Mis experiencias homosexuales 1
Un recuento de las experiencias más hermosas de mi vida.....
Mis experiencias homosexuales 1 :
Hola. Mi nombre es Erick y tengo 43 años de edad, casado y padre de cuatro hijos. Durante la mayor parte de mi vida he sido heterosexual, aunque durante mi infancia tuve algunos episodios del tipo homosexual que por obvias razones se han constituido en mi mayor secreto, pero que durante muchos años he tratado, sin atreverme, sacar a la luz esta carga emocional e intentar volver a disfrutar lo que hace tantos años me hizo ver la vida desde un ángulo diferente y maravilloso... y eso es precisamente lo que intento hacer con este verídico relato, lograr que mi presente se asocie con mi pasado, que sean esos recuerdos y los ecos de pasadas experiencias los que nutran mis nuevas fantasías y me permitan descubrir una nueva vida libre de prejuicios y limitaciones.
Desde muy pequeño mis características corporales siempre han tendido ser del tipo feminoide, pues las curvas de mi cuerpo se asemejan más a las de una mujer que a las de un hombre. Mi cintura es pequeña comparada con el ancho de mis caderas, lo que hace que mi trasero sea desproporcionalmente más grande y mis nalgas más prominentes, con una figura similar a la de una guitarra. Además, soy completamente lampiño y el color de mi piel es blanca, casi rosada, lo que hace verme con facciones delicadas. Sin embargo, las irregularidades que más destacan de mi cuerpo son el tamaño de mis pechos que son demasiado grandes comparado con los de los hombres normales, coronados con unos pezones inflados y rosados que más parecen pertenecer a una mujer en plena lactancia. Estas características de mi cuerpo han sido mi tortura durante toda la vida y fueron blanco de burlas por parte de mis compañeros de escuela, quienes para molestarme acostumbraban a tocarme los pechos y a sobarme las nalgas diciendo que yo era su putito.
En esa época, debido a lo que antes describo tenía muy pocos amigos, pues las constantes molestias de que era objeto me obligaron a aislarme de ellos. La ciudad donde yo vivía no era muy grande y era normal que nos conociéramos entre todos. Mis padres eran muy sociables y con frecuencia hacían reuniones en nuestra casa, reuniones en las que yo me filtraba tímidamente tratando de congeniar con los hijos de los invitados de mis padres. Esto último nunca lo logré.
Entre los invitados a esas reuniones nunca faltaba un médico al que mis padres trataban con singular confianza. Él era muy joven y guapo, vestía siempre con gran elegancia, de cuerpo atlético y de un carácter alegre y extremadamente simpático. Era siempre el centro de atención de las reuniones. Él era muy atento, especialmente con mi mamá a quien trataba con mucha confianza aún en presencia de mi papá. Parecía que a mi mamá le agradaba mucho que el médico la abrazara por las espalda y le sobara las nalgas, pues eso le daba mucha risa. A mí me parecían normales esas escenas por lo frecuente que se daban y también por el afecto y las muestras de cariño que el médico me demostraba y que los demás personas no tenían conmigo. Eso hacía que yo viera al médico como un verdadero amigo.
En una ocasión, estando de vacaciones, me levanté con un fuerte dolor de garganta. Cuando llegué a desayunar le dije a mi madre lo que pasaba y ella me respondió que lo mejor sería que fuera a ver al médico, pero que tenía muchas cosas qué hacer y no me podía acompañar. Mi madre habló por teléfono con el médico y le dijo que me atendiera, que después pasaría al consultorio a pagar mi consulta. El consultorio del médico quedaba a escasas dos cuadras de mi casa.
Cuando llegué al consultorio el médico me atendió de inmediato pues no tenía pacientes en la pequeña sala de espera. Él se sentó en un diván de piel que se encuentra a un lado de su escritorio pegado a la pared, me colocó frente a él y me tomó de los hombros ordenándome que abriera la boca para examinarme la garganta. Después me pidió que me quitara la camisa para examinarme los pulmones con un aparato. Con la vergüenza que sentía por el tamaño de mis senos, tímidamente me quité la mi camisa y él procedió a examinarme el pecho con el estetoscopio, deteniendo por varios segundos el aparato en cada uno de mis pezones. Era la primera vez que alguien me toqueteaba los pechos con mi consentimiento y sin que yo protestara. El frío del aparato hizo que mis pezones se endurecieran y se volvieran más sensibles. Todo aquello era muy raro. Luego me pidió que me volteara para examinar mis pulmones por la espalda y así lo hice, pero en lugar de utilizar su aparato pegó su oído a mi espalda mientras sus dedos continuaban cosquilleando suavemente los pezones de mis pechos. La inquietud que me causaban esas caricias me carcomía por dentro. Sin embargo, permanecía inmóvil sin atreverme a respirar, me temblaban las manos y las ideas escuchando en silencio su respiración nerviosa, con mis pechos temblando bajo su tacto.
Así me mantuvo por varios minutos, sobándome los pezones y abarcando mis pechos con las palmas de sus manos. Preferí cerrar los ojos y hacer lo posible por controlar el martilleo del corazón y mis entrecortados resuellos, el suave tacto de sus manos parecían quemarme por dentro y, sin embargo, me agradaban las sensaciones que me producían sus caricias y la delicada manera en que lo hacía. Varias veces sentí que me besaba la espalda y eso me tenía los nervios de punta, sentía la adrenalina circular por mi cuerpo como una corriente eléctrica.
Con voz suave, pero firme, me ordenó que me desnudara totalmente y me acostara de lado sobre el diván volteado hacia la pared. Su tono autoritario y sin titubeos me hizo pensar que todo aquello que me estaba haciendo formaba parte de la consulta médica. Me acosté como me lo ordenaba pero sin quitarme los calzones, con la cara volteada hacia la pared. De un tirón me bajó los calzones y con sus manos abrió mis nalgas para introducir en el hoyito de mi ano un termómetro.
- No te muevas -me dijo acariciándome suavemente las nalgas-, no te va a doler nada, es para tomarte la temperatura.... vas a sentir algo raro, pero es necesario que haga unas pruebas más... no te muevas....
Sentí entonces claramente cómo el médico se recostaba junto a mí, pegando su cuerpo al mío. Uno de sus brazos me rodeó y su mano se apoderó de mis pechos, apretándolos y acariciándolos suavemente. Su cuerpo se apretaba contra mi trasero y cada vez que lo hacía, yo sentía que el termómetro me lastimaba...
- Me duele -le dije-, me duele mucho.....
Con cuidado retiró el termómetro de mi ano permaneciendo en silencio unos instantes.
- Todo está bien, -dijo el médico volviéndose a acostar junto a mí-, ya verás que te vas a sentir muy bien....
Lanzando un suspiro de placer, volvió a deslizar sus manos por mi cuerpo recorriendo mis pechos, mi estómago y mi vientre. Sentía su respiración en mi cuello como un soplo de aire cálido que me erizaba los vellos de la piel; me gustaba, me gustaba mucho lo que me estaba haciendo, pero empezaba a invadirme una incómoda sensación de que estaba haciendo algo malo. Me sentía hipnotizado por la suavidad de sus manos, por su aliento limpio y ligeramente perfumado.
- ¿Te gusta?-preguntó con voz susurrante-
Asentí en silencio, sin atreverme a voltear. Mi cuerpo en esos momentos empezaba a responder de una manera extraña a esos impulsos; sus caricias me abrían las puertas de un paraíso completamente desconocido, del que ni siquiera había imaginado su existencia. Me dejé llevar por el momento, respondiendo exactamente de la manera que él deseaba : sin protestas y en silencio.
Súbitamente el médico se levantó del diván, quise voltear a verlo pero él me lo impidió volteando bruscamente mi cabeza hacia la pared y después de unos momentos se volvió a acostar junto a mí, pero esta vez sentí la tibieza de su cuerpo a todo lo largo del mío; ¡ Estaba desnudo !!! Lo sabía... tenía la certeza de que estaba desnudo por el calor que despedía su cuerpo y que se trasmitía a través de mi espalda y mis nalgas que también estaban desnudas..... la fogosidad con que me acariciaba me comunicaba sus urgentes necesidades con una inequívoca claridad. Yo estaba asustado, pero había algo que me impedía frenar sus impacientes anhelos. En un acto puramente instintivo, moví mi brazo hacia atrás y mi mano pudo constatar su desnudez al tocar su nalga velluda. Quise retirarla de inmediato, pero él la tomó con su mano y la dirigió hacia su miembro obligándome a acariciarlo. Yo intentaba en vano controlar mis emociones, era un manojo de nervios y esperaba con creciente ansiedad que todo aquello terminara. Me moría de vergüenza; yo intentaba con desesperación ordenar mis pensamientos y decidir cómo proceder, pero sus impetuosas caricias me lo impedían. Poco a poco me dejé envolver por las sensaciones exquisitas que me invadían y que resultaban en extremo placenteras, más de lo que nunca había imaginado. Con el corazón latiéndome en el pecho como si el alma quisiera abrirse camino, decidí abandonarme a lo que él quisiera hacerme y quedar a merced absoluta de esa persona cuyos encantos no tenía yo modo ni ganas de resistir.
Sus caricias eran cada vez más intensas y descaradas; se habían concentrado principalmente en mis pechos, pero ahora sus manos abrían mis nalgas y sus dedos paseaban por entre ellas tentaleando mis testículos y el hoyito de mi ano. No conocía esos placeres, ni siquiera me había imaginado que existían. Mi mente se fue relajando paulatinamente y pronto me vi envuelto en un mar de placenteras sensaciones, descubriendo un universo de roces y de nuevas emociones que no entendía y que me comían la razón.
- ¿Te gusta verdad? -me susurró al oído mientras su dedo masajeaba delicadamente el hoyito de mi culito-, tienes un trasero precioso, igual al de tu mamá.....
Asentí sin saber muy bien a qué se refería, pero tuve entonces la certeza de que él sabía lo que estaba sintiendo. Con la confianza que da la audacia y ya seguro de que me tenía en sus manos, después de untarme algo frío y viscoso en mi culito empezó a introducir su dedo en él poco a poco, tan sólo unos milímetros que fueron suficientes para arrancarme un gemido voluntario.
- ¿Te dolió? -preguntó al tiempo que me besaba delicadamente el cuello-
- No -le contesté secamente-
- ¿Te gusta?
- Sí, -le dije restregando mi mejilla contra su cara-
Su dedo se movía en círculos dentro de mí, entrando y saliendo con un ritmo acompasado y delicioso. Mi esfínter se cerraba en su dedo atrapándolo para no dejarlo salir. Yo no tenía voluntad; sentía que mis caderas se movían por sí solas como deseando que aquél dedo se introdujera más y más dentro de mí. Las sensaciones fantásticas no paraban, una tras otra me sumergían en un mundo mágico de erotismo que por primera vez en mi vida experimentaba. Sensiblemente excitado, el médico me volteó boca arriba y sus manos se apoderaron de mis pechos metiéndose en la boca mis pezones inflados succionándolos hasta causarme dolor. Quise replicar, pero las palabras se congelaron en mis labios. No pude evitar, sin embargo, que algunas lágrimas salieran de mis ojos, y cuando él lo notó, paró de repente como si hubiera recibido un latigazo.
- Perdóname -me dijo-, no te quería lastimar.....
No le contesté, me limité a limpiarme las lágrimas y la nariz tratando de levantarme. Como pude me vestí lo más rápidamente posible con la idea de largarme lo más rápido posible. Pero él no lo permitió.
- Perdóname -repitió-, no sé qué me pasó pero nunca te quise lastimar, te prometo que no volverá a ocurrir, de verdad te lo prometo.
Tomó mi rostro entre sus manos y me besó en la mejilla....
- Ven -me dijo-, vamos a curarte esa garganta.
Enseguida se dirigió a un estante y con unas pinzas largas, metió una gasa en un líquido rojizo hasta que quedó empapada.
- Abre la boca lo más grande que puedas -me dijo-
Introdujo la gasa en mi boca y con ella me impregnó la garganta con el líquido que había extraído del frasco. Aquello sabía horrible, pero sus efectos me aliviaron casi de inmediato. Luego sacó un billete de diez pesos de su cartera y me lo dio.
- Mira Erick -dijo-, con este dinero quiero que te compres los dulces que más te gusten, pero antes necesito que me prometas que no les contarás nada a tus papás de lo que aquí ocurrió, porque si lo haces, entonces tus papás se enojarán conmigo y yo también me enojaré con ellos y ya no nos volveremos a hablar nunca, ¿Me entiendes? Prométeme que no le vas a decir nada a nadie de lo que hicimos aquí tú y yo.
- Está bien, se lo prometo- contesté-
- Pero también quiero que lo prometas que regresarás mañana para que te revise esa garganta; ¿lo prometes?
- ¿Me va a hacer lo mismo? -pregunté-
- No, -contestó-, te juro que nunca te haré nada que te duela, te lo prometo.
- Está bien -le dije-, mañana vendré otra vez.
Salí del consultorio muy contento con los diez pesos que me había dado y que en aquél entonces era toda una fortuna. Continuará........
erickmassola@yahoo.com.mx