Mis experiencias de voyerismo
El temor de ser descubiertos, la satisfacción de vencer las dificultades y la excitación producida por la belleza de las mujeres y los rítmicos movimientos del varón, todo ello constituye el incomparable placer del voyerismo, actividad sexual a la que mi pareja y yo nunca renunciaremos.
Aún después de muchos años de mirar mujeres desnudas o parejas haciendo el amor, aún siento la misma emoción --mezcla de temor, esperanza y gozo-- de las primeras veces que tuve la suerte de poder hacerlo.
El temor a las consecuencias si uno es sorprendido, la satisfacción por estar venciendo las dificultades para lograrlo y la misma excitación producida por la belleza, los gemidos de las mujeres y los rítmicos movimientos de quien las posee, forman parte de este incomparable placer que es el voyerismo.
Placer que no cambio por nada, satisfacción a la que nunca he renunciado ni renunciaré, no obstante lo también satisfactoria que es mi vida heterosexual de pareja, que disfruto en todas sus variantes e intensidades.
Rendijas y falsos cerrojos
En mi pueblo, las muchachas y mujeres en general eran muy pudorosas y conservadoras, de tal modo que nunca salían a bañarse a los ríos. Así que cuando una vez --en una piscina solitaria--, escuché a dos hermanas decir que se ducharían "así no más", me dispuse a verlas.
Esperé a oír correr el agua y me lancé a sus puertas a buscar el ojo de la cerradura o una rendija por la cual verlas. En vano, no había nada. Empujé fuertemente esperando que cediese el cerrojo. Tampoco. En mi desesperación, hice una abertura con un cortaplumas, pero ya era tarde cuando lo logré. Ellas ya estaban vestidas.
Aprendí entonces que hay que buscar o hacer las rendijas con anticipación. Y lo hice en mi propia casa, con lo cual pude saborear la desnudez de mi prima en la ducha por cerca de un año.
Su cuerpo brillante por el agua corriéndole por las espaldas y los glúteos, sus pechos firmes de pezones erectos, su vientre hermosísimo y sus piernas de ensueño fueron mi primer placer sexual causado por una mujer de carne y hueso (aunque ella no lo supiera).
Ahora sé que bastan rendijas o agujeros muy pequeños, pues si se pega bien el ojo se puede ver bastante. Sé que hay que disimular estas aberturas con adornos, colgadores u otros objetos. He aprendido que para que no sean advertidas-- es mejor hacerlas o bien bajas o bien altas, y no a la altura de los ojos. Y la mejor condición para ver sin ser vistos es cuando hay luz en los baños o dormitorios y oscuridad afuera.
En mi propia casa, he instalado mirillas especiales y esas lunas que por un lado son espejos y por el otro son transparentes. Con esta instalación, veo con comodidad a mis eventuales huéspedes femeninos. Pero no siempre los tengo y no puedo hacer esto en la mayoría de los lugares.
Entonces, cuando es complicado o no me conviene hacer rendijas, preparo los cerrojos, ensanchando los agujeros donde van los tornillos y rellenándolos con cera, de modo que ceden ante un leve empujón. Lo mismo hago desarmando las cerraduras de manija y anulando su seguro, con la precaución de dejarlas aparentemente intactas y funcionando.
Así, aunque las siempre hermosas damas pongan el seguro a su puerta para bañarse, puedo penetrar y contemplarlas calatitas, mientras ellas se sorprenden, intentan taparse con las manos o se cubren del más bello rubor. Y todavía les reprocho con dulzura el no asegurar sus puertas, mientras ellas no saben qué decir
Mis largos años de viajar y alojarme en hostales me han permitido gozar de la desnudez de centenares de cueritos de toda edad y condición. Prefiero siempre los alojamientos improvisados y baratos, porque en ellos, en lugar del cemento, ladrillo y puertas adecuadas, se usan muchos tabiques de madera, planchas de triplay y hasta cartones, todos ellos con rendijas o perforables.
Pero no siempre tiene uno la suerte de coincidir --en día y lugar-- con mujeres bellas. He optado entonces por trabajar largos periodos como empleado en hostales, disponiendo así de bastante tiempo y recursos para gozar de los baños de las "cueritos", más aún que ellas mismas.
Espiando peligrosamente
Como las ventanas de los baños y dormitorios que dan a los primeros pisos y al exterior generalmente tienen buenas cortinas o son de vidrio opaco, he tenido que tomar cursos de bombero y de montañismo, para poder instalar más y más observatorios de voyeur.
Naturalmente, llegar a ventanas altas, azoteas y patios interiores, necesita investigación previa, la que puedo hacer como estudiante de arquitectura, inspector de sanidad o de defensa civil, como fumigador o en otras coartadas.
Conociendo así las casas y costumbres, a veces escalo y en otras pongo andamios o escaleras, a veces miro con binoculares y otras de muy cerca. Afrontar el peligro es parte del placer de ver las más lindas mujeres en ropa interior, en transparentes baby doll, en trusas diminutas, o desnudas del todo.
La emoción producida por el temor de caer o de ser sorprendido incrementa el gozo de verlas con poca ropa o sin ella, maquillándose, arreglándose las uñas, o descansando calatitas.
Es gratificante el gozo de mirarlas cuando se desperezan, se cubren de crema, se enjabonan, dejan correr el agua entre sus pechos hermosos, entre sus nalgas firmes, por el enloquecedor triángulo donde convergen sus muslos y su vientre.
Generosos regalos
A diferencia de esas vistas tan difícilmente conseguidas, no han faltado damas que --sin importarles o sin advertir mi presencia-- me han obsequiado la visión de su desnudez, en forma inesperada, sin costarme más que el esfuerzo de abrir los ojos y mirar.
Como esa muchacha que en un canal de riego, al lado de una fábrica --en un lugar normalmente nada solitario-- se bañaba sentada en el agua, llevando sólo un calzoncito rojo.
La ví de lejos y de inmediato me acerqué sigilosamente, coincidiendo con otro espectador que también se aproximó. Sentada sobre sus talones --en agua tan poco profunda que se le veía todo--, la chica llevaba varias pulseras en las manos y collares en el cuello.
¿Sería una exhibicionista? No sé, pero cuando nos acercamos se bajó la trusa hasta las rodillas y se siguió echando agua sobre los senos y el resto del cuerpo.
La pena fue que en esos momentos se acercaba un patrullero de la policía y tuvimos que seguir nuestro camino, pero llevando grabada en la mente para siempre tan linda figura y tan excitante gesto.
O como esa muchacha universitaria que, en un pueblito tropical --donde yo trabajaba en el cafetal de sus padres--, se bañaba en su patio, por las noches, desnuda a la luz de un lamparín. Años después, cuando le conté en una carta que la había visto "así no más", ella me contestó:
--¡Las cosas que nos decimos cuando estamos lejos¡--.
En otra ocasión, me estaba yo bañando en un riachuelo, mientras metros más abajo una pareja lavaba su ropa. El varón, de mediana edad; ella, más joven y con esos cuerpos que no destacan vestidos pero que desnudos son "delgaditas de cintura y abultaditas del pecho y otras partes".
Iba ya a irme, cuando ellos se metieron al agua a bañarse, él en calzoncillos y ella --muy pudorosa-- en una combinación o camisón de algodón grueso que la cubría del cuello a las pantorrillas.
Trató el marido de enjabonarle la espalda y, claro, no pudo.
--"¡Quítate eso, que así no puedes bañarte! le dijo entonces, sin mucho énfasis.
Ella, obediente, salió a la orilla, se sacó la prenda y . ¡grata sorpresa¡: regresó al agua totalmente desnuda: hermosa, con los pechos al aire, los muslos al sol, las caderas convocando todas las miradas y deseos del mundo.
Felizmente, puedo proyectarme en otras personas y sentí entonces que era yo y no su marido quien le enjabonaba las espaldas y todo el cuerpo, quien le sobaba los pechos y los muslos, quien recorría su vientre hasta su breve montoncito de vello negro.
No era él sino yo quien la hacía estirarse bajo el agua transparente, darse vuelta para regodearme con la redondez de su trasero, patalear despacio para que su cuerpo flotase, apartarle los cabellos de los senos para gozar sin límites de su espléndida desnudez.
Otro lugar de muchas satisfacciones ha sido un pueblito con pozas de agua termal, a poca distancia de unos restos arqueológicos muy famosos y visitados. A esta pequeña aldea, que no figura en las guías de turismo, llegaban sólo los mochileros y los turistas amantes de la naturaleza, es decir, los más desinhibidos.
Las primeras mujeres que allí vimos desnudas fueron dos extranjeras que, de noche, sin dar importancia a la presencia de dos nativos (mi pareja y yo), se quitaron toda la ropa y se metieron al agua con sus dos acompañantes varones.
Supimos entonces que las rubias tienen el vello del sexo también algo claro, que los pechos pequeños son tan lindos como los otros y que las risas y los juegos en el agua son tan eróticos como el más fogoso mete-saca.
Regresamos allí con frecuencia y siempre encontramos "gringas" calatitas, "gringos" desnudos y --a veces-- algunos y algunas turistas nacionales en el traje de Adán y Eva. Una de estas últimas dejó una bonita frase escrita en la pared:
"Esta poza tuvo la dicha de verme calata".
Si no había nudistas, si nadie se animaba a empezar, mi pareja y yo dábamos el ejemplo y siempre logramos que la mayoría de bañistas se quitase todo. Así, gozamos mucho: ella, mirando a su placer a los varones calatos; y yo, a las mujeres desnudas.
(Gran pérdida para los voyeurs y amantes de la naturaleza ha sido que las pozas termales de este mini balneario hayan sido sepultadas por un aluvión hace unos años).
La pareja en la camioneta
Tenía 14 años y vivía en las afueras de la ciudad, donde las casas estaban mezcladas con campos de cultivo y no había alumbrado público. A eso de las 8 de la noche, miraba yo las estrellas desde mi patio, cuando ..
Una camioneta se estacionó muy cerca y apagó sus luces. No le dí importancia, hasta que unos 20 minutos después, escuché ruidos y una voz de mujer que decía:
--Está encima de mis piernas--.
Me acerqué más y --al advertir que empezaba un movimiento rítmico y continuo-- me asomé a una de las ventanillas. Desde allí ví lo más dulce que tiene el universo.
Ambos estaban desnudos y el cuerpo del hombre --con sólo el slip a la mitad de las piernas-- cubría casi totalmente a su pareja. Pero pude ver de muy cerca los muslos de la mujer, blancos y bien torneados. Y oí su voz:
--¡Ay, Jaime, me duele mucho¡
--Abre las piernas--.
--¡Aaay, no¡ ¡Para qué vine¡--
--Si las abres, te duele menos
--¡Aaay, no¡--.
Y el hombre seguía en el sube-baja sin fin, mete-saca interminable, indetenible, irrenunciable, encima de ese cuerpo firme y cálido de muchacha, de ese vientre indefenso y de esos pechos sin par.
Y después de un rato, nuevamente la voz de la colegiala (como supe después, era la chica más popular de mi colegio), intentando detener lo indetenible:
--¡Alguien mira¡--
--Nadie mira--, contestó el varón, sin fijarse en nada.
Ni entonces --descubierto por la mujer-- me retiré de la ventanilla. Seguí maravillado, extasiado, excitado ante cada temblor del aire, ante cada ¡ayy! de la muchacha, casi sintiendo su carme penetrada, casi palpando el calor de sus muslos, su cuerpo y su boca.
Seguí muchos minutos compartiendo el placer del hombre, siguiéndolo en cada una de sus embestidas, en cada una de sus retiradas, en ese placer que iba aumentando, en ese gozar sin límites de la mujer poseída.
Hasta que sus movimientos se aceleraron y, dando tres o cuatro embestidas más espaciadas y profundas que las otras, se quedó quieto, gozando las últimas oleadas de placer.
Fue mi "primera vez" como voyeur y siempre la recuerdo con agrado.
Parejas en los campos
Más fácil que encontrar mujeres desnudas en cualquier lugar, es hallar parejas yogando en los bosques, el campo, las orillas de los ríos, las playas, los parques, el interior de automóviles. Posiblemente porque no siempre se puede ir a los domicilios u hostales. Y porque, cuando la calentura aumenta, el cuerpo pide ¡ahora¡ y no después.
La clave para nosotros los voyeurs es conocer los lugares donde habitualmente se esconden las parejas, los horarios que usan, los síntomas que anuncian que harán mete-saca y no solamente petting.
Ubicados el lugar y la pareja, hay que acercarnos y tener paciencia hasta que empiecen el mete-saca. Cuando ya han empezado, es más difícil que nos adviertan, sobre todo si nos aproximamos desde el lado a donde apuntan sus pies.
Claro que los resultados varían mucho dependiendo de si hay matorrales, árboles o hierba alta cercanos, si algún ruido cercano oculta el sonido de nuestros pasos, etc. El mismo obstáculo que los oculta a ellos sirve también para acercarnos sin ser vistos.
Las condiciones varían tanto que a veces --mi pareja y yo-- vemos y oímos, otras sólo vemos la acción a cierta distancia, sin escuchar nada. Y otras veces, sólo la oímos sin poder verla. Pero todas las formas son igualmente excitantes.
Parejas en los autos
Otras veces, es mejor estar ya escondidos antes que llegue(n) la(s) pareja(s). O estar disfrazado en forma aceptable, como hago yo haciéndome el borracho perdido que duerme la mona.
Con la barba crecida, la ropa --rociada de alcohol-- en desorden y una botella en la mano, me acuesto cómodo en las playas o lugares donde van por la noche los "autos-cama-de-hostal". Y como las parejas ni caso hacen de un beodo tan perdido, sólo me queda esperar que empiecen y ¡entonces es la mía¡
Generalmente, la función es a ciegas porque la poca luz nocturna no es suficiente para ver el interior de los autos. Es decir, sólo es un concierto de movimientos rítmicos del auto, de jadeos, de gemidos, acompañados eventualmente de voces:
--"¡Inclínate más¡ ¡Ábrete bien¡ ¡Separa tus nalgas¡ ¡Levanta tu culito¡ ¡Pon aquí tu pierna¡ ¡Ponte de medio lado¡ ¡Agárrate del espaldar¡ ¡No te precipites¡ ¡Aguanta, que ya acabo¡ ¡No te muevas tanto, que se sale¡ ¡Levántate, que ya acabé¡ ¡Dame la vuelta y empezamos de nuevo¡--.
O expresiones gozosas y entrecortadas:
--"¡Así, así¡ ¡Más, más¡ ¡No pares, por favor¡ ¡Voy a reventar¡ ¡Aay, papito lindo¡ ¡Aaah, aaah aaah¡ ¡Ya basta, aaah, aaah, ya no más, aaah¡ ¡Aay, aaaay, me mueeeero¡"--.
O a veces quejas y hasta llantos:
--¡No, no, no quiero¡ ¡Nooo, no, por favor¡ ¡No, no, qué dirá mi mamá¡ ¡No seas abusivo, aaaay¡ ¡Ayy, ayy, para qué vine¡ ¡Déjame, por favor, aaay, aaaay¡ ¡Desgraciado, me has engañado¡ ¡Aaay, aay, ya no puedo más, quítate por favor, ayy¡"--.
Claro que ningún varón se quita, todos siguen hasta el final y a veces repiten la función. Y no falta quien, para dominar a alguna chica muy reacia, nos pide ayuda a los voyeurs . que nunca nos negamos.
En otras ocasiones, la suerte nos ayuda y hay suficiente luz, o los mismos amantes abren una puerta porque sus autos son muy pequeños. O hasta sacan mantas al suelo y realizan la función al pie de sus coches.
Cuando prenden la luz interior y se sacan toda la ropa, ya sabemos que son exhibicionistas. Claro que también es rico mirarlos, pero no es lo mismo: se ha perdido la emoción que proviene de hacer lo prohibido.
Emoción que es muy viva cuando alrededor de la medianoche, los galanes devuelven a las chicas a sus casas y en cualquier calle oscura, o a veces delante mismo de sus casas, les dan tan rica despedida que todos gozamos: él, ella y nosotros, la pareja voyeur.
Cosechamos también estas escenas en la cercanía de los bailes y fiestas, en cuyos alrededores los autos y hasta las bancas y jardines de las plazas acogen a parejas que se excitaron bebiendo y bailando, que se dan su escapada y se entregan al placer. ¡Cuánto nos han hecho gozar a mí y mi compañera estas amorosas y fogosas parejas¡
Parejas en el hotel
Cuando en un hotel o lugar similar hay parejas pero no acción, yo y mi compañera recurrimos a estimularlas yogando ruidosamente, haciendo sonar la cama, jadeando y gimiendo fuerte, etc. Hasta tenemos cintas grabadas, que dejamos tocando en la grabadora, para poder espiar mientras las parejas vecinas nos creen en la cama.
Los resultados son generalmente buenos. Hasta parejas que ya gozaron y duermen, se despiertan y reinician la actividad más dulce del mundo. Y entonces pasamos de actores a espectadores.
Una dificultad en los domicilios y hoteles es que casi nadie hace el amor con las luces prendidas. Lo que hacemos entonces es --entre las 9 y las 10 de la noche-- buscar la llave general de la energía eléctrica y bajarla, simulando con esto un apagón, que a nadie extraña porque en muchos pueblos son habituales.
Luego, una vez que oímos a una o algunas parejas empezando a yogar, volvemos a conectar la electricidad. Y entonces --como nadie ha apagado la llave de su cuarto-- podemos verlas, pues nadie interrumpe el mete-saca para apagar su luz.
Este es un método efectivo además porque, al quedarse sin televisión ni luz, hasta quienes no lo pensaban se dedican a los placeres del amor.
Parejas en los parques
Las parejas que van a los parques sólo a besarse y acariciarse se retiran generalmente alrededor de las 9 de la noche. Las que se quedan o recién llegan después de esa hora, es muy posible que se dediquen a las dulces embestidas del amor.
El mejor método para verlas y oírlas es llevar la propia pareja, lo que es la mejor justificación de nuestra presencia allí. Pero si estoy solitario no me desanimo y --acercándome oculto o rampando-- logro siempre mi objetivo de mirar, oír y gozar.
Sabiendo estos amantes que pueden haber parejas vecinas, contienen sus gemidos al máximo. Pero yo siempre los escucho, gracias a mi fino oído de voyerista, ayudado a veces por un audífono:
--¡Ay, no. Nos pueden ver¡--, dice la chica, cuando su amado le abre la blusa y le levanta la falda.
--No hay nadie--, contesta el varón siempre besándola y acariciándola.
--¡Ay, qué vergüenza¡--.
--¡No seas malita¡ Yo te quiero mucho--, dice él bajándose los pantalones.
--¡Espera¡ Voy a sacarme el calzón--, decide al fin ella, abriendo luego las piernas y acomodándose en la hierba o en una banca.
Y el varón ya no dice nada, porque está penetrándola y moviéndose mientras ella lo abraza, jadea y gime despacito.
Final feliz
No les he hablado de los muchos aparatos que hay para espiar, porque son caros y no son indispensables. Se puede ver y oír mucho con los métodos artesanales que les he referido.
Espero que estas mis experiencias les hayan gustado y les sirvan para practicar esta expresión sexual, que es tan normal, saludable, placentera e inocua como cualquier otra.
Aún más inocua, si la comparamos con el sadomasoquismo, por ejemplo. Y si la pareja contemplada en el amor no se entera que la vieron, entonces no sufre en su pudor ni en nada.
En fin de cuentas, si es tan normal y bello el cuerpo humano y hacer el amor, ¿de qué avergonzarse si nos ven desnudos?, ¿de qué sufrir si alguien compartió nuestro placer mirándonos? ¿No es mejor ser generosos, como la naturaleza y la vida lo son con nosotros?