasando algo muy grave. –Dijo. –Yo…

-Resuélvelo. No quiero que me hables de nuevo y me digas que seguimos con problemas. –Y colgué.

-A primera vista no se ve que sea una persona con un carácter tan fuerte. –Escuché una voz.

Voltee asustada, y miré a un trabajador a mi lado. No llevaba playera, y se le notaba un cuerpo trabajado. Traía un pantalón de mezclilla sucio y llevaba puesta una gorra hacia atrás. Su cuerpo brillaba por el sudor que le salía del cuerpo gracias al sol y al trabajo que estaba haciendo. Se miraba joven.

-Hay cosas que no se ven a simple vista. –Le dije. El coqueteo ya era común en mi forma de hablar. Lo miré y noté que mi comentario lo agarró en el aire. –Por ejemplo, sé hacer el trabajo que ustedes hacen. –En la mano traía un rastrillo. Me levanté, con una sonrisa y mirándolo fijamente, me acerqué a él, tomé el rastrillo y se lo quité. -¿Dónde te quedaste?

-Sígueme. –Dijo. Empezamos a caminar entre los árboles. –Me llamo… -Y dijo su nombre.

-Yo soy Julia. –Dije.

-Un gusto, Julia. –Dijo. Caminamos cerca de 100 metros. Volteé a ver dónde me encontraba antes y ya no vi el lugar. Se perdió entre los árboles.

-¿A poco desde acá me viste? –Dije cuando llegamos a un lugar donde había muchas hojas regadas por todo el pasto.

-Una mujer como tú, se nota desde muy lejos. –Me dijo. “Así que me la quieres meter, ¿Eh? Te va a costar más que esto” , pensé. Le di la espalda y empecé a trabajar con el rastrillo.

Realmente no era muy difícil el trabajo de juntar hojas, pero sí muy pesado. Era muy grande la casa y por eso, era mucho el trabajo que había que hacer. Luego de estar unos 5 minutos usando el rastrillo y juntando hojas:

-Debo decir que no cualquier persona hace estos trabajos. –Le dije. Lo voltee a ver. –No es difícil pero es cansado. ¿Cómo le haces? –Pregunté.

-Tengo todo el día y solo me dedico a esto. –Me dijo.

-¿Solo tú haces esto?

-Somos varios, pero estamos repartidos en todo el solar. –Dijo. –Yo soy el encargado de ellos. –Y puso un tono de orgullo.

-Y ¿Cómo le hizo mi tía para elegir al encargado? –Pregunté.

-Soy el que mejor trabajo hace. –Y noté como sus ojos se pusieron rojos.

-Yo tengo una casa similar allá donde vivo. –Le dije.

-¿Dónde vives? –Preguntó, interrumpiéndome. Le respondí. –He escuchado últimamente que por allá está muy fea la inseguridad. “Yo soy la inseguridad, mijo” .

-Está tranquilo. –Dije a secas. Silencio. –Como te decía, tengo una casa muy parecida a esta, y mis trabajadores no son tan buenos. No hacen buenos trabajos. –Le dije y puse énfasis en la palabra “hacen”.

-Si necesitas a alguien que cuide bien de tú casa, siempre puedes ofrecerme algo mejor que lo que me ofrece tú tía y allá me tienes. –Dijo.

-Lo tomaré en cuenta. –Silencio de nuevo. –Y luego de juntar las hojas, ¿Qué haces? ¿Las quemas?

-No, las junto en una bolsa que luego sacamos para la basura. –Dijo.

-Sin duda es muy pesado esto, has de terminar agotado. –Dije.

-Digamos que aún me queda fuerza para llegar a cumplir en mi casa. –Y sonrió.

-¿Eres casado?

-Sí, tú también, ¿No? ¿El muchacho que anda ahí, es tu esposo?

-Sí, mi esposo Rafael. –Le dije. -¿Dónde tienen todas las herramientas guardadas?

-En una bodega.

-Llévame a verla. –Le dije. Caminamos otro largo trecho. Durante el camino hablamos de lo que hacía allá donde vivía y lo que andaba haciendo aquí. -… Y entonces vine de vacaciones, y de pasada quiero conocer las universidades, ya que hay algunas que ofrecen maestrías muy llamativas.

-Entiendo. –Dijo. Vi una casita pequeña en medio de los árboles y detrás una enorme bodega.

-Esto parece más una casa que una bodega. –Le dije cuando nos paramos frente a la puerta.

-Tú tía nos acondicionó esto también como casa. –Dijo. Sacó un montón de llaves y le quitó el candado a la puerta. La abrió y pasé yo primero. Entró y cerró la puerta.

Al entrar, a la izquierda estaba una cocina, un refrigerador, y en medio una mesa con un par de sillas. Al frente de la puerta estaba un sillón con una tele en frente y lo que parecía una consola de video juegos. A la derecha estaba una cama individual.

-Oye, esto es una casa. –Le dije, asombrada.

-Sí, en turnos tomamos descansos. A veces en parejas o solos. Depende. –Dijo. “Y cómo quieres coger, ahorita tomaste el turno solo” , pensé.

-No se aburren. –Caminé a la cocina. -¿Tendrás agua?

-Claro. –Dejó el rastrillo a un lado y caminó al refrigerador. –Tengo whisky, cerveza, lo que gustes.

-Agua. –Le dije. Sacó un bote de agua, caminó hacia mí y se me pegó. Me dio el bote pero no se separó. A modo de juego, coqueteo y sonriendo, le di un empujón. Se separó de mí.

-No te molesta que agarre una cerveza, ¿Verdad? –Dijo.

-Para nada. –Abrí el bote y bebí agua. Vi como abrió una cerveza y bebió.

De un brinco, me subí a la cocina.

-Y ¿Siempre andas así sin camisa? –Le pregunté.

-Sí, por el calor. No lo soporto.

-Aparte creo que te gusta lucir tu cuerpo, que, con todo respeto, lo tienes hermoso. –Dije.

-Gracias. –Dijo e hizo poses para que se le marcaran los músculos.

-¿Qué hay en esa puerta? –Pregunté al ver una puerta al fondo de un pasillo.

-Ahí está la bodega. –Dijo.

-Vamos a verla. –Y bajé de un brinco. Caminamos y abrió la puerta. La bodega si era enorme y no solo como se miraba por fuera. Dentro había todo tipo de herramientas y cosas que se necesitaban y no se necesitaban en una casa como esa. También había una camioneta de esas de rancho. –Mi tía sí que tiene todo organizado.

-Y sí, tú tía fue la que construyó o mejor dicho, mandó construir y comprar todo esto.

-¿Qué me dices del Lic.? –Pregunté.

-Se la pasa trabajando. –Lo llevé hasta la camioneta caminando despacio. –A veces llega hasta altas horas de la madrugada. Tú tía está muy abandonada.

-¿En serio? –Dije. Nos acomodamos cada uno a un lado de la caja de la camioneta. –Se ha de notar mucho la ausencia de mi tío.

-¿Qué te puedo decir? Se dicen muchas cosas.

-¿Cómo cuáles? –Y ahora fue mi turno de que mis ojos se pusieran rojos. Y añadí. –Tráete un par de cervezas para sentarnos a platicar. –Le dije.

Sin decir más, regresó a la casa. Me subí a la caja de la camioneta. A los minutos, el trabajador se subió conmigo. Me dio una cerveza y él siguió con la suya.

-¿En que nos quedamos? –Dijo.

-En que me ibas a contar cosas de mi tía. –Le dije.

-Solo te pido que no vayas a decir. –Dijo.

-Soy una tumba. –Le dije. Abrí mi cerveza y bebí.

-Bueno, los muchachos dicen que es bien caliente.

-¿Los muchachos? –Pregunté y fruncí el ceño. –Estamos aquí en confianza, cuéntame así sin pelos en la lengua. ¿Qué ha pasado para que digan eso?

-Yo soy nuevo, tengo unos meses trabajando, pero los que tienen tiempo aquí, dicen que a los días de haber llegado, se la cogieron.

-No me digas. –Le dije. Mi panochita empezó a palpitar.

-A mí no me consta, ellos hablan y dicen. –Dijo. –Pero los que tienen trabajando mucho tiempo, confirman la información.

-Y ¿Qué es lo que dicen? –Pregunté.

-¿Cómo?

-Sí, o sea, ¿Ella les coqueteó, o ellos la buscaron y aflojó?

-Ella es la que se acerca. –Dijo y miró a la nada.

-Hablas con mucha seguridad, ¿Qué pasó? –Bebimos cerveza. Sonreí y me mojé.

-Te hablaré sin pelos en la lengua. –Y de un trago terminó su cerveza.

-Si, por favor. –Bebí cerveza. –No tengas miedo de hablarme, conozco muy bien sus cosas y como se expresan. Nada me asustará y sobre todo, no soy chismosa. Solo me interesa saber.

-El primero que se la cogió dice que cuando llegó, lo agarró para sus mandados y trabajos. Era como su trabajador personal. –Dijo. Bebimos cerveza. –Nos contó que él le ayudó a pensar en esta bodega, la aconsejó. Luego, lo llevó dentro de la casa para trabajos varios. Al inicio eran pocos pero cada vez eran más. Y nos dijo que le coqueteaba, se ponía ropa atrevida, a veces se le empinaba o se le ponía en frente dándole la espalda. Le pegaba las nalgas en la verga. En fin. –Yo empecé a arder.

-Y ¿Luego? –Dije. Me terminé mi cerveza y agarré otra.

-El que se la cogió pensaba que era una prueba, para saber hasta dónde llegaría. Se la quería coger pero quería mantener su trabajo.

-Entiendo. –Dije. –Debió ser muy difícil trabajar con ella y tener la verga parada todo el día. –Vi que abrió los ojos como platos.

-Este… -Tartamudeó. –Sí. Imagino que sí. –Dijo. –Un día, sin más, le habló para un trabajo en su recámara. El lic. Se había ido, y él fue. Nos dijo que lo recibió desnuda y ya no pudo contenerse.

-Mira nada más a mi tía… -Dije al aire. –Cuéntame otra historia.

-¿Cómo?

-Dices que varios se la cogieron, ¿Quién más? –Pregunté.

-Otro dice que fue lo mismo. Le coqueteaba y se le insinuaba. Un día, salieron a comprar material para construir algo y que se desviaron a un motel. –Dijo.

-Y ¿Tu? –Dije.

-Yo, ¿Qué?

-Te subió de puesto, estás joven y no me digas que no te coquetea. – “Conociendo a mi tía, se lo quiere coger” , pensé.

-Este… -Me acerqué a su cuello y lo empecé a besar. El sabor a sudor me encantó.

-No te preocupes. –Beso. Lengua. –Conozco a mi tía, lo que me cuentas no me sorprende. –Beso, lengua. –Ya te echó el ojo. –Beso. Lengua. –Ella siempre consigue lo que quiere. –Beso. Lengua. –Como yo.

Volteó su cara y nos besamos. Rápido metió su mano debajo de mi blusa y la subió a mis tetas. Mis manos acariciaron su pecho duro.

-Y ¿Qué quieres ahorita? –Me preguntó mientras se separaba de mí y me veía.

-Con razón no te has podido coger a mi tía. –Le dije y le sonreí. Puso cara de no entender lo que dije. –Rey, no preguntes nada ahorita. –Le di un pico. –Solo te pido una cosa, los dos somos casados, que esto no salga de aquí, ni a tus amigos les vas a decir. Respeta a una mujer que quiere coger contigo y te aseguro que tendrás a muchas mujeres en tu vida. –Un pico. -¿Lo harás?

-Claro. –Me dijo mientras sonreía.

Nos volvimos a besar. Me levanté y me quité La blusa. Luego el brassier. El trabajador no perdía detalle de lo que hacía. Desabroché mi pantalón y me agaché para quitármelo junto a mi ropa interior. Lo lancé fuera de la caja de la camioneta. Embobado, me vio de pies a cabeza, sin poder creer lo que miraba.

-¿Te vas a quedar ahí mirando o me enseñarás lo tuyo? –Sin decir nada, se levantó y se quitó su pantalón. Saltó su verga apuntando al techo de la bodega. Me acerqué hipnotizada, llevé mi mano a su palo y lo empecé a masturbar. –Tienes algo grande. –Le dije mientras movía mi mano abajo, arriba. Nos besamos mientras apretaba mis nalgas. Subió sus manos a mis tetas y las apretó.

Se agachó a besarlas y a morderlas. Mi mano no perdía ritmo. Parados en la caja de la camioneta, desnudos, se la seguía jalando mientras el metía sus manos por todo mi cuerpo. No importando el lugar ni que en cualquier momento alguien pudiera entrar.

Lo llevé a acostarnos. Me puse boca arriba y me abrí de piernas. Él llevó una mano entre mis piernas y metió un dedo. Empezó a masturbarme mientras nos besábamos.

No tardé mucho en mojarme, de hecho antes de que me tocara, estaba totalmente húmeda. Los dos empezamos a gemir. Necesitaba una verga dentro de mí. Necesitaba que me la metiera.

-Ponte un condón y métemela ya. –Le dije. Agarró su pantalón y sacó uno. Me levanté a besarle su cuerpo mientras se lo ponía. Cuando terminó, lo masturbé para acomodárselo.

Estaba dura, y grande, como me gustaba.

Besó mi mejilla, oreja, luego mi boca. Me empujó despacio para acostarme y él se puso encima de mí. El calor había provocado que nuestros cuerpos empezaran a sudar. Al ponerse encima de mí, las gotas de sudor del trabajador cayeron sobre mi cuerpo.

Sus brazos agarraron mis piernas, las puso en sus hombros, luego se inclinó hacia mí y me besó. Su verga buscó a ciegas mi cuevita, esta, soltó líquidos para indicarle donde estaba. Y sin perder ni un segundo más, encontró la entrada y despacio me la empezó a meter.

Solté un grito exagerado de placer y dolor. No me moví ni nada, tan solo me dediqué a disfrutar de las embestidas que me daba el trabajador de mi tía. Dentro, fuera. Agarró un ritmo despacio, pero me golpeaba duro y entraba profundo.

Pasado un par de minutos, sus movimientos no cedieron ni poquito. Se levantó y se puso de rodillas, se salió de mi panochita y levantó mis piernas con sus manos para ponerlas en “v”. Nuevamente me la metió. Y empezó un movimiento de caderas rápido y sin perder coordinación. Moví mi cuerpo para que mis tetas saltaran y se excitara más.

Mi panochita ardía de placer. Su verga no paraba. Mi cuerpo estaba a punto de tener el primer orgasmo.

-Dame así, no te detengas, dame, dame, más, más. –Le dije entre gemidos.

Y fue como si le hubiera inyectado adrenalina porque empezó a darme más rápido y fuerte. Y a los segundos, me llegó un orgasmo. Me levanté, lo abracé y lo jalé hacia abajo para besarlo. Y mientras nuestras bocas estaban unidas, disfrutaba del orgasmo.

-Que rico. –Me dijo separándose de mi boca. Seguía con su verga dura dentro de mí.

-Debo decir que me sorprendiste. Eres un excelente amante. –Le dije.

-Tu esposo, ¿No lo es? –Me preguntó.

-Mi esposo es perfecto. –Le dije. -¿Qué me dices de tu mujer?

-Mi mujer es perfecta. –Sonreímos y nos besamos. –Pero no estamos para hablar de ellos.

-Claro que no. –Lo quité de un empujón. –Ponte boca arriba. –Lo hizo. Le quité el condón. Me incliné para hacerme un chongo en el cabello y empezar a mamarsela. Sonó mi celular. –Espérame.

-No te tardes. –Dijo.

Sonaba mi teléfono pero no lo encontraba. Ni mi ropa.

-¡Ja! Lo tiré a un lado. –Dije. De un brinco, muy hábil, bajé de la caja de la camioneta. Ahí estaba mi pantalón. Rápido, saqué el teléfono.

-¿Si? –Dije.

-Julia, ¿Dónde estás? –Escuché a mi tía.

-Tía, te anduve buscando pero me dijeron que habías salido. –Dije.

-Sí, fui a mis clases de yoga. –Me dijo.

-¿Querrás decir…? –No terminé la frase porque se me ocurrió algo. -¿Estas en la casa?

-Sí, ¿Qué pasó?

-Voy para allá. –Le dije y le colgué.

Rápido me puse la ropa.

-¿Qué pasó? –Se levantó asustado el trabajador. -¿Alguien viene?

-No, no, no, no te preocupes. –Le dije divertida y más excitada que antes.

-¿Entonces? ¿Por qué te vistes? –Me acerqué y le di un beso.

-Coges riquísimo y quisiera seguir cogiendo contigo, estoy segura que sería de las mejores cogidas de mi vida. –Le dije.

-Pero…

-Quiero que te cojas a mi tía, ella te trae ganas y ahorita es una muy buena oportunidad. Deja te la traigo.

-Espera. –Dijo. –Pero yo no…

-Claro que sí. –Le di otro beso. –Ella es una mujer como cualquier otra, y te desea. Ahorita que la traiga, trátala como a una puta. Ella quiere eso se ti. –No dijo nada.

Di la vuelta y caminé a la salida. Salí medio despistada de la casita. No había nadie alrededor. Cerré la puerta y caminé a la casa. El camino se me hizo muy largo, porque iba demasiado caliente y excitada.

Vi la casa a lo lejos. Se me hizo eterno. No podía correr porque la excitación me lo impedía. Llegué a la puerta y la abrí. Empecé a temblar. Fui directo al cuarto de mi tía. Me paré frente a la puerta y sin tocar, la abrí de golpe y entré.

Vi a mi tía en leggins. Arriba no llevaba nada más que brassier. Y me perdí. La miré de pies a cabeza y me la comí con la mirada. Ella, instintivamente, había llevado sus manos a sus pechos para cubrírselos.

Nos miramos fijamente, en mis ojos no había nada más que deseo. Ella, tardó en responderme, pero también apareció deseo en sus ojos.

Se detuvo el tiempo. Cerré la puerta. Quitó sus manos y las llevó a su espalda. Cayó el brassier y dejó al descubierto unas enormes y firmes tetas. Caminé hacia ella, sin dejar de verla a los ojos. Me detuve frente a ella. Puso sus manos en mi cintura y me pegó hacia ella. Bajé mi vista, y miré sus hermosas tetas.

-Tenemos todo el tiempo del mundo. –Me dijo.

Mi tía estaba frente a mí, semidesnuda. Yo estaba caliente y excitada. Nadie nos iba a interrumpir. Había llegado el momento de estar con esa persona que me había guiado en la vida, que me había aconsejado, con mi maestra.

Levanté mi vista. La vi.

No pude evitar recordar todos los momentos que había vivido con ella. Esos momentos de niña donde jugaba conmigo, o al darme un regalo y reír. Todos los recuerdos pasaron en un segundo.

Y nos besamos. Nuestras bocas se unieron, nuestras lenguas empezaron a jugar. Mis manos buscaron sus tetas, agarré su pezón y lo apreté despacio. Me dejó de besar y se agachó, puso sus manos en mis nalgas y me levantó. Rodeé su cintura con mis piernas.

-Que fuerza tienes, tía. –Le dije.

-Mi amor, no pesas nada. Eres una pluma. –Se dio la vuelta y caminó hasta la cama mientras nos besábamos. Me dejó caer.

Estaba acostada boca arriba, ella se quedó parada, viéndome.

-¿Qué me ves? –Le dije.

-Todo. Eres mi niña. Te conozco desde que naciste, te cargué de bebé, te he visto crecer. –Se dejó caer encima de mí. –Y aquí te tengo…

-No tía, yo aquí te tengo. –Le dije. Nos dimos un pico. –Por fin te tengo.

Nos besamos. Ahora fue el turno de ella de acariciar mis tetas. Metió una mano debajo de la blusa que traía y me las apretó.

-Que ricas tienes, mi amor. –Me dijo. –Desde que te crecieron, las deseé tanto. Todo el tiempo imaginaba que las tenía en mis manos.

-Ahora las tienes, no las desaproveches. –Le dije y nos volvimos a besar.

Mis manos recorrieron su espalda, cintura y llegaron a sus nalgas. Las acaricié formando círculos. Mi tía se metió entre mis piernas y empezó a moverse, arriba, abajo, como si me penetrara.

”Por fin me voy a coger a mi tía, es una de mis más grandes fantasías” , pensé. ”¿Cómo cogerá?” .

-Tía, espera. –Le dije.

-¿Qué pasó? –Me dijo asustada.

-Nada.

-¿Entonces? –Preguntó.

-Te deseo tanto. Esperé mucho para que llegara este momento.

-¿Pero…?

-Mi cuerpo, ahorita, me pide cumplir otra fantasía. –Se levantó de encima de mí. –Por eso vine a verte.

-¿Cuál fantasía? –Preguntó.

-Investigando un poco, ya me dijeron que has tenido aventuras con algunos de tus trabajadores. –Le dije. Se sentó en la orilla de la cama y me acomodé a su lado.

-¿A quién de todos te cogiste? –Me preguntó, divertida.

-Al mismo que te quieres coger tú. –Y se echó una carcajada.

-Ya me lo ganaste. –Dijo.

-Al contrario, te lo dejé bien listo.

-¿Cómo?

-Me comentó que te has metido con dos trabajadores, y que le coqueteas a él. –Le dije. –Primero dime, ¿Es cierto?

-Sí, me los cogí durante un tiempo. –Dijo. –Paso demasiado tiempo sola, tu tío casi no me toca. Busqué alternativas.

-Conmigo no te justifiques. Para mi es normal lo que haces. –Le dije. –Para mí eres un libro que deseo abrir, hay tantas cosas que deseo saber.

-Pregúntame, hija.

-Aun no, ahorita quiero llevarte con tu trabajador. Tenemos poco tiempo. –Me levanté y la jale de la mano. Se puso dura. – ¿Qué pasó? –Le dije al notar que no se movió.

-Me da nervios que alguien me vea con él, que corran chismes. Por eso no me he metido con él, no he encontrado el momento. –Dijo.

-Por eso no te preocupes, tía. Yo voy a vigilar que nadie los vea. –Le dije. –Será en la bodega.

-Me sentiría mejor si estas con nosotros… -No terminó la frase.

-Tía…

-No quiero que te unas, quiero que nos veas. Que estés ahí viendo como me la meten. –Dijo. Silencio. Solté líquidos que escurrieron por mis piernas. –Yo también tengo fantasías y una es esa, que me veas coger con otro hombre. –Puse una cara de sorpresa. –No te sorprendas, soy una mujer que disfruta del sexo igual que tú. También tengo mis fantasías.

-De hecho, nunca pensé en esto que me dices. –Le dije.

-No seas arrogante. –Dijo.

-No es eso…

-Lo sé, pero esa plática la tendremos después. –Se levantó de un brinco y se puso su brassier y su playera deportiva. –Mi más grande fantasía es que me veas coger con otros. Una vez, creo recordar que me viste pero al instante te fuiste. Estaba con mis sobrinos, ¿Recuerdas?

-Cómo olvidarlo. –Y recordé ese día, que ella estaba a en cuarto, empinada, uno de los sobrinos le daba de perrito mientras al otro se la mamaba.

-Antes de ese día, lo que deseaba más que nada en el mundo era estar contigo y con Rafa en un trio. Luego de ese día, tan solo deseaba que me vieras coger. –Caminó a la puerta del cuarto. –Ahora cumpliré mi más grande fantasía. –Dijo, sonriendo.

Cuando terminó, sentí una calentura y una excitación que tenía mucho que no sentía. Tenía razón mi tía, me estaba volviendo arrogante. Con la experiencia que tenía, creía saber todo, y pensaba que no había nadie igual o mejor que yo. Pero en ese momento, me di cuenta que sobre sexo, me faltaba mucho por conocer.

Sin decir nada más, salimos de la recámara y luego de la casa. Caminamos en silencio todo el trayecto y nos paramos en la puerta de la bodega.

-Tú eres mejor que yo, has llevado tú calentura al máximo. –Me dijo fuera de la bodega.

-¿Por qué lo dices? –Le pregunté. Mi ego creció.

-Vengo de hacer yoga con mi entrenador, pero vengo de coger con él. Si bien no es el mejor amante, me satisface. –Dijo. –Pero ahorita, con el simple hecho de pegar tu cuerpo al mío, me transmitiste tu calentura. Fue como si me hubieras inyectado más ganas de coger. Eres… la mejor. –Terminó.

-Pues pensarás que te voy a regresar las flores, pero, con la confesión que me hiciste, provocaste algo en mí que hacía mucho que no sentía. Tenemos muchas cosas de que hablar. –Le dije con una lagrima en mis ojos. –Siento que voy a disfrutar del sexo contigo, como nunca he disfrutado con nadie más.

-Entonces, adelante. –Dijo. –Hoy inicia nuestra puteria. Sonreí.

Abrí la puerta de la casa de la bodega. Entré y miré al trabajador sacando algo del refrigerador. Mi tía entró detrás de mí. Cerré la puerta. El muchacho quedó petrificado al ver a mi tía. Esta, caminó directo hacia él y sin pensarlo, lo besó.

Sonreí. Vi que el muchacho le respondió el beso.

Sin perder tiempo, mi tía lo agarró de la mano y lo llevó a la cama.

Pasaron frente a mí, mi tía iba feliz. Se le notaba en su rostro. Se sentó en la cama y puso a su trabajador frente a ella. Su abdomen quedó frente a ella.

Cerré la puerta con llave y caminé hasta la barra de la cocina. Y como lo había hecho minutos antes, brinqué y me senté.

Mi tía le besaba el vientre al trabajador que ya estaba desnudo. No había perdido el tiempo para nada. Abrió su boca y empezó a comerse la verga del muchacho. Este empezó a gemir como loco.

-Oiga, si supiera cuantas veces me cogí a mi mujer pensaba en su boca. –Le dijo. Mi tía se sacó la verga de la boca y lo masturbó.

-Y hoy te vas a ir a tu casa pensando en que no hay nadie mejor para coger, que yo. –Le dijo y sus palabras me recordaron a alguien: A mí. Me mojé totalmente.

Saqué mi bolsita llena de cocaína y esnifé por los dos orificios de la nariz. Levanté la cabeza al techo y dejé que hiciera todo el trabajo.

Cuando regresé la vista a la pareja, el trabajador ya se la estaba metiendo a mi tía de misionero. Era una escena demasiado romántica. Él estaba encima, se la metía, con su cuerpo pegado al de ella, mientras se besaban. Mi tía, en cambio, le acariciaba las nalgas.

La escena me calentó, necesitaba una verga. Pero de alguna manera, algo dentro de mí, me hacía quedarme en ese lugar, sin moverme, y ver todo hasta el final.

La pareja siguió en la misma posición durante un par de minutos.

-No, no, no. –Dije y los dos voltearon a verme. –Te dije que te cogerías a mi tía con la condición de que la trataras como puta. –Bajé de un brinco. No podía caminar por la calentura que traía. Mi panocha me ardía. –Levántale las piernas, ponlas en tus hombros y dale con todo.

Se vieron como pidiéndose permiso. Mi tía asintió con la cabeza, el trabajador se puso de rodillas, levantó las piernas de mi tía y con práctica, y rápido, empezó a darle.

Llevé mis manos a mis tetas que me dolían de placer. Empecé a acariciarme. Luego toqué mi entrepierna. Sentía delicioso. Les di la espalda. Me concentré en mí.

-Tía… -Susurré. Nuevamente perdí la noción del tiempo.

Volteé y el trabajador ya tenía empinada a mi tía. Se miraba hermosa, preciosa. Como toda una puta. Gemía delicioso. Se movía increíble.

Me volteó a ver, con su cabello despeinado, sudando, con su cara de satisfacción. Me sonrió. Le sonreí.

Se escuchaba como golpeaba el cuerpo de él, con el de mi tía.

Con habilidad, se salió de él, lo acostó y ella, poniéndose saliva en su entrepierna, se clavó y empezó a darle sentones. Pero no los movimientos que yo hacía con la cadera, sino brincos. Puso su cuerpo derecho y saltaron las tetas a la vista. El trabajador puso sus manos en las tetas de mi tía. Luego la abrazó y la jaló hacia él y se movió rápido, dándole con todo. Mi tía gritó de dolor, de placer. Y yo estaba como nunca de caliente, de feliz.

Miraba como entraba y salía la verga rápido, las bolas rebotaban en las nalgas. Se detuvo y tocó el turno de mi tía, y con excelente habilidad, las caderas, junto con las nalgas se movieron arriba, abajo.

Mi mano sobaba mi rajita por encima de mi ropa. Estaba alcanzando un orgasmo. Me acosté en el piso. Mi tía gemía. El trabajador gemía. Yo gemía.

-Échamelos en las tetas. –Escuché la voz de mi tía. Esto provocó que tuviera un orgasmo.

Grité. Gemí. Estaba loca de placer.

Pasados unos 30 segundos, me levanté y miré como el trabajador, vaciaba su semen en las tetas de mi tía. Corrí hasta donde mi tía estaba acostada, me agaché y con mi lengua limpié todo rastro de semen que tenía en las tetas.

-El mejor momento de mi vida. –Le susurré.

-Vámonos. –Dijo.

El muchacho se hizo a un lado, mi tía tardó menos de 1 minuto en arreglarse y corrimos a la entrada de la casa. Nos detuvimos y miramos al trabajador, luego nos miramos.

-Pórtate como un hombre y te aseguro que disfrutarás al máximo. –Le dije.

Salimos de la casa corriendo y riendo, como niñas que hubieran hecho una travesura.

-Fue mucho mejor de lo que pensé. –Dijo mi tía mientras recorríamos el sendero.

-Realmente, fue lo mejor. Perfecto. –Le dije. Volvimos a reír.

Recorrimos el camino riendo. Entramos a la casa y nos metimos a la primera puerta que estaba. Nos encerramos y quedamos en silencio. Luego, nos lanzamos una contra otra a besarnos.

-Hija, la pasaremos increíble. –Me dijo entre besos.

-Será mejor aún. –Le dije.

-Prepárense. –Se separó de mí. –Dile a Rafa y a Ángeles que nos vamos de putas… bueno, de putos y putas.

Sonreí.

Continuará.